Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32276
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

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Capítulo 6: La cita.

Bella se apoyó en la barandilla que se interponía entre ella y el puerto de Nueva York. Soplaba un viento procedente del mar que le revolvía el pelo alrededor de los hombros y hacía ondear su larga falda de algodón.

El ferry de Staten Island permanecía atracado a un extremo de Battery Park. Al otro, se divisaba el ferry de la isla de Ellis. Bella había llegado temprano a su cita con Edward y ya había inspeccionado el terreno.

Edward no se equivocaba al pensar que no se aventuraba a menudo en el centro de la ciudad. Su obsesión por el éxito profesional había hecho que su mundo se volviera cada vez más restringido.

Pero necesitaba salir más. La media hora que había pasado observando a la gente y paseando sola por el parque le había inspirado ideas para diseños que la mantendrían ocupada durante un mes entero.

Metió unas monedas en uno de los catalejos del paseo y contempló la vista sobre el puerto, pensando que al menos debía darle las gracias a Edward por haberla animado a salir un rato. Podía permitirse una pequeña escapada y regresar a casa antes de la cena. ¿Qué daño podía hacerle?

Irguiendo la cabeza para alinear sus ojos con los visores de las lentes, Bella se dijo que, a pesar de todo, podría escapar a la atracción que sentía por Edward. Había deseado muchas veces lanzarse a la aventura, pero ver a Edward con frecuencia sería más aventura de la que podría soportar.

Aguzó la mirada, intentando ver una panorámica del puerto, pero lo único que vio fue una brillante estrella azul. Entonces, la brisa arrastró hasta sus oí dos una sensual voz de barítono.

-Hola, preciosa. ¿Ves algo que te guste? Bella no pudo evitar sonreír. Miró por encima y vio a Edward Cullen, con su pelo de cobrizo desor denado en varias direcciones y su camiseta azul, completamente lisa, salvo por cinco estrellas que la cruzaban en horizontal.

-¿Cómo no va a gustarme un hombre de cinco estrellas?

-Eres una mujer con criterio -Edward tomó entre los dedos un mechón de su pelo revuelto, se lo colocó detrás de la oreja y la miró fijamente-. ¿Se guro que estás lista para recorrer conmigo Canal Street y dejar que te libre de esa habitual sofisticación tuya?

-No pensarás mandarme a casa con una camiseta de turista o algo así, ¿verdad?

Él la tomó de la mano y tiró de ella.

-Solo si es mía.

A Bella le gustó notar el calor de su mano. Edward poseía el don de inculcarle un cierto sentido de la aventura, la sensación de que algo divertido la esperaba a la vuelta de la esquina.

-Hace usted unas afirmaciones muy descaradas, detective -bromeó ella, a pesar de que no podía evitar imaginarse envuelta en las ropas de Edward.

Él la condujo fuera del paseo y detuvo un taxi agitando la mano.

-Mi abuelo solía decir: «la virtud es descarada y la bondad temeraria».

Abrió la puerta del taxi para que Bella subiera.

-¿A tu abuelo le gustaba Shakespeare?

Edward frunció el ceño mientras se sentaba a su lado.

-¿Eso es de Shakespeare? -le dio indicaciones al taxista y luego se acomodó en el asiento-. Supongo que mi abuelo era más culto de lo que yo creía. Solía bombardearme con refranes para que recordara un poco de su sabiduría cuando él ya no es tuviera.

.

.

Las palabras resonaron en su cabeza. Lo asombraba descubrir que, cuanto más mayor se hacía, más sabio le parecía su abuelo. A pesar de los muchos años que habían pasado desde su muerte, aún recordaba sus consejos.

-¿Te llevas bien con tu familia? -preguntó Bella, tirándose de la vaporosa falda de algodón que llevaba.

Estaba, como siempre, preciosa a su manera única y especial, con su amplia falda de color crema, de esas que usaban las chicas en las películas de Elvis, con zapatitos de charol. Llevaba una sencilla camiseta de seda de color amarillo y unas sandalias de tiras del mismo color. Por las puntas sobresalían sus uñas pintadas de rosa, perfectas, como toda ella.

-Tengo dos hermanos a los que no veo muy a menudo, pero cuando éramos pequeños nos llevábamos muy bien -el silencio que siguió pareció más intenso en contraste con el bullicio de la calle a su alrededor. El rugido de los motores de los coches se filtraba por las ventanillas entreabiertas del taxi, junto con el clamor de los cláxones que parecía de satarse cada vez que se cerraba un semáforo-. Mis padres murieron en un accidente de coche en México, unas semanas después de que yo naciera.

Bella murmuró las palabras de condolencia de rigor, a las que Edward nunca prestaba atención. Por supuesto, sentía profundamente lo que les había ocurrido a sus padres, pero aun así había tenido una vida familiar estupenda, a años luz de la que padecían los chicos a los que solía detener. Él había tenido la suerte de tener un abuelo que había sabido llevarlo por el buen camino.

-Mi madre murió cuando yo tenía cinco años, pero al menos me quedaba mi padre. Siempre estaba muy ocupado con sus negocios, pero sabía encontrar la forma de hacerme saber que no se olvidaba de mí -miró a Edward-. Yo era la única niña del internado que tenía su propia caja de costura, una cafetera de juguete y una boina. Mi padre decía que con esas cosas podría salir airosa de cualquier crisis.

-¿De veras?

Edward no creía que una niña a la que enviaban a un internado tras perder a su madre pudiera sentirse muy querida, pero ¿él qué sabía?

Bella se echó a reír.

-No te imaginas la cantidad de amigas que puedes hacer en una escuela para chicas si sabes hacer vestiditos para las muñecas. La verdad es que tuve muchísimo éxito entre mis compañeras.

Se detuvieron en Canal Street. Edward se disponía a pagar al taxista cuando Bella se le adelantó con un billete en la mano.

-Aquí tiene.

Edward le dobló los dedos sobre el billete, rehusando el ofrecimiento.

-A ti te toca pagar el metro. Yo pago esto.

-Yo pagaré el próximo taxi -dijo Bella-. Este fin de semana, no quiero tomar el metro. Me paso la semana yendo de un lado para otro en tren; así que puedo permitirme el lujo de ir en taxi los fines de semana.

-Me parece muy bien -él salió del taxi y le sostuvo la puerta abierta. Tal vez no procediera de los barrios elegantes de la ciudad, pero se consideraba un caballero.

-Guau -Bella se quedó parada cuando, al salir a la calle, vio las largas filas de puestos de ropa frente a las tiendas.

¿Le parecería todo aquello una inmensa trapería? Seguramente, ella iba de tiendas a la Quinta Avenida, o a Rodeo Drive. O quizá, después de todo, la gente de la moda no fuera de tiendas. Quizá se vestían con la ropa que ellos mismos diseñaban.

No entendía muy bien qué lo había impulsado a llevarla allí. Tal vez, un demonio interior lo había empujado a demostrarle sin lugar a malentendidos que él era un tipo de la calle. Le gustaba pasar los sábados escuchando a los músicos callejeros y paseando por Central Park, no bebiendo champán en la elegante suite de un ático.

-¿Qué te parece? -dijo por fin, preguntándose si aquellas sandalias de tiras saldrían corriendo tras el taxi de un momento a otro.

Las sandalias de Bella empezaron a repicar sobre el asfalto, pero no en la dirección que temía Edward. Se dirigió en línea recta a un puesto cargado de bisutería barata.

-Tiene unas cosas preciosas -le dijo a la persona que permanecía detrás del mostrador, una mujer mayor con medias gafas sobre la nariz que tenía pinta de reconocer a un pardillo a una, milla de distancia.

Edward pensó que debía haberle advertido que había que regatear, pero tal vez a Bella Swan no la preocupaba su cuenta corriente. Aunque, pensándolo bien, utilizaba el metro los días de diario. Tal vez no estuviera viviendo del sucio dinero de su padre.

Edward tiró de ella, llevándosela a un lado mientras le lanzaba una sonrisa de disculpa a la vendedora. -Bella, ¿podemos hablar un momento?

Ella soltó de mala gana un broche con forma de serpiente cubierto de piedras verdes y se alejó con él unos pasos.

-¿Qué pasa?

Él le pasó el brazo por encima de los hombros, en parte porque quería que nadie los oyera; en parte, porque deseaba tocarla.

-¿Sabes que con esta gente hay que regatear para conseguir un precio justo?

La seda amarilla de su blusa le rozó la piel, excitando sus sentidos. Pero ella achicó los ojos y le lanzó una mirada penetrante.

-He regateado comprando telas para la fábrica de mi padre en más países de los que puedo recordar. Créeme, sé lo que hago.

Edward sopesó sus palabras, pero siguió pensando que era una ingenua. Seguramente, solo había puesto en práctica sus habilidades en sofisticadas ferias internacionales en las que los precios exorbitantes permitían un poco de elegante regateo.

-Pues tienes un método sumamente heterodoxo, ¿sabes? -dijo.

No quería ofenderla, pero tampoco quería que la tomaran por tonta.

-¿Te refieres a lo que le he dicho a esa mujer sobre sus mercancías? -susurró Bella, lanzando una mirada anhelante hacia el puesto de bisutería.

Al menos, comprendía dónde se había equivocado. Quizá aún hubiera esperanza para ella.

-Exacto. Nunca conseguirás que rebajen el precio si creen que quieres llevarte algo.

Ella se desasió de su brazo y se colocó frente a él. Suavemente, apoyó sobre su pecho una de sus uñas pintadas de rosa.

-Observa y aprende, Edward. Voy a ofrecerte un espectáculo mucho mejor que el de esa sórdida cinta de vídeo.

Los ojos de Edward se deslizaron hasta sus piernas por propia voluntad. Sus palabras burlonas lo afectaron más que una caricia en una zona erógena.

Edward la atrajo hacia sí antes de que ella pudiera alejarse.

-Cariño, nada me gustaría más, pero... -bajó la cabeza para hablarle al oído. Su pelo le acarició la mejilla- yo preferiría que actuaras solo para mí.

Ella osciló sobre sus talones un momento y luego retrocedió, sacudiendo la cabeza y agitando un dedo acusador hacia él.

-Eso fue un error, ¿recuerdas? Puede que con el vídeo hiciera una chapuza, pero aquí estoy en mi elemento. ¿Qué te parece si nos vemos junto al puesto de dulces después de que me caliente un poco aquí?

Cuando, buscando aventuras, se había liado con una mujer de la clase alta. Sin embargo, allí estaba, con los ojos pegados a Bella Swan, buscando ansiosamente una excusa para tocarla de nuevo, dispuesto a traicionar su código ético y a echar un vistazo a la cinta de vídeo que parecía llamarlo desde el cajón de su mesa en la comisaría.

Ignoraba cómo acabaría aquel día, pero, al oír la risa de Bella arrastrada por la cálida brisa, se convenció de una cosa.

Aún no podía separarse de ella.

Edward asintió. Estaba completamente a favor de ver a Bella caliente. Se compró un granizado de café y se quedó escuchando a un guitarrista callejero junto a la esquina de la calle, disfrutando de la música y del sol mientras observaba a Bella moverse de mesa en mesa. Sonreía al verla en acción.

Al cabo de veinte minutos, los vendedores prácticamente le rogaban que les comprara algo. Su método era raro, pero sumamente eficaz: conocía el efecto que producía alejarse. Él también lamentaba verla alejarse, aunque la vista que ofrecía de espaldas era espectacular.

Le había dicho la verdad: no era ninguna novata en aquel juego. Pero Edward estaba seguro de que nunca había regateado para comprar prendas como las que se ofrecían en Canal Street. Bella se movía en los círculos de la élite de la moda y Edward dudaba de que se comprara gafas de sol de baratillo y anillos con diamantes de imitación cuando salía por ahí a comprar telas para su padre.

Dejó un par de dólares en el sombrero del guitarrista y caminó calle abajo, asegurándose de que Bella no se alejaba demasiado de él. Su último hallazgo parecían ser un montón de vaporosos pañuelos con suficientes colores como para rivalizar con una caja de pinturas. Edward la vio sonreír y darle las gracias al hombre que se los había vendido por casi nada. El pobrecillo parecía tan anonadado como el propio Edward.

Maldición.

Se tomó lo que le quedaba del café y se preguntó por qué se sentía tan agusto con Bella, aunque su cabeza lo previniera contra ella. Hasta Jasper pensaba que estaba cometiendo un error colosal. El mismo error que había cometido en otro tiempo.

.

.

Bella sintió la presencia de Edward a su espalda mucho antes de que la tocara.

El deseo que sentía por Edward la confundía. Sabía que era una imprudencia enredarse en una relación que no podía llevar a ninguna parte. Las implicaciones del estilo de vida de su padre, sus su puestas conexiones con el hampa, complicarían enormemente su relación con un policía de Nueva York. Bella sabía que su padre no estaba implicado en actividades ilegales, pero también era consciente de que su manifiesta relación con destacados miembros de la mafia había proyectado una sombra de duda sobre el buen nombre de toda la familia.

Bella debía afrontar aquella situación antes de que comenzaran los desfiles de otoño. Pero no quería hacerlo aún, porque sabía que aquella conversación la llevaría inevitablemente a abandonar su trabajo como escaparatista. Su padre acababa de romper con su novia, y además, desde hacía algún tiempo la empresa no dejaba de perder dinero. ¿Y si, por alguna razón, la actitud de Bella le parecía hostil? Bella no podía soportar la idea de romper sus relaciones con el único pariente vivo que tenía.

Era mucho más placentero pensar que Edward Cullen estaba a su espalda. Al notar que se le ponía la piel de gallina ante su mera presencia, Bella comprendió que estaban navegando en aguas peligrosas.

Pero ese día no le importaba.

Él apoyó las manos sobre la parte desnuda de sus hombros y deslizó los pulgares bajo la tela de la blusa de seda. Aquel gesto, el leve roce de las manos acariciándole la piel caldeada por el sol; le pareció a Bella increíblemente íntimo. Sin embargo, la mujer del puesto les sonreía como si no pasara nada.

Bella pensó en echarse hacia atrás unos centímetros para descubrir qué se sentía al verse abrazada contra el pecho de Edward. No le cabía ninguna duda de que era un hombre de cinco estrellas. Por el beso que se habían dado, ya sabía que hacer el amor con él sería una experiencia única.

Él le acarició suavemente los antebrazos con los dedos.

-Tenías razón.

A Bella le resultaba difícil concentrarse para decidir si quería un viejo bolso de lentejuelas o unos raídos guantes de noche de color rosa.

-¿En qué?

-Hoy me has ofrecido toda una demostración, incluso sin... -se inclinó un poco hacia delante y susurró- incluso sin desnudarte.

Oh, Dios, aquel hombre era demasiado. Era demasiado descarado. Demasiado impetuoso. Demasiado sexy.

Bella se olvidó del regateo. Aquel tira y afloja que normalmente la divertía no era nada comparado con la excitación que le producía un simple susurro de Edward Cullen.

Le dio unos cuantos billetes a la mujer del puesto por el bolso y los guantes. Edward agarró uno de los guantes rosas.

-Son muy sexys. Espero que los hayas comprado pensando en mí.

Bella le quitó el guante y lo guardó en la bolsa con el resto de sus compras.

-Los he comprado pensando en los desfiles de la colección de primavera. Tengo en mente un par de creaciones un tanto retro y creo que estos guantes les irán muy bien.

Sin pensárselo dos veces, Edward le quitó la bolsa de las compras. Bella sonrió al ver lo diferentes que eran sus modales de los de Garrett o de los de su propio padre. Estos seguramente sabían pedir vino en una docena de idiomas distintos y podían conseguir una mesa en cualquier restaurante de Nueva York, pero no se preocupaban de los pequeños detalles, como, por ejemplo, de llevarle las bolsas. Garrett, como mucho, habría chasqueado los dedos para que su chófer se encargara de llevarlas.

Obviamente, el abuelo de Edward había enseñado a su nieto a comportarse como un caballero.

Edward la condujo al final de la calle, donde pasaron juntó a un mimo y un juglar. El tiempo primaveral parecía haber hecho salir a todas las formas posibles de intérpretes callejeros y vendedores de la ciudad, y Canal Street parecía casi desbordada por aquella multitud que no cesaba de crecer.

-¿Has comprado ya suficiente? -preguntó Edward, deteniéndose un momento junto a un puesto lleno de corbatas antes de seguir adelante.

Bella asintió, aunque odiaba la idea de poner fin a aquel día delicioso. Se lo había pasado muy bien, pero en realidad apenas había visto a Edward. Quizá en alguna parte de sus fantasías había alimentado la esperanza de que el día le ofreciera al menos unos cuantos besos que atesorar en la memoria.

-Supongo que será mejor que me vaya.

-¿Y vas a perderte el zoo? -Edward pareció sorprendido.

-¿Qué zoo? -Bella no recordaba que hubieran hablado de ir al zoo.

Edward la condujo hacia una calle lateral y paró un taxi. El coche dio un frenazo a su lado.

-El zoo de Central Park -Edward abrió la puerta y le indicó que entrara en el taxi-. Te prometí un helado, ¿recuerdas? ¿Acaso no te dije que nos lo tomaríamos en el zoo?

Aliviada por no tener que irse aún, y al mismo tiempo impresionada porque Edward no hubiera dicho nada de acompañarla a su piso, Bella se deslizó en el asiento de vinilo negro del taxi.

-No dijiste nada del zoo, pero que no se diga que no tengo espíritu aventurero.

.

.

Sentado en un banco junto a la jaula de los leones, Edward maldecía su propio instinto de aventura al ver la lengua de Bella lamiendo un helado de chocolate. ¿Sobreviviría él a tres lametones como aquellos?

Intentó sacar algún tema de conversación. Cuando Bella dejó escapar un suspiro de profunda satisfacción, dijo lo primero que se la pasó por la cabeza.

-¿Y llevas mucho tiempo viviendo en el piso, encima del taller de tu padre?

-Este verano hará cinco años -dio otra chupada al helado-. Los dos primeros años, mi padre me perdonó el alquiler. Pero desde entonces puedo permitirme pagarlo. Está bien, porque, como lo uso sobre todo para asuntos de negocios, me desgrava impuestos.

¿Impuestos? ¿Negocios? Edward intentó concentrarse en sus palabras, pero no podía pensar en nada más que en abalanzarse sobre ella allí mismo, en ese preciso momento, sobre un banco de madera mientras un monton de monos y leones los miraban con vocación de voyeurs.

Al ver que él no decía nada, Bella continuó.

-Además, me gusta tener el taller en casa -se tiró de la pechera de su blusa amarilla-. Anoche me hice esta blusa, y acabé diseñando un estampado fantástico para mi colección de primavera.

¿Cómo iba él a impedir que su mirada se deslizara hacia la blusa? ¿Hacia su discreto escote? Escudriñó el paisaje, intentando encontrar algo que distrajera su atención. ¿Dónde demonios se metían los jabalíes verrugosos cuando uno los necesitaba?

-Es impresionante que puedas hacerte un traje en un momento.

-Me gusta jugar con los tejidos -admitió ella, saludando con la mano a un pequeñín que pasó delante de ellos en un triciclo-. A veces, olvido dónde acaba el hobby y empieza el trabajo. Pero supongo que eso es bueno.

-¿Quieres saber lo que decía mi abuelo sobre la gente que trabaja mucho y se divierte poco?

Ella alzó los ojos al cielo.

-Creo que me lo imagino.

-Decía que yo nunca tendría ese problema.

Ella se echó a reír, y su risa gutural le gustó tanto a Edward como meter a delincuentes entre rejas.

-Tú trabajas mucho -le dijo ella, mirando a un vendedor ambulante de algodón de azúcar antes de volver a fijar los ojos en el helado-. Estoy segura de que tu abuelo está muy orgulloso de ti.

-Espero que sí. Murió antes de que yo saliera de la academia, pero me gusta pensar que encontraría un modo de regañarme si no estuviera orgulloso de mí. A veces, cuando todo me sale mal, tengo la sensación de que el viejo está lanzando rayos y truenos contra mí para meterme en vereda.

Ella sonrió dulcemente.

-Yo creo que mi madre inspira mi creatividad.

Edward recordó que ella le había dicho que su madre murió cuando era niña.

-¿De veras?

-Sí. Es como si fuera a medias mi ángel guardián, a medias la voz vengadora de mi conciencia.

Edward le apartó un mechón de pelo de la cara.

-No creo que tu madre tenga mucho de qué quejarse. Estás teniendo mucho éxito en tu carrera y además cuidas de tu padre...

Aquellas palabras, que estaban destinadas a reconfortar a Bella, de pronto produjeron en él un profundo desasosiego. Apenas se había acordado de su padre durante aquel día. Pero de pronto, al recordar que su familia estaba relacionada con la mafia, pensó que debía batirse en retirada, en vez de preguntarse qué podía hacer para acercarse cada vez más a ella.

Pero, ignorando su sentido del peligro, deslizo una mano sobre la de ella. Bella se quedó mirando sus manos unidas un momento.

-Me gustaría pensar que así es. Pero mi madre era una mujer muy independiente. A veces me pregunto si no pensaría que he permanecido demasiado tiempo a la sombra de mi padre.

-A mí no me lo parece. Has de ser una mujer independiente para emprender tu propio negocio -soltó ligeramente su mano para acariciar su cálida piel. Lentamente, trazó una línea entre sus dedos. ¿Sería cosa de su imaginación, o Bella se estremeció?

-Con el trabajo es distinto -respondió ella, con la voz un tanto más áspera que minutos antes-. Encontrar belleza en las cosas corrientes es lo que mejor se me da. Pero en lo que se refiere a mi padre... No es un hombre de trato fácil, ¿sabes?

Seguramente porque era un gángster, pensó Edward, decidido por una vez a guardarse sus opiniones.

-¿Y qué padre no incordia a sus hijos?

-Es más que eso - hizo una pausa mientras frente a ellos pasaba una charanga de músicos. - Tiene una personalidad tan arrolladora que en cierto modo eclipsa todo lo que hay a su alrededor -Edward asintió, intentando imaginarse que alguien pudiera eclipsar a la belleza que tenía sentada a su lado-. Y me está resultando muy difícil separarme definitivamente de su empresa. Ahora que he empezado a hacer mis propios diseños, no puedo perder tiempo diseñando escaparates para mi padre, pero tampoco quiero que se enfade. En lo que respecta a mi padre, tengo la firmeza de la gelatina.

Edward se acercó un poco más a ella, poniendo su mano sobre sus rodillas y deslizando los dedos por la parte interna de su brazo. Avanzaba lentamente. No quería asustarla.

-Tienes mucha firmeza, Bella -dijo, negándose a creer que no pudiera imponer su voluntad cuando se le antojara.

Por el rabillo del ojo, notó que el helado que ella sostenía en la otra mano empezaba a derretirse, pero no dijo nada. Aún. Una pequeña gota de choco late se deslizaba por el barquillo, directa a los dedos de Bella.

-El otro día, ni siquiera pude atarme la sandalia después de que me interrogaras, Edward. No soy precisamente la candidata ideal a la Mujer del Milenio.

Él vio que la gota de helado tocaba los dedos de la otra mano de Bella y se preguntó qué haría ella si se los lamía. Seguramente, limpiarle una gota de chocolate era un acto de caballerosidad. ¿No?

-Eso no tiene nada que ver con tu falta de firmeza -le aseguró él. Y luego, incapaz de resistirse por más tiempo, le lamió la mano, con helado y todo, y pasó la lengua por sus dedos con la misma determinación que ella había utilizado para lamer el helado. Su piel tenía un sabor dulce y empalagoso que despertaba el deseo de seguir lamiéndola. Cuando por fin, con gran esfuerzo, consiguió refrenar sus ansias, se inclinó un poco hacia delante y susurró-: Pensaba que ese incidente del zapato tenía más que ver con que no llevabas nada debajo de la gabardina.

Ella apartó la mano y se puso muy colorada.

-¿Cómo te diste cuenta?

-No me di cuenta... hasta que vi la cinta. Pero en cuanto vi los zapatos rosas tuve la impresión de que cuando te interrogué en casa de Garrett llevabas la misma ropa que en el vídeo.

Ella asintió. Edward estuvo a punto de gruñir. El simple reconocimiento de Bella de que así era lo excitó de manera casi insoportable. Quizá no fuera la candidata ideal para el título de Supermujer del Milenio, pero desde entonces y para el resto de su vida sería la reina de sus fantasías más eróticas.

-Debía de estar loca para grabar esa estúpida cinta -dijo Bella.

-A mí me pareció una gran idea -le aseguró Edward-. Sobre todo, al final, cuando el corsé se te...

Ella le puso una mano sobre la boca para impedir que le recordara que el corsé se le había caído al suelo.

-Eso fue un accidente.

La palma de su mano se curvó sobre los labios de Edward mientras que sus dedos le acariciaban la mejilla. Edward le dio un leve mordisco en un dedo para que le quitara la mano de la boca. Pero, al hacerlo, se quedó con las ganas de seguir saboreando su piel tersa.

Deseó estar con ella en su casa, en vez de en un lugar público. Deseaba más que nada en el mundo explorar la atracción que sentían el uno por el otro y comprobar si, desnuda, Bella era la mitad de hermosa de lo que él recordaba.

Edward sacudió la cabeza.

-Cariño, estás completamente equivocada. Lo que a ti te parece un accidente, a mí me parece un increíble golpe de suerte.

.

.

Bella sentía un cosquilleo en el dedo, allí donde Edward la había mordido. No había contado con que la mordiera para hacerle apartar la mano, pero debería habérselo imaginado. Edward no tenía una pizca de cautela en todo su cuerpo.

Y, por más que Bella se dijera que no le convenía, lo cierto era que le gustaba. Estar con él resultaba excitante. Tanto a nivel emocional, como a nivel intelectual y, desde luego, no tenía sentido negarlo, también a nivel sexual.

¿Sería la mujer más inmoral del mundo por desear seducir a Edward dos días después de haber planeado seducir a otro hombre? En ese momento, sentada junto al hombre más carismático que había conocido, no estaba segura de que le importara.

Aquello, al fin y al cabo, era diferente. Realmente, no había consumado su plan de seducir a Garrett, gracias a Edward. Este le había impedido cometer un error de proporciones monumentales al abrirle los ojos acerca de la otra vida de Garrett. Además, Edward se había mostrado como un caballero al devolverle su arma secreta, aunque la hubiese visto.

Confiaba en él. Y lo deseaba.

Lo único que tenía que hacer era llevárselo a su casa y... despertar su inspiración.


mañana leeremos si lo invita o no a su piso¿?, que creen¿?, lo invitará¿?, aceptará Edward entrar al piso de la princesa del Hampa¿? jejejeje. hoy no mañaaaaaannnaaaaaa, jejeje, un besote y espero sus comentarios, que son como vitaminas. muakis.

Capítulo 5: Esa es mi cinta! Capítulo 7: Quédate hasta mañana

 
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