Llevábamos pocas horas en el avión cuando sentí que mis parpados se cerraban, casi parecía que estaba muriéndome de sueños, unas imágenes asaltaron mi mente de repente y me dejé llevar.
…
Desde la inconsciencia intentaba volver a la realidad. Estaba seguro de que morí ahogado. Las aguas furiosas al final me tragaron sin piedad alguna. Luché horas y horas contra vientos y mareas hasta que las fuerzas me abandonaron. Intenté moverme, pero no pude. Mi cuerpo no me respondía.
— Humano, respira.
— Humano, déjame aliviar tu agonía — susurró la voz de antes.
— Humano, no luches. Duerme de ese sueño reparador que tu cuerpo necesita. Custodiaré tu sueño para que nadie se te acerque y te moleste. Duerme tranquilo.
…
— ¿Bella? ¡Despierta! ¡Aquí la luna llamando a la tierra! — exclamó Emmett — ¿De verdad está dormida?
— Sus emociones así me lo indica al menos.
— Joder. Ahora los vampiros podemos dormir, que guay.
Oí a Emmett y a Jasper claramente. ¿Me había quedado dormida? Si. Había ocurrido sin darme cuenta, había soñado con Hadara. Me había enseñado un acontecimiento que vivió. Sentí sus dudas, su miedo, y la extraña necesidad que sintió por salvar al humano. ¿Qué más podía hacerme ahora? Esto era incómodo. Dormir, llorar y ah, sí, hacer que mi corazón latiera. Absurdo.
Bostecé sin poder evitarlo y abrí los ojos. Ya habría tiempo de pensar en esto de sobra. Me topé con las miradas de Jasper y Emmett, parecían confusos. Rosalie, que estaba dos asientos más para allá me ignoró como siempre. Nos acompañó más por vigilar a Emmett, estaba segura. Seguíamos en el avión rumbo a Italia.
— Hola ¿Has dormido bien?
Miré a Emmett que pareció divertirse a mi costa.
— Si, fue un sueño revelador. ¿Falta mucho para llegar?
Jasper rió al sentir mis tremendas ganas de ver a Edward. Tomó mi mano entre la suya y me indicó que mirara por la pequeña ventanilla. Y ahí vi las luces de Roma. Centellantes en el crepúsculo, y hermosas. Me sentí feliz, solo faltaba minutos para volver a verlo.
El avión fue perdiendo la altitud y se dirigió hacia el aeropuerto. El aterrizaje fue impecable, y desembarcamos al fin. Me obligué a mi misma a actuar como un humano. Nada de velocidad vampírica. Aunque me moría de ganas. Había un tumulto de gente hablando muy rápido y apretujándose para coger las maletas. Esperamos en un lado apartados de las gentes. Olisqué el aire en busca de él. Los perfumes y aromas se mezclaban, muy fuertes, algunos dulces.
Mi garganta ardió de repente y sentí la sed de sangre ponerme los pelos de punta. Dejé de respirar al instante, cerrando acceso al aire y sus deliciosos aromas. Me quedé quieta, como congelada en mi sitio, cuando Jasper me indicó que podía ir por nuestras maletas. No me moví. Sintió mi malestar y mi ansiedad y fijó su vista en mis ojos. Vio la sed reflejada en ellos, que seguramente se oscurecieron.
Todo pasó muy rápido, sacó un móvil y habló a velocidad vampírica. No lo escuché, estaba demasiado concentrada en mi, en no saltar a la garganta de ningún humano. Emmett pasó un brazo por mi cintura como si fuera algo natural, pero supe que era por si necesitaba agarrarme.
— Bella, camina. Hay que salir de aquí — me indicó Jasper.
Le di una mirada de miedo. Por mucho que me enviaba ondas relajantes, no surtían efecto. Estaba demasiada tensa.
— Edward te espera.
Y esas palabras fueron las que permitieron moverme. Porque antes de la sed estaba él. Caminé a velocidad humana, pasamos las cintas de seguridad y al otro lado de la pared de cristal lo vi a él. Edward. Tan hermoso como siempre. Sentí un cosquilleo en el estómago, al mismo tiempo que él se acercaba a mí. Mis locas hormonas bailaban alocadas en mi interior, pasé el detector de metales y él me atrajo a sus brazos y me apretó con fuerzas, siseó bajito, estaba molesto por algo y no supe por qué. Noté la gran tensión de su cuerpo inmediatamente. Me condujo hasta una salida sin soltarme. Seguí sin respirar por miedo. Cuando subimos a un coche y nos alejamos del aeropuerto me miró.
— Es una imprudencia que hallas viajado estando tan sedienta, Bella, ¡podrías haber matado a alguien! — me reprochó él con frialdad.
Sus palabras y su tono me tomaron por sorpresa. Lo observé un minuto antes de contestarle, sus manos estaban agarrando el volante tan fuerte que sus nudillos palidecían. Con cautela inhalé el aire para poder hablar. Olía a cuero, ambientador de pino y sobre todo a él.
— Me alimente ayer.
Mi voz salió temblorosa dada a la emoción que sentía. No pareció creerme y añadí.
— Es la verdad, Edward. Nunca hubiera viajado si hubiera imaginado esto.
— Debiste alimentarte mejor. Jasper y Emmett debieron asegurarse de eso, es imperdonable por parte de ellos.
— No es culpa de ellos — suspiré como vencida por sus palabras —. Te he echado de menos… — añadí despacito.
Vi como apretaba más la mandíbula, pero no contestó nada. Se limitó a conducir a través de las calles de Roma. Tomó una desviación en dirección y se alejó de la ciudad. Comprendí que me llevaba a cazar. El indicador de velocidad iba subiendo cada vez más y dejé de mirar cuando sobrepasó los doscientos kilómetros por hora. Conducía sin luces y con la concentración al máximo. De repente sonó su teléfono, descolgó en un rápido movimiento.
— ¿Es que la has visto? — su voz salió gélida, siguió con un gruñido bajo —. Nos veremos mañana por la mañana.
Colgó. Y yo no quería ni mirarlo. Deduje que habló con Alice o tal vez Emmett, comprendía su miedo pero su enfado no. Seguía sedienta, eso me distrajo el resto del camino. Me había alimentado bien. Pero me pregunté si el hecho de compartir mi cuerpo con Hadara y con todo el esfuerzo que empleé el día anterior contribuía a que necesitara más sangre que de costumbre. Tendría que tener más cuidado de ahora en adelante.
Nos llevó tan lejos como pudo, alejándonos de toda humanidad posible. Fue adentrándose en un bosque desviándonos de la carretera y siguió hasta que no hubo asfalto. Luego, cuando el camino era de tierra, tuvo que parar por obligación. Un gigantesco árbol yacía medio arrancado e impedía el paso. Me baje sin esperarlo. No podía esperar nada de él hasta que no estuviera más calmado.
Olfateé el aire y cerré los ojos. Pero antes de darme cuenta, unos ardientes y exigentes labios cubrieron los míos. Gemí en respuesta. Cada centímetro de su magnífico cuerpo estaba íntimamente pegado al mío, acariciándome con la intención de despertar mis alocadas y revolucionarlas hormonas felizmente. Las manos de Edward se deslizaron por mi espalda hasta agarrarme por las nalgas y acercar más sus caderas, mientras su lengua seguía danzando en mi boca. El aroma de su piel inundó mis sentidos, dejando mi sed en última posición en mi lista de prioridades.
Fue un beso tan apasionado que quise más y me aferré al él como si mi vida dependiera de este momento. Sus manos subieron por mi espalda hasta mis hombros y lentamente acarició cada curva bajando por mis brazos y luego sus labios bajaron por mi cuello, besándome con dulzura y anhelo. Deslicé mis manos por su nuca, entrelacé mis dedos en su pelo sedoso y eché la cabeza hacia atrás para darle acceso a mi clavícula, cosa que comprendió y no tardó en pasar sus labios por ella.
Abrí los ojos mareada con el aroma de su piel. El aliento de Edward me acariciaba el cuello y su rostro estaba tan cerca que podía sentir los incipientes pelos de su barba rozándome la garganta.
— No sabes el miedo que sentí al ver la visión de Alice. Cuando desapareciste en el prado junto a Emmett… casi me vuelvo loco — me confesó apretándome más fuerte.
— Edward, no soy tan frágil como cuando era humana, debes deshacerte de una vez de tus viejas costumbres. Sé cuidarme, y no necesité de nadie para acabar con Laurent.
Noté que se tensaba. Apoyé mi rostro en su hombro y besé su piel.
— Debería haber previsto eso aquel día. Pero no estuve atento a sus pensamientos cuando me acorralaron, solo podía pensar en ti, en que…
— Shh, se acabó, deja de torturarte por eso, no hay nada de qué arrepentirse ¿me oyes? Nada en absoluto.
Mi voz salió firme y segura. Él seguía torturándose, mortificándose, por mi. Por no conseguir salvarme de James y por no estar presente ayer cuando Victoria y Laurent nos atacó en el prado. No sabía cómo explicarle que gracias a eso yo ahora era como él, y que todo pasó por alguna razón evidente, pero aun así él seguía sufriendo. Tenía que demostrarle de alguna manera lo positivo de todo esto.
— Bella, yo…
— Cállate, Edward —le ordené; no quería seguir escuchando sus lamentos sobre el pasado—. Déjame enseñarte el lado bueno de todo lo que pasó.
Diciendo esto, lo agarré por la cabeza y lo acerqué para darle un beso apasionado y profundo.
Él me lo devolvió con ferocidad, sintiendo mi estado de ánimo al instante. Todo mi cuerpo quería rendirse ante él. Sí, por favor, sí. Gritaba en pensamientos. Al oírlo emitir esos pequeños gruñidos de placer, provocó que el fuego se estimulara en mis pies. Pequeño al principio, nada de que asustarme. Escuché el romperse la tela de mi blusa, y no protesté para nada, al contrario. Edward volvió a apretar mis nalgas contra sus caderas y pude sentir como me deseaba él y eso me enloqueció.
No sabía en que estuvo pensando en estos cinco días de separación pero fuera lo que fuera, él mismo estaba rebasando los mismos límites que había forjado. Y a mí me gustaba mucho.
Edward capturó mis labios de nuevo y me besó plena y profundamente. Y su camisa no tardó en seguir el mismo camino que la mía, hecha jirones en el suelo.
Me levantó, sin abandonar mis labios, mientras me llevaba hasta el coche. De algún modo, se las arregló para acomodarme sobre el capó y tumbarse sobre mí sin dejar de besarme.
Y ¡uf!, me sentía arder con sus caricias. Con su aroma escandalosamente sensual. Con la sensación de su cuerpo tendido junto a mí. Comencé a temblar de pies a cabeza mientras él me separaba los muslos con las rodillas y se colocaba, aún vestido, sobre mí.
Sentir su peso era algo maravilloso. Su cuerpo duro y viril, mientras restregaba sus esbeltas caderas contra mí. Aun a través de los vaqueros, podía sentir su abultamiento presionando sobre mi entrepierna. Como si estuviéramos atraídos por un imán, mis caderas se alzaron acompasándose al movimiento de Edward. Gruñó en respuesta contra mis labios. Y eso me supo a gloria, cuando sentí que me iba a la derriba, bajo los besos de Edward y sus caricias, el fuego se entusiasmo peligrosamente en réplica a lo que sentía. Me congelé en el acto y sin contemplación por miedo a quemarlo me zafé de sus brazos y me alejé jadeando varios pasos.
— ¿Bella? — me llamó Edward con voz preocupada.
— Dame un minuto, por favor.
Todo mi cuerpo temblaba por el tremendo esfuerzo que me suponía mantenerme lejos de él, lo deseaba con tanta desesperación que mi cordura se desvanecía poco a poco. Y el fuego fue subiendo de grado tan rápido que no pude impedirlo. Me daban ganas de gritar por la agonía del deseo insatisfecho, era una tortura.
La luminosidad roja que emitió mi cuerpo alumbró hasta el coche. Gemí de la rabia y levanté la vista a ver a Edward apenada.
— Lo siento — murmuré.
Él me miró fija y lentamente, de arriba abajo. Vi como se levantaban las comisuras de sus labios pícaramente.
— No lo sientas, Bella, esta aun más hermosa así. Parece que estés ruborizada de pies a cabeza y eso me encanta.
Para mi sorpresa, lo vi mirarme con lujuria y leí un hambre feroz en sus ojos, hambre por mí. La expresión era tan hermosa, que tuve la impresión de que iba a derretirme ahí mismo. Y como si fuera poco mi garganta estalló en llamas, ansiaba su cuerpo pero tuve que obligarme a pensar coherente. Estaba sedienta, y en exceso.
Me di media vuelta para perder de vista su cuerpo de adonis, perfectamente acomodado en el capo. Olfateé de nuevo el aire y me dejé llevar por mi instinto de depredadora. Hambrienta, sedienta y casi famélica, me eché a correr en dirección al viento. Me llegaban diferentes olores y no tardé en rastrear un grupo de alces a unos cinco kilómetros.
Perdí toda noción del tiempo mientras cazaba. No paré hasta estar completamente saciada. Me aseguré de tener a buen recaudo el fuego. Ahora estaba completamente quieto y tranquilo alojado en las palmas de mis pies. Y así tenía que seguir. Mi pantalón estaba chamuscado y mi sostén, pues no corrió la misma suerte. Se desintegró, por lo cual de cintura para arriba estaba desnuda. Por pudor, eché mi pelo sobre mi pecho aunque que era ridículo ya que Edward ya me había visto.
Volví corriendo pero con menos prisa. Quería pensar en lo que había ocurrido. Primero me dormí en el avión, consecuencia de que Hadara se hubiera adueñado de mi mente otra vez. Segundo, el susto que les hice pasar a todos en el aeropuerto y sobre todo a Edward. Tercero, el cambio radical de comportamiento de él, no es que no me gustara, pero si era extraño. Pasó de estar enfurecido a estar deseando hacer lo que nunca quiso en la casa…. ¿Qué era lo que había cambiado? Pensé y descuarticé una a una todas las escenas en que le había rogado, seducido o casi suplicado de ir más lejos de simples besos y caricias castas. Y él siempre se había mantenido asquerosamente firme en su decisión hasta ahora. ¿Por qué? ¿Qué había cambiado?
Y casi pegué un grito de júbilo al comprender lo que tenía a mi alrededor y era tan obvio. Que estábamos absolutamente "solos". Sin nadie pululando a nuestro alrededor.
Me reí sonoramente.
— ¿Qué es tan gracioso? — preguntó Edward.
Caminé hasta él, que seguía tendido en el capo. Y le di una larga mirada. Estaba completamente relajado y sonriendo, tenía los brazos bajo la cabeza con el rostro ladeado hacia mí.
— Acabo de descubrir que me gusta mucho que estemos así de solos…
Y acompañando mis palabras hice un gesto con mi mano mostrándole todo y nada a la vez.
Edward sonrió ante mi mirada extraviada y hambrienta, pero esta vez era otro tipo de apetito. Estaba observando sus labios como si aún pudiese saborearlos. En ese momento, lo deseé más que nunca. Deseé poder arrancarle el pantalón vaquero, y a la vez tenderme sobre él y me relamí los labios al notar mis emociones alocarse otra vez.
Se acercó a mí levantándose silenciosamente, como un felino, y tomó mi rostro entre sus manos. Presionó sus labios con urgencia contra los míos. Y saboreé con deleite su beso. ¿Podría tener la esperanza de ir más lejos sin tener miedo a que mi don se activara? No lo sabía y me dolió lo que iba a hacer pero no tenía otra elección.
— Edward, para — le rogué en un murmullo.
Pero él no lo hizo, bajó su boca por mi cuello, acariciando con la lengua mi piel y yo creí que moría en ese momento. Antes de volver a perder la cabeza, puse mis manos en su torso y lo empujé suavemente. Edward levantó la cabeza para anclar su vista en mis ojos. El oro líquido estaba centellando en su mirada cargada de deseo. Y me estremecí con violencia.
— No vas a quemarme, Bella — me aseguró él.
Lo miré con duda.
— No estés tan seguro de mi, casi se me va de las manos antes.
— Sé que no lo harás.
Su certeza y su fe en mi me daban ganas de confiar en mí misma, pero no podía fiarme de mi don tan reactivo a mis emociones que me mostró antes. Negué con la cabeza, sitiándome frustrada.
— Tengo miedo, no quiero hacerte daño.
Él rió y depositó un beso en mi frente y me envolvió en sus brazos.
— ¿Qué voy a hacer contigo, eh? Eres tan testaruda. Tienes que confiar más en ti, amor.
— No veo cómo, cuando mi don se altera así. ¡Podrías acabar herido! Y no quiero eso, y menos que… ¡No, dios no!
— Bella, dime qué estas pensando, por favor.
Lo miré a los ojos.
— Combustión espontanea. Y a muy gran escala, ¡si estallo de placer y creó una gigantesca bola de fuego y arraso todo el bosque! Eso sería horrible… — dije con miedo.
Él rió más fuerte.
— Tienes una gran imaginación, nunca pasará eso y si pasara, te sumergiría bajo el agua antes de que estallaras en llamas…
Y ahí lo vi parpadear y sonreír. Levanté una ceja. Creo que me había perdido algo muy importante.
— Tenemos que irnos, va a amanecer. Tengo que hablar con Alice, me acabas de dar una gran idea.
Diciendo eso me arrastró al coche y sacó de una mochila una camisa suya. Me la puse y me senté en el lado del pasajero mirándolo y devanándome los sesos en intentar entender que idea le había dado yo sin ni siquiera darme cuenta.
Mientras conducía en dirección a Roma, seguía sonriendo y no dijo nada. Y yo me cabreé por eso. ¿Le gustaba hacerme sufrir así? Me crucé de brazos.
— ¿Vas a decirme ya que idea te di sin saberlo yo? — exigí saber.
Ladeó la cabeza a verme.
— No. Es una sorpresa.
— Odio las sorpresas — refunfuñé.
Con mucha ternura acarició mi rostro.
— Esta te va a gustar, ya verás. Pero antes debo prepararla y necesito ayuda de mis hermanos.
— Edward.
Gemí su nombre frustrada de no saber y el no soltó nada.
Me volví hacia la ventana y miré a lo lejos el cielo. Iba perdiendo su color oscuro poco a poco, el amanecer estaba cerca, podía sentirlo. Me quedé callada todo el camino hasta que llegamos al aparcamiento subterráneo de un hotel. Justo a tiempo de evitar los primeros rayos de sol.
En el ascensor me atrajo a él y acercó su boca a mi oído.
— Bella, sé que odias las sorpresas. No aguanto verte tan callada y no saber qué piensas. Eso me vuelve loco.
Besó el hueco debajo de mi oreja y no pude evitar el escalofrió de placer que recorrió y que él captó muy bien. No iba a seguir enfadada con él, no quería. Así que le sonreí de vuelta.
— ¿Quieres saber lo pienso? — él asintió —. Que en este momento me gustaría poder leerte la mente y descubrir que idea tuviste. Me da rabia el no saber.
Él soltó una pequeña carcajada.
— Así es como me siento contigo siempre, es muy frustrante.
— Y que lo digas — coincidí.
Cuando las puertas se abrieron me condujo hasta una habitación muy lujosa y con las ventanas cerradas para no dejar pasar los rayos del sol. Alice nos esperaba con una sonrisa cegadora en el rostro, Jasper estaba a su lado y pude sentir como tanteaba mis emociones discretamente asegurándose como siempre que estaba bajo control.
— ¡Hola! — chilló Alice arrojándose a mi cuello.
Luego se plantó delante de Edward y lo miró a los ojos. Estaban teniendo una conversación mental y seguramente hablaban mentalmente de mi sorpresa…
— Maravilloso y con esto no hay quien se enteré — dije sarcásticamente.
— Con el tiempo te acostumbraras — me respondió Jasper.
— Que sí, que saldrá bien, lo acabas de ver — replicó Alice alejándose de Edward.
Me crucé de brazos y los miré a los dos confabulando un plan con una ceja levantada.
— Tengan por seguro que me vengaré por lo que me están haciendo — lancé.
— Bella, no seas aguafiestas ¿quieres? No tienes nada de qué preocuparte. Bueno, a lo que vamos primero y por lo cual estamos aquí.
Entraron Emmett y Rosalie en la habitación en ese momento. Emmett miró sospechosamente mi camisa con una sonrisa acusadora en el rostro, y Edward le gruñó bajito en advertencia a algún comentario mental que le leyó. No quería ni imaginar lo que pensó. Alice chasqueó la lengua para llamar la atención.
— Bien, en la tarde el cielo se nublara y podremos salir. Iremos Edward, Bella, Jasper y yo al Vaticano. Emmett y Rosalie, actuarán como turistas y vigilarán al mismo tiempo los alrededores.
— Eso, dalo por hecho — replicó Emmett.
— Bella, hay una cámara secreta bajo el Vaticano. Ahí es donde entras tú en juego.
— ¿Una cámara secreta? ¿Y en que puedo ayudar yo?
Ella rodó los ojos.
— Verás, la descubrimos cuando estábamos investigando en la biblioteca, una de la cual ningún humano está autorizado a ver. No te haces idea de los secretos que se encierran ahí cuando descubrimos una puerta sellada y claro, entramos a ver. La verdad estaba bien camuflada…
— Alice, ve al grano — le pedí.
Me estaba poniendo nerviosa con tanta explicación.
— Perdón. Pues bien, detrás de esa puerta, al final de un pasillo muy largo, hay otra puerta.
— ¿Y? ¡Alice! —le regañé.
— Lo que Alice quiere decir, es que esta puerta está ardiendo y no podemos atravesarla.
Miré a Edward boquiabierta.
— Explíquenme eso que está ardiendo.
Y Edward me contó como alguien se estaba tomando muchas molestias para proteger algo y seguramente sabía del secretismo sobre los vampiros y por eso es que la puerta de hierro reforzada estaba a una temperatura tan caliente que ningún vampiro podría entrar.
Me quedé pensando en eso mientras repasábamos el plan para entrar al Vaticano sin ser vistos. Se encerraba en el, o mejor dicho, debajo de él, un secreto que solo mi don podía revelar. Algo que seguramente tendría que ver con Hadara y los Vulturis. Estaba impaciente por descubrirlo y en pocas horas lo haría.
¿Me iba a vigilar? Por qué, quise preguntarle, pero las palabras no salieron. Estaba tan cansado, tan débil. Me limité a escuchar y a sentir su presencia cerca de mí. De repente se puso a cantar y quedé maravillado de la melodiosa voz. Tan fina, tan hermosa y tan divina. Jamás en todos mis años había escuchado algo así. Su voz me meció y poco a poco fui cayendo de nuevo en la oscuridad, pero antes de perderme en la irrealidad, respiré algo delicioso. Su perfume. Olía a flores de azar y aguamiel.
Y mientras el humano se quedó dormido. Hadara lo miraba con duda. Lo había salvado de morir ahogado. Por primera vez, había quebrantado una ley sagrada. Había interferido en el destino de un humano. ¿Cómo podía no haberlo hecho? la emoción que sintió cuando él luchaba por su vida fue conmovedora. Sintió que él no tenía miedo a morir, sino a no haber hallado algo llamado… amor. Fue a eso a lo que se aferró el humano, y Hadara quería saber el por qué él no tuvo miedo a morir. El humano la inquietaba y también le fascinaba. Por primera vez en toda la eternidad sintió algo nuevo, algo que no sabía qué era. Se veía tan confundida que no sabía qué hacer. Y esperó, veló el sueño del humano con una paciencia infinita.
Inmediatamente sentí un líquido fresco caer por mis labios, entre abrí la boca y tragué el agua fresca y dulce con avidez. ¿Quién me daba de beber? ¿A quién pertenecía esa voz? Y ¿Cómo seguía vivo aún? Intentaba abrir los ojos, luchar contra la pesadez y el cansancio. Quería ver esa persona y darle las gracias.
Una voz resonó en mi cabeza, hermosa, suave, y celestial. Hice lo que me indicó y al tomar aire fue como si tragara cuchillos. Respiré varias veces y fue lo mismo. El tragar agua salada me había destrozado la garganta, pero también me indicó que seguía vivo. Estaba muerto de sed. Agua, necesitaba agua con urgencia.
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