En ese momento, Bella fue consciente de que un hombre tan alto y poderoso como aquél, podría hacer lo que le apeteciese con ella y sería inútil intentar detenerlo. Un estremecimiento de terror la sacudió. Sin embargo, por muy peligrosa que la situación fuese, una parte de ella no estaba asustada. Algo en su interior le decía que ese hombre jamás le haría daño intencionadamente. —Te llevo a tu dormitorio, donde podemos acabar lo que hemos empezado— dijo llanamente, como si estuviesen hablando del tiempo. —Me parece que no.— Él encogió aquellos hombros, maravillosamente amplios. —¿Prefieres las escaleras entonces?, ¿o quizás el sofá?— se detuvo y echó un vistazo alrededor de su casa, como si estuviese considerando las opciones. —No es mala idea, en realidad. Hace mucho que no poseo a una mujer en un...— —¡No, no, no! El único sitio donde vas a poseerme es en tus sueños. Y ahora déjame en el suelo antes de que me enfade de verdad.— Para su asombro, él obedeció. Comenzó a sentirse un poco mejor una vez que sus pies tocaron tierra firme y subió dos escalones. Ahora estaban frente a frente, y casi a la misma altura; bueno, si es que alguien podía estar alguna vez a la altura de un hombre con semejante autoridad e innato poder. De pronto, el impacto de su presencia la golpeó con intensidad. *¡Era real!* ¡Cielos!, Ross y ella habían conseguido convocarlo y traerlo a este mundo. Con el rostro impasible y sin la más ligera muestra de que la situación lo divirtiera, la miró directamente a los ojos. —No entiendo por qué estoy aquí. Si no quieres sentirme dentro de ti, ¿Por qué me has convocado?— Estuvo a punto de gemir al escuchar sus palabras. Y más aún cuando la visión de su cuerpo dorado, esbelto y poderoso introduciéndose en ella le pasó por la mente. ¿Qué se sentiría cuando un hombre tan increíblemente delicioso te hacía el amor durante toda la noche?. Estaba claro que Edward sería delicioso en la cama. No cabía duda. Con la destreza y agilidad que caracterizaban sus movimientos, no hacía falta decir lo fenomenalmente bien que... Bella se puso tensa ante el rumbo de sus pensamientos. ¿Qué pasaba con este hombre? Jamás en su vida había sentido un deseo sexual como el que sentía en esos momentos. ¡Nunca! Literalmente hablando, lo tumbaría en el suelo y se lo comería entero. No tenía sentido. Se había acostumbrado, con el paso de los años, a que le describieran innumerables encuentros sexuales de la forma más gráfica; algunos de sus pacientes incluso intentaban conmocionarla o excitarla. Ni una sola vez habían conseguido su propósito. Pero cuando se trataba de Edward, lo único que tenía en mente era cogerlo, echarlo en el suelo y subírsele encima. Ese pensamiento, tan impropio de ella, le devolvió la sensatez. Abrió la boca para responder su pregunta, y no dijo nada. ¿Qué iba a hacer con este hombre? Aparte de "aquello". Movió la cabeza con incredulidad. —¿Qué se supone que voy a hacer contigo?— Los ojos de él se oscurecieron por la lujuria e intentó tocarla de nuevo. *¡Oh, sí!*[i] le pedía su cuerpo, [i]*por favor, tócame por todos sitios* —¡Para!— espetó, dirigiéndose tanto a Edward como a sí misma; se negaba a perder el control. La cordura gobernaría la situación, no las hormonas. Ya había cometido ese error una vez, y no estaba dispuesta a repetirlo. Subió de un salto un escalón más y lo miró directamente a los ojos. ¡Jesús, María y José!, era fantástico. El cabello castaño le caía en ondas hasta la mitad de la espalda, donde estaba sujeto por una tira de cuero marrón. Excepto tres finas trenzas acabadas en pequeñas cuentas de cristal, que oscilaban con cada uno de sus movimientos. Las cejas, de color castaño oscuro, se arqueaban sobre unos ojos fascinantes a la par que terroríficos. Y esos ojos la estaban mirando con más pasión de la que debieran. En ese momento desearía poder matar a Rosalie, sin ninguna duda. Pero no tanto como le gustaría meterse en la cama con este hombre y clavar los dientes en esa piel dorada. *¡Déjalo ya!*. —No entiendo lo que sucede— dijo al fin. Tenía que pensar; descubrir lo que debía hacer. —Necesito sentarme un minuto y tú...— deslizó los ojos sobre el magnífico cuerpo. —Tú necesitas taparte.— Edward puso una expresión crispada. Era la primera vez en toda su existencia que alguien le decía eso. De hecho, todas las mujeres a las que había conocido antes de la maldición, no habían hecho otra cosa que intentar arrancarle la ropa. Lo más rápido posible. Y después de la maldición, sus invocadoras habían dedicado días enteros a contemplar su desnudez mientras pasaban las manos por su cuerpo, saboreando su presencia. —Quédate aquí un momento— le dijo Bella antes de subir a toda prisa las escaleras. Harry observó el vaivén de sus caderas mientras subía los peldaños y su miembro se endureció al instante. Echó un vistazo a su alrededor con los dientes apretados, en un intento por ignorar el ardor que sentía en la entrepierna. La clave estaba en la distracción; al menos hasta que ella claudicara. Lo cual no tardaría en ocurrir. Ninguna mujer podía negarse por mucho tiempo el placer de tenerlo. Con una amarga sonrisa ante aquella idea, contempló la casa. ¿En qué lugar y en qué época se encontraba? No sabía cuánto tiempo había estado atrapado. Lo único que recordaba era el sonido de las voces a lo largo del tiempo, el sutil cambio de los acentos y de los dialectos según pasaban los años. Mirando la luz que se encontraba sobre su cabeza, frunció el ceño. No había ninguna llama. ¿Qué era esa cosa? Los ojos se le llenaron de lágrimas, irritados, y desvió la vista. Eso debía ser una bombilla, decidió. «σує, ηє¢єѕιтσ ¢αмвιαя ℓα вσмвιℓℓα. нαzмє єℓ ƒανσя ∂є ∂αяℓє αℓ ιηтєяяυρтσя qυє єѕтá נυηтσ α ℓα ρυєятα, ¿ναℓє؟». Mientras recordaba las palabras del dueño de la librería, miró hacia la puerta y vio lo que supuestamente debía ser el interruptor. Edward se alejó de las escaleras y apretó el pequeño dispositivo. De inmediato, las luces se apagaron. Volvió a encenderlas. Sonrió sin proponérselo. ¿Qué otras maravillas le aguardaban en esta época? —Aquí tienes.— Harry miró a Bella que estaba en la parte superior de la escalera. Le arrojó un largo rectángulo de tela verde oscuro. La sostuvo sobre el pecho mientras la incredulidad lo dejaba perplejo. ¿Había dicho en serio lo de cubrirle? Qué extraño. Frunciendo más el ceño, se envolvió las caderas con la tela. Bella esperó hasta que se alejó de la puerta para mirarlo de nuevo. Gracias a Dios, por fin estaba tapado. No era de extrañar que los victorianos insistieran tanto en el asunto de las hojas de parra. Era una pena no tener unas cuantas en el patio. Lo único que crecía allí eran unos cuantos acebos, y dudaba mucho que él apreciara sus hojas. Bella se encaminó hacia la sala y se sentó en el sofá. —Ayúdame, Ross— suspiró. —Me las pagarás por esto.— Y entonces, él se sentó a su lado, revolucionando todas las hormonas de su cuerpo con su presencia. Mientras se movía hasta la otra punta del sofá, Bella lo miró cautelosamente. —Así que... ¿para cuánto tiempo has venido?— *¡Oh, qué buena pregunta, Bella! ¿Por qué no le preguntas por el tiempo o le pides un autógrafo ya que te pones? ¡Jesús!* —Hasta la próxima luna llena— sus gélidos ojos dieron muestras de un pequeño deshielo. Y, mientras deslizaba su mirada por todo su cuerpo, el hielo se transformó en fuego en décimas de segundo. Se inclinó sobre ella para tocarle la cara.Bella se incorporó de un salto y puso la mesita del café como barrera de separación. —¿Me estás diciendo que tengo que aguantarte durante todo un mes?— —Sí.— Conmocionada, Bella se pasó la mano por los ojos. No podía entretenerlo durante un mes. ¡Un mes entero, con todos sus días! Tenía obligaciones, responsabilidades. Hasta tenía que buscar un pasatiempo. —Mira— le dijo. —Lo creas o no, tengo una vida en la que no estás incluido.— Sabía, por la expresión de su rostro, que a él no le importaban sus palabras. En absoluto. —Si crees que estoy encantado de estar aquí contigo, estás lamentablemente equivocada. Te aseguro que no elegí venir.— Sus palabras consiguieron herirla. —Bueno, "cierta" parte de ti no siente lo mismo— le dijo mientras dedicaba una furiosa mirada a aquella parte de su cuerpo que aún estaba tiesa como una vara. Él suspiró al echar un vistazo a su regazo y vislumbrar la protuberancia que sobresalía bajo la toalla. —Desafortunadamente, tengo tanto control sobre "esto" como sobre el hecho de estar aquí.— —Bueno, la puerta está ahí— dijo señalándola. —Ten cuidado de que no te golpee el trasero al cerrarse.—
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