El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61023
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

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Capítulo 7: La muerte y la brújula

ATENCIÓN, UNA ACOTACIÓN IMPORTANTE:

La parte uno de este capítulo NO ES AGRADABLE de leer. Personas sensibles, impresionables o menores de trece años, recomiendo que NO lo lean. No se pierden nada de la trama, que se recupera más tarde.

 

 

 

 

PARTE I: BELLA

Dado que podía correr y reflexionar a la vez, y eso sin poner en peligro mi vida ni mi integridad física, aproveché a repensar el asunto de mi alimentación.

Al principio ir de caza había sido casi algo deportivo. Salvo mi primer presa, el hombre herido al que devoré con más sed que gusto, en los casos siguientes me había tomado mi tiempo para disfrutar de la caza, engatusar a la presa, hacerle creer que tenía el control de la situación para saltarle encima en último momento y dejarlo seco en menos de lo que se tarda en decir "vampiro".

No le había mencionado a Edward que durante las tres semanas que viví en Phoenix siendo lo que soy ahora me alimenté cuatro veces. Una mujer vestida como para ejercer el oficio más viejo del mundo fue mi segunda presa, después del hombre herido de bala; y un hombre joven, excesivamente flaco y de aspecto enfermo, que encontré durmiendo entre un montón de papeles y cartones, se convirtió en mi tercer botín.

El cuarto fue el primer humano al que realmente cacé, usando mi encanto y conteniéndome de saltarle encima a favor de un juego de seducción previo. Era un hombre bien vestido y con expresión lujuriosa, el tipo de sujeto que durante el día es un responsable padre de familia y por la noche se va a divertir a lugares con drogas peligrosas, mucha bebida y sexo pago.

Este baboso en cuestión estaba persiguiendo a una chica un poco mayor que yo, vestida con un uniforme de recepcionista o quizás secretaria. Le iba susurrando todo tipo de cochinadas, mezcladas con promesas y algunas amenazas; ella estaba obviamente incómoda y asustada. Por suerte para la chica, el degenerado ése perdió todo interés en ella en cuanto me vio y prácticamente saltó a mis brazos. Sólo tuve que esperar a que la otra humana estuviese razonablemente lejos; aunque no me pareció que acudiría en caso de una llamada pidiendo auxilio, no quise correr riesgos. Degusté a ese humano deleitándome, además de con el sabor de su sangre, en la satisfacción de haber sacado de este mundo a un hipócrita doble cara.

El hombre que devoré en mi primera noche en el estado de Washington había sido mi acto más sanguinario. Confieso que eso de decapitarlo, cortarle las manos y clavarle después la navaja en la frente me había parecido astuto y hasta divertido en ese momento, pero viéndolo en retrospectiva me daba un poco de espanto hasta a mí misma. Convivir día a día entre humanos me hacía verlos cada vez más como personas y menos como alimento. Pensar que, así como yo había tomado la vida de esas personas, otros como yo… otros vampiros, me esforcé en decir mentalmente la palabra, podrían matar a Ángela, a Ben, Charlie… Mike, Jessica, Lauren, Eric, Tyler… no tenía demasiado afecto por los últimos, pero tampoco quería para ellos que se convirtiesen en la cena de nadie.

Pero tenía sed. No podía evitarlo, algo menos de doce días seguía siendo mi récord de abstinencia de sangre, y ya era bastante difícil. Mi garganta estaba seca, la boca se me llenaba de ponzoña, todos mis instintos me pedían a gritos sangre. Todo lo que podía hacer por mis amigos y conocidos era sacrificar a otros, seres anónimos, sin nombre ni historia, en lugar de ellos.

Anónimos, sin nombre ni historia que yo conociera, pero no sin rostro. Recordaba con toda exactitud cada uno de los rostros de los que habían sido mis víctimas. Su deslumbramiento cuando yo me acercaba, su mirada de boba adoración. La sospecha en sus ojos de que algo iba mal cuando ya era demasiado tarde para ellos y yo estaba a centímetros de sus cuellos. El miedo y la agonía en sus caras mientras yo drenaba de vida sus cuerpos. La expresión vacía de sus ojos muertos, que siempre me encargué de cerrar antes de dejarlos, me perseguiría por siempre…

Un escalofrío me recorrió, haciéndome sentir un hueco desagradable en el estómago que nada tenía que ver con el hambre. Sonreí un tanto cínicamente al recordar la superstición que decía que se siente un escalofrío cuando una bruja camina por sobre tu tumba. Yo nunca tendría una tumba. No envejecería. No moriría.

Pero todos mis amigos humanos sí. Estudiarían una carrera, formarían parejas, familias, tendrían hijos… envejecerían… y tarde o temprano, morirían. Al igual que mis padres, que también morirían, esperaba que dentro de muchos años, pero ya sea por un hecho violento o por la lenta acción del tiempo, ellos se irían de este mundo. Y yo seguiría siempre ahí, hermosa y distante, y terriblemente sola.

Tenía a Edward, me consolé. Era lo más cercano a un amigo, un confidente, que había tenido nunca, incluso siendo humana. Me sentía cómoda con él, lo extrañaba cuando no estaba conmigo… Pero entonces mi traicionera mente me trajo al frente a Jacob, tan cálido y vivo, y tan frágilmente humano. Podía enfermarse, podía tener un accidente… o podía simplemente llegar a ser un anciano y fallecer una noche, tranquilamente acostado en su cama, sin enterarse de nada.

De pronto, esa perspectiva me pareció aterradora. Siendo humana, la muerte nunca me había asustado particularmente. No es que la hubiese deseado, pero tampoco le temía. Una filosofía que mi madre había considerado "muy adulta" se había instalado en mí después del fallecimiento de mi abuela materna, hacía cinco años. En ese momento, tras pensarlo bastante, resolví que la muerte no debía ser algo precisamente agradable, pero que llegaba cuando debía llegar, y que todo lo que quedaba hacer era vivir mientras tanto, no derrochando el tiempo de vida, pero tampoco guardándose todo para más adelante.

Pensar que yo sólo había tenido doce años cuando llegué a ese tipo de conclusiones…

A decir verdad, temía más perder a mis seres queridos que fallecer yo, ya en esa época. Perder a Charlie o a Reneé me había parecido aterrador en ese entonces, y seguía pareciéndomelo ahora, después de mi transformación y de todo lo que conllevaba saber que sobreviviría a todas las personas que conocía, a todas las que conocería y aún a quienes estaban naciendo en esos momentos…

Un olor dulce, intenso, peligrosamente adictivo, llenó mi nariz en ese instante e hizo arder en llamas mi garganta. Sangre. Había sangre cerca de allí, y era la sangre más apetitosa que había olido nunca. La ponzoña se acumulaba por litros en mi boca, literalmente se me hacía agua la boca ante ese aroma tan delicioso. El estómago se me contrajo de hambre, un reflejo de la sed.

No me detuve a pensar dónde estaba, que llevaba un rato largo corriendo y que no tenía idea de cómo regresar. No me importó estar en las afueras de una gran ciudad, que había humanos que podían verme, que tenía que ser cuidadosa.

Todo se redujo a ese olor imposiblemente perfecto, dulce y cálido, y a mi maltratada garganta, que haría cualquier cosa por sentir esa sangre corriendo por ella…

Encontré mi objetivo con suma facilidad. A un costado del camino, algo azulado y de color anaranjado se movía lentamente. Me abalancé sin importarme nada.

Mi mente registró como de un modo periférico que se trataba de una chica joven, tendría mi edad como mucho, vestida con un jean rasgado y roto, y un abrigo color anaranjado brillante. Había cantidad de moretones y cortes en su cuerpo, y yo sólo tuve que pegarme como una sanguijuela a uno de los cortes más grandes, que atravesaba el hombro derecho, para comenzar a sentir esa sangre tan dulce y deliciosa en mi garganta.

Ella gimoteó con dolor y clavó sus ojos, tan celestes y atormentados, en los míos. Yo no estaba usando mis habituales complementos, a saber, los lentes de cristales verdes y los guantes de dedos cortados, ya que los lentes podrían romperse en mi expedición, y de todos modos me daba igual si mi presa veía que mis ojos eran rojos. No es como si fuera a vivir para contarlo.

-La… Muer-te… -susurró, maravillada, la joven antes de entrecerrar los ojos con cansancio-. Gracias –sopló más que habló, con voz tan débil que casi no pude oírla.

Su cuerpo se relajó, mientras yo forzaba a sus venas a entregarme hasta la última gota de esa preciosa sangre. Su corazón luchaba por bombear una cantidad cada vez menor de líquido vital, hasta que no pudo con el esfuerzo y se detuvo por completo. Sólo cuando ya no quedó una gota de sangre que pudiese sacar de su cuerpo, satisfecha mi sed y calmada mi ansiedad, me detuve a mirarla.

Era, efectivamente, una chica no mayor que yo, tendría unos diecisiete años, quizás dieciséis. Su cabello era rubio y muy fino, y sus ojos, de un color celeste impactante. Sus ropas estaban desgarradas y sucias, pero no un desgarro artístico, como el que algunos adolescentes gustan lucir en sus jeans, sino que era desgarros provocados por un cuchillo o quizás una navaja; también había cortes en sus piernas. Su abrigo estaba sucio, pero no con la mugre de quien no lava sus prendas, sino que parecía haber sido arrastrado o arrojado en algún lugar húmedo y maloliente.

Sólo entonces comprendí que no podía ser que alguien estuviese tirado al lado de una carretera, con la ropa desgarrada, moretones en el cuerpo y heridas sangrantes sin que ahí hubiese pasado algo grave.

Una terrible sospecha empezó a crecer en mí, que aumentó al ver una camiseta y un suéter tirados junto a ella, y notar que ella no llevaba nada bajo el abrigo. Los cortes y golpes que tiznaban su cuerpo empezaron a hacerse más notorios, o quizás yo sólo les estaba prestando más atención.

Entonces noté un olor extraño viniendo de su entrepierna. Era sangre, sí, pero mezclada con algo más… algo que no sabía qué era, pero…

Todo encajó como en un espeluznante rompecabezas. Me llevé una mano a la boca, espantada. Creo que de ser humana hubiese vomitado.

Pero el horror no acabó ahí. Caí en la cuenta que la chica no había intentando en ningún momento defenderse ni apartarme, algo que todas mis víctimas anteriores habían al menos intentado, por inútil que fuese. Sus manos estaban en su regazo, rodeando el vientre, como intentando protegerlo…

Y lo vi. Un abultamiento minúsculo, pero evidente, bajo la zona que las manos cubrían. Toqué muy levemente con los dedos índice y mayor la piel de la joven, que ya empezaba a enfriarse levemente. Ahí estaba. Un bultito apenas, quieto y sin vida.

Yo no había tomado una vida inocente esa noche, sino dos.

.

Corrí como alma que lleva el diablo. Volé sobre el pasto húmedo de rocío. Todo lo que podía intentar era alejarme de ese sitio. Era noche cerrada, estaba en medio de la nada, sin saber cómo volver a casa, y no muy segura de si realmente era capaz de regresar y fingir que nada había pasado.

Corrí, corrí como nunca había corrido y como quizás nunca volvería a correr. Estaba tan idiotizada por el miedo y el asco hacia mí misma que no me di cuenta por un rato largo que estaba corriendo en círculos. Cuando me calmé lo suficiente como para intentar seguir la estela de mi olor y regresar a casa (para esconderme debajo de la cama y salir en mil años o cuando hubiese olvidado lo de esa noche, lo que ocurriera primero, y siendo las circunstancias lo que eran, lo de los mil años me parecía un plazo breve) me di cuenta que mi olor estaba por todas partes. No había forma de situarme en base a esto.

Respiré profundamente, e intenté orientarme en base a los puntos cardinales. Había corrido hacia el norte, aunque no sabía cuánto. No era imposible que estuviese en Canadá en esos momentos. Como sea, tenía que ir al sur si pretendía regresar a Forks, y más me valía ir empezando si pretendía llegar antes del amanecer.

Recordé lo que había leído alguna vez sobre orientarse en base a la posición de las estrellas. Nunca lo había llevado a la práctica, pero ése era un momento tan bueno como cualquier otro para empezar. Levanté la vista, esperanzada de encontrar la estrella polar, pero había olvidado que la razón por la que yo había venido a vivir a Forks en primer lugar había sido la enorme cantidad de días (y noches) que el cielo permanecía cubierto de nubes. Y hoy era una de esas noches: no se veía una mínima estrella en toda la bóveda celeste, que más que celeste era gris.

Me derrumbé por completo, desesperada. Estaba tan consumida por el remordimiento y la culpa que simplemente empecé a trotar, ya no con desesperación, sino con triste resignación.

Ése era mi castigo por el terrible crimen que acababa de cometer. Estaba perdida, no encontraría el camino de regreso a casa, y la verdad es que era mejor si nunca regresaba. ¿Cómo podría volver a mirar a la cara a Charlie, un policía encargado de arrestar a los criminales, cuando yo misma era una? ¿Cómo haría para volver a sentarme junto a Ángela, una chica tan buena, incapaz de lastimar a nadie, después de lo que yo había hecho?

¿De qué manera fingiría que nada había pasado, cuando había pasado todo?

Por primera vez caí por completo en la cuenta del hecho que yo era un monstruo, una aberración de la naturaleza. Hasta este momento había sobrellevado el hecho de haberme transformado en una bestia sedienta de vida con demasiada sangre fría, y sólo este hecho, este asesinato, había corrido el velo de mis ojos.

Yo era un ser despreciable y maligno, y por primera vez me quedó bien en claro que yo no debería existir.

De alguna manera, el comprender que la única manera de dejar de asesinar humanos era muriendo yo, me calmó. Tenía una solución. Yo tendría que morir. Era la única forma de compensar todas las muertes que mi abominable sed había causado.

Tal como en el momento en que murió mi abuela, morir no me asustaba. En esos momentos, seguir con vida era mil veces peor… y eso si es que se podía llamar 'vida' a esta media existencia maldita a la que estaba condenada.

Por supuesto, había un problema: yo no sabía cómo se mata a un… un vampiro. Lo del sol, el ajo y los crucifijos no resultaba, como yo ya había probado. Cuchillos y balas no me herían, eso también quedaba demostrado.

¿Qué me quedaba por intentar? Agua bendita, que supuestamente quema a los demonios. Perfecto, yo era uno, debía servir. Eso, o la hoguera. Aunque enterrarme viva no dejaba de ser una opción… Ahorcarme no serviría, yo no necesitaba respirar. Entonces, ahogarme tampoco. ¿Hacerme atropellar por un automóvil? No, considerando el incidente con Tyler y cómo quedaron el auto y el conductor, y cómo quedé yo, tendría que pensar en otra cosa.

¿Quizás un veneno acabaría conmigo? No estaba muy segura, pero teniendo en cuenta que una lata diaria de bebida gaseosa me había hinchado y causado eructos y ardor de estómago, un veneno no podía ser simplemente inocuo. ¿Veneno para ratas en cantidad suficiente sería efectivo? Esperaba que sí… Pero, ¿cuánto era "cantidad suficiente" para un vampiro? Me preocupaba tomar de menos y que no me hiciera efecto.

.

Metida en mis lúgubres pensamientos sobre cómo suicidarme, detuve mi desganado trote de pronto. Estaba cerca de una calle apartada y oscura en la que había un automóvil de color azul estacionado. Dentro de él, un muchacho y una chica se besaban apasionadamente, abrazados y con los ojos cerrados.

No sé por qué esa simple imagen me chocó tanto. No es como si nunca hubiese visto una pareja besándose. No había nada anormal ni extraordinario en ellos, que se besaban con ganas, ajenos a mi escrutinio.

Quizás era simplemente eso lo que me sacaba de equilibrio, la extrema normalidad de lo que estaba espiando. El muchacho tendría unos diecinueve años y la chica dieciocho. Eran jóvenes, estaban enamorados y se besaban. Tenían una vida, un corazón que latía, deseos, ilusiones, proyectos, seguramente.

Todo lo que yo ya no tenía. Todo lo que le había robado a la inocente humana abusada que yo había rematado.

La chica muerta no se parecía físicamente a la joven que en ese momento acariciaba la cara a su novio; mi víctima había sido rubia y de piel clara, mientras que esta joven tenía el cabello oscuro y lacio, piel morena y los ojos levemente rasgados, facciones propias de los quiluetes. Pero en esencia eran la misma joven viva, humana, capaz de amar y tener hijos…

Mi mente se desmoronó otro poco. Seguí trotando como una autómata, incapaz de ver o sentir nada. Mis reflejos me salvaban de caer o chocar con un árbol, de modo que seguí, seguí trotando sin ánimo ni esperanza, limitándome a existir, como una cáscara vacía.

Hacía más frío ahora. No es como si me importara mayormente, pero mi mente registró ese hecho del mismo modo vago e incoherente que registraba el que los árboles empezaran a hacerse más escasos y que olía a asfalto, a gasoil y a jabón para la ropa.

Era la hora fría que precede al amanecer, cuando según la superstición la vida está en su punto más débil. De pronto vi una luz tenue entre los árboles. Era una luz eléctrica, debía proceder de alguna casa. Pero no estaba enmarcada en una ventana, lo cual le ocasionó suficiente curiosidad a mi aturdida cabeza como para acercarme otro poco, sin verdadero interés, pero sí una vaga curiosidad por saber quién estaría despierto a esas horas.

No era una casa, descubrí al acercarme. Era una especie de galpón, un garaje. El recinto en sí estaba formado por un par de grandes cobertizos prefabricados que habían sido adosados, tirando al suelo las paredes interiores. Una solitaria lamparita eléctrica iluminaba el interior, y uno de los laterales estaba completamente abierto: ésa era la luz que yo había visto desde lejos.

Me acerqué más. Se oía el entrechocar de metales, y también un suave tarareo. Quien sea que estuviese trabajando a esas horas de la madrugada, parecía disfrutarlo. El trabajador empezó a silbar una alegre canción de moda, lo que me confundió. Conocía esa canción, la radio solía transmitirla, y era una melodía popular, pero entre los adolescentes. No era lo que cabría esperar de alguien que está de madrugada en lo que parece un taller mecánico, a juzgar por el olor a gasoil y aceite quemado.

-"¡Quién, quién quién! ¡Quién se robó a mi novia, quién me la robó! Que quiero agradecerle, de la que me salvó…" –canturreaba la voz masculina, un tanto desafinada, pero obviamente feliz.

Reconocí la voz entonces. Era Jacob Black el que cantaba aquella ridícula canción, cuya letra era una tontería, pero tenía muy buen ritmo.

-"Me dijo 'ahora vuelvo', pero nunca volvió… se habrá ido con otro, porque nadie la vio…" –siguió cantando Jacob en voz baja antes de volver a arremeter contra el estribillo: -"¡Quién, quién quién! ¡Quién se robó a mi novia, quién me la robó! Que quiero agradecerle, de la que me salvó…"

Casi inconscientemente me acerqué más y más mientras Jake cantaba al tiempo que ordenaba unas herramientas, por lo que pude ver. Estaba sonriente y alegre, mientras revoloteaba alrededor de lo que a mí me pareció un automóvil completo, alzado sobre unos bloques de hormigón ligero. Yo no entendía de autos, pero al menos reconocí el símbolo de la parrilla delantera. Era un Volkswagen. Ése debía ser el que Jake había estado reconstruyendo; me había hablado con entusiasmo al respecto.

Me fue un considerable esfuerzo recordar que no hacía ni veinticuatro horas de que Jacob y Billy habían estado en casa comiendo lasaña y bromeando, al menos en el caso de Jacob. Menos de doce horas, en realidad. Parecía que habían pasado siglos de ese momento tan distendido…

Repentinamente, Jake se giró y me vio. Casi sin darme yo había seguido avanzando hasta estar en el umbral de su taller. La expresión de sorpresa de Jacob cambió rápidamente a una de felicidad cuando me reconoció.

-¡Hola! Bella, qué sorpresa, ¿qué te trae por aquí a estas horas? No te oí llegar…

Se iba acercando más a medida que hablaba, de modo que para el final de la frase lo tenía directamente frente a mí. Inexplicablemente, Jacob era más alto de lo que lo recordaba, y eso teniendo en cuenta mi memoria perfecta. Debía medir un metro ochenta sin hacer trampas. Y olía peor que antes.

-¿Llegaste en la Chevy? –me preguntó, más serio. Mi silencio lo debía estar inquietando-. ¿Pasa algo con Charlie…? Bella, ¿estás bien?

Esa última pregunta, esa simple y tonta pregunta, hizo que los restos coherentes de mi mente, los que me habían permitido salir corriendo de la escena del crimen y trotar hasta aquí, los que ya habían quedado bastante maltrechos tras ver a esa parejita besándose, se cayeran a pedazos.

No, yo no estaba bien, y nunca más lo estaría.

Me hundí, o quizás me dejé caer, mientras escuchaba unos aullidos inhumanos que me perforaban los tímpanos. Sólo cuando tuve que volver a respirar me di cuenta que la que gritaba era yo.

Caída en posición fetal, con los ojos fuertemente cerrados y los brazos rodeándome las rodillas, todo lo que pude hacer fue gritar, y cuando se me acabó el aire por segunda vez, lloré. Lloré en seco, como siempre desde que soy lo que soy ahora. Sin lágrimas, sin mocos, sólo dolor puro traspasando cada fibra de mi ser.

Sentí los brazos de Jacob rodeándome y me aferré a él como un náufrago a su balsa. Él estaba cálido, más de lo normal en un humano promedio, pero ni siquiera eso pudo compensar el frío, el terrible frío no sólo de mi cuerpo, sino el frío interior que sentía.

Llegó un momento en que no pude soportarlo más, en que todo fue demasiado… demasiado dolor, demasiada pérdida, demasiado asco hacía mí misma, demasiada vergüenza.

Mi agotada mente, incapaz de seguir adelante después de tanto esfuerzo, reaccionó al hecho que la hubiese sobreexigido de esa manera… desconectándose.

PARTE II: JACOB

Mi humor era excelente cuando papá y yo nos alejábamos de la casa de los Swan en el auto prestado por los Clearwater. Por fin había conocido a Bella, la famosa Bella Swan.

No había querido mencionárselo, pero sus compañeros habían hablado mucho sobre ella ese sábado en la playa. Yo sólo pregunté por ella porque tenía curiosidad por verla después de todas las alabanzas que Charlie Swan cantaba sobre ella, pero algunas de sus compañeras lo tomaron como una auténtica invitación para empezar a chismorrear.

Claro que de todo lo que se dijo, pude sacar poco en limpio.

Aparentemente Bella era increíblemente hermosa, de piel clara y cabellos oscuros, llevaba lentes de cristales verdes porque tenía problemas de vista, sus ropas eran muy comunes, era un poco tímida, hablaba poco y escuchaba mucho, le había dado una bofetada a un tal Edward en clase de Biología, su voz era melodiosa, tenía unos guantes con las puntas de los dedos cortados que no se quitaba nunca, había hecho de Cupido en San Valentín entre dos de sus compañeros, era alérgica al maní y no le gustaba la comida de la cafetería de la escuela. Ésa era la información más básico y creíble.

Y según algunas chicas especialmente maliciosas, Bella era engreída, orgullosa, manipuladora, perfeccionista, coqueta, paliducha, se alimentaba sólo de fruta fresca y agua mineral importada, pasaba horas en la peluquería, se hacía manicura todos los días, dormía con cremas faciales en la cara y rodajas de pepinos sobre los ojos, sólo se lavaba el cabello con agua mineral, había sido modelo de una marca de ropa interior, tenía un tatuaje de un nudo celta para la buena suerte en la parte baja de la espalda, se duchaba sólo con agua fría para no tener celulitis, un ex novio le había pagado una depilación definitiva en todo el cuerpo, y era anoréxica.

Según varios de los chicos, Bella era hermosa, elegante, misteriosa, atractiva, bien formada, con las curvas correctas en los lugares adecuados, sexy, dulce, tierna, caminaba como si estuviese desfilando, era amable, frágil, seductora, atrayente, encantadora y más parecía una modelo que una chica común.

Era demasiado bueno que una diosa como ella viniese a vivir a un populacho como lo era Forks, coincidieron, aunque a los varones no parecía importarles siempre que pudiesen seguir admirándola al menos desde la distancia, en tanto que las chicas (especialmente las más maliciosas) parecían deseosas de arrancarle los ojos. Me dio la impresión que a algunos chicos no les hubiese importado arrancarle la ropa a Bella.

Después de tanta información de a ratos contradictoria, muchas veces absurda y de a ratos desconcertante, mis ganas de conocerla habían alcanzado proporciones astronómicas. Me tenía intrigadísimo, me moría de ganas de verla personalmente.

Y entonces, alguien nombró a los Cullen. Parecía que Bella había golpeado a uno de ellos: cuando el tal Edward se quiso pasar de listo, Bella le dio una bofetada que, según el exagerado relato de sus compañeros, «había resonado en todo el aula». Más allá de todo lo que ya se había dicho sobre ella, el que se tratase no sólo de una chica hermosa sino también con un carácter lo suficientemente fuerte como para defenderse de un acosador, me cautivó más todavía.

Pero al supersticioso de Sam Ulley la mención de los Cullen lo puso en guardia. Los demás no hacíamos demasiado caso de esas leyendas, que después de todo, eso eran: leyendas. Por suerte Sam se limitó a gruñir algo sobre «los fríos» y se cambió de tema.

Cuando un par de días después el televisor de casa dejó de funcionar, me pareció la excusa más que perfecta para ir hasta Forks. Papá tenía ganas de ver el partido de fútbol de esa noche, pero no hubiese sido de vida o muerte para él el no poder verlo. Una llamada telefónica a algún conocido lo podría al corriente del resultado, y listo. Es más, la casa de cualquiera de nuestros amigos o parientes de la reserva hubiese sido un sitio igual de bueno para ver el partido, y más fácil de llegar para papá, además.

Pero era claro que también él tenía ganas de ver a Charlie, y algo de curiosidad por conocer a Bella. Charlie había hablado de que la madre de su hija le había informado que Bella estaba "cambiada", "casi irreconocible", cuando ella había decidido ir a vivir a Forks. Sin embargo, las dudas y la preocupación de Charlie de que fuese algo malo habían quedado olvidadas pronto. A las pocas semanas ya sólo se oían cantos de alabanzas sobre Bella. Ella parecía cómoda y feliz, cocinaba estupendamente, le había encantado la Chevy y la usaba siempre, se había adaptado bien a la escuela, traía excelentes notas y no se había quejado ni una vez de nada.

Creo que Charlie estaba en verdad feliz de tener a su hija consigo, y un poco aliviado al ver que Bella estaba a gusto en Forks. Se me ocurrió que quizás, muy en su fuero interno, Charlie creía que la antipatía que hasta ese momento Bella había manifestado hacia Forks era en realidad antipatía hacia él, y ver que podían estar ahí, juntos y felices, lo llenaba de alegría y orgullo.

Habíamos conseguido prestado el automóvil de los Clearwater, y se me permitió conducir. El viaje en sí no fue nada memorable, y llegamos bastante pronto a Forks, aunque papá me obligó a ir más lento de lo que yo hubiese conducido de ir solo.

Apostados en el porche de la casa después de tocar el timbre y antes de que la puerta se abriera, vimos llegar el móvil patrulla de Charlie, cuya cara se iluminó con una enorme sonrisa al vernos. Tanto papá como yo estábamos prestándole tanta atención a Charlie que no notamos que alguien había abierto la puerta hasta que Charlie saludó a su hija. Papá y yo nos giramos a saludarla, y esa fue la primera vez que vi a la famosa Bella Swan.

Era bellísima, sin exagerar. Su cabello oscuro y lacio, sus ojos de un tono marrón enigmático tras los lentes de cristales verdes, su sonrisa deslumbrante… era de piel muy blanca, en contraste con su cabello oscuro, y parecía alto tímida, o quizás insegura. Su piel era tersa, sin una sola imperfección; su leve sonrisa insinuaba unos dientes impecables; todos sus rasgos eran perfectos, como sólo se puede ver en las fotografías de las publicidades donde las famosas aparecen vestidas y maquilladas del modo más insuperable, del modo que ningún ser humano normal puede lucir.

De pronto fui consciente de que, si bien era bastante alto para mi edad y algunas chicas creían que tenía unos ojos bonitos, yo sólo era un adolescente que tenía algo de acné, estaba cambiando la voz, aún no sabía cómo lidiar con unas manos y unos pies de pronto demasiado grandes que de a ratos me hacían muy torpe, y que algunos de mis dientes estaban algo torcidos. Tampoco era increíblemente inteligente ni divertido ni nada. Me sentí muy pequeño y muy feo en comparación con una belleza casi sobrenatural como la de Bella Swan, y comprendí un poco a sus compañeras, que la veían como una seria amenaza a sus posibilidades de llamar la atención de los chicos. ¿Quién se fijarían en cualquier otra chica estando cerca Bella? ¡Nadie!

Le eché una mirada precavida a papá, que la miraba como si estuviese viendo un fantasma. Estaba casi tan pálido como la misma Bella. Wow, sí que debía estar impresionado, papá no era un viejo verde en absoluto.

Me llevó un momento comprender que no era admiración sino desagrado lo que reflejaba su rostro. Él y Bella se miraron fijamente a los ojos, con algo de desafío, hasta que papá apartó la mirada al llegar Charlie. De algún modo, intuí que ahí había algo que yo me estaba perdiendo, pero la llegada del padre de Bella regañándome por haber estado conduciendo un automóvil sin tener el carné me distrajo.

Entramos a la casa y nos acomodamos en el living, Charlie y yo en el sofá y papá en su silla de ruedas junto a Charlie. Bella nos trajo latas de bebidas y luego volvió a la cocina, quizás huyendo de la mirada mortífera de papá, que me hizo pasar bastante vergüenza ajena con su comportamiento.

Entendí al fin, justo cuando el partido comenzaba, qué era lo que pasaba por la cabeza de mi progenitor cuando se pasó una mano por el pecho y la dejó un momento ahí. Yo sabía que era ahí donde estaba la bolsita de cenizas que él llevaba siempre consigo, como un legado pasado de generación en generación. Comprendí por fin qué era lo que pasaba por la supersticiosa mente de mi padre: creía que Bella era una vampiresa, una criatura de leyenda.

No pude evitar bufar. ¡Qué idea más absurda! Bella era la hija de Charlie, la conocíamos de toda la vida, aunque lleváramos un par de años sin verla. Estaba cambiada, de acuerdo, ¡pero para bien!

Por empezar, los vampiros de todos modos no existían, me dije bebiendo un trago de la lata que ella me había traído. Y si existiesen, cosa que no hacen, hay mil cosas que no cuadran para que Bella sea uno de ellos. ¿No se supone que sólo salen de noche, y de día duermen en ataúdes? Apenas estaba atardeciendo, y si bien no había sol directo, era de día y Bella estaba afuera sin ningún problema. Además, supuestamente son personas a las que se entierra como muertas y que escapan de sus tumbas para beber la sangre de los vivos. Bella no parecía muerta en absoluto. Oh, y además, ¿cómo es que Charlie Swan seguía vivo si vivía bajo el mismo techo que una vampiresa? Eso, sin contar que nadie había muerto desangrado en Forks ni los alrededores en todo este tiempo, como sería de esperar.

Sacudí la cabeza, avergonzándome un poco de mis pensamientos. Estaba tomándome todo eso demasiado en serio. ¡Bella, una criatura de leyenda! ¡Por favor, qué ridículo!

Acabé mi lata poco después, rumiando todavía cómo un hombre sensato como solía ser mi padre podía ser tan crédulo en cuestión de leyendas. De acuerdo, era fascinante oír las leyendas ancestrales contadas por su voz grave, sentados alrededor de una fogata. Eran parte de la tradición y yo no estaba a favor de olvidarlas, pero de ahí a tomarlas al pie de la letra había un trecho largo.

Me fui a la cocina a buscar otra lata de gaseosa en que ahogar mi desconcierto, y me sobresalté un tanto al ver a Bella ahí. Claro, me recordé al cabo de un momento, ella vive aquí, qué idiota que soy. Estaba tan acostumbrado a que la casa de Charlie estuviese vacía a excepción de él que encontrármela allí me tomó de sorpresa.

Ella también pareció sorprendida, y se quedó muy quieta, casi inmóvil. Faltó poco para que me diese la impresión de que no respiraba. Sonreí levemente, intentando no mostrar demasiado mis dientes torcidos, algo que nunca antes me había preocupado.

-Perdón, ¿tendrás otra lata de gaseosa? –le pedí, intentando ser educado-. Por favor –agregué.

Ella me sonrió con la sonrisa más hermosa y atrapante que nadie me hubiese dirigido nunca, aunque también puso cuidado de no mostrar los dientes. Fue hasta la heladera [frigorífico/nevera/refrigerador] y buscó una lata, ofreciéndome elegir entre una bebida cola y una sabor lima-limón. Elegí la cola y le sonreí regreso.

-Gracias –dije, ella sólo asintió.

-Eh… -me estrujé la cabeza en busca de algo que decir-. El fin de semana pasado un grupo de compañeros tuyos estuvo en la playa cerca de la reserva. Te mandé saludos con ellos, no sé si los recibiste.

-Me temo que no –admitió-. Sucede que mis compañeras estaban muy ocupadas con sus respectivos romances… pero sí me mencionaron que habías preguntado por mí.

Su voz… su físico, su sonrisa, sus suaves maneras, hasta ese modo tan grácil y casi etéreo que tenía de caminar eran suficientes para hacer soñar despierto a alguien, pero su voz… era tan seductora, suave, dulce, y perfectamente amable e inocente…

-Es que tenía curiosidad –admití de buen humor, intentando con todas mis fuerzas no parecer un adolescente baboso-. Charlie está mucho más contento últimamente, y creo que también engordó un poco. Cada vez que te menciona se le ilumina toda la cara… y papá dice que te nombra a cada rato mientras están pescando. Está terriblemente orgulloso –le confié, sabiendo que a ella le agradaría oír eso.

-Uh, bueno, es mi padre –murmuró ella, quizás un poco incómoda, pero creo que agradecida-. Como siendo más pequeña no me gustaba Forks, creyó que no lo quería a él tampoco, y ahora que comprende que no era así… -dejó la frase inconclusa.

-Aún así, yo quería conocerte –insistí, abriendo la lata de gaseosa para ocupar las manos en algo-. Me fijé entre las chicas que estaban el sábado, pero ninguna se parecía a la chica que yo recordaba vagamente como "la hija de Charlie"… aunque también estás muy cambiada desde la última vez que recuerdo haberte visto –deslicé.

-Lo mismo digo. El recuerdo más claro que tengo de Jake Black es el del chico que nos tiraba hojas desde arriba de un árbol –respondió Bella. Me sorprendió que recordara esa travesura de infancia mía.

-Aún lo hago a veces –confesé-. Cuando no estoy reparando autos, al menos. Hablando de eso, ¿cómo anda la Chevy? –mejor virar a un tema más seguro.

Hablamos del trasto que había sido de papá por unos minutos. Bella estaba un poco preocupada, aparentemente el humo era más espeso últimamente y olía más fuerte. Me ofrecí a echarle un vistazo, ella rehusó, creyendo que me estaba privando de ver el partido.

Tuve que decirle una pequeña mentira. Le respondí que había venido a traer a papá, lo cual no era del todo cierto: la verdad es que había venido a conocerla a ella. El partido me importaba poco, eso sí era cierto. Con saber después el resultado estaba bien.

Salimos por fin a ver la Chevy, para gran alegría mía. Estaba encantado de serle útil. Bella era hermosa, pero no parecía consciente de ello, y no era para nada vanidosa o presumida, sino cálida y amable. Bueno, lo de cálida es un decir, esta chica parecía tener siempre las manos muy frías. Pero es sabido el dicho: "manos frías, corazón cálido". En este caso, se aplicaba por completo.

-El filtro de aire puede aguantar un poco más, pero tendrás que cambiarlo en un mes, más o menos… o antes, si estás por hacer un viaje largo –le informé, emergiendo de adentro del capó después de echar un vistazo-. Otro tanto para el filtro de combustible. El que tiene ahora es bastante bueno, lo cual significa que se va a tapar pronto y habrá que reemplazarlo.

-¿Cómo puede ser bueno si se tapa? –preguntó Bella, confundida.

-Precisamente, porque el filtro de buena calidad retiene todas las impurezas, por eso se tapa el filtro y no se deteriora el motor –le expliqué. Era un error común creer que un filtro era tanto mejor cuanto menos se tapaba y menos había que cambiarlo, cuando en realidad era al revés.

-Eso tiene sentido –reconoció ella con admiración, lo cual me hizo sentir estúpidamente orgulloso-. ¿Cuánto me saldría reemplazarlos?

-No mucho, y muchísimo menos que reconstruir el motor, eso seguro –contesté, sacando la varilla del aceite para disimular mi satisfacción por haber logrado impresionarla-. Hum, el nivel de aceite es bueno… creí que podría estar quemando aceite, por lo que mencionabas sobre el humo…

-No es una humareda terrible, pero me pareció que olía más fuerte –se disculpó, pareciendo casi culpable.

-Está bien, mejor temprano que tarde –me reí, intentando quitarle seriedad al asunto, cuando se me ocurrió otro detalle-. Por casualidad, ¿sabrás si Charlie recordó agregarle anticongelante al agua?

-¿Agua? –repitió Bella, sin entender.

-Sí, el radiador necesita agua para mantenerse refrigerado –le expliqué, intento no sonar como un sabelotodo-. Pero si esta agua se congela, puede causarte una buena cantidad de problemas.

-No tengo idea –confesó ella-. Charlie me entregó la Chevy como regalo sin decirme nada de eso. Él sabe demasiado bien que no entiendo de mecánica.

-En general, este viejo trasto está muy bien –comenté, la cabeza y los antebrazos otra vez metidas en las profundidades de la Chevy, intentando encontrar algún problema que me permitiese volver para repararlo… y de paso, a estar un rato con ella-. Siempre que no pases de sesenta kilómetros por hora, no debería causarte ningún problema.

-Charlie es policía, ¿recuerdas? –me dijo sin malicia-. Aprendí las normas de tránsito al mismo tiempo que a cepillarme los dientes. Para algo hay velocidades máximas.

-Vamos, ¿quién se conforma con ir a sesenta? –me quejé en broma, aunque en verdad sesenta me parecía muy poco-. No sabes cómo me alegré de que otro tuviese que lidiar con esta cosa, aunque lamento que te haya tocado.

-No ofendas a mi Chevy –se enojó Bella en broma-. Más respeto hacia alguien que tiene edad como para ser tu padre.

-O mi abuelo, casi –me reí yo, volviendo a colocar cada cosa en su sitio y cerrando el capó. Lástima, estaba todo en orden... iba a tener que inventar otra cosa para volver a verla.

Bella empezó a reír también, inclinándose hacia mí, pero entonces se detuvo abruptamente y se quedó muy quieta, como congelada.

-¿Bella? –le pregunté con cautela-. Bella, ¿qué…?

Me hizo un gesto con la mano, pidiéndome que esperara, y respiró profundamente. Empecé a preocuparme en serio. ¿Estaba ella por desmayarse o algo así?

-Bella, ¿te sientes bien? ¡Estás pálida! ¿Bella? –estuve a su lado enseguida, dudando si tocarla o no.

-Estoy bien –me dijo lentamente, apoyándose con cuidado en la Chevy. Debía estar mareada-. A veces tengo problemas de hipoglucemia.

-¿Necesitas sentarte? –ofrecí, preocupado.

-Sería buena idea –aceptó ella, apoyándose levemente en mí mientras le ayudaba a sentarse al lado de la rueda delantera de la Chevy.

-Ya estoy bien, no te preocupes –me sonrió, pero era una sonrisa débil. Yo seguía ansioso-. En serio, Jake. No es nada –intentó tranquilizarme otra vez antes de olfatear un poco y soltarme de pronto algo que no supe cómo interpretar-. Hueles raro.

-¿Gracias? –respondí, indeciso pero divertido. Bella parecía arrepentida de lo que había dicho, aunque yo estaba más divertido que ofendido.

-Lo que quise decir es… -empezó ella, pero no completó la frase.

-Tus ojos sí que son raros –comenté, mirándolos de cerca-. Mucho más que mi olor, seguro.

-Jake… -ella parecía dudar, por lo que preferí reír y cambiar de tema.

-Billy se puso como loco hoy cuando te vio, viejo supersticioso –dije sonriendo -. Se toma esas viejas leyendas demasiado en serio.

-¿Qué leyendas? –quiso saber ella, curiosa.

-Nuestras leyendas ancestrales, las leyendas quiluetes –expliqué, cayendo en la cuenta que ella no debía conocerlas. En un tono que me esforcé en hacer sonar misterioso, añadí: -¿Te gustan las historias de miedo?

Ella asintió velozmente, prestándome toda su atención. Ni siquiera parecía parpadear. Me esforcé en imitar la voz de papá cuando contaba las leyendas; lejana, baja y grave. Hacía parecer esas historias más misteriosas de lo que eran, y le daba un toque aterrador. Sin embargo, me ocupé de dejarle en claro que yo no creía en todo eso, no quise que me creyera un tonto.

Bella me escuchó con todos sus sentidos puestos en mí. En verdad era un público excelente, parecía impactada por lo que acababa de oír. Aunque me preocupó un poco la impresión que se estaba llevando de mí, por lo que no pude evitar preguntarle si creía que yo era sólo un nativo supersticioso, aunque sin dejar el tono amistoso. Su respuesta me calmó mucho:

-Creo que eres muy bueno contando historias de miedo. Aún tengo los pelos de punta.

-Genial –no pude evitar decir, aliviado de no haber arruinado una buena primera impresión.

Bella suspiró profundamente, como intentando deshacerse de un mal recuerdo, pero enseguida abrió muy grandes los ojos y se puso de pie de un salto:

-¡La lasaña…! –dijo, y ya estaba a mitad de camino hacia la cocina. La seguí lo más rápido que pude.

La lasaña no había sufrido daños serios, estaba un poco más tostada de arriba de lo que se suele ver en las fotos de los restaurantes, pero eso era todo. Comparado con las cosas que habíamos llegado a comer papá y yo cuando dependíamos de nuestras propias habilidades culinarias, esto era el paraíso.

Me llamó la atención que Bella no se hubiese quemado al sacar la comida del horno con las manos desnudas, pero era claro que no estaba mintiendo y aguantándose el dolor, es más, ni siquiera parecía herida. Mejor así, me dije, y el apetitoso olor de la lasaña ocupó mis pensamientos mientras Bella cortaba y servía.

Yo llevé uno de los platos en una mano y cuatro latas de bebidas bajo el brazo; Bella tomó los otros dos platos, y nos reunimos con Charlie y papá, que seguían viendo el partido. Charlie sonrió con alegría y algo de hambre cuando nos vio entrar; la expresión tranquila de mi padre cambió a una mirada de feroz vigilancia que no le pasó desapercibida a Bella ni a mí.

Ella intentó hacer como que no lo notaba, aunque era claro que estaba tensa e incómoda, y yo volví a sentir vergüenza por ese comportamiento tan absurdo de papá. Eso se puso peor después de unos minutos, cuando papá advirtió que Bella no cenaba.

-¿No comes, Bella? –le preguntó papá intencionadamente.

-No, ya comí ni bien llegué de la escuela –respondió con indiferencia.

Los ojos de papá se abrieron con alarma. Yo sólo quise que me tragara la tierra, y Bella se apresuró a aclarar:

-Me preparé unos sándwiches de pescado frito –explicó-. Papá trajo el fin de semana pasado suficiente pescado como para alimentar a un batallón.

Charlie medio rió en disculpa, yo también me estaba divirtiendo. Bella no estaba dándole el brazo a torcer a papá, negándose a sentirse incómoda en su propia casa. Me sentí orgulloso por ella, a quien papá seguía mirando con sospecha, era evidente que no se había creído ni una palabra. Viejo tonto y crédulo de leyendas absurdas.

Nos reímos muchísimo esa noche. Cualquier tontería nos hacía estallar en carcajadas, un juego de palabras de lo más tonto sobre si los cubiertos habían sido des-cubiertos o inventados nos hizo reír como locos, y cada vez que alguien tomaba un tenedor o hacía alguna mención al asunto, volvíamos a reír a carcajadas. Bella acabó enterrando la cara en un almohadón, intentando contener la risa, pero no era fácil. Llegó el momento que con sólo mirarnos empezábamos a reír.

-Jacob, termina de comer, tenemos que irnos –ordenó papá, tenso, después de un rato.

Todos lo miramos con sorpresa.

-¡Pero apenas es el medio tiempo! –protestó Charlie, señalando la pantalla, donde un hombre de traje estaba entrevistando a algunos jugadores completamente traspirados-. ¡Falta todo el segundo tiempo, son cuarenta y cinco minutos, más un posible alargue…!

-¡Papá, es temprano! –me quejé-. No tengo deberes pendientes para la escuela…

Bella se quedó muy quieta y se apartó unos centímetros de mí. Quise, con más fuerza que antes, que la tierra me tragara. O mejor, que se tragara a papá, así dejaba de hacerme pasar vergüenza ajena.

Por fin, con una mueca renuente y una mirada de advertencia hacia Bella que me hizo pasar calor, papá cabeceó en acuerdo para quedarse otro rato. Lo festejé con ganas, chillando y saltando en el sofá, pero perdí el equilibrio… y caí sobre Bella.

Nos reímos mucho otra vez, mientras Charlie nos echaba una mirada divertida y papá aferraba las ruedas de su silla con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Le dirigí una sonrisita de superioridad, aunque me había dado un buen golpe y me dolía la mandíbula.

-Ouch, Bella, tus huesos son muy duros –me quejé frotándome el mentón.

-Jake, no es amable que te diga esto, pero tienes que lavar urgentemente tus zapatillas –me dijo ella frunciendo la nariz-. Apestan a perro mojado.

Intenté no ser susceptible ni sensiblero, pero no pude evitar que el comentario de Bella me afectara. ¿Me consideraría un sucio en adelante? Pero ella sólo volvió a reír y me empujó más cerca de Charlie en el sofá. Tenía más fuerza de la que aparentaba, siendo una chica tan delgadita y pálida. Ni siquiera todas esas risas habían conseguido darle un poco de color a sus mejillas.

Nos fuimos recién cuando acabó el partido, aunque al final nadie había estado muy seguro de qué equipo había ganado. A Bella y a mí desde un principio no nos había importado el partido, Charlie había estado demasiado distraído con nuestros chistes y risas, y papá se la había pasado vigilando a Bella como un perro de presa.

Yo estaba radiante mientras conduje de regreso a casa. Ni el mal humor de papá, ni el que mi pantalón se hubiese rasgado reventando las costuras cuando me senté en el auto, ni nada podía con mi ánimo. Estaba tan ensimismado en mi nube de felicidad que no me di cuenta de lo tenso que estaba papá hasta que habló.

-La joven Isabella es encantadora, ¿verdad?

-Sí, ya lo creo que lo es –asentí fervientemente, sin apartar los ojos del camino oscuro-. Uno creería que una chica tan hermosa debería ser insoportable y egocéntrica, pero no. Es… es increíble.

-Es muy hermosa –dijo papá en un tono que no supe bien cómo interpretar-. Sobrehumanamente hermosa.

-Sí, no parece que fuera de este planeta –preferí bromear-. De no ser porque conocemos a Bella demasiado bien, creería que es una extraterrestre.

Papá entornó un poco los ojos antes de volver a hablar.

-No era en extraterrestres en lo que estaba pensando.

Guardé silencio. No quería discutir con papá, estaba de un humor demasiado bueno esa noche. La deliciosa comida, la presencia de Bella y los chistes me habían dejado demasiado feliz como para querer volver a la realidad de un modo inmediato.

-Esa chica Bella no me gusta –dijo papá al cabo de un minuto o dos.

-Me quedo más tranquilo, hubiese sido muy raro que ella se convierta en mi madrastra.

-Sabes de lo que estoy hablando –respondió papá, un poco ofuscado y empezando a enojarse-. Notaste sus manos frías al despedirte. No comió.

-Bebió una lata de refresco –señalé.

-Es pálida. Es fría –insistió papá.

-Tal vez tenga problemas de anemia –propuse sin verdadero interés. Bella se veía sana.

-O tal vez ella provoque anemia en otros –gruñó papá, decididamente enojado.

-No creo, con lo bien que cocina… es más, estoy seguro que Charlie engordó últimamente –respondí, evitando ostensiblemente la cuestión a la que papá quería llegar.

Las luces de La Push se comenzaron a divisar. Estábamos llegando.

-Jacob, creo que ya estás grande y no me hace gracias darte órdenes… –comenzó papá muy serio, lo cual fue la peor señal posible. Lo que venía a continuación no podía ser algo agradable, con semejante introducción- …pero mantén las distancias con Bella Swan, o podría ser lo último que hagas. En serio, Jake.

Bufé, lamentando otra vez que papá no su comportara de un modo más razonable. Era desesperanzador que alguien por lo demás inteligente reaccionara así por tonterías. Sin embargo, al menos no me había prohibido nada explícitamente ni me había hecho prometer nada. Eso era algo.

No volvimos a hablar después de eso. Yo no tenía nada que decirle, después de todo. Dejamos el automóvil de regreso en casa de los Clearwater, y empujé la silla de papá de regreso a casa. Él seguía enfurruñado y malhumorado, lo cual me fastidiaba, pero no alcanzaba para enturbiar mi dicha.

Me fui a cepillar los dientes y a darme una ducha. Dejé la puerta del baño entreabierta, y me contemplé con atención en el espejo mientras cepillaba mis dientes con especial esmero. El acné no era tan malo, pero estaba ahí... tenía unos cuantos granos en el mentón y la frente, y cantidad de puntos negros en la nariz. Nunca antes me habían preocupado, no era doloroso, y la estética me importaba poco.

Observé el mentón, donde además de un poco de acné tenía un par de pelos duros y negros. No era exactamente una barba, mi ascendencia quiluete prácticamente pura me hacía barbilampiño, al igual que papá. Me pasé una mano por el cabello, que me había soltado de la habitual coleta en que solía llevarlo. ¿Debería cortármelo? Quizás me sentara mejor un corte más… masculino.

Ya me había quitado la camisa, y examiné mi torso con aire crítico. No era musculoso, pero tampoco un completo enclenque. Probé de flexionar los músculos de los brazos, que tampoco eran los de un físico culturista, pero tampoco estaban tan mal. Solía ayudarle a papá con su silla de ruedas, y eso les había otorgado cierta tonicidad.

Quise reírme de mí mismo al notar el rumbo que estaban tomando mis pensamientos. Estaba sonando igual que una chica coqueta desesperada por seducir. Por favor, qué ridículo que era yo…

-Buenas noches –escuché la voz tensa de papá-. ¿Con la casa de los Cullen? Quisiera hablar con el doctor, por favor –su voz era muy correcta, aunque un poco rígida.

Yo me quedé helado. ¿Qué le pasaba a papá que llamaba al médico, y no a cualquier médico, sino al doctor Cullen, nada menos, y eso cerca de medianoche?

-Buenas noches, doctor –papá sonó más rígido que antes-. Le habla William Black, de La Push, la reserva de los quiluete –se presentó, formalmente-. Sí, el nieto de Ephraim Black, sí.

Me quedé sorprendido de que el doctor supiera tanto de historia local. Había supuesto que tendría mejores cosas de las que ocuparse.

-Vea, mi hijo y yo estuvimos esta tarde en casa de los Swan, y la hija del jefe de policía Charlie Swan nos llamó enormemente la atención –señaló papá con voz acusatoria-. Isabella Swan, alias Bella. ¿Ya escuchó hablar de ella?

Yo estaba tan anonadado por el comportamiento de papá que no me di cuenta que estaba de pie inmóvil frente al espejo hasta que noté mi reflejo: ahí estaba yo, con los ojos enormemente abiertos, el mango del cepillo de dientes sobresaliéndome de la boca y todo el cabello despeinado. Me apresuré a terminar de lavarme los dientes, pero sin dejar de prestar atención a lo que papá decía.

-Ajá. Eso supuse. ¿Y no piensa hacer nada? –el tono de voz de mi progenitor era incisivo, y empeoró cuando siguió hablando-. ¿Supongo que ella no está siguiendo su dieta, doctor?

Había muy pocas posibilidades que el doctor Cullen y yo nos encontrásemos alguna vez, lo cual en ese momento me fue un gran alivio. No hubiese sido capaz de mirarlo a la cara después de la escenita que papá estaba protagonizando.

-Esto no tienen nada que ver con el Tratado –bufó papá, y me sorprendió (nuevamente) que el médico estuviese al tanto de ese tipo de leyendas-. Sí, le creo que usted no tuvo nada que ver. Ni usted ni su familia, le creo. Charlie me dijo que ya estaba así de cambiada cuando llegó a Forks.

Ahora sí que no entendí ni jota. ¿Por qué el doctor, y menos aún su familia, iban a tener algo que ver con los supuestos cambios de Bella?

-Lo que quiero es… vea, a usted y los suyos les permitimos quedarse, porque no atacan a la gente. Le soy sincero, su presencia tan cerca de la reserva no me agrada, pero es… soportable. Pero esta chica, ¡está viviendo en medio del pueblo! ¡Entre los humanos!

Decidido, yo tendría que internar a papá en un asilo después de todo lo había dicho esta noche.

-No conozco las reglas que rigen a quienes son como usted –comenzó papá de nuevo, más formal y también en un tono más cauto-. Pero, por favor, ¿podría alguien de su familia explicarle a Isabella sobre el Tratado y todo lo que conlleva? –la voz de papá destilaba sorpresa y un poco de incredulidad cuando volvió a hablar-. ¿Votación…? Ah, ya veo, muy democrático. ¿Y cuál es…? Bien, no le negaré que me alegro, doctor –y esa vez pronunció el título sin el habitual matiz despectivo.

Síp, sin duda tenía en el doctor a un excelente testigo para apoyar mi aseveración de que papá padecía demencia senil.

-Bien. Sí, por favor. Cuanto antes. Sí, eso me tranquilizaría mucho, gracias –un silencio un poco más largo me hizo pensar que papá ya había interrumpido la comunicación, pero no lo había escuchado colgar el teléfono. Entonces papá volvió a hablar, su voz estaba libre del tono feroz y sonaba amable, un poquito enternecida y orgullosa-. Gracias. Es… creo que es lo más enorgullecedor que podía decirme. Gracias. Adiós, doctor Cullen.

Una de dos: o el doctor había perdido la cordura también, o estaba dándole la razón a mi padre para mantenerlo tranquilo. Preguntándome todavía qué pensar al respecto, me di una ducha rápida y me preparé para dormir. Cuando fui a darle las buenas noches a papá, vi que estaba más tranquilo y mucho más relajado de lo que lo había estado desde que vio por primera vez a Bella Swan.

Me encogí de hombros y me fui a dormir, rogando para mis adentros (en un rincón muy secreto de mi mente) que pudiese soñar con Bella esa noche.

.

No tuve suerte: no sólo no soñé con Bella, sino que me desperté a las cinco y algo de la madrugada y no conseguí volver a dormirme. Después de dar vueltas en la cama por un rato, me di cuenta que me apretaba mi pantalón demasiado ajustado, y cuando flexioné las piernas para sentarme se reventaron a la vez tres costuras y saltó el botón.

Genial. El segundo pantalón que arruinaba en un día. Me lo saqué, al igual que la ropa interior, que también me ajustaba, y mucho. La camiseta vieja con que me había vestido esa noche, que siempre me había ido demasiado grande, de pronto me sentaba bien.

Volví a vestirme con las ropas más enormes que tenía, pero me iban a penas cómodas. Qué raro. Me puse de pie, y hubiese jurado que había crecido. Pero no crecido lentamente, sino que había crecido al menos cinco centímetros desde la noche anterior. Sacudiendo la cabeza, intenté ponerme mis zapatillas deportivas, pero no me cabían. Todo el talón colgaba afuera, y no había forma de acomodar mi pie adentro.

Empecé a asustarme. Esto de sentirme alto podía ser una idea absurda mía, pero esta repentina hinchazón de pies no me parecía que fuese algo muy saludable. Me abrigué con mi suéter de trabajo, el que llevaba siempre que iba al taller a trabajar en mi proyecto de auto, y me sobresalté al ver que las muñecas y una buena parte del antebrazo me quedaban al descubierto. Rayos, debía haberse encogido repentinamente en el último lavado… o durante la noche, porque la tarde anterior yo lo había llevado puesto y me iba bien.

Usando unas botas de montañismo (muy viejas, heredadas de ya no sabía quién y que no había usado nunca porque eran enormes pero de pronto eran el único calzado en el que cabían mis pies), un pantalón que hasta la noche anterior me había ido ancho y de pronto me iba apenas bien, la camiseta más enorme que tenía y mi suéter mágicamente encogido, me fui al taller. No tenía nuevas piezas con las que seguir trabajando en mi auto, pero aprovecharía para ordenar un poco.

Encendí la luz y empecé a juntar herramientas desparramadas por ahí y a colocarlas en su sitio. Aparecieron dos llaves inglesas que ni recordaba que tenía, unas pinzas que había dado por perdidas y hasta un destornillador que había estado buscando por todos lados la semana anterior. En algún momento recordé una cancioncita no muy inteligente, pero sí divertida, que solían pasar en la radio y que mi amigo Emby canturreaba todo el tiempo. El ritmo tenía algo de pegadizo, y de pronto me descubrí tarareándola yo también.

De pronto, justo cuando emergí de debajo de un montón de chatarra de debajo del cual había recuperado una tuerca que se me había escapado rodando, vi algo increíble. Bella Swan estaba en la entrada del taller. Tuve que parpadear para estar seguro, pero ella seguía allí, de modo que me encaminé alegremente hacia ella.

-¡Hola! Bella, qué sorpresa, ¿qué te trae por aquí a estas horas? No te oí venir… ¿Llegaste en la Chevy? –le pregunté, más serio. Ella seguía sin responderme, parecía más pálida de lo normal, y su mirada era turbia y como descentrada-. ¿Pasa algo con Charlie…?

Ella siguió sin responder. Tanto mutismo estaba asustándome en serio; insistí:

-Bella, ¿estás bien?

Repentinamente Bella se dejó caer hacia el suelo, aullando como un animal herido. Era un grito de puro dolor y desesperación, de angustia sin fin y sin esperanza.

Aterrado y sin saber qué hacer, me arrodillé junto a ella, que ya había tomado una posición fetal, rodeándose las rodillas con los brazos, temblando. Tomó aire una segunda vez, con los ojos desorbitados, y profirió un nuevo aullido, más largo y desgarrador que el anterior. Y entonces empezó a llorar, unos sollozos secos que partían el corazón al oírlos. Puse mis manos en sus hombros, sacudiéndola levemente, intentando que reaccionara.

De pronto pareció notar que yo estaba ahí, o quizás no se dio cuenta que era yo, no sé. Pero rodeó mi cuello y parte de mis hombros con sus brazos y lloró con más fuerza, con más intensidad, con más dolor. Yo intenté hablarle, calmarla, hacerle saber que estaba segura, que yo estaba ahí, que le ayudaría…

Al cabo de unos segundos durante los cuales el llanto fue cada vez peor, Bella de pronto se quedó quieta. Se quedó quieta y relajada en mis brazos, perfectamente inmóvil. Sin llorar, sin gritar… casi diría que sin respirar.

Era aterrador verla así, mucho peor que los gritos o el llanto, cuando al menos era claro que ella vivía, que sentía algo… pero cuando volví a mirarla a la cara, era la de una estatua de ojos abiertos. Perfectamente inmóvil, fría, inexpresiva. La cara de un muerto. O peor, de un muerto en vida.

-¿Bella? –le pregunté en un susurro estremecido-. Bella, por favor, reacciona… ¿Bella? ¿Puedes oírme? ¿Bella? Soy yo, Jacob. Jacob Black, ¿recuerdas? Bella, por favor… tenemos que buscar ayuda… -susurré, muerto de miedo al ver que ella no reaccionaba.

-La ayuda ya llegó –dijo de pronto en voz muy baja alguien, sobresaltándome.

Casi en el mismo lugar en el que Bella había estado parada, se encontraba ahora un muchacho de cabello cobrizo, ojos castaños y semblante afligido. Era tan pálido como Bella y tenía algo de su inhumana belleza, aunque no se parecieran físicamente.

-Hola, soy Edward Cullen –se presentó en voz baja, arrodillándose junto a mí y a Bella, que aún no me había soltado-. Bella, voy a llevarte a casa… -y dirigiéndose a mí, el tal Edward añadió- Mi padre es médico, él sabrá qué hacer. Pero me temo que Bella está en un estado de shock traumático difícil de superar. ¿Cómo llegó aquí?

-No tengo idea, yo miré y de pronto ella estaba en la entrada… -le dije, todavía demasiado confuso como para acabar de asimilar que era un Cullen en La Push y que parecía haber salido de la nada-. Le pregunté cómo había llegado, si estaba bien, y entonces empezó a gritar y llorar… y después quedó así –narré, conmocionado.

-Vamos –dijo Edward, e intentó tomar a Bella en brazos.

Pero la chica que hasta ese momento había parecido muerta de pronto revivió, sólo para aferrarse a mí con todas sus fuerzas, enterrando la cara en mi hombro y negándose a soltarme. Intenté hablarle, calmarla, hasta desasirla por la fuerza, pero tenía un agarre de lo más fuerte. No me lastimaba, pero no me soltaba tampoco.

-Oh, rayos, no hay tiempo que perder –gruñó Edward después de un rato de esfuerzo inútil por ambas partes para soltarme de Bella. Estaba amaneciendo, y una luminosidad tenue pintaba el cielo por el este.

-Jacob –Edward me habló con seriedad, mirándome con mucha atención-, ¿casualmente tu padre es William Black?

-Sí –admití en un susurro, deseando que no trajera a colación las supersticiones de mi padre justo en ese lugar y momento.

-Eso simplifica las cosas –me medio sonrió él-. Entonces sabes lo que Bella y yo somos.

-¡Yo no creo en esas tontas leyendas…! –empecé airadamente, pero me detuve atónito, y por una buena razón.

Edward Cullen nos había tomado a Bella y a mí entre sus brazos y nos había medio echado sobre su hombro izquierdo, casi como a un saco de papas.

-Tal vez deberías –rió Edward sin humor-. Sujétate a Bella, esto puede ponerse movido.

Fue toda la advertencia que recibí, antes de salir volando entre los árboles, aferrado al cuerpo inmóvil de Bella Swan, y sujetado por los brazos fríos de Edward Cullen.

bueno chicas aqui os dejo un nuevo capii siento la tadanza pero estas dos semanas he estado muy liada con las clases y los examenes

x lo que veo el fic no os gusta mucho asi que si tras este capitulo sigi viendo que el fic sigue igual dejare de subir :(

nos leemos

P.D nos os olvideis de pasar tambien x mi otro fic "regreso a los recuerdos"

Capítulo 6: Danza con los lobos Capítulo 8: Crónicas del angel gris

 
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