El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61019
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

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Capítulo 8: Crónicas del angel gris

PARTE III: EDWARD

.

El segundo llamado de Alice fue una advertencia bastante clara. Yo sabía, por el tono de voz, cuándo mi hermana bromeaba y cuándo era en serio. Y esta vez, su advertencia de quemar mi automóvil favorito fue completamente en serio.

Debo haber batido algún tipo de récord vampírico de velocidad en el trecho que corrí hasta casa. Llegué al garage justo a tiempo, en el último segundo en realidad. Alice estaba de pie junto a mi amado Aston Martin, con un encendedor/mechero cerca de la lona que cubría el automóvil en la mano derecha y un cronómetro en la izquierda.

El viento que produjo mi llegada apagó la llama del encendedor/mechero. Mi Aston Martin viviría (metafóricamente). Aunque si las miradas matasen, yo tendría que haberme caído muerto ahí mismo, y Alice hubiese sido juzgada por asesinato.

La miré fijamente, y de inmediato sus visiones llenaron mi mente: Bella y yo en su casa, en la cocina… un hombre moreno, en silla de ruedas, fulminándonos con la mirada… un muchacho joven señalándonos con horror… el rostro del padre de Bella, pálido, gritándole al otro hombre, que devolvía insulto por insulto… Bella rodeándose el torso con los brazos, con una expresión dolida en el rostro… yo a su lado, rodeando su cintura con un brazo…

Fue entonces que decidí que no podías estar ahí cuando ellos llegaran

, me informó Alice mentalmente, y una nueva serie de imágenes inundó mi cabeza: yo salía corriendo por la puerta trasera de la casa de Bella… El hombre paralítico y el muchacho en la puerta de la casa, sonriendo amablemente… Bella y el chico conversando en la cocina… Bella y el chico otra vez, ahora riendo, junto a la Chevy… Bella, su padre y el muchacho sentados en el sofá, riendo y bromeando, con el hombre inválido en la silla de ruedas cerca de allí, pálido y vigilante, pero sin gritar… Bella y su padre despidiendo con sonrisas y apretones de mano a sus visitantes…

-¿Quiénes son ellos? –le pregunté de inmediato.

-Alguien que viene a visitar a Charlie Swan. Aparentemente este hombre sabe lo que es Bella, aunque no sé cómo… -dudó Alice.

Había visto algo levemente familiar en los rasgos de este hombre moreno, y por fin comprendí qué era: se parecía vagamente al jefe quiluete con el que Carlisle había firmado aquel tratado de paz hacía tanto tiempo. Por una cuestión obvia de la naturaleza humana, el jefe de aquel entonces no seguía con vida, ése debía ser su hijo… no, su nieto. Era raro pensar que el nieto de aquel joven con el que Carlisle había firmado el dichoso Tratado era un hombre mayor, un poco excedido de peso y hemipléjico. El muchacho junto a él debía ser su hijo, se parecían bastante.

-El Tratado… -murmuré, cayendo en la cuenta. ¡Demonios! De toda la gente que podía ir a visitar al jefe de policía, tenía que ir justo uno de los pocos humanos que podía reconocer lo que Bella era.

-¿Qué tiene que ver el tratado…?

-Este hombre tiene que ser un descendiente del… cacique, o líder, como quieras llamarlo, con el que Carlisle acordó el tratado que nos impide entrar al territorio quiluete –le expliqué, recordando que Alice y Jasper aún no formaban parte de la familia la primera vez que vivimos en Forks-. Él conoce nuestro secreto, y por lo tanto el de Bella.

-Sin duda. Por su cara, diría que está perfectamente al tanto… Mejor entonces para Bella que cuando se encuentren sea en un terreno favorable a ella –meditó Alice, antes de clavarme los ojos-. Tienes que decirle a Bella del Tratado. Eso sí que no puede esperar.

-Alice… -empecé, pero ella me detuvo con un rápido gesto de la mano. Tenía la misma expresión vacía y algo atontada que aparecía en su rostro cuando escrutaba el futuro, y aguardé expectante que la visión diese inicio.

Fue una de las visiones de Alice que se podrían considerar 'normales' o 'promedio', como solían ser cuando ella atisbaba por propia voluntad el futuro de alguien: Bella junto al chico quiluete, conversando en la cocina. Bella riendo. Bella sacando una lasaña del horno y sirviendo tres porciones, con el muchacho a su lado.

No veo que lo ataque, eso me deja más tranquila. Temía que fuese a desencadenar un desastre… Bella no suele acercarse tanto a los humanos, pero estoy segura que podría verlo si ella fuese a atacar al muchacho.

Yo asentí lentamente. Entramos a casa; Alice todavía vigilaba el futuro inmediato de Bella, pero no se veía nada extraordinario. El chico ni siquiera parecía sospechar que ella no fuese humana. Parecía bastante impresionado por ella, como todos los humanos varones. Gruñí. Sabía que no tenía ningún derecho, pero me sentí celoso al saber que Bella estaba pasando tiempo con él y no conmigo.

-Supera esos celos, Edward –me murmuró Jasper con una mueca, sin quitar la mirada de uno de los ocho tableros de ajedrez unidos frente a él.

Jasper y Emmett habían inventado un complicado sistema en el que jugaban con ocho tableros yuxtapuestos, y por supuesto un sistema de reglas más complejo y una serie de movimientos que no existían en el ajedrez convencional. Por ejemplo, sus reglas contemplaban un enroque excepcional mediante el cual acababan con dos reyes del mismo color en un mismo tablero, pero esta asimetría se podía dar sólo cuando un peón llegaba a la última línea del extremo opuesto del tablero y coronaba, convirtiéndose en dama. Simplificando: el de ellos era un juego que sólo alguien con infinito tiempo por delante podía tomarse la molestia, no sólo de jugar, sino incluso de inventar, porque llegaba a extremos ridículamente complejos.

Intenté relajarme y pensar en otra cosa, pero era obvio que Emmett no iba a dejar pasar la oportunidad de fastidiarme. Un alfil negro se puso de cabeza en el tablero y empezó a girar sobre sí mismo antes de dar una voltereta en el aire y aterrizar a dos casilleros de distancia.

-¿Otra vez pensando en Bella? –me preguntó Emmett, innecesariamente desde luego, y con una enorme sonrisa burlona. Toda mi familia sabía que mis celos giraban en torno a Bella.

-En tu lugar, me preocuparía más por el alfil bailarín –le respondí con un gruñido.

Acababa de atisbar en la mente de Jasper una plan que le quitaría a Emmett un alfil, un caballo y si se descuidaba también una torre.

-¡Rayos! –Emmett regresó la atención al juego; Jasper me fulminó con la mirada.

Muchas gracias, eso sí que es muy maduro de tu parte.

Me encogí de hombros. Alice solía ayudarle a su marido, alguien tenía que darle una pequeña ayuda a Emmett de vez en cuando.

-Hablando de Bella, ¿cómo es que no estás en su casa, comiéndotela con los ojos? –me preguntó Rosalie, incisiva. Estaba haciendo un veloz zapping, cambiando veinte canales por segundo, como solía hacer cuando estaba enojada o disgustada.

Esa simplona. No sé qué le ve. Como si nunca antes hubiese visto una chica vampiresa…

La mente de Rosalie echaba humo, como cada vez que pensaba en Bella. Igual que cuando la semana pasada se tocó el tema de Bella, Rosalie otra vez se enfureció tanto que el control remoto estalló en llamas.

Estábamos relativamente acostumbrados a que sus arranques de mal humor se pagaran incendiando algo que tuviese cerca, de modo que nadie le prestó mucha atención. Un carácter explosivo y el don de hacer salir fuego de la nada no son una buena combinación, pero Rosalie era así. Alice debía haberlo previsto, porque ya estaba ahí con un vaso de agua que vació sobre el control remoto antes que Rose tuviese tiempo de tirarlo al piso y estropear la alfombra.

Preferí encogerme de hombros otra vez antes que dar largas explicaciones, decidido a no prestarle atención a la viperina lengua mental de Rosalie. Pero claro, Alice no podía quedarse callada.

-Bella y su padre tienen visitas –anunció Alice. Los demás centraron su atención en ella-. Dos hombres quiluetes han ido a visitar a su padre, y el mayor de ellos adivinará lo que ella es en cuanto la vea.

-¿Y no sería mejor que Edward esté ahí para vigilar que Bella no convierta a los amigos de su padre en un bocadillo? –preguntó Jasper, desconfiado. Tomó el caballo que estaba a su izquierda y avanzó.

Si llega a atacarlos… en plena ciudad, y dentro de la casa, será complicado simular un accidente. Los Vulturi sospecharán dentro de nada si esto sigue así. Y si su padre se da cuenta de algo… matarlo no es una opción, pero convertirlo, tampoco…

Intenté no oír los razonamientos de Jasper. Podía ser tan frío, tan estratégico… Alice ya le estaba respondiendo, por lo que me centré en sus palabras.

-No, vi que las cosas sólo se ponían peor si él estaba ahí. El mayor de los dos la identificará en cuanto la vea –aclaró Alice-. Bella no los atacará, estoy segura.

A juzgar por sus pensamientos, los demás no estuvieron muy seguros, y reconozco que yo tampoco. Todos sabíamos lo subjetivas que podían ser las visiones de Alice. El futuro no está tallado en piedra, todo puede cambiar en un instante. Si Bella se descuidaba un segundo, ni siquiera necesitaba tomar una decisión, sus instintos lo harían por ella.

-A todo esto, ¿Bella sabe sobre el Tratado? ¿Sabe que no debe ir a La Push? –preguntó Emmett, mirándome con sospecha. Un peón negro bailó un zapateo americano antes de adelantarse una casilla.

-¿Sabe que los quiluetes pueden identificarla sin problemas como vampiresa? –pinchó Rosalie.

-¿Le hablaste sobre nuestra dieta? –inquirió Jasper, entornando los ojos-. ¿Ella está al menos considerándolo como opción?

-¿Podemos hablarle por fin nosotros también, o tu plan sigue siendo acapararla? –indagó Alice, implacable.

Miré en torno, un poco a la defensiva. Todas las miradas estaban clavadas en mí, y las expresiones faciales de mi familia delataban mayormente impaciencia y fastidio, tanto o más que sus pensamientos. No era la primera vez que, con ligeras variantes, manteníamos esa conversación.

-Chicos, por favor, no discutan… -Esme acababa de llegar, e intentaba poner paños fríos a la discusión en puertas-. Oh, Edward, ¿cómo es que estás aquí? –preguntó, genuinamente sorprendida.

Creí que estaría con Bella. Pasa todas las tardes que puede con ella… es dulce verlo enamorado, nunca lo había visto tan feliz. ¡Es tan tierno! ¿Qué pasa hoy? ¿No se habrán peleado…?

Alice la puso al tanto de las visitas que recibirían los Swan, mientras yo intentaba no oír los pensamientos de Esme; me avergonzaba demasiado oír que ella consideraba que yo era "dulce", y ni hablar ya de "tierno". Esme se sumó al bando de mis hermanos, cómo no. Yo me había sentado ante el piano, aunque no tenía verdaderas ganas de tocar nada y sólo practicaba escalas sin mucho entusiasmo.

-Edward, entiendo que Bella está ocupada hoy –comenzó Esme, y me tensé al ver en su mente lo que iba a decir a continuación antes de que lo verbalizara-. Pero, ¿crees que querrá venir mañana a conocernos? Papá tiene libre el día de mañana, sería una gran oportunidad de que Bella conozca a toda la familia.

-Yo no sé… -empecé, pero Jasper me interrumpió.

-No puedes seguir postergándolo –dijo, esforzándose en no gruñir-. Ya no tienes la excusa que tienes que ganarte su confianza, que no quieres asustarla.

-Bella necesita una amiga, y sé que vamos a ser íntimas –insistió Alice, enrostrándome una de sus visiones, en la que ella y Bella aparecían abrazadas, riendo juntas.

-Vamos, hermano, no es como si fuésemos a morderla –observó Emmett, riendo él solo de su chiste-. La invitas cortésmente, no es tan difícil.

-No se trata de que sea difícil –bufé, quitando las manos del piano. Estaba tan tenso que si seguía tocando, era capaz de romperlo por accidente-. Sólo que ella no está cómoda en presencia de un grupo grande de otros vampiros.

-Ya discutimos eso –me recordó Esme suavemente, y todos los presentes recorrieron en sus mentes algunas de las muchas discusiones que habíamos mantenido al respecto-. Y creo recordar que estuvimos de acuerdo que te ganarías su confianza, de un modo correcto y caballeroso, para invitarla a venir y poder hablar aquí con ella, sin temer ser molestados ni tener que bajar la voz, sobre su condición, su dieta y las reglas de nuestro mundo. ¿Verdad?

Asentí de mala gana. Sí, eso era lo que habíamos dicho, y más de una vez.

-Entonces, ¿por qué Bella no puede venir? –insistió Esme.

-Creo que no hace falta que te recuerde que cuanto más tiempo permanezca ignorante de las reglas, más se está exponiendo y nos está exponiendo a nosotros a descubrir nuestro secreto, y por lo tanto a una visita de cortesía de los Vulturi –señaló Rosalie con acritud, pero suficientemente tranquila como para no quemar nada. Tampoco era la primera vez que yo oía ese reproche-. No tengo intenciones de acabar en la hoguera por culpa de una neófita descontrolada.

-Bella está teniendo muchísimo cuidado, hasta ahora nadie sospecha nada anormal –la defendí.

-Bueno, lo del decapitado de Seattle fue muy normal, sí señor –asintió Emmett burlonamente, recordando las noticias.

-Nadie sospecha de un vampiro –insistí, notando que los pensamientos a mi alrededor estaban mucho más de acuerdo con Emmett que conmigo.

-¿Queremos que lleguen a sospechar, acaso? –bufó Alice, irritada.

-Hay otro detalle que no conviene que olvides –me dijo Jasper tras enviar una ola de calma por todo el salón mientras Alice hablaba. Retrocedió una casilla a uno de sus alfiles antes de seguir hablando-. Cuanto más tiempo se alimente Bella de humanos, más difícil le será resistirse después. Mira a Carlisle, no me negarás que tiene mucho que ver con su autocontrol el que nunca haya bebido sangre humana para alimentarse. Y mírame a mí, hace décadas que lo dejé y me sigue costando horrores resistirme. ¿Quieres que Bella pase por esto?

Era una maldita pregunta retórica, porque desde luego yo no quería que Bella sufriera lo que Jasper, y él y toda la familia lo sabía perfectamente. Negué lentamente con la cabeza, sintiéndome más y más derrotado, como cada vez que se tocaba el tema. Tenían razón, claro que tenían razón con cada cosa que decían, pero… pero…

-Edward, nadie de nosotros quiere lastimar a Bella –me dijo Esme suavemente, poniendo sus manos en mis hombros-. Queremos protegerla. Queremos ayudarle, estar a su lado, acompañarla. Lleva muy poco tiempo siendo vampiresa, y sin duda hay muchas cosas que no sabe y con las que necesita ayuda. Está sola, probablemente estará confundida y asustada. Necesita que se la comprenda y ayude, y es mejor si nos tiene a todos, Edward. Nadie quiere apartarla de tu lado, por favor, no creas eso. Todos queremos ayudarle.

-Sabemos que estás loco por ella –exclamó Rosalie, rodando los ojos-. No hace falta ser Jasper para notarlo –el aludido sonrió sin malicia, Rosalie siguió-. No te preocupes, nadie va a robarte a tu novia, solterón.

-Rose –la reprendió Esme, en tono serio.

-Oh, vamos, ¿no estarás temiendo que a ella le guste uno de nosotros? –quiso saber Emmett, muerto de risa ante la perspectiva-. No te preocupes, a mi Rose no la cambio ni por mil Bellas –desdeñó con gesto de la mano, al tiempo de la dama negra empezaba a brincar descontroladamente en su casillero antes de moverse dos sitios hacia adelante-. Las prefiero rubias.

-¿Rubias? ¿En plural? –ladró Rosalie, enojada. Emmett estuvo a su lado en una fracción de segundo. Jasper hizo una mueca, las emociones de Rose y Emmett debían estar por las nubes.

-Sólo a una rubia, la más hermosa de todas –aclaró Emmett antes de besarla como si quisiera intercambiar aparatos digestivos. Aparté la vista, esos dos besándose era demasiado.

Alice, a todo esto, había saltado al regazo de Jasper, quien rodeaba su cintura con un brazo. Los dos me observaban con enorme atención.

-No creo que sea eso lo que temes, pero hay algo que te atormenta –murmuró Jasper, serio. A penas pude oírlo por encima del ruido de besuqueo de Rosalie y Emmett-. Tus emociones son una montaña rusa por estos días, y muchas veces aparecen la culpa y el remordimiento.

-Hijo, ¿qué es lo que te pasa? –preguntó Esme, preocupada.

-Nada, mamá –murmuré-. Nada…

Esme se inclinó frente a mí, tomó mi rostro entre sus manos y me miró fijamente a los ojos. Intenté alejarme sin ser grosero, pero ella me sujetó con más fuerza y no pude evitar que una serie de recuerdos pasaran velozmente por mi cabeza.

Yo estaba con Bella, en la cocina de su casa; era esa misma tarde. Ella preparaba una lasaña para su padre, hablábamos sobre cocinar, y yo estuve a punto de hablarle de la alimentación de mi familia, pero estaba tan cómodo y a gusto con ella que lo postergué para otro momento…

Estábamos en el volvo, era la semana pasada. Bella me hablaba de sus padres, sobre las veces que su madre la había llevado con su padre a pasar las vacaciones de verano, sobre cómo se sentía cuando se la pasaban de manos como si fuese una responsabilidad, o al menos ésa era la impresión que se llevaba en esos momentos. Yo dudé si decirle o no sobre mis padres, si hablarle de mi familia, pero cuando Bella dejó de hablar preferí preguntarle sobre su padrastro…

Bella y yo caminábamos por un pasillo de la escuela, cómodamente juntos. Yo notaba gracias a mi don que Alice estaba a dos pasillos de distancia y con intenciones de abordar a Bella y hablarle, por lo que preferí alejarme con Bella para que mi hermana no tuviese oportunidad de acercarse…

-Sinceramente no te entiendo, Edward –admitió Esme, soltando mi rostro y dejando de ejercer su don sobre mí-. ¿Por qué no quieres que nos acerquemos? ¿Por qué no le hablas de nosotros? ¿Te avergonzamos de alguna manera…?

Parpadeé, incómodo. Cuando Esme se ponía a ver mis recuerdos siempre me quedaba la sensación de que alguien había desordenado mi cabeza. Me tomaba un momento reordenar mi mente, con los recuerdos demasiado presentes por un momento, hasta que conseguía volver a enviarlos al pasado, al recuerdo.

-Yo… no creí que fuese el momento indicado –dije, pronunciando una verdad a medias.

Yo quería pasar más tiempo con Bella, conocerla más, conocer sus gustos, preferencias, opiniones… pero quería estar yo solo con ella, no quería compartirla con nadie. Compartirla metafóricamente, claro, Bella no era un objeto y yo nunca pensaba ella como algo mi propiedad. Sabía, racionalmente, que cuanto antes conociera a mi familia, supiera las reglas, y en lo posible adoptara la dieta 'vegetariana', tanto mejor para ella. Claro que lo sabía.

Pero… yo era tan egoísta. No quería llevarla ya con mi familia. La quería para mí solo. No era altruismo, de querer asegurarme que ella confiara por completo en mí antes de llevarla con mi familia, era puro egoísmo. No temía que a Bella le fuese a gustar uno de mis hermanos, ni que nadie de ellos la lastimara, ni nada, creyera lo que creyese Emmett.

Esme había visto una serie de mis recuerdos asociados a la culpa de no decirle todo lo que habíamos acordado en casa que yo le diría. Es que cuando estaba con ella me sentía tan bien, tan vivo, tan… humano como no me había sentido en casi un siglo, y no quería estropear el momento. Siempre encontraba una excusa para mí, siempre el momento no era el adecuado, siempre lo dejaba para el otro día. Un día más no haría la diferencia tampoco. Y así, día tras día.

Sonreí con amargura. Yo no tenía remedio: cuando estaba con Bella no quería decirle por miedo a romper la magia del momento, y cuando no estaba, me carcomía la culpa por no haberle dicho. Era masoquista, en serio. Jasper tenía razón, mis sentimientos eran una montaña rusa por esos días. Además de la alegría y la culpa estaban los celos por todos esos humanos, el temor de que ella no me amara a mí, mi ansiedad de verla a todas horas, el terror de que algo malo le pasara…

-¿Y cuándo será el momento adecuado? ¿Cuándo los Vulturis estén llamando a la puerta? –espetó Alice, enojada, trayéndome de regreso al presente-. ¿Cuándo Bella se almuerce a su padre? ¿Cuándo ataque a alguien en clase, delante de decenas de testigos? ¡Si en verdad la amas, estarías protegiéndola, no apartándola de quienes le podemos ayudar…! ¡Jazz, no intentes calmarme! –le gruñó a Jasper, que había enviado otra vez calma y paz por toda la habitación.

-Edward, no pretendemos presionarte –comenzó Esme, cuidadosa.

-Pero si no le dices pronto a Bella, iremos nosotros a hablar con ella –completó Alice, serena y sin intenciones agresivas, pero también completamente segura de que lo haría.

-Cálmate, nadie va a forzar a Bella a nada, no olvides que es físicamente más fuerte que cualquiera de nosotros –me recordó Jasper, adivinando el por qué de mi nerviosismo. Tras mirar el tablero número cinco por un segundo, se decidió por el enroque largo.

-Aunque seamos más, no vamos a aprovecharnos de esa ventaja –aclaró Emmett, honesto. Un peón empezó a menearse y sacudirse en una especie de extraño baile.

-¡Emmett, estamos jugando al ajedrez! –bufó Jasper, irritado-. ¿Podrías dejar eso para otro momento?

Emmett suspiró decepcionado, pero el peón detuvo su baile y se desplazó normalmente hacia la casilla delantera, o con toda la normalidad posible considerando en hecho que ninguna mano lo estaba moviendo.

El que justo un vampiro con un sentido del humor tan peculiar e inoportuno como Emmett fuese bendecido con el don de la telekinesia no dejaba de ser molesto a veces. Después de setenta años de esta existencia, Emmett todavía no se aburría de hacer bailar los cubiertos, formar bolas de nieve sin usar las manos, levitar macetas para que parecieran caer desde los balcones sobre la cabeza de paseantes descuidados (aunque esquivaban las cabezas en último momento), y ese tipo de cosas.

-No queremos pelear, pero vamos a aferrarte entre los cuatro, uno de cada brazo y cada pierna –advirtió Rosalie, señalando a Emmett, Alice, Jasper y a sí misma-, mientras Esme y Carlisle va a hablar con Bella, si no tomas cartas en el asunto antes que acabe esta semana –concluyó, amenazante.

Oí en las mentes de los demás que no sólo estaban de acuerdo, sino que les parecía una gran idea. Emmett particularmente estaba encantado.

Antes que acabe esta semana

, repitió Rosalie en su cabeza, lenta y claramente, sabiendo que yo la oiría. Estábamos a miércoles por la tarde. Antes del lunes tendría que haberle hablado a Bella, o arriesgarme a que mi familia se entrometiera.

Como para no sentirme presionado, diga lo que diga Esme.

.

Después de eso preferí irme a mi habitación a escuchar música. Jasper y Emmett seguían jugando ajedrez en el piso inferior, Esme calculaba mentalmente la escala perfecta para el plano de una casa de fin de semana en la costa. Alice y Jasper cumplían un nuevo aniversario de casados en once meses, y Esme suponía que, siendo Jasper del sur, un poco de calor y sol de vez en cuando le gustaría. El problema era construir una casa en un lugar soleado pero apartado, donde nadie pudiese ver a Alice y Jasper tomando sol y brillando como piezas de joyería.

Rosalie estaba en el garage reparando el jeep de Emmett. No sé en qué pensaba mi hermano esa noche que se le dio por probar a qué velocidad podía ir a campo traviesa en una línea lo más recta posible, pero el pobre jeep regresó convertido en un monumento a la lucha entre la máquina y la naturaleza: cubierto de restos de plantas, con barro hasta dentro del motor, completamente empapado, la carrocería repleta de arañazos y abolladuras, los faros destrozados, el parachoques convertido en un trozo de metal retorcido, el parabrisas hecho astillas, el motor apenas funcionando. Y Emmett sentado al volante, con una sonrisa de feroz alegría, anunciando a cuantos quisieran oírlo que la velocidad máxima a la que se llegaba era 258 km/h.

Rosalie había despotricado y protestado, se había negado a reparar nada, había hecho que Emmett le rogara de rodillas que arreglara el jeep, cuando todo ese tiempo ardió en ganas de ponerle las manos encima al vehículo y reformarlo. Ahora Rose estaba instalándole un nuevo motor, más potente aún del que tenía antes de la loca carrera.

Sacudí la cabeza, aguantándome una sonrisa. Rose estaba lo suficientemente enamorada de Emmett como para no sólo reconstruirle el jeep pieza por pieza si hiciera falta sino además darle un incentivo para que volviese a hacer locuras.

Eché un vistazo casual a la mente de Alice y me congelé, absorto y furioso. Estaba en la computadora de la sala, pero no dirigiendo el diseño del nuevo guardarropas de Rose, como supuse, sino buscando en Internet noticias de muertes producidas por shock hemorrágico en los alrededores de Forks durante el último mes. Es decir, rastreando a las posibles víctimas de Bella.

Me detuve, tenso. Mi primera reacción fue ir volando al piso interior y destrozar la computadora, pero eso no serviría para detener a Alice, y yo lo sabía bien.

Idiota enamorado

, rió Alice mentalmente en el piso inferior. Había visto fugazmente mi intención de destrozar la máquina, y casi enseguida mi decisión de no hacerlo.

Entiendo que quieras protegerla, pero protégela de sí misma, le estarías haciendo un favor mucho mayor en ese caso que si sigues apartándola de nuestro lado.

De pronto una idea pasó por la cabeza de Alice, que cerró la ventana en la que estaba trabajando y volvió a buscador principal. Escribió varias palabras y dio enter. La página tardó unos segundos en cargarse, segundos que aproveché para salir de mi habitación y plantarme al lado de Alice. Cuando apareció el listado de coincidencias, los dos esperábamos tensos y expectantes, con la mirada fija en la pantalla.

-¿Qué les pasa? –preguntó Jasper, confundido, dejando de prestar atención al juego. Debía haber captado la ansiedad emanando de nosotros dos-. ¿Malas noticias?

-No exactamente… o mejor dicho, todavía no –respondió Alice en un murmullo bajo-. Veremos en un minuto.

Al instante siguiente Jasper estaba a la derecha de Alice, preocupado. Ella hizo clic en la primera página del listado de coincidencias, que se abrió rápidamente. Era la edición digital de un diario de Phoenix, con fecha del cinco de enero del corriente año. Leí el título con morboso interés:

ENCUENTRAN MUERTO A UN INDIGENTE ATACADO A MORDISCOS

La noticia hablaba sobre un hombre que vivía en la calle, y que había aparecido muerto, con marcas de dientes en el cuello, que curiosamente coincidían con las de un ser humano. Según la hipótesis, este hombre podría haber atacado a una mujer que lo mordió para liberarse. La muerte se había producido por shock hemorrágico, es decir, había muerto desangrado, pese a que no era hemofílico ni se había hallado sangre en el lugar de su muerte.

Solté el aliento que no era consciente de estar conteniendo mientras Alice abría otra noticia, con fecha del nueve de enero, que hablaba de un empresario que había sido arrollado por un automóvil cuando sorpresivamente cayó en medio de una autopista. La primera hipótesis había sido el suicidio, hasta que se comprobó que ya estaba muerto cuando fue atropellado, con lo que se conjeturó que alguien lo había arrojado a la autopista para encubrir el asesinato. Otra vez, la víctima había muerto desangrada.

Alice, con el rostro pétreo, abrió otra noticia más. Ésta databa del diez de enero, y refería el hallazgo del cadáver de una mujer de la que se sabía que ejercía la prostitución. Llevaba sin vida varios días cuando se la encontró, en la terraza de un edificio deshabitado al que nadie se explicaba cómo había llegado. Nuevamente, la muerte se había producido por desangramiento.

Me llamó la atención otra noticia en la misma página, a continuación de la que había encontrado el buscador.

-Abre ésa –le pedí a Alice, señalándola.

Ella accedió, y pronto estábamos leyendo la crónica que informaba que por fin los bomberos habían logrado, tras varios días, extinguir el terrible incendio desatado en un complejo habitacional, incendio que había consumido el edificio hasta los cimientos. El humo tóxico que emanaba y que olía en forma similar al incienso, las grandes llamas y el peligro de derrumbe habían complicado el trabajo, pero por fin el fuego estaba apagado.

Una fotografía mostraba la estructura ennegrecida y parcialmente derruida de lo que había sido un edificio de varios pisos, y al lado, otra fotografía tomada casi en el mismo ángulo lo mostraba ardiendo. Las llamas envolvían parte de la estructura, y un humo denso hacía casi imposible distinguir los contornos. Pero era el color del humo lo que nos puso al borde del shock nervioso. Era de color púrpura intenso.

Alice amplió la imagen. Tardó unos largos y angustiosos segundos en cargarse, pero pronto tuvimos ante nosotros la imagen a tamaño pantalla completa del edificio quemándose y rodeado de espeso humo que sin ninguna duda era de color púrpura.

-Podría ser una coincidencia… -empezó Emmett sin mucha convicción. En algún momento se había acercado, y ahora estaba mirando por sobre mi hombro.

-Humo púrpura y que huele a incienso –repitió Jasper, apretando los dientes y sin dejar de mirar-. Y un incendio, por si fuera poco. ¿Necesitas más pruebas?

-El incendio no es casual –asentí-. Alguien destruyó a un grupo grande de vampiros ahí. Un grupo muy grande, a juzgar por la cantidad de humo.

-Una lucha entre clanes… -asintió Jasper, reflexivo-. Tras la batalla se deshicieron de la competencia quemándolos junto con el edificio. Me pregunto cuántos habrán sido los que ardieron… y no sé si quiero saber cuántos fueron los que derrotaron a un grupo tan grande… por la cantidad de humo, ahí deben haber ardido unos treinta, quizás más.

-¿De qué fecha es? –le pregunté a Alice, refiriéndome a la noticia.

Alice cerró la ventana de la fotografía y regresó a la noticia. Comprobó la fecha, y mis temores se vieron confirmados.

-El cinco de enero consiguieron sofocar las llamas –informó Alice en voz baja, desmayada-. El edificio ardió durante tres días.

-Tres días. Significa que fue incendiado el dos de enero –empecé a calcular en voz baja-. Ella llegó a Forks el 18 de enero. Le llevó casi dos semanas, doce días para ser exactos, convencer a su madre. Le dijo el 7 de enero que se quería mudar. Ya llevaba dos días de su nueva existencia. 5 de enero. Y tres días dura la transformación… Bella fue mordida el dos de enero. Su madre y Phil habían salido de viaje esa mañana, Bella fue mordida por la noche. ¡Todo encaja!

-¿Cómo encaja el que sea el mismo día que Bella es mordida y el incendio? –preguntó Jasper, entrecerrando los ojos, intentando ver la relación.

-Puede haber sido mordida por alguien del bando ganador –propuso Emmett-. Alguien que cayó en la batalla y después no fue a buscarla. O alguien del clan que perdió, quizás preveían un ataque inminente y salieron a crear neófitos, pero murieron antes que la transformación de Bella estuviese completa.

-Tiene sentido –asintió Alice, sobrevolando las noticias otra vez con la vista-. Si suponemos que el edificio fue incendiado por la noche, después de que Bella fuese mordida.

-Bella no sabe la hora exacta, pero ya estaba oscuro cuando fue mordida –aporté.

-No dice a qué hora se detectó el incendio –musitó Alice, decepcionada, releyendo la noticia-. Si fue alguien creando neófitos con fines ofensivos o defensivos, las cosas encajan. Eso, o algún demente está creando neófitos y dejándolos sueltos.

-Espero que no sea lo último –gruñó Jasper, tenso.

-No parece ser el caso, o la ola de destrucción sería mayor y ya habríamos oído algo –señaló Emmett-. Si hubiese decenas de neófitos sueltos pululando por Phoenix, no podrían mantenerse en secreto, en especial sin un clan fuerte que los mantenga controlados.

-Es verdad –acepté-. Entonces, provisoriamente, establecimos que hubo un enfrentamiento entre clanes en Phoenix. Poco antes de la batalla, alguien mordió a Bella y se dio a la fuga. Bella empieza a transformarse, tiene lugar la batalla, uno de los clanes es derrotado y exterminado, se les prende fuego junto con un edificio. Bella completa su transformación y despierta, completamente sola. Si fue alguien del bando ganador que cayó en batalla y no fue a buscarla, o del bando perdedor y murió, no lo sabemos.

-Eso significa que ahora Phoenix debería ser una ciudad muy insegura, con cantidad de muertes y desapariciones –caviló Alice-, ya que hay un clan grande y fuerte de vampiros controlando la zona.

-Sí, es cierto –asintió Jasper.

-Entonces, ¿por qué tras el incendio las cifras del delito bajan bruscamente? –preguntó Alice retóricamente.

En una ventana que acababa de abrir, un gráfico de barras comparaba los números de la inseguridad durante diciembre, enero y febrero en la ciudad de Phoenix. El artículo había sido editado por un periódico furiosamente anti oficial que usaba los datos para criticar el gobierno de turno, pero no dejaba de ser cierto por eso.

La escalada iniciaba en los primeros días de diciembre, y crecía velozmente durante la segunda mitad del mes, duplicándose de un día al otro en ocasiones. Alcanzaba el pico el 2 de enero, con una cantidad impresionante de muertes y desapariciones en circunstancias extrañas. A partir de ahí el nivel de inseguridad descendía abruptamente, hasta recuperar los valores de comienzos de diciembre. Había un leve incremento en febrero, pero nada significativo en comparación con el pico de comienzos de enero.

Nos quedamos mirando la pantalla en silencio, anonadados. Cada uno de nosotros estaba barajando distintas posibilidades.

 

Quizás uno de los clanes sobrevivió, pero diezmado…

conjeturaba Emmett.

Tal vez temieron haber atraído la atención de los Vulturi sobre ellos y prefirieron volverse prudentes por un tiempo…

suponía Jasper.

Alice volvía a atisbar el futuro inmediato de Bella, que aparecía sirviendo la lasaña, riendo junto al muchacho humano, despidiendo a los invitados, cepillándose los dientes… Todo muy normal y tranquilo, aunque no muy claro. La visión estaba desenfocada, como si lo observara a través de un telescopio mal ajustado.

-No sé qué pensar –reconocí yo, sacudiendo la cabeza con desaliento-. Uno de los clanes, el más poderoso y fuerte, tiene que haber ganado y reclamado para sí la ciudad. ¿Por qué dejarían de atacar humanos cuando por fin aplastaron a sus oponentes? Da la impresión que los vencedores emigraron cuando menos necesidad tenían de hacerlo.

-Supongo que el clan triunfante quedó tan diezmado que dejó de ser un peligro perceptible para los humanos –expuso Emmett.

-No sería imposible que poco después de la batalla, tal vez incluso en medio del combate, hayan surgido traiciones y luchas internas que disminuyeron más aún el número de integrantes –reflexionó Jasper-. Tampoco es lo habitual, pero sucede. Es posible, al menos, y eso explicaría la sorprendente calma posterior.

Deliberamos durante un rato, pero sin poder llegar a otro resultado muy distinto. Esme se acercó después de un rato, desconcertada por nuestro silencio, y la pusimos al tanto de los descubrimientos recientes. Estuvo impactada por lo que habíamos averiguado y deducido a partes iguales, pero tampoco tenía una explicación distinta o novedosa para interpretar los datos que habíamos reunido.

Rosalie entró después, oliendo a gasoil y pintura, y en tono mortalmente serio le advirtió a Emmett que se fuese buscando un hobby para las noches, porque durante el siguiente mes no sería con ella con quien las pasaría. Pese a sus palabras, era obvio que Rose irradiaba autosatisfacción por las mejoras en el jeep y no tenía verdaderas intenciones de dejar a su 'marido' desatendido. El tono casi indiferente de la respuesta de Emmet la puso sobre aviso que algo andaba mal, él nunca reaccionaba con tanto desinterés cuando había una amenaza de castidad forzada de por medio. Hubo que explicarle también a ella, que tampoco tuvo algo nuevo que aportar.

Ya había oscurecido por completo, era noche cerrada ahí afuera. Aburridos de la reiterativa conversación sobre vampiros salvajes del sur, preferimos volver a nuestras distracciones anteriores. Vi en la mente de Esme que Carlisle tenía guardia en el hospital esa noche, estaba a cargo de Emergencias hasta la seis de la mañana, que era cuando acababa su turno.

De alguna manera Emmett logró ganarle a Jasper en el ajedrez, algo que compensaba en parte a todos los combates de lucha libre que había ganado Jazz. Emmett, exuberante de alegría, se fue a ayudarle a Rosalie con el jeep, mientras Jasper, enfurruñado, salió a cazar con Alice.

Yo me senté ante el piano y empecé a acariciar las teclas otra vez. No eran las mecánicas e insulsas escalas que había practicado hacía unas horas, sino que lentamente se fue convirtiendo en una melodía. Aún no estaba completa, y había partes que necesitaban ser pulidas, pero iba tomando forma… Era una canción, una cancioncita suave, que hablaba de fortaleza y decisión, pero también de dulzura, dolor, miedo.

Mientras mis dedos recorrían las teclas, mi mente estaba fija en Bella, en las ocasiones en que la había visto. Cuando me encontré con ella en la cafetería de la escuela por primera vez, cuando intenté oír su mente y me asombré al descubrir que no podía captar nada que viniera de ella.

Cuando nos tocó hacer juntos la práctica en biología, lo ansioso que estaba yo por hablarle, por obtener respuestas, y la bien merecida cachetada que recibí de ella. Tras el accidente en el estacionamiento, lo asustada que estuvo Bella, y cómo consiguió con una mínima ayuda de mi parte resistirse a atacar a nuestro compañero herido.

Cuando el domingo por la noche había sonado el teléfono de casa, y Alice se giró directamente a ordenarme que atendiera. Sus palabras, su voz suave al otro lado de la línea… cómo se quebró su voz mientras me relataba sus primeros y angustiosos días de vida, tan desorientada, tan sola…

Mis dedos seguían volando a través del piano, y la melodía, al igual que mis pensamientos, tomó un tono más duro, casi feroz. Yo no permitiría que ella volviese a estar sola y asustada. Yo la cuidaría, yo la protegería de todo y de todos, me aseguraría que nadie se atreviese a molestarla o lastimarla… porque yo la amaba.

Detuve mi interpretación, atónito. Era la primera vez que era capaz de admitir eso, aunque sea a mí mismo y mentalmente. Era… no como una revelación, no como algo sobrenatural, sino como algo completamente natural, cálido, agradable. Raro, que algo que se suponía tan único y estremecedor, yo lo descubriera lo más tranquilo, mientras aporreaba el piano.

Yo había leído docenas de libros donde los personajes se enamoraban, había visto películas, oído las mentes de personas enamoradas por casi un siglo… Pero todo eso no me había preparado en absoluto para lo que yo estaba sintiendo en ese momento. Era mucho más fuerte, más poderoso. Era alegría, pero también dolor. Yo no sabía si Bella me correspondía; por sus reacciones, sabía que estaba empezando a confiar en mí, pero de ahí a amarme había un trecho muy largo…

Retomé la música, ahora con un tono calmo y reflexivo, dudando a veces, decidido otras, asustado la mayor parte del tiempo. ¿Qué pasaría ahora? Yo amaba a Bella, tenía que admitirlo. Igual que Jasper ya me había dicho hacía tiempo, no me enojaba tanto el que fuesen humanos los que se acercaban a Bella como me enfurecía el que fuesen hombres, y que se creyesen con derecho a esperar algo de ella. Sin hablar ya de los que la miraban con intenciones decididamente sensuales, o los que la imaginaban en sus sucias fantasías. Ésos me repugnaban por completo, no sólo porque me había criado en una época decididamente más pudorosa que ésta, sino porque veían a Bella como un objeto, algo que alcanzar, que conquistar. ¿Cómo se atrevían esos miserables muchachos creerse suficientemente buenos…?

Detuve el curso de mis pensamientos y sonreí cínicamente. ¿Cómo me creía yo tan bueno como para ser la opción segura de Bella? Sólo porque era el único vampiro soltero de los alrededores, no significaba que Bella caería enamorada a mis pies ni mucho menos. Es más, ella podría preferir a uno de los muchachos humanos. Mis 'primas' de Denali los preferían. Bella podría desear a alguno de nuestros compañeros de escuela humanos… a esos humanos estúpidos y babosos que soñaban con exhibirla como a un trofeo, con manosearla y besuquearla y desvestirla y… y…

Los celos, otra vez. La música se volvió intensa, casi violenta, a tono con mis pensamientos. Yo sufría horrores cada vez que ella le sonreía a cualquiera de sus compañeros de clase, aunque fuese una sonrisa cortés y carente de sensualidad.

Sensualidad. Yo nunca había besado a nadie, y de pronto caí en la cuenta que era un virgen de más de un siglo. Aunque me avergonzaban hasta lo indecible, mis ensoñaciones en las que me veía abrazando o besando a Bella eran increíblemente agradables. Mi severa moral no me permitía llegar más allá de eso con mis fantasías, pero era más que suficiente como para que Carlisle discretamente dejara la habitación y Jasper bufara de irritación.

Pero otra vez, yo no tenía ningún derecho, no tenía motivos ni justificación racional, para comportarme de manera tan estúpida. Mis celos eran absurdos. Quizás no tanto, considerando que estaba enamorado hasta la última fibra de mi muerto corazón, pero estaba el insignificante detalle que Bella me veía como un confidente, nada más.

El dolor y la desesperación que me produjo este pensamiento fueron desgarradores. Yo quería ayudarle. Si ella quería que yo fuese sólo su amigo, lo sería; si me quería como confidente, lo sería. Me bastaba con que me permitiese estar a su lado. Deseaba, oh, cómo deseaba con todas mis fuerzas que sus sentimientos por mí fuesen al menos la mitad de fuertes que los míos, pero no quise alentarme inútilmente. El sonido del piano se convirtió en algo triste, melancólico, un poco soñador.

Bella era tan maravillosa. Era hermosa, incluso dentro de la cánones vampíricos me parecía excepcional. Ni Rosalie ni Tanya ni ninguna otra vampiresa o humana que conocí en noventa años me había impresionado del mismo modo, rotundo y absoluto, que me impactó Bella desde la primera vez que la vi. Pero no era sólo una cara bonita, había más en ella, mucho más. Si temimos una masacre en Forks en cuanto quedó establecido que era una neófita sin un clan detrás de ella, pronto quedó en claro que era astuta y retorcida también.

Su silencio mental no lograba más que hacerla todavía más fascinante. No había caso, ni estando cerca ni lejos, ni siquiera cuando tocaba su piel logré oír nada. Tuve que esforzarme en leer sus expresiones, sus gestos, el tono de su voz, sin estar nunca completamente seguro de qué era lo que estaba pensando ella realmente en ese momento. ¡Era tan frustrante! Y tan atrayente a la vez…

La música era más animada ahora, aunque seguía teniendo un matiz melancólico y tristón. Mis dedos golpeteaban las teclas sin que yo me diese cuenta casi, tocando como por voluntad propia. Una parte de mi mente estaba concentrada en la música, en que lo que ejecutaba fuese una melodía y no sólo una serie de notas musicales inconexas. Esa misma parte escuchaba y recordaba lo que ya venía tocando desde hacía un rato. Otra parte de mi mente seguía obsesionada con mi monotema favorito: Bella, y mis sentimientos al respecto. Mientras tanto, mis manos se deslizaban por el teclado, y la música fluía con una naturalidad asombrosa.

Bella era tan inteligente, tanto que hasta había desarrollado una conciencia por sí sola. Recordé vagamente los primeros y difíciles años de mi nueva existencia, mucho más llevaderos y tolerables gracias al cuidado y el apoyo de Carlisle. Él siempre estuvo ahí, fue mi padre y mi hermano, y por sobre todo, mi amigo. Me ayudó en los primeros y terribles meses, con todas esas voces parloteando a todas horas en mi cabeza. Dejó su trabajo, el trabajo que amaba, y nos mudamos al campo por dieciocho meses, casi aislados, hasta que yo pude manejar tanto mi don como mi sed lo suficientemente bien como para poder volver a mezclarme entre humanos sin peligro. Carlisle había dejado todo por apoyarme a mí, y nunca oí ni una queja al respecto.

En casi un siglo nunca oí, nunca, ni por un segundo, arrepentimiento por haberme creado, para nada. Se arrepentía a veces, sobre todo al inicio, de haberme condenado a esta existencia, pero puedo oír su mente y sé que su duda se refería a si no era por demás egoísta por su parte condenarme a mí sólo por sentirse solo él.

Sentí bastante vergüenza cuando recordé las veces que mi nueva existencia me parecía muy dura o excesivamente difícil de sobrellevar. Yo había sido muy afortunado, siempre había tenido quien me quisiera y ayudara. Carlisle me había tratado como a un hijo amado siempre, y Esme simplemente destilaba amor maternal. Me convertí en el niño que había perdido casi de inmediato, y pese a que en cuestión de tiempo que llevábamos transformados yo era mayor, ella fue siempre una figura materna en mi vida. Rosalie había sido desde el inicio la fastidiosa hermana con la que competir, pero nunca me lastimaría intencionalmente y yo sabía que si hubiese un problema o peligro podría contar con ella. Emmett era genial, el tipo de hermano que ya en mi vida humana me hubiese gustado tener. Alice era la hermana que hace contigo lo que ella quiere, cuando quiere y como quiere, y para colmo de un modo tal que si no prestas suficiente atención te parece inteligente o hasta acabas creyendo que fue tu idea; en resumen: Alice era un mounstrito adorable. Mi relación con Jasper no era tan cercana como con Emmett o Alice, pero también en su caso sabía que no dudaría en ayudarme en todas las maneras posibles.

Bella, en cambio, no había tenido nada de eso. Nadie que le explicara, que la tranquilizara, que le hiciese saber que no estaba sola en el mundo. Sentí una oleada de furia por el irresponsable o la irresponsable que la dejó tirada en su casa, sufriendo el dolor de la transformación sin una mano amiga cerca. Bella había tenido que cargar con todo esto sola…

La música irradiaba furia y tristeza. Me centré en Bella, en su sonrisa, y de inmediato el ritmo se volvió, casi por sí solo, mucho más animado.

No pude evitar un poco de estúpido orgullo al pensar que había sido en mí en quien Bella había confiado para contarle su historia, pero después me dije que estaba lo suficientemente sola y desesperada como para contársela a alguien, quien sea, con tal que la comprendiese y le ayudase. O quizás no, y si bien yo no quise malinterpretar las acciones de Bella al tomarme como paño de lágrimas, había una cosa que estaba clara: Bella confiaba en mí, me había abierto su corazón y sus recuerdos, y yo no pensaba faltar a la confianza que ella había depositado en mí. La protegería con mi vida si hacía falta.

Suspiré. Bella no necesitaba protección física, era más fuerte que yo en ese ámbito. Era su mente la que estaba sola y desprotegida, y yo iba a ayudarle. La decisión estaba tomada ahora. A la tarde siguiente, después de clases, la acompañaría hasta su casa. Le hablaría de mi familia, de nuestra dieta, de las historias tras cada uno de nosotros. Le pediría que fuese conmigo a visitarlos, o podíamos reunirnos en su casa, si eso la hacía sentir más segura.

Respiré profundamente, intentando centrar mis ideas. Ahora por fin iba a hacer lo correcto. Le diría, con todo el tacto posible. Le hablaría de mi familia, de los deseos de todos por conocerla, la invitaría a venir. Me angustiaba terriblemente la posibilidad de que ella no quisiera y que se apartara de mí, pero tenía que hacerlo. Por ella, por su seguridad. Era lo mejor. La amaba tanto como para protegerla por todos los medios.

Mis dedos acariciaron el teclado una última vez, y entonces retiré las manos, sorprendido. La melodía que acababa de componer no estaba mal, pero era… excesiva. No era la correcta para Bella. A ella intentaba darle calma, consuelo, paz interior. Mi reciente composición había sido una catarsis de mis propias y conflictivas emociones. Mis manos se deslizaron otra vez por el teclado, acariciando suavemente ahora los rectángulos blancos y negros delante de mí.

Me centré en Bella, en mi deseo de que ella encontrase tranquilidad y armonía a mi lado, y por sí solos mis dedos empezaron a dibujar una intrincada melodía. Intricada, pero bonita, agradable, serena. Como Bella. Mis manos siguieron por unos minutos, al cabo de los cuales aparté las manos del piano, satisfecho. Una preciosa canción de cuna, un arrullo, acababa de prácticamente componerse solo. Irónico, considerando que Bella no dormía… pero la melodía era preciosa, modestia aparte.

Me dediqué a interpretarla por un largo rato, introduciendo variaciones y corrigiendo aquí y allá cuando me pareció que hacía falta. Jasper y Alice regresaron de su cacería y se retiraron a su habitación. Alice estaba impaciente por revisar su guardarropas, convencida que tendría que salir de compras dentro de poco. Jasper estaba más interesado en seguir con la lectura de La interpretación de los sueños, de Sigmund Freud, y como de costumbre dejó que Alice hiciera y deshiciera a su antojo. Ahora a Jasper le había dado por la psicología; raro, considerando que por lo normal se interesaba más por filosofía o historia. Pero qué más da, era interesante oír su mente cuando leía.

Una misma mente suena de modos distintos si la persona está recordando, si piensa en vaguedades, si se esfuerza en calcular mentalmente… y la variante más interesante, al menos en las personas inteligentes, es cuando leen. Un lector consciente e inteligente, como Jasper, no se limitaba a leer con piloto automático, por así decirlo, sin ser consciente más que de las palabras ante sus ojos. Él leía el texto, lo asimilaba y comprendía, y a la vez establecía comparaciones, reflexiones y puntos de apoyo y discrepancia con otros autores que ya había leído o con sucesos vividos. Oír la mente de alguien que lee, alguien inteligente, es hasta más enriquecedor que leer uno mismo un libro.

Carlisle era mi lector favorito cuando de libros se trataba, aunque Jasper lo superaba cuando se trataba de ciencias sociales. Emmett era muy bueno en literatura. Uno podría tener el prejuicio que Emmett era mucho músculo y poco cerebro, pero no: si de literatura, el arte de escribir con estética, se trataba, Emmett era un lector estupendo y un crítico acertado. Alice estaba sólo un paso por detrás de él, sus visiones interrumpiendo la lectura me fastidiaban un poco.

Esme leía mucho y todo tipo de textos, pero no era una lectora tan hábil. Lo suyo era más la acción, lo práctico, antes que la lectura silenciosa. Era brillante con las manualidades, y los humanos opinaban que cocinaba estupendo. Rosalie era una lectora inteligente, el problema era que ella y yo teníamos puntos de vista muy distintos, y oír un libro a través de una mente con la que no estoy de acuerdo la mayor parte del tiempo es un ejercicio demasiado agotador.

Emmett y Rosalie seguían en el garage, Emmett estaba teniendo que alisar el parachoques abollado con los dedos. Rosalie le había ordenado eso sólo para mantenerlo ocupado, porque no pensaba ni por un segundo volver a colocarle al jeep el mismo parachoques reparado. Esme estaba en el estudio, reubicando el proyecto de casa de fin de semana de Jasper y Alice en el plano de modo que quedara cardinalmente ubicado de un modo perfecto.

De pronto, una visión llegando de la mente de Alice me invadió. Carlisle estaba llegando a casa, Esme bajaba la escalera, Carlisle la saludaba con beso. Lo extraño era que tenía lugar esta noche, y era de noche, no de madrugada. ¿Carlisle regresaría antes? ¿Por qué?

Fruncí el ceño, confundido. Me sorprendía esa visión, sobre todo por su claridad. Era algo que pasaría casi, casi con toda seguridad. En eso, sonó el teléfono de Esme.

-¡Hola, amor! –Carlisle sonaba feliz al otro lado de la línea. Aunque hablaba en voz normal, todos dentro de casa lo escuchamos sin problemas-. El doctor Snow y yo cambiamos turnos, de modo que estoy libre esta noche. ¿Querrías ir al cine? Te prometí que iríamos en cuanto tuviese libre…

-¡Sí, claro, por supuesto! –exclamó Esme, feliz-. ¿Qué vamos a ver?

-Lo que quieras. No sé qué están dando, creo que hay una película sobre la vida de Julio César en cartel –respondió Carlisle-. Las enfermeras estaban hablando hoy sobre una comedia romántica, de un abogado que conoce a una mujer divorciada que tiene un hijo adolescente, y sobre cómo tiene que ganarse al chico para que le permita casarse con la madre… Parece interesante. Otras dos son para niños, dibujitos animados y eso. Ah, y una de artes marciales, con muchos golpes y patadas. ¿Hay alguna que te interese?

-Hmm… voy a echar un vistazo en Internet, a ver qué tienen para ofrecer –decidió Esme-. Te mando un beso, ¡no tardes!

-Voy tan rápido como me permite el límite de velocidad –contestó él.

Me esforcé en prestarle más atención a la música después de eso. La cabeza de Esme era la de una adolescente enamorada, como cada vez que Carlisle la invitaba a salir. Alice, que por supuesto estaba al tanto de todo, acudió presurosa a ayudarle con la ropa y el peinado, bajo la consigna "casual, pero elegante", mientras Esme velozmente buscaba en su computadora portátil una película que pareciera interesante. Era toda una ventaja que los cines publicaran en la red las películas que tenían en cartel.

El Mercedes llegó poco después. Los pensamientos de Carlisle eran tranquilos, un vago recuerdo de su jornada laboral, sobre una anciana testaruda que creía que él era demasiado joven para ser médico diplomado y exigió ver su título en medicina antes de permitirle revisarla. También estaban presentes las ganas de ver a Esme, su deseo de pasar esa noche con ella…

-Buenas noches –saludó en general, dejando su maletín y su abrigo en el sitio de siempre, junto al reloj de pie. Noté distraídamente que faltaba poco para medianoche.

Algunos murmullos le respondieron de distintos lugares de la casa, yo lo saludé con una inclinación de cabeza, sin dejar de tocar.

¿Una nueva composición? Es bonita… hace tiempo que no tocabas. ¿Va dedicada a alguien en especial?

Le sonreí por toda respuesta, dejando que el recuerdo del rostro sonriente de Bella inundara mi mente. Él abrió los ojos más los ojos y sonrió a su vez. El reloj empezó a dar las cuatro campanadas que indicaban una hora en punto.

Ya era hora de que lo reconocieras, Edward. Oh, vamos, todos nos dimos cuenta que estás completamente enamorado de ella. Me alegro por ti, mereces ser feliz, y ella es la indicada.

El reloj empezó a dar las doce campanadas que indicaban que era medianoche. Seguí la conversación mental con mi padre sin preocuparme con la hora, ¿qué le puede importar el tiempo a un inmortal?

 

 

 

 

 

No sé si ella pensará lo mismo

pensé con algo de desánimo.

La mayor parte del tiempo soy su amigo… y yo no quiero ser sólo eso.

No puedes saber lo que piensa ella, ¿no?

Reflexionó Carlisle mentalmente.

Quizás esté sintiendo lo mismo, y tampoco sepa cómo tratar con esto. No poder oír su mente lo hará más difícil, pero creo que también mejor. Tendrás que aprender a leer sus gestos, su tono de voz, sus muecas…

Es lo que llevo haciendo desde que la conocí

respondí con algo de acidez. El reloj ya había dado tres campanadas.

¿Te fastidia tanto que justo cuando más quisieras poder oír la mente de alguien y saber qué es lo que pasa por su cabeza, tu don no funciona?

comprendió él, pero fue lo suficientemente amable como para formularlo como una pregunta y no como acusación. Para prácticamente todo el mundo, ésta es la realidad del día a día. Lo más habitual es no saber qué pasa exactamente por la cabeza de la persona amada, y quizás es mejor así… Una pareja se compone de dos personas, personas distintas que necesitan también de un poco de privacidad, tanto física como mental. Y con una sonrisa algo irónica, añadió:

Desde que tu don despertó, confiaste siempre mucho en él, quizás demasiado. Será todo un reto ver cómo te las arreglas sin esa ventaja.

Daría tanto por saber cómo puede detenerme

confesé, intentando además cambiar de tema. Cinco campanadas, contó vagamente mi cerebro.

No es consciente de lo que hace, estoy seguro. Es sólo… tan enigmático.

Sin duda. Sabes que tenemos muchas ganas de conocerla…la chica que consiguió hacerte tan feliz, después de tantos años, y además tiene un don tan extraordinario y una historia increíble detrás…

empezó Carlisle, diplomático, pero ansioso.

En cuanto los sentimientos entre los dos y el tipo de relación que mantienen hayan quedado en claro, ¿la traerás a casa?

Le di un breve recorrido mental por lo que había pasado esa tarde, y el ultimátum al que me habían sometido. El oyó todo con atención y cautela. El reloj ya iba por la décima campanada cuando Carlisle me respondió.

No creo que la fecha límite sea una buena idea, pero sí tengo que adherir en cuanto al resto. El riesgo crece, y no queremos que ella acabe en problemas, ni tampoco terminar nosotros metidos en líos. Y de momento, tanto los Vulturis como la gente de La Push significa un serio peligro para Bella, aunque los primeros más que los segundos, claro.

Las últimas dos campanadas marcaron que era oficialmente medianoche. Toda nuestra conversación mental se había desarrollado a velocidad vampírica, durante el tiempo que el reloj tardaba en dar las doce campanadas.

Esme apareció en el tope superior de la escalera, llevando un vestido blanco muy elegante, y al verla Carlisle se olvidó a Bella, los habitantes de la reserva quiluete, los Vulturi y hasta su propio nombre. Sólo tenía ojos y pensamientos para Esme, que sonreía levemente, tan atontada de amor como él.

Esme bajó lenta y elegantemente la escalera hasta los brazos abiertos de Carlisle, que la recibió en un abrazo reverencial, como si ella fuese un bien precioso y frágil que con demasiada facilidad podía dañarse. Compartieron un suave beso que fue pura mil y azúcar.

-Estás hermosa, más que de costumbre, si eso es posible –le murmuró él, admirándola.

-Sólo es un vestido nuevo… -musitó ella, pero mentalmente estaba feliz de haberlo impresionado.

-Subo a cambiarme, tardo sólo unos segundos –prometió Carlisle, dándole un beso suave. En efecto, al cabo de cinco segundos estaba de nuevo junto a Esme, vistiendo un conjunto más informal que el que usaba para ir a trabajar. Carlisle le ayudó a Esme a deslizarse dentro de un abrigo de seda blanca y ambos compartieron otro beso suave.

Él le ofreció su brazo y ella aceptó, encantada con esas pequeñas galanterías. Cuando iban a paso humano hasta la puerta, de pronto sonó el teléfono fijo de casa. Levanté la vista, confundido. Había estado tan absorto mirando a quienes consideraba mis padres, y soñando con que Bella y yo algún día también pudiésemos interactuar con tanto amor y naturalidad, que no presté atención a la cabeza de Alice, que solía ser quien nos avisaba en esos casos quién era la persona más conveniente para atender.

-Carlisle, atiende, y ten paciencia –advirtió Alice, bajando velozmente las escaleras, con una expresión tensa en el rostro-. El amigo de Charlie Swan, el hombre quiluete que hoy estuvo en lo de los Swan, quiere hablarte respecto a Bella.

Todos en la casa nos tensamos. ¿Los quiluetes creerían que uno de nosotros había mordido a Bella? El tratado se consideraría roto en ese caso. ¿Nos exigirían que abandonáramos Forks? Jasper, Emmett y Rosalie entraron al salón también, las mismas expresiones tensas y pensamientos confusos.

Carlisle, serio, descolgó el teléfono y compuso su voz más correcta y diplomática.

-Buenas noches.

-Buenas noches –escuchamos todos. Era una voz masculina, tensa-. ¿Con la casa de los Cullen? Quisiera hablar con el doctor, por favor –su voz era muy correcta, aunque un poco rígida.

-Él habla. Soy Carlisle Cullen. ¿Qué puedo hacer por usted?

-Buenas noches, doctor –el interlocutor sonó más rígido que antes-. Le habla William Black, de La Push, la reserva de los quiluete –se presentó, formalmente.

-¿Es usted descendiente de Ephraim Black? –le preguntó Carlisle, interesado.

-Sí, el nieto de Ephraim Black, sí –respondió el otro hombre, secamente.

-Es un gusto hablar con usted, señor Black. ¿Quería hablarme por alguna razón en especial? –ofreció Carlisle educadamente.

-Vea, mi hijo y yo estuvimos esta tarde en casa de los Swan, y la hija del jefe de policía Charlie Swan nos llamó enormemente la atención –señaló el tal William Black con voz acusatoria-. Isabella Swan, alias Bella. ¿Ya escuchó hablar de ella?

-Sí, Isabella asiste a la misma escuela que mis hijos –respondió Carlisle, honesto pero cauteloso.

-Ajá.

-Oí hablar de ella… -continuó Carlisle, y tras una breve pasusa, añadió-… y de lo que ella es, también.

-Eso supuse. ¿Y no piensa hacer nada? –el tono de voz del señor Black era incisivo, y empeoró cuando siguió hablando-. ¿Supongo que ella no está siguiendo su dieta, doctor?

-Señor Black, yo no soy más que un ciudadano común, sin derecho de decirle a nadie qué es lo que debe hacer y qué no, salvo las indicaciones que doy a mis pacientes –dijo Carlisle en tono firme, pero amable-. Dado que la señorita Swan no es uno de ellos, no estoy en condiciones de ordenarla nada. Ella no forma parte de mi familia, y no tengo ningún derecho ni autoridad sobre ella. Tendríamos que ponernos de acuerdo si el Tratado…

-Esto no tienen nada que ver con el Tratado –bufó el señor Black, interrumpiendo a Carlisle de un modo poco amable.

-Por cierto, permítame asegurarle que nadie de mi familia estuvo involucrado en la transformación de Isabella –se apresuró a aclarar Carlisle, sabiendo que para los quiluetes ése era un tema especialmente delicado.

-Sí, le creo que usted no tuvo nada que ver –reconoció el señor Black, sorprendiéndonos a todos-. Ni usted ni su familia, le creo. Charlie me dijo que ya estaba así de cambiada cuando llegó a Forks.

-Gracias por su confianza -Carlisle estaba tan sorprendido como el resto de nosotros.

-Lo que quiero decir es… vea, a usted y los suyos les permitimos quedarse, porque no atacan a la gente –expuso el señor Black, haciéndonos bufar y rodar los ojos. "Les permitimos quedarse", dijo. Como si unos cuantos humanos tuviesen los medios necesarios para expulsarnos de este lugar…-. Le soy sincero, su presencia tan cerca de la reserva no me agrada, pero es… soportable. Pero esta chica, ¡está viviendo en medio del pueblo! ¡Entre los humanos!

-Isabella vive con su padre, como es lógico y esperable –respondió Carlisle suavemente.

-No conozco las reglas que rigen a quienes son como usted –comenzó William Black de nuevo, más formal y también en un tono más cauto-. Pero, por favor, ¿podría alguien de su familia explicarle a Isabella sobre el Tratado y todo lo que conlleva?

Seis pares de ojos se clavaron en mí, acusadores en la mayoría de los casos. Sólo Esme parecía preocupada, y Carlisle, indeciso.

-Permítame un segundo, señor Black –respondió Carlisle-. Somos una familia que toma las decisiones en conjunto, voy a someter el tema a votación.

-¿Votación…? Ah, ya veo, muy democrático –gruñó el señor Black, que debió creer que era una maniobra de Carlisle para evadir el tema.

Carlisle miró alrededor, la votación se completó en un segundo. Todos estábamos a favor de hablarle a Bella, aunque los términos en que lo expresamos y las razones que nos impulsaban eran ligeramente (o no tan ligeramente) distintos.

-¿Y cuál es…? –insistió el señor Black, impaciente, al otro lado de la línea.

-Edward, uno de mis hijos, hablará con Bella antes que acabe la semana –informó Carlisle.

-Bien, no le negaré que me alegro, doctor –expresó el señor Black, y esa vez pronunció el título sin el habitual matiz despectivo.

-Vamos a invitarla a venir a casa, para poder hablar calmadamente con ella.

-Bien. Sí, por favor.

-Isabella es muy nueva en esto y lo está llevando muy bien, pero es un peligro hasta para sí misma. Vamos a hablar con ella cuanto antes.

-Cuanto antes. Sí, eso me tranquilizaría mucho, gracias.

-Señor Black, con el mayor respeto, no esperaba menos de un descendiente de Ephraim Black que su decisión de dejar de un lado una enemistad de tan larga data en pro del bienestar de su comunidad –dijo Carlisle con cierto tono de admiración en la voz-. Su abuelo, permítame que se lo diga, fue un gran hombre, muy preocupado por su pueblo y su gente… y me alegra que La Push cuente con un protector tan noble y valiente como usted, un digno heredero del hombre que no dudó en plantarle frente a los vampiros y establecer un tratado que defendiera a su pueblo.

Nos quedamos mirando a Carlisle con un poco de sospecha. ¿Estaba diciéndole eso al tal señor Black para congraciarse con él? No era en absoluto el tipo de comportamiento que Carlisle solía tener… oí entonces en su mente que sus sentimientos y reacciones eran sinceros, que pensaba exactamente lo que había dicho, y que no exageraba al decirle al señor Black que se alegraba por que los habitantes de la reserva que tuviesen a alguien que se preocupaba por su bienestar.

Admiraba a Ephraim Black, un líder que junto a sólo dos hombres-lobo más le había exigido a los vampiros que se alejasen de sus tierras, y pese a su evidente inferioridad numérica no había temido morir si gracias a eso ponía a salvo a su comunidad. La batalla no había tenido lugar finalmente y en lugar de eso se acordó el Tratado, pero ese acto desinteresado había impactado profundamente a Carlisle.

Entonces el señor Black volvió a hablar. Su voz estaba libre del tono feroz y sonaba amable, un poquito enternecida y orgullosa.

-Gracias. Es… creo que es lo más enorgullecedor que podía decirme. Gracias.

-Gracias a usted, señor Black –respondió Carlisle-. Por favor, quédese tranquilo, a más tardar este fin de semana, las cosas estarán… no puedo prometerle que solucionadas, pero definitivamente… encaminadas hacia una próxima solución.

-Adiós, doctor Cullen –había respeto en el tono del señor Black.

-Adiós, señor Black.

Carlisle colgó el teléfono. Nos quedamos mirándonos entre nosotros en silencio por unos segundos, decenas de pensamientos y conjeturas dentro de cada cabeza.

-Eso fue… inesperado –dijo Esme rompiendo el silencio-. No sé qué es lo que esperé de alguien que descubre que la hija de su amigo se convirtió en vampiresa, pero debo decir que llamar por teléfono a alguien que se sabe que es vampiro para pedirle que ponga al tanto a esta joven y así impida que ella ataque a la comunidad en la que uno vive y a la que busca proteger… Esa es ciertamente una actitud muy madura.

-Más allá de lo increíble de toda la situación, este hombre pensó bien lo que hacía y actuó con lógica –reconoció Jasper, pensativo-. Creo… que no sólo estaba protegiendo a su comunidad. Charlie Swan es su amigo, ¿no? Debe haber sido bastante impresionante para el señor Black ver que su amigo está viviendo bajo el mismo techo que una vampiresa.

-La verdad, creo que hizo lo único razonable –opinó Emmett encogiéndose de hombros-. Acusar a Bella de ser vampiro frente a su padre no creo que haya sido nunca una opción. Amenazarla o atacarla, menos aún.

-Ahora nadie tiene excusa –casi gruñó Rosalie, encarándome-. ¿Cuándo piensas dignarte a decirle…?

-Mañana mismo –la interrumpí, sin hacer caso a su viperina lengua ni a sus insultos mentales-. Después de clase.

Estaba más preocupado intentando imaginar la reacción de Bella. ¿Estaría asustada? ¿Aceptaría ir conmigo a casa? ¿Bella me creería si yo le aseguraba que no pensábamos lastimarla…?

Un agudo grito de Alice me devolvió a la realidad. Su cuerpo estaba rígido, Jasper tenía un brazo alrededor de sus hombros y con el otro intentaba sujetar sus manos, que temblaban. La cara de Alice era puro espanto, una visión de las malas la estaba azotando.

Y qué visión. Yo también me tensé en cuanto la mente de Alice empezó a bombardearme con las más terribles imágenes: Bella corría por un bosque lentamente, su rostro desencajado, yendo hacia una luz, quizás una casa, pero Bella se hacía cada vez más borrosa, y cuando llegaba a donde estaba la luz, desaparecía por completo.

-Bella está en problemas –susurró Alice, aterrada.

Yo me lancé hacia la puerta, decidido a salir corriendo a buscar a Bella hasta debajo de las piedras si hiciera falta, pero Carlisle me aferró por el brazo y me detuvo. Intenté librarme, él también había contemplado la visión de Alice, ¡él debía saber que no teníamos un segundo que perder…!

-Edward, no podemos precipitarnos –dijo él en voz baja y grave-. No puede llegar antes que suceda, esto está pasando dentro de muy poco. No puedes impedirlo.

-¡Si todavía no pasó, puedo llegar antes, puedo impedirlo…! –le gruñí, intentando soltarme.

Él me liberó pasado un segundo, pero me congelé más que antes en mi sitio. Carlisle estaba teniendo una visión ahora, eso no era común, y tanto más impresionante por eso.

Bella otra vez, apartándose de un cuerpo humano, una expresión de puro horror en su rostro mientras tocaba el abdomen del humano, que parecía muerto.

-¿Eso es antes o después de la de Alice? –jadeé, asustado.

-Antes –musitó Carlisle, anonadado-. Sucederá en menos de un minuto.

-¿Qué es lo que…?

-Bella está atacando a un humano, pero se arrepentirá horrores después… quizás esa persona sea alguien que ella conoce… -explicó Carlisle al resto de la familia-. Es después de eso que entra en escena la visión de Alice, donde Bella va corriendo por el bosque, perdida, y se vuelve cada vez más borrosa conforme se acerca a una casa, hasta que al final desaparece del todo.

-¡No puedo verla! –exclamó Alice de pronto-. ¡No puedo ver nada del futuro de Bella! ¡Es como si hubiese…!

-…desaparecido –completó Carlisle, evitando la otra palabra que yo tenía en la punta de mi lengua: muerto.

-Tenemos que organizarnos –decidió Carlisle, que a diferencia de Alice había vuelto a enfocar la mirada y estaba contemplándonos a todos con seriedad-. Esme, cielo, lo lamento, pero la salida queda para otra ocasión.

-Claro, no te preocupes –murmuró Esme, sin poder evitar una pequeña sonrisa. Evité por muy poco rodar los ojos. Sólo a Carlisle se le daba por disculparse en medio de una misión de búsqueda y rescate.

-Tenemos a Bella corriendo por un bosque, pero no sabemos cuál exactamente –expuso Carlisle-. Vamos a dividirnos: Emmett, Rosalie, rastreen los alrededores de Forks. Jasper, Alice, les corresponde el área alrededor de la autopista, vislumbré una calle detrás de Bella en la visión. Esme, Edward y yo rastrillaremos desde el límite con los quiluetes hacia el sur. Después de todo, Bella puede haber entrado en territorio de la reserva sin saberlo.

Ignoré varias miradas envenenadas y voces mentales insultantes. Ya tendrían tiempo más tarde de echarme eso en cara, ahora teníamos que encontrar a Bella.

-Sigo sin poder verla… -se quejó Alice, ansiosa-. Me preocupa…

No perdimos más tiempo; todos salimos disparados en las direcciones establecidas.

.

Respecto a la zona que nos tocó, Esme se ocupó de la zona boscosa cercana a la playa, pero sin llegar hasta la playa misma, que ya se encontraba al otro lado de la línea imaginaria del Tratado. Carlisle empezó a rastrillar los angostos y sinuosos caminos forestales. Yo revisé toda la zona hasta el límite con el territorio hostil, el que nos estaba vedado, pero no encontré nada. Estuve entre aliviado y decepcionado: Bella no había cruzado la frontera hacia el territorio quiluete, lo cual era bueno; pero seguíamos sin tener idea de dónde estaba ella, y eso era muy malo.

De pronto cambió el viento, y una brisa propicia me envió desde el territorio quiluete una ráfaga de olía a bosque, a humo de caño de escape… y muy tenuemente, a Bella.

Yo hubiese reconocido su olor entre un millón de otros aromas. Puede que suene como que soy un psicópata demente y depravado, pero su olor corporal era el más maravilloso perfume, un aroma inigualable, que enloquecía a mi parte más bestial. Hubiese podido pasar horas sólo olfateándola; ella olía mejor que el más caro de los perfumes, al menos para mí. Los demás sólo percibían por su olor que Bella era claramente otro vampiro, pero no notaban nada excepcional. Por suerte, sólo conmigo comportándome como un animal en celo, era suficiente.

Seguí el tenue rastro, cada vez más débil a medida que el viento seguía soplando. Bella no había estado exactamente ahí, sino a alguna distancia, y el viento me traía no su olor, sino el rastro de ese olor, y mezclado con una serie de otros aromas.

Dudé sólo una fracción de segundo cuando noté que la pista que había encontrado me llevaba a entrar en el territorio de la reserva. Seguí adelante, ya lidiaría con eso más tarde. Oteé los pensamientos de quienes estaban allí en cuanto las primeras casas estuvieron a la vista, pero toda la gente parecía estar durmiendo. No me sorprendía, eran apenas pasadas las cuatro y media de la madrugada.

Entonces lo encontré. Un rastro claro, preciso, y que no tenía más de un rato de antigüedad. No hacía ni media hora que Bella había pasado por ahí. Yo no era muy hábil rastreando, pero este olor era tan claro como una señal luminosa en medio de una habitación a oscuras. Ni siquiera yo podía perderme.

O eso creí. Bella había dado vueltas y caminado en círculos, vuelto sobre sus pasos, como si no estuviese segura de a dónde iba. La estela de su olor se cruzaba y confundía, y yo llevaba tanto tiempo inhalando su esencia que llegó un momento en que tuve que detenerme a respirar aire que no oliese a Bella, tratando de despejar mi cabeza. Pero por fin encontré el rumbo, parecía que al último trecho Bella lo había hecho en línea relativamente recta…

Y ahí estaba, la luz a lo lejos, que parecía como salir de una casa, pero era demasiado amplia. Igual que en la visión de Alice. Bella tenía que estar cerca. Me acerqué con cuidado, siguiendo siempre el rastro de olor. Sí, ella había estado ahí, y hacía solo minutos. Estaba cerca…

En eso, escuché un grito, o quizás aullido es una descripción más acertada. Si tuviese sangre en las venas, se me hubiese helado. Era dolor puro, desesperación, pánico. Por un momento creí que Carlisle se había confundido, que su visión era posterior a la de Alice, y que era la víctima la que chillaba, pero entonces un segundo grito siguió al primero y noté que era Bella quien aullaba.

Decir que volé es poco. Estuve en la puerta de ese lugar, que resultó ser una especie de garage, de taller mecánico, tan rápido que no debió contar como tiempo transcurrido. Tal como temía, Bella estaba allí, aovillada en el suelo, con los brazos fuertemente cerrados en torno al cuello de un hombre joven que le hablaba en voz baja, intentando que reaccionara.

-¿Bella? –le preguntaba en un susurro estremecido-. Bella, por favor, reacciona… ¿Bella? ¿Puedes oírme? ¿Bella? Soy yo, Jacob. Jacob Black, ¿recuerdas? Bella, por favor… tenemos que buscar ayuda…

Es increíble que en un momento como ése yo pudiese sentirme celoso. Pero no pude evitarlo: ver a Bella abrazada a ese otro hombre sacó lo peor de mí, y sólo con un gran esfuerzo me contuve de romperlo en pedazos ahí mismo. Lo salvó el que sus pensamientos gritaran a los cuatro vientos que lo que más le importaba era que Bella reaccionara, que estuviese bien, y que le explicara cómo había llegado ahí desde ninguna parte.

-La ayuda ya llegó –dije en voz muy baja, sobresaltando al otro, que no parecía haberme oído llegar.

Me miró velozmente, la extrañeza llenando su cabeza. Captó que yo me parecía vagamente a Bella, aunque no parecía haberme identificado como vampiro. Ella no reaccionó en absoluto. Estaba anormalmente quieta, no reaccionaba, y ni siquiera estaba respirando. Falta completa de signos vitales, ni siquiera el más instintivo, como lo es respirar, no es nunca una bueno noticia.

-Hola, soy Edward Cullen –me presenté en voz baja, arrodillándome junto al joven y a Bella, que aún no lo había soltado. Mis mounstrosos celos aullaban de frustración-. Bella, voy a llevarte a casa… -y dirigiéndome al tal Jacob, por lo que había oído, expliqué- Mi padre es médico, él sabrá qué hacer. Pero me temo que Bella está en un estado de shock traumático difícil de superar. ¿Cómo llegó aquí?

-No tengo idea, yo miré y de pronto ella estaba en la entrada… -me dijo, la confusión llenando sus sentidos. Pero su cabeza me dio un buen resumen de los hechos, aunque él no lo supiera-. Le pregunté cómo había llegado, si estaba bien, y entonces empezó a gritar y llorar… y después quedó así –narró, conmocionado.

-Vamos –dije, e intenté tomar a Bella en brazos.

Pero la chica que hasta ese momento había parecido muerta de pronto revivió, sólo para aferrarse a Jacob con todas sus fuerzas, enterrando la cara en su hombro y negándose a soltarlo. Mis celos por un segundo casi me impulsaron a arrancarla de sus brazos sin importarme si lo mataba en el intento, pero debía ser una persona importante para Bella si se aferraba así a él, y no era precisamente lo mejor para mantener la paz si yo descuartizaba a un quiluete en su mismo territorio. Intentamos hablarle a Bella, calmarla, hasta desasirla por la fuerza, pero tenía un agarre de lo más fuerte y yo no podía arriesgarme a lastimar al humano.

-Oh, rayos, no hay tiempo que perder –gruñí después de un rato de esfuerzo inútil por ambas partes. Estaba amaneciendo, una luminosidad tenue pintaba el cielo por el este.

-Jacob –dije entonces recordando algo casualmente mencionado esa noche por el señor Black: "mi hijo y yo estuvimos esta tarde en casa de los Swan"-, ¿casualmente tu padre es William Black?

-Sí –admitió en un susurro, pensando que yo le echaría en cara las supersticiones de su padre.

-Eso simplifica las cosas –me medio sonreí-. Entonces sabes lo que Bella y yo somos.

-¡Yo no creo en esas tontas leyendas…! –empezó Jacob airadamente, pero yo no tenía tiempo ni ganas de discutir y opté por algo más simple, aunque también más arriesgado.

De todos modos, el chico sabía, más o menos, no era una diferencia de vida o muerte si yo le confirmaba que sus leyendas eran verdad. De hecho, sólo estaría logrando que en adelante respetara más a su padre. Los tomé a él y a Bella colgada de su cuello, y los eché sobre el hombro izquierdo sin esfuerzo.

-Tal vez deberías –reí sin humor-. Sujétate a Bella, esto puede ponerse movido.

Sin detenerme a revisar si me había hecho caso, los sujeté a ambos con firmeza y eché a correr de regreso a casa lo más rápido posible, ignorando lo mejor posible la risa que me causaba el caos mental de Jacob Black, y la desesperación que me embargaba al notar que Bella seguía sin reaccionar.

 

 

Capítulo 7: La muerte y la brújula Capítulo 9: La tregua

 
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