EL ARISTOCRATA

Autor: kristy_87
Género: Romance
Fecha Creación: 07/02/2011
Fecha Actualización: 31/05/2011
Finalizado: SI
Votos: 9
Comentarios: 41
Visitas: 54658
Capítulos: 23

 

En busca del amor Él tenía oscuras sospechas acerca de Bella y de sus padres. Era celoso, irritable y exigente; enigmático, encantador y todo un aristócrata. ¿Por qué, entonces, Isabella Swan, se había enamorado locamente de su primo conde Edward de Massen?

 

Este fic no es mío es de GUISSY HALE CULLEN.

 

 

TERMINADO

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Capítulo 6:

 Hola a todos, hoy he recibido una buena noticia y to eso os dejo 2 capitulo y mañna tb subire lo que no se si sera 1 ó 2 jajaja.

Por favor voten y cometen.

muxisimas gracias x leer.

bss

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-No, Isabella, me temo que nosotros jamás seremos simplemente amigos. Ella observó la alta y delgada figura que se alejaba hacia el castillo, con el perro a su lado.

Una hora más tarde, Bella se reunió con su abuela y Edward para el desayuno, y la anciana dama le preguntó cómo había pasado la noche. La conversación discurrió por los cauces correctos, aunque bastante aburridos, y Bella advirtió que la condesa estaba haciendo un esfuerzo por atenuar la tensión que había producido la confrontación de la noche anterior.

Tal vez, decidió, no se consideraba adecuado iniciar una disputa ante un plato de croissants.

"¡Qué encantadoramente civilizados somos!". Reprimiendo una sonrisa irónica, Bella imitó la conducta de sus acompañantes.

-Le gustaría explorar el castillo, Bella, ¿verdad? Alzando la vista mientras dejaba el tarro de crema sobre la mesa, la condesa revolvió su café con una mano perfectamente manicurada.

-Sí, madame, me encantaría -convino Bella con la esperada sonrisa en los labios-. Más tarde me agradaría hacer algunos bocetos desde el exterior, pero antes me fascinaría conocer su interior.

-Por supuesto. Edward -dijo, llamando la atención del conde que bebía displicentemente su taza de café-, esta mañana debemos acompañar a Bella en su visita al castillo.

-Nada me resultaría más grato, abuela -dijo él, depositando la taza en el platillo de porcelana china-. Pero me temo que esta mañana estaré muy ocupado. El nuevo toro que hemos importado llegará hoy y debo supervisar su traslado.

-¡Ah, el ganado! -La condesa suspiró y se en cogió de hombros-. Piensas demasiado en el ganado. Había sido la primera afirmación espontánea que Bella advirtiera desde su llegada al castillo, y la registró automáticamente.

-¿Entonces se dedican a la cría de ganado?

-Sí -confirmó Edward mirándola fijamente-. La cría de ganado es el negocio principal del castillo.

-¿De verdad? -exclamó Bella con exagerada sorpresa-. No pensé que los de Massen se ocupasen de asuntos tan mundanos. Imaginaba que se limitaban a sentarse y contar a sus siervos. Los labios de Edward se curvaron ligera mente y asintió con la cabeza.

-Sólo una vez al mes. Los siervos tienden a ser muy prolíficos. Bella se echó a reír pero un segundo después, cuando el gesto sombrío de Edward lanzó una señal de alarma a su cerebro, concentró toda su atención en el café que aún quedaba dentro de su taza.

Finalmente, la condesa se encargó en persona de acompañarla en su paseo por el irregular castillo, explicándole su historia mientras pasaban de una asombrosa habitación a otra.

El castillo había sido construido a finales del siglo XVII y, a pesar de que ya llevaba erigido casi trescientos años, no era considerado como Viejo según los cánones bretones. El castillo en sí y las propiedades circundantes habían sido legados de generación en generación al hijo primogénito y, aunque se habían efectuado algunas reformas que lo habían modernizado, era básicamente el mismo que vio atravesar el puente levadizo al primer conde de Massen y a su esposa.

Para Bella era la esencia misma de un encanto perdido y eterno. La fascinación y el inmediato afecto que había experimentado al ver el castillo por primera vez no hicieron sino aumentar a medida que avanzaba en la exploración de sus innumerables rincones. Una galería de retratos, Bella descubrió la oscura fascinación de Edward reproducida a lo largo de los siglos. Aunque se percibían ciertas variaciones de generación en generación, permanecían el inveterado orgullo, el porte aristocrático y aquel esquivo aire misterioso.

Se detuvo delante de uno de los antepasados del siglo XVIII, cuyo parecido con Edward era tan notable que la obligó a acercarse al cuadro para estudiarlo detenidamente.

-¿Encuentras a Carlisle interesante, Bella? -preguntó la condesa, siguiendo la trayectoria de su mirada-. Edward se le parece, ¿no crees?

-Sí, es asombroso. Los ojos, juzgó ella, eran demasiado seguros y demasiado vivos, y, a menos que se equivocara, la boca había conocido a un gran número de mujeres.

-Tenía fama de ser un poco, digamos, salvaje -continuó la condesa con indudable admiración-. Se dice que su pasatiempo favorito era el contrabando. Era un verdadero hombre de mar. La historia cuenta también que, encontrándose en Inglaterra, se enamoró perdidamente de una mujer de aquel país y, sin paciencia suficiente para mantener con ella una relación prolongada y formal, la secuestró y la trajo al castillo. Se casó con ella, naturalmente, y allí puedes ver su retrato.

-Señaló una pintura que reproducía los rasgos de una muchacha inglesa de piel nacarada y de unos veinte años-. La hermosa Esme Platt. No parece desdichada. Después de este último comentario, la anciana condesa se alejó por el corredor, dejando a Bella absorta en la contemplación del rostro sonriente de una novia raptada hacía dos siglos.

El salón de baile era enorme y en la pared más alejada se veían grandes ventanas con vitrales. Otra pared estaba totalmente revestida de espejos y reflejaba los brillantes prismas de las tres arañas que arrojaban su rutilante luz como si fuesen estrellas silenciosas en el techo surcado por gruesas vigas de madera. Elegantes sillas estilo Regencia, de respaldo rígido y bellamente tapizadas, se distribuían estratégicamente para aquellos invitados que sólo desean contemplar a las parejas que evolucionaban sobre el suelo resplandeciente.

Bella se preguntó si Carlisle había ofrecido un baile de boda para su esposa Esme, y decidió que indudablemente así lo habría hecho. La condesa guió a Bella a lo largo de otro estrecho pasillo hasta unos empinados escalones de piedra que ascendían describiendo una espiral hacia la torre más alta del castillo. Si bien la habitación estaba prácticamente desnuda, Bella lanzó una exclamación de alegría al avanzar hacia el centro de la misma y mirar a su alrededor como si estuviese llena de tesoros. Era amplia y completamente circular, y estaba bien ventilada.

Las altas ventanas que la circundaban permitían que los radiantes rayos del sol besaran cada rincón de aquel espacio. Sin apenas esfuerzo, se imaginó a sí misma pintando en aquel lugar durante horas y disfrutando de una sobre cogedora soledad.

-Tu padre utilizaba esta habitación como estudio -le informó la condesa con voz severa, y Bella abandonó sus fantasías y se volvió para enfrentarse a su abuela.

-Madame, si su deseo es que yo permanezca en el castillo, creo que debemos llegar a un acuerdo. Si no podemos hacerlo, no tendré más alternativa que marcharme. -Logró mantener la voz en un tono firme, controlado y severamente cortés, pero sus ojos delataban la lucha que libraba para no estallar-. Yo amaba a mi padre y también a mi madre. No voy a tolerar el tono que usted emplea cuando se refiere a él.

-¿En tu país es normal que un joven se dirija a sus mayores como lo haces tú? La regia cabeza de la anciana se alzó con orgullo y su irritación era evidente.

-Sólo puedo hablar por mí misma, madame -contestó Bella, irguiéndose bajo el dorado resplandor del sol-. Y no comparto la opinión de que la edad implique necesariamente sabiduría. Y tampoco soy tan hipócrita como para aparentar que estoy de acuerdo con usted, mientras se dedica a insultar a un hombre al que amé y respeté más que a ninguna otra persona.

-Tal vez sería conveniente que no hablásemos de tu padre mientras vivas con nosotros. La réplica de la condesa era, obviamente, una orden, y Bella sintió que hervía de furia.

-Yo creo todo lo contrario, madame. Estoy decidida a descubrir qué fue lo que ocurrió con esa Madonna de Rafael y a lavar ese estigma que usted ha puesto sobre su nombre.

-¿Y cómo piensas conseguirlo?

-No lo sé -contestó ella-, pero lo haré. -Empezó a pasearse por la habitación y extendió las manos en un gesto absolutamente francés-. Tal vez se halle oculto en el castillo o, quizás lo cogiera alguna otra persona. -Se volvió hacia la condesa con un arrebato de furia repentina-. O tal vez usted vendió la pintura e hizo recaer la culpa sobre mi padre.

-¡Eres insultante! -exclamó la condesa y la ira se hizo evidente en sus ojos azules.

-¿Usted llama a mi padre ladrón y dice que yo soy insultante? -replicó Bella, sosteniendo la mirada de la condesa con el mismo fuego-. Yo conocía a Charlie Swan, condesa, y él no era un ladrón, pero a usted no la conozco. La condesa observó durante un momento y en silencio a la joven, mientras las llamas azules de sus ojos se convertían en una mirada reflexiva.

-Eso es verdad -reconoció con un leve asentimiento-. Tú no me conoces y yo no te conozco. Y si aún somos dos extrañas no puedo hacer recaer la culpa sobre tu cabeza. Y tampoco puedo culparte por algo que ocurrió antes de que nacieras. La anciana se dirigió hacia una de las ventanas y observó el paisaje.

-No he cambiado de opinión en cuanto a tu padre -dijo finalmente y, volviéndose, alzó una mano para interrumpir la réplica de Bella-. Pero me temo que no he sido justa en lo que concierne a su hija. Tú, una desconocida, has venido a mi hogar porque yo te he invitado, y mi comportamiento ha dejado mucho que desear. Te pido disculpas por ello. -Sus delgados labios se curvaron en una sonrisa-. Si estás de acuerdo, no volveremos a mencionar el pasado hasta que nos conozcamos mejor.

-Muy bien, madame. Bella se mostró de acuerdo, sintiendo que tanto la solicitud como la disculpa eran una especie de bandera de paz.

-Tienes un corazón sensible acompañado de un espíritu indomable -observó la venerable anciana y en el tono de su voz se advertía cierta aprobación-. Es una buena combinación. Pero también tienes un genio muy vivo, ¿verdad?

-Evidentemente -admitió Bella. -Edward también es muy dado a los exabruptos y a los súbitos estallidos de mal genio -le informó la condesa cambiando de tema-. Él es fuerte y obstinado, y necesita una esposa igualmente fuerte, pero que tenga el corazón sensible. Bella se sintió perpleja ante la ambigua afirmación de su abuela.

-La compadezco -comenzó a decir Bella, pero luego entornó los ojos cuando la sombra de una duda creció en su cerebro-. Madame, ¿qué tienen que ver conmigo las necesidades de Edward?

-Él ya ha llegado a la edad en que todo hombre necesita una esposa -dijo simplemente la condesa-. Y tú has superado la edad en que la mayoría de las mujeres bretonas ya están casadas y criando una familia.

-Sólo soy medio bretona -le recordó ella, distrayéndose por un instante del núcleo de la conversación, y sus ojos se abrieron de sorpresa-. Seguramente usted no... ¿No estará pensando que Edward y yo...? ¡Oh, qué hermosamente ridículo! -Se echó a reír y el estridente cómico retumbó en las paredes desnudas-. Madame, lamento desilusionarla, pero al conde no lo intereso en absoluto. No le caí en gracia desde el momento en que me vio en la estación, y yo también me veo obligada a admitir que él me resulta indiferente.

-¿Qué tiene que ver todo eso con lo que yo he dicho? -preguntó la condesa, al tiempo que aventaba las palabras de Bella con un leve movimiento de su mano. Bella dejó de reír y meneó la cabeza con incredulidad al descubrir las intenciones de su abuela.

-¿Ha hablado ya con el conde de todo este asunto, condesa?

-Sí, desde luego -reconoció la condesa. Bella cerró los ojos y se sintió desbordada de furia y humillación.

-No me extraña que Edward me rechazara apenas me vio... ¡entre esta absurda situación y lo que él piensa de mi padre! -Apartó la mirada de su abuela y rapidamente se volvió hacia ella con creciente indignación-. Usted se ha extralimitado, condesa. Hace ya mucho tiempo que los matrimonios concertados pasaron a la historia.

-¡Uf! -La exclamación pretendía ignorar las palabras de Bella-. Edward es demasiado orgulloso para aceptar cualquier cosa que haya sido dispuesta por otra persona y veo que tú también estás hecha de la misma madera. Pero -una leve sonrisa iluminó el rostro anguloso mientras Bella la miraba con ojos incrédulos-, eres una joven muy atractiva y Edward es un hombre viril y encantador. Tal vez la naturaleza..., ¿cómo se dice?, siga su curso.

Bella sólo pudo observar boquiabierta el rostro inescrutable de la condesa.

-Ven. -La anciana caminó hacia la puerta . Aún te queda mucho por ver.

Capítulo 5: Capítulo 7:

 
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