Amante mediterráneo (+18)

Autor: EllaLovesVampis
Género: Romance
Fecha Creación: 26/06/2013
Fecha Actualización: 26/06/2013
Finalizado: SI
Votos: 9
Comentarios: 9
Visitas: 31307
Capítulos: 13

 

 

Edward Anthony Cullen conocía muy bien a las cazafortunas, por eso cuando conoció a la hermosa Isabella Swan en aquella isla griega, decidió no decirle quién era él realmente. Después de todo, lo único que deseaba era acostarse con ella cuanto antes y cuantas veces fuera posible.

AVISO:Adaptación de libro con el mismo titulo de la autora Maggie Cox.

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 7: Capítulo 7

Isabella apenas había podido recuperarse de la sorpresa al ver lo enorme y hermoso que era el yate del padre de Edward, que los había estado esperando y los condujo hasta el puerto de destino, cuando volvió a quedarse atónita al ver la magnífica limusina que los llevó a la casa situada en un lujoso barrio residencial.

Mientras un solícito empleado los conducía al imponente salón formal, intentó sofocar el nerviosismo creciente que sentía; las paredes estaban cubiertas de obras de arte originales, y la opulencia del mobiliario y la decoración revelaba su calidad y su exclusividad. Isabella se sentía tan nerviosa e intimidada, que era incapaz de mirar a Edward.

Pensó que su pobre madre debía de haber crecido en un escenario completamente diferente, y que Edward no habría tenido ningún problema para desarrollar su carrera de fotógrafo, ya que no tenía que preocuparse por llegar a fin de mes. Sin embargo, se arrepintió de inmediato de aquel pensamiento tan poco caritativo, y recordó con cierta culpabilidad que sus padres la habían ayudado a establecer su negocio.

Aunque sabía que no había nada de malo en recibir ayuda de la propia familia, no podía evitar que el hecho de que Edward tuviera dinero la incomodara.

No era la clase de dinero capaz de comprar una casita con jardín, sino una fortuna con la que la gente normal sólo podía soñar, y no sabía cómo reaccionar. Una cosa era disfrutar de la libertad de estar juntos en la isla, donde no había nadie más involucrado, pero al darse cuenta del entorno del que él provenía, su relación estaba tomando un nuevo cariz.

Edward no pudo evitar sentirse orgulloso y posesivo al contemplar a la hermosa belleza castaña que lo acompañaba; Isabella llevaba un vestido negro de satén sin mangas, y sus hombros estaban cubiertos con un ligero chal azul marino con flecos. Sabía que si su madre llegaba a conocerla bien llegaría a apreciarla, y estaba saboreando la idea cuando su padre entró en la habitación y destrozó el pequeño oasis de calma con la fuerza de un tanque. Sus ojos oscuros se clavaron en ellos, y Edward supo que lo que ocurriera en los próximos minutos determinaría el tono de toda la velada.

Deliberadamente, cuadró los hombros en un gesto desafiante. ¡Que el viejo tramposo hiciera lo que quisiera! No iba a permitir que Isabella pasara un mal rato, ni iba a dejarse arrastrar a una confrontación en aquella ocasión. Si su padre iba demasiado lejos, simplemente tomaría a Isabella de la mano y se irían de allí; pasarían la noche en un hotel, y por la mañana volverían a la isla. Inclinó la cabeza ligeramente en un gesto de saludo y dijo:

—Kalispera, padre.

—Veo que has traído una invitada, Edward. ¿Por qué no se lo dijiste a tu madre?

Isabella se dio cuenta enseguida de que algo andaba mal, aunque el hombre hablaba en griego. No era bienvenida allí, así que ¿por qué había insistido Edward en que lo acompañara? Él se encogió de hombros a su lado, pero ella se dio cuenta de que aquel gesto encubría una furia sorprendente. Tragó con dificultad, deseando haberse mantenido firme en su negativa a asistir a aquella cena.

—Por favor, padre, no hables en griego, mi invitada no domina nuestra lengua. ¿Estás insinuando que no hay sitio para los dos en tu casa? Si es así nos iremos, por supuesto.

Cuando Edward tomó su mano y la apretó con fuerza, Isabella levantó la mirada hacia él con alarma y preocupación; a juzgar por aquella breve escena, estaba claro que padre e hijo no tenían una relación demasiado fluida, y se preguntó cuál sería la causa de tanta animosidad.

—Edward, ¡querido hijo mío!

Inmediatamente contrito, Carlisle atravesó la habitación y posó las manos en los hombros de Edward tranquilizadoramente, mientras dirigía una sonrisa radiante a Isabella.

—¿Qué tonterías estás diciendo? ¡Por supuesto que hay sitio para una hermosa invitada de mi hijo! Sólo he querido decir que tu madre no sabía que había que poner otro cubierto en la mesa, pero eso se soluciona en un momento, así que no os preocupéis. Edward, ¿me harás el honor de presentarme a tu encantadora acompañante?

Edward se apartó un paso de su padre, soltó la mano de Isabella y, con expresión muy seria, miró primero al uno y después a la otra antes de decir:

—Te presento a Isabella, nos hemos conocido en la isla. Bella, éste es mi padre... Carlisle Cullen.

—¿Isabella? —Leónidas frunció el ceño, y comentó—: es un nombre muy griego, pero eres extranjera, ¿verdad?

—Sí, soy inglesa, vivo en Londres.

Isabella volvió a sentir una punzada de culpa y vergüenza al evitar mencionar sus verdaderos orígenes; cada vez que negaba su ascendencia, o hablaba como si la ignorara, sentía que estaba traicionando de algún modo a su verdadera madre, al miedo y al dolor que debía de haber soportado al abandonar a su hija. Sonrió nerviosamente cuando Carlisle estrechó firmemente su mano, mientras la observaba con atención.

—Bienvenida a mi casa, Isabella. Venid, vamos con el resto de invitados.

Entraron en el impresionante comedor, donde había ya tres personas: una atractiva mujer de mediana edad, con un ajustado vestido color marfil que resaltaba una figura aún envidiable, un hombre corpulento de edad similar, que tenía un vaso de licor en la mano, y una joven rubia muy hermosa con un ceñido vestido verde esmeralda sin espalda, y escote atrevidamente bajo. El trío estaba contemplando un enorme óleo de un barco navegando.

Al oír la voz de Carlisle, se volvieron sonrientes... hasta que la vieron a ella. Isabella volvió a preguntarse por qué la habría llevado Edward a la casa de sus padres, cuando estaba claro que era tan bien recibida allí como la viruela.

La mujer de mediana edad, que Isabella supuso que sería la madre de Edward, fue la primera en recuperarse, y se apresuró a ir a abrazar a su hijo. Él no se tensó, como había hecho con su padre, y posando las manos en la cintura de su madre, la besó con calidez en ambas mejillas.

—Estás tan hermosa como siempre, madre —le dijo afectuosamente, y dio un paso atrás para admirarla.

—Esme, querida, Edward ha traído a una amiga. Se llama Isabella... ¡aunque no es griega! —Carlisle dijo aquello con voz estruendosa, y se echó a reír como si hubiera dicho algo tremendamente gracioso.

Isabella notó la corriente de irritación y decepción que subyacía en aquella risa supuestamente relajada. Si su presencia iba a causar problemas entre Edward y su familia, hubiera preferido irse en aquel mismo instante, y no tener que soportar una agonía.

Apretó con fuerza su bolso negro de satén al mirar brevemente a los otros dos invitados. La hermosa joven con el vestido verde esmeralda le devolvió la mirada con una expresión claramente exasperada, y después centró todo su interés en Edward. Al ver el claro interés de la mujer, Isabella sintió una punzada de celos que le revolvió el estómago; ¿por eso les había molestado tanto su presencia allí?, se preguntó de repente. ¿Porque aquella belleza estaba esperando para conocer a Edward?

—Kalosorisate, Isabella. Bienvenida.

La madre de Edward tocó la mano en la que Isabella tenía aferrado su bolso y sonrió; era un gesto sincero, completamente carente de hostilidad o decepción, y sintió que se relajaba un poco.

—Perdona que tu presencia nos haya tomado por sorpresa, pero no sabíamos que Edward iba a traer a una amiga. Sin embargo, quiero que sepas que eres muy bienvenida en mi casa. Por favor, ven a conocer al resto de invitados, Eleazar Denali y su encantadora hija, Tanya. Ambos estaban deseando conocer a Edward.

Tras acercarse y estrechar calurosamente la mano de Edward, Eleazar dio un paso atrás para que su hija hiciera lo propio. La joven, que no podía apartar los ojos de él, puso de forma deliberada la mano en la manga de su inmaculado esmoquin, y dejó que descansara allí posesivamente.

Isabella se tensó al ver la actitud predatoria de la mujer, aunque Edward no pareció particularmente impresionado o atraído por Tanya, y en cuanto acabaron las presentaciones, se volvió hacia Isabella y le puso una mano en la espalda. Al recordar la pasión que habían compartido tan sólo unas horas antes, ella sintió que el cuerpo entero le cosquilleaba, y deseó poder estar en la cama de él, cobijada en aquella sencilla casita blanca junto al mar, en vez de en aquel palacio abrumador.

Mientras se dirigían hacia la larga mesa impecablemente preparada, Edward decidió que no alargarían la velada; un empleado había preparado con celeridad y discreción un servicio a su lado para Isabella, y anya se había tenido que conformar con reluctancia a ocupar el asiento frente a ellos.

Deslizó la mano por el muslo de Isabella, y el calor que generaban juntos pareció quemarle a través de la tela del vestido. Sus ojos verdes se oscurecieron con un deseo voraz cuando se volvió hacia ella y vio el rubor que había teñido sus hermosas mejillas.

Quería susurrarle al oído que no podía esperar a volver a llevarla a la isla, a su cama, y que iba a enloquecer si no lo hacía cuanto antes, pero tenía que servir el vino, así que tuvo que contener la tormenta de deseo que arrasaba su cuerpo.

—Bueno, Isabella, ¿qué te ha traído a Grecia?, ¿de dónde eres? —preguntó Eleazae Denali, mirándola con atención.

Sorprendida por aquellas preguntas tan directas, Isabella se humedeció los labios nerviosamente antes de responder.

—Estoy de vacaciones, y vengo de Londres, donde resido. Es la primera vez que visito este país, aunque siempre quise venir... y ahora, aquí estoy—acabó de decir, insegura.

—¿A qué te dedicas en Londres? —le preguntó Eleazar mientras tomaba un trozo de pan, aunque no se lo comió.

—¿Que a qué me dedico? Bueno, tenía... —Isabella miró de reojo a Edward, que no ocultó su interés por la respuesta—; tenía un negocio, pero lo puse en venta hace poco.

—¿No iba bien? —insistió su interlocutor con curiosidad.

Isabella suspiró, se colocó meticulosamente su servilleta blanca en el regazo, y contestó:

—De hecho, iba muy bien, pero dejó de interesarme lo que hacía, y decidí tomar un nuevo rumbo.

Isabella esperaba que aquella explicación fuera suficiente; la muerte de Angela y los secretos familiares que había descubierto eran temas muy difíciles para ella. No quería hablar de ellos con nadie, y mucho menos con desconocidos.

Sintiéndose incómoda con la pregunta y con la atención que parecía estar atrayendo, tomó su vaso de vino y tomó un sorbo; el alcohol la ayudó a serenarse un poco, y después de otra breve mirada hacia Edward, se obligó a continuar hablando.

—Pensé que me iría bien viajar un poco; es algo que no había podido hacer todo lo que hubiera deseado hasta el momento, y quería ver algo de mundo.

Notó que los demás perdían de inmediato el interés en ella tras oírla dejar patente su falta de ambición; estaba claro que era algo que no entendían. Seguramente, la consideraban una perdedora por haber vendido su negocio y darse por vencida, y se preguntó lo que estaría pensando Edward ¿La consideraría una irresponsable por no haber buscado otra ocupación lucrativa?

Isabella no sabía por qué se juzgaba a la gente por su trabajo, en vez de por su carácter. ¿Acaso no bastaba con conseguir ser una persona decente? En su opinión, quien lo lograba había tenido éxito en la vida, pero era obvio por el lujo que la rodeaba que la familia de Edward no pensaba lo mismo.

—Y tu, Edward... —Eleazar centró su mirada en él, y dio la impresión de que por fin estaba hablando con la persona a la que había ido a ver—; ¿cuánto tiempo vas a estar de vacaciones? Carlisle me ha dicho que has estado ocupado con tus fotografías, pero el negocio también es importante, ¿verdad? ¿Cuándo vas a volver al trabajo? Tengo una proposición muy interesante que hacerte en cuanto regreses.

Tanya pareció erguirse aún más cuando su padre dijo aquello, y miró a Edward con expresión sugerente, como desafiándolo a que no admirara su hermosura y la deseara. Isabella se dio cuenta de que probablemente ella no le interesaba a ninguno de los presentes, exceptuando a Edward, y jugueteó con su servilleta mientras deseaba fervientemente estar en cualquier otro sitio. Se sentía completamente fuera de lugar en aquel comedor opulento, en compañía de unas personas con las que no tenía nada en común.

Sin embargo, en aquel momento se dio cuenta de lo que había dicho Eleazar, y empezó a entender las implicaciones. ¿Qué había querido decir con «el negocio también es importante»?, ¿por qué le había preguntado cuándo iba a volver al trabajo? Al conocerse, Edward le había dicho que era fotógrafo, ¿no?

Perpleja, se volvió hacia él, pero su cautivador perfil era una máscara impenetrable que ocultaba lo que estaba pensando, y ella empezó a sentir una gran inquietud.

—Volveré al trabajo cuando esté listo, ni un momento antes, así que lamento que tu proposición tenga que esperar. En este momento, mis vacaciones tienen prioridad sobre todo lo demás. Creo que me lo he ganado.

—¡Por supuesto que se lo ha ganado! —dijo Esme en defensa de su hijo—; ¿de qué sirve dirigir un negocio, si no se pueden delegar responsabilidades cuando uno necesita un descanso? Aunque la vida de mi marido se ha centrado en Embarcaciones Cullen, Edward es joven aún; es normal que le interesen otras cosas. ¿Cuándo va a organizar Aro tu exposición, querido? Quiero llevar a todas mis amigas.

Así que Edward dirigía la empresa familiar... y el negocio en cuestión era uno de los más importantes en el sector marítimo. No le extrañaba que su padre tuviera un yate del tamaño de una pequeña mansión, probablemente tenía varios más. Y, si dirigía un negocio de aquella categoría, Edward debía de tener mucho dinero por derecho propio, quizás incluso era millonario.

Isabella se lo quedó mirando, atónita; desde que había entrado en aquel grandioso comedor y se había sentado a aquella mesa impecable con aquellas personas adineradas, se había sentido incapaz de probar bocado. Y después de oír aquella última revelación sobre Edward, el hombre del que se había enamorado, estaba segura de que si intentaba llevarse algo de comida a la boca, se atragantaría con ella.

¿Por qué no le había dicho quién era?, ¿acaso ella no merecía saber la verdad? ¿Pensaba que ella era una especie de cazafortunas?

—Vamos a disfrutar de un buen vino antes de comer —dijo Carlisle desde la cabecera de la mesa, y levantó su vaso—; tendremos tiempo de sobra después para hablar de negocios si así lo deseamos. Además, hay unas hermosas damas presentes... somos muy afortunados de poder disfrutar de su compañía, ¿verdad?

Cuando bajaron del yate de su padre y salieron a la cálida noche griega de la isla, Edward miró a la mujer que lo acompañaba en silencio y se tensó con preocupación. Isabella apenas le había dirigido la palabra en el viaje de vuelta, y quería saber la razón de su frialdad hacia él.

No había sido una de las veladas más agradables de su vida, y en ocasiones la atmósfera había resultado opresiva. De no ser por Esme, que prácticamente le había rogado que fuera, no habría dudado en rechazar la invitación de su padre, y en ese momento, al ver el rostro preocupado de Isabella, deseó haberlo hecho.

Carlisle se había esforzado en poner a la descarada Tanya Denali en su camino durante toda la velada, e incluso había llegado a llevarse a Isabella de su lado varias veces, para que hablara con Eleazar en vez de con él.

Edward había sentido unos celos salvajes al ver el obvio interés del amigo de su padre, ya que el viejo pervertido la había monopolizado como si no deseara otra cosa que estar junto a ella. ¿A qué estaba jugando su padre?

Salió de su abstracción al ver que Isabella temblaba visiblemente bajo su fino chal azul.

—Tienes frío. Ten, ponte mi chaqueta —le dijo, y empezó a quitarse la prenda.

Isabella sacudió la cabeza, y contestó:

—No, no hace falta. Estoy bien, de veras.

Mientras se alejaban del puerto, Edward se sentía consumido por la necesidad de saber por qué había empezado a distanciarse de él tan súbita y deliberadamente. Cuando ella giró en dirección a su hotel, la tomó del brazo posesivamente y dijo:

—No, no vayas por ahí —no quería que ella volviera al hotel esa noche; la quería en su cama, ya que su sitio estaba allí, junto a él.

El tono autoritario de su voz y su actitud dominante desataron la furia que Isabella había estado conteniendo durante toda la noche.

—¿Por qué no? ¡Por ahí está mi hotel!

Tras zafarse de su mano con brusquedad se apartó de él, con la respiración agitada, y Edward la miró estupefacto.

—¿Se puede saber por qué te has enfadado tanto conmigo? Soy yo quien tiene derecho a indignarse, ¡te has pasado la mayor parte de la velada coqueteando con ese insufrible de Eleazar Denali!

Isabella estuvo a punto de desplomarse por la sorpresa, y contestó:

—¡No he coqueteado lo más mínimo con él!, ¿te has vuelto loco? ¡Eres tú el que se ha pasado toda la noche mirando el escote indecente de Tanya! ¡Si alguien tiene derecho a indignarse, ésa soy yo! Pero no se trata de eso, Edward —Isabella tragó con fuerza, y las lágrimas brillaron en sus ojos—. Es algo peor, me mentiste.

Capítulo 6: Capítulo 6 Capítulo 8: Capítulo 8

 
14971759 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 11051 usuarios