Llegaron a la finca de la familia de Edward a última hora de la tarde.Mientras los criados trasladaban a la casa las cosas de Bella y las disponían en su dormitorio,ella y Edward pasearon por las tierras,hablando de los planes de su viaje de bodas.Al día siguiente partirían para Liverpool,desde donde embarcarían en un vapor que los llevaría a Tejas.Sólo por unos meses.Sí ella se quedaba embarazada,Edward quería que el heredero de los Forks naciera en Inglaterra y a juzgar por cómo tenía previsto él que pasaran casi todo el tiempo,Bella estaba casi segura de que ese heredero no tardaría en llegar.Y ella sabía que nada la complacería más.
Después de la cena,se retiraron a sus respectivos dormitorios y Bella sintió un leve hormigueo en el estómago ante la perspectiva de su primera noche con Edward como esposa.Sabía lo que debía esperar y como bien les había dicho a las damas,estaba impaciente.
Sentada delante del tocador de su habitación,después de haber despachado a Jessica en cuanto había terminado de ayudarla a prepararse,Bella se cepillaba el pelo y recordaba lo que habían dicho aquellas jóvenes damas la primera tarde,cuando,hablando de lord Forks,comentaron que ese noble criado en América no sabría valorar su herencia.Ella estaba descubriendo que Edward sentía un aprecio increíble por la tradición,ya fuera la del lugar en el que había nacido o la del entorno en el que se había criado.Era un hombre complejo,una combinación de todo lo que había vivido,de todo lo que había perdido y después recuperado.Alguien que valoraba absolutamente todos los aspectos de su vida.Bella lo amaba por ello y por muchas más cosas.Por ser el hombre que era,un hombre que jamás había renunciado a su amor.A veces le sorprendia saber que él había seguido escribiéndole fielmente mucho después de que ella hubiera dejado de hacerlo.Tan sólo esperaba ser siempre digna de él.
Dejó el cepillo y cogió con ambas manos el joyero que Jessica había dejado sobre el tocador cuando había deshecho su equipaje.Se lo puso en el regazo,abrió muy despacio la reluciente caja de madera y sonrió al ver el contenido.Quizá tampoco ella había perdido la esperanza,pero había elegido otro modo de manifestarla.
Levantó la mirada y vio a Edward reflejado en el espejo,a su espalda,vestido con un batín negro de seda.El camisón que llevaba ella no era en absoluto como los que solía ponerse cuando se escapaba por la ventana.Este era de un tejido etéreo,transparentaba más de lo que ocultaba y a juzgar por el ardor de la mirada de Edward,no lo llevaría puesto mucho tiempo.
—¿Qué tienes ahí?—preguntó con una voz ronca,muestra de la intensidad del efecto que Bella le causaba,lo que hizo que ésta hincara los dedos de los pies en la gruesa moqueta.
—Ven aquí—le dijo ella con un gesto subrayado por un dedo encogido.
Él se arrodilló a su lado,paseando la vista por su rostro,como si le costara creer que de verdad ella estaba allí en aquel momento,como si todo lo que había deseado siempre corriera el riesgo de desaparecer y temiera que el tiempo que podían pasar juntos a partir de entonces fuera a ser tan pasajero y efímero como todo lo demás.
Edward había empezado su vida allí y se lo habían llevado,pensó Bella.Había tenido una vida en Nueva York pero tampoco aquélla había durado.Una vida en Arkansas que,aunque breve,había resultado demasiado larga.Y para rematarlo,una vida en Tejas con una chica que lo había abandonado.Después,un rancho que se había visto obligado a dejar atrás para volver a lo que jamás había sabido que fuera suyo.Se había pasado la vida perdido y ella deseaba con desesperación que supiera que lo que tenían en aquel momento duraría para siempre.Que ella nunca lo abandonara.Que nunca más volverían a sentirse solos.
—Te quiero,Edward Cullen—le dijo,peinándole con los dedos el espeso cabello.—Siempre te he querido.
Le presentó el joyero para que él pudiera ver lo que había dentro y lo vio esbozar una sonrisa.
—¿Es eso lo que creo que es?—preguntó,mirándola.—Me dijiste que...
—No te dije que no lo conservara.Sólo te pregunté dónde creías que podía encontrar uno en este país.
Edward alargó la mano,cogió el cuarto de dólar y se lo puso en la palma.Parecía tan pequeño y sin importancia y sin embargo,significaba tanto.
—¿Éste es el que yo te di?—inquirió.
—Por supuesto.—Sacó del joyero la raída cinta de pelo azul en la que la moneda estaba envuelta.—Y también guardé esto.
Él sostuvo el cuarto de dólar entre el pulgar y el índice.
—Pero podías habérmelo devuelto.Podías haber cancelado la deuda en cualquier momento—dijo él,sonriendo.
Bella,con una sonrisa tierna,le arrebató la moneda de la mano y arqueó las cejas.
—Podía haberlo hecho,pero ¿qué mujer en su sano juicio habría preferido devolverte el cuarto de dólar a que le desabrocharas el corpiño?
La profunda carcajada de él resonó entre los dos y mientras dejaba la cinta y la moneda en el joyero y devolvía éste al tocador,Edward estiró su cuerpo grande,fuerte y atlético y la cogió en brazos.
Ella enroscó los suyos en su cuello.
—Tú eres lo que siempre he querido,Edward.No sé cómo he tardado tanto en darme cuenta de que eras tú lo que echaba de menos de Tejas.No la tierra,ni los arroyos,ni los olores.Ni siquiera las estrellas por la noche.Sólo tú.
La llevó hasta la cama y la dejó de pie en el suelo,junto a ésta.Luego hizo algo de lo más inesperado.Se sentó a los pies,se apoyó en el grueso poste,se cruzó de brazos y con una sonrisa de medio lado,le dijo:
—Desabróchate el camisón.
Ella se lo quedó mirando.
—Edward,no sólo he saldado ya mi deuda desabrochándome el corpiño sino que,además he demostrado que puedo devolverte la moneda...
—No quiero que lo hagas por ninguna deuda,quiero que lo hagas porque me encanta verte,ver cómo se sonroja toda tu piel,cómo se te oscurece la mirada con cada botón que sueltas,cómo separas los labios y tu respiración empieza a acelerarse ante la expectativa de desnudarte para mí,de que te acaricie.
Bella tragó saliva.
—¿Querrías apagar las luces?
La media sonrisa de Edward se transformó en una sonrisa completa.
—No.
—Edward...
—Bella,¿sabes que sólo verte me roba el aliento?—le preguntó él en voz baja,solemne.—Siempre ha sido así.
Ella se llevó las manos al camisón para desabrocharse un botón más.
—Haces que me estremezca entero,que tiemble como un hombre no debería temblar.—Ella se desabrochó uno más.—Me aterras,porque pienso que sí me dejaras...
—No voy a dejarte,Edward.Nunca te abandonaré.
Botón.Botón.Botón.
—¿Sabías tú que sólo verte me roba el aliento a mí?Siempre ha sido así.
Botón.Botón.
Bella vio con satisfacción cómo su marido se levantaba despacio,se desataba el cinto del batín y se lo quitaba con un movimiento de los hombros.La seda se deslizó por su cuerpo y aterrizó en el suelo.
Botón.Botón.
Ella se soltó el camisón de los hombros y notó que se le escurría del cuerpo para amontonarse a sus pies.Edward suspiró hondo y la pasión le encendió los ojos.
—Creo que nunca me cansaré de mirarte—dijo.
—Yo sé que nunca me cansaré de mirarte.
—Eres mi esposa,Bella.
Ella asintió con la cabeza,sin saber muy bien qué decir,porque esta vez estaba tardando bastante más de lo que esperaba en llevarla a la cama.¿Era aquél uno de sus experimentos,uno de sus exámenes para demostrar su fuerza de voluntad?
Obviamente no.Sólo saboreaba el momento.Dio un paso adelante y le cogió la cara con ambas manos.
—Ni te imaginas lo mucho que he soñado con este instante.Con que llegaría un momento en que pasaría todas las noches contigo.No quiero volver a pasar una noche sin ti en toda mi vida,ni un solo día más sin poder verte cuando quiera.De ahora en adelante,nada nos separará.A partir de ahora,estaremos siempre juntos.Te doy mi palabra.
—¿Vamos a sellar el trato con un apretón de manos?—preguntó ella.
—Querida,ya sabes cómo cierro yo mis tratos con damas.
—Pues adelante,vaquero.
Cubrió con su boca la de ella mientras la rodeaba con un brazo para atraerla hacia sí,hasta que sus cuerpos se tocaron,muslo contra muslo,pecho contra pecho,avivando la pasión.El calor los consumía;empezaba como una chispa y se convertía en toda una llama.La boca de él,caliente y húmeda,abandonó la de ella para emprender un recorrido por su cuello,dejando tras de sí un rastro que Bella pensó que le duraría días.Edward descendió hasta enterrar el rostro entre sus pechos mientras le lamía el uno y luego el otro,despacio,abanicándole la piel con su aliento.
Ella se oyó gemir,echó la cabeza hacia atrás y le clavó los dedos en los hombros.Un asidero,necesitaba un asidero o protagonizaría un desmayo perfecto.
Como si le hubiera leído el pensamiento,él la cogió en brazos,la tendió en la cama y luego se tumbó encima,con las caderas entre sus muslos.«Cielo santo»,pensó Bella.Le encantaba sentir su peso sobre su cuerpo,su fuerza,la ondulación de sus músculos y aquella dureza tan característica de él.Se preguntó si habría sido muy distinto de no haber salido de Inglaterra...y en seguida se dio cuenta de que no le importaba.Los dos habían emprendido un viaje que los había llevado hasta aquel instante,hasta su destino.
Si él nunca se hubiera trasladado a Inglaterra,ella habría sido la esposa insatisfecha de un lord inglés.En cambio,ahora poseía la confianza y los medios necesarios para saber estar a su lado con aplomo y seguridad.Todas las lecciones aprendidas en aquellos años ya no le parecían tan tediosas,ni inútiles,ni molestas.La habían preparado para su llegada mucho antes de que cualquiera de los dos supiera la vida tan increíble que los esperaba juntos.
Edward deslizó la mano por su costado,descendió por su cadera y volvió a subir,le cogió un pecho,se lo moldeó,le dio forma,lo levantó para poder alcanzar con su boca ansiosa el pezón erecto.Ella gimió con voz grave cuando el deseo la recorrió como una estampida de la cabeza a los pies,hasta las puntas de los dedos.Estirándose lánguidamente,le acarició las pantorrillas con las plantas de los pies y se deleitó con el tacto áspero del vello que le cubría las piernas.
No había nada de tibio en el modo en que aquel hombre agitaba sus pasiones con su lengua experta y sus diestras manos.Todos los años que se les había negado la celebración de su amor palidecerían al lado de los que les quedaban por delante.
Edward proclamaba con voz ronca su amor,la belleza de ella,su deseo...y ella suspiraba de placer y de satisfacción.
Bella le hablaba en susurros de su amor,de la potencia y la fuerza de su amado,de lo mucho que ansiaba todo aquello...y él gemía y se estremecía.
Se alzó sobre ella como el conquistador que alguno de sus antepasados debió de haber sido y la penetró con el impulso firme de alguien seguro de su habilidad con la espada.Le cogió la cara entre las manos y la besó intensamente mientras su cuerpo iniciaba un movimiento rítmico que desencadenó la pasión de ambos.
Ella se centró por completo en él,en las sensaciones increíbles que le producía,en la locura....Se agitaba y gritaba.
De pronto,Edward rodó hasta situarse debajo,logrando mantenerse muy dentro de ella,los dedos clavados en su cadera.
—Móntame,querida—le pidió,con la voz ronca de deseo,el cuerpo empapado en sudor,los músculos temblorosos por el esfuerzo de contener su propia liberación hasta que Bella obtuviera la suya.
Y Londres consideraba un salvaje a aquel hombre que siempre,siempre era tan civilizado como para anteponer las necesidades de ella a las suyas.Pensó que era imposible amarlo más de lo que lo amaba e incluso mientras pensaba eso,se dio cuenta de que no podía cuantificar lo que sentía por él;tan rico como la historia de Inglaterra y tan inmenso e indómito como Tejas.
Meció sus caderas contra las de él,sintió el incremento de la presión,echó la cabeza hacia atrás al tiempo que Edward le cogía los pechos,le tocaba los pezones y le provocaba sacudidas de placer que inundaban todo su cuerpo...hasta que sintió como si recorriera el firmamento a lomos de una estrella fugaz y estalló en miles de puntos de luz resplandecientes.
El corcoveó con fuerza debajo de ella,con un gruñido gutural que era música para sus oídos,los dedos presionando con mayor o menor intensidad al estremecerse y sacudirse por última vez.Bella se dejó caer y enterró la cabeza en el hueco de su hombro,escuchando el agitado latido de su corazón,inhalando el aroma rancio de su intercambio sexual,sin poder dejar de sonreír.Disfrutaría del milagro de su presencia y de lo que compartían...para siempre.Hasta que fuera frágil y tuviera la cabeza cana.
Hasta que el paso de Edward ya no fuera tan enérgico,ni sus músculos tan firmes.Pero su amor siempre sería fuerte.
Al fin,él levantó la mano lo bastante como para empezar a acariciarle,aletargado,la espalda.
—Cada vez que sucede,me siento como si viera un oscuro cielo tejano plagado de estrellas fugaces—comentó ella satisfecha.
—Querida,ése es un pedazo de Tejas que estaré encantado de proporcionarte siempre que me lo pidas.
Ella rió en silencio y lo abrazó con fuerza.Se había equivocado en lo que le había dicho a su madre.Al día siguiente no volvería a su hogar.
Su hogar estaba allí,en aquel instante,justo debajo de ella.
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