El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61007
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

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Capítulo 6: Danza con los lobos

Viéndolo en retrospectiva, me doy cuenta que yo jamás le puse una etiqueta a mi relación con Edward. Pensaba en él por su nombre, era "Edward". No "mi mejor amigo", ni "el chico que me gusta", ni "mi novio", ni nada por el estilo. No sé qué pensaría él al respecto y me daba un poco de vergüenza preguntárselo, por lo que preferí dejar las cosas como estaban.

Durante esa semana posterior a mi desahogo pasábamos varias horas al día juntos, hablando de todo y de nada. Nuestras conversaciones se mantenían en un tono cuidadosamente neutral y casi periodístico. No hablamos mucho de nosotros mismos, y a su familia Edward la mencionó sólo un par de veces, y siempre de modo muy superficial. Sólo sabía los nombres de sus hermanos y su padre (o figura paterna, por así decirlo). A su 'madre' la llamó mamá, y yo no pregunté cómo se llama ella oficialmente. Las historias y costumbres de todos ellos me siguieron siendo un misterio, y la verdad es que no me importó demasiado mientras tenía a Edward sentado junto a mí en el sofá, sonriéndome.

A veces tonteábamos durante largo rato sobre qué nos gustaría comer si comeríamos, inventando nuevas recetas imposible y combinaciones estrafalarias.

A veces las charlas eran más serias, como cuando Edward mencionó una discusión que mantuvo con Carlisle hace ya por lo menos veinte años (todavía se me hacía raro pensar en que decir 'veinte años' eran para él casi como para un humano 'la semana pasada') sobre si los vampiros tenemos o no un alma. Él creía que al transformarnos perdíamos el alma, que estábamos malditos para toda la eternidad. Carlisle creía que conservábamos el alma, quizás modificada, pero alma al fin.

Edward estuvo bastante sorprendido ante mi declaración sobre que yo dudaba que siquiera los humanos tuviesen un alma, de modo que la pregunta sobre si la transformación en vampiro la quitaba o no, me era absolutamente irrelevante.

Estuvimos discutiendo sobre el alma, la existencia o inexistencia y la posible pérdida o no al transformarnos durante buena parte de la tarde. Ni yo lo convencí a él, ni él me convenció a mí, pero fue entretenido y enriquecedor. Tampoco me había propuesto convencerlo a él de nada, pero a medida que pasaban los días me di cuenta, sorprendida, que Edward había adoptado algunos de mis puntos de vista, aunque seguía discrepando completamente en otros. Era tan extraño…

.

El sábado, tal como Alice había predicho, amaneció soleado, algo a lo que yo ya no estaba acostumbrada. Cerré las cortinas de mi dormitorio velozmente e hice de cuenta que no notaba la luz descomponiéndose sobre mi piel como si fuese un prisma, mandando miles de diminutos arcoiris por toda la habitación.

Charlie ya había salido, lo cual me venía de perlas. Fui hasta el teléfono de la planta baja y busqué en la guía telefónica el número de la tienda de los Newton. Marqué y esperé a que llamara, la excusa lista en mi mente.

-Hola… -dijo una voz femenina.

-Hola, aquí habla Bella Swan, ¿hablo con la familia Newton? –pregunté, intentando sonar cortés.

-Sí, Mia Newton habla aquí. ¿Eres la misma Bella de la que se la pasa hablando mi hijo Mike? –preguntó con diversión y un poco de curiosidad la señora Newton.

-Supongo que sí, no creo que haya dos Bellas Swan en el colegio –le respondí incómoda, preguntándome qué tipo de cosas diría Mike de mí a sus padres-. ¿Me pasaría a Mike, por favor?

-Claro. Un gusto haberte conocido por fin, aunque sea por teléfono –dijo la voz todavía risueña de la señora Newton antes de apartar el micrófono y llamar a Mike, algo que yo pude oír perfectamente. "¡Mike! Bella Swan está al teléfono, quiere hablarte".

-¡Hola, Bella! –la voz de Mike irradiaba entusiasmo-. Un día maravilloso, ¿verdad? ¡El primer día soleado en más de un mes! ¡Será una excursión genial…!

-Mike, lo lamento mucho, pero no puedo ir a la playa –le dije con mi mejor tono pesaroso y adolorido-. Yo… estoy indispuesta.

-¿Estás qué? –me preguntó él, sin comprender.

-Estoy in-dis-pues-ta –le dije lenta y claramente, para luego pasar a un tono cómplice-. Tengo el período, me duelen desde el útero hasta los ovarios, y además estoy sangrando de un modo escandaloso. ¿Puedes creer que tengo que cambiarme el tampón cada dos horas? Ya tomé dos calmantes y me sigue doliendo. Tendré que pedirle turno a la ginecóloga…

La conversación acabó muy poco después. Mike me deseó que me recuperara pronto, aunque el modo en que lo dijo sonaba como si yo le hubiese comunicado que tenía una enfermedad mortal y no algo que las humanas tienen todos los meses. ¡Hombres!

.

El fin de semana transcurrió tranquilo y normal. El domingo también fue soleado, por lo que no pude salir de casa, aunque me di el gusto de tender una colcha vieja en el patio y acostarme un rato allí, tapada con una sábana por si me veía algún vecino. También terminé el trabajo de literatura sin problemas y completé todos los deberes de la semana.

Más tarde, viendo que tenía los ingredientes necesarios y ganas de hacer algo útil, comencé a amasar galletitas de almendras. Preparé la masa de memoria, batiendo, mezclando y amasando en el orden preciso. La estiré sobre la mesa enharinada del comedor y corté círculos con vaso: no tenía cortantes con formas de estrellas o corazones en la casa de soltero de Charlie. Coloqué las galletitas crudas sobre unos moldes enmantecados y enharinados, y las cociné en el horno hasta que se doraron. Pronto toda la casa olía maravillosamente a galletitas de almendra, y si bien no me inspiraban apetito, sí me traían nostálgicos recuerdos de mi abuela, fallecida cuando yo tenía doce años, que fue quien me enseñó a prepararlas.

Decidida a hacer las cosas completas, preparé el azúcar glaseado mientras ponía las almendras sin cáscara enteras en remojo en agua caliente. Cuando el glaseado estuvo listo, saqué las almendras del agua y les quité sin problemas la piel marronosa que las recubría. Quedaron suaves y blancas, y pude partirlas longitudinalmente sin problemas usando los dedos. Pinté las galletitas ya frías con el glaseado y las decoré con media almendra cada una.

No es por elogiarme a mí misma, pero las galletitas quedaron perfectas. Parecían de una pastelería, más que algo casero. No podría comprobar su sabor, pero sí habían olido bien, por lo que esperaba que estuviesen comestibles.

Fue cuando guardaba las galletitas listas en una lata que encontré la excusa perfecta para quedarme en casa el lunes, que según el pronóstico meteorológico también estaría soleado…

El sonido del timbre del teléfono me distrajo. Lo alcancé antes que sonara por segunda vez y descolgué.

-¿Hola?

-¡Hola, Bella! Acá habla Jessica –me dijo una voz chillona. Podía oír ruido de platos y sartenes de fondo, Jessica debía estar en su casa-. Quería saber si ya estabas mejor.

-Sí, gracias. Estoy casi bien, pero el sábado de mañana a penas si me pude arrastrar fuera de la cama –respondí, sin poder evitar el malvado pensamiento que Jessica se había tomado un día y medio de tiempo antes de llamarme para saber cómo estaba.

Por dentro, estaba devanándome los sesos sobre qué llevaría a Jessica a llamarme. No éramos amigas en el sentido estricto de la palabra, y su preocupación me parecía un poco fingida. ¿Puras ganas de ponerme al día de los chismes?

-Mike se comportó muy tonto después de que lo llamaras –me informó alegremente-. Primero dijo que estabas gravemente enferma, y después, cuando dijo lo que era… las chicas nos reímos mucho de su cara.

-Me imagino –comenté, sintiéndome un poco culpable. Pobre Mike.

-¿Qué estabas haciendo cuando te interrumpí con mi llamada? –preguntó Jessica en un tono pretendidamente cómplice.

-Estaba horneando galletitas de almendra –le respondí.

-¿Galletitas…? ¿Estás sola? –preguntó Jessica, obviamente decepcionada.

-Sí, Charlie salió a pescar con algunos de sus amigos –dije con naturalidad-. Debe estar por llegar.

-¿Pasaste todo el domingo sola en tu casa? –inquirió Jessica, escéptica.

-Sí. Limpié un poco, adelanté los deberes, tomé algo de sol, preparé las galletitas… nada emocionante –era verdad, había sido un día muy tranquilo-. ¿Qué tal fue la excursión? ¿Hacía frío en la playa?

Jessica se lanzó a una pormenorizada descripción del tiempo pasado con Mike, cada cosa que él había dicho o hecho y cómo cada una de esas cosas la reafirmaban en su convicción de que ella le gustaba, pero él era demasiado tímido para admitirlo. Le di la razón siempre, sólo porque era preferible fomentar un romance entre ella y Mike que seguir soportando las bienintencionadas atenciones del chico humano.

-… entonces uno de los chicos quileutes preguntó por ti, dijo que conoce a tu padre y que esperaba verte –observó Jessica con malicia en la voz-. Dijo que tu padre habla mucho de ti y de lo buena cocinera que eres. Mencionó que habías sido, textualmente, "algo así como una amiga de infancia" suya. Es bastante agradable si te gustan los indígenas, supongo, pero es un niño –añadió con desdén.

-¿Dijo cómo se llama? –pregunté. Eso me era bastante más ayuda que saber si era agradable o un niño.

-Sí, dijo que se llamaba Jacob, aunque algunos otros chicos le decían Jake.

-¿Y su apellido? –insistí. Jacob o Jake no me decía nada.

-Black, si no me equivoco –respondió Jessica-. Su padre está paralítico, por lo que dijo; parece que él le vendió tu Chevy a tu padre.

-Ah, ése Black –exclamé, cayendo en la cuenta de quién era-. Lo conozco, supongo, aunque hace años que no lo veo… no lo reconocería ahora.

-Quiso saber si habías ido –subrayó Jessica.

-Curiosidad, supongo –dije, intentando desviar el tema. Por lo que recordaba de él, Jacob no podía ser un niño pequeño, debía tener unos dieciséis años-. ¿Estaban sus hermanas mayores, Rachel y Rebecca? Éramos amigas de pequeñas –esto no era del todo cierto, pero Jessica no tenía por qué saberlo.

-No, no había chicas con esos nombres. Pero otro de los chicos quiluetes, uno bastante mayor, dijo algo muy desagradable sobre los Cullen –me informó Jessica, aparentemente feliz.

No estuve segura si su felicidad se debía a que alguien había criticado a los Cullen, al hecho que fuese ese chico en particular, o el que ella pudiese contármelo creyendo que yo me enojaría.

-¿Sí? No me sorprende. Los Cullen no parecen caer demasiado bien por aquí –mencioné como al pasar. Me moría de ganas de saber qué era exactamente lo que ese chico había dicho, pero no le preguntaría a Jessica por nada en el mundo.

-Es que son muy antisociales, y muy fríos –se quejó Jessica, antes de volver al tono confidente-. Así fue como los llamó ese chico, Sam. Dijo que eran "los fríos", aunque gente como tu amigo Jacob –añadió, haciendo énfasis en mi supuesta amistad con un chico al que yo casi no recordaba- no parecía tomarlo muy en serio.

-No creo que ese Sam haya sido muy ofensivo –opiné-. Es verdad que los Cullen son fríos y no se molestan en tratar con nadie.

-Salvo Edward Cullen, ¿no? –pinchó Jessica, ansiosa.

-Edward es agradable cuando no está con sus hermanos. Se comporta casi como una persona cuando los demás están lejos –musité. Alice también era simpática, pero los otros me seguían pareciendo intimidantes.

Jessica rió antes de seguir insistiendo en el tema.

-De todos modos, el modo en que lo dijo Sam hizo que sonara como un insulto.

-Quizás se trata de un chiste privado… -conjeturé sin verdadero interés.

Que de entre todo lo que hubiese podido decir de los Cullen al tal Sam le molestara que fuesen fríos era algo casi cómico. Cómico de humor negro, pero cómico al fin.

-Puede ser, porque me pareció que los otros chicos quileutes entendieron a qué se refería –asintió Jessica, reflexiva-. Pero Mike no tenía ganas de seguir hablando de los Cullen, nadie tenía ganas realmente, y entonces él y yo dimos un paseo por la playa…

Jessica siguió parloteando muy animada, el tema de los Cullen olvidado, por suerte.

.

Dado que el lunes seguía el tiempo soleado, tuve que fingirme enferma. Le dije a Charlie, cuando fue a despertarme esa mañana preocupado porque yo llegaría tarde a clases si no me apresuraba y mucho, que me dolía el estómago.

-¿Estás enferma? –me preguntó desde la puerta, indeciso sobre qué hacer.

-Sí… un poco –musité, fingiendo una voz débil-. Comí demasiadas galletitas ayer, cuando todavía estaban calientes. La abuela me dijo mil veces que hay que dejarlas enfriar, que no hay que comerlas recién salidas del horno… juro que no voy a hacerlo nunca más.

-¿Necesitas algo? –me ofreció Charlie, solícito pero confundido-. ¿Llamo al doctor…?

-¡No! –chillé, preocupada.

Lo único que me faltaba era un médico que descubriera que yo no tenía pulso o una temperatura corporal de apenas un par de grados sobre cero. De ninguna manera me podía ver ningún médico.

-No, papá… gracias, pero no –musité, intentando no preocuparlo-. Sólo me voy a quedar en cama hoy, sin comer nada. Mañana voy a estar como nueva.

Me estaba quedando sin aire. Normalmente me hubiese acercado a la ventana a respirar, pero había tenido que cerrarla y cubrirla con una manta para que no se filtre el sol. Me enterré bajo las mantas y respiré a través de ella aire que oliese lo menos posible a Charlie, pero algo se filtró. La garganta me ardió dolorosamente, y solo apretando los puños y mirando fijamente el techo me pude distraer y contener lo suficiente como para no atacarlo.

-¿Bella? ¿Segura que estás bien…? –insistió Charlie, observando mis reacciones.

-Sí, sólo… ¿me traerías un vaso de agua, por favor? –le pedí, intentando que se alejara-. Y por favor llama a la escuela y diles que no puedo ir hoy. Ángela me puede prestar sus apuntes después.

-Sí, claro –asintió Charlie y salió. Yo me relajé lentamente, pero sin atreverme a tomar otra bocanada de aire.

Después de llamar a la escuela y de dejarme un vaso de agua al alcance de la mano Charlie se fue por fin a su trabajo, sólo tras hacerme prometer que si empeoraba lo llamaría de inmediato.

Me tranquilicé cuando oí al móvil patrulla alejándose. Por fin estaba segura de no correr más riesgos. Me aventuré a respirar otro poco del aire de la habitación, impregnado del olor de Charlie, y lo lamenté de inmediato. Mi garganta estaba en carne viva, abrasada por las llamas. Tenía una sed enorme, terrible…

Me levanté velozmente, sin respirar esta vez, y en un minuto todas las ventanas de la casa (excepto de la del dormitorio de Charlie) estaban abiertas de par en par. Por si acaso, esperé otra hora antes de atreverme a respirar, pero ya no había peligro.

.

Fue otra vez un día intrascendente. Ángela me llevó los apuntes cuando las clases del día terminaron y se quedó un rato haciéndome compañía en mi lecho de enferma. Como de todos modos estaba pálida y había tenido la precaución de no peinarme, mi supuesta enfermedad fue bastante creíble. Al día siguiente ella, Lauren y Jessica viajarían a Port Angels a comprar vestidos para el baile; se suponía que iría yo también, pero nos pusimos de acuerdo en que si yo no asistía a clases al día siguiente era porque seguía enferma, entonces ellas viajarían sin mí.

Charlie pidió pizza, y yo no probé bocado con la excusa de no encontrarme bien todavía. Él no me presionó para que comiera, lo cual fue un alivio. La comida humana me daba mucho asco, me sorprendía que alguna vez hubiese sido capaz de comer algo de eso. Le di la lata con las galletitas a Charlie para que la llevara a la comisaría y las compartiera con sus compañeros, para variar un poco de las rosquillas.

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El martes otra vez estaba soleado, por lo que mi dolor de estómago por las galletitas había derivado durante la noche en vómitos, o por lo menos eso le dije a Charlie. Él se sorprendió de no haberme escuchado vomitar, dado que compartíamos el cuarto de baño de la planta alta, pero no hizo más preguntas. Yo respiré aliviada (metafóricamente, no me atrevía a inhalar con él tan cerca y con las ventanas cerradas) hasta que Charlie dijo que sin falta llamaría a un médico.

Me resistí y protesté con todo el aire de mis pulmones, que afortunadamente fue suficiente como para hacer un trato con Charlie: si al día siguiente yo seguía enferma, llamaría al médico y me dejaría revisar sin poner resistencia. Sólo me quedaba rezar por un miércoles lluvioso, o por lo menos, nublado.

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Pese a que yo no era muy creyente, ésta vez la divinidad me tuvo compasión y mandó una tormenta acompañada de lluvia, truenos y relámpagos que era severa hasta para los parámetros de Forks. Gracias a eso me levanté sana y salva el miércoles, aunque por si acaso no desayuné. Ya estaba bien, eso era sólo por precaución, según le expliqué a Charlie, que pareció preocupado pero no desconfiado.

La escuela fue un alivio respecto al temor de que alguien me viese expuesta al sol, y un tormento en el sentido que hacía cuatro días que no tenía a tantos deliciosos humanos a mi alrededor, y no me había alimentado. Sobrellevé el día bastante bien gracias a Edward, que me estuvo acompañando la mayor parte del tiempo y así mantuvo a raya a gente como Mike, que se acobardaba cada vez que lo veía.

No me había dado cuenta de cuánto había extrañado la presencia de Edward hasta que lo vi en el estacionamiento. Sus ojos se iluminaron al verme, y una sonrisa enorme brilló en su rostro. Reconozco que verlo feliz por poder pasar tiempo conmigo me alegró más de lo que estaba dispuesta a admitir para una simple amistad.

También Alice se me acercó y habló un rato, más bien monologó, dada mi incapacidad de responder con frases largas antes de quedarme sin aire. Era simpática y divertida, y me reí mucho con las tonterías que dijo.

Después de clases, Edward me llevó a casa (excepcionalmente le permití manejar mi Chevy) y nos quedamos conversando un rato en la cocina, mientras yo preparaba una lasaña para compensar a Charlie por los dos días comiendo pizzas mientras yo estaba "enferma". Edward se defendía bastante bien entre platos y sartenes, pero había muchas máquinas de cocina relativamente nuevas que él conocía sólo de vista. No es como si siendo vampiros él y su familia tuviesen mucha necesidad de una licuadora, por ejemplo, y además en la época en que era humano había sido impensable que un hombre aprendiera a cocinar.

Estábamos en medio de una divertida discusión sobre si era feminismo excesivo o no incluir clases de cocina obligatorias como parte de la currícula escolar en al menos los dos últimos cursos, cuando el teléfono de Edward sonó.

-Hola, Alice, ¿qué…? –preguntó él de buen humor tras ver el número que llamaba.

-Tienes que venir. Ahora –ordenó la voz de Alice, que sonaba nerviosa, mucho más seria de lo que yo la había oído nunca-. Sal por la puerta de atrás, es urgente.

-¿Qué pasa? ¿Están todos bien? ¿Hay problemas? –quiso saber Edward, preocupado.

-No, pero los va a haber si no estás acá en menos de tres minutos. Ven ahora, ¡corre!

Alice cortó tras la última indicación. Edward y yo nos quedamos mirándonos unos segundos, serios, y un poco asustada en mi caso. ¿Qué podía inquietar tanto a Alice?

-Tengo que irme –articuló él por fin. Sonaba preocupado.

Yo sólo pude asentir, preocupada también por él y su familia.

-Llámame más tarde… si puedo ayudarte en algo, o… -empecé, pero el sonido del teléfono de Edward me interrumpió antes que pudiese hilvanar una frase coherente.

-¡Edward Cullen! –ladró Alice, furiosa-. ¡Quiero verte aquí y ahora, o tu Aston Martin será un montoncito de chatarra humeante la próxima vez que lo veas! –y cortó.

Edward dio un respingo, se despidió brevemente y salió velozmente por la puerta de atrás. Yo lo miré alejarse, corriendo veloz como un rayo por el húmedo bosque…

La puerta no había vuelto a cerrarse del todo cuando el timbre de casa sonó. Yo había estado tan distraída con la llamada telefónica que no estaba prestando atención a los automóviles que circulaban por la calle frente a casa, pero era evidente que había llegado visita.

Caminé a velocidad humana hasta la puerta; a mitad de camino escuché el móvil patrulla de Charlie detenerse al lado de casa, donde estacionaba siempre. Me relajé un poco, aliviada. Tener a mano a Charlie para lidiar con los humanos era siempre una buena idea. Inspiré profundo, llenando mis pulmones con aire que no olía a alimento, y compuse una expresión cortés antes de abrir la puerta.

Lo primero que vi fueron dos espaldas. Una de ellas era la de un hombre joven y alto, con el cabello largo y atado en una coleta; la otra pertenecía a alguien de más edad, otro hombre, sentado en una silla de ruedas. Los dos estaban saludando con la mano a Charlie, quien caminaba desde donde había estacionado hasta casa con una gran sonrisa en la cara.

-¡Billy! ¡Jacob! –exclamó Charlie, contento-. ¿Qué hacen afuera? ¿Por qué no entran?

-Acabamos de tocar el timbre –explicó el hombre en la silla de ruedas, que debía ser Billy Black, si mis suposiciones eran correctas.

-¡Bella! –exclamó Charlie, sonriente. Él sí podía verme, los otros dos no, ya que me estaban dando la espalda-. ¡Tenemos visitas!

Jacob se giró de inmediato, y también Billy maniobró velozmente la silla de ruedas. Yo sonreí amablemente, intentando que esto bastase como saludo. Ambos hombres reaccionaron a mi presencia… pero de modos diametralmente opuestos.

Jacob pareció deslumbrado. Abrió mucho los ojos y me contempló con lo que me pareció admiración, pero por suerte mantuvo la boca cerrada y no hizo comentarios indebidos. Mi opinión de él hubiese sido pésima en ese caso, pero así la primer impresión que tuve de Jacob Black fue la de un muchacho amable y simpático, aunque indefectiblemente humano.

Billy, en cambio, me observó con la misma expresión de espanto y asco con la que Jessica Stanley miraría un chicle pegado en su cabello. Me contempló de arriba abajo sin perder detalle, desde los lentes de cristales verdes hasta las pantuflas que usaba para andar por casa, una mueca de incrédulo odio en cada arruga de su rostro.

Yo le sostuve la mirada, algo muy fácil, considerando que no necesitaba parpadear. Intenté no parecer demasiado desafiante, pero tampoco tuve intenciones en ningún momento de parecer tímida o sumisa.

Una tácita pero ineludible verdad se había instalado entre nosotros: él sabía. Billy Black sabía lo que yo era. La pregunta del millón era, ¿qué haría al respecto? ¿Decírselo a Charlie? ¿Amenazarme?

Billy desvió la vista en el instante en que Charlie ponía un pie en el porche de casa, pero no dejó de mirarme por el rabillo del ojo de un modo un poco irritante.

-¡Pasen, por favor! –los invitó Charlie, que no se había enterado de todo el intercambio de miradas, y era el único que seguía de buen humor. Billy estaba tenso; yo estaba nerviosa y ansiosa. Jacob parecía confundido, tal vez consciente de que se había perdido algo que podría ser importante.

Todos entramos a casa y los hombres se instalaron ante el televisor, aparentemente para ver un partido de algo, no me importaba qué. Le llevé latas de cerveza a Charlie y Billy, y de gaseosa a Jacob, para luego volver a la cocina a seguir con la lasaña… y principalmente, para huir de la mirada furiosamente vigilante de Billy, que parecía olvidarse del partido mientras yo estaba ahí. Algo en su expresión me recordaba a la mirada que al principio me había dirigido Jasper, con la diferencia que la de mi congénere había sido fría y calculadora, mientras que la de Billy irradiaba odio.

.

Nerviosa como estaba, no me preocupé por mantener la velocidad humana para terminar de preparar la comida. Después de añadir suficientes ingredientes como para alimentar a dos personas más, me dije que de todos modos estaba sola en la cocina, así que corté, piqué y mezclé con un énfasis tal que en pocos minutos la lasaña estaba lista para ir al horno. Lo encendí y la metí adentro, preguntándome mentalmente en qué me entretendría ahora. No podía apurar el proceso de cocción por más que quisiera, pero quedarme en la cocina sin hacer nada no era una opción, y no tenía deberes escolares para hacer, entonces…

Unos pasos lentos acercándose a la cocina me hicieron poner en guardia.

-Perdón, ¿tendrás otra lata de gaseosa? –me pidió Jacob, aparentemente esforzándose en ser educado-. Por favor –agregó finalmente.

Yo le sonreí. Jacob era agradable, aún sin esforzarse en serlo. Fui hasta la heladera [frigorífico/nevera/refrigerador] y busqué una lata para él, ofreciéndole elegir entre una bebida cola y una sabor lima-limón. Jacob eligió la cola y me sonrió de regreso.

-Gracias.

Yo solo asentí.

Nos quedamos mirándonos unos momentos en un silencio que empezó a volverse un poco incómodo, aunque aparentemente ninguno de nosotros dos tenía mucha idea de cómo romperlo. Volví a ponerme mis amados guantes de dedos cortados, que me había quitado para cocinar.

-Eh… -Jacob parecía estar estrujándose la cabeza en busca de algo que decir-. El fin de semana pasado un grupo de compañeros tuyos estuvieron en la playa cerca de la reserva. Te mandé saludos con ellos, no sé si los recibiste.

-Me temo que no –admití. Jacob me miró más embobado que antes al oírme hablar-. Sucede que mis compañeras estaban muy ocupadas con sus respectivos romances… pero sí me mencionaron que habías preguntado por mí.

-Es que tenía curiosidad –admitió Jacob de buen humor-. Charlie está mucho más contento últimamente, y creo que también engordó un poco. Cada vez que te menciona se le ilumina toda la cara… y Billy dice que te nombra a cada rato mientras están pescando. Está terriblemente orgulloso.

Yo estaba completamente abochornada, pero también feliz por lo que acaba de oír.

-Uh, bueno, es mi padre –murmuré, incómoda-. Como siendo más pequeña no me gustaba Forks, creyó que no lo quería a él tampoco, y ahora que comprende que no era así… -dejé la frase inconclusa, haciendo un gesto ambiguo con la mano.

-Aún así, yo quería conocerte –siguió él, abriendo la lata de gaseosa-. Me fijé entre las chicas que estaban el sábado, pero ninguna se parecía a la chica que yo recordaba vagamente como "la hija de Charlie"… aunque también estás muy cambiada desde la última vez que recuerdo haberte visto.

-Lo mismo digo. El recuerdo más claro que tengo de Jake Black es el del chico que nos tiraba hojas desde arriba de un árbol –señalé, recordándole esa travesura de infancia.

-Aún lo hago a veces –se rió él-. Cuando no estoy reparando autos, al menos. Hablando de eso, ¿cómo anda la Chevy?

-Estupenda. No me dio problemas ni una vez, aunque últimamente el humo está saliendo más negro que antes –mencioné de pasada-. También huele más fuerte. Iba a hacerla revisar un día de éstos, pero por el momento no me pareció nada grave.

-Podría ser el filtro de combustible –conjeturó Jake, y bebió un sorbo-. ¿Hace cuánto que lo cambiaste por última vez? –preguntó, sentándose a la mesa de la cocina.

-Eh… no lo cambié nunca desde que la tengo –admití, sentándome también.

-Pero estaba casi nuevo cuando Charlie compró ese dinosaurio… -Jacob arrugó el entrecejo, reflexivo-. ¿Dónde cargaste combustible últimamente?

Le mencioné el lugar al que iba siempre, y Jacob asintió en conformidad.

-Es un buen lugar. Vi un par de automóviles que habían cargado combustible en un sitio muy barato de Port Angels, y lo barato les salió caro. Era combustible adulterado; le arruinó la bomba de inyección a más de uno –me explicó.

Asentí con interés. Si bien no entendí demasiado la parte mecánica, me estaba siendo muy fácil charlar con Jake. Tenía una conversación amena y divertida; y como la ventana estaba abierta y dejaba entrar una brisa fresca que me daba directo en la cara, no me costaba nada respirar con él tan cerca de mí. Un cambio bienvenido.

-Quizás sea necesario un cambio de aceite –caviló Jake, todavía inmerso en su mundo de mecánica automotor-. O el filtro de aire… No recuerdo cuándo lo cambié antes de que Charlie vendiese la Chevy. ¿Puedo ir a verla?

-¿A la Chevy? –pregunté sin entender. ¿Para qué querría verla?

-Sí, ahora quiero sacarme la duda de qué es lo que tiene –asintió Jake, entusiasmado.

-Jake, no es justo –me negué-. Vienes de visita y te hago trabajar de mecánico.

-¡Vamos, por favor, Bella! –me medio suplicó, con expresión implorante-. Considéralo parte de la garantía –propuso-. Cuando compras un electrodoméstico, tienes seis meses de garantía de fábrica, ¿no?

-Legalmente, dependiendo del producto, el tiempo varía entre seis meses y un año –señalé. El que no necesitara dormir me había llevado a leer mucho últimamente.

-Como sea, hace menos de tres meses que Charlie la compró, de modo que la ley está de mi lado –los ojos de Jacob brillaban de entusiasmo, mientras se agitaba impaciente en la silla-. ¿Por favor? Prometo no hacer lío. Ya reparé la Chevy varias veces antes, sé hacerlo, y sé cuándo quitar las manos antes de hacer un desastre…

-No es que no confíe en tus habilidades como mecánico –aclaré-, es que me parece injusto que vengas a ver un partido y acabes trabajando.

-En realidad no vine a ver el partido, vine a traer a Billy –señaló él-. Él no puede conducir, y ésta es una de las raras ocasiones en que me deja sentarme al volante; tengo que aprovechar. Ah, pero en cuanto tenga el carné… -acabó Jake, soñador.

-¿Aún no te permitió sacarlo? –me sorprendí, frunciendo el ceño, confundida.

-Eh… es que en realidad sólo tengo quince años –confesó Jacob, renuente.

-Aparentas más –le dije para animarlo, aunque había algo de cierto en eso. Salvo por las facciones aún algo infantiles de su rostro, Jake no parecía un niño en absoluto.

-Gracias –me dijo, halagado-. ¿Entonces, puedo? ¿Sí?

Su expresión era tan ansiosa y emocionada que sólo pude reír.

-Vamos, si eso te divierte…

-Muchísimo –aseguró Jake, poniéndose de pie de un salto.

Riendo, salimos al patio, y nos dirigimos al costado de la casa, donde estaba la Chevy. Jake estaba en su elemento. Al cabo de dos minutos se había quitado el abrigo, arremangado hasta los codos, y tenía la cabeza y los antebrazos sumergidos en el grasiento motor con una expresión de absoluta felicidad. Realmente, había que tener el cromosoma Y para divertirse con algo como eso.

-El filtro de aire puede aguantar un poco más, pero tendrás que cambiarlo en un mes, más o menos… o antes, si estás por hacer un viaje largo –me informó Jake, emergiendo de adentro del capó-. Otro tanto para el filtro de combustible. El que tiene ahora es bastante bueno, lo cual significa que se va a tapar pronto y habrá que reemplazarlo.

-¿Cómo puede ser bueno si se tapa? –pregunté, confundida.

-Precisamente, porque el filtro de buena calidad retiene todas las impurezas, por eso se tapa el filtro y no se deteriora el motor –me explicó Jake.

-Eso tiene sentido –reconocí con admiración-. ¿Cuánto me saldría reemplazarlos?

-No mucho, y muchísimo menos que reconstruir el motor, eso seguro –contestó Jake, sacando la varilla del aceite-. Hum, el nivel de aceite es bueno… creí que podría estar quemando aceite, por lo que mencionabas sobre el humo…

-No es una humareda terrible, pero me pareció que olía más fuerte –me disculpé.

-Está bien, mejor temprano que tarde –rió Jake-. Por casualidad, ¿sabrás si Charlie recordó agregarle anticongelante al agua?

-¿Agua? –repetí, sin entender.

-Sí, el radiador necesita agua para mantenerse refrigerado –me explicó Jake, pero no en un tono burlón o sabihondo, sino con la misma naturalidad con que me había hablado todo el tiempo-. Pero si esta agua se congela, puede causarte una buena cantidad de problemas.

-No tengo idea –confesé-. Charlie me entregó la Chevy como regalo sin decirme nada de eso. Él sabe demasiado bien que no entiendo de mecánica.

-En general, este viejo trasto está muy bien –comentó Jake, la cabeza y los antebrazos otra vez metidas en las profundidades de la Chevy-. Siempre que no pases de sesenta kilómetros por hora, no debería causarte ningún problema.

-Charlie es policía, ¿recuerdas? –le señalé-. Aprendí las normas de tránsito al mismo tiempo que a cepillarme los dientes. Para algo hay velocidades máximas.

-Vamos, ¿quién se conforma con ir a sesenta? –se quejó Jake, juguetón-. No sabes cómo me alegré de que otro tuviese que lidiar con esta cosa, aunque lamento que te haya tocado.

-No ofendas a mi Chevy –me enojé en broma-. Más respeto hacia alguien que tiene edad como para ser tu padre.

-O mi abuelo, casi –rió Jake, volviendo a colocar cada cosa en su sitio y cerrando el capó.

Yo me reí también. Jacob era por sí solo una persona divertida, con quien era muy fácil bromear…

…y entonces me congelé. Sin querer, había respirado demasiado cerca de Jacob, y necesité un momento para controlarme. Él olía bien, muy bien… pero extraño. No olía como el resto de mis víctimas, todas ellas con ese aroma dulce y cálido de la sangre humana. Jake olía a cálido y a dulce, sí, pero con un toque almizcleño, picante, que recordaba a algo salvaje, a aventura y a miedo. Olía bien, pero no realmente apetitoso.

-¿Bella? –me preguntó Jake cautelosamente-. Bella, ¿qué…?

Le hice un gesto con la mano, pidiéndole que esperara, y aproveché una brisa propicia para llenar mis pulmones con aire con olor a bosque.

-Bella, ¿te sientes bien? ¡Estás pálida! ¿Bella? –Jake estaba a mi lado, obviamente preocupado, pero dudando si tocarme o no.

-Estoy bien –le dije lentamente, apoyándome con cuidado en la Chevy para fingir un mareo-. A veces tengo problemas de hipoglucemia –improvisé.

-¿Necesitas sentarte? –ofreció, preocupado.

-Sería buena idea –acepté.

Me esforcé en apoyarme lo menos posible en su cuerpo cálido y pulsante de sangre caliente mientras Jake me ayudaba a sentarme al lado de la rueda delantera de la Chevy.

-Ya estoy bien, no te preocupes –le sonreí. Él seguía mirándome ansioso-. En serio, Jake. No es nada.

No pude evitar olfatearlo otro poco, mientras él se sentaba frente a mí. La garganta me ardía, pero más levemente que cuando olía a otro ser humano.

-Hueles raro –le dije antes de detenerme a pensarlo, y me arrepentí de inmediato. Jake creería que estaba loca.

-¿Gracias? –respondió él, indeciso pero divertido.

Genial. Jake sí creía que yo estaba loca.

-Lo que quise decir es… -fui descendiendo el nivel de voz. No había excusa posible para mi comentario, pero él de todos modos ya parecía distraído con otra cosa.

-Tus ojos sí que son raros -comentó Jake con naturalidad, sin saber que acababa de darme un susto terrible-. Mucho más que mi olor, seguro.

No le respondí nada, temerosa de meter aún más la pata. Billy sabía lo que yo era, ¿cómo era posible que Jake no sospechara?

-Jake… -dudé en qué decirle. ¿Debía disculparme por mi comentario sobre su olor? ¿O mejor intentaba convencerlo de que mis ojos son normales?

Él se rió levemente.

-Billy se puso como loco hoy cuando te vio, viejo supersticioso –dijo sonriente, sin saber que si mi corazón todavía necesitase latir, con esas palabras me hubiese causado un paro cardíaco-. Se toma esas viejas leyendas demasiado en serio.

-¿Qué leyendas? –soplé más que hablé.

-Nuestras leyendas ancestrales, las leyendas quiluetes –explicó Jacob, y luego, en un tono más misterioso, añadió: -¿Te gustan las historias de miedo?

Asentí velozmente. Necesitaba saber qué era lo que Billy sabía, o sospechaba, de mí gracias a esas leyendas.

La voz de Jacob se volvió más lejana, baja y grave.

-Existen muchas leyendas. Se afirma que algunas se remontan al Diluvio. Supuestamente, los antiguos quileutes amarraron sus canoas a lo alto de los árboles más grandes de las montañas para sobrevivir, igual que Noé y el arca -me sonrió para demostrarme el poco crédito que daba a esas historias-. Otra leyenda afirma que descendemos de los lobos, y que éstos siguen siendo nuestros hermanos. La ley de la tribu prohíbe matarlos. Y luego están las historias sobre los fríos.

-¿Los fríos? -pregunté sin esconder mi curiosidad.

-Sí. Las historias de los fríos son tan antiguas como las de los lobos, y algunas son mucho más recientes. De acuerdo con la leyenda, mi propio tatarabuelo conoció a algunos de ellos. Fue él quien selló el trato que los mantiene alejados de nuestras tierras -continuó Jake, serio.

-¿Tu tatarabuelo? -lo animé, intentando averiguar más.

-Era el jefe de la tribu, como mi padre –explicó-. Ya sabes, los fríos son los enemigos naturales de los lobos, bueno, no de los lobos en realidad, sino de los lobos que se convierten en hombres, como nuestros ancestros. Tú los llamarías licántropos.

- ¿Tienen enemigos los hombres lobo? –pregunté, asustada.

-Sólo uno.

Lo miré con avidez, confiando en que mi impaciencia lo animara. Jacob prosiguió:

-Ya sabes, los fríos han sido tradicionalmente enemigos nuestros, pero el grupo que llegó a nuestro territorio en la época de mi tatarabuelo era diferente. No cazaban como lo hacían los demás y no debían de ser un peligro para la tribu, por lo que mi antepasado llegó a un acuerdo con ellos. No los delataríamos a los rostros pálidos si prometían mantenerse lejos de nuestras tierras.

Me guiñó un ojo. Era evidente que no se creía una palabra de todo esto.

-Si no eran peligrosos, ¿por qué...? -intenté comprender al tiempo que me esforzaba por ocultarle lo seriamente que me estaba tomando esta historia de fantasmas. Recordé de pronto lo que había mencionado Jessica, sobre un chico quiluete diciendo que los Cullen eran "fríos", y todo encajó. Jake, ignorante de lo que pasaba por mi cabeza, siguió hablando.

-Siempre existe un riesgo para los humanos que están cerca de los fríos, incluso si son civilizados como ocurría con este clan -infiltró un evidente tono de amenaza en su voz de forma deliberada-. Nunca se sabe cuándo van a tener demasiada sed como para soportarla.

Intenté conferir a mi voz un tono lo más casual posible.

-Pero, ¿qué tiene que ver eso conmigo? ¿Por qué Billy reaccionó así al verme?

Jacob hizo una mueca de contrariedad, como disculpándose.

-Papá suele ser una persona sensata, pero a veces es demasiado supersticioso para su propio bien. Las leyendas dicen que los fríos son hermosos, pálidos, y de piel dura como la roca; tienen una fuerza sobrenatural y ojos rojos –explicó Jacob, encogiéndose de hombros-. Puras tonterías. Es lógico que a los primeros quiluetes los inmigrantes les pareciesen pálidos y hermosos, y unos ojos marrones podían pasar por rojos con un poco de imaginación –siguió exponiendo, muy seguro de sí mismo, pero de pronto se detuvo y añadió con expresión reflexiva, mirando por sobre mi hombro: -Claro que eso no explica lo de los Cullen, pero… bah, sólo son leyendas.

-¿Cómo encajan los Cullen en todo esto? ¿Se parecen a los fríos que conoció tu tatarabuelo? –le pregunté ansiosa.

-No -hizo una pausa dramática-. Son los mismos.

Debió de creer que la expresión de mi rostro estaba provocada por el pánico causado por su historia, no por la terrible verdad que este muchacho iba desparramando alegremente por ahí. Sonrió complacido y continuó:

-Ahora son más, otro macho y una hembra nueva, pero el resto son los mismos. La tribu ya conocía a su líder, Carlisle, en tiempos de mi antepasado. Iba y venía por estas tierras incluso antes de que llegara tu gente -reprimió una sonrisa, aparentemente feliz de haberme sobresaltado con su historia.

-¿Y qué son? ¿Qué son los fríos? –insistí. Tenía que sacarme hasta la menor duda.

-Bebedores de sangre –replicó Jacob con voz estremecedora, sonriendo sombríamente-. Tu gente los llama vampiros.

Permanecí contemplando el bosque a mi alrededor, no muy segura de lo que reflejaba mi rostro. ¿Pánico? ¿Resignación…?

-Se te ha puesto la piel de gallina -rió encantado.

-Eres un estupendo narrador de historias -le felicité sin apartar la vista del tronco retorcido de un árbol recubierto de musgo. Mejor dejarlo que creyese eso.

-El tema es un poco fantasioso, ¿no? Me pregunto por qué papá no quiere que hablemos con nadie del asunto.

Aún no lograba controlar la expresión del rostro lo suficiente como para mirarle, de modo que seguí fijándome en las mínimas variaciones de tonos de verde presentaba el musgo del tronco.

-No te preocupes. No te voy a delatar.

-Supongo que acabo de violar el tratado -se rió.

-Me llevaré el secreto a la tumba -le prometí, y entonces me estremecí. No podía aclarar que era metafórico… esbocé una sonrisa torcida.

-En serio, no le digas nada a Charlie –me pidió, más serio-. Se puso hecho una furia con mi padre cuando descubrió que algunos de nosotros no íbamos al hospital desde que el doctor Cullen comenzó a trabajar allí.

-No lo haré, por supuesto que no –prometí, aunque no pude evitar pensar que estos quiluetes eran, con supersticiones y todo, más inteligentes que los blancos.

-¿Qué? ¿Crees que somos un puñado de nativos supersticiosos? -preguntó con voz juguetona, pero con un deje de precaución. Yo aún no había apartado los ojos del bosque, por lo que giré la cara y le sonreí con la mayor normalidad posible.

-No. Creo que eres muy bueno contando historias de miedo. Aún tengo los pelos de punta –eso era cierto, y Jacob pareció satisfecho.

-Genial.

Suspiré intentando tranquilizarme, y el olor que de pronto entró a mis fosas nasales me hizo levantarme de un salto.

-¡La lasaña…!

.

Jake y yo corrimos adentro de casa, yo abrí la puerta del horno de un tirón y saqué la lasaña. Estaba bastante bien, sólo un poco tostada de arriba. Mi olfato mejorado me había advertido antes que se quemara seriamente.

-Uf, parece que hay cena esta noche –comenté, aliviada.

Levanté la vista después de apoyar con cuidado la fuente de la lasaña en un plato de madera en la mesa y me encontré a Jacob mirándome fijamente.

-¿No te quemaste?

Recién entonces noté que, demasiado apurada por rescatar la cena de los humanos, no había usado manoplas ni un repasador ni nada, sino que había sacado la fuente del horno directamente con las manos desnudas. A mí no me pasó nada, pero obviamente esto era algo que hubiese lastimado a un humano.

-Eh… no. No está tan caliente –dije, sonriendo con inocencia, rogando internamente por que Jake no hiciese preguntas.

Él miró la fuente humeante con sospecha, pero se encogió de hombros y no comentó nada. Respiré aliviada el aroma de la lasaña mezclado con el de Jacob, y fruncí la nariz. El olor de Jacob parecía haberse vuelto más picante, más salvaje… debía ser porque estábamos dentro de casa en lugar de al aire libre.

Repartí lasaña en tres platos mientras Jake y yo seguíamos conversando sobre tonterías. Era completamente diferente a pasar tiempo con Edward, y no sólo porque Jake era un humano o porque era más joven. Con él había más risas y menos temas profundos, también tenía que poner más cuidado en qué decía o cómo me movía, con Edward no necesitaba prestar tanta atención. Jake no me tomaba tanto el pelo como a veces lo hacía Edward, y en general era más simpático y menos irónico. No era mejor ni peor, pero sí distinto.

-Esto está listo. A lavarse las manos, y a comer –le ordené cariñosamente a Jake.

-Eh, pero sólo repartiste tres porciones –protestó Jake-. ¿A quién quieres dejar morir de hambre?

-Nadie va a morir de hambre, tonto –me reí con una pizca de humor negro-. Yo comí cuando llegué de la escuela, y no tengo hambre.

Ésa era la excusa que yo le había dado a Charlie todo este tiempo: que comía ni bien llegaba de la escuela, y que no tenía apetito. Mi padre, un buen hombre y buen policía, no era sin embargo un buen detective, y afortunadamente no se había enterado de nada.

Jake tomó uno de los platos en una mano y cuatro latas de bebidas bajo el brazo; yo llevé los otros dos platos, y nos reunimos con Charlie y Billy, que seguían viendo el partido. Charlie sonrió con alegría y algo de hambre cuando nos vio entrar; la expresión tranquila de Billy cambió a una mirada de feroz vigilancia. Hice lo posible por no prestarle atención mientras repartía platos y tenedores.

Una lasaña no era lo ideal para comer frente a un televisor. Si hubiese sabido que Billy y Jake iban a visitarnos esa noche hubiese preparado pizza, sándwiches o alguna otra cosa que se pudiese comer con las manos sin problemas. Así, ellos tuvieron que hacer equilibrio con los platos sobre las rodillas, pero aparentemente la comida estuvo suficientemente buena como para que no les importara.

-¿No comes, Bella? –me preguntó Billy intencionadamente.

-No, ya comí ni bien llegué de la escuela –respondí con indiferencia.

Los ojos de Billy se abrieron con alarma, por lo que me apresuré a aclarar:

-Me preparé unos sándwiches de pescado frito –añadí-. Papá trajo el fin de semana pasado suficiente pescado como para alimentar a un batallón.

Charlie medio rió en disculpa, Jake también estaba divertido. Billy seguía mirándome con sospecha, era evidente que no se había creído ni una palabra.

Repartí latas de gaseosa para Jake y para mí, y de cerveza para Charlie y Billy. Este último pareció bastante confundido cuando me vio abrir una lata y beber un sorbo, lo cual hizo que yo le sonriera con superioridad, lo que lo llevó a entrecerrar los ojos con sospecha y redoblar la vigilancia.

Charlie estaba a sus anchas, y si bien no habló mucho, era evidente que disfrutaba de tenernos a todos juntos ahí; el partido que supuestamente veían había quedado olvidado a favor de las risas y los chistes. Billy era un amigo de años, y empecé a tener la impresión que Jake era un poco como el hijo que yo a veces sentía que a Charlie le hubiese gustado tener. No es que yo creyera que no me quería a mí o alguna tontería así, es sólo que Charlie parecía encariñado con Jacob, que tampoco era de sorprender. Jake era divertido y simpático; yo también ya le tenía mucho aprecio, pese a que apenas lo conocía.

Jacob comió tres porciones, elogió mucho la comida y siguió bromeando conmigo durante toda la cena. Tuve que enterrar la cara en un almohadón del sofá para respirar (aunque la excusa oficial era ahogar la risa), ya que con Charlie y Billy allí no podía correr riesgos, pero valió la pena. Me reí muchísimo esa noche.

Billy fue el único que estuvo tenso y preocupado toda la noche. Comió su lasaña sin mala cara, pero también sin entusiasmo. No dejó de vigilarme en ningún momento, y hacía muecas cada vez que había contacto físico entre Jake y yo, que estábamos sentados uno al lado del otro en el sofá, con Jake en el medio y Charlie al otro lado. Billy en su silla de ruedas estaba junto a Charlie. Los toques entre Jake y yo no pasaban de un golpe juguetón en el brazo o un intento de despeinar al otro, apenas había contacto de piel con piel, pero bastaban para tener a Billy más tenso que las cuerdas de un violín.

-Jacob, termina de comer, tenemos que irnos –ordenó Billy, tenso, después de un rato.

Todos lo miramos con sorpresa, aunque sospecho que mi rostro reflejaba tanta comprensión como resignación.

-¡Pero apenas es el medio tiempo! –protestó Charlie, señalando la pantalla, donde un hombre de traje estaba entrevistando a algunos jugadores completamente traspirados-. ¡Falta todo el segundo tiempo, son cuarenta y cinco minutos, más un posible alargue…!

-¡Papá, es temprano! –se quejó Jake-. No tengo deberes pendientes para la escuela…

Yo sólo lo miré intentando lucir lo más inofensiva posible. Por si acaso, también me alejé unos centímetros de Jake, por si eso ayudaba a calmar a Billy.

Por fin, con una mueca renuente y una mirada de advertencia hacia mí, Billy cabeceó en acuerdo para quedarse otro rato. Jake lo festejó empezando a saltar en el sofá como si tuviese tres años, perdió el equilibrio… y cayó sobre mí.

Nos reímos mucho, mientras Charlie nos echaba una mirada divertida y Billy aferraba las ruedas de su silla con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. Estoy segura que de poder caminar, se hubiese levantado de un salto a separarnos.

-Ouch, Bella, tus huesos son muy duros –se quejó Jake, frotándose el mentón.

-Jake, no es amable que te diga esto, pero tienes que lavar urgentemente tus zapatillas –le dije frunciendo la nariz-. Apestan a perro mojado.

Tenía que explicar el por qué de mi mueca, y la verdad no era una opción, porque la verdad era que no eran las zapatillas deportivas de Jake las que olían mal… sino él. Además, ¿me lo estaba imaginando yo o Jake era más cálido que los otros humanos?

.

Bill y Jake se quedaron hasta el final del partido, aunque hasta para el poco perceptivo Charlie fue evidente que Billy no disfrutaba en absoluto estar ahí. El mal humor de Billy opacó un poco el deleite de Charlie, pero nada pudo con la alegría de Jake, que parecía sufrir de un severo pico de adrenalina. Bromeaba, saltaba, decía una tontería tras otra y se reía de todo.

Debía ser por tanto ejercicio que su mano me pareció más caliente que antes cuando la tomé para despedirme. Eso tenía al menos una explicación racional, al contrario que el hecho que Jacob decididamente era al menos cinco centímetros más alto cuando salió de casa que cuando llegó. Eso era raro, muy raro, y estuve segura de no habérmelo imaginado… pese a que sabía que no podía ser.

La despedida en sí fue exuberante de alegría de parte de Jake y muy tensa de parte de Billy. Charlie fue cortés, aunque algo frío con Billy. Yo me esforcé en parecer pacífica y sólo saludé a Billy con un cabeceo, aunque sí le di la mano a Jake, cuya piel estaba muy caliente, más de lo normal… por todo el ejercicio, sin duda, y a mí de cualquier manera todos los humanos me parecían cálidos.

Me di una ducha bien caliente (con el agua casi hirviendo, a mí me gustaba así), me cepillé los dientes y el cabello, me vestí con mi viejo pijama y me metí a la cama después de darle las buenas noches a Charlie. Él también se duchó y ya estaba medio dormido cuando tropezaba hacia su dormitorio. Empezó a roncar dos o tres minutos después de acostarse; la noche de risas y una comida abundante, regada con bastante cerveza, lo habían dejado felizmente cansado; y después la ducha, sólo quería dormir.

Con toda la noche por delante, pude reflexionar y analizar a mis anchas el extraño hecho que Jake no oliese apetitoso, el que Billy supiera lo que yo era pero que también era lo suficientemente inteligente como par no acusarme directamente, lo relativamente fácil que me era interactuar con humanos cuando como en el caso de Jake no olían a comida (por más que tuviesen un corazón palpitante y sangre caliente corriendo por sus venas)…

Ese rumbo de mis pensamientos hizo arder mi garganta. Recordé de pronto que llevaba once días y medio sin alimentarme, todo un récord, pero uno peligroso. El día de escuela ya había sido bastante duro para mi pobre autocontrol.

Suspiré mientras me deslizaba fuera de mi cama y me vestía con algo un poco más apto para salir a la calle que esas viejas ropas que me servían de pijama. Abrí la ventana, salté afuera y antes de tocar el piso ya estaba corriendo velozmente hacia el norte.

aqui un nuevo capii, aunque no tenga mucho tiempo para subir con todos los examenes que tengo :S. Espero que os guste la historia aunque hasta ahora no ay muxa accion. Aqui os dejo un pequeño adelanto :). Espero q dejeis vuestros votos y comentarios.

 

Repentinamente, Jake se giró y me vio. Casi sin darme yo había seguido avanzando hasta estar en el umbral de su taller. La expresión de sorpresa de Jacob cambió rápidamente a una de felicidad cuando me reconoció.

-¡Hola! Bella, qué sorpresa, ¿qué te trae por aquí a estas horas? No te oí llegar…

Se iba acercando más a medida que hablaba, de modo que para el final de la frase lo tenía directamente frente a mí. Inexplicablemente, Jacob era más alto de lo que lo recordaba, y eso teniendo en cuenta mi memoria perfecta. Debía medir un metro ochenta sin hacer trampas. Y olía peor que antes.

-¿Llegaste en la Chevy? –me preguntó, más serio. Mi silencio lo debía estar inquietando-. ¿Pasa algo con Charlie…? Bella, ¿estás bien?.

Capítulo 5: HISTORIA DE MIS CALAMIDADES Capítulo 7: La muerte y la brújula

 
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