Aqui teneis otro k es muyyyyyyyyyyy interesante disfrutarlo. bss
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Bella y la condesa compartieron el almuerzo en la terraza, rodeadas de flores que despedían un aroma dulzón. Rehusando el vino que le ofrecía optó, en cambio, por una taza de café ignorando la expresión inquisitiva de su abuela.
"Supongo que esto me convierte definitivamente en una filistea", dedujo, reprimiendo una sonrisa mientras disfrutaba del espeso líquido negro y también de la sopa de mariscos.
-Confío que te haya agradado el paseo -dijo la condesa después de haber intercambiado ambas los inevitables comentarios acerca del tiempo y la comida.
-Para mi enorme asombro, madame -admitió Bella-, disfruté muchísimo. Ojalá hubiera aprendido antes. Su paisaje bretón es magnífico.
-Edward se siente justificadamente orgulloso de su tierra -afirmó la condesa al tiempo que estudiaba el vino blanco que reposaba en su copa-. Lo ama del mismo modo que un hombre ama a una mujer, con la misma pasión intensa. Y aunque la tierra es eterna, todo hombre necesita una esposa. La tierra es una amante muy fría.
Bella alzó las cejas ante el comentario absolutamente franco de su abuela y el súbito abandono de toda formalidad. Sus hombros se encogieron ligeramente en un típico ademán.
-Estoy segura que Edward no tiene ningún problema a la hora de procurarse amantes más cálidas.
"Probablemente, él hace chasquear los dedos y docenas de mujeres caen rendidas a sus pies", añadió silenciosamente, y estuvo a punto de dar un brinco ante la intensidad de los celos que sentía en ese momento.
-Naturellement -convino la condesa y un brillo divertido iluminó sus grandes ojos azules-. ¿Cómo podía ser de otra manera? -Bella asimiló este comentario con expresión severa y la anciana alzó su copa de vino-. Pero, después de cierto tiempo, los hombres como Edward necesitan estabilidad y no variedad. Ah, pero él es muy parecido a su abuelo.
Bella miró a la condesa y vio la expresión arrobada que transformaba su anguloso rostro-. Estos hombres de Massen son todos unos salvajes, dominantes y arrogantemente masculinos. Las mujeres que reciben su amor tienen la bendición del cielo y del infierno. -Los ojos azules volvieron a posarse en los marrones y la anciana sonrió-. Sus mujeres deben ser fuertes o terminarán pisoteadas, y también deberán ser lo bastante astutas para saber cuándo deben mostrarse débiles. Bella había estado escuchando las palabras de su abuela como si se encontrara bajo el efecto de un encantamiento. Se sacudió y apartó el plato de gambas que ya no le inspiraba ningún apetito.
-Madame -comenzó a decir, decidida a dejar bien clara su posición-, no tengo ninguna intención de entrar en la competición por el actual conde de Massen. Según mi modesta opinión somos tan afines como el agua y el aceite.-Pero, de pronto, recordó la sensación de sus labios contra los suyos, la urgente presión de su cuerpo musculoso y sintió un estremecimiento. Alzando los ojos en dirección a su abuela, Bella meneó la cabeza con obstinada determinación-. No -dijo.
Y no se detuvo a razonar si le estaba hablando a su corazón o a la anciana que estaba frente a ella; simplemente, se puso en pie y corrió hacia el interior del castillo. La luna llena dominaba el cielo colmado de estrellas y sus rayos de plata se filtraban a través de las altas ventanas mientras Bella permanecía despierta, sintiéndose desolada, dolorida y disgustada. Si bien se había retirado temprano a sus habitaciones, pretextando un ficticio dolor de cabeza para alejarse del hombre que nublaba sus sentidos, el sueño se había negado a acudir a ella. Y ahora, pocas horas después de haber conseguido dormirse, el sueño había huido. Dando vueltas en la enorme cama gimoteó en voz alta ante la revolución que sentía dentro del cuerpo.
"Estoy pagando las consecuencias de la pequeña aventura de esta mañana.» Dio un respingo y se sentó lanzando un profundo suspiro. "Tal vez necesite otro baño caliente -decidió con una débil esperanza-. El Señor sabe que el agua caliente no podrá ponerme más tensa de lo que ya estoy."
Se deslizó fuera de la cama y tanto sus hombros como sus piernas protestaron violentamente. Ignorando la bata que yacía a los pies de la cama, se dirigió hacia el cuarto de baño contiguo a través de la habitación débil mente iluminada y se golpeó la espinilla contra una elegante silla estilo Luis XVI. Lanzó una maldición, dividida entre la ira y el dolor. Sin dejar de murmurar se frotó la pierna, volvió a poner la silla en su lugar y se apoyó en ella.
-¿Qué? -exclamó con rudeza cuando alguien llamó a su puerta.
La puerta se abrió y Edward, vestido in formalmente con una bata de seda azul, la observó burlonamente.
-¿Se ha hecho daño, Bella? No era necesario ver su expresión para saber que la situación le resultaba sumamente divertida.
-Sólo me he roto una pierna -replicó ella-. Por favor, no se preocupe tanto por mí.
-¿Puedo preguntarle por qué anda a tientas en la oscuridad? Edward se apoyó en el marco de la puerta, tranquilo. y confiado, y en total dominio de la situación y su arrogancia fueron el catalizador que el genio mercurial de Bella necesitaba en ese momento.
-Le diré por qué andaba a tientas en la oscuridad, ¡bruto relamido y pagado de sí mismo! -comenzó a decir Bella en un susurro furioso-. ¡Pensaba meterme en la bañera para librarme del padecimiento físico que usted me hizo sufrir hoy!
-¿Yo? -preguntó él con aire inocente. Sus ojos vagaron sobre su figura delgada y dorada bajo la tenue luz de la luna, las piernas largas y perfectamente formadas y su piel de puro alabastro se exponía a la mirada de Edward debido a la brevedad de su delicado camisón.
Bella estaba demasiado furiosa para percatarse de su ropa interior o de la admiración que despertaba en él, y tampoco era consciente de la luz de la luna que se filtraba a través de la transparencia de la tela y que sombreaba maravillosamente la sinuosidad de su cuerpo esbelto.
-¡Sí, usted! -le espetó ella-. Fue usted quien me obligó a montar esa yegua esta mañana. ¿no? Y ahora tengo todos los músculos hechos polvo. -Profiriendo un gruñido, se frotó la región lumbar con la palma de la mano-. Es probable que nunca vuelva a caminar correctamente.
-Ah.
-Oh, cuánto significado en una sola sílaba. -Ella le miró haciendo lo imposible por mantener una postura digna-¿Podría volver a hacerlo?
-Mi pobre pequeña -musitó él con exagerada compasión-. Me siento desolado. Edward se irguió y echó a andar hacia ella. Entonces Bella recordó súbitamente que apenas estaba cubierta por una delicada tela transparente y abrió los ojos con expresión azorada.
-Edward, yo... -comenzó a decir mientras los manos del conde se deslizaban ya por sus hombros desnudos, y las palabras murieron en un ahogado suspiro cuando los dedos expertos comenzaron a masajearle la zona dolorida.
-Ha descubierto nuevos músculos, ¿verdad? No se han mostrado demasiado complacientes, me temo. La próxima vez no será tan difícil. -Edward la condujo hasta la cama y la obligó sentarse haciendo presión sobre sus hombros. Bella no se resistió, disfrutando de los firmes movimientos que masajeaban los hombros y el cuello.
Sentándose detrás de ella, Edward prolongó el masaje a lo largo de la espalda y el dolor desapareció como por arte de Magia. Bella volvió a suspirar, moviéndose inconscientemente contra él.
-Tiene unas manos maravillosas -susurró ella mientras un dichoso letargo comenzaba a invadirla al tiempo que el dolor desaparecía y era reemplazado por una sensación cálida y placentera-. Dedos fuertes y hermosos; en cualquier momento empezaré a ronronear. Bella no supo cuándo se produjo la transición, cuándo el suave relajamiento se transformó en un lento incendio en su estómago y el masaje de Edward en una insistente caricia, pero alzó la cabeza sintiendo una oleada de calor
. -Ya está mejor, mucho mejor -balbuceó y trató de incorporarse. Las manos de Edward volaron hacia su cintura y la inmovilizaron mientras sus labios buscaban la zona vulnerable de su nuca con un beso ligero como una pluma. Bella se estremeció y luego dio un respingo como si fuese una liebre asustada, pero antes de que consiguiera escapar Edward la hizo girar y unió sus labios a los de ella con un beso ardiente que acalló todas las protestas.
La lucha terminó antes de convertirse en una realidad, la leña se hizo llama y sus brazos rodearon el cuello de Edward mientras sentía su cuerpo aplastado contra el colchón. Su boca parecía devorarla, firme y segura, y sus manos seguían las curvas de su cuerpo como si le hubiese hecho el amor innumerables veces. Con febril impaciencia, Edward hizo pasar la delgada tela por encima de los hombros de Bella, buscando y encontrando la suavidad satinada de sus pechos.
El contacto de sus dedos cálidos despertó en ella una tempestad de deseo y comenzó a moverse debajo de él. Las demandas de Edward se volvieron más urgentes y sus manos más insistentes mientras se deslizaban con un murmullo de sedas y sus labios abandonaban la boca de Bella para asaltar su cuello con insaciable voracidad.
-Edward -gimió ella, sabiéndose incapaz da combatir contra él y también contra su propia debilidad-. Edward, por favor, no puedo luchar contigo aquí. Nunca podría derrotarte.
-No luches, ma bella -susurró él en su cuello.-. Y los dos venceremos.
Su boca ardiente volvió a posarse sobre la de ella, suave y anhelante, haciendo que el deseo obrara aún más fuerza y comenzara a ascender desmesuradamente. Los labios de Edward exploraron lentamente su rostro acariciando los hoyuelos de sus mejillas, estimulando la vulnerabilidad de sus labios entreabiertos antes de dedicarse a otras conquistas. Una mano cubrió su pecho izquierdo con un gesto de perezosa posesión, los dedos trazaron el curvo perfil, demorándose en una cálida caricia sobre el turgente pezón hasta que un dolor apagado y persistente le extendió por todo el cuerpo.
El dolor, dulce y enervante, la hizo gemir de placer y sus manos comenzaron a recorrer los músculos de la espalda de Edward como si deseara acentuar el poder que ejercía sobre ella. La morosa exploración de Edward volvió a hacerse imperiosa como si la sumisión de Bella hubiera exacerbado locamente la pasión que embargaba sus cuerpos palpitantes. Las manos recorrían la piel suave y la boca era un animal salvaje que se abatía sobre los labios de Bella, los dientes que habían mordisqueado con suavidad el labio superior fueron reemplazados por una boca que enloquecía sus sentido y exigía algo más que sumisión, exigía la mismo pasión. La mano abandonó el encendido seno y se deslizó por el costado de su cuerpo, deteniéndose brevemente en la cadera antes de seguir su camino, reclamando la piel suave y fresca de sus muslos, y la respiración de Bella se convirtió en una sucesión de suspiros cuando él recorrió su cuello con los labios hasta hundirlos entre su pechos.
Un último relámpago de lucidez le confirmó que se encontraba al borde de un precipicio y que un sólo paso más la precipitaría en un vacío infinito.
-Edward, por favor. -Bella comenzó a temblar, aunque estaba prácticamente sofocada por el incendio que sentía dentro del cuerpo-. Por favor, me asustas, y siento miedo de mí. Y nunca..., nunca he estado con un hombre.
Él detuvo sus caricias y el silencio se hizo espeso cuando alzó el rostro para mirarla. Astillas de luna dormían sobre el oscuro cabello de Bella, desmadejado encima de la almohada blanca, y sus ojos estaban nublados por el temor y la pasión recién nacida.
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