Isabella irrumpió impulsa en la habitación de su tía.
-Tía Rene, es inútil! -exclamo y después se detuvo diciendo sorprendida-: Oh pero que linda estas!
La duquesa estaba parada de espaldas a la ventana ataviada con un amplio vestido de seda azul adornado con un ramo de rosas, también de seda, sujeto al pecho con un enorme prendedor de diamantes. Se cubría el dorado cabello con un gran sombrero y en verdad se veía hermosa, casi como aquella vez que Isabella la vio en Inglaterra.
-Gracias pequeña -dijo Rene de Forks complacida con el cumplido.
-Tu vestido es hermoso, y a pesar de que leí algo acerca de esta moda en los periódicos, no había visto nunca un sombrero al estilo de la "Viuda Alegre".
-Es así como lo llaman? -pregunto la duquesa divertida, mirándose en el espejo.
-En mi pueblo nadie habla de otra cosa! Vestidos, sombreros, peinados, estilo "Viuda Alegre". Mi madre y yo nos reímos al verlos en los periódicos y revistas y nos preguntábamos como luciríamos con ellos. Yo pensaba que eran ridículos. Pero veo que son extremadamente elegantes.
Era evidente que a la duquesa la halagaba el entusiasmo de Isabella.
Se volvió hacia las dos doncellas que la ayudaron a vestirse.
-Mademoiselle, esta encantada con mi apariencia -les dijo la duquesa en francés. Se movió un poco y con la luz que entraba por la ventana, Isabella pudo notar que gran parte del sonrosado resplandor del rostro de su tía se debía al maquillaje. Una capa de crema, seguido por otra de colorete, ocultaba la palidez de sus mejillas.
-Bien, estoy lista para salir -dijo la duquesa mirándose de nuevo en el espejo mientras acariciaba el collar de perlas y diamantes que ocultaba las reveladoras arrugas del cuello.
-Tía Rene, no tengo que ponerme -repuso Isabella-, eso vine a decirte. Tiene vestidos preciosos. en mi vida vi tantos juntos, pero todos me quedan grandes. Jessica dice que llevaría horas, tal ves días, arreglarlos.
-Es cierto, madame -dijo Jessica desde la puerta-. Madamoiselle se probo todos los vestidos y no hay nada que pueda usar sin verse ridícula.
La duquesa mío a Isabella de arriba a abajo, -No puedo llevarte a Brandon's con ese saco y falda -le dijo-. La gente se reiría de ti. Hasta Jessica se viste mas elegante en sus días de salida.
-Entonces tendré que permanecer en casa -musito Isabella desconsolada.
-De ningún modo -repuso la duquesa-, necesito habilitarte de ropa antes de hacer planes con respecto a ti. Espera, tengo una idea! Es un día cálido, pero te pondré mis mantas siberianas. Siempre sopla un ligero viento en primavera.
Isabella la miro confundida, sin comprender.
-Tienes en tu equipaje algún vestido ligero?, Algún vestido de verano por ejemplo? Isabella asintió.
-Tengo uno de gasa rosa pálido. Que hice yo misma, me temo que no es muy elegante, pero lo copie de una revista de modas.
-Anda ve a ponértelo, y apresúrate.
Por un instante Isabela titubeo.
-No es de luto agrego.
-Ya te dije -repuso la duquesa, con expresión severa-, que no puedes vestir de negro. A mis amigos de Paris, no le interesa si esta de luto o no.
-Esta bien tía Rene -respondió Isabela sumisa-, iré a ponérmelo.
Salio corriendo, por fortuna no tuvo dificultad en encontrar la nueva habitación que le otorgaron. La doncella, con cierta actitud insolente , continuaba desempacando sus cosa.
Aunque el vestido de gasa estaba algo arrugado, en cuanto se lo puso observo que no se veía tan anticuado como el negro. Sin embargo, sabia que a pesar de ello se vería ridícula al lado de su tía, ataviada con aquel vestido de chiffon y adornada con joyas de perla y diamantes.
Que maravilloso seria tener hermosa ropa, pensó recordando como su madre suspiraba ante las prendas que tenia que remendar y parchar año tras año, debido a que no había dinero para comprar otras.
Dando gracias a Bree la doncella, Isabella salio al pasillo y regreso a la habitación de su tía. La duquesa había vuelto a sentarse frente al tocador y agregaba un poco mas de rimel a sus pestañas.
Isabella la contemplo. Siempre pensó que solo las actrices de teatro se atrevían a usar cosméticos durante el día y en su interior se dijo que su madre y en el fondo ella misma no lo hubiera aprobado.
Tía Rene dejo el pequeño cepillo y se voltio a mirarla.
-Cielos! -exclamo- A la legua se nota que ese vestido es de confección casera.
Isabella se ruborizó.
-Oh, querida! Que poco amable de mi parte! No pretendí herirte, pequeña. Cuando pienso, que pude haberles enviado, a ti y a tu madre, cajas llenas de ropa...Piensa en todos los vestidos que tengo haya arriba! No se ni siquiera que hacer con ellos.
-Isabela sonrió y aparecieron dos barriletes en sus mejillas.
-Te estas riendo de mi -le reprocho la duquesa-, Por que?
-No puedo imaginar lo inadecuado que se hubiera visto esos fabulosos vestidos en mi pueblo. Y con respecto a los baile, creo que a papa le hubiera disgustado vernos a mama y a mi con ellos.
La duquesa rió también, había visitado la diminuta casa en que vivía su hermana y el pequeño pueblo verde y gris con su iglesia de piedra. Comprendió que Isabella tenia razón: Aquel amplio guardarropa hubiera estado fuera de lugar allí.
-Te juro que nunca sentimos envidia -se apresuro a decir Isabella-. A mama le agradaba pensar que usabas esplendidas joyas y que eras la reina de los salones de baile. Te mencionaba mucho y yo te imaginaba vestida elegantemente asistir a la opera y a las fiestas de la diplomacia. Ahora que te he visto, se que estaba en lo cierto.
-Tu también tendrás vestidos hermosos -repuso la duquesa y luego dirigiéndose a la doncella le ordeno-: Acercate, Jessica , y coloca ese sombrero en la cabeza de mademoiselle. tráeme también la estola de chinchilla.
Jessica se acerco presurosa con un sombrero mas pequeño y discreto que el que llevaba la duquesa. Se lo coloco a Isabella en la cabeza asegurándolo con dos grandes alfileres adornados con pequeñas joyas. A Isabella le pareció muy grande el sombrero, pero apenas si había echado un vistazo en el espejo, cuando otra doncella le coloco una larga estola sobre los hombros.
-Pero yo no puedo usar esto -protesto.
-Por que no? -Pregunto la duquesa-. Ocultara tu vestido, y a pesar de que ya paso la estación de pieles, la gente estará demasiado impresionada para preocuparse por el clima. Es nueva, regalo de un amigo. No es preciosa?
-Es magnifica -exclamo Isabella, palpando el sedoso pelo gris-. Debe valer un fortuna! Tengo miedo de usar algo tan costoso, tía Rene.
-Tonterías, te hará lucir mas elegante que cualquier otra cosa. Aun no la estreno. La estaba guardando para una ocasión especial. Y ahora ha llegado! bámos chiquilla.
Sintiéndose turbada y un poco absurda Isabella siguió a s u tía escaleras abajo, ajustando la chinchila sobre sus hombros, preguntándose si estaría soñando y si todo aquello no era una fantasía semejante a la de 'Alicia en el país de las maravillas'.
Ataviada con las largas pieles, subieron al automóvil que esperaba afuera. Junto al conductor, se centava un lacayo uniformado. Lentamente, salieron de la entrada principal decorada con profusión de columnas, y tomaron el camino.
La condesa se recostó contra el asiento acojinado.
-Mañana -dijo-, daremos un paseo por el bosque y veras que hermoso es Paris en primavera. Hoy estamos demasiado ocupadas con las compras.
Mientras hablaba, agitaba la mano para saludar a barios caballeros de sombre de copa que, paseando entre los arboles de los campos Eliceos, se quitaban el sombrero al verla pasar.
-Son amigos -dijo-. Lastima que en estos días se transporte una con tanta rapidez. Recuerdo que no hace muchos años, cuando paseaba en mi carruaje, una podía detenerse a conversar con los amigos. Ahora, se pasa como relámpago y la gente desaparece de la vista antes de poder hablarle.
-Pero es muy emocionante tener un automóvil!
-Es menos romántico, pero al menos no hay que preocuparse por que se ha dejado esperando a los caballos. Un coche de motor puede esperar indefinidamente, a Dios gracias.
-Mucha gente todavía prefiere los carruajes y los caballos -comento Isabella mirando el trafico.
-Los caballos siguen estando de moda entre la aristocracia francesa -respondió su tía-, y por supuesto hay gente imperiosa a quienes les gusta lucirse conduciendo un par de ellos o un tandem.
-Oh! Eso me recuerda que deseaba decirte algo, Lord Cullen vino a visitarme esta mañana con su primo, el señor Jasper Whitlock, creo que así se llama, y este me pregunto si podía salir mañana a dar un paseo. Le pregunte que tendría que preguntarte primero.
-Te pidió que fueras sola? -la pregunta era incisiva.
-Supongo que si. En casa no me hubiera permitido, pero pensé que tal vez en Paris las cosas eran distintas.
-Estas segura de que te pidió salir sola? -de nuevo el tono extraño de su tía alarmó a Isabella.
-Imagino que eso quiso decir -balbuceo-. Quisas Lord Cullen valla también; no se.
-Malditos, no pierden el tiempo -dijo la duquesa casi sin aliento.
-Lamento si hice algo malo -dijo Isabella-. Sabia que en Inglaterra hubiera necesitado dama de compañía.
-No responderás a la invitación del señor Whitlock -dijo la duquesa lentamente-. Lo haré yo misma.
-Si tía Rene, por supuesto tía Rene -asintió Isabella, presentía que había hecho algo malo, pero no imaginaba que podía ser.
Por fortuna, ya no tuvieron tiempo de conversa. Se detuvieron en una impresionante casa, que no se parecía en nada a la tienda que Isabella esperaba.
El lacayo retiro la manta que cubría sus rodillas y ayudo a tía Rene a salir. Caminaron por una alfombra azul que las condujo aun lujoso vestíbulo. Cuando subieron la escalera, Isabela advirtió que entraban al salón del famoso monsieur Brandon. El inmenso recibidor del primer piso, estaba amueblado con sofás estilo luis XIV y silla tapizadas en satén color ostión y colgaban candelabros del techo. Cuando monsieur Brandon apareció resplandeciente con un chaleco bordado, Isabella estuvo segura de que no se trataba de una visita social.
-Madame , se ve usted encantadora -dijo besando la mano de la duquesa-. Les da un aire de chic a mis creaciones que ni yo mismo puedo lograr. Es la primera vez que se pone se vestido?
-No, es la segunda -respondió la duquesa-. Puedo asegurarle que muchos ojos femeninos lo admiraron con envidia, y otros tantos masculinos con admiración.
Monsieur Brandon rió y volvió los ojos hacia Isabella.
-Mi sobrina -dijo la duquesa-. La he traído a verlo porque solo su varita mágica puede hacerla ver presentable y hasta que no este vestida como es debido, la mantendré encerrada. Quítate la estola, Isabela.
Isabella, obedeció permaneciendo en el centro del salón con su sencillo vestido y se sintió casi desnuda bajo la escudriñadora mirada de monsieur Brandon. Se preguntaba si las vendedoras que se encontraban observándola desde el extremo de la habitación se estarían riendo de su turbación.
-La señorita Volturi llego anoche en forma inesperada de Inglaterra -explico la duquesa-. Vino a vivir con migo por que sus padres han muerto. es mi mas cercana parienta y mi heredera. Podrá vestirla como corresponde?
Mounsieur Brandon no miraba el vestido de Isabella sino su rostro. Ella sentía como analizaba cada detalle de su cara, sus ojos, el cabello levantado por el enorme sombrero.
-Puede quitarse el sombrero, mademoiselle? -pregunto.
Ella elevo los brazos y tiro de los grandes alfileres. Su cabello, de peinado por probarse tantos vestidos, cayo rebelde sobre la blanca frente y la nuca.
-Lo ve usted -musito la duquesa-, no puede presentarse con esa ropa.
-Es muy joven -dijo monsieur Brandon, casi hablando para si- Como le gustaría que la vistiera, madame? Como un complemento suyo, o como lo que es, una chica joven en ingenua?
Isabella sintió una súbita urgencia en el tono profundo con que el formulo la pregunta. Y también, que un pensamiento extraño paso a la vez por la mente de monsieur Brandon y la duquesa, que ella no pudo comprender. Por un instante ambos la miraron y después la duquesa dijo en un tono estudiadamente casual:
-Le he dicho a mi sobrina que debemos encontrarle un esposo apropiado. Ha tenido muy pocos placeres en la vida, pues se la paso cuidando a su padre enfermo primero y a su madre después. Espero monsieur, que pronto pueda ordenarle su ajuar.
-Exactamente, madame, eso me agradaría mucho.
Isabella comprendió que la pregunta había sido contestada y que el ahora sabia como proceder.
-Tráigame tafeta, tul, encaje blanco -encargo a la vendedora que se acerco presurosa.
Le llevaron cortes de bellísimos materiales, extraídos de aparadores ocultos. Mientras tanto monsieur Brandon, permaneció sentado contemplando a Isabella hasta que ella enrojeció y desvió la mirada confundida. Nunca la habían observado con tanto detenimiento y jamas se le ocurrió pensar que alguien pudiera permanecer en silencio durante diez o quince minutos tan solo mirando y analizando cada curva de su cuerpo cada movimiento de sus hombros, de sus manos.
Tres horas mas tarde comenzó a pensar que la ropa era una necesidad casi desagradable. De pie la hacían girar, prendían sobre su cuerpo con alfileres diversos materiales, se los quitaban, se hacían bocetos se desechaban, y ni una sola ves se le pidió opinión. Monsieur Brandon hablo con su tía quien asentía a todo.
Fueron tantos los vestidos que Isabella, perdió la cuenta; A continuación comenzaron hablar sobre accesorios. Se trajeron sombreros del salón adjunto, y el mismo monsieur Brandon decidió cuales completaban su creación.
Unas horas después Isabella estaba apunto de desfallecer de fatiga. Recordó que no había comido nada desde el desayuno y se pregunto si debió atreverse a decirle a su tía que tenia hambre.
Para su suerte la duquesa miro el pequeño reloj de diamantes que colgaba de su brazalete.
-Son la cuatro -dijo-. Ya es hora del te. Prometí visitar a una amiga. Necesita aun a la señorita Vulturi?
-Ya debe estar listo un vestido -dijo monsieur Brandon-, y señalo a uno de los dependientes quien corría apresurado.
-Lo han terminado en tan poco tiempo? -pregunto Isabella estupefacta.
-Es algo que no haría por nadie que no fuera la duquesa -repuso monsieur Brandon-. Las damas siempre viene a pedirme imposibles: un vestido para esta noche, un vestido para mañana, y yo les digo: "Madame, Dios tardo siete días en crear el mundo. No esperara que yo supere la proeza".
-Pero el vestido esta listo en tan solo cuatro horas! -exclamo Isabella mirando a la mujer que traía el vestido.
-En ese caso, creo que hemos hecho un poco de trampa -dijo monsieur Brandon-. Este ya estaba casi terminado, pero la marquesa Rosalie Hale no lo esperaba hasta la próxima semana y para entonces se le confeccionará uno nuevo, con ligeras variaciones por supuesto nunca hago dos vestidos iguales.
- Mil gracias entonces -dijo Isabella unos minutos mas tarde-. Es precioso absolutamente precioso!.
En efecto lo era: un vestido para el día como siempre soñó poseer. Era de suave crepe, verde pálido, bordado con chiffon, entrelazado y plegado, que le confería una apariencia tan diáfana y fresca como la primavera misma. El sombrero era de paja verde, ribeteado de pequeños narcisos. Era censillo y juvenil y la duquesa contuvo el aliento al observar la boca entre abierta y los brillantes ojos de Isabella.
-La juventud -dijo con súbita amargura-. Es algo que ni usted mismo puede crear , monsieur Brandon.
El diseñador elevo la mirada y al ver el dolor reflejado en los maquillados ojos comprendió.
-Pero no olvidé, madame, que los franceses prefieren la experiencia y eso es algo que se adquiere con los años.
La duquesa sonrió.
-Que diplomático es usted, monsieur -declaro recogiendo las martas siberiana que había dejado en el sofá junto a ella-. Y ahora ya estas lista, Isabella, creo que hicimos suficiente compras por un día. Mañana adquiriremos guantes, bolsas, zapatos, y docenas de otras cosas. De momento estoy cansada y podemos dejar el resto en las competentes manos de monsieur Brandon.
Se levanto, extendió la mano al diseñador quien se inclino para besarla.
-No olvide que prometió a mi sobrina un vestido para hoy a las siete -añadió.
-Estará listo y también tendrá a tiempo el vestido de usted para la fiesta de mañana. Confió en que le complazca.
-Espero que sea sensacional -repuso la duquesa.
-Y para mademoiselle Vulturi, algo apropiado para una jovencita -monsieur Brandon.
-Así es como lo deseaba -respondió la duquesa.
Salio de la habitación como un barco a toda vela e Isabella la siguió mirándose rápidamente en los espejos al pasar frente a ellos. A duras pena podía creer que aquella joven y elegante criatura de cintura breve y talle ajustado fuera ella misma. Cuando llegaron a la entrada, en la planta baja, se detuvo para estrechar la mano de monsieur Brandon .
-Gracias, muchas gracias, monsieur Brandon -exclamo-. No se como expresarle mi gratitud.
-Tan solo deseo que se mantenga tan encantadora como los vestidos que le enviaré -respondió el.
Era un comentario sorprendente e Isabella lo miro con ojos muy abiertos.
-Paris puede echar a perder a las jóvenes. No lo permita -continuo monsieur Brandon-. Recuerde que la ropa, por hermosa que sea, es tan solo un marco. Yo no puedo rehacer o crear lo que hay en su interior.
-No lo olvidare -dijo ella-. Y gracias de nuevo.
-Dios la ayude! -musito el para si, mientras Isabella se apresuraba a seguir su tía.
Por alguna razón las ultimas palabras de monsieur Brandon apagaron el jubilo que Isabella sintió al estrenar el vestido.
No sabia por que, pero ahora estaba recelosa del futuro. Tal vez las fiestas no fueran tan divertida. O quizás no iba a salir tan fácil complacer a su tía Rene, haciendo lo que ella le pidiera. No sabia con certeza que ocurría, pero lo cierto era que se sentía solemne en vez de emocionada.
Gracias por sus votos y comentarios.
BESOS.
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