Tras unas largas horas en avión al lado de Edward, llegamos a Río. Desde allí, tomamos un taxi hasta el puerto. Durante el trayecto, noté que Edward pasó uno de sus brazos por encima de mi cabeza hasta colocarlo sobre mis hombros para abrazarme contra él, como si temiera romperme en mil pedazos, pero también en un gesto posesivo, ya que miró de malas maneras al conductor del taxi. Yo le permití el acercamiento sin moverme un centímetro. “¿Qué otra opción tenía? Ya había aceptado pasar una semana con él con el fin de dar una tregua a nuestra duradera persecución, así que debía de apechugar con lo que las consecuencias si quería que nadie más muriera por mí.”
Cuando llegamos a la isla, serían cerca de las doce de la noche, me bajé de la lancha motora, cogiendo el equipaje, y me topé con una elegante casa caribeña de madera a unos metros de la playa. Edward caminó delante de mí y abrió la puerta. Al entrar, me quedé boquiabierta: era realmente una preciosidad. El salón era amplio y estaba exquisitamente decorado con muebles de color rojizo y las paredes eran de cristales completamente translúcidos por los que se podía ver el paisaje costero. Me quedé demasiado tiempo embobada viendo la decoración, tanto que no me di cuenta cuando Edward se posicionó a mi lado.
-¿Qué te parece?
-Es… una pasada.-admití, dejando las maletas en el suelo.-Nunca había estado en un sitio como este.
Le escuché soltar una risita orgullosa.
Y como si fuera lo más natural del mundo, me hizo girarme para quedar frente a él. Por su cercanía, me ruboricé, y fui incapaz de aguantarle la mirada. Él me tomó del mentón con su mano de acero y se acercó aún más a mí, apoyando su frente contra la mía. Hizo intenciones de besarme y yo me dejé llevar, pero movió su cabeza y la hundió en mi cuello. Retiró un mechón de pelo detrás de mi oreja y sentí sus fríos labios humedecer mi yugular, mientras yo me deleitaba con el olor del cuello de su camisa. A su juego de morderme y besarme suavemente mientras me hacía deliciosas cosquillas en esa zona, se unió el de quitarme las maletas y la chaqueta al mismo tiempo y de dejarlas caer a ambas sobre el suelo, haciendo un ruido que me hizo recordar lo que ocurriría después si no nos deteníamos.
Al parecer, Edward notó mi reacción y movió la cabeza para mirarme a los ojos sin dejar de estar extremadamente próximo a mí.
-Esto no puede ser verdad…-le susurré incrédula, empujándole un poco.-No podemos estar aquí, haciendo esto.
Una mirada. Solo bastó una mirada suplicante de sus ojos color caramelo para que termináramos uniendo nuestros labios en un intenso y apasionado beso. Yo no tenía mucha práctica en eso de besar, así que dejé que Edward hiciera con mi boca lo que se le antojase, desde darme pequeños piquitos hasta acariciar descaradamente con su lengua el interior de mi boca. Pero nuestra deliciosa tarea fue interrumpida por el sonido de su voz fatigada.
-Sube al dormitorio, arriba a la derecha….En seguida iré yo.-finalizó, abandonándome en la sala en un abrir y cerrar de ojos.
Aturdida por nuestro reciente beso, tardé un par de minutos en recuperar la cordura. Lo que acababa de pasar no había estado bien, había traicionado a mis padres, a los Quileutes e incluso me había traicionado a mí misma con esta conducta. Una voz en mi interior me decía que me largase de allí lo más lejos posible, que llamara a Alice para que viniera corriendo a rescatarme… Sabía que si no accedía a acostarme con Edward me mataría, pero no sé si la muerte sería peor que el castigo que me otorgaría si me negara a hacerlo.
“¡Dios! ¿Qué hago!”
Mis músculos se activaron de nuevo y actué impulsivamente. Subí las escaleras hasta el dormitorio que me había dicho Edward y dejé allí las maletas. Metí la mano en mi bolsillo del pantalón y saqué mi teléfono móvil para llamar a Alice. No tenía intenciones de hacerlo en mitad del dormitorio para que Edward me pillase, así que me encerré en el baño. Vigilando que aún seguía sola, busqué su número en la agenda. Cuando lo encontré, me armé de coraje y le di al botón de llamar. Pasaron unos agonizantes toques hasta que me lo cogió.
-¿Bella? ¿Estás bien?-contestó preocupada.
-S…Sí-respondí con miedo.
-¿Seguro? ¿Edward te ha hecho algo?
-N… No, solo te llamo para decirte que ya hemos llegado a la isla Esmee.-mentí. No me atrevía a contarle la verdad de por qué la había llamado.
“Oye, Alice, nada que tu ex-hermano me ha dado un tiempo para mentalizarme de que vamos a tener sexo dentro de un par de minutos y bueno, pues como que a mí me da algo de palo perder la virginidad con el asesino de mis padres... ¿Qué me aconsejas?”
Patético.
-Ah, vale…. O… Oye te paso a Emmet que me está quitando el teléfono ¿vale?
-¿Qué te ha hecho el gilipollas de Edward?-escuché segundos después la voz protectora de Emmet.
-Emmet estoy bien, no me ha hecho nada…. Aún-me arrepentí al añadir lo último, ya que no sabía que Edward estaba escuchando. En una de mis constantes miradas hacia la puerta de rejas de madera lo descubrí, frunciendo el ceño con cara de pocos amigos.
-¿Bella?-continuaba Emmet, pero todo pasó demasiado deprisa.
Edward se abalanzó sobre mí y me arrancó el teléfono de la mano para después contestar por mí.
-Bella está perfectamente. ¡Dejad de molestar, por una vez!-finiquitó la conversación, aplastando furioso el teléfono como si una bola de plastilina se tratase. Todos los chips y dispositivos salieron por los aires, rompiéndolo definitivamente sin ninguna posibilidad de que volviera a funcionar. Después de esto, me miró a mí y temí que ese era mi final.
Sus ojos color caramelo se convirtieron en los mismos que me atemorizaron ocho años atrás en mi propia casa. La cólera que poseían era abrasadora, tanto que con solo mirarlos creí estar en el infierno con el mismísimo diablo frente a mí.
-Confié en ti…-pronunció asqueado.-Y así me lo pagas; chivándote a mi familia nada más llegar.
-Yo no me he chivado.-desmentí.
-Bella, ¿por qué me pones las cosas tan difíciles?-dijo torciendo el gesto, dañado.
No entendí su pregunta, así que le dejé continuar.
-A Jacob no le haces pasar por esto.
-¡Claro, porque Jacob no mató a mis padres, ni me lleva persiguiendo desde que tengo uso de razón, ni me ha obligado a pasar una semana junto a él!-grité desesperada.
-Nadie te ha obligado a hacer lo último, sino que te has ofrecido voluntariamente.-me picó.-Debería haberte matado cuando tuve ocasión.
-¡Pues hazlo ahora!-le reté orgullosa.-¡Acaba con esto ya de una vez!
Me inspeccionó minuciosamente unos segundos agonizantes antes de estamparme contra los fríos baldosines de la pared.
-No pienso acabar con esto jamás.-y dicha su sentencia, noté que me cargó sobre su cintura y que segundos después, me tiró sobre una superficie blanda y de sábanas blancas, lo que deduje que era la cama del dormitorio.
Mordisqueó mi boca con desesperación mientras que sus manos se abrían paso entre las telas de mi camiseta y extrañamente, yo se lo permití encantada. Nunca me había considerado una chica fácil, pero con Edward… simplemente no podía evitarlo. Por el contrario, tampoco era muy lógico, teniendo en cuenta la relación que poseíamos: era como una especie de “ni contigo, ni sin ti”. Cuando estábamos distanciados, le odiaba a muerte por todo lo que me había hecho, sin embargo cuando lo tenía pegado a mí me sentía…. completa. Ya no era la típica chica tímida y taciturna que se quedó huérfana a los ocho años. Edward me hacía sentir especial, como si yo estuviera destinada a estar allí, con él…. No sé si con alguna otra humana él había tenido la misma relación, solo sabía que su humor cambiaba repentinamente en cuanto estábamos solos.
Entre beso y beso oí gruñir a Edward. Sabía que mi olor le encantaba, pero ¿tanto como para reaccionar así? Acto seguido le sentí desnudarme. Cuando me quitó la camiseta, me ruboricé. No es que me avergonzara de mi cuerpo, pero nunca me había tenido que desnudar bajo la atenta mirada de un hombre en esas circunstancias. A propósito, en cuanto me quedé en ropa interior, noté que Edward se tensó más de lo normal, o al menos una parte en concreto. Me besó por última vez en los labios y descendió hasta mi torso, lamiéndolo con su fría y húmeda lengua mientras continuaba emitiendo un sin fin de gruñidos. Embriagada por la situación, me dejé hacer de todo. Le vi desnudarse y que rápidamente volvió a mí, antes de llegar a la fase final. Me abrió de piernas, quedando completamente desnuda y expuesta hacia él, y me miró excitado cuando me penetró, la primera vez. Creí morir cuando sentí en mi interior algo tan duro y frío. Gemí de dolor, pero al parecer me mal interpretó y colocó mis muñecas sobre mi cabeza para impedirme toda posibilidad de detener nuestra tarea.
Debió de darme un ataque de impotencia o por el dolor, pues a los pocos segundos, caí inconsciente.
Lo último que recuerdo haber visto, fueron unas suaves plumas sobrevolar nuestras cabezas, acompañadas por la ronca voz de Edward en mi oído:
-Sin duda, acabo de tener la mejor noche de toda mi existencia…
|