Los rayos de sol matinales me despertaron. Podía sentirlos traspasar los cristales de las ventanas hasta llegar a calentar mi frágil cuerpo.
Me encontraba tumbada sobre la cama con las suaves sábanas envolviendo mi desnudez, pero aún no me apetecía abrir los ojos. Me dolía todo el cuerpo, y tenía como una especie de resaca, de esas de cuando llevas toda la noche bebiendo alcohol y a la mañana siguiente no te acuerdas prácticamente de nada. Mis músculos estaban todos agarrotados así que me moví levemente para estirarlos, topándome con otro cuerpo desnudo contiguo al mío.
Edward estaba durmiendo a mi lado, juraría que incluso muerto de lo inmóvil que estaba. Parece ser que me quedé más tiempo del calculado mirándole, observando cada una de sus relajadas facciones y su desordenado pelo que caía sobre la almohada. Aunque me costara, debía de reconocer que Edward era hermoso… muy hermoso, y ahora más que estaba quieto y tranquilo. Sentí el impulso de tocarle para convencerme de que realmente estaba ahí, de que lo tenía a unos centímetros de mi torpe persona, y así lo hice. Cogí una de las diminutas plumas que me rodeaban, que a decir verdad no sé cómo aparecieron allí, y le acaricié con una de ellas el rostro. Una maliciosa sonrisa asomó mis labios al ver que frunció el ceño en un gesto de disgusto. Repetí mi acción para molestarle de nuevo, pero en ese instante abrió los ojos de golpe y desapareció mi sonrisa.
-Deja de hacer eso ¿quieres?-dijo frío mientras me sujetaba la muñeca con la que tenía agarrada la pluma. Bruscamente se levantó de la cama y comenzó a vestirse.
Pude comprobar que aún seguía en las mismas condiciones que yo, pero sin embargo a él no le dio ninguna vergüenza mostrarme su magnífico cuerpo. Ruborizada, miré por la ventana hasta que él acabó su labor.
-Voy a cazar un par de leopardos, no tardaré mucho. Mientras, puedes ir preparándote el desayuno.-dijo sin mirarme para después salir por la puerta.
“¿Cazar leopardos? Creía que Edward había dejado a su familia justamente porque detestaba cazar sangre de animales, ¿y ahora va y dice que se va a cazar leopardos? Un momento… ¿cómo que hay leopardos en esta isla?”
Cuando me aseguré de que se había marchado, me levanté con la sábana envuelta aL cuerpo y fui directa al baño. Dejé la llave de la ducha abierta, esperando a que saliera agua caliente, y segundos después me metí. Las minúsculas gotas transparentes y cálidas se adherían a mi piel produciéndome un gran placer y relax. Cerré los ojos para disfrutar del momento mientras me enjabonaba. Cuando me dispuse a cerrar el grifo, una extraña sensación de dolor me azotó la muñeca derecha. Miré mi mano y entonces lo vi: una extraña marca con forma de mordedura decoraba mi pálida muñeca. Parecía reciente, pues aún la tenía colorada por la sangre. Seguí mirando mi cuerpo, a través del espejo del baño, mientras me lo secaba con una toalla. Mas moretones y arañazos me cubrían la piel, sobre todo el cuello, pero eran mucho más superficiales comparados con el de la muñeca.
De algo estaba segura: definitivamente, Edward no poseía control sobre sí mismo. Era obvio que él me había producido estas heridas, es más, lo extraño sería que no las tuviese. Después de todo, sabía que hacer el amor con un vampiro era un asunto peliagudo, pero al fin y al cabo no fue tan malo como pensé. Inmediatamente, me puse a recordar lo sucedido la noche anterior, de cómo sus labios, fríos y osados, se amoldaron perfectamente con los míos, y cómo sus manos recorrían de arriba abajo cada centímetro de mi cuerpo con dulzura, y la forma en la que llegamos al… Espera, ¿llegué al clímax? ¡No me acuerdo! Solo recuerdo hasta cuando me penetró con rudeza la primera vez.
“¡Por el amor de Dios, Bella! ¿Cómo no te vas a acordar de tu primer orgasmo?” me riñó esa vocecilla interna. Pues, no. No me acordaba. ¿Acaso podía existir alguien más patético que yo?
Con mi cabeza aún intentando recordar algo más, fui derecha al dormitorio para vestirme. Abrí la maleta, que anoche no tuve ocasión de desembalar, y saqué ropa limpia. Mientras me la ponía, seguí dándole vueltas a mi paranoia, pero fue en vano. Cuando terminé, me dispuse a deshacer las maletas rápidamente. Coloqué la ropa en la cómoda contigua a mi lado de la cama, puesto que sabía que Edward no me dejaría ubicarme en otra habitación. Al sacar la última camiseta para meterla en el cajón, vi algo en una esquina de la maleta que me llamó la atención. La caja de preservativos que me compró Alice antes de dejarme en el aeropuerto seguía intacta, con su envoltorio y todo. Me insulté con la mejor de las blasfemias en mi fuero interno.
¿Cómo podía haber sido tan despistada de no haber usado uno anoche? ¡Ni que nunca me hubieran informado de los métodos anticonceptivos que existen!
“Bueno, calma, a lo mejor los utilicé, pero como me quedé inconsciente en mitad del tema, por eso no me acuerdo. Ya, pero si hubiera sido así, al menos habría desembalado la caja, pero es que ni eso.”
¡Genial! ¿Y si ahora me había quedado embarazada? Aunque el término más adecuado sería: embarazada de un vampiro. Y de ser así, ¿qué clase de criatura crecería en mi interior?
Respiré hondo y alejé de mi mente esos pensamientos. Improvisé mi mejor cara de indiferencia, por si me encontraba a Edward en la planta de abajo, y bajé hasta la cocina. Di gracias a Dios porque él aún no había regresado y me preparé torpemente el desayuno, pues tiré la caja de cereales tres veces y me quemé con el cazo la mano, mientras intentaba buscar una solución a mi posible embarazo. Pero mis tareas fueron interrumpidas por la voz de mi asesino.
-Buenos días,-me dijo besándome el hombro por detrás-Perdona por haber sido tan arisco antes, pero es que no estoy acostumbrado a tenerte tan cerca durante tantas horas seguidas. Hueles mejor de lo que recordaba.-dijo en un gemido de placer. Me hizo girar hacia él para que lo mirase.-¿Bella…. Qué ocurre?
Intuí que no era tan buena actriz como pretendía, seguramente me lo haya visto en los ojos.
-Nada…-carraspeé, intentando quitarle importancia y rehuyendo su mirada.
-Cuéntamelo.-me cogió del mentón con suavidad.
-No, déjalo, en serio. Estoy bien.-mentí.
-De acuerdo.-se rindió.-Termina de desayunar, anda.-dijo paternal, sentándose en la mesa donde yo lo estaba haciendo (desayunar).
Volví a mi silla y continué, incómoda, con mi labor. Podía sentir los penetrantes ojos de Edward clavados en mí, pendientes de cada bocado de daba, de cada gesto imperceptible de mi cara.
-Me intimidas.-rompió el silencio que se había formado entre nosotros.
-Yo no intimido a nadie, mírame.
-Mirarte es lo que más me intimida. Pero por otro lado, soy incapaz de apartar la mirada.-suspiró, y cambió repentinamente de tema.-Por cierto, tenía pensado llevarte a la ciudad para que hicieras turismo y te compraras un nuevo teléfono móvil, ¿te gustaría?
Dijo lo último con miedo, como si temiera que yo rechazase su propuesta. No pude resistirme al brillo infantil e inocente que apareció en sus ojos topacio.
-Me encantaría.
Una risa de auténtica felicidad iluminó su rostro, contagiándomela a mí también.
-Subo a hacer la cama y, a por algo de dinero y en seguida nos vamos, ¿vale?
-Bella-me detuvo, cogiéndome de la mano-de la casa ya se encarga Wenda, una asistenta personal, y por el dinero no te preocupes. A fin de cuentas, yo te he traído aquí.
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Cruzamos en lancha el mar que nos separaba de la costa y cuando llegamos, anduvimos durante horas por las calles de Río de Janeiro. Fuimos a una tienda de aparatos electrónicos y me dejó escoger un nuevo teléfono móvil, como me prometió, y más tarde nos dedicamos a visitar la ciudad. Subimos a la colina del Corcovado para ver el Cristo Redentor, desde dónde obtuvimos unas vistas increíbles de la ciudad. Visitamos los Arcos de Lapa, varias iglesias y monasterios, y por último acabamos en una tienda de souvenirs.
Había de todo, desde gorras y camisetas con el típico mensaje de “I love Río de Janeiro” hasta postales con las mejores vistas de Brasil. Pero nada de eso llamó mi atención, hasta que de repente, mis ojos se centraron en una estantería repleta de libros. La mayoría de ellos eran guías turísticas, pero también había alguna que otra novela de bolsillo, entre las cuales descubría la de “Jane Eyre” de la escritora inglesa Charlotte Bronte. Había oído que era todo un best-seller, pero nunca me atreví a leerlo.
-Jane Eyre…-suspiró Edward en mi oído.-¿Te gusta la literatura inglesa de finales del siglo XVII?
-Digamos que ADORO la literatura clásica en general.
-Estoy de acuerdo; creo que es la mejor de todos los tiempos.
-Ya, pero de todas maneras no tengo dinero y además es muy caro. ¡Bah! Da igual.
-Entonces…-dijo buscando algo en su cartera-Me lo compraré para mí.-me guiñó el ojo.
Sacó definitivamente un billete, me quitó el libro de las manos y se fue a la caja para pagarlo.
No podía ser cierto lo que estaban viendo mis ojos. Por primera vez en ocho años, alguien se preocupaba por lo yo realmente quería. Y he de reconocer que ese alguien era lo que más me asombraba.
Por la tarde estuvimos en un cabo de la playa, alejados de la multitud de bañistas, mientras contemplábamos la puesta de sol. Edward me había regalado el libro que compró y desde entonces no había despegado mis ojos de la lectura. Estaba tan absorbida por el libro, que no me daba cuenta de que llevaba ignorando a Edward durante horas, y parece que eso le estaba pasando factura.
-Bella.-me apeló serio.-Bella.
No hice ningún ademán de prestarle la más mínima atención, es más, el sonido de su voz llamándome era como una dulce melodía de fondo. Pero mi burbuja estalló cuando noté que Edward me arrancaba el libro de las manos, enfadado. Me quedé estática y le miré de reojo, pues tenía miedo de que me desintegrase si lo miraba directamente a los ojos. Le escuché suspirar cansino, y después sentí sus labios tocar mi oreja mientras me rodeaba con sus brazos con ternura.
-No vuelvas a ignorarme, Bella.-dijo contra mi clavícula. Pero más que una orden, me pareció una súplica.
-Lo siento.-contesté con suavidad.-No me he fijado en la vista tan increíble que tenemos.
-El crepúsculo; la hora más hermosa pero también la más difícil en cierto modo... El final de otro día, el regreso de la noche…
-Me gusta la noche,-repliqué-sin ella no podríamos ver las estrellas.
Le oí esbozar una sonrisa contra mi cabeza, y segundos después me giró para mirarle.
-Mi pequeña y dulce humana…-dijo antes de unir sus labios con los míos.
No podía seguir enfadada con él después del día de hoy. “Y pensar que llevaba toda la tarde perdiéndome esto.”
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Cuando regresamos a isla Esmee, noté que Edward me cogió en volandas hasta subir al dormitorio, y una vez allí, comenzó a desnudarme con delicadeza hasta dejarme en ropa interior. Pensé que tenía intenciones de volver a acostarse conmigo, pero fue todo un caballero y me dejó descansar mientras se acurrucaba a mi lado.
“¿Quién sabe? Tal vez podría acostumbrarme a esto”
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