Crepúsculo del Amanecer

Autor: mili
Género: Romance
Fecha Creación: 09/02/2011
Fecha Actualización: 18/07/2011
Finalizado: SI
Votos: 10
Comentarios: 40
Visitas: 127638
Capítulos: 45

FIC TERMINADO

¿Puede uno darse cuenta de que nuestras decisiones tienen un por qué y una consecuencia? Siempre nos dejamos llevar por los impulsos, pero hay veces que eso lastima a quien más amamos, cuando eso pasa... que hacemos?

recomendado por LunaNuevaMeyer : 4puntos :D

Si se quieren pasar, les dejo el link de mi otro fic :D

http://www.lunanuevameyer.com/sala-cullen?id_relato=1766&id_capitulo=18

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Capítulo 7: La manzana

Todavía no podía creerme que todo esto que nos pasó, sucedió en un solo día. Era como si nunca fuese a acabar. No quería que llegue un final. No por ahora.

Miré hacia el techo de la iglesia, lleno de pinturas al óleo, antiguas pero no por eso, perdían su color, ese lugar daba paz sin dudas, ver tantas imágenes de ángeles reconfortaban de una manera especial. Sentí la necesidad de volver a tener los pies sobre la Tierra cuando Edward atrajo mi atención al colocar sus dedos glaciales sobre mi semblante para que levante la vista.

-¿en qué piensas?-quiso saber pero se me hacía difícil contestarle mientras me miraba de esa forma, otras personas dirían que eso era perturbador pero a mi solo me desconcentraba nada mas.

-pues… en el día que tuve, gracias de verdad, por todo- conseguí decir pero mi voz sonaba un poco rara, me estremecí aunque pude seguir- y ¿tu?

-la verdad, se me ocurrió una idea, hubiese tardado menos pero cuando te veo, mi Bella, pierdo el sentido de la concentración.

No esperó a que dijera algo, este Edward me estaba asustando un poco, su respiración sonaba un poco confusa, de no saber acerca de su condición, estaría mucho mas preocupada.

-¿Qué te parece la idea de ir a buscar a un sacerdote en este sitio para que nos case?-lo soltó todo de una vez, lo dijo tan rápido que apenas le entendí.

Acepté lo más feliz que pude, me recordé que tenía que respirar y coloqué mi mano en torno a mi pecho, haber si de esa forma podía desacompasar los fuertes latidos de mi corazón.

-¿estas seguro? Quiero decir… a estar conmigo para siempre, creo que deberías pensarlo dos veces, yo no soy perfecta como tu.

-no digas mas, que me hayas dicho que si hace un rato cuando te coloque ese anillo hace de esta noche una de mis favoritas.

Acerqué mi rostro al suyo, no fue tarea complicada ya que, estábamos a pocos centímetros de distancia. Le besé pero el se tensó automáticamente, no lo entendía, apartó sus labios de los míos rápidamente y tenía una expresión fea, esquivó mi mirada y dio unos pasos hacia atrás.

-¿Qué pasa? ¿Hice algo mal?-pregunté un poco dolida, siempre me equivocaba.

-no hiciste nada malo, es algo mío, lo siento. Será mejor que busquemos al sacerdote, por favor Bella.

Asentí tendiéndole mi mano para ir juntos, pero él tenía otros planes.

-será mejor que vayamos por pasillos diferentes, creo que de esa forma lo encontraremos mas deprisa.

-esta bien, pero pensé que era conveniente ir juntos porque estamos acá solos, y no conocemos el lugar, nos podemos perder si la iglesia es enorme.

-tenemos los celulares, si no sabemos donde nos encontramos uno le avisa al otro ¿si?-estaba de un humor que nunca vi en él, me lastimaba el corazón escucharlo hablarme de ese modo.

-ya, quiero decirte algo Edward, si tanto te quieres casar conmigo no entiendo por qué me tratas así, pasas de lo mas dulce a un gruñón, me es difícil entender de qué van tus pensamientos.- tragué un poco mas de aire tratando de contener mis lágrimas- explícame que anda mal contigo, por favor.

-lo siento, no quería herirte, pero es que me conozco y se que estoy a punto de hacer algo de lo que me voy a arrepentir mañana- hizo una mueca hosca que me sacudió todo el cuerpo, ese no era mi Edward.

-ya veo, entonces no te quieres casar conmigo, pues dímelo no mas, de ese modo te ahorrarías un montón de cosas, estas actuando de una forma muy extraña, ¿Qué te pasa? Dime la verdad.

No pude aguantar, mis lágrimas caían y caían por mi rostro. Edward me las quitó con ternura, pero yo no me animaba a mirarle, seguramente seguía con ese odio tan repentino.

-¡lo siento!- susurró contra mi oído con esa voz de nuevo característica de él- nunca me arrepentiría de casarme contigo mi Bella, me estoy debatiendo en canalizar un pensamiento que no me corresponde en cuanto a nosotros. Es solo eso, perdón, me malinterpreté. Nunca quise decir eso, nunca, es por eso que quiero ir a buscar al Padre, para que todo sea correcto.

Le miré y mis ojos bastante llorosos no me dejaban verle por completo pero se notaba que era sincero, era de nuevo mi Edward, todavía no conseguía entender que era que le pasó exactamente hace un segundo, pero me quedó claro que era algo respecto a lo que sentía a la idea de transformarme o algo por el estilo.

Me acunó por un ratito y luego, me miró con los ojos vidriosos, el también estaba a punto de llorar si hubiese sido humano, respiró sobre mis cabellos y pude perderme en su aroma, tan suyo. Se desprendió de mi lo mas dulcemente posible y me pidió que me quedase allí, frente al altar mientras el iba en busca del bendito sacerdote.

Miré en dirección a la puerta y sentí correr un viento fuerte, estábamos en diciembre, era común que haga frío en esa época en Italia, era invierno, pero justo todo el día no se noto ese clima invernal, más bien estuvo cálido, pero ahora a la noche, se hacía presente el claro efecto de la nieve.

Me volví a limpiar las últimas lágrimas de mi cara mientras veía el bonito altar de la iglesia. Se sentía acogedor aunque ver tantas imágenes de santos con la mirada perdidamente fija, era un poco aterrador después de unos minutos sin quitarle la vista de encima.

Me asusté la verdad al escuchar como se apagaban las luces que iluminaban toda la sala, quedando solamente el fuego de las llamas de los velones que tendían de las arañas antiguas del techo.

Claro, era muy tarde ya, no estaba segura de la hora, pero enseguida se cerrarían las puertas de esta iglesia. No creo que haya fieles que la visiten a estas horas.

Para evitar sentir el viento helado me acurruqué cerca de un confesionario de madera oscura con unos extraños calados en ambas ventanillas laterales donde los pecadores piden perdón acerca de sus actos. Por suerte no había nadie, no quería moverme de allí, el aire era tibio.

No me di cuenta de que tenía algo de sueño cuando entrecerraba los ojos y me costaba abrirlos luego de cada pestañeo. El cambio fue repentino, demasiado diría yo, todo cambió y casi se me hizo imposible darme cuenta de donde estaba y por qué.

Aun con los ojos cerrados, los abrí abruptamente al sentir a Edward estrecharme contra él de una manera muy fuerte.

Sus brazos rodearon mi cintura descendiendo sobre mi espalda baja, mis labios estaban ocupados, otra vez me mareé al notar lo nuevo en Edward. Conseguí librarme de sus besos por un segundo, pero su boca no hizo lo mismo, se encontraba en mi garganta haciéndome difícil querer hablar de una manera coherente.

-Edward… y ¿el sacerdote?- apenas lo dije él se tensó y tardo un poco en contestar.

Silencio. Más silencio.

-hablé con un ayudante de él, me dijo que está llevando a cabo la confesión final de una anciana, no le queda mucho de vida a la pobre mujer, en una hora vuelve a la capilla, si queremos esperar no hay problemas.

-esta bien, pero tengo un poco de frío, será mejor que nos quedemos en esta esquina, no llegan las corrientes de aires de afuera.

Edward parecía que perdió la cabeza, no me escuchó en absoluto lo que le dije, en vez de eso, volvió a encerrarme en sus brazos y me asusté al ver donde nos íbamos a esconder.

-¿estas bien?-pregunté al no escuchar sus respiraciones cerrando la puerta del confesionario. Esto estaba muy mal. Y era peor que yo no me quejara y corriera el riesgo.

-si-gimió- ya, no es tiempo de hablar.

Quedé con los ojos en blanco al ver que se quitaba la camisa blanca, no puede ser me dije a mi misma. Me la colocó con una excusa. Me había equivocado, si me escucho minutos atrás.

-para que no tengas frío- al decirlo me arremangaba tiernamente su camisa, me quedaba algo grande, nunca tuve tan de cerca su perfume a ángel.

Me sentó en su regazo al igual que el lo hacía en el banco de terciopelo rojo donde diariamente lo usase el sacerdote. Estábamos demasiado cerca, por fin comprendí la razón por la cual hoy decía que se iba a arrepentir. Ahora éramos dos los futuros culpables.

Se estremeció al contacto de mis manos sobre su pecho, eso causó un efecto inesperado, pensé que se echaría hacia atrás. Cruzamos la línea. En su lugar, recorrió con sus largos y delicados dedos mi espalda mientras sus labios buscaban su propio camino en mi boca.

De golpe, me encontraba entre la pared y su cuerpo de nieve, era incapaz de pensar, abrí mis ojos para ver si de esa forma recuperaba el sentido común, pero me estremecí de culpa.

Por los orificios calados del diseño de una de los ventanales se podía vislumbrar uno de esos dibujos in Vitro coloridos que envuelven las paredes altas de las iglesias. Vi una que me sacudió de pena, se podía ver perfectamente a una mujer desnuda cubriéndose solo con sus largos cabellos negros junto a un hombre, ambos sostenían con sus manos una manzana de un rojo brillante y al costado estaba la serpiente. Adán y Eva.

Edward no paró, cosa que me estaba asustando porque cuando se diese cuenta de lo que estábamos a punto de hacer, su culpa sería mucho mayor que la mía, pero mi pena estaba solo por detrás de la suya, debía negarme. Mas aun después del recordatorio del vidrio de lo prohibido. Pero no, me era imposible negarme.

Acaricie sus brazos y me apoyé en su pecho, él me atrajo hacia si donde podía sentir sus latidos inexistentes. Escucharle respirar entrecortadamente no hacía otra cosa mas que contagiarme de sus deseos. Sabia que todo esto estaba mal, pero lo necesitaba, no lo sabía hasta que sucedió. De un momento a otro, rodeé con mis piernas su cintura, haciendo que nuestros rostros estén prácticamente pegados. Era una sensación doble, pero no por eso dejaba de ser mala.

Por suerte, ese ánimo estaba quedando atrás. No nos hablamos, no queríamos interrumpir el silencio del triunfo, no por ahora.


 

Capítulo 6: La leyenda sigue Capítulo 8: jóvenes tu y yo

 
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