Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32274
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 7: Quédate hasta mañana

Dos manzanas de caramelo, un tigre y diez cabras montesas después, Edward y Bella tomaron el metro de vuelta al distrito de la moda. A casa de Bella. Ella no tenía dinero más que para dos billetes de metro y había insistido en pagar el transporte, dado que Edward había pagado el helado y los cacahuetes para dar de comer a los animales. Edward intentaba portarse como un caballero y no mirar el trasero de Bella, que iba delante, cuando subían las escaleras de la estación, pero le resultaba francamente difícil. Aquella mujer despertaba en él un intenso deseo, y pasar el día con ella no había hecho más que agudizar sus ansias de poseerla.

Bella no era simplemente una niña rica aficionada al striptease y a la que no le importaba saltarse las normas para obtener lo que quería. Bella sabía regatear y abrirse paso hacia la fama, si quería. Pero también conocía la alineación de los Mets, y no se pasaba la vida comiendo en restaurantes de lujo con sus amigos de la parte alta de la ciudad. Tenía una carrera que la apasionaba, una carrera de la que le gustaba hablar con él. Edward cono cía ahora las virtudes de cortar la tela al bies, mal que le pesara, y debía reconocer que había disfrutado observando a Bella mientras se lo explicaba.

Lástima que nada de eso importara, porque seguramente, ella estaba a punto de mandarlo a paseo y no volverían a verse hasta el juicio de Garrett.

Aquella idea lo molestaba aún más porque ese día ni siquiera había logrado darle un beso. Darles de comer a las cabras había sido divertido, pero él solo pensaba en comérsela a ella. ¿Cómo iba a po der separarse de una mujer como Bella sin siquiera darle un beso de despedida?

Notó que ella también se había quedado muy ca llada mientras se acercaban al edificio. Bella vivía encima del estudio de su padre, pero, como eran casi las siete de la tarde, el taller del famoso Charlie Swan estaba a oscuras.

Edward se dijo que en cualquier momento tendría que darle a Bella la bolsa con sus compras y marcharse. Pero confiaba en que ella consintiera al menos en darle un beso. No se hacía ilusiones de que lo invitara a subir, así que se quedó un poco sorprendido cuando le abrió la puerta del taller de su padre y cerró la puerta con llave tras ellos.

Bella se abrió camino entre los maniquíes y los rollos de tela y dijo:

-Mi piso está arriba, pero no quiero dejar el taller abierto ni aunque sea un minuto. ¿Subes un momento? -preguntó mirándolo por encima del hombro.

Debía de estar bromeando. Edward tuvo que reprimir las ganas de subir corriendo las escaleras.

-No tengo prisa.

Las llaves tintineaban en la mano de Bella mientras subían los tres tramos de escaleras.

-Hay un montón de cerrojos, la puerta está al final de todas estas escaleras y...

Edward no se dio cuenta de que estaba nerviosa hasta que empezó a parlotear sin ton ni son. Pero ¿estaba nerviosa porque quería que él estuviera allí, o porque quería que se marchara?

Cuando se dio cuenta de que las llaves seguían tintineando y las cerraduras no se abrían, Edward se puso a su lado y le quitó suavemente el llavero de las manos.

-Déjame a mí.

Ella se apartó, azorada.

-Gracias -su voz se volvió jadeante en la semioscuridad de la escalera.

Estaban demasiado cerca.

El olor de Bella lo envolvió en su tenue fragancia a flores. Su blusa de seda brillaba suavemente en la penumbra del pasillo, atrayéndolo hacia su cuerpo. Edward dejó la llave un momento mientras abría el último cerrojo y la miró fijamente. En medio del silencio que se produjo a continuación, la respiración agitada de Bella resonó en sus oídos, convenciéndolo de que su presencia era bienvenida.

A pesar de que se había empeñado en demostrarle que era un chico de la calle al que le gustaban las cosas sencillas, la sofisticada Bella Swan parecía desearlo.

Edward confiaba en que el espíritu aventurero de Bella hubiera sobrevivido a aquel día, porque sabía que había llegado el momento de besarla.

Bella oyó el frufrú de la bolsa y vio que Edward la dejaba en un escalón, junto a ellos. Pero estaba claro que no necesitaba las dos manos para abrir la última cerradura de la puerta. Bella confiaba en que las necesitara para tocarla a ella.

Mientras sus nervios se crispaban de ansiedad, Bella se dio cuenta de que no sabía qué la había impulsado a invitarlo a su casa. Ningún hombre se había aventurado nunca más allá del taller de su padre, en el reducto donde se desarrollaba su vida privada. Incluso Garrett se limitaba a llamar al telefonillo y a esperarla en el piso de abajo.

Sin embargo, con Edward había atravesado el taller y había subido las escaleras, sintiéndose incapaz de despedirse de él aún.

El se acercó un poco más. Sus manos rozaron las caderas de Bella y se detuvieron sobre su cintura. Aquellos hermosos ojos verdes relucieron en la penumbra, dejando claras sus intenciones.

Oh, sí, Bella deseaba todo aquello.

Edward la apretó contra sí, bajó la cabeza y le dio el beso que ella llevaba todo el día deseando.

El roce de su boca la llenó de electricidad, acelerando su pulso hasta el frenesí. Él sabía a manzanas caramelizadas y olía a hierba recién cortada. Su camiseta rozó la blusa de seda de ella, transmitiéndole el calor de su cuerpo y haciendo que sus pensa mientos se esfumaran por completo.

-Bella... -jadeó él pronunciando su nombre como una invocación, apenas separando su boca de la de ella.

-¿Mmm? -ella le rodeó los hombros con los brazos, sintiéndose incapaz de abrir los ojos.

-¿Sigues teniendo planes para ir a cenar?

El único plan que se le ocurría era darse un festín de músculos y besos.

-Mmm...No.

-Porque no quisiera que llegaras tarde por mi culpa -él se echo hacia atrás, separándose un poco de ella sin llegar a soltarla.

Bella abrió los ojos y vio que la estaba observando.

-¿Quieres irte?

-No -él hizo una larga pausa, como si quisiera que ella asumiera lo que quería decir-. Pero si es peras que me vaya más tarde, para poder irte a tu cena, te sugiero que nos despidamos ahora mismo, por el bien de mi salud -le acarició lentamente la mejilla con un dedo.

Bella asintió.

-No tengo ningún compromiso para cenar. Aquellas palabras se le escaparon de los labios antes de que pudiera sopesarlas y quedaron suspendidas en el aire salobre, entre los dos, vagas y sugerentes al mismo tiempo.

Edward la observaba como si fuera un caso difícil que había de resolver. Su mirada verde parecía no perder detalle.

-¿Quieres decir que...?

-Quiero decir que no tengo prisa.

De haber sido más lanzada, se habría apretado contra él y le habría enseñado lo que quería. Más besos apasionados y abrasadores. Pero, como era la dulce e ingenua Bella Swan, se limitó a esperar, confiando en que él comprendiera sus deseos. Edward miró a su alrededor.

-¿No crees que deberíamos entrar para continuar esta conversación?

Bella se mordió el labio. Había disfrutado hablando con Edward, pero en ese momento no tenía ganas de seguir conversando con él.

Sin embargo, la escalera no era el mejor sitio para besarse. Si lo invitaba a entrar, podría seguir disfrutando de Edward Cullen un poco más y explorar la fuerza, viril de aquellos músculos con sus propias manos y luego...

Y luego no tenía ni idea de lo que ocurriría. Él le acarició suavemente los hombros.

-Te prometo no ponerme pesado.

Ella asintió.

-De acuerdo -se desasió de sus brazos con delicadeza y se giró hacia la puerta-. No me malinter pretes. Lo que pasa es que es la primera vez que traigo un hombre a casa -abrió el último cerrojo con la llave que Edward había insertado en la cerra dura unos segundos antes.

Por un día, al menos, viviría peligrosamente. Y el detective Edward Cullen era sin duda el perfecto compañero para una aventura.

El leve silbido de Edward la sacó de sus pensamientos. Edward había entrado tras ella en el piso y permanecía junto a la puerta, mirando boquiabierto el enorme espacio diáfano.

-Guau.

Su voz retumbó en las paredes y rebotó en el suelo de tarima desnuda. Ella se descalzó, le quitó la bolsa de las compras, y la dejó en el suelo.

-Vamos, pasa.

Edward parecía estar a punto de convertirse otra vez en un caballero, y a Bella ya no le quedaba paciencia para aguantar su buen comportamiento. Sus besos en la escalera, la forma en que le había lamido los dedos en el parque, la habían excitado tanto que apenas podía pensar con claridad.

Bella le tiró de la mano, introduciéndolo en un mundo de retales y muestrarios. Esquivando los rollos de tela, lo condujo hacia el sofá y lo hizo sentarse junto a ella, muy cerca.

¿Qué tenía que hacer para conseguir lo que quería? ¿Lo sabría él?

Cuando alzó la mirada hacia Edward, vio que este ya la estaba observando y que sus ojos verdes escudriñaban los suyos a la débil luz que el atardecer proyectaba en la habitación. Bella extendió tímidamente una mano y la colocó sobre su muslo, pensando que tal vez un gesto audaz sería la mejor manera de animarlo. Su cerebro registró apenas el leve suspiro, que dejó escapar Edward cuando ella subió la mano sobre su regazo. Él la tomó en brazos en un momento y la sentó sobre sus rodillas, a horcajadas. Sus glúteos se frotaban contra el duro promontorio que elevaba sus vaqueros, y Bella comprendió que no le había costado ningún esfuerzo despertar su inspiración.

De pronto experimentó una sensación de poder que la hizo sentirse más seductora que toda la lencería del mundo.

Edward también la deseaba.

Él apoyó una mano sobre su cuello y la atrajo hacia sí para besarla antes de que ella pudiera tomar aliento. Su lengua acarició la de ella con lenta y posesiva determinación. Ella hundió los dedos entre su pelo. Quería sentirlo, deseaba aferrarse a él como si su vida dependiera de ello. Sus sueños nunca habían sido tan deliciosos como aquel instante.

Ella acarició los recios músculos de su cuello y de sus hombros a través de la camiseta. Deseando más, tiró ansiosamente de la camiseta. Edward, que parecía adivinar sus pensamientos sin ningún es fuerzo, se quitó la prenda y la arrojó al suelo.

Cuando volvió a abrazarla, la tumbó sobre los cojines de cuero del sofá y se irguió sobre ella.

Era un hombre magnífico. Sus hombros de bronce y sus marcados abdominales parecían sali dos de un anuncio de Calvin Klein. No era de extrañar que llevara una placa, la de la policía de la ciudad, en la que decía: Lo mejor de Nueva York.

Bella le tendió los brazos, deseando sentir su peso sobre ella, la fortaleza de su cuerpo alrededor. Pero él la agarró de las muñecas antes de que pudiera tocarlo.

-Tu turno -jadeó, y Bella sintió que un escalofrío le recorría la espalda-. ¿Crees que podrás quitarte esa blusita para mí?

Edward se echó hacia atrás, la sentó sobre sus rodillas a horcajadas y aguardó, sin dejar de mirarla. Bella sintió que la sangre palpitaba en sus venas y que su carne temblaba al ritmo de los latidos de su corazón. Deseaba desnudarse, compartir con él la pulsión de su cuerpo, pero, hipnotizada por la intensidad de su mirada, de repente se apoderó de ella un ataque de timidez. Pero los dedos de Edward salieron en su rescate, deslizándose sobre la blusa.

-No te preocupes, cariño, si no quieres quitártela...

-No. Sí que quiero -Bella guió sus dedos bajo la blusa, apretando su mano contra su cintura-. Es solo que no se me da tan bien desnudarme delante de alguien, creo.

Una lenta sonrisa curvó los labios de Edward.

-Entonces, deja que te ayude.

Bella contuvo el aliento mientras la seda se deslizaba sobre su carne, dejando al descubierto su sujetador de encaje.

A pesar del tiempo transcurrido desde la época en que era una adolescente rellenita, Bella siempre temía recuperar las caderas de su adolescencia a poco que comiera un par de chocolatinas. Después de pasarse media vida intentando cultivar una figura más esbelta, seguía sintiéndose muy insegura respecto a su cuerpo.

Pero al oír el silbido de Edward se sintió inmensamente halagada.

Él pasó un dedo por su clavícula y más abajo, por la elevación de su pecho.

-Cariño, estás todavía más buena en persona -se lamió el dedo con que la había tocado, como si quisiera confirmar su opinión.

Bella se estremeció, imaginándose otros usos para su lengua. Volvió a tender los brazos hacia él. Le deseaba tanto que no quería esperar hasta que se quitaran otras prendas.

No tuvo que pedírselo dos veces. Edward se irguió sobre ella, cubriendo su cuerpo, apretándola contra el cuero de color crema del sofá.

Bajo la leve barrera del sujetador de encaje, los pezones de Bella se erizaron al sentir la piel desnuda de Edward. El deseo se apoderó de ella, alimentado por el ligero roce de la mejilla de Edward, por su cálido aliento y la humedad de su lengua.

-No sé cómo voy a separarme de ti esta noche, Bella -musitó él mientras le besaba el cuello.

-Pues quédate hasta mañana -susurró ella, y su cuerpo se tensó cuando Edward le besó los hombros.

Entonces, él se detuvo.

-¿Hasta mañana? -se irguió, apoyándose sobre los codos, y la miró fijamente.

Ella deseó contonearse debajo de él, frotar con el muslo el fascinante promontorio de sus vaqueros, cualquier cosa con tal de que volviera a concentrarse en su cuerpo. Pero él siguió mirándola como si la idea de quedarse a pasar la noche ni siquiera se le hubiera pasado por la imaginación.

Pero ella acabaría con sus dudas. Tal vez Edward no fuera el hombre ideal para su futuro, pero en ese momento era lo único que deseaba. Y no estaba dispuesta a dejarlo marchar.

 


en el prox. cap. se profundiza más esta noche alocada... pero tendrán que esperar a mañana... jejejeje. un besote mis niñas y nos leemos mañana. muakis

 

Capítulo 6: La cita. Capítulo 8: Noche de Pasión, mañana de despedidas.

 
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