Deseo Sombrío (+18)

Autor: Sombra_De_Amor
Género: Misterio
Fecha Creación: 24/06/2013
Fecha Actualización: 26/06/2013
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 5294
Capítulos: 7

En las profundas sombras de las montañas Tenebrosas se escondían monstruos. En aquel lugar se ocultaban las bestias del mal, que se alimentaban de los débiles; criaturas no humanas.

Edward Cullen lo supo a los diez años. Su padre era uno de ellos.

Ahora Edward lo estaba persiguiendo. Se estaba adentrando en el denso bosque, tenía que salvar a su madre, y el feroz viento le abofeteaba la cara y le cortaba las manos.

Su madre era un ángel de Luz, una vez oyó a su padre llamarla así. Pero eso fue antes de que el lado oscuro se apoderase de él y lo poseyese por completo.

Ojos amarillos y penetrantes acechaban a Edward a cada paso que daba en el bosque. Se quedó sin aliento al tropezar con un tronco astillado y cayó entre zarzas y troncos cubiertos de hielo. Las agujas de pino se le clavaron en las palmas de las manos y las yemas de los dedos se le llenaron de espinas. Se puso de rodillas y se hurgó en los bolsillos para intentar vaciarlos de hojas y hierbajos; sabía que su padre podía estar vigilándolo y que probablemente estaría preparado para saltar sobre él en cualquier momento.

 

Una historia intrigante que te envolverá, está es la adaptación del libro "Deseo Sombrío" de Rita Herron; y los personajes de S.M.

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Capítulo 7: Cap.-6

Pero un escalofrío le recorrió el cuerpo y la ansiedad inundó su ser. Había reconocido aquel paraje, la zona exacta en las montañas de Quebranto donde vivió de niño. Siendo ya un adolescente se había mudado y había vivido en un centro de acogida juvenil al otro lado del bosque de las Tinieblas. ¿Lo recordarían las personas que residían allí? Rezó para que no fuese así.

Se dirigió a la comisaría y aparcó. Sus botas levantaban una humareda de polvo con cada paso. Se adentró en aquel edificio salpicado de fango.

Aquella reunión iba a ser una pérdida de tiempo. Un tiempo que jamás podría recuperar. Tiempo que podría haber invertido en un caso de verdad y no en las especulaciones de una vidente.

Un hombre bajito y fornido, de pelo hirsuto y canoso, surgió desde detrás de un escritorio metálico, con una taza de café en su mano regordeta.

—Soy el sheriff Mike Newton. Gracias por venir. ¿Se acuerda de mí, Cullen?

Edward rechinó los dientes. Joder, sí. Lo recordaba. No hacía muchos años que Mike había sido un tipo joven y atractivo. En varias ocasiones se había acercado hasta su casa en respuesta a alguna llamada que avisaba de sus problemas domésticos.

—Sí. Pero aquello fue hace mucho tiempo.

Y yo no soy mi padre.

Se dieron la mano y el sheriff le hizo a Edward un gesto para que lo siguiera hasta una oficina sofocante, abarrotada de cosas. Aquel cuarto estaba lleno de papeles, de tazas sucias de café y de objetos con la cara o el nombre de Sue Parton. El olor a beicon y a achicoria colapsaba el aire.

Edward pensó en soltar un comentario mordaz, pero la intención murió en su boca en cuanto levantó la vista y encontró a una mujer sentada en una de las sillas de mimbre que había en un lado de la habitación. Mierda.

Isabella.

Ya no tenía aquella mirada de niña delicada.

Aunque esos ojos… todavía conservaba algo que los hacía especiales: eran enormes e iluminaban su cara en forma de corazón. Eran dulces. Problemáticos. Misteriosos. Del color del cobre quemado.

Ella le dedicó una mirada y una fiera expresión bravucona, como lo hubiera hecho un guerrero enemigo. Claro que en este caso, su enemigo tenía el pelo rizado, castaño rojizo y le caía sobre los hombros. Su piel

era como la miel caliente. Y su cuerpo, pecaminosamente escultural.

A él se le hizo la boca agua cuando se imaginó a Isabella, ya toda una mujer, tumbada bajo su cuerpo, desnuda, suplicándole que la penetrase.

Tenía por costumbre imaginarse desnudas a las mujeres que veía por primera vez. Le gustaba tratar de adivinar de qué color serían sus pezones. Isabella tendría las areolas grandes, de un marrón dorado salpicado de bronce. Casi podía ver cómo se le endurecían los pezones ante su mirada y fantaseaba con cómo sería chupárselos.

Cuando era joven jamás había creído que ella pudiese hablar con espíritus. Luego, la vez que le propuso contactar con estos para ver si su madre estaba con ellos, había conseguido sacarlo de quicio.

Ya era hora de que este encuentro se produjese y se lo quitara de encima definitivamente. Se aclaró la garganta:

—¿Isabella?

Su mirada permaneció fija, conmovedora, como la de una gitana exótica, cuando le extendió su delicada mano.

—Agente especial Cullen.

Apretó los dientes y aceptó el saludo. La mano de la vidente tenía la mitad del tamaño que la suya y resultaba suave en contraste con la de él. Al tocarla, notó que la suya ardía y que su cuerpo se endurecía. ¿Lo habría sentido Isabella también?

Una fría mirada se instaló en la cara de la mujer. Camufló con ella sus emociones y el agente sintió que ahí estaba la respuesta.

Contra su voluntad y a pesar de todo, esa actitud distante hizo que se excitase. Le hubiese gustado tirársela en aquel lugar, en aquella oficina, contra la pared, con Sue Parton mirando.

Pero la misteriosa y casi fantasmagórica mirada inicial volvió a ocupar sus ojos de nuevo y fue para él un golpe bajo el darse cuenta de que quizás acostarse una sola vez con ella no sería suficiente. Ella querría más. Podría destrozarle el alma a cualquier hombre con aquellos ojos profundos y perspicaces. El efecto de aquella mirada, de aquella mirada dulce y seductora, era como el de un conjuro infalible.

Edward seguía apretando la mandíbula cuando decidió colocarse su careta profesional, recomponerse y recordar qué era lo que estaba haciendo allí.

Estaba allí porque tenía que averiguar si había un asesino en serie actuando en aquella zona. Nada más.

 

Isabella miró a Edward y un hormigueo puso en alerta todo su cuerpo. Él había sido un niño duro y solitario, siempre enfadado con el mundo. Y ahora que había crecido se había convertido en un hombre aún más duro, un hombre grande, con una espalda muy ancha, moreno, melancólico… y muy sexi.

De hecho, ahora era imponente.

Alrededor de un metro noventa de altura. Sus músculos estaban bien definidos y eran pronunciados, su mandíbula era cuadrada y algunas arrugas empezaban a marcarse alrededor de sus ojos. Tenía el pelo negro y grueso y unas cejas delineadas y oscuras. Los ojos hundidos y una pequeña cicatriz en la frente.

La tensión era palpable entre los dos cada vez que esos intensos ojos negros se cruzaban con los de ella. Eran más oscuros de lo que ella recordaba, parecían enfadados, como si no tuviesen alma.

Tal vez sentía que no tenía alma después de todo lo que vivió de niño, antes de dejar Quebranto. También era cierto que vivir con los espíritus de las víctimas le había robado la inocencia a Isabella. El sufrimiento de estos fantasmas, el miedo abrumador que los paralizaba en aquel lugar y les impedía escapar a su tormento, estaban acabando con ella. A veces los espíritus la asaltaban en plena noche, asustados por los últimos pensamientos que habían tenido antes de morir, la angustia de ir percibiendo que su cuerpo fallaba. La abordaban con eso, especialmente aquellos que no estaban preparados para cruzar al otro lado. Pero también se le aparecían esos otros que tenían tantos pecados que nunca conseguirían llegar a la luz.

El miedo a no poder ayudar a las víctimas era superior a ella. Sintió que la pena la inundaba. No podía fallarles. Jane Vulturi y Leah Clearwater dependían de ella. Y aquella otra mujer también.

—¿El sheriff Newton solicitó la ayuda del FBI por la información que tú proporcionaste, Isabella? El tono ronco que empleó Edward revelaba sarcasmo y sexualidad masculina.

—Sí, gracias por venir.

Él cogió la otra silla de metal para sentarse y su impresionante altura y su mirada la intimidaron. Iba a intentar desacreditar cualquier información que ella pudiese dar, era obvio.

Isabella siguió adelante de todas formas, dispuesta a convencerlo para que aceptase participar en la investigación. Ya no le importaba lo que pudiese pensar de ella, tenía que ayudar a aquellos que estaban en el limbo.

—Repasemos los hechos. ¿Ahora eres una psicoterapeuta de esas que ayudan a los que han perdido a un ser querido? —le preguntó.

—Pues la verdad es que sí, soy la terapeuta familiar de por aquí y estoy especializada en terapias para superar las pérdidas. Ya he hablado con las dos familias que han perdido a uno de sus miembros.

Él asintió una sola vez.

—He estado revisando los expedientes de los dos casos y no veo nada que indique que estén relacionados. —Abrió la carpeta que tenía en la mano—. De hecho, tanto la mujer que se ahogó como la de las picaduras de araña parecen haber muerto por causas accidentales. Y ciñéndonos a la ausencia de evidencias de resistencia de la presunta víctima y a la inexistencia de huellas de otra persona, el ahogamiento puede que haya sido un simple suicidio.

— Jane Vulturi no se suicidó —contestó Isabella con mucha seguridad—. Acababa de comprometerse la semana pasada y estaba muy ilusionada planeando la boda.

Edward buscó una mirada de aprobación en el sheriff. El sheriff Newton lo confirmó.

—He hablado con la madre de Jane. Dice que su hija tenía pensado ir a probarse el vestido al día siguiente, que lo estaba deseando. —El sheriff Newton metió sus pulgares en las trabillas del pantalón—.Tampoco dejó ninguna nota de suicidio.

Edward arqueó una ceja oscura y gruesa.

—Tal vez había descubierto que su prometido la engañaba y estaba consternada.

—No —contestó Isabella—. Alec Riggers la adoraba. Y no es de los que engañan.

Edward se echó hacia atrás y la fina camisa se le estiró, ciñéndole los enormes, anchos y poderosos hombros.

—¿Y qué pasa con las heridas de autodefensa? Newton dudó y luego se rascó la cabeza.

—Eso es lo que lo hace tan enrevesado. No había ninguna. Y Jane era una chica fuerte, tuvo que haberse rebelado.

—¿Tenía alguna marca alrededor del cuello o en la cabeza?, ¿o en algún lugar desde el que la pudiesen agarrar y mantener sumergida? —preguntó Edward.

Newton volvió a sacudir la cabeza.

—No. Y tampoco tenía enemigos. Todo el pueblo quería a Jane. Esa chica era más dulce que la melaza.

—¿Han interrogado a su prometido?

—Sí, trabajo policial rutinario. —Newton se puso ligeramente a la defensiva—. Puede que vivamos en un pueblo pequeño, pero somos competentes. Curtis está devastado por la muerte de Jane; lloraba como un bebé.

—Él la amaba —apuntó Isabella—. Eran novios desde el instituto. Yo misma hablé con él y se encontraba abatido. También me contó que Jane tenía miedo al agua, que jamás habría ido hasta el río ella sola.

—¿Y alcohol? ¿Había restos de alcohol en su cuerpo? —preguntó Edward. Newton cambió el tono.

—Los análisis de tóxicos mostraron que no había restos de alcohol ni de drogas.

—Qué interesante… —concedió Edward—. Pero ¿qué os hace pensar que la víctima de las picaduras de araña fue asesinada?

—¿Te fijaste en el número de picaduras que tenía? —preguntó Isabella algo molesta—. Su apartamento es de nueva construcción. Alguien tuvo que coger esas arañas y colocarlas en su cama.

Edward se echó hacia delante, su mandíbula se mantuvo rígida y firme.

—Incluso si así fuera, ¿qué te hace pensar que las dos muertes están conectadas? ¿Por qué crees que fueron ejecutadas por la misma persona?

Las caras de las dos mujeres asomaron a la mente de Isabella, con ese tono de piel fantasmagórico y etéreo con el que se le habían aparecido, resplandecían blancas y pálidas, con unas miradas que le suplicaban que hablase por ellas. Querían justicia y se merecían una explicación. Y sus seres queridos también.

Edward entrelazó los dedos de las manos, esas manos tan largas y masculinas cargadas de fuerza y poder. Sus dedos tenían cicatrices y marcas y a Isabella le surgió la duda, se preguntó si a pesar de esas señales y esos surcos podrían también ser unas manos delicadas.

Edward se aclaró la voz.

—Isabella, contesta a mi pregunta.

—Porque los espíritus de Jane Vulturi y Leah Clearwater van juntos, de la mano —susurró ella un poco tensa. La mandíbula de Edward se tensó también.

—Si estos espíritus pueden hablar contigo, ¿por qué no te dicen quién las mató?

—Porque no lo saben. —Se humedeció los labios con la lengua—. Cuando la gente muere a causa de un trauma repentino o por muerte violenta, sus almas se quedan conmocionadas —le explicó—. Les lleva un tiempo adaptarse y aceptar que han muerto. Comunicarse les puede llevar más tiempo incluso.

—¿Por qué estos espíritus se te aparecen a ti precisamente? —le preguntó. Isabella se retorció las manos.

—Por dos razones. Conozco a las dos víctimas. Y soy para ellas lo que se conoce como un lugar seguro. Los espíritus saben que soy creyente y estoy menos unida a ellos emocionalmente que un miembro de su familia.

Edward entrecerró los ojos.

—¿Alguna vez te han hecho pruebas?

—No, no necesito que me hagan pruebas. Sé lo que oigo.

—Me refiero a las relacionadas con enfermedades mentales —dijo él. Isabella se sintió dolida y alterada.

—Soy una médium, no una psicótica, Edward. —Lo miró fijamente—. Entiendo que creer en el mundo paranormal resulte difícil para algunas personas, en especial para aquellos estrechos de miras, pero no estaría aquí si no pensase que puedo ayudar.

Los ojos de Edward desvelaron sorpresa e ira.

—Incluso si creyera en los poderes paranormales —dijo tajante—, ¿cómo piensas ayudarme exactamente si no puedes ofrecerme ninguna información real?

—Mira, yo no pedí tener este don para escuchar el mundo de los espíritus, pero no puedo controlarlo cuando vienen a mí. —Isabella elevó la voz—. Si los ignoro, puedo estar contribuyendo a que acaben bajo tierra.

Se puso nervioso.

—No tienes que creerme, Edward. Ni siquiera tengo que caerte bien. Todo lo que te pido es que investigues. —Un aire frío le recorrió el cuerpo—. Los espíritus están aquí ahora, puedo verlos. Necesitan nuestra ayuda para cruzar hacia la luz.

El sheriff Newton tosió.

—Su abuela también era así…

Edward hizo un gesto con la mano para cortar la conversación y Isabella se dio cuenta de que estaban a punto de apartarla. Lo agarró del brazo y le pidió que esperase. Una descarga eléctrica le recorrió las venas y el pulso se le aceleró.

Edward bajó la mirada hasta su mano y luego la miró a los ojos como si él también lo hubiese sentido. A juzgar por su ceño fruncido, tampoco había resultado de su agrado.

—No me gusta esta mierda —dijo con brusquedad—. Yo trabajo con hechos palpables e irrefutables. Trabajo con evidencias.

—Tú entraste en el bosque de las Tinieblas y sobreviviste —dijo Isabella valientemente—. Has tenido que ver cosas en ese bosque que no puedes explicarte.


Mis Lector@s Hermos@s, aqui les dejo el capitulo Nro. 6 lo subi antes por que en la tarde se me complicaba subirlo, y por cumplir lo que dijo lo subi ya!

Agradecer a VASTY242 quien es la 2da. que me comenta y le gusta esta historia; como agradecimiento le dedico esto capitulo a ella :D

Gracias por darse el tiempo de leerme y gracias por los cometarios que he recibido, esperando que se sigan sumando más y más C: 

Hermoso día, disfruten de él....

Capítulo 6: Cap.-5

 


 


 
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