EL ARISTOCRATA

Autor: kristy_87
Género: Romance
Fecha Creación: 07/02/2011
Fecha Actualización: 31/05/2011
Finalizado: SI
Votos: 9
Comentarios: 41
Visitas: 54661
Capítulos: 23

 

En busca del amor Él tenía oscuras sospechas acerca de Bella y de sus padres. Era celoso, irritable y exigente; enigmático, encantador y todo un aristócrata. ¿Por qué, entonces, Isabella Swan, se había enamorado locamente de su primo conde Edward de Massen?

 

Este fic no es mío es de GUISSY HALE CULLEN.

 

 

TERMINADO

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Capítulo 8:

LO SIENTO mil perdones pero no he podido hacerlo antes y sobre todo xk mi pc sigue sin fuciona es pero k me perdonen jajajaja y k disfruten de estos capitulos aki dejo este k es muy largo.

bss

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Durante la cena la conversación discurrió por cauces estrictamente formales, como si la asombrosa charla en la torre y el fogoso encuentro en los jardines del castillo jamás se hubieran producido. Bella se sintió maravillada por la compostura de sus acompañantes mientras hablaban de langoustes á la créme.

Si no hubiese sido por el hecho de que sus labios aún sentían el fuego de los labios de Edward, habría podido jurar que había imaginado el tormentoso y perturbador beso que él depositara en su boca. Aquel beso había avivado una intima sensación de respuesta alterando su helada indiferencia mucho más de lo que ella estaba dispuesta a admitir.

Pero eso no significaba absolutamente nada, insistió Bella calladamente, y se dedicó a comer con fruición la langosta que descansaba en su plato. No era la primera vez que un hombre la besaba y tampoco sería la última. No estaba dispuesta a permitir que un tirano caprichoso le preocupara un segundo más. Abocándose a la tarea de incorporarse al juego de la tiesa formalidad, Bella bebió lentamente e hizo un comentario sobre el vino.

-¿Le gusta? -Edward se sumó a su comentario con voz igualmente neutra-. Es el Muscadet que producimos en los viñedos del castillo. Aunque sólo producimos una pequeña cantidad cada año destinada a nuestro consumo, y otra para los vecinos.

-Me gusta mucho -comentó Bella-. Que excitante poder disfrutar de un vino criado en viñedos propios. Nunca había probado algo semejante.

-El Muscadet es el único vino que se produce en Bretaña -informó la condesa con una sonrisa-. Esta es una región cuya riqueza proviene del mar y de los encajes. Bella deslizó con admiración un dedo sobre el inmaculado mantel blanco que cubría la mesa de roble.

-Los encajes de Bretaña son exquisitos. Parecen tan frágiles y, sin embargo, los años no hacen más que aumentar su belleza.

-Como en una mujer -murmuró Edward y Bella alzó la vista para encontrar su mirada esmeralda.

-Pero también tienen el ganado -dijo Bella Cambiando de tema para superar su momentánea confusión.

-Ah, el ganado.

Los labios de Edward se curvaron y Bella tuvo la desagradable sensación de que él era consciente del efecto devastador que ejercía en ella.

-He vivido toda mi vida en una ciudad y, por tanto, ignoro cuanto se refiere al ganado –continuó Bella, cada vez más desconcertada por la intensidad de su mirada-. Estoy segura de que las reses componen un bello cuadro mientras pastorean en la campiña.

-Creo que debemos hacerte conocer la campiña bretona -intervino la condesa, atrayendo la atención de Bella-. Tal vez mañana te apetezca dar un paseo para conocer toda la propiedad.

-Me encantaría, madame. Estoy segura de que será un agradable cambio después de las aceras y los edificios del gobierno.

-Será un honor para mí acompañarla, Bella -se ofreció Edward. Bella se sorprendió ante el ofrecimiento del conde. Se volvió hacia él y en su rostro se reflejaron fielmente sus sentimientos. Él sonrió e inclinó levemente la cabeza.

-¿Tiene ropas adecuadas?

-¿Ropas adecuadas? -repitió ella y la sorpresa se mezcló con la confusión.

-Naturalmente.

Él pareció divertirse con sus cambios de expresión y su sonrisa se hizo más amplia.

-Su gusto para la ropa es impecable, pero creo que encontrará bastante incómodo montar a caballo con ese vestido. Bella bajó la vista hacia su delicado vestido en tonos verdes antes de mirar nuevamente Edward.

-¿A caballo? -preguntó frunciendo el ceño.

-No se puede recorrer nuestra propiedad en coche, ma petite. El caballo es más apropiado -Bella se envaró ante el brillo burlón que bailaba en los ojos de Edward.

-Debo decir que no sé montar a caballo.

-C'est impossible! -exclamó la condesa con incredulidad-. Renee era una magnífica amazona.

-Tal vez las habilidades ecuestres no se heredan, madame -sugirió Bella, divertida por la expresión de su abuela-. No soy una amazona en absoluto. Ni siquiera puedo controlar un poni en un tiovivo.

-Yo le enseñaré cómo hacerlo. Las palabras de Edward eran más una afirmación que una petición y Bella se volvió hacia él y la diversión se convirtió en arrogancia.

-Muy amable por su parte, monsieur, pero no tengo ningún deseo de aprender a montar a caballo. No se moleste.

-No obstante -dijo él dejando la copa sobre la mesa-, lo hará. Estará lista a las nueve, ¿verdad? Recibirá su primera lección. Bella le miró fijamente, atónita por el caso omiso que había hecho él de su renuencia a montar a caballo.

-Acabo de decirle que...

-Trate de ser puntual, chérie -le advirtió él con pereza mientras se ponía en pie-. Le resultará más cómodo caminar hasta las caballerizas que ser arrastrada por sus maravillosos cabellos morenos. -Edward sonrió como si esta última posibilidad le causara un infinito placer-. Buenas noches, abuela -añadió con sincero afecto antes de abandonar el salón, dejando a Bella hirviendo en furia y a la condesa absolutamente complacida.

-¡Maldita sea! -exclamó Bella cuando finalmente pudo articular una palabra. Volvió su furiosa mirada hacia la condesa y añadió en lomo desafiante-. Si él cree que voy a obedecerle mansamente...

-Sería muy inteligente de tu parte que le obedecieras, mansamente o de cualquier otra forma -la interrumpió la anciana-. Cuando a Edward se le ha metido algo en la cabeza... -Con un breve pero significativo gesto dejó que la imaginación de Bella acabara la frase-. Supongo que tienes unos pantalones. Alice te entregará un par de botas de montar que pertenecieron a tu madre.

-Madame -comenzó a decir Bella lenta mente como si tratase de que cada palabra se entendiera sin posibilidad de equivocación-, no tengo intención de subirme a un caballo mañana por la mañana.

-No seas tonta, pequeña. -Una mano delgada y colmada de anillos cogió con displicencia la copa de vino-. Edward es muy capaz de llevar a cabo su amenaza. Es un hombre muy obstinado. -La condesa sonrió y, por primera vez, Bella sintió una oleada de afecto-. Tal vez incluso más obstinado que tú. Bella se calzó las fuertes botas que habían sido de su madre al tiempo que murmuraba terribles insultos.Las botas habían sido cepilladas y lustradas hasta darles un negro reluciente y se ajustaron a sus delgados pies como si hubiesen sido fabricadas para ella.

"Parece como si tú también estuvieras conspirando contra mí, mamá", protestó Bella en medio de su desesperación. Luego exclamó "adelante" cuando alguien llamó a la puerta de la habitación. No era la criada Alice, quien abrió la puerta, sino Edward, ataviado con despreocupada elegancia y luciendo sus pantalones de montar color canela y una camisa blanca.

-¿Qué desea? -preguntó Bella con malhumor, mientras se calzaba la segunda bota con un firme tirón.

-Simplemente comprobar si es puntual, Bella -dijo Edward con una sonrisa y sus ojos burlones recorrieron su rostro rebelde y el cuerpo delgado y flexible, vestido con una camiseta estampada y tejanos franceses. Bella se puso en pie en actitud defensiva y deseando que él no la mirase siempre como si intentara memorizar cada rasgo.

-Estoy lista, capitán Bligh, pero me temo que le defraudaré como alumna.

-Eso aún está por verse, ma chérie. -Los ojos de Edward volvieron a deslizarse por su cuerpo como si estuviera acariciándola-. Parece muy capaz de seguir unas pocas y simples instrucciones. Los ojos de Bella se entrecerraron hasta formar dos ranuras y se vio forzada a luchar contra el acceso de ira que él tenía la costumbre de provocar.

-Soy una mujer razonablemente inteligente, gracias, pero no me gusta que me intimiden.

-¿Perdón? La expresión confundida de Edward provocó la sonrisa de Bella.

-Tendré que recordar muchas expresiones coloquiales, primo. Tal vez, lentamente, pueda volverte loco.

Bella acompañó a Edward a las caballerizas en silencio, alargando deliberadamente sus pasos para que coincidieran con el modo de andar del conde y reprimiendo la necesidad de tener que correr tras él como si fuese un cachorro. Cuando llegaron al edificio anexo al castillo, un mozo de cuadra salió de las caballerizas llevando dos caballos convenientementes embridados y ensillados. Uno era completamente negro y el otro era un bayo casi blanco y, a los ojos aprensivos de Bella, ambos animales eran enormes. Se detuvo súbitamente y observó a las cabalgaduras con ceño dubitativo.

"Desde luego, él no me arrastrará por los cabellos", pensó.

-Si decido dar media vuelta y regresar por donde hemos venido, ¿qué haría usted? -preguntó con voz sonora.

-No tendría más alternativa que obligarla a regresar, ma petite. Las cejas oscuras de Edward se alzaron al observar la expresión de Bella, revelando que ya había previsto esa pregunta.

-El caballo negro es, obviamente, el suyo, conde -dijo Bella con un hilo de voz, luchando para controlar el pánico que se apoderaba de ella-. Puedo imaginármelo galopando por el campo a la luz de la luna, y con el resplandor de un sable en la cadera.

-Es usted muy astuta, mademoiselle. -Edward asintió y, cogiendo las riendas del bayo de manos del mozo de cuadra, llevó el caballo hasta donde se encontraba ella. Bella retrocedió involuntariamente y tragó con dificultad.

-Supongo que desea que yo suba a ese caballo...

-Yegua -corrigió él, curvando burlonamente los labios. Bella le lanzó una mirada flamígera, sintiéndose irritada y molesta ante su propia aprensión.

-No estoy interesada en su sexo. -Miró nuevamente al caballo y volvió a tragar-. Ella es... es... muy grande. Su voz sonó mucho más débil de lo que hubiera deseado.

- "Babette" es tan dócil como "Korrigan" -le aseguró Edward en un tono de voz inesperadamente paciente-. A usted le gustan los perros, ¿verdad?

-Sí, pero...

-Es una yegua tranquila, ¿no cree? -cogió la mano de Bella y la alzó hasta tocar la suave quijada de "Babette"-. Tiene buen corazón y sólo desea complacer a su jinete. La mano de Bella quedó atrapada entre la piel suave del animal y la dura insistencia de la palma de Edward, y descubrió que esa combinación era extrañamente agradable. Se relajó y permitió que él guiase su mano sobre la yegua. Bella volvió la cabeza por encima del hombro y sonrió.

-Parece mansa -comenzó a decir, pero la yegua resopló por sus amplios ollares y Bella trastabilló hasta apoyarse en el pecho de Edward.

-Tranquila, chérie -dijo él con voz suave al tiempo que la cogía por la cintura para calmarla-. "Babette" sólo está diciendo que usted le cae bien.

-Me sobresalté, eso es todo -dijo Bella. Pero su comentario fue defensivo y se sintió disgustada con ella misma, decidiendo que era ahora o nunca.

Se volvió para decirle que estaba preparada para comenzar la clase de equitación pero se encontró sin palabras y mirando sus ojos verdes y enigmáticos mientras él seguía cogiéndola por la cintura. Bella sintió que su corazón detenía su ritmo pausado, permaneciendo inmóvil durante un instante, y luego se aceleraba violentamente. Por un momento creyó que él volvería a besarla y, ante su propio desconcierto, comprendió que deseaba sentir el contacto de sus labios más que cualquier otra cosa en el mundo. De pronto, Edward frunció el ceño y la liberó de su abrazo con un gesto abrupto.

-Ahora comenzaremos la clase. Con actitud fría y controlada asumió sin es fuerzo su condición de instructor.

El orgullo se impuso sobre Bella y decidió ser una alumna modelo. Reprimiendo su ansiedad, permitió que Edward la ayudase a montar. Con cierta sorpresa, comprobó que el suelo no estaba tan lejos como ella había imaginado en un principio y prestó atención a las instrucciones de Edward. Hizo todo lo que él le decía y se concentró en obedecer exactamente sus indicaciones, decidida a no quedar nuevamente como una tonta.

Bella observó a Edward cuando montó en su corcel y envidió su elegancia y su economía de movimientos. El brioso alazán armonizaba perfectamente con el jinete moreno y altivo, y Bella pensó, con cierta desazón, que ni si quiera Jacob en los momentos más ardientes la había impresionado como lo había hecho este hombre extraño y remoto con sus perturbadoras miradas. No podía sentirse atraída por él, reflexionó con irritación, Edward era demasiado imprevisible y Bella comprendió, súbitamente, que él podía herirla como ningún hombre había sido capaz de herirla en toda su vida.

"Además, pensó no me gusta su actitud dominante y altiva."

-¿Ha decidido dormir una pequeña siesta, Bella? -La voz burlona de Edward la sacó de sus especulaciones y sintió que se sonrojaba a pesar de sus esfuerzos por evitarlo-. En marcha, chérie.

El color de sus mejillas se volvió más intenso al advertir la sonrisa de Edward cuando él dirigió su caballo alejándose de las caballerizas y precediéndola con paso lento. Ambas cabalgaduras marchaban a la par y, a luz de unos minutos, Bella se relajó sobre montura. Guió la yegua según las instrucciones que le impartía Edward y el animal respondió con suave obediencia. Se sentía cada vez más segura, permitiéndole admirar el paisaje y disfrutar de la caricia del sol sobre su rostro y el cadencioso ritmo de la yegua debajo de ella

. -Ahora trotaremos un poco -ordenó Edward de pronto y Bella volvió la cabeza para observarle seriamente.

-Tal vez mi francés no es tan bueno como su ponía. ¿Ha dicho usted trotar?

-Su francés es excelente, Bella.

-Estoy disfrutando plenamente de este paseo -dijo ella con un leve encogimiento de hombros-. No tengo ninguna prisa.

-Debe moverse usted siguiendo el ritmo de la yegua -la instruyó él ignorando deliberadamente sus palabras. -Elévese con cada paso del animal. Haga presión con los talones.

-Escúcheme...

-¿Tiene miedo? -preguntó Edward con tono burlón. Antes de que el sentido común pudiese aventajar a su orgullo, Bella meneó la cabeza apretó los talones contra el costado del animal.

"Esto es lo que debe sentirse cuando se maneja uno de esos condenados martillos perforadores que siempre están haciendo agujeros en las calles", pensó Bella jadeando, bamboleándose sin gracia alguna con el trote de la yegua

-Debe seguir el ritmo del trote -le recordo Edward y Bella estaba demasiado concentrada en su difícil situación para advertir la amplia sonrisa que acompañó las palabras Edward.

-¿Cómo se siente? -preguntó él mientras cabalgaban juntos por el enlodado sendero.

-Bueno, ahora que mis huesos han dejado traquetear, no es tan malo como había imaginado. De hecho, es bastante divertido -añadió con una sonrisa.

-Bien. Ahora ya podemos lanzarnos a un medio galope -dijo él simplemente y Bella lanzó una mirada implorante.

-Realmente, Edward, si quiere asesinarme ¿por qué no intenta algo más simple, como el veneno o una limpia puñalada en la espalda. Edward se echó a reír y un sonido rico pleno inundó la quieta mañana reverberando la brisa. Cuando volvió la cabeza y le sonrió Bella sintió que el mundo daba vueltas y que su corazón, ignorando las advertencias del cerebro, estaba irremediablemente perdido.

-Allons, valiente amazona. -Su voz era alegre, despreocupada y contagiosa-. Apriete los talones y le enseñaré a volar. Sus pies obedecieron instantáneamente y la yegua respondió, lanzándose a un suave y fácil galope. El viento jugaba con el pelo de Bella y acariciaba sus mejillas con dedos fríos.

Sintió que cabalgaba sobre una nube y no estaba segura si la levedad era el resultado del viento o del vértigo del amor. Fascinada por la novedad de ambas sensaciones, no le dio ninguna importancia. Obedeciendo la orden impartida por Edward, tiró de las riendas obligando a la yegua a aminorar la velocidad y que trotara unos metros antes de detenerse. Alzó el rostro hacia el cielo y suspiró profundamente de placer, antes de volverse hacia Edward. El viento y la excitación habían teñido de rosa sus mejillas, sus ojos tenían reflejos dorados y estaban muy abiertos, y tenía el pelo revuelto, como si fuese un turbulento halo que rodeara su felicidad.

-¡Ha disfrutado usted, mademoiselle? Bellale miró con ojos brillantes y una amplia sonrisa distendió sus labios. Se sentía intoxicada por el potente vino del amor.

-Vamos, diga que ya me lo había advertido. Tiene toda la razón.

-Mais non, chérie, es simplemente el placer que produce el comprobar que una alumna progresa con tanta velocidad y talento. –Edward le devolvió la sonrisa y la barrera invisible que se había levantado entre ellos se esfumó repentinamente-. Se mueve usted con naturalidad sobre la silla de montar. Después de todo, es probable que el talento sea algo genético.

-¡Oh, monsieur! -Bella hizo vibrar pestañas con una mirada traviesa-. Debo crédito a las palabras de mi profesor.

-Su sangre francesa empieza a aparecer, Bella, pero su técnica necesita práctica.

-No es muy buena, ¿verdad? -Apartando flequillo, Bella lanzó un profundo suspiro-. Supongo que nunca lo conseguiré totalmente, hubo demasiados puritanos entre los antepasados de mi padre.

-¿Puritanos? -la risa de Edward volvió alterar la quietud de la mañana-. Cherie, nunca hubo un puritano tan lleno de fuego.

-Lo tomaré como un cumplido aunque, sin sinceramente, dudo de que ésa haya sido la intención. -Volviendo la cabeza, Bella miró desde la cima de la colina hacia el valle que se extendía debajo de ellos-. ¡Oh, qué paisaje tan maravilloso! Una escena de tarjeta postal dormitaba en distancia: suaves colinas salpicadas de ganado que pastaba tranquilamente, contra un fondo hermosas casas de campo.

Un poco más allá Bella descubrió un pequeño pueblo, una diminuta ciudad de juguete colocada allí por una mano gigante, dominada por una iglesia blanca cuyo chapitel se alzaba hacia el cielo.

-Es perfecto -exclamó-. Es como retroceder en el tiempo. -Sus ojos volvieron a posarse en el distante ganado-. ¿Esos animales son suyos? -preguntó, abarcándolos con un amplio gesto de su mano.

-Sí -dijo Edward.

-Entonces, ¿todas estas tierras forman parte de la propiedad? -volvió a preguntar, sintiendo súbito ahogo.

-Esto sólo es una parte de nuestras propiedad. La respuesta de Edward estuvo acompañada de un leve encogimiento de hombros.

"Hemos estado cabalgando durante varios kilómetros -pensó Bella arrugando la frente-, y todavía estamos en sus tierras. Sólo el Señor sabe cuánto se extienden en otras direcciones. ¿Por qué no puede ser un hombre como todos los demás?" Volviendo la cabeza, estudió el perfil aguileño del altivo conde de Massen. "Pero él no es un hombre común -recordó-. Es el conde de Massen, amo de todo lo que se divisa desde esta colina, y no debo olvidarlo." Su mirada volvió a posarse en el valle. "No quiero enamorarme de él." Tragando para eliminar lo súbita sequedad de la garganta, Bella utilizaba las palabras con una defensa contra los deseos de su corazón.

-Qué maravilloso es poseer tanta belleza. -Edward la miró y frunció el ceño al oír las palabras que Bella acababa de pronunciar

-Uno no puede poseer la belleza, Bella; solo puede cuidarla y apreciarla. Bella luchó contra la calidez que emanaba de sus suaves palabras, manteniendo los ojos fijos en el valle.

-¿De verdad? Yo tenía la impresión de qué ustedes, los aristócratas, daban todas esas cosas por hechas. -Bella hizo un amplio ademó que barrió el paisaje-. Después de todo, esto sólo es su derecho.

-A usted no le gusta la aristocracia, Bella, pero también lleva sangre de aristócrata en sus venas. -Su expresión severa se alteró ligeramente con una lenta sonrisa que suavizó sus rasgos cincelados y el tono de su voz era tranquilo-. Si el padre de su madre era conde, aunque toda sus propiedades fueron destruidas durante guerra. La Madonna de Rafael fue uno de los pocos tesoros que su abuela pudo salvar cuando huyeron.

"El maldito Rafael otra vez!", pensó Bella con inocultable melancolía.

Edward estaba irritado. Bella pudo percibirlo por el duro brillo de sus ojos y se sintió extrañamente complacida. A ella le resultaría mucho más fácil controlar sus sentimientos hacia él si ambos mantenían sus divergencias.

-De modo que esa circunstancia me convierte en medio campesina y medio aristócrata -replicó ella, encogiéndose de hombros-. Bien, querido primo, yo prefiero mi mitad campesina. Le dejaré a usted la sangre azul que corre las venas de mi familia.

-Mademoiselle, haría usted muy bien en no olvidar que no existen lazos de sangre entre nosotros. -La voz de Edward era grave y, observando sus ojos entrecerrados, Bella sintió temor-. Los de Massen son famosos por su costumbre de tomar todo aquello que desean, y yo no soy precisamente una excepción. Le sugiero que cuide la forma en que utiliza sus ojos ambarinos.

-Esa advertencia es absolutamente innecesaria, monsieur. Puedo cuidar muy bien de mí misma. Edward sonrió, lenta y confiadamente, y su sonrisa fue más enervante que una respuesta colérica.

Luego, haciendo girar su alazán, enfiló el camino de regreso hacia el castillo. La cabalgada de vuelta estuvo acompañada de un incómodo silencio, roto sólo ocasionalmente por las instrucciones de Edward. Los dos habían vuelto a cruzar sus espadas y Bella se vio obligada a admitir que él había evitado su estocada con absoluta facilidad. Cuando llegaron a las caballerizas, Edward descabalgó con su elegancia habitual, le entregó las riendas al mozo de cuadra y la ayudó a bajar de la yegua antes de que Bella pudiera imitar sus movimientos.

Con gesto desafiante, Bella ignoró la rigidez de sus extremidades cuando él rodeó su cintura con los brazos y la depositó suavemente en el suelo. Las manos fuertes y delgadas de Edward permanecieron en su cintura durante un momento y él la miró intensamente antes de liberarla de un contacto que parecía quemarla a través de la delgada tela de la camiseta. -Vaya a tomar un baño caliente -ordenó él-. Eso la ayudará a relajar la rigidez que seguramente siente en sus piernas. -Tiene usted una asombrosa capacidad para impartir órdenes, monsieur.

Los ojos de Edward se entrecerraron ligeramente antes de que su brazo la rodeara con increíble rapidez, atrayéndola hacia él y cubriendo sus labios con un beso intenso y prolongado que no le dio tiempo para protestar o debatirse, sino que provocó una respuesta similar con la misma facilidad con que una mano hace girar un grifo. Él la mantuvo prisionera durante una eternidad hundiéndola cada vez más dentro de su beso.

La quemante intensidad de sus labios despertó en Bella una nueva y primitiva necesidad y, abandonando el orgullo en aras del amor, se sometió a una exigencia que no podía resistir. El mundo pareció esfumarse, el suave paisaje bretón se mezcló como si fuese una acuarela aguanda nada bajo la lluvia, dejando sólo una piel cálida y unos labios imperiosos que buscaban su rendición. Las manos de Edward se deslizaban por la leve curva de su cadera para ascender luego por la columna vertebral con segura autoridad, aplastándola contra él con una fuerza que hubiese destrozado todos sus huesos de no haber estado disueltos ya en el calor que emanaba de su cuerpo.

Amor. La mente de Bella era un torbellino impulsado por esa mágica palabra. El amor eran paseos bajo la tenue lluvia, un anochecer tranquilo ante la lumbre.¿Cómo era posible que fuese una tormenta violenta y palpitante que la dejaba sin aliento, debilitada y vulnerable? ¿Cómo podía ser que se implorara esa debilidad tanto como la vida misma? ¿Había sido así con su madre? ¿Fue esto lo que dibujó en sus ojos la soñolienta niebla del saber? "¿Acaso no me soltará nunca?", se preguntó con desesperación y sus brazos rodearon el cuello de Edward en un ademán en el que su cuerpo contradecía claramente a su voluntad.

-Mademoiselle -musitó él con tono suave y burlón, manteniendo sus labios separados de los de Bella sólo por el aliento y acariciando su nuca-, tiene usted una asombrosa capacidad para provocar el castigo. Siento necesidad de impartirle algunas clases de disciplina. Edward se apartó de ella y se alejó con cal culada indolencia, deteniéndose tan sólo para corresponder al recibimiento de "Korrigan" que trotaba fielmente junto a él.

Capítulo 7: Capítulo 9:

 
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