NO ME OLVIDES

Autor: Monche_T
Género: Romance
Fecha Creación: 21/01/2013
Fecha Actualización: 26/09/2013
Finalizado: SI
Votos: 5
Comentarios: 28
Visitas: 15051
Capítulos: 10

"FINALIZADO"

 

¿Cómo se le dice adiós a alguien que se ama?

Cuando me sorprendieron robando, creí que el mundo se derrumbaba. Fue una estúpida travesura, pero eso no fue lo peor: la jueza me impuso una pena de trescientas horas de servicio comunitarios. ¡Toda una eternidad! Claro que nunca hubiera creído que me encantaría trabajar en un centro asistencial, y que alguien como Edward se cruzaría en mi camino.
Desde que lo conozco, me siento otra persona. Tenemos tantas cosas en común, y se nos acaba el tiempo... ¡Ahora querría que esas trescientas horas fueran eternas!

¿cuando fue la ultima vez que viste el atardecer?, ¿alguna vez haz visto las luces de neon entre la lluvia?, ¿te haz dormido escuchando el canto de las aves nocturnas? ¿cuando fue la ultima vez que te haz detenido a pensar que la vida se vive solo un instante?

 

 

Mi otro Fic http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=3520

 

LA HISTORIA NO ES MIA ES UNA ADAPTACION DEL LIBRO "NO ME OLVIDES" de CHERYL LANHAM, Y LOS PERSONAJES SON LOS DE CREPUSCULO

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Capítulo 7: ¿LOS MILAGROS OCURREN?


 

 

 

 

 

14 de octubre

Querido Diario:

Estoy excitada como una alumna de primer año en su primer día de clase. Esta noche tendrá lugar la exhibición del hogar, y si a mis padres no les gusta lo que ven, me sacarán de allí más rápido de lo que canta un gallo. No dejo de cruzar los dedos y de rogar para que todo salga bien. No sé que hacer con Jacob. Edward me dio un sermón sobre eso de que la honestidad es la mejor política, pero tampoco es él quien tendrá que pagar los platos rotos si algo sale mal. Jacob ya ha sufrido bastante la falta de honestidad y por el hecho de que lo hayan usado. De acuerdo, lo admito. Tal vez yo soy un poco superficial. Pero sólo un poco. Quiero decir que me gusta en serio esto de los servicios comunitarios, que estoy loca por Jacob, y que no soy una benefactora con el corazón destrozado, temerosa de ensuciarse las manos.

De todos modos me sentí bastante mal anoche, cuando llegué a casa. Primero, me puse a llorar sin consuelo por su enfermedad, y apenas un segundo después, lo usé de paño de lágrimas contándole todos mis problemas ¿En qué posición me ha dejado esa actitud?

Bella suspiró cuando releyó lo que había escrito esa mañana en su diario. Tal vez si no hacía nada, si se quedaba callada, todo saliera bien. Guardó el diario y, mientras tanto, pensó que tenía muy buenas probabilidades de que nadie abriera la boca frente a Jacob en cuanto a los verdaderos motivos por los que ella estaba trabajando en el hogar.

― ¿Han entendido, todas? ― preguntó la señora Drake al grupo de voluntarias ― Si notan que alguno de los pacientes se pone nervioso o se cansa, avisen a la señora Meeker o ayúdenlos ustedes mismas a subir a sus respectivos cuartos. Tanto Jamie como el señor Slocum se sienten muy mal. Nunca bajan.

― ¿Está bien que la gente suba? ― preguntó Alice.

― Pueden subir y visitar las salas comunes, pero las habitaciones privadas de cada paciente quedan excluidas, salvo que algunos de ellos haya invitado a alguien a entrar. No violaremos la privacidad de nadie sólo porque hayamos organizado esta exhibición.

― ¿Qué hacemos si alguien quiere hacer una donación? ― preguntó Bella. Tenía la esperanza de que sus padres sacaran su chequera aunque lo consideraba una utopía.

La señora Drake sonrió.

― Les ofrecen un bolígrafo y les comentan que el cheque podrá deducirse de sus impuestos. Vamos, no estén tan tristes. Se supone que esto será divertido.

Pero ya había transcurrido una hora y la diversión no llegaba para Bella. El hogar se estaba colmando de gente. Dejo una bandeja con queso y galletas de agua, miró a su alrededor para ver si sus padres o Jacob habían llegado, y luego volvió a entrar en la cocina. La pobre señora Thomas estaba enloquecida. La comida se consumía mucho más rápido de lo que tarde el agua en escurrirse por una rejilla.

― ¿Cree que alcanzará? ― preguntó Bella con ansiedad, mirando las bandejas listas para llevar al comedor.

― Tendría que alcanzar ― respondió la señora Thomas, aunque se la veía dubitativa. Alzó la vista al ver a Edward que se asomaba.

Buscaba a Bella.

― Vamos, Princesa, mueve tu trasero. Tenemos el salón lleno de gente hambrienta allí afuera.

― Me muevo lo más rápido posible ― se defendió Bella y recogió una bandeja con troncos de apio rellenos. Se acercó a toda prisa a él ― ¿Cuántos más han aparecido?

― Bueno, están todas las voluntarias y la mayoría de sus amigos y parientes. También acaba de llegar un grupo de gente de la municipalidad, no olvides que este año habrá elecciones. Y también la mitad de los colados que suelen parar frente a la licorería.

Sonrió al ver la cara de espanto de Bella. No te asustes nena. Son buena gente.

― Nos quedaremos cortos con la comida ― se quejó Bella.

― Claro que no ― se opuso Edward ― Simplemente diles a los del coro de la Iglesia Bautista que les queda terminantemente prohibido comer hasta que no hayan terminado de cantar la última estrofa de Amazing Grace.

― No me resulta gracioso, Edward ― rezongó la señora Thomas desde la otra punta de la cocina ― Si no alcanza la comida, la gente se pondrá fastidiosa y cuando uno está nervioso, no tiene ganas de firmar cheques.

― Será mejor que salga a la arena ― dijo Bella

Tragó saliva e inspiró hondo. Sus padres estaban por llegar de un momento a otro. También Jacob y su madre, ella aún no había decidido que hacer.

― ¿Vas a decirle la verdad? ― preguntó Edward con toda tranquilidad.

Ella meneó la cabeza y le dio un empujón para pasar.

― No lo sé.

Edward no le perdía pisada mientras ella esquivaba pequeños grupos de personas que le obstaculizaban el camino a la mesa del comedor.

― La honestidad es la mejor política ― insistió.

― Déjame en paz ― gruñó la chica entre dientes.

Luego disimuló una sonrisa al ver a Alice. Su amiga no había mezquinado vestuario para esa noche. Llevaba un ajustado vestido de satén azul con cuello volcado y mangas largas, acompañado de zapatos de satén al tono con tacones de diez centímetros, una colosal masa de rizos y el par de pendientes de fantasía mas largos que Bella hubiera visto en su vida completaban el atuendo . En comparación, el vestido de satén rojo que ella había elegido para la velada parecía insulso.

― Oigan, ustedes dos, ¿se divierten? Alice tomó el brazo de Edward lo atrajo hacia si y le plantó un sonoro beso en la mejilla.

Bella los observó. Edward tenía un buen aspecto esa noche. Llevaba una chaqueta de corderoy negro con pantalones de la misma tela y una camisa de vestir de mangas largas blanca, sin corbata. Si no se lo observaba en detalle, la ropa disimulaba con éxito la delgadez de su cuerpo. Tenía un buen color y una mirada pura y brillante. Sin embargo, Bella se propuso vigilarlo de cerca. No quería que se fatigara.

― No puedo creer que haya venido tanta gente.

Alice se rió.

― este año hemos tenido mucha suerte. Ojalá toda esta multitud sea generosa y no haya venido aquí solo para comer.

― Hablando de Roma ― intervino Bella ― será mejor que circule. ― Recogió una bandeja con comida plasmó sobre su rostro la mejor sonrisa que fue capaz, y se dirigió hacia los invitados.

Mientras atendía a unos y a otros, no dejaba de mirar la puerta de entrada. La señora Thomas, Alice y la señora Drake se deshacían en atenciones con todo el mundo, todos tenían que pasarla muy bien. Las puertas ventana que daban al patio estaban abiertas, para evitar que el ambiente se pusiera pesado con tanta gente. Una música suave acompañaba los murmullos de las voces y las risas.

― Oye, Princesa ― Edward apareció a su lado, como surgido de la nada ― Tu novio acaba de entrar.

― Oh, no ― Bella se volvió de inmediato y vio a Jacob con una mujer de mediana edad y cabellos oscuros, parados en la recepción, conversando con la señora Drake. Jacob la buscó con la mirada hasta encontrarla. Le sonrió y la saludó con la mano.

Después, tomó el brazo de su madre y la condujo al otro lado de la sala.

― Hola, Bella. Te presento a mi madre, Susan Lourie.

― Me alegro de conocerte, querida ― dijo la señora Lourie con una tierna sonrisa ― Jacob me habló mucho de ti. Me parece maravilloso que dediques tantas horas de tu tiempo libre trabajando en este lugar como voluntaria.

― Es un placer conocerla ― respondió Bella. Tenía el estómago hecho un nodo. ¡Lo único que le faltaba! Ahora la madre de Jacob también la creía una santa.

― Y…bueno, la verdad es que me gusta mucho trabajar aquí.

― Vaya, me alegro mucho de escuchar eso ― comentó una voz familiar a sus espaldas.

Bella se volvió de inmediato.

― Papá, mamá ¡Vinieron!

― Por supuesto que vendríamos ― dijo su madre.

Sonrió a la señora Lourie y a Jacob. Bella los presentó.

― Te necesita la señora Thomas ― dijo Alice.

También apareció con la misma espontaneidad que Edward. La expresión del rostro de Rene al ver el conjunto de Alice fue impagable. Bella tuvo que morderse el labio para no soltar una carcajada. Luego de presentar a Alice, se dirigió a la cocina.

Cuando salió de allí diez minutos después, con otro recipiente de ponche, se alegró de ver a Alice y su madre como si hubieran sido viejas amigas.

Jacob y su madre estaban hablando con Charlie.

Ninguno parecía dispuesto a irse todavía.

Con mucho cuidado depositó el recipiente de ponche sobre la mesa. Edward estaba allí embuchando verduras como si hubiera sido su última cena.

― ¿Como va todo? ― preguntó ella.

Él estaba masticando un bastón de zanahoria.

― Yo me estoy divirtiendo. ― Miró a Jacob por encima del hombro ― Es un buen tipo. Se nota por el modo en que trata a su madre. Qué lástima que está de novio con una chica un poco afecta a mentir.

Fue como echar sal sobre una herida abierta.

― Basta de meter el dedo en la llaga. ¿Quieres? Me siento ya bastante culpable.

― Entonces dile la verdad.

― No puedo. ― ¡Como la presionaba con ese tema! ¿Por qué?

Lo miró furiosa, pero él ni parpadeó. Demonios ¿Por qué no le decía toda la verdad? ¿Por cobardía? ¿Por qué no tenía miedo de que él no quisiera volver a salir con ella? Los pensamientos que se le cruzaron por la mente fueron uno más nefasto que el otro.

― Maldición ― protestó. ¿Estaba hablando con una persona que había tenido la valentía de enfrentar la muerte y ella no era capaz de confesar a su novio la verdad? ― Está bien ― dijo pesarosa ― Se lo diré.

Edward sólo se limitó a contemplarla con ojos misteriosos.

― Y bien ― lo urgió. Buscaba un poco de crédito por lo que estaba por hacer. ― Di algo.

Entonces le sonrió.

― La verdad te hará libre.

― Si, es cierto ― masculló, un poco decepcionada porque al parecer Edward no entendía hasta que punto se estaba arriesgando ― ¡Que generoso eres!

― ¿Y que pretendes? ¿Una medalla, un premio? Lo único que vas a hacer es decir la verdad a un hombre.

― Para ti es fácil decirlo.

― No seas tan negativa ― Edward se rió ― ¿Qué es lo peor que podría pasar?

― No entiendes. Es probable que deje de gustarle, después de que se entere de todo.

― Si no te quiere por lo que eres ― razonó con seriedad ―.¿vale la pena tenerlo a tu lado?

― Me gusta ― rezongó entre dientes, fuera de sí ― No quiero perderlo.

― Repito ¿Qué es lo peor que podría pasar? ― Tomó otro bastón de zanahoria ― Si te quiere de verdad, lo tomará bien. Si no te quiere, es mejor terminar ahora.

― Podría abandonarme ― dijo ella ― Eso es lo que podría pasar, ¿Entonces, que haría yo?

― Lo que has hecho siempre ― respondió enigmático ― Vivir y ser capaz de decidir por ti misma ― Con esa frase, dio media vuelta y se fue.

Bella tuvo ganas de seguirlo, pero se contuvo. ¿Para que? ¿Qué esperaba Edward de ella? No era su gran amor el que podría escurrirse por la alcantarilla. Tampoco su vida la que estaba en juego. ¿Y porque estaba enojado? Después de todo, ella haría lo correcto confesar la verdad a Jacob.

― Necesitamos más servilletas ― le indicó la señora Drake desde el otro lado de la mesa del buffet. Bella asintió y fue a buscarlas a toda prisa a la cocina. Entre llevar y traer las bandejas con comida, circular en torno a los invitados y vigilar a los pacientes, estaba demasiado ocupada como para preocuparse por el extraño humor de Edward.

Cuando terminó de poner en la mesa toda la comida que quedaba, fue corriendo hacia las puertas a tomar un poco de aire. Aspiró profundo, y el aire dulce de la noche llenó sus pulmones. Oyó un ruido, como pisadas sobre el pavimento, y miró hacia afuera. Edward estaba parado, donde empezaba la terraza, con los ojos fijos en el cielo. Bella echó un vistazo hacia atrás, por encima de su hombro. Jacob y Susan conversaban con su padre. Alice y la señora

Thomas se habían instalado a sus anchas en el sillón y parecían compartir una entretenida charla con su madre. Era el momento justo para escaparse sin que nadie la viera. Salió.

Edward la oyó acercarse

― Lo lamento, Princesa ― se disculpó ― No fue mi intención ser grosero contigo.

― ¿Entonces por qué me trataste de ese modo? ― le preguntó, por curiosidad más que por enfado.

Él se encogió de hombros.

-¿Quién sabe? Es que a veces estoy de un humor muy particular. ― Se volvió y la miró, con una expresión ilegible bajo la luz de la luna. Talvez ni yo mismo lo sepa.

Bella pensó en formularle unas diez preguntas distintas a la vez, pero antes de que pudiera hacerlo se oyeron las notas musicales de un ave nocturna.

― Edward

― Shh…― Le tapó los labios con un dedo. ― Escucha-murmuró ― Empezaron a cantar las aves ― Tenía los dedos flacos y la piel fría, pero Bella no articuló palabra. No quería preguntarle cómo se sentía, ni por qué tenía las manos tan heladas. Sólo se quedó parada con él allí, bajo la luz de la luna. Él la atrajo hacia sí y le rodeó los hombros con el brazo. Ella le apoyó la cabeza y cerro los ojos. Permanecieron así, juntos, durante un rato, escuchando el trino de los pájaros. Bella trató de deglutir el nudo que de repente se formó en su garganta.

El canto se hizo más potente, pues varias aves más se habían unido al coro. Edward le apretó el hombro y Bella sintió que las lágrimas acudían a sus ojos. Parpadeó con desesperación, no deseaba arruinar la magia con un llanto de tristeza o compasión. La luna cubría el patio con pálidos haces de luz y sombras. El aroma de los jazmines inundaba el aire. Los pájaros cantaban.

Edward se moría.

Bella temblaba, devastada de pronto por la extraña belleza de ese instante imposible. Un instante que, al desaparecer, ya nunca más podría recuperarse. Un instante robado al tiempo. Bella supo que jamás lo olvidaría.

Permanecieron allí durante lo que a ella le pareció una eternidad, aunque en realidad fueron pocos minutos, Edward se apartó, la tomó por los hombros y la colocó frente a él.

― Me alegro de que hayas sido tú ― fue todo lo que dijo.

Bella asintió, muda. Sabía a qué se refería. Tampoco ella habría querido compartir eso con otra persona. Luego, entraron.

La exhibición estaba por terminar El matrimonio Swan, con la señora Lourie detrás, se reunió con Bella en el vestíbulo.

― Llevaremos a Susan a su casa ― dijo su madre orgullosa ―. Jacob quiere llevarte a algún lado a comer.

― Oh, mamá, gracias ― espetó Bella, sorprendida.

Su estado de shock fue mayor aún cuando vio a su padre sacar la chequera e ir tras la señora Drake hasta alcanzarla en el escritorio de la recepción.

Lo observó totalmente azorada mientras completaba el cheque.

― El trabajo que hacen aquí es maravilloso ― encomió Charlie a la directora ― me alegro mucho de que mi hija tenga esta oportunidad de hacer algo que valga la pena. Esto a dado a su vida una nueva perspectiva.

Jacob estaba de pie junto a ella y despidieron a sus padres.

― ¿Lista? ― le preguntó con una sonrisa que le llegó al alma.

― Iré por mis cosas ― murmuró. De pronto se asustó ante lo que tendría que hacer.

― Estas demasiado callada esta noche ― dijo Jacob ― No te oí más de diez palabras en total durante toda la noche.

― Supongo que solo estoy cansada ― Sonrió Jacob abrió el auto, subió y extendió el brazo para destrabar la puerta de ella.

― Si ― acepto, mientras colocaba la llave en el encendido ― Has trabajado mucho esta noche, a mamá le caíste muy bien, también tus padres.

― A mi me resultó muy agradable ― sabía que no podía posponerlo por mucho tiempo más. Tenía que decirle la verdad. Si bien durante la velada, la suerte la había acompañado y nadie del hogar la había delatado, Edward estaba en lo cierto: había caído en su propia trampa y no sería libre hasta que no hablara. Edward. El solo pensar en él le dio coraje ― ¿Estás apurado?

Jacob la miró sorprendido.

― No ― Le sonrió ― Mañana entro a trabajar a las diez, de modo que puedo dormir un rato más. ¿Por qué? ¿Qué tienes en mente?

― Tengo que hablar contigo ― le informó.

― Hablar ― la bromeó ― ¿Eso es todo? ― Su expresión se desvaneció ante la solemne expresión del rostro de su novia.

― Jacob se trata de algo importante.

Él asintió. Salió del estacionamiento del bar.

― ¿A dónde quiero ir?

― Hay un estacionamiento vacío en la calle de mi casa ― Respondió ― Podemos hablar allí.

Durante el trayecto al barrio de Bella, charlaron de cosas sin importancia, y a medida que iba pasando el tiempo, ella se daba cuenta de que perdía el coraje.

― Allí ― señaló cuando Jacob tomó por la calle de su casa.

Se detuvo junto a la acera y apagó el motor. Luego se volvió para mirarla.

― ¿Se trata de alguno de esos sermones en los que uno dice: ―Lo lamento, no quiero volver a verte pero podemos seguir siendo amigos‖ y esas tonterías? ― Si bien quiso mantener un tono de voz indiferente, Bella se dio cuenta de que estaba asustado.

Meneó la cabeza. Tenía las palmas de las manos mojadas y su corazón latía a tanta velocidad que ella creía estar haciendo vibrar el auto.

― No, pero después de que escuches lo que tengo que decir, tal vez seas tú el que no quiera volverme a ver nunca más. ― En realidad, no pensaba que ese sería el final, pero debía estar preparada para lo peor.

― De ninguna manera ― se acercó y la besó en la boca. Fue un beso dulce y tierno. Ojalá no hubiera terminado nunca. Pero, por supuesto, terminó y Jacob se apartó. ― Está bien, pasemos por esto de una vez por todas, así podremos dedicarnos a besarnos como Dios manda antes de llevarte a tú casa ― echó un rápido vistazo a su reloj luminoso. ― Prometía tu padre que llegarías antes de medianoche, son doce menos cuarto, así que apúrate.

Bella carraspeó.

― Bueno, se que crees conocerme, pero…

― ¿Qué creo conocerte? ― La interrumpió ― Por supuesto que te conozco, y lo que conozco de ti, me gusta. Hemos pasado bastante tiempo juntos las últimas semanas.

― Sí ― comentó ella ― pero siempre hay cosas que alguien como tú ignora.

― Sé todo lo que es importante. Eres honesta, amable y… ¡oh, Bella! Reúnes todas las condiciones que yo busco en una chica.

―Por favor Dios ― imploró ella para sus adentros ― que siga pensando lo mismo después de mi confesión.‖

― Me alegro de que pienses esto. ¿Pero qué pasaría si te enterases de que no soy tan perfecta, ni tan buena, ni tan santa? ¿Te seguiría gustando? ¿Desearías que siguiera siendo tu novia?

― ¿Bella de qué estás hablando? ― Preguntó obviamente confundido ― No pretendo que seas perfecta. Y debes asumir tu altruismo. Te privas de casi todo tu tiempo libre para trabajar como voluntaria en un hogar para enfermos terminales. Por el amor de Dios, no seas tan exigente contigo misma.

Bella tenía ganas de llorar.

― Es ese el punto, justamente. No lo hago por voluntad.

― ¿Eh?

― Jacob, escúchame. Y trata de no abrir juicios hasta que termine ¿De acuerdo?

― De acuerdo ― aceptó de mala gana.

Estaba muy acobardada por el tono suspicaz de Jacob.

― Antes de que empezaran las clases yo… yo… ― titubeó, había perdido toda la valentía.

― ¿Tú qué?

― Hice una rotunda estupidez. Algo de lo que no me siento orgullosa. Me arrestaron por mechera. ― Oyó el siseo del aliento contenido. Volvió el rostro y clavó la vista al frente. Ya había sufrido bastante al confesarse; no habría podido mirarlo a los ojos. ― Fui una tonta, una estúpida y lo hice para impresionar a mis amigas. El arresto fue lo peor que me pasó en la vida. Pero la cuestión de todo esto es que me condenaron a cumplir trescientas horas de servicios comunitarios. Por esa razón estoy en Lavender House.

Jacob cerró los ojos pero no dijo nada. El silencio se prolongó. Bella sentía que un hierro caliente le envolvía el corazón y lo oprimía sin piedad. Por fin, ya no pudo tolerarlo más.

― Pero me alegro de que me hallan mandado allí. De esa manera pude conocerte y hacer algo que valga la pena…

― Olvida el melodrama, ¿quieres? ― Sus palabras cortaron el aire como una fría navaja de acero ― si he oído bien, has estado mintiéndome durante semanas, ¿cierto?

― No te mentí ― protestó ― simplemente, no quería arriesgarme a contarte la verdad. Al menos hasta que nos conociéramos mejor, hasta que pudieras conocerme de verdad.

Él bufó con desdén.

― Oh, ahora si empiezo a conocerte. No eres más que otra de esas niñitas ricas divirtiéndose en los barrios bajos de la cuidad. La única diferencia es que no fuiste ti quien tomó la decisión de venir a visitarnos todos los días sino que te obligaron a hacerlo.

Lo miró con el corazón destrozado. El rostro de Jacob revelaba una ira incontenible. Sus ojos lanzaban llamas, la boca era una línea dura y chata. Estaba apoyado contra la puerta del auto, como si acercarse a ella lo hubiera contaminado.

― ¿cómo puedes decir eso? ¿En qué me equivoqué tanto? Cometí un error. Me arrestaron por mechera. Por eso no soy una persona despreciable. Y tampoco fui a divertirme allí. Me alegro de que me hayan destinado a Lavender House.

― No es porque hayas robado en una tienda ― refunfuñó ― ¡Lo que me molesta es que te hayas esperado casi un mes para contarme la verdad! Me imagino que te habrás divertido a costa mía. Cada vez que habría la boca, debes de haberte reído como loca. ¿Por qué no me paraste? Me has hecho quedar como un tonto. Dejaste que me llenara la boca hablando de tu nobleza y dedicación.

― Pero...

― Y sólo ibas al hogar a cumplir tu condena ― meneó la cabeza ― No puedo creer que me hayan engañado otra vez. La historia de Gina se repite. Claro que en el caso de ella yo sólo fui una herramienta para enfrentar a sus padres. En tu caso ¿qué soy?

― Alguien por quien he perdido la razón ― gritó ― eso es lo que eres.

― Sí, claro ― se mofó. El sarcasmo brotaba de voz como un veneno. ― ¿Qué represento yo para ti Bella? ¿Una penitencia? ¿El chico pobre de los barrios humildes de la ciudad con el cual salías a modo de castigo por haber sido descubierta, o un poco de diversión para aliviar la carga de tener que cumplir una pena?

Entonces fue ella quien se enfureció. Se había equivocado al no contarle la verdad desde un principio, pero ahora estaba enmendándolo. Jacob exageraba más de lo razonable.

― Salí contigo porque me gustas. Lo único que eres para mi es una persona. Alguien que me interesa de verdad, pero que está demostrando, y con creces, que todavía sangra por la herida que le dejó su antigua novia.

Desabrochó su cinturón de seguridad y abrió la puerta. Se bajó del auto de inmediato y se volvió para mirarlo. Jacob tenía la vista fija al frente.

― Me gustas Jacob, y te pido disculpas por no haberte dicho la verdad desde un principio. Pero en ningún momento te usé ni me reí de ti y, mucho menos, salí contigo a modo de penitencia.

El no abrió la boca.

Con el corazón hecho añicos, cerró de un portazo y salió corriendo. No oyó el ruido del motor sino hasta que estuvo dentro de su casa.

Durmió poco y nada. Por momentos lloraba e insultaba y no dejó de dar vueltas casi hasta el amanecer, cuando por fin calló en un sueño inquieto. Por suerte no tuvo que enfrentar a sus padres. Habían ido a un club a jugar un torneo de bridge que duraría toda la jornada. Por lo tanto, pasó todo el día lloriqueando en su cama y esperando una llamada. Pero el teléfono permaneció mudo.

El lunes por la mañana le costó mucho fingir alegría frente a sus padres, pero, a pesar de la ruptura con Jacob ― hecho que ya daba por sentado como irreparable ―, no podía arriesgarse a que sus padres la notaran deprimida. Todavía existía el peligro de que quisieran sacarla del hogar. Se esforzó por tragarse el desayuno y hablar con entusiasmo de la exhibición.

― ¿Sabes? ― reflexionó su madre mientras se servía otra taz de café ― estoy pensando que tengo que trabajar menos horas.

― Buena idea ― coincidió su esposo ― Sería muy positivo para nosotros que pasaras más tiempo en casa.

― En realidad ― sonrió con picardía ― tengo la esperanza de que tú hagas lo mismo. De ese modo podríamos trabajar como voluntarios.

― ¿Juntos? ― Si bien la sugerencia lo sorprendió no pareció en absoluto molesto. ― Es una posibilidad. De un tiempo a esta parte yo también quería reducir mis horarios. El trabajo no me ha dado tantas satisfacciones como esperaba. Quizás debamos tenerlo en cuenta.

― Bien ― Rene sonrió con calidez a su hija, obligándola a corresponderle el gesto, aunque en realidad, ella tenía el corazón destrozado ― Bella parece haber madurado después de esta experiencia, y cuando oí a Alice hablando de lo feliz que era por dedicar su tiempo a... ― se interrumpió avergonzada.

A pesar de su angustia, Bella se sintió emocionada.

― Sé a que te refieres mamá ― dijo. Extendió la mano y palmeó la de su madre con afecto.

― Sé que esto puede parecer cursi ― agregó Rene, encogiéndose de hombros ― pero anoche me di cuenta de las necesidades que hay en el mundo y de lo poco que hacemos nosotros para ayudar.

― Colaboramos con la caridad ― señaló Charlie.

― Es cierto, pero yo creo que dar parte de ti mismo es algo diferente. Te cambia.

Que suerte, pensó Bella. Terminó su desayuno, despidió a su padre con un beso y salió corriendo detrás de su madre para que la llevara al colegio.

Esa tarde, cuando llegó al hogar, los cálidos mimos que había recibido de sus padres se habían evaporado por completo. Otra vez se había hundido en la fosa de la depresión, de la que no se creía capaz de salir.

Entró en el edificio, Edward la estaba esperando.

― ¿Cómo te fue?

― De lo peor ― dejó caer su mochila con rabia detrás del escenario y marchó por el corredor hacia el armario de las escobas. Tiró del carro y comenzó a cargarlo con artículos de limpieza.

― ¿Tan mal? ― Edward estaba inquieto, incómodo ― Bueno, por lo menos ahora no eres presa de una mentira. Me refiero a que no tienes que preocuparte de que Jacob vaya a enterarse por terceros.

― Oh, claro que no. Yo en persona le conté toda la verdad, tal como tú me indicaste. ― Apoyó con violencia la botella del limpiavidrios en el estante de arriba ― sí, tu consejo no pudo haber sido mejor, Edward. ¿Sabes cual es el único problema? Que ya no tengo novio.

Él hizo una mueca.

― Oye, lo lamento. Pero siempre es mejor hablar con honestidad.

― Honestidad ― gritó ― ¿Y de que me sirve ser honesta? Había una posibilidad de que él nunca se enterase.

― Ni lo sueñes, nena ― se opuso ― De una manera u otra se iba a enterar. La mentira tiene patas cortas. Además, si le gustas de verdad, si te quiere. Volverá.

― No volverá ― aseguró Bella. Recordó la expresión de su rostro, el disgusto que le había impedido mirarla a los ojos ― Lo se. Lo he perdido y estoy muy dolorida.

― Bella ― comenzó Edward ― la moraleja en todo esto es que, si no pudo aceptar toda la historia, la verdad sobre ti, lo de ustedes no habría resultado de todos modos. Una pareja que se quiere de verdad no puede construirse sobre secretos y mentiras.

Bella estaba que se la llevaban los demonios. Su vida era una complicación. El único chico que le había interesado en toda su existencia la creía una bruja mentirosa, conspiradora y despiadada, y Edward todavía tenía el coraje de sermonearla sobre el valor de la verdad.

― Eres un fanático de la verdad, ¿no Edward? En especial cuando no tienes nada que perder. Bien, déjame que te aclare algo: no eres tú el que debe pagar los platos rotos.

― Yo he enfrentado verdades muy duras ― le recordó ― y lo sabes.

Esa frase fue como una bofetada. Cerró los ojos y apoyó todo el peso de su cuerpo contra el marco de la puerta.

― Lo lamento. No debo descargarme contigo. No es tu culpa.

Edward se echó a reír a carcajadas.

― Deja de ser compasiva, ¿quieres? ― Extendió el brazo y la obligó a volverse para que lo mirase a los ojos. ― Claro que es mi culpa. No le habrías dicho ni media palabra si yo no hubiera insistido tanto. Así que deja de ser amable conmigo sólo porque estoy al borde la de muerte.

― Muy bien ― gruñó ― Todo esto es culpa tuya, si no estuvieras tan enfermo, ya te habría retorcido el cuello.

Edward la contempló durante un largo rato y luego volvió a reír.

― Esto no me causa ninguna gracias Edward ― le advirtió ella.

― Lo sé ― Dejó de reírse y la atrajo hacia sí. La abrazó y la apretó con fuerza ― Ya lo sé, Princesa. No tiene ninguna gracia. Ese chico te gustaba mucho y yo te arruiné la relación. Pero no te preocupes, las cosas a la larga se solucionan.

― No ― contravino ella, con un tono de voz casi inaudible contra el pecho de Edward. No sólo había perdido a Jacob sino que también tendría que soportar la ausencia de Edward dentro de poco. Las lágrimas acudieron a sus ojos; esta vez no hizo nada para contenerlas.

― Nunca salen las cosas como uno quiere ― sollozó ― Y yo ya perdí la fe en los milagros.

― En eso te equivocas, Princesa ― murmuró, con los labios rozándole la oreja ― Ocurren milagros a diario. Sólo que a veces no los ves.

 

 

Capítulo 6: LUCES DE NEON. Capítulo 8: TE AMO.

 
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