Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32268
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 9: Mujer fatal.

Edward salió por la puerta trasera de la quinta tienda de moda que visitaba esa mañana y emergió a la Octava Avenida lleno de frustración y de impaciencia.

Había pasado más de una semana desde la detención de Garrett, pero las drogas seguían entrando en el distrito de la moda. El equipo especial al que habían sido asignados Edward y su compañero había hecho todo lo posible para atajar el problema, pero Edward llevaba toda la mañana sin dar pie con bola.

Aunque, en realidad, llevaba así desde que salió del piso de Bella, hacía ya cinco días.

Maldición.

Bella prácticamente había afirmado que solo había salido con él porque era poli, porque identificaba su trabajo con la aventura. ¿Acaso no sabía él que no quería volver a recorrer aquel camino?

Sin embargo, era él quien se sentía como un canalla por no haberla llamado el día después de su... noche. Lo cierto era que pensaba mucho en ella. Y, mientras caminaba hacia el sur, esperando encontrarse a Jasper, se preguntaba si Bella habría pensado en él. Él había pensado en ella sin parar. Su primer error fue llevarse a casa la copia del vídeo de Bella. Había intentando convencerse de que solo quería guardarlo en un lugar seguro, donde nadie pudiera verlo. Pero, al día siguiente, las ganas de volver a verlo se apoderaron de él. Durante dos días, había conseguido refrenarse. Pero la cinta de vídeo ejercía sobre él un atractivo semejante al que ejercía Bella, tentándolo más allá de los límites de lo razonable, de los límites de la moral. Cuando por fin cedió a su deseo obsesivo de verlo otra vez, se quedó completamente absorto contemplando el show de Bella, recreándose en cada detalle de su progresiva desnudez, extasiado por el modo en que se despojaba de sus ropas para ofrecerse al espectador. Y las imágenes que había memorizado parecían reproducirse una y otra vez en su cabeza.

Tenía que admitirlo. Bella Swan se estaba convirtiendo en una fijación.

Se dio la vuelta y vio que Jasper salía de otra tienda de ropa.

-No me digas que ya estás soñando despierto otra vez, Cullen -dijo Jasper, frunciendo el ceño- Ni siquiera recuerdas dónde teníamos que encontrarnos, ¿verdad?

Teniendo a Bella metida en la cabeza, ¿qué hombre con sangre en las venas podría pensar en otra cosa?

-Tengo que atrapar a los malos, Hall. No puedo pasarme todo el día esperándote -Edward estiró los hombros y se subió las solapas de la chaqueta-. ¿Tu crees que Terminator esperaría a Colombo?

Jasper echó a andar a su lado, en dirección al sur del distrito de la moda.

-Si tuviera un poco de cerebro, lo haría. ¿Tu abuelo nunca te contó el cuento de la tortuga y la liebre?

-Solo un millón de veces. Pero mi abuelo pensaba más bien que los buenos siempre llegan los primeros. ¿Has averiguado algo, Colombo?

Jasper señaló hacia la calle Treinta y seis.

-Vamos por ahí.

Edward se preparó para hacer una visita al taller de Charlie Swan. El piso de Bella. Pero ¿acaso le importaba? Estaba concentrado en la investigación, no en lo mal que había reaccionado aquella mañana, en su casa. Seguramente exageró.

Había querido llamar al menos para saludarla, para disculparse por su brusca despedida. Al día siguiente había enviado flores, pero seguía sin saber qué decirle sobre lo que había pasado entre ellos.

Jasper se sacó un trozo de papel del bolsillo del pantalón.

-James Rainey -volvió a guardarse el papel en el bolsillo-. Ese es el nombre del tipo que ha sustituido a Gallagher como proveedor de telas del último diseñador al que he visitado. ¿Por qué no nos pasamos por donde Swan, a ver si lo conocen? Puede que ese tal James se haya hecho cargo de las importaciones de Garrett.

¿Y volver a ver a Bella? No era que no pudiese mantener un interrogatorio de rutina con la mujer más turbadora de Manhattan, pero de golpe se le ocurrían diversas alternativas.

-¿Por qué no les pasamos su nombre a los de aduanas, a ver qué sacamos en claro? -sacó el teléfono móvil para llamar inmediatamente.

Y no porque quisiera evitar la turbadora tentación de Miss Alta Sociedad.

Jasper le quitó el teléfono de la mano.

-¿Qué te pasa, Cullen? ¿Te da miedo encontrarte con la princesa del hampa?

Edward apretó los dientes. Las reglas entre polis no eran muy diferentes a las de un patio de colegio, y no podía permitir que sus compañeros lo llamaran «gallina».

-Bella Swan no es precisamente fea. ¿Por qué iba a importarme verla? -Edward le quitó el teléfono-. Pero, dado que soy una liebre, no me gusta especialmente perder el tiempo. Será más rápido comprobar qué hay en los archivos sobre él.

-Estás muerto de miedo -Jasper sacudió la cabeza-. ¿Qué pasó el día que saliste con ella? ¿Te amenazó con lanzarte a su padre?

-¿Es que crees que Terminator no puede en frentarse con la mafia? -dijo Edward, marcando un número-. ¿Cómo se llama ese tío de las telas?

-James Rainey.

Doblaron la esquina de la calle mientras Edward le daba la información que tenían a un agente de aduanas que formaba parte de su equipo especial. Cuando colgó, Jasper lo miró con expectación.

-¿Nada?

-No puede respondernos hasta las cinco. Está en la calle -Edward sabía lo que eso significaba, aun que no le gustara.

-Bueno, entonces, ya que estamos aquí, podemos pasarnos a hablar con Swan o con su hija -Jasper le tiró del brazo-. No te preocupes, Romeo, yo hablaré.

-Te estás pasando, Hall.

Edward sintió una punzada de alegría al pensar que iba a ver a Bella otra vez, y eso era precisamente lo que esperaba poder evitar. Maldición.

Antes de que pudiera enzarzarse en una discusión con Jasper, un agente de uniforme salió de una cafetería, distrayéndolos un momento. Mientras Jasper charlaba con el policía, Edward respiró hondo para calmarse y pensar con claridad. Cuando Jasper acabó, retomó la conversación exactamente donde la habían dejado.

-Solo intento averiguar por qué aquel día en el aparcamiento apenas podías quitarle las manos de encima y por qué desde el día que saliste con ella pareces un alma en pena. ¿Qué es lo que pasa?

-Nada. Entre Bella Swan y yo no pasa nada.

Y así seguiría siendo.

Evidentemente; ella había pasado un buen rato y la próxima vez que buscara aventuras, seguramente se buscaría otro poli que se lo hiciera pasar en grande.

Aquella idea le encogió las entrañas. ¿Qué le estaba pasando?

Pensándolo bien, estaba dispuesto a sacrificarse si Bella volvía a mostrar interés por él, aunque fuera solo por curiosidad. No le apetecía que otro viera lo que él había visto aquella noche.

Jasper lanzó un suspiro.

-Bueno, está bien. No pasa nada. Pero espero que no lo estropearas con ella y que esté dispuesta a testificar. Ya sabes que tu ascenso depende de que Garrett sea condenado, no de su detención. Cualquier guardia de tráfico puede hacer una detención. Pero solo los polis que saben investigar, y que cuentan con testigos dispuestos a coopera, consiguen que se condene a los delincuentes.

Edward se pasó una mano por la frente cuando llegaron al estudio de Swan. No era que aquel asunto lo hiciese sudar. Es que hacía calor para estar en mayo.

Tenía que admitir que Jasper tenía razón. Necesitaba la cooperación de Bella y sería mejor no contrariarla.

Normalmente, le resultaba fácil hacer de poli bueno, mientras que Jasper hacía de malo, solo era cuestión de desplegar su encanto. Pero tenía la sensación de que ese día iba a ser difícil hacer su papel, pues no conseguía olvidarse de la maravillosa noche pasada con Bella.

Sea como fuere, Garrett debía ser condenado. ¿Y si Bella estaba enfadada porque no la había llamado? ¿Se negaría a testificar solo por despecho? Seguramente, si testificaba, lo haría contra los deseos de su padre. Y, tal vez, no teniendo razones para complacer a Edward, se mostraría dispuesta a seguir las órdenes de Charlie Swan.

Edward se rascó la cabeza con la vana esperanza de estimular su cerebro. Había estado pensando con la bragueta y, había que ser estúpido, también con el corazón. Pero ahora tenía que ponerse serio. Tenía que cumplir con su trabajo y se aseguraría de que Bella compareciera en el juicio, aunque tuviera que arrastrarse ante ella para conseguirlo.

No había querido hacerle daño. Sencillamente, no había sabido qué decir cuando descubrió que solo había salido con él para divertirse.

¿Por qué había esperado que quisiera de él algo más?

Edward asintió, mirando a su compañero.

-Vamos a entrar. Hablaré yo. Tú limítate a hacer lo que mejor se te da.

Jasper sonrió.

-¿Mantener la boca cerrada y poner cara de pocos amigos?

-Pero no te pases, Colombo.

Edward abrió la puerta y entró en el estudio de Charlie Swan.

Podía afrontar aquella situación. Lástima que, al ver a Bella arrodillada en la parte delantera de la tienda, inclinada hacia el interior del escaparate, empezara a sentirse menos como Terminator y más como Scooby Doo.

Su trasero se contoneaba seductoramente, dejando a Edward la boca seca, la sangre hirviendo, y, el corazón latiendo a ritmo de tango. El recuerdo del vídeo lo asaltó, su forma de moverse sobre la pasarela, vestida de seda rosa, sus andares de mujer fatal medio desnuda...

.

.

Bella oyó la campanilla de la puerta, pero no conseguía meter un zapato en el pie de plástico del maniquí. ¿Por qué les hacían las extremidades tan pequeñas a los maniquíes? Ninguna mujer real podría andar por ahí sin caerse con unos pies tan pequeños.

Bella sabía que la dependienta se encargaría del cliente que acababa de entrar. Mientras tanto, ella ajustaría el zapato de la talla treinta y ocho en el pie del maniquí, aunque tuviera que sujetárselo con chinchetas.

Al menos, estaba decidida a hacerlo hasta que oyó que un hombre se aclaraba la garganta detrás de ella.

Un sonido bastante inocuo, ¿no?

Quien se acababa de aclarar la garganta a su espalda podía ser cualquiera, pero la súbita punzada de emoción que la atravesó la convenció enseguida de que el recién llegado no era cualquiera. No. La aceleración de su sangre la convenció de que el recién llegado era alguien en particular.

-Hola, Bella -la voz seductora de Edward Cullen evocaba largos y lentos encuentros amorosos y arrebatadores revolcones matutinos aunque estuviera hablando del tiempo.

Tal vez por eso Bella parecía despedir vapor cada que se le acercaba.

Pero debía recordar que Edward no estaba interesado en ella a largo plazo más de lo que ella estaba interesada en él. En realidad, Edward parecía haber visto a través de su glamuroso caparazón, descubriendo su verdadero yo y al hacerlo, había salido huyendo a toda prisa. Así que Bella decidió comportarse como una princesa de hielo a toda costa, por muy encantador que se mostrara el detective.

Se apartó de mala gana del escaparate y se puso en pie.

-Hola, detective.

Entonces vio a un hombre alto y malencarado detrás de Edward. La cicatriz de su cara, su expresión airada, le hicieron preguntarse si Edward había metido a su último detenido en su tienda.

-Este es mi compañero, el detective Jasper Hall -señaló con el pulgar a aquel hombre, que parecía uno de los amigos de su padre, más que un policía de Nueva York.

-Encantada de conocerlo -Bella le tendió la mano educadamente.

-Lo mismo digo -el detective Hall se la es trechó y luego señaló hacia el fondo de la tienda-. ¿Le importa que eche un vistazo mientras... hablan?

-En absoluto.

Aunque, ahora que estaba a punto de quedarse a solas con Edward, y teniendo en cuenta la peculiar velocidad que había tomado su corazón, Bella hubiera preferido que el detective con cara de criminal se quedara donde estaba.

Estaba viendo como el alto compañero de Edward se agachaba para esquivar los brazos de un maniquí y se ponía a mirar los vestidos a medio acabar, cuando Edward la agarró del brazo y la obligó a prestarle atención. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo, desbaratando al instante su pose de princesa de hielo.

-Siento no haberte llamado en toda la semana. Ella se puso muy tiesa, recordando por qué quería mostrarse gélida.

-Gracias por las flores. Con eso fue suficiente. Le había mandado fresias y otras flores sil vestres que ella no reconoció, lo cual le pareció, por cierto, más considerado que enviarle rosas. Pero cuando comprendió que Edward no pensaba llamarla, empezó a ver las flores como una forma de aplacar su mala conciencia, en vez de como un gesto de afecto.

Él se removió, inquieto, y se pasó nerviosamente la mano por el pelo, desordenandoselo aún más, un gesto que repetía mucho.

-Me gustaría algo más que suficiente para ti, Bella.

Se sorprendió de sus propias palabras, tanto como Bella al oírlas.

-Pues lo disimulas muy bien.

Miró al compañero de Edward, que estaba intentando averiguar cómo colocar uno de los maniquíes que había en el suelo. Giraba cuidadosamente la cabeza de la muñeca hacia la derecha y luego hacia la izquierda.

Bella miró de nuevo a Edward, y no pudo evitar decir lo que pensaba.

-Y perdóname, pero me resulta difícil de creer que hayas venido para hablar de lo que pasó entre nosotros acompañado de esa especie de rottweiler para que meta sus narices en el negocio de mi padre -señaló con el brazo hacia la tienda-. Adelante, Edward. No necesitas mi permiso para registrar el local.

Edward le bajó el brazo.

-No es esa mi intención.

.

.

Vio que ella entornaba los ojos y se preparó para otro reproche. Había entrado en la tienda asumiendo un recibimiento frío, pero no aquella expresión de dolor que ahora descubría en sus ojos. ¿Serían otros los motivos que la habían impulsado a salir con él?

Bella cruzó los brazos sobre el pecho como si quisiera protegerse, pero lo único que consiguió fue mostrarse más provocativa aún, al realzar sus rotundos pechos. La chaqueta de hilo que llevaba se amoldaba a sus curvas, enfatizándolas, de modo que a Edward se le bajó de pronto toda la sangre hacia el sur.

-¿Y cuál es exactamente tu intención, Edward?

Confesar su precisa intención en ese momento, no le parecía a Edward lo más oportuno. El suspiro de impaciencia de Bella lo sacó de sus tórridos pensamientos.

-He venido a hacerte una pregunta relacionada con la investigación, Bella -antes de que ella pudiera decirle que se largara, Edward le acarició leve mente el hombro, incapaz de resistirse al deseo de tocarla-. La semana pasada lo eché todo a perder, y lo sé. Todo ocurrió tan deprisa que en realidad no estaba preparado para afrontarlo. La noche que pasamos juntos me dejó completamente descolocado, Bella. Supongo que necesitaba alejarme de ti unos días para aclarar mis ideas -ella pareció sopesar su explicación, como si dudara de su sinceridad. Y lo más curioso de todo era que las palabras que acababan de salir de su boca tenían más sentido para él que todo lo que había pensado durante esa semana-. Quiero decir que lo de la otra noche fue fantástico. Tendrás que admitirlo -ella lo miró con escepticismo, alzando una ceja-. No es que quiera atribuirme todo el mérito -Edward miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los oía-.Tú estuviste increíble.

Ella se puso colorada.

-Pues, al parecer, no te importó -dijo por fin, con voz crispada-, porque de todos modos por la mañana decidiste dejarme con dos palmos de narices y te largaste sin siquiera mirar atrás.

-Al menos, te hice el desayuno. Ella esbozó una sonrisa burlona.

-Menudo desayuno: tortitas de harina integral.

-Me da la impresión de que no eres una fanática de la comida dietética.

-La harina integral debió de comprarla Alice.

-La próxima vez, saldré a comprar fresas y chocolate.

-Es evidente que no habrá una próxima vez, pero quizá tu siguiente conquista aprecie tu gesto -se apartó de él y regresó junto al escaparate-. Ahora, si me perdonas, tengo trabajo que hacer.

Edward se quedó parado sin saber qué hacer y de pronto, comprendió que el nudo que sentía en el es tómago no tenía nada que ver con la investigación, ni con el testimonio de Bella. Deseaba que esta le diera otra oportunidad. Necesitaba pasar otra noche con ella para llegar a conocerla tal y como era.

-¿Puedo verte esta semana?

Iba a decirle que se largara. Se le notaba en la cara. Pero, de pronto, la puerta del taller se abrió. Mientras la campanilla tintineaba sin parar, un hombre alto, vestido con una camiseta negra y unos pantalones perfectamente planchados se quedó parado en la entrada.

-¡Bonjour! -gritó, abriendo los brazos de par en par como si esperara que todos se abalanzaran corriendo hacia él y, por extraño que pareciera, eso fue lo que ocurrió.

Bella se apresuró a saludar al recién llegado con un beso en la mejilla, y la dependienta, menos íntima, besó el aire al otro lado de su cara. Una tercera mujer que llevaba unas diminutas gafas de montura plateada entró sigilosamente tras el recién llegado con una cartera de cuero bajo el brazo. Ignoró a los que se besaban, colocó cuidadosamente la cartera bajo el mostrador y empezó a revolver los papeles que había sobre este.

-Buenos días, papá -musitó Bella, quitando un hilillo de su hombro.

¿Aquel era su padre?

Edward había visto fotos de Charlie Swan, pero en ellas aparecía un señor de aspecto distinguido y cabello castaño que no se parecía nada a aquel hombre tan escandaloso que se movía por el estudio como un gallo en su gallinero, o quizá como un artista en su buhardilla. Alzando la voz, empezó a contar una anécdota que le había sucedido esa misma mañana, moviendo las manos de tal modo que el vasito de café que sostenía en una de ellas se agitaba de un lado a otro, amenazando con derramarse con cada movimiento de su brazo. La mujer que había entrado detrás de Charlie Swan cortó varios trozos de papel de un rollo que había frente al mostrador como si ya lo hubiera visto en acción otras veces.

-Veo que tenemos invitados -sonrió ampliamente a Edward y a Jasper al acabar de contar su anécdota-. Sean bienvenidos, amigos -Edward inclinó levemente la cabeza-. ¿Qué desean, caballeros? -Charlie Swan miró atentamente la ropa de Edward, deteniéndose en la de todo lo que pueda gustarle a un hombre elegante.

Edward se preguntó si acaso estaba sugiriendo que para tipos como él y como su compañero no tenía absolutamente nada, pero prefirió morderse la lengua.

-No, gracias. Solo hemos venidos a hacer un par de preguntas.

Swan pareció levemente desconcertado. Pero, en lugar de mirar a sus invitados, miró a su hija con el ceño fruncido.

-¿Bella?

Edward sintió una punzada de rabia. Y más aún cuando Bella se apresuró a responder.

-Son detectives de la policía de Nueva York, papá -dijo ella suavemente-. Creo que están aquí por el arresto de Garrett Gallagher.

-Una pena, lo de Garrett -comentó su padre. Edward sintió que la presencia de Jasper se deslizaba por el estudio como la sombra impresionante que era. Jasper apenas hablaba cuando iban juntos a alguna parte, pero asumía su papel de tipo duro con facilidad y, Edward estaba seguro, también con placer.

-En realidad, para el departamento de policía de Nueva York es una gran satisfacción tener a Garrett entre rejas -dijo Edward mientras Jasper se colocaba sigilosamente a su espalda-. Quisiéramos saber si alguna persona se ha ofrecido esta semana a proporcionales telas en lugar de Garrett. Swan clavó los ojos en Jasper.

-No, aquí no se ha presentado nadie aún. -Bella se inclinó ligeramente hacia delante, apoyando una mano sobre el brazo de su padre.

-Debes de haberlo olvidado, papá. Un hombre nos dejó su tarjeta ayer.

Swan dejó su café sobre el mostrador con brusquedad, derramando el líquido encima de los papeles de la mujer de las gafas.

-¿De parte de quién estás, Bella? La semana pasada detienen a tu novio y ahora quieren encerrar a todos los proveedores de telas de la ciudad. ¿Y tú quieres ayudarlos?

Bella torció el gesto, enfadada, pero su voz sonó tan suave y tranquilizadora como momentos antes.

-Garrett era un delincuente, papá. Y es posible que otros delincuentes ocupen su lugar. Nosotros no queremos tener nada que ver con ellos.

Swan volvió a tomar el café, sin reparar en la mujer que se afanaba a su alrededor armada con trozos de papel, limpiando las salpicaduras.

-Yo solo hago negocios con personas respetables -Swan miró airado a Edward, como si de pronto su radar paterno hubiera captado que entre su hija y el detective pasaba algo.

Imposible, por otra parte, sin que Bella se lo hubiera contado.

Edward tragó saliva. Swan no lo asustaba lo más mínimo, pero no podía evitar sentirse responsable de la forma en que había tratado a Bella. Esta suspiró.

-Por supuesto que Garrett era respetable. Gracias a que utilizaba tu negocio como tapadera, podía introducir ilegalmente drogas en la ciudad y hacerse de oro.

-Al menos, sabía vestir -Swan sonrió como un niño caprichoso-. Cariño, ¿te importaría traerme mi cuaderno de bocetos para que pueda ponerme a trabajar? Esta mañana, mientras estaba en la cafetería, se me han ocurrido unas ideas fantásticas. Tengo que ponerlas sobre papel antes de que se me olviden. Y sin prestar más atención a sus interlocutores, el diseñador entró en la trastienda con el vaso de café vacío, y cantando a pleno pulmón. Bella hizo una seña con la cabeza a la dependienta, que salió corriendo detrás de Swan, con un cuaderno en las manos.

-Lo siento -le dijo a Edward esbozando una tensa sonrisa-. Mi padre vive en un mundo creativo que no siempre coincide con el real. El hombre que nos ofreció sus servicios ayer se llamaba Jaime. No, James -asintió-. James Rainey.

Jasper sacó su teléfono móvil y empezó a marcar un número antes de que Bella acabara de hablar. Edward aprovechó la ocasión para pasarle un brazo por encima de los hombros. Quería tocarla, aunque fuera solo un momento.

-Gracias, Bella. Te agradezco que me ayudes con este caso.

Ella se apartó bruscamente, pero su fragancia penetró en el cerebro de Edward, encendiendo sus sentidos con el recuerdo de la noche que habían pasado juntos.

-A pesar de la actitud de mi padre, te aseguro que no tenemos nada que ocultar y que estamos en cantados de ayudar en lo que podamos.

-¿Significa eso que aún estás dispuesta a declarar contra Garrett?

Ella resopló para apartarse un mechón de pelo de la cara.

-Por supuesto que sí. Te lo prometí, ¿no?

Sí, pero Edward había preferido creer que era tan frívola como otras mujeres que había conocido. Como la mujer de las gafas seguía observándolos atentamente desde detrás del mostrador, Edward se limitó a acariciarle levemente la mejilla.

-Gracias, Bella.

Edward sabía que el tacto de su piel fresca y el olor de su pelo suave lo atormentarían durante todo el día. Y estaba deseando que así fuera.

Pero más aún deseaba encontrar un modo de ganarse su confianza y sus favores otra vez.

Ella se puso muy tiesa, pero Edward notó que sus mejillas se sonrojaban y su respiración se hacía un poco más agitada.

Oh, sí. Tenía que corregir aquel error. Y también corregiría el error de haber hecho una copia del vídeo de Bella, aunque solo después del juicio de Garrett, cuando pudiera confesárselo a ella y entregarle la cinta. Pero, de momento, solo deseaba verla a solas, vestida de seda y encaje y con aquellas altísimos tacones suyos...

Edward se preparó para pasar un día más absorto en el recuerdo turbador de Bella Swan. Solo esperaba que los fuegos artificiales que chisporro teaban entre ellos no le estallaran en la cara.

 


Parece que es el turno de que Edward se arrrastre... que les parece... que sufra un poquito¿? jejejeje. nos leemos mañana guapisimas. besotes.

Capítulo 8: Noche de Pasión, mañana de despedidas. Capítulo 10: Una Cita más .

 
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