Capitulo V: She is the sunlight. The sun is gone.
De modo que había algo más aparte de mí que estaba apunto de acabar con ella. Pero yo estaba totalmente fuera de esa batalla… a pesar de querer mantenerla con vida, finalmente ese era su destino. No quise resignarme a aceptar y continuar con mi camino, dejando de ser el que adelantase lo previsto.
—Quieres decir que… de un momento a otro, ella acabará muriendo —me costó formular esa sola frase. Era tan difícil aceptar que una vida a la que habías dado tanto valor… Me llevé los dedos al puente de la nariz, acariciándolo con fuerza. Necesitaba pensar, calmarme. Sentía rabia.
—En principio no tiene por qué ser algo que suceda a corto plazo —explicó mi padre—. La enfermedad tiene un largo proceso y las terapias prolongan la independencia de todos los enfermos. Lo más importante ahora es que ella sea consciente de lo que le sucede para que afronte así todo lo que viene. Necesitamos ralentizar el proceso a como de lugar. Ella es una adolescente y eso puede hacerle perder muchas cosas…
—Su vida misma está en juego, Carlisle —espeté, sin teniendo en cuenta que mi padre no era culpable de lo que le pasaba a la chica. Me sentí avergonzado por mi comportamiento, cuando él me miró. Algo nuevo asomó en los lindes de su razonamiento. Me veía a mí, a través de sus ojos, y podía reconocer al monstruo, pero había algo más. ¿Era dolor? ¿Sufrimiento? Carlisle analizó detenidamente cada una de mis expresiones desde que había llegado.
Ansia, curiosidad, tristeza, rabia, impotencia. Gritaba en su fuero interno, procurando que yo no escuchara, sin tener éxito.
—A pesar de todo lo que te he enseñado… siempre he sabido que lo que menos te preocupa de las personas a las que no matas es su vida …—no, él no podía estar pensando en eso…—, entonces hijo, ¿es que acaso esta muchacha te interesa en otro sentido?
—No —negué, eso no podía ser—, el único interés que tengo es el de su sangre, pero no deseo que alguien muera por mi culpa, mucho menos ella que tiene los días contados — ¿por qué me sentía tan mentiroso? Ni siquiera para mí, mis propias palabras, sonaban sinceras. Yo deseaba egoístamente seguir disfrutando de la presencia de esa humana en mis días, lo deseaba pese a no vislumbrar claramente algún otro motivo que el evidente.
—Edward… llevo años teniéndote en mi familia, y siempre te has caracterizado por ser un hijo ejemplar… pero no creo que quisieras salvar a la chica Swan desde el principio, por salvar tu alma—calló, entendiendo lo incómodo que me estaba resultando todo ese interrogatorio.
—El otro motivo es la lealtad que os debo —me refería a ellos, mi familia. Y sí que les debía lealtad y en principio ese había sido uno de los alicientes. Pero sólo en principio. Ahora tenía unos motivos mucho más mezquinos.
—Me guardaré mis teorías por respeto a tu intimidad. Sólo espero que seas consecuente, hijo. Nada más.
Agaché la cabeza. No supe qué más decir, y empecé a dudar si sería correcto ir a ver a Bella mientras mi padre estuviera presente. ¿Pensaría él que eso era una falta de respeto?, de hacerlo, yo lo sabría, pero no tenía la certeza de querer oírlo. En todo caso, haría lo que, finalmente, siempre hago. Correría tras ella, para salvarla, a pesar de ya hallarse al borde del precipicio.
—Puedes ir a verla, pero al menos espera a que su padre se marche —me advirtió nada más irse. Mi padre me conocía mejor de lo que yo mismo, y sabía la magnitud del alcance de mis deseos. Se fue, murmurando algo que entendí perfectamente, porque él quería decírmelo pero no se atrevió en primera instancia: —“Tengo miedo que te obsesiones con ella. Tendemos a magnificar los sentimientos a veces, y se confunden. No te equivoques, no te precipites. Ella no es como nosotros y no comprenderá.”
Pensé en ello, en toda nuestra conversación y me acobardé. Si permanecía cerca de ella, al pendiente, lo que yo pensaba que era el deseo por su sangre y calidez, tendería a magnificarlo todo. Entonces me obsesionaría y aunque era se marchara lejos, yo la perseguiría. Esperé en la puerta a que el padre de Isabella se marchase, parecía no querer separarse de su hija ni un minuto. Su mayor prioridad en ese momento era su hija. Era un buen padre y, por eso, no comprendí la razón por la cual ocultarle algo tan grabe a la muchacha. Escuché cuando ella habló.
— ¿Ahora vas a decirme que no tengo nada malo? —inquirió. Parecía inquebrantable decisión.
—No se a qué te refieres hija —mintió él. Sentí rabia, quise ir allí en ese mismo momento y contarlo todo lo que pasaba. Ella no se merecía tanto ocultismo a su alrededor.
— ¿Por qué no? —su voz parecía no provenir de ella. Noté cómo el nudo en la garganta le impedía hablar con claridad. — ¿Recuerdas cuando era pequeña y me perdí en el bosque de detrás de casa? Me hiciste prometer que no se lo contaría a mamá, y yo lo cumplí. A cambio, tú juraste que siempre me protegerías, que ibas a ser sincero conmigo en todo momento. —Isabella empezó a sollozar. Quise acudir a su lado, para secar sus lágrimas. Me moví dispuesto, pero detuve el movimiento al darme cuenta de mi estupidez. Sentía pena de ella, o eso creí. — Cuando Reneé y tú se separaron, tardaste una semana en decírmelo, pero yo creí que era mejor perdonarte la demora y esperar. Finalmente me lo dijiste y recuerdo que lloré toda la noche. Creía que si tú me lo decías, iba a ser más cierto, porque sólo confiaba en lo que saliera de tus labios. —Sorbió por la nariz. —Confío en que sea lo que sea que esté pesando me lo digas, pero también espero que suceda antes de que sea demasiado tarde.
Escuché los pasos del jefe Swan dirigirse a la salida. ¿Iba a hacer realmente lo que pensaba? ¿La dejaría sola con la duda? Me enfurecí en ese mismo instante por su egoísmo y porfía. Cuando estuvo frente a mí, pensé que iba a atacarle. Hubiera sido delicioso hacerle sufrir lo mismo que él lo hacía con ella, pero vi la confusión y la tristeza en sus ojos y me calmé. También se reflejaba en ellos el dolor que sentía al ver la imagen de su hija, llorando desconsolada, y me imaginé lo duro que sería para ella vivir todo esto sin su padre. Le abrí paso, decidido a seguirle, sin embargo, aunque mis intenciones no eran malas ya. Le alcancé cerca de la cafetería, siendo único testigo de lo roto que estaba su corazón.
—Dígaselo —respondí a sus pensamientos. Deseaba encontrar las palabras, pero no las encontraba. —Ella merece saberlo.
Se giró para mirarme, contrariado; con ganas de mostrarse furioso, pero no lo consiguió.
— ¿Qué sabes tú, muchacho? —preguntó. — ¿Quién demonios eres?
Procuré que mi voz sonara amable y convincente. Necesitaba conseguir la verdad, por ella y para ella.
—Soy Edward Cullen…
— ¿Eres el hijo del docor Cullen, entonces? ¿Por qué me has seguido? —pretendía infundir inseguridad en mí, pero le resultaría muy difícil lograrlo.
—Mi padre es Carlisle Cullen, está en lo correcto —mi objetivo estaba claro. Lo alcanzaría a como de lugar—, y me gustaría pedirle que se ponga en el lugar de su hija. Ella necesita saber la verdad. Un buen padre no le negaría algo así a un hijo.
— ¿Y qué vas a saber tú de hijos, si no eres más que un mocoso? —despotricó en mi contra toda la furia que escondía en sí mismo.
—No pretendía ofenderle —tampoco quería ponerlo en mi contra—; tan sólo quería aconsejarle con respecto a la enfermedad de su hija Isabella.
— ¿Quién te dijo eso? ¿Tu padre? ¿Por qué te importa?, ¿es que acaso la conoces?
—En primer lugar —empecé a responder, gentilmente, preparando mi mentira—, mi padre no tiene nada que ver en esto, es evidente lo que su hija padece, sólo hay que ver los síntomas. —Aclaré mi garganta, sentí que mi voz salió ronca al recordar por lo que tenía que pasar Isabella. — En segundo lugar, voy con su hija a algunas clases y es una buena chica. No creo que merezca que alguien le oculte algo que es tan importante para ella. Lamento si me he inmiscuido demasiado en sus problemas familiares, pero ese es mi punto de vista.
— ¿Sabes por qué dices todo eso? —su pregunta me sorprendió. Esperaba un insulto o algo parecido después de su primera reacción. —Mira… cuando mi hija era pequeña, fue a un campamento de verano y tuvo un accidente. Llamaron diciendo que tenía graves fracturas y que, muy posiblemente, ni siquiera fuese a caminar. Me culpé por no haber podido cuidar de ella ese verano, de haberlo hecho, el accidente no hubiera ocurrido. Cuando llegué al hospital, mi mujer me contó llorando la situación y me dijo que, por favor, fuera yo quien le diera la noticia. Que nuestra Bella aún no era consciente de lo que le sucedía —sus ojos se anegaron de lágrimas, le fue imposible continuar, pero lo hizo—. Entré en la habitación y vi a mi hija llena de heridas, con sus hermosos ojos redondos llenos de lágrimas. Me dijo que había estado esperándome toda la noche, que algo le pasaba y quería que yo la curase. Que confiaba en mí. Le recité una y otra vez la misma rima de siempre, diciéndole que se curase. Cuando terminé, le conté la verdad. Empezó a llorar y a pedirme que lo remediase y yo me sentí tan impotente y culpable que no supe qué decirle. Busqué al mejor terapeuta que encontré y logramos solucionar el problema. El día en que ella se curó, vino a mí, dándome las gracias y haciéndome prometerle que nunca jamás le sucedería nada malo. Con el tiempo ella lo olvidó, sus psicólogos identificaron que el suceso había sido muy traumático para ella y su mente decidió borrarlo. Desde ese día me prometí que jamás le sucedería nada malo…
Empezó a llorar, sin poder controlarse. Me parecía tan increíble ver a un hombre tan maduro, como si fuera un niño. Él amaba a su hija más que nada en el mundo y yo había intentado arrebatársela. Ella era lo único que él tenía.
—Hace unos meses su madre me volvió a llamar para contarme que nuestra hija había tenido un accidente. Había caído de bruces al suelo, y se había fracturado la barbilla. Tuvieron que operarla, pero un médico especializado en neurología se interesó en los síntomas que explicó mi ex mujer, y decidió examinarla. —Se llevó las manos a la cabeza, exasperado. —Desde entonces, cuando supimos los resultados, busco la forma de decírselo. Ella confía en mí y odio traicionarla de esa manera, pero no sé cómo. —se acercó a mí, mirándome fijamente. —Ahora que lo sabes todo, muchacho… me gustaría que te comprometieses conmigo en algo.
Pensé en ello. En todo lo que me había contado. No quise ser más egoísta con él, además de ser consciente de que esa decisión no me competía tomarla a mí. Si en alguien confiaba ella, era en su padre. Entonces ¿quién era yo para inmiscuirme? Un vínculo mucho más grande les unía. Yo no tenía nada que hacer contra eso.
—Puede contar con mi total apoyo, sólo tiene que decirme lo que quiere y lo haré encantado —era sincero en mis palabras.
—Me gustaría ser yo quien le contase toda la verdad a Bella.
—No tendrá ningún inconveniente por mi parte, jefe Swan. —Quería disculparme, por haber sido tan duro con él en un principio, pero no sabía todo lo que se escondía tras todo ese ocultismo en el que envolvía la verdad de su hija.
—Gracias muchacho —se lanzó a mí, para abrazarme. Le devolví el abrazo aún sorprendido y sentí la necesidad de darle todo mi apoyo a ese hombre. Lo merecía, por todo el sufrimiento que le estaba causando la enfermedad de su hija.
Aquella tarde decidí ir a cazar. Deseaba ver a Bella y para eso, tenía que estar en condiciones. Cuando entré en casa, me inquietó aquel olor tan familiar que imperaba en el ambiente. Seguí el sonido de las voces familiares que casi gritaban en la cocina, para comprobar que no me había equivocado. Tanya se lanzó a mí nada más verme, envolviéndome con sus brazos.
— ¡¿Qué haces aquí?! —Exclamé.
—Hola Tanya, mucho gusto verte después de tanto tiempo, te eché de menos —carismática, se separó de mí y me lanzó una mirada de reproche. —Parece que no te gustase mi presencia aquí.
—En absoluto.
Tanya me simpatizaba. Era una mujer bella y era agradable conversar con ella. Claro, siempre y cuando nuestra conversación no tomase la dirección equivocada. Lamentaba no haberla correspondido cuando sus sentimientos hacia mí cambiaron, hubiera hecho cualquier cosa por no hacerle daño. Fingiendo sentir algo que no también la hubiera herido. Eso me consolaba, en cierto modo.
—Ella viene a contarnos algo —dijo Alice, contestando a mis pensamientos. —Aunque será mejor que esperemos a Carlisle…
—De eso se trata, quisiera esperar a que Carlisle también estuviera presente.
—En ese caso —intervine yo—, tengo que ir de caza, así que intentaré volver lo antes posible.
—Espero que sepas que tenemos algo muy importante de lo que hablar Edward—vociferó Rosalie. Sabía de qué se trataba, aunque la ignoré por completo y salí de la casa con prisa.
Los pensamientos obscenos de Tanya me detuvieron de golpe, me giré hacia ella, para reírme de su provocación. Lo estaba haciendo adrede, a pesar de que sabía que eso no funcionaba conmigo.
—No cambias —le dejé saber, una vez emprendimos de nuevo la marcha, juntos.
—Sencillamente te vi algo tenso y decidí bromear un poco—sus palabras era sinceras, pero tenían un toque de mentira también. No es que yo fuera un ególatra, pero sabía que no le era indiferente.
Mi visión periférica se centró por completo en la caza. Odiaba ser tan poco caballeroso con ella, pero siempre me obligaba. Como no sabía de qué forma responder a sus pensamientos, me limitaba a callar e ignorarla. Nunca se me había dado bien relacionarme con mujeres, mucho más difícil resultaba con féminas que eran de mi agrado, pero de una forma distinta. Más inocente, por decirlo de alguna forma.
—Siempre eres tan serio Edward...
Capté el olor enseguida. Me encaramé en lo alto de un árbol y observé la manada de ciervos que pastaban agrupados en un pequeño claro del bosque. Tanya hizo lo propio.
Escuché el sonido del gruñido felino que se escapó entre sus dientes. Mis músculos se tensaron y en respuesta, el monstruo afloró a la superficie, dispuesto a alimentarse. La sangre animal no era tan apetitosa como la de un humano, mucho menos la de los herbívoros, pero servía para saciar la sed, cuando vivías de nuestra forma. La cuestión era esa, mantener acallada la sed para poder convivir con humanos. Bajé del árbol ágilmente y sin hacer el más mínimo ruido, Tanya me siguió tan ágil como siempre solía serlo. Me miró, con los ojos de un negro azabache tintando su hermoso rostro de maldad. Corrí hacia la manada y me lancé sobre el primer animal que pude encontrar.
El éxtasis me invadió, y terminé con la vida del animal, bebiendo hasta la última gota de su sangre. Enseguida corrí en busca de otro, dándome cuenta de que Tanya me superaba en número.
— ¡Dos a uno! —exclamó, victoriosa.
Me lo tomé como un reto, y bebí tanto como pude del siguiente animal, sintiendo cómo su cuerpo intentaba liberarse de mi agarre. Corrí para atrapar al resto de los ciervos que escapaban de nosotros, a lo lejos, y sentí la libertad de ese momento. Tanya reía y saltaba a grandes zancadas por el bosque, llevándose por delante algunos arbustos a su paso. La perseguí, y tiré de su mano para dejarla atrás. Si quería ganas, debía hacer trampas, aunque fuera poco caballeroso. Pero me sentía superado por la sensación de libertad que me embargaba en ese momento, y tomé la confianza suficiente como para hacerlo. Me lancé sobre el siguiente animal, causándole un daño tremendo al caer todo mi peso sobre él. Su sangre estaba espesa y eso me resultó asqueroso. El miedo volvía la sangre intomable, de modo que lo deseché enseguida y detuve la competición. Ya no estaba tan sediento, y además, el resto de los animales se encontrarían igual que este último.
— ¿Estaba asqueroso verdad? —se burló.
Ella sabía que eso sucedía; yo mismo tenía ese conocimiento, pero por un momento me había olvidado. Escupí la sangre que había en mi boca e hice una mueca de asco.
—Recuérdame que no vuelva a hacer eso.
Tanya soltó una risa tan sonora que hizo que algunos pájaros salieran huyendo de sus nidos.
—Me gustas más así, salvaje y desenfadado.
Se acercó, adiviné sus intenciones y me puse rígido. En un abrir y cerrar de ojos estaba a mi lado.
—Eres tan hermoso Edward —su voz era un murmullo.
No quise volver a ofenderla con mi rechazo, pero no sería correcto corresponder a un contacto que no deseabas. Trague los escasos restos de sangre que quedaban en mi boca, y detuve su mano cuando se dirigía a ella.
—Tanya, espero que no mal entiendas lo sucedido hoy aquí.
— ¿A qué te refieres? —Ella sabía perfectamente lo que quería decir.
—Rosalie me lo contó todo, Edward —me informó.
Es decir, Tanya había estado ocultándome algo que había escondido con maestría en su mente. Ella sabía de Isabella. ¿Sería eso lo que le había traído hasta aquí?
—No es algo de lo que me apetezca hablar contigo —supe que mis palabras la habían ofendido, se alejó de mí—. Ni con nadie, no te lo tomes como algo personal.
—Yo te podría contar lo que sé acerca de ello.
Supo qué decir y cómo decirlo para despertar mi curiosidad. Respondí como ella esperaba.
— ¿Me lo dirías?
—Es tan sencillo que me sorprende que ni siquiera Carlisle lo haya sabido antes, Edward —caminó un poco entre la maleza, se agachó para coger una flor que había más allá, y acarició su piel con ella, apenas rozándola.
Le resultó placentero el contacto. Me sentí incómodo. ¿Por qué tenía que hacer y pensar esas cosas delante de mí?
—Entonces, dilo sin preámbulos.
Volvió hacia mí, tomó mi mano y levantó la manga de mi cama, dejando libre mis muñecas. Vi las venas de azul verdoso bajo ellas, más marcadas que de costumbre. Siempre pasaba cuando estábamos de caza, la parte más monstruosa de nuestro ser salía a relucir.
—La primera vez que lo hice, no me imaginé que fuera a ser tan placentero —acercó los pétalos de la flor a mi muñeca, deslizándola con suavidad por ella, hasta llegar a la palma de mi mano. Empezó a girarla en círculos, pétalo a pétalo, y una sensación familiar me golpeó por completo.
La recordé a Isabella, y lo placentero que había sido acariciar su piel. Anhelé su contacto, al igual que la sangre que corría por sus venas, y mi garganta ardió en deseo. Me quemó el pecho.
Abrí los ojos, sorprendido. Arranqué mi mano del contacto de Tanya, avergonzado y rabioso a la vez. Mis músculos se tensaron. Vi en sus ojos que volvía a lucir como el monstruo que era y un bramido se escapó de mi pecho ardiente. Ella sonrió, triunfante.
—Su sangre canta para ti —dijo por fin. —Es como si no existiese nada más cuando ella está, nada más que su sangre, que el latido de su corazón. Es placentero y doloroso.
— ¿Cómo sabes tu eso? —me calmé, al comprobar que lo único que ella quería conseguir era preocuparme.
—A todos nos pasa alguna vez Edward —a ella mismo le había pasado, las imágenes se sucedían por sus ojos; eran borrosas, quizá porque ella quería olvidar—, pero no todos los que cantan corren la misma suerte que tu humana. Ten cuidado, si no la matas tú, lo hará Rosalie por ti. Decídete. La seguridad que le ofrece tu familia le gusta demasiado, como para dejar que un simple humano lo arruine todo.
Rosalie no se atrevería, no si yo lo impedía. Ella no tenía ningún derecho a tomar decisiones en algo sobre lo que sólo yo podía decidir. Bella viviría, y de mi cuenta corría que así iba a ser.
—Ella no hará nada si yo se lo impido —le advertí.
—Sin la aprobación de Carlisle tampoco. Es sensata. —Lanzó la flor al suelo y me miró. —Vámonos Edward, se hará tarde.
Apenas de mi cuenta que la noche se cernía sobre nosotros. La piel pálida de Tanya refulgía a la luz de la luna. La miré, sus cabellos también estaban un poco revueltos, su ropa intacta.
Me interné en su mente, hurgando un poco en sus pensamientos. Le había entristecido nuestra conversación, pero sobretodo recordar. Empezó a rememorar situaciones que me resultaron incómodas, ajenas, y quise no mirar a través de sus ojos, pero me fue imposible. Ella le amaba. Había amado al humano que había cantado para ella. Sus ojos, su respiración, su calidez, su sangre, el latido de su corazón… apagándose cuando la última gota de sangre sació la sed de Tanya. No sabía si involuntariamente, ella estaba recordando, o si lo hacía para que yo me diera cuenta que por mucho que amases a alguien, y cada una de sus características, era imposible resistirse a algo tan fuerte como lo que le había sucedido.
Vi los ojos del hombre que un día ella amó, y también los ojos de Isabella. Había pánico, pero también resignación. Él había estado dispuesto a caer por ella. Me detuve de golpe, en el porche de mi casa, y miré mis manos. El oxígeno escaseaba en mí, a pesar de que no necesitarlo. Anhelé una nueva bocanada de aire que aliviase el nudo en mi pecho. Respiré, entrecortado e intenté calmarme.
Volví a decidir por enésima vez que no sería yo el verdugo de Isabella, pero el sólo hecho de saberla lejana me devastaba. Tanya me miró desde la puerta de la entrada y supo que me iría. Sabía que la buscaría para asegurarme de que estaba bien. Mi dependencia era enloquecedora, al igual que lo había sido la suya. Dependía de su vida, pero también deseaba su sangre. Qué clase de broma macabra del destino era esta.
Para cuando llegué al hospital, las luces de su habitación ya estaban atenuadas. Dudé en si era correcto estar ahí, pero si quería entrar debía hacerlo en ese momento. No parecía haber nadie en las cercanías de su habitación, y juraría que su padre tampoco estaba por el silencio de su habitación. Cuando los humanos duermen, muchas veces se escapa algún pensamiento. Tenté en busca del latido de su corazón. Estaba sola.
Entré enseguida, haciendo el más mínimo ruido, y me sentí aliviado al poder verla. Sus latidos eran la música más relajante que podía escuchar, la tensión de mis músculos remitió y una oleada de su calor impregnada de esa fragancia tan enloquecedora me golpeó, dejándome debilitado. Ella dormía plácidamente. Eso me reconfortaba. Su tranquilidad. En ese momento ella estaba en calma, todo lo que podía hacerle daño desaparecía. Me acerqué más, poniendo mi rostro más cerca de ella para poder sentir su olor. Me dolió, pero resultó nuevamente delicioso. Era un maldito masoquista, lo sabía, y también era consciente de que si ella se diera cuenta de esa obsesión enfermiza que yo sentía por ella se asustaría. Nota mental: jamás le permitiría saber cuán necesaria era ella para mí.
Me di cuenta justamente en ese momento, en que mi obsesión se magnificó. Sentí como algo se rompía en mí, cuando escuché un murmullo escaparse por sus labios.
—Necesito saberlo —susurró. —Dímelo —volvió a insistir.
Quise poder tener la capacidad de leer su mente, que me diera permiso a entrar. Pero su cabeza estaba vetada para mí. Sentí que no aguantaría más la tentación, cuando su aliento golpeó mi cara. Entonces empezó a moverse, inquieta. Sus ojos chocolate se encontraron con los míos en un suspiro. Presa del pánico, desaparecí, confundiéndome con la oscuridad de la habitación, para así salir. Esperé, escondido tras un pasillo, avergonzado y con el corazón en un puño. Dejé de respirar y vi que la luz de su habitación se encendía. Lancé un gemido cuando vi que se asomaba por la puerta, mirando hacia un lado y otro del pasillo. Frunció el seño y volvió a entrar. Aproveché ese momento para volver a casa.
Ver a Isabella me había tranquilizado, pero los recuerdos de Tanya seguían torturándome. Hacían que me sintiera culpable por no intentar evitar la catástrofe. Confié en mí, en que sería lo suficientemente fuerte como para resistir. Mantendría a Bella con vida, aunque eso supusiera sacrificar el perdón de mi condena.
Recibí las gotas de agua de la ducha con ansias. Deseaba que el frío de mi cuerpo fuera atenuando por su calidez. Necesitaba sentirme vivo otra vez. Recordé su aroma, la calidez y suavidad de su piel. La dulzura de su aliento y la exquisitez de su sangre. Volví a observar las venas de mis muñecas en ese momento, cuando el agua chorreaba por mi cuerpo y recorrí su camino, con la yema de mis dedos. Mi piel se sentía cálida, por un momento me creí humano. Por un momento en mi miserable existencia, creí que estaba vivo de verdad, y eso era en parte gracias a ella.
Bajé nada más acabar con mi ducha, mi familia me esperaba junto a Tanya, todos sentados en la mesa de comedor. Realmente, no necesitábamos tenerla, pero servía para las reuniones familiares en situaciones que debían ser tratadas por todos. Tanya tenía algo más que decir, aparte de hacerme saber qué era lo que ocasionaba que Isabella fuera tan irresistible para mí.
—Lo que os venía a contar, es algo que nos afecta como comunidad —empezó a decir Tanya. Supe por dónde iban los tiros, pero me forcé a no mostrar abiertamente mi preocupación. —Hace un tiempo, empezaron a desaparecer muchos habitantes de la zona en donde vivimos. Al principio no tuvimos ninguna sospecha, no sabíamos de qué se trataba y como eran asuntos meramente humanos, decidimos no inmiscuirnos —hizo una pausa, ordenándolo todo en su cabeza. —El problema empezó cuando nos encontramos con un grupo de nómadas, del cual formaban parte algunos neófitos. En cuanto les informamos que nosotras vivíamos en esa zona, lo primero que dijeron fue que no pretendían quitarle el territorio a nadie, que sólo estaban juntando algunos amigos. También les informamos de que estaba completamente prohibido romper con el orden de nuestro mundo, y ellos respondieron con que sabían perfectamente cuáles eran las normas de los Vulturi y que enseguida se marcharía. Que ya habían acabado su trabajo allí.
— ¿Y os dijeron qué querían exactamente? —preguntó Carlisle.
—La verdad es que no —respondió Tanya—, entonces nos decidimos a seguirles el rastro. No nos fiábamos de ellos ni de su especial interés en reclutar neófitos para su grupo de travesía, así que les perseguimos.
—Entonces, ¿qué pasó Tanya? —le instó Carlisle. Tanya frunció el ceño al recordar.
—Enviamos, en primera instancia, a un chico que hace muchos años vivía con nosotros, asegurándole que yo iría siguiéndole los pasos y guardando su espalda. Nos comunicábamos de vez en cuando, hasta que un día me dijo que tenía algo que contarme, pero que en ese mismo momento no podía. Al día siguiente, quedamos, pero nunca llegó.
—Ellos le mataron… —afirmó Alice.
—Encontramos su ropa colgada de un árbol —si hubiera podido, juraría que Tanya iba a llorar en ese momento—. Había una hoguera consumida al lado de la ropa y una nota de advertencia.
Extendió la nota en dirección a Carlisle y él la tomó, leyéndola en voz alta.
“No os atreváis a seguirnos más, o ateneos a las consecuencias. La guerra está a punto de empezar. Debéis elegir a quién seguir, hacerlo será todo un provilegio, no nos obliguéis a quitároslo.”
— ¿Una guerra? —exclamó Alice, levantándose de golpe. Intentó ver más allá de las palabras, pero no lo logró. Su poder no tenía tal alcance. Deseó que sí.
—He dudado si debía o no ponerme en contacto con los Vulturi, pedir una audiencia, ya sabéis… —dudó en su decir lo siguiente, temía que la tomasen por cobarde, pero tenía sus razones para no querer proceder, y eran respetables. —Vosotros sabéis nuestra postura para con los Vulturi. En principio no tenemos buena relación, y si tentamos a la suerte, puede que se decidan a terminar con nosotros al igual que lo hicieron con nuestra madre.
—Pero vosotros sois inocentes, no pueden hacer nada —Rosalie parecía frustrada. Tanya le simpatizaba, odiaba que tuviera que ser juzgada por un pasado que ella no había condicionado.
—Seré yo quien hable con Aro —dijo Carlisle, según lo previsto. Él tenía una buena relación con ellos, de modo que el único que podría intervenir a favor de Tanya era él. —Le conozco, y sé que él no tendría ningún problema en perdonaros la vida, pero Marcus y Cayo no son tan fáciles de convencer. Harán creer a Aro que vosotras estáis confabulando en su contra, y sólo os ganaréis la muerte.
— ¿Y qué haremos nosotros mientras? —preguntó Emmett. Estaba emocionado. La palabra guerra le había resultado tentadora.
—Creo que, en principio, debéis esperar a hablar con él —interrumpió Tanya.
— ¿Por qué? —quiso saber Carlisle.
—Porque ellos están camino aquí —respondí. —Tanya ha procurado adelantarse, pero le ha sido fácil sólo porque han estado recluyendo soldados desde Denalí hasta aquí.
Tanya asintió a mi respuesta.
—Les tomé delantera al darme cuenta que se detenían. Hacen una parada cada ciertos kilómetros y se toman su tiempo.
—Están siendo selectivos —Jasper se puso de pie y empezó a andar hacia donde estaba situado Carlisle. —Para formar un ejército como el que ellos necesitan, tienen que ser selectivos. De otro modo, la rebelión fracasará.
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