Se me complicaban los sentimientos a la hora de saber reaccionar en cuanto a semejante obsequio, Edward desde un principio supo que mi corazón era de él pero ahora que casi oficial, mis latidos no evitaban callar y atronaban en pleno silencio.
Edward entrelazó nuestras dedos meticulosamente para no hacerme castañear por su contacto hielo, pero de haber sido así, no me habría quejado para nada, posó sus ojos en los míos dejando escapar una sonrisa perfecta, nuestros rostros a tan pocos centímetros… su aliento me helaba la sangre.
-¿entonces qué estamos esperando amor mío?-cuestionó mientras alzaba mi mano izquierda para besarla tiernamente- si estas de acuerdo conmigo, te llevaré al altar mañana mismo.
Desde el otro lado del umbral de la puerta, Anna y Matteo, contemplaban la escena como si fuese sacada de una película.
No les presté mucha atención que digamos, usé mi mano libre para imitar a la de Edward, posada sobre mi corazón, quería que sienta como mis latidos se intensificaban por él.
Respondí a su beso, y al escuchar canturrear algo chistoso a Matteo, tuvimos que dejar por un instante nuestro momento de amor, yo quería un poquito mas…
-si es por mi, voy con mucho gusto, mi amor-respondí a su pregunta anterior.
Edward sonrió con más ganas dejando ver sus colmillos color nieve.
-me parece que llegamos en mal momento, amor-bromeó Anna dirigiéndose a su esposo.
Éste sigo su chiste, y Edward vio como me ruborizaba hasta parecer una manzana madura.
-para nada, estamos de festejo, Bella me ha hecho el hombre mas feliz que haya existido jamás.
-¿van a ser padres?-preguntó sonriente Matteo.
Mi cara dejó de ser color manzana, ahora era sangre pura.
-no, no, nosotros... Quiero decir…-me trabé todo como una tonta- es que… yo…
Edward silenció mis labios con un beso fugaz, y perdí el control, mis brazos nuevamente en sus cabellos, la cosa parecía ir más allá, y él tuvo que finalizar como de costumbre.
-solo decía-se disculpó rápidamente Matteo- pero, en fin… ¿Qué se festeja?
Mi novio, futuro esposo iba a contestar pero se adelantó Anna.
-¿Acaso no ves Matteo? Estos niños se aman profundamente, la verdad, señor Cullen se tardó un poco, pensé que no se atrevía más ya ¿eh?
Edward quedó sin habla, lo habían tomado desprevenido, acaricié su rostro de querubín y le robé otro beso.
-perdón mi desconcentración, es que Bella altera mis sentidos-me hizo sentir culpable- pero no quería apurar las cosas, prefiero que se den naturalmente, y nunca pensé que ella diría que si.
-yo nunca pensé que tu…-dudé buscando hallar las palabras- te enamorarías de alguien tan… insignificante como yo.
-mi amor…-unió mis labios con sus dedos gélidos de forma automática-ya hablamos de eso, y no quiero discutir otra vez.
-Anda niña, deja de buscarle excusas, si tú también lo amas, aprovecha, que no todo se da dos veces en la vida.
Edward me rodeó con sus brazos y el matrimonio feliz hizo lo mismo.
-tienes razón Anna, mejor acepto esto y ya, la vida no me pudo haber dado tanto.-miré a Edward que tenía una cara de felicidad que se contagiaba fácil.-Por cierto… Feliz Nochebuena.
-¡cierto! Perdón, perdón-canturreó-se me olvidó, es que… bueno, no importa, ¡Feliz navidad! Sus regalos están debajo del arbolito.
-señor Cullen, no debió molestarse, pero ya que lo dice nosotros también les traemos algo aquí-señaló a Matteo para que nos entregue una caja verde de lazo rojo con estrellitas doradas.
Edward sostuvo la caja y yo saqué de su interior dos bonitos dijes, era, el mío una mitad de un corazón rubí sobre un fondo negro, con la leyenda "POR SIEMPRE", la de mi novio era la mitad que le faltaba al mío, en color plata sobre el mismo fondo y dedicatoria.
-esto es hermoso, muchísimas gracias-dijo Edward colocándome mi pulsera.
-si de verdad, es demasiado Anna y Matteo, gracias.
Fue divertido cuando Matteo nos sacó una foto justo en el momento en que Edward y yo unimos nuestros brazaletes haciéndolo uno solo.
Se despidieron ya que eran mayores, y querían ir a descansar.
-¿Todo listo amor?- preguntó desde el pasillo ansioso- Te esperaré siempre, lo sabes.
-Ya, estaré en un minuto, ni mas ni menos. Enseguida voy, lo prometo.
-si quieres te puedo ayudar… mi Bella, tantas reglas rompimos, una mas no creo que haga daño- bromeó alegre haciendo resonar su voz hecha melodía.
Anna lanzó un suspiro, me echó una mirada fulminante, era señal de que Edward no podía entrar en la habitación. Me resigné.
Luchó contra todas sus fuerzas por hacerme entrar en razón de que use un vestido blanco digno de princesa de cuentos de hadas, con un maquillaje bonito pero yo no quería.
Además, debía hacer realidad la petición de la mamá de Esme, espero no decepcionarla.
-Estás preciosa niña- me dio una última ojeada sujetando en mi cuello una gargantilla antigua, una cinta perlada que contenía en su unión un corazón negro bañado en chispas de plata- algo prestado. Es lo que te faltaba. Ahora si- sonrió como toda una madre- estás lista.
Tragué saliva viéndome en el espejo del placard, ¿esa era yo? ¿Ese cuerpo esbelto y menudo de tez blanquecina cuyo rostro se iluminaba en destellos simples y de mejillas sonrojadas me pertenecía? ¿Ese vestido que alguna vez usó una descendencia de la familia Cullen ahora lo estaba portando yo misma? Sin duda alguna, la vida estaba de mi lado, todavía no le encontraba la razón, pero nunca podría llegar a agradecer tanto.
Anna depositó un beso en mi frente, como lo habría hecho Reneé, nos abrazamos y salí decidida.
-Y… ¿Bien?- titubeé- estoy lista mi amor.
Edward tenía la boca abierta como si estuviese viendo a una diosa egipcia o algo por el estilo, parecía tontito, pero era tierno.
Luego de perderme en su rostro de querubín, me concentré en su traje negro noche, le calzaba perfecto. Camisa blanca almidonada desabotonada al cuello, era su estilo, que hacían juego con sus alborotados cabellos bronce, bailando al viento.
-¡Estas perfecto!- logré decir acercándome a su cuerpo- Mmm… cualquiera diría que estoy soñando, por favor, no me despiertes.
-Tú eres la perfección personificada mi Bella, siempre fuiste y serás bonita, más que eso, pero hoy estas…- me besó dejándome sin aliento- no encuentro las palabras para decirte cuán hermosa estas. Y eres mía, el que no quiere despertar, soy yo definitivamente.
Me sonrojé y al instante él acarició mis mejillas subidas de tono.
-¿Nos vamos?- sugirió- no veo la hora de que seas la Sra. Cullen.
-Por favor- saludamos a nuestro matrimonio italiano, quienes nos sacaron una foto de recuerdo.
-Ya… ¿Qué tanto me ves mi amor? No tengo nada diferente…
-Bella, estas echa una princesa, una reina, ¡todo!- su voz cada vez sonaba mas alta y me asusté de que alguien esté escuchando su tierno monologo.
-pues gracias, y ya te lo dije, tu eres perfecto, no me cansaré de decirlo.
Sus manos se trabaron en mi cintura, y se sentía lindo, ya que podía recostarme en su pecho.
-Llegamos amor- me tradujo Edward lo que acababa de decir el chofer del auto negro que alquiló para llevarnos a la iglesia, no me pude negar ya que no me lo había contado- en tan solo unos minutos…
-¿Seremos marido y mujer por siempre y para siempre?-adiviné feliz.
Ya dentro, tomados de la mano, y frente al altar vimos como se situaba el sacerdote.
-y bien, parece que está todo arreglado aquí- volvió a ser de traductor mi futuro esposo- el Padre esta alegre por nosotros, amor.
Sonreí eternamente agradecida.
-Benvenuto all'altare- saludó-Siamo qui per suggellare il loro amore
Miré a Edward que le indicó algo al sacerdote, quien esperó tranquilo y lleno de paz.
-bienvenidos al altar, estamos aquí para sellar su amor…
-ah, ya- tenía los ojos vidriosos- gracias amor.
-possono dire i loro voti, benedetto dal suo amoreda questo momento-continuó con una sonrisa de júbilo el ancianito que nos estaba casando.
Volví mis ojos a mi amado inmortal, que lleno de dulzura seguía indicandome las frases italianas.
-pueden decir sus votos, bendecidos por su amor desde este momento- me rodeó con sus brazos en torno a mi cintura, y besó mi mejilla rápidamente.
Edward cambió de posición colocandose frente a mi, tomó mis manos y las apoyó en su pecho.
-Yo Edward Anthony Cullen- levantó el semblante con orgullo- prometo amarte toda la eternidad, mi amada, mi Bella.
Me encontré llorando, derramando lagrimas de amor, que mi amor restañó con ternura.
-Y yo Isabella Marie Swan prometo amarte toda la vida y mas alla, serte fiel por siempre y estar junto a ti mientras la vida nos lo permita, te amo Edward.
Besó el anillo que me había regalado días antes y yo hice igual luego de poner la sortija en su dedo del corazón.
Silencio. Mas silencio. Sonrisas como la de los muñequitos del pastel de boda.
-vi dichiaro marito e moglie-sentenció el sacerdote. -può baciare la sposa
-¿Qué?-repetí pero no necesite aclaración. Los labios de Edward silenciaron los míos en un largo beso lleno de amor eterno.
De pronto mi nuevo esposo, comenzó a reír deliberadamente.
-¿Qué pasa amor?
-Es que fíjate, el padre bromeó acerca de que nadie nos rociará arroz.
-Emmett se las arreglará, créeme.
Volvió a besarme.
-Vamos amor, quiero mostrarte algo.-pidió tirándome hacia fuera.
Fuimos nuevamente, como en el primer recorrido al muro de Julieta, esta vez si estaba abierto. Todo se veía tan distinto, ahora que era la señora Cullen. Era de Edward, por fin era suya.
Subí al balcón donde alguna vez Julieta vio en la noche secreta a su Romeo, desde donde él se le declaraba su amor.
Edward sonreía sin parar, de un segundo a otro, estuvo contra mi costado estrechamente.
-Por favor-pidió Edward a un lugareño italiano para que nos tome una fotografía, él aprovechó que me distraje viendo las miles de cartas que pintaban las paredes de ese antiguo Muro, para besarme en mi cuello.
-Con que…- enredé mis dedos en su cuello- Lord Cullen ¿eh?
-Una mas- repitió al italiano que nos miraba como si fuésemos los mismísimos Romeo y Julieta reencarnados.
Y así nos la pasamos todo el día. Ya llegada la hora de la decisión, mi corazón temblaba de miedo, desgarrándose en nerviosismo.
-Me dijiste que te gustó este lugar…-su voz sonó entrecortada- Pensé que podría ser nuestro propio lugar.
Era el ático, Edward lo decoró de una manera totalmente diferente, ahora podía maravillarme viéndolo después de que me quitó un pañuelo con el cual tapó mis ojos.
Todo a oscuras solamente iluminado por las llamas enfrascadas en burbujas de cristal. El piso alfombrado estaba recubierto de almohadas al completo en tonos dorados y blancos, que hacían resaltar los pétalos de rosas esparcidos por la habitación, no había cama… era un detalle que me asombró, pero lo raro era que eso me tranquilizaba. Después de todo, solamente había acolchados y cosas blandas. No era necesario una cama… me estremecí.
-Bella… amor…- lanzó un jadeo- te amo.