Aki dejo otro capitulo espero k le guste. Este capitulo es para NELDA k me comenta y me da animo para seguir solo le puedo decir MUXISIMAS GRACIAS por tu animo.
bss
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CAPITULO 10
-Edward, por favor. -Bella comenzó a temblar, aunque estaba prácticamente sofocada por el incendio que sentía dentro del cuerpo-. Por favor, me asustas, y siento miedo de mí. Y nunca..., nunca he estado con un hombre.
Él detuvo sus caricias y el silencio se hizo espeso cuando alzó el rostro para mirarla. Astillas de luna dormían sobre el oscuro cabello de Bella, desmadejado encima de la almohada blanca, y sus ojos estaban nublados por el temor y la pasión recién nacida. Con un sonido áspero y breve, Edward separó su cuerpo del de ella.
-Bella, tengo que reconocer que tu habilidad para escoger el momento oportuno es verdaderamente increíble.
-Lo siento -se disculpó ella.
-¿Por qué te disculpas? -preguntó Edward y la ira se advertía por debajo de su calma helada-. ¿Por tu virginidad o por haber permitido que me acercara a reclamarla?
-¡Ese comentario me parece de muy mal gusto! -exclamó Bella, luchando para serenar el ritmo de la respiración-. Esto ocurrió tan deprisa que no pude pensar. Si hubiera estado preparada, tú nunca hubieses podido acercarte de ese modo.
-¿Crees que no? -La obligó a incorporarse hasta quedar arrodillada sobre la cama y, una vez más, apretada contra su cuerpo-. Ahora estás preparada. ¿Crees que no puedo hacerte mía en este mismo minuto, si estás deseando que lo haga? Edward la miró fijamente.
El halo que le rodeaba centelleaba de furia y absoluta seguridad en sí mismo, y Bella fue incapaz de decir nada, sabiendo que se encontraba indefensa ante su poder y su propia urgente necesidad. Los ojos parecían más grandes en su rostro pálido, el temor y la inocencia brillaban como faros en el ámbar de sus hermosas pupilas. Edward lanzó una maldición y la apartó con violencia.
-Nom de Dieu! Me miras con los ojos de una niña. Tu cuerpo encubre a la perfección tu inocencia; es un disfraz muy peligroso. -Se dirigió hacia la puerta y luego se volvió para mirar la figura apenas vestida y que parecía aún más pequeña en la vastedad de la cama-.
Que duermas bien, pequeña -dijo con tono burlón-. La próxima vez que decidas llevarte por delante los muebles, será más prudente que cierres la puerta con llave, porque si entro... no volveré a marcharme.
El frío recibimiento que dispensó Bella a Edward durante el desayuno fue retribuido con una mirada gentil que buscó sus ojos por un instante y que no evidenciaba rastro de la pasión o la ira que había mostrado la noche anterior. Ella se sintió confundida por su perversa falta de reacción mientras él conversaba con la condesa y se dirigía a ella sólo cuando era estrictamente necesario, y con una cortesía formal que solamente podía ser detectada por un oído muy sensible.
-¿No habrás olvidado que Mike y Angela vendrán a cenar esta noche? -preguntó la con desa dirigiéndose a su nieto.
-Por supuesto que no, abuela -contestó él, depositando la taza en el plato-. Siempre es un placer estar con ellos.
-Estoy segura de que los encontrarás encantadores, Bella. -La condesa volvió sus ojos azules hacia su nieta-. Angela es una joven de tu misma edad, tal vez un año menos, y es muy dulce y educada. Su hermano, Mike, es un joven adorable y muy atractivo. -Una sonrisa iluminó su rostro-. Su compañía te resultará... divertida. ¿No crees así, Edward?
-Estoy seguro de que Bella encontrará a Mike sumamente divertido. Bella miró brevemente a Edward. ¿Había en su voz cierta brusquedad? Pero él bebía el café con indiferencia y Bella pensó que se había equivocado.
-Los Newton son viejos amigos de la familia -insinuó la condesa, suscitando nuevamente la atención de Bella-. Estoy segura de que te alegrará estar en compañía de personas de tu edad, ¿verdad? Angela visita con frecuencia el castillo. Cuando era una niña corría detrás de Edward como un cachorro fiel. Y, naturalmente, ya no es una niña. La condesa envió una mirada cargada de significado al hombre que se encontraba en la cabecera de la gran mesa de roble y Bella hizo un gran esfuerzo de voluntad para no fruncir la nariz en una muestra de desdén. -Angela ha dejado de ser una chiquilla desgarbada y con coletas para convertirse en una mujer elegante y encantadora -dijo Edward y no pudo ocultar el afecto de su voz.
"Me alegro por ella", pensó Bella, luchan do por mantener en sus labios una sonrisa de interés.
-Será una esposa maravillosa -predijo la condesa-. Posee una belleza serena y una elegancia natural. Debemos persuadirla y lograr que to que para ti, Bella. Angela es una consumada pianista.
"Apuntar otro tanto a ese dechado de virtudes", se dijo sombríamente Bella, sintiéndose celosa de la relación que mantenía con Edward la ausente Angela.
-Trataré de estar a la altura de sus amigos, madame -dijo en voz alta y firme. Estaba segura de que la perfecta Angela le caería terriblemente mal apenas la viese. La dorada mañana transcurrió deprisa y un perezoso silencio matinal se abatió sobre el jardín mientras Bella se concentraba en sus bocetos: Había intercambiado algunas palabras con el jardinero antes de que ambos se dispusieran a iniciar sus respectivas tareas.
Ella pensó que el hombre constituía un buen modelo y decidió dibujarlo mientras se inclinaba sobre el arbustos, recortando las flores que sobresalía de los macizos y arreglando a sus coloridas aromáticas compañeras. El rostro del jardinero no tenía una edad definida y estaba surcado de arrugas que conferian fortaleza a sus facciones y los ojos sorprendentemente azules y brillantes destacaban en su tez rubiacunda. El sombrero que cubría la mata pelo ceniciento era negro, de ala ancha, y una cintas de terciopelo caían sobre su espalda.
Llevaba una camiseta sin mangas y pantalones gastados, y Bella se sintió maravillada por la agilidad que desplegaba sobre sus rústicos zuecos. Estaba tan concentrada en captar el aura antigua que rodeaba al hombre que no oyó los pasos sobre las baldosas detrás de ella.
Edward observó su trabajo mientras Bella se inclinaba ligeramente sobre su cuaderno y la graciosa curva de su cuello evocó en la mente de Edward la imagen de un cisne blanco y orgulloso que flotara sobre la superficie de un lago de aguas claras y tranquilas. Sólo cuando ella colocó el lápiz detrás de su oreja y se paso la mano por el pelo, él decidió revelar su presencia en el jardín.
-Has sabido captar a la perfección los rasgos de Jacques, Bella. Edward alzó una ceja con expresión divertida cuando ella dio un brinco y se llevó una mano al corazón.
-No sabía que estabas aquí -dijo Bella, maldiciendo el temblor de su voz y el acelerado latido de su pulso.
-Estabas concentrada en tu trabajo -explicó el con indiferencia y se sentó junto a ella en el banco de mármol blanco-. No era mi intención perturbarte.
"No -le corrigió ella mentalmente-, me hubieras perturbado aunque te encontrases a miles de kilómetros de distancia."
-Gracias -dijo cortésmente-. Eres muy considerada. -Se volvió hacia el perro que yacía a los pies de Edward
-Hola, "Korrigan", ¿cómo estás? Acarició al spaniel detrás de las orejas y el animal le lamió ambas manos con besos cariñosos.
-"Korrigan" te ha tomado mucho afecto -señaló Edward, observando cómo humedecía el perro las manos de Bella-. Habitualmente se muestra bastante huraño pero parece que tú has conquistado su corazón. "Korrigan" se derrumbó hecho una pelota pobre los pies de Bella.
-Un amante muy meloso -dijo ella enseñándole la mano.
-Es el pequeño precio que hay que pagar, ma bella, por tanta devoción. Edward sacó un pañuelo del bolsillo, le cogió la mano y comenzó a secarla. El efecto que surtió sobre Bella fue devastador.
Una corriente eléctrica nació de la punta de sus dedos y subió por el brazo, diseminando un cálido hormigueo por todo su cuerpo.
-No es necesario. Tengo un trapo aquí. -Bella señaló su caja de lápices y pasteles y trató de retirar la mano. Edward entrecerró los ojos aumentando la presión de su mano y Bella se sintió eclipsada en la silenciosa batalla. Con un suspiro de irritada exasperación, permitió que su mano permaneciera entre las de él.
-¿Siempre te sales con la tuya? -preguntó y sus ojos se oscurecieron por la furia reprimida.
–Desde luego -dijo él con altiva seguridad, soltando su mano y mirándola largamente-. Me parece que tú también estás acostumbrada a salirte con la tuya, Isabella Swan. ¿No crees que será muy interesante ver quién -cómo decís vosotros- "se lleva el gato al agua" durante tu visita?
-Tal vez debiéramos utilizar un tablero de resultados -sugirió Bella, refugiándose en una armadura de frialdad-. De ese modo no habían dudas acerca de quién resulte ganador. Edward la miró con ojos burlones y le obsequió con una sonrisa lenta y perezosa.
-No habrá ninguna duda, querida prima. -La réplica de Bella no llegó a concretarse por la súbita aparición de la condesa y se vio obligada a suavizar la expresión de su rostro automáticamente, para evitar cualquier especulación por parte de su abuela.
-Buenos días, hijos míos. -La condesa les saludó con una sonrisa maternal que sorprendió gratamente a su nieta-. Veo que estáis disfrutando de la belleza del jardín. Creo que éste es el momento más tranquilo del día para estar aquí.
-Es encantador, madame-dijo Bella-. Uno siente que no existe otro mundo más allá de los colores y el aroma de este lugar solitario.
-A menudo he experimentado la misma sensación -dijo la condesa y los rasgos de su cara se suavizaron notablemente-. Son incontables las horas que he pasado aquí durante todos estos años. -Se sentó en un banco frente al hombre cobrizo y a la morena muchacha y lanzó un profundo suspiro-.
¿Qué has dibujado? -Bella le entregó el cuaderno y la condesa examinó cuidadosamente el dibujo antes de alzar los ojos pura estudiar a Bella-. Tienes el talento de tu padre. -Ante el alusivo comentario, Bella se dispuso a replicarle convenientemente, pero la condesa añadió-: Tu padre era un artista con gran talento. Y empiezo a comprender que tenía ciertas cualidades que supieron ganarse el amor de Renee y la lealtad de su hija.
-Sí, madame -replicó Bella, comprendiendo que la había recompensado con una difícil concesión-. Él era un hombre muy bueno, un padre y esposo ejemplar. Resistió tenazmente la tentación de sacar colación el tema de la Madonna de Rafael por que no deseaba romper los tenues hilos de entendimiento que se habían tejido entre ellas. La condesa asintió.
Luego, volviéndose hacia Edward, hizo un comentario acerca de la cena de aquella noche. Bella cogió una hoja de papel en blanco algunos pasteles y comenzó a dibujar a su abuela. Las voces zumbaban a su alrededor y sus sonidos sosegados y tranquilos armonizaban con la paz del jardín. Ella no intentó seguir la conversación; simplemente permitió que el suave murmullo cayera sobre ella mientras se concentraba en su trabajo.
Al reproducir en el papel el rostro de hueso delicados y la boca, sorprendentemente vulnerable, vio con absoluta claridad el parecido que la condesa guardaba con Renee, su madre, y por tanto con ella misma. La expresión de su abuela era apacible, con una belleza atemporal que contenía instintivamente su porte orgulloso. Pero ahora, de alguna manera, Bella tuvo una visión fugaz de la suavidad y fragilidad de su madre, el rostro de una mujer que era capaz de amar profundamente... y también de sufrir terriblemente el daño que pudieran hacerle.
Por primera vez desde que recibiera la carta formal de su abuela desconocida, Bella sintió un lazo de parentesco, la primera señal de amor por la mujer que había dado a luz a su madre y, en consecuencia, había sido la responsable de su propia existencia. Bella no era consciente de la variedad de expresiones que cruzaban por su rostro, o del hombre que estaba sentado junto a ella observando la metamorfosis mientras seguía hablando con su abuela. Cuando hubo terminado dejó los pasteles y movió las manos con aire ausente, sobresaltándose cuando volvió la cabeza y se encontró con la mirada de Edward. Los ojos verdes se posaron en el retrato que descansaba en el regazo de Bella antes de fijarse en la expresión absorta de ella.
-Posees un raro don, ma chérie -dijo él.
Bella frunció el ceño asombrada, sin saber muy bien si él se refería a su trabajo o a algo totalmente diferente.
-¿Qué has dibujado? -preguntó la condesa. Bella apartó la mirada de los verde ojos de Edward y le entregó el dibujo. La condesa lo estudió durante algunos momentos y la primera expresión de sorpresa se transformó en otra cosa que Bella no alcanzó si discernir. Cuando la anciana alzó los ojos y la miró, su rostro tenía una amplia sonrisa.
-Me siento honrada y muy mejorada. Si me lo permites, me gustaría comprarte este retrato. -La sonrisa se hizo aún más amplia-. En parte por vanidad, pero también porque me gustaría conservar una muestra de tu trabajo.
Bella la observó durante un momento y experimentó una sensación que oscilaba entre el orgullo y el amor.
-Lo siento, madame. -Meneó la cabeza y cogió el retrato que acababa de dibujar-. No está en venta. -Miró el dibujo que tenía en manos antes de volver a dárselo, al tiempo que la miraba directamente a los ojos-. Es un regalo para usted, abuela -dijo, observando el juego de emociones que estremecían los ojos y la boca de la condesa antes de añadir quedamente-. ¿Lo acepta?
-Oui. -La palabra salió de sus labios con un profundo suspiro-. Lo conservaré como un tesoro y esto -miró una vez más el retrato- me recordará que nadie debiera jamás permitir que el orgullo se interpusiera en el camino del amor.
La condesa se puso en pie, besó levemente las mejillas de Bella y se alejó hacia el castillo por el sendero embaldosado. Bella se incorporó en el banco de mármol.
-Tienes una capacidad natural para hacerte querer -dijo Edward y ella se volvió hacia él, visiblemente emocionada.
-Ella también es mi abuela. -Edward advirtió el velo que cubría los ojos de Bella y se puso en pie.
-Mi comentario pretendía ser un cumplido.
-¿De verdad? Pensé que era una censura. -Despreciando la humedad de sus ojos Bella sintió, simultáneamente, el deseo de estar sola y de reclinarse contra su hombro.
-Siempre estás a la defensiva conmigo, ¿verdad, Isabella? Los ojos de Edward se entrecerraron, como lo hacía cada vez que estaba irritado, pero Bella se sentía demasiado preocupada en combatir sus propias emociones para darle importancia.
-Me has dado muchos motivos -replicó ella-. Desde el mismo momento en que bajé del tren, tus sentimientos hacia mí fueron absolutamente transparentes. Condenaste a mi padre y lo mismo hiciste conmigo. Eres frío y autocrático y no demuestras tener una pizca de compasión o de comprensión. Me gustaría que te marcharas y me dejases sola. Ve a azotar a los campesinos o algo así. Eso va muy bien con tu personalidad. El movimiento de Edward fue tan veloz que Bella no tuvo posibilidad de apartarse. Sus poderosos brazos estuvieron a punto de partirla en dos al abrazarla con vehemencia.
-¿Tienes miedo? -preguntó él y sus labios aplastaron la pequeña boca de Bella antes de que ella pudiese atinar a responder, y cualquier atisbo de razón se esfumó repentinamente.
Bella gimoteó ante la mezcla de dolor y placer que le producían los labios de Edward al quemarle los suyos, mientras el abrazo se hacía más intenso, conquistando incluso su aliento.
¿Cómo es posible amar y odiar al mismo tiempo?" preguntó su corazón a su confundido cerebro, pero la respuesta se perdió en una mar de pasión turbulenta y victoriosa. Los dedos enredaban despiadadamente en su pelo moreno, obligándola a inclinar la cabeza hacia atrás para dejar expuesta la nacarada piel del cuello y Edward reclamó la piel vulnerable con labios tientes y voraces. La delgada tela de su blusa no constituyó ninguna barrera contra el calor abrasador de su cuerpo y él superó con facilidad el obstáculo deslizando una mano por debajo la blusa, acariciando la carne enfebrecida y apoderándose de su pecho turgente en un alarde de absoluta y consumada posesión. La boca de Edward volvió a devastar labios, barriendo toda suavidad con una urgencia a la que ella no podía resistirse.
Bella dejó de cuestionarse la complejidad de su amor y, como si fuese un sauce en la tormenta, cambió a las súplicas de su propio deseo. Edward alzó el rostro y sus ojos se mostraron oscuros, casi negros por los fuegos de pasión e ira que ardían dentro de ellos. El la deseaba, los ojos de Bella se abrieron desmesuradamente ante el terror que significaba para ello este descubrimiento. Ningún hombre la había deseado nunca con esta intensidad y ninguno había tenido el poder de tomarla con tan poco esfuerzo. Porque incluso sin el amor de Edward, ella sabía que se entregaría.E incluso sin su entrega voluntaria, Edward la haría suya. Él leyó el miedo en los ojos de Bella y su voz se hizo oír, grave y peligrosa.
-Sí, pequeña prima, tienes motivos para estar asustada, porque sabes perfectamente lo que cederá. Por el momento estás a salvo, pero cuidado la próxima vez que decidas provocarme. Liberándola de su abrazo, Edward echo a andar por el sendero que había tomado su abuela, y "Korrigan", después de mirar a Bella con ojos de disculpa, le siguió pegado a sus talones.
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