La Amante (+18)

Autor: lien
Género: Romance
Fecha Creación: 09/12/2011
Fecha Actualización: 21/02/2012
Finalizado: NO
Votos: 5
Comentarios: 6
Visitas: 17571
Capítulos: 11

Cuando Bella Swan descubre que su querida tía es víctima de un chantaje, traza un plan temerario: hacerse pasar por la amante del Conde de Cullen, un famoso noble supuestamente muerto. Pero Edward Masen, el célebre Conde, no solamente está vivo, sino que además es un caballero terriblemente seductor. Un tipo que, en su afán por conquistar el mayor número de mujeres, puede llegar a comportarse de forma imprudente y sin respetar las mínimas reglas del decoro. Precisamente, una circunstancia fortuita hará que la recién transformada Bella Swan y el sensual Conde se encuentren frente a frente en una elegante fiesta. La intrépida simuladora tendrá que enfrentarse a la inesperada amenaza de su corazón... porque el Conde, fiel a sus principios, intentará poseerla en cuerpo y alma.

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Capítulo 7:

Capítulo 7

 

 

A la mañana siguiente, Edward acababa de servirse una porción de huevos de una de las fuentes que estaban sobre el aparador, cuando Emmett entró triunfal en el salón.

 

-Buenos días, Edward.

-Buenos días. Aro me dijo que regresaste a Londres. No te esperaba. -Edward echó una mirada a su hermano, comenzó a esbozar una sonrisa para luego abrir los ojos asombrado-. Maldición. ¿Qué le ha sucedido a tu cabello?

-Nada. -El rostro atractivo de Emmett mostró un gesto de enojo. Fue hasta el aparador y comenzó a levantar las tapas de las distintas fuentes que allí había-. Es la última moda.

-Sólo entre Byron y su tropa. -Edward estudió los elaborados rizos de la cabeza de su hermano. El oscuro cabello de Emmett era lacio, como el de Edward-. Recuérdale a tu ayuda de cámara que tenga cuidado con la plancha de rizar. Te quemará la cabeza si no lo hace.

-Eso no tiene gracia. ¿No hay tostadas?

-En la última fuente, creo. -Edward volvió a llevarse a la mesa un plato repleto de comida y se sentó-. Pensaba que tenías intenciones de pasar todo el mes en Escocia con tu amigo Charlie y su familia.

Emmett mantuvo su atención concentrada en la fuente de tostadas.

-Creí que tú pasarías todo el mes en Yorkshire.

-Cambié de parecer.

-Bueno, yo hice lo mismo.

Edward frunció el ceño.

-¿Sucedió algo para cambiar tus planes?

-No. -Emmett estaba concentrado por completo en servirse huevos de otra fuente.

Edward miró la espalda de su hermano con una sensación de intranquilidad. Conocía demasiado a Emmett. Él jamás había tenido secretos con su hermano mayor, algo malo sucedía.

 

Desde la muerte de su madre hacía dieciocho años, Edward había criado solo a su hermano. En realidad, el padre de Edward aún vivía en aquel momento, pero Anthony Masen no mostró nunca mucho interés por ninguno de los hijos. Anthony prefería sus perros de caza, sus cacerías y los amigos de la taberna del lugar antes que el arduo trabajo de llevar adelante una familia.  No había habido nadie más que se ocupara de criar a Emmett, de modo que Edward asumió esa responsabilidad, así como también -a una edad incluso más temprana-, la de tener que trabajar en las tierras de su familia.

Las ganancias provenientes del campo aumentaron de forma constante a lo largo de los años, gracias a los exitosos experimentos que Edward había hecho con diversas herramientas, fertilizantes, cosechadoras y técnicas de cruce de animales.  Su padre había utilizado gran parte de esos ingresos para comprar mejores perros de caza y caballos de hípica. Cuando la madre de Edward tímidamente sugirió que a Edward se le permitiera asistir a Oxford o a Cambridge, Anthony rechazó de plano la idea. No tenía intenciones de privarse de los ingresos producidos por el mejor hacendado del distrito.

 

En ocasiones Anthony palmeaba el hombro de Edward y hacía alarde de haber tenido un hijo tan productivo. Una vez, muy de vez en cuando, lo asaltaba la idea de levantar a Emmett por el aire con gesto de afecto.  Masen con frecuencia observaba con satisfacción que era afortunado de que sus hijos hubieran heredado su excelente constitución física y repetía que una enfermedad crónica, tal como la que sufría la señora Masen, era una molestia deleznable. Pero sólo hasta ese punto llegaba su interés paternal por las vidas de sus hijos.

 

La madre de Edward, cuyos problemas de salud eran vagos y presentaban síntomas tales como melancolía y fatiga, contrajo una fiebre terrible el año en que Edward cumplió los dieciocho años. Murió en cuestión de pocas horas. Edward había estado a su lado, con su hermano de dos años en brazos. Su padre mientras estaba en la cacería del zorro.  Masen sobrevivió sólo un año a la muerte de su mujer, que había notado más por el hecho de que había interferido en sus planes de caza que por un verdadero sentimiento de pérdida. Pero once meses después de que su mujer por largo tiempo olvidada hubiera muerto a causa de unas fiebres, él terminó con el cuello quebrado al caerse de su nuevo caballo que no pudo sortear una valla.  Edward estaba trabajando en el campo con sus hombres la mañana en que el vicario le informó de que su padre había muerto. Había estado estudiando la efectividad de las modificaciones que hacía poco había practicado en la nueva máquina segadora.

Aún recordaba la curiosa sensación de lejanía que experimentó cuando escuchó las palabras de condolencia del vicario.

 

Un año antes había llorado solo después de la muerte de su madre. Pero en la mañana en que su padre murió, no pudo derramar una sola lágrima. Su principal emoción después de aquel sentimiento de lejanía había sido una furia breve y sin sentido.  No comprendía la razón de aquella rabia interior, de modo que rápidamente la enterró en algún lugar muy profundo de su ser y jamás había permitido que ésta saliera a la superficie.

 

 

El joven Emmett se mostró en definitiva ajeno a la ausencia de su padre. Había concentrado su atención y afecto en una sola persona, que era una verdad constante en su vida, su hermano mayor Edward. Edward hizo a un lado aquellos recuerdos y observó cómo Emmett se paseaba frente a la mesa de desayuno.

 

-Charlie y yo nos aburríamos en Escocia -explicó Emmett-, y decidimos regresar a Londres para la temporada alta.

-Ya veo. -Edward extendió una loncha de jamón sobre una tostada-. Creía que habías dicho que era un aburrimiento.

-Sí, bueno, eso fue el año pasado.

-Por supuesto.

 

El año anterior Emmett casi tenía diecinueve años. Justo acababa de llegar de Oxford, lleno de entusiasmo por la política y la poesía. Había mostrado desdén por la frivolidad de la temporada social. Edward lo introdujo en un club poblado de otros jóvenes que sentían pasión por los nuevos poetas y las últimas teorías políticas y Emmett se mostró contento.  Edward se sintió en aquel momento complacido de ver que su hermano ya no era de los que son arrastrados por los entretenimientos superficiales de la gente rica: Oxford había hecho su trabajo.  Edward no lo había enviado allí para que le educaran. Por el contrario, había cuidado de que su hermano tuviera en su propio hogar una educación de primerísima calidad a cargo de un excelente maestro y de su propia biblioteca, que estaba siempre en constante expansión. Un joven no iba a Oxford o a Cambridge sólo para estudiar, sino para obtener prestigio social y para relacionarse con los jóvenes con los que más tarde harían los negocios durante el resto de sus vidas. Fue allí para entablar amistades con los hijos de las mejores familias, familias de entre las cuales en definitiva seleccionaría una esposa adecuada para casarse.

 

Edward estaba decidido a que su hermano no fuera como él, un hacendado inocente y burdo que no sabía nada del mundo más allá de los confines de sus campos.  Edward había pagado un alto precio por su propia falta de conocimiento mundano y no deseaba que Emmett sufriera el mismo destino. Un hombre necesitaba alcanzar sus ilusiones y sus sueños lo más pronto posible, si quería evitar ser una víctima de esta vida.  Mordió la tostada y dijo:

 

-¿Adónde fuiste ayer por la noche?

-Charlie y yo fuimos al club -dijo Emmett sin entusiasmo-. Después Charlie sugirió que nos pasáramos por algunos de los bailes.

-¿Por cuáles?

-No recuerdo con precisión. El baile de los Broadmore fue uno, creo. Y creo que también estuve un rato en el de los Foster.

-¿Te divertiste?

Emmett se encontró con los ojos de Edward por un instante y después desvió la mirada. Se encogió de hombros.

-Podríamos decir que sí.

-Emmett, ya he tenido suficientes evasivas. Si algo va mal, dímelo.

-Nada va mal. -Emmett lo miró con enojo-. Por lo menos no conmigo.

-¿Qué diablos se supone que quieres decir con eso?

-Muy bien, Edward, iré directo al grano. Tengo entendido que diste un espectáculo ayer por la noche.

-¿Un espectáculo?

-Maldición. Dicen que prácticamente llevaste en volandas a tu nueva amante cuando saliste con ella en brazos del salón de los Stanley. Por el amor de Dios, todos hablan de que hiciste una escena.

-Ah, así que ése es el problema. -La mano de Edward se tensó sobre el mango del cuchillo. Cortó la salchicha con grave precisión-. ¿Te avergüenzas de mí?

-Edward, ¿pasarás el resto de tu vida escandalizando a la sociedad con tu extraña conducta?

-Claro que te avergüenzo. -Edward tomó un bocado y lo masticó meditativo-. Trata de no tomártelo tan a pecho, Emmett. La gente ha visto cosas peores.

-Ése no es el tema. -Emmett untó con mantequilla una tostada-. El tema es que un hombre de tu edad debe comportarse con corrección.

Edward casi se atraganta con la salchicha.

-¿Un hombre de mi edad?

-Tienes treinta y seis años y ya hace tiempo que deberías haberte vuelto a casar y poner manos a la obra para llenar la casa de niños.

-¡Maldición! ¿Desde cuándo surge este repentino interés por tener niños? Tú sabes muy bien que no tengo intenciones de volver a casarme.

-¿Y qué me dices de tu obligación de tener un heredero para tu título?

-Estoy contento de que el título recaiga en tu persona.

-Bueno, particularmente yo no lo quiero, Edward. Es tuyo y debería heredarlo un hijo tuyo. -Emmett protestó con obvia frustración-. Lo que debes hacer es atender a tus propias responsabilidades.

-Percibo que mi actuación de ayer por la noche está claro que te ha humillado -dijo secamente Edward.

-Debes admitir que es muy extravagante tener un hermano mayor, un conde soltero de treinta y seis años que no tiene reparos en ser tema de conversación de todo el mundo.

-No es ésta la primera vez.

-Es la primera vez que haces una escena en medio de un salón donde está reunido lo más selecto de la sociedad. -Edward arqueó una ceja.

-¿Cómo te enteraste? Si casi no pierdes el tiempo con acontecimientos sociales.

-La señorita Vulturi me contó todo -respondió Emmett con cierto regodeo.

Edward se quedó rígido.

-¿Jane Vulturi?

-Tuve el privilegio de bailar con ella ayer por la noche -murmuró Emmett.

-Ya veo.

-Siempre que dices «ya veo» con ese tono significa generalmente que no das tu aprobación. Bueno, será mejor que no digas nada desagradable de la señorita Vulturi, Edward. Es una hermosa mujer, de una sensibilidad muy refinada y que jamás soñaría en verse involucrada en una escena de escándalo.

-Es ésta la segunda temporada social de Jane Vulturi -dijo sombrío Edward-. Debe asegurarse un marido esta vez, ya que los Vulturi no pueden afrontar una tercera temporada para ella. ¿Me comprendes, Emmett?

-Tratas de hacerme una advertencia para que me aleje de ella, ¿no es así? Pues no funcionará. Ella es un parangón sin rival de femineidad y estaré eternamente agradecido de que me permitiera estar en su compañía ayer noche.

-Sin duda ahora estará agradeciendo a su estrella la suerte que ha tenido de que tú te hayas fijado en ella. Aparecerá en todos los bailes a los que vayas esta noche.

-¡Maldición! Ella no es del tipo de mujer que hace planes de este estilo. Es demasiado inocente, gentil, de una naturaleza tan dulce como para poder hacer una maquinación de ese tipo.

-Está maquinando un plan en este preciso instante. Créeme.

-¿Cómo lo sabes?

-Es la hija de Vulturi, y yo conozco a Vulturi. Está desesperado por casar a Jane con alguien de mucho dinero. Y su madre desea un título en la familia con tanta desesperación que haría lo que fuera para conseguirlo. -Edward señaló con el tenedor a Emmett y entrecerró los ojos-. Tú eres un candidato de primera en el mercado matrimonial, Emmett. Eres rico y hay posibilidades de que recibas el título nobiliario. Debes estar muy atento.

Emmett arrojó la servilleta sobre la mesa.

-Esto es un ultraje. La señorita Vulturi no es la clase de mujer que se preocupa por los títulos o el por el dinero.

-Si de verdad crees eso, entonces eres infinitamente más inocente de lo que yo pensaba.

-Yo no soy inocente. Pero tampoco de una naturaleza tan fría y tan rígida como la tuya, Edward. Y desde luego no te exhibas con mujeres tan extravagantes como la señora Swan.

-Hablarás de la señora Swan con respeto o no mencionarás su nombre para nada, ¿has comprendido?

-Ella es tu amante, por el amor de Dios.

-Es tan sólo una buena amiga.

-Todos saben lo que eso significa. Tú has tenido la osadía de criticar a la señorita Vulturi y tu señora Swan podría tomar algunas lecciones de decoro de ella, si me lo preguntas. -Edward golpeó la taza de café sobre el platillo.

-Nadie te lo ha preguntado.

La puerta del salón se abrió. Aro entró con sigilo. Tenía en su mano una bandeja de plata.

-Un mensaje para usted, mi lord. Acaba de llegar. Edward frunció el ceño cuando tomó la nota de la bandeja. La leyó rápidamente y en silencio.

 

C:

Debo verte inmediatamente. Muy urgente. El parque. A las diez en punto. La fuente. Tuya.

R.

 

Edward miró a Aro.

-Que ensillen a Zeus y que lo tengan listo para las nueve y media. Creo que iré a dar un paseo por el parque esta mañana.

-Sí, mi lord. -Aro salió del salón.

-¿Quién envió la nota? -preguntó Emmett.

-Un amigo.

-La señora Swan, supongo.

-No, a todo esto, no es de la señora Swan.

La boca de Emmett se tensó.

-Jamás te he visto tan interesado por ninguna de tus amantes.

-Ella es mi amiga. -Edward dejó la servilleta sobre la mesa y se puso de pie-. No olvides eso, Emmett.


Capítulo 6: Capítulo 8:

 


 


 
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