Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32281
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 8: Noche de Pasión, mañana de despedidas.

-¿Estás segura de esto, Bella?

Tenía que darle una última oportunidad de escapar. Una última oportunidad de cambiar de idea.

-Sí, estoy segura.

La besó en la boca con ansia.

-No llevo preservativos, pero puedo bajar a una tienda y estar de vuelta en diez minutos.

Bella se aferró a él.

-El otro día, cuando fui a casa de Garrett, llevaba la cinta de vídeo en un bolsillo y un paquete de condones en el otro.

Bendito fuera su pragmatismo.

-Esta noche te doy cinco estrellas, Bella Swan.

Ella se levantó y fue a buscar la caja al armario del cuarto de baño. Cuando regresó, Edward la vio acercarse con sus turbadores andares de modelo de revista erótica.

-El otro día, la primera vez que te vi, cuando entrabas en el edificio de Garrett, no habría podido imaginar que escondías secretos tan deliciosos.

Bella dejó la caja sobre uno de los cojines del sofá y se sentó en el suelo, junto a él.

-¿No?

Él sacudió la cabeza.

-No, nunca. Tienes andares de mujer fatal, y posees un aire de elegancia casi intocable. Arrodillándose a su lado, ella subió un dedo por su brazo y por su hombro.

-Espero que no sigas pensando que soy intocable.

A modo de respuesta, él la sentó sobre sus piernas y metió un dedo bajo la cinturilla de su falda.

-Creo que estás lista para revelarme todos esos secretos que escondes.

Edward sintió una oleada de deseo. La visión de las generosas curvas de Bella cubiertas apenas por un tira de encaje bastaba para que un hombre adulto llorara de admiración. Ahora, él tenía además sus glúteos apoyados sobre los muslos y su piel sedosa al alcance de los dedos. Si además pensaba que era suya, aunque solo fuera por una noche, Bella Swan lo ponía al rojo vivo.

Edward se inclinó para besarla, intentando mantener el dominio de sí mismo. A pesar de que lo había invitado a quedarse a pasar la noche con ella, Edward sabía que Bella apenas tenía experiencia con los hombres. Su padre seguramente se encargaba de ahuyentar a todos sus pretendientes.

De modo que esa noche tenía que ser memorable.

-¿Qué más estás dispuesta a enseñarme? -musitó Edward entre besos.

Ella susurró contra sus labios:

-Puede que tengas que ayudarme a quitármelo - y deslizó un dedo entre sus pechos, tirando suavemente del encaje del sujetador.

Edward le bajó los tirantes de satén y desabrochó el corchete del sujetador, dejando al descubierto sus pechos turgentes.

Qué vista tan increíble.

Ella se giró tímidamente hacia él, apretándose contra su pecho. Edward dejó escapar un gruñido al sentir la suavidad de su carne, la delicada presión de sus pezones.

No sabía si podría seguir aguantando. Aunque quería que aquella noche fuera especial, inolvidable, a ese paso la tensión que anelaba su cuerpo con cada latido de su corazón acabaría matándolo.

Bella frotó la mejilla contra su hombro, contra su cuello. Se restregó peligrosamente contra su regazo. Edward la alzó en brazos y la sentó con las piernas abiertas sobre él, apoyando la espalda contra el sofá. Solo las luces de la ciudad iluminaban el piso. El suave resplandor de la calle se filtraba por las ventanas.

La falda de Bella estaba ya muy arriba de sus muslos, y Edward acabó de subírsela con manos ansiosas. Colocó a Bella encima de su abultada bragueta, con las bragas de encaje de ella y los vaqueros de él como única barrera entre sus incendiados sexos. Pero quería que ella sintiera, que viera cómo lo ponía.

Bella dejó escapar un gemido al sentir su contacto. Echó la cabeza hacia atrás, sacando los pechos de modo que quedaron en posición perfecta para que él los probara.

Edward los lamió, los chupó, se llenó la boca de ellos. Bella respondió restregándose lentamente contra su entrepierna, apretándose contra él hasta que Edward pensó que iba a perder la razón. La agarró de las caderas, obligándola a detenerse.

-Cariño -dijo con voz áspera- me estás matando.

-Tú a mí también -musitó ella, jadeante-. Quiero enseñarte más.

Él reprimió las ganas de rugir al oír sus palabras y se contentó con tumbarla de espaldas, colocándola sobre un retal de seda amarilla que había en el suelo. Ella lo ayudó a quitarle la falda y quedó desnuda ante él, salvo por unas pequeñas braguitas de encaje blanco.

-Estoy deseando verlo -Edward apoyó la mano sobre sus bragas un momento, dejando que su calor le penetrara la piel. Bella gimió. Se removió y se restregó contra él, convenciéndolo de que había llegado el momento.

Edward le bajó las bragas por sus larguísimas piernas. El Cielo lo esperaba bajo ellas, y lo único que tenía que hacer para encontrarlo era quitarse los pantalones.

No se habría desnudado más rápido ni aunque hubiera tenido un ayuda de cámara para hacerlo.

-Oh, Dios mío -Bella lo miró con asombro cuando se irguió sobre ella-. Tú sí que eres todo un espectáculo, detective.

-¿Has visto?

-Ya lo creo.

-Entonces, ya sabes lo mucho que te deseo -él la tomó de la mano y la guió hasta su miembro. Bella arqueó las caderas bajo él. Edward la detuvo antes de que pudiera cerrar los dedos sobre su grueso tallo, e inclinándose le susurró al oído:

-Voy a hacer que tú también me desees así.

Ella dejó escapar un gemido de placer, y Edward pensó que la espera había valido la pena. Le besó los pechos y la tripa y al fin se detuvo un momento entre sus muslos. Aunque deseaba hundirse dentro de ella, deseaba aún más sentir su sabor en la boca. Apenas había encontrado su dulce centro, apenas había saciado su sed, cuando el cuerpo de Bella se tensó como un arco bajo él y sus muslos lo rodearon en un abrazo.

Edward estiró un brazo hacia el sofá y recogió la cajita de condones. La deseaba tanto que le temblaban levemente las manos.

Bella se irguió, todavía temblando de placer, y lo miró con los ojos turbios.

-Déjame a mí.

Con dedos temblorosos que lo acariciaban inadvertidamente, Bella le puso el preservativo. Incapaz de seguir refrenándose, Edward la tumbó sobre el lienzo de seda, abriéndole los muslos con las rodillas. Se colocó sobre ella y la hizo suya lenta, cuidadosamente, preguntándose si habría estado alguna vez con un hombre y si sabría el precioso regalo que le estaba dando.

Bella no era una niña bien, mimada y aburrida que se sentía atraída por el emocionante trabajo de un policía. Bella parecía desearlo realmente por cómo era, cosa que al mismo tiempo asombraba y halagaba a Edward.

Entonces alzó las piernas, cerrándolas sobre su cintura, y Edward no pudo seguir pensando. Toda su energía mental y física se concentró en el esfuerzo de no perderse en el interior de Bella. Sabiendo que no podía seguir entre sus piernas un minuto más sin superar el límite de su resistencia, se desasió suavemente del abrazo de sus piernas, agarrándola de las pantorrillas. Volvió a entrar en ella una y otra vez, arrastrándola hacia el clímax. Solo cuando la espalda de Bella se arqueó con una tensión que sacudió todo su cuerpo, Edward se permitió tras pasar aquel límite con ella.

Una satisfacción elemental, primitiva, lo anegó lenta y largamente, un placer que, más allá de lo físico, le producía una profunda sensación de bienestar por estar allí, con ella. Demasiado cansado, de masiado satisfecho como para cuestionarse aquel sentimiento, Edward se limitó a estrecharla entre sus brazos.

.

.

Bella se despertó un poco después, encontrándose envuelta en la seda amarilla y en los brazos de Edward Cullen. No sabía si podría moverse después de la tensión que había soportado su cuerpo, pero sabía que deseaba a Edward otra vez. Tras el increíble placer que este le había hecho sentir, se preguntaba si podría despertarse alguna vez y no de searlo. Y aquella idea la asustó.

Y no porque se arrepintiera de haber invitado a Edward a quedarse. No, había postergado demasiado aquella experiencia como para arrepentirse de ella. Durante años, había sospechado que su apresurado encuentro en el asiento de atrás de un coche con aquel compañero de clase no había sido precisamente estelar. Y ahora lo sabía con toda certeza.

No había experimentado nada ni remotamente parecido a lo que Edward le había enseñado esa noche. Seguramente debía avergonzarse porque sus gritos de placer se hubieran oído en todo el distrito de la moda. Pero en su relación con Edward no había lugar para los remordimientos y la vergüenza.

¿Miedo? Sí, sentía miedo. Ignoraba qué pasaría a partir de ese momento. Sabía que por la mañana tendría que pensar en muchas cosas; sabía que, cuando saliera el sol, tendría que trazar un plan para afrontar aquella situación. Pero, por el momento, solo quería pensar en cómo podría mover ese espléndido cuerpo, de más de metro ochenta, del suelo de su cuarto de estar a su cama.

Y, envolviéndose en el retal de seda amarilla, Bella se dijo que la provocación era la mejor manera de hacerlo.

Siete horas, tres condones después, y el cuerpo roto, a Bella no le importaba lo excitante que era la ancha espalda de Edward sobre su cama. Debía ignorarlo si quería levantarse y acabar sus diseños.

Tenía que ponerse a trabajar, después de haberse tomado libre todo el día anterior. Pasaba tanto tiempo ayudando a su padre entre semana, que el único modo de poner en marcha su propia empresa había sido trabajar durante las noches y los fines de semana en sus propios proyectos. Se levantó y se puso la bata. A la luz del día, y a pesar de que Edward seguía durmiendo, su desnudez la azoraba mucho más. No estaba preparada para que la viera sin su armadura de glamour. Aunque no necesitaba mucho maquillaje, se esforzaba por estar siempre impecable, por ir bien peinada, por realzar sus ojos con las últimas novedades cosméticas.

A su padre le gustaba rodearse de belleza en todo momento, y Bella había aprendido hacía mucho tiempo que encajaba mejor en su mundo si cumplía aquel requisito.

Cuando acabó de ducharse y de vestirse con su ropa de trabajo, una falda fina y una tiesa camisa de vestir de hombre, Bella notó que olía a desayuno. Su estómago gruñó, y por su cabeza cruzó la inquie tante constatación de que Edward seguía allí. Nunca se había encontrado en aquella situación, nunca había tenido que enfrentarse a un hombre a la mañana siguiente. ¿Cómo había de comportarse?

-Hola, preciosa -dijo Edward alegremente, frente a la cocina-. ¿Quién es A. Brandon?

Ella parpadeó, sorprendida, al verlo tan a sus anchas en la diminuta cocina, haciendo tortitas en una sartén que ella ni siquiera sabía que tenía.

-¿A. Brandon? -repitió, atraída por el olor de las tortitas.

Edward tomó un cartón de huevos y leyó una notita de color morado pegada a él.

-Aquí dice: «Querida, eres la mujer con el frigorífico peor surtido que conozco. Te he comprado huevos, pero guárdame dos para la cena que pienso hacerte el miércoles» -Edward puso una botella de sirope para tortitas sobre la mesa de la cocina- ¿Este tal Brandon es un competidor del que tenga que preocuparme?

Tenía una mirada traviesa, pero la observaba intensamente mientras esperaba su respuesta. Bella entró en la cocina y sacó los vasos para el zumo.

-No. Es Alice Brandon. Alice es mi mejor amiga.

Edward sacó la última tanda de tortitas de la sartén y las colocó en un plato en el que ya había un buen montón.

-Estupendo. Así que ¿no tengo que preocuparme porque aparezca de repente un ruso enorme en tu puerta con el que tenga que pegarme por ti?

Ella sonrió.

-No, qué va. Aunque si, por alguna razón, dieras con el lado malo de Alice, yo apostaría sin dudarlo por ella en una pelea.

Edward puso los platos sobre la mesa y retiró una silla para que ella se sentara.

-Me ofendes, Bella. Soy más duro de lo que parezco, ¿sabes?

Bella estaba segura de que había pocos detectives que tuvieran un cuerpo como el de Edward, pero también sabía que este no necesitaba precisamente que lo halagaran. Así que se limitó a servirse el desayuno. Estaba muerta de hambre, después del esfuerzo de la noche anterior.

-Alice es la campeona de las causas perdidas. Es capaz de sacarle dinero al ricachón más avaro del Upper East Side. Es realmente dura.

-Olvidas que estás hablando con un poli de Nueva York.

Bella tomó la mantequilla. No quería ofender a Edward, pero las tortitas sabían a comida dietética, seguramente porque las había hecho con la única clase de harina que Alice compraba: harina integral.

-No, no lo he olvidado -le sonrió para que no se fijara en que estaba poniéndose más mantequi lla-. En realidad, me parece muy emocionante. Durante toda mi vida, he visto cómo el buen nombre de mi familia se ponía en cuestión a causa de la relación de mi padre con personas poco recomendables. Es un alivio salir con un hombre que está por encima de toda sospecha -añadió, tomando la botella de sirope.

Edward la observaba atentamente. ¿Se habría dado cuenta de que era la segunda vez que se ponía sirope?

-Así que ¿te atrae el hecho de que sea policía? Bella se encogió de hombros, preguntándose qué sería peor: que pensara que sus tortitas le parecían un poco secas, o que ella mostraba una peligrosa inclinación a comer demasiado.

-Bueno, sí, claro, ¿y a quién no? En tu trabajo siempre hay acción y aventura -él la miró con una extraña expresión de desaliento. Nerviosa, empezó a parlotear,- los polis sois muy de fiar, ¿no? Tenéis, por vuestro oficio, un cierto sentido del honor. Quiero decir que la placa es como un sello de calidad. O como una calificación de cinco estrellas, en tu caso.

Edward se comió el último bocado y enseguida se levantó y retiró su plato. Bella pensó que, de algún modo, había engordado veinte quilos en el desayuno, porque él ni siquiera parecía tener ganas de mirarla.

-Me alegro de haberte hecho pasar un buen rato, Bella. Pero será mejor que me vaya para que tú puedas seguir con tu trabajo mientras yo regreso a mis aventuras en el cuerpo de policía -le retiró el plato a ella, a pesar de que no se había acabado las tortitas.

Bella se levantó sin decir nada mientras él aclaraba los platos y los metía en el lavavajillas. ¿Qué había hecho? ¿Por qué de repente se mostraba tan brusco? ¿Quién era aquel áspero desconocido que rondaba por su cocina?

Bella reunió sus dispersos pensamientos justo cuando él acababa de limpiar la placa de la cocina.

-Siento que todo esto no se me dé muy bien -dijo, dando un palo de ciego, pues no sabía si Edward estaba molesto con ella o si simplemente era así como se comportaba la gente el día después-. No lo había hecho nunca.

La expresión severa de Edward se suavizó un instante. Bella creyó ver un atisbo del hombre del día anterior.

-No te preocupes -él cruzó la cocina y se detuvo ante ella.

Bella sintió que todos sus nervios se erizaban al sentirlo cerca. Pero, al parecer, a él no le pasaba lo mismo, porque se inclinó y le dio un beso en la frente.

-Tengo que volver al trabajo, Bella. Te llamaré para decirte la fecha del juicio de Garrett -sus ojos se achicaron-. Sigues queriendo testificar, ¿verdad?

Bella nunca había sufrido un rechazo tan cruel en toda su vida. En parte, se debía al hecho de que nunca había consentido que un hombre se acercara a ella lo suficiente como para hacerle tanto daño como Edward le estaba haciendo en ese momento. Pero, sobre todo, era culpa de Edward.

-Me gusta vengarme de aquellos que me tratan abominablemente -dijo, aunque no era cierto. Se sentía dolida y no sabía qué hacer al respecto. No quería tener una relación estable con un hombre en ese momento de su vida, pero tampoco quería hacer huir a Edward.

Al menos, no de momento.

Edward recogió su cartera, que había dejado sobre la mesa del cuarto de estar, y se acercó a la puerta. Bella lo acompañó. Su buena educación le exigía mostrarse amable, a pesar de que él parecía haber olvidado por completo sus modales después de acostarse con ella. Mientras abría la puerta del taller de su padre, no pudo evitar pensar en lo distinto que era su ánimo cuando, el día anterior, entraron por aquella puerta.

-Adiós, Edward -no se le daba bien hacerse la altanera, y lamentaba profundamente aquella despedida. Quizá por eso dijo- Ayer lo pasé muy bien -él se detuvo un momento y sus miradas se encontraron-. Será mejor que te vayas -dijo ella-. Apuesto a que ahí fuera, salvando el mundo, resplandeces.

Había querido halagarlo, despedirse de él con cierta nota de ligereza. Además, admiraba sinceramente su trabajo.

Lástima que él se cerrara en banda al oír sus palabras, apartando la mirada de ella.

-Ese soy yo: el superhéroe de las calles -le lanzó una sonrisa burlona desprovista de calor y luego le dio un beso formal en la mejilla antes de cruzar la puerta.

Mientras Bella lo miraba alejarse a través del escaparate del estudio, se dijo que no debía sentirse culpable, ni avergonzada por sus actos. Sencillamente, había juzgado mal a Edward. Ahora, era mejor que dejara de pensar en él.

Volvió a subir las escaleras, mientras se decía a sí misma que por haberse lanzado una vez a la aventura, no trastocaría- sus obligaciones diarias. Tenía mucho que hacer para preparar los desfiles de otoño, y no estaba dispuesta a recurrir a una tarrina de helado para calmar su ansiedad. No era esa actitud la que la había llevado a abrirse paso en el mundo de la moda.

Sin embargo, no podía evitar pensar que, si Alice no le hubiera llenado los armarios de la cocina con su comida dietética y su harina integral, en ese momento ella estaría abriendo otro paquete de condones con los dientes.

 


Que inocente es Bella, parece que no se ha dado cuenta que lo que le molestó realmente a Edward fue que pensara que había sido una aventura con un poli, es decir, que le gustaba más el poli que él... en fin quien entiende a estos hombres...jejejeje. espero que les haya gustado la noche de pasión... jejeje. un besote.

Capítulo 7: Quédate hasta mañana Capítulo 9: Mujer fatal.

 
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