El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61024
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 5: HISTORIA DE MIS CALAMIDADES

Lo que no le dije a nadie es que yo seguía sin tener intenciones de ir al baile. Si bien mi sentido del equilibrio había mejorado enormemente desde mi transformación, seguía sin poder bailar. Además de una serie de otros detalles menores, pero no por eso menos importantes, claro.

Fue por eso que el domingo a la noche busqué en la guía telefónica el número de los Cullen, decidida a hablar con Edward y cancelar la cita. O al menos, ponerlo sobre aviso que tendría que ir solo, y ponernos de acuerdo sobre la excusa que daríamos por mi ausencia.

Marqué el número y esperé mientras el teléfono sonaba al otro lado de la línea. Si había esperado hasta el domingo al anochecer era precisamente porque no quería hacer eso, pero era necesario.

-Buenas noches –me saludó una voz amable.

-Buenas noches, habla Bella Swan –dije, recordando lo que Reneé me había enseñado sobre los modales a la hora de llamar a alguien: quien llama, tiene que presentarse primero-. ¿Hablo con la casa de la familia Cullen?

-Sí, Edward Cullen habla aquí –me contestó la voz amable.

-Eh, sí, hola, Edward –tartamudeé. No había reconocido su voz al teléfono-. Llamo para decirte que… lo lamento, pero no voy a ir al baile.

-¿Por qué no? –quiso saber él. Su voz seguía siendo correcta, con ese toque seductor que me desconcentraba.

-La verdad, bailar es algo que está claramente fuera de mis posibilidades –admití-. Eso, sin mencionar mis ojos rojos, ya que difícilmente podré usar mis lentes; mi tendencia a desear chupar la sangre de quien se me ponga a tiro; y mi imposibilidad de respirar cerca de los seres humanos en espacios cerrados, hacen que ir a un baile sea algo imposible para mí. Lo lamento.

Un pequeño silencio siguió a mis palabras.

-Entiendo. De hecho, me parece que estás haciendo un enorme esfuerzo, día a día, por lo atacar a nadie –me dijo con lo que me pareció sincera admiración-, y es verdad, un baile no es un lugar muy seguro. ¿Te gustaría ir conmigo a otro lado? No tiene mucho sentido que te invite a cenar, pero… hay otros lugares a los que podemos ir… oh, espera un momento –dijo de pronto, irritado. Escuché una serie de forcejeos, risas y voces serias antes que la voz de Edward regresara-. ¿Hola? ¿Estás ahí?

-Sí, claro. ¿Qué pasó?

-Nada serio –me dijo con naturalidad-, Emmett estaba haciendo una serie de chistes sobre invitarte a un banco de sangre a cenar. Tuve que ir a decirle que lo decapitaría en cuanto acabe de hablar por teléfono.

No pude evitarlo, empecé a reír con ganas al imaginarme la escena: Edward persiguiendo por la casa a su hermano con un hacha.

-Sí, ríete, me atormentará durante los próximos cincuenta años con esto –medio se quejó Edward, pero tan teatralmente que sólo pude reír más. Hablar con él por teléfono era tan fácil, tan cómodo…

-Tiene que haber algo turbio en su pasado con lo que puedas avergonzarlo –le sugerí.

-Es cierto, podría empezar enumerando las casas que él y Rosalie destruyeron cada vez que la pasión fue demasiado violenta… no, eso no avergüenza a ese degenerado, sólo lo hace sentir orgulloso –comentó, y pude oír una risa profunda además de la voz de Edward, seguida de un "¡es más de lo que puedo decir de ti!" gritado por Emmett.

-Entonces, ¿quieres salir conmigo a un lugar libre de humanos… -su voz dudó antes de completar la frase- …como si fuese una cita?

De no ser porque mi corazón ya no latía, se hubiese desbocado en ese instante.

-Yo… no estoy segura –confesé.

-¿Qué es lo que te hace dudar? –quiso saber él, ansioso-. Por favor, sé honesta. No dudes en decirme que no es conmigo con quien no quieres ir si es así… ¡Diablos, Emmett, controla tus malditos pensamientos! –rugió de pronto, sobresaltándome-. Lo lamento, Emmett está insoportable. ¿Podrías darme tu número de teléfono? Yo te llamo en un rato, desde un lugar donde no haya nadie… estorbando –bufó la última palabra.

Le dicté velozmente el número telefónico de casa.

-Te llamo en cuanto haya descuartizado a Emmett, ¿sí? Prometo que no tardo nada. Hasta pronto –acabó y colgó.

.

Me quedé esperando en la cocina, donde estaba el teléfono, mayormente feliz de que Edward no se hubiese enojado, pero también un poco preocupada. Al cabo de cinco minutos el aparato sonó, y yo atendí de inmediato.

-¿Hola?

-Hola, Bella, ahora sí podemos hablar –me dijo. Sonaba tranquilo-. Entonces, ¿qué es lo que no te hace sentir segura? Por favor, dime la verdad, no te preocupes en ser diplomática.

-Es que… me siento insegura –admití-. Todo esto es muy nuevo para mí. No sólo lo que soy ahora, también esto de… salir con alguien.

-También es nuevo para mí –confesó él-. Me refiero a lo de salir con alguien. Yo… nunca antes salí con nadie. Por eso Emmett se burlaba tanto, dice que me comporto como un idiota.

-Edward, ¿llevas mucho tiempo siendo… esto? –le pregunté impulsivamente, y me arrepentí al instante-. Perdón. No quise preguntar, yo...

-Bella, ¿por qué te estás disculpando? No hay nada ofensivo en tu pregunta –me respondió, un poco sorprendido-. Y en respuesta a tu pregunta, sí, llevo casi noventa años de esta… existencia. Nací en Chicago, en 1901, y fui transformado en 1918. Me estaba muriendo de gripe de española, mis padres ya habían fallecido, y no tenía a nadie. Carlisle, mi… padre en tantos sentidos, me encontró en el hospital y me transformó.

-¿Tienes casi un siglo de edad? –jadeé, atónita.

-Sí, ¿se me nota mucho? –bromeó Edward, que parecía encontrar mi reacción muy graciosa.

-Para nada –murmuré, todavía atónita-. Entonces… ¿no envejecemos nunca?

-Nunca –me respondió, mucho más serio-. Tampoco nos enfermamos. Por otro lado, no podemos concebir hijos, y prácticamente no maduramos tampoco. Estamos completamente congelados, en nuestros gustos y caprichos, virtudes y defectos.

Un silencio de un par de segundos siguió a sus palabras.

-¿Bella? ¿Hace mucho que… fuiste mordida? –preguntó con voz muy suave.

-Un par de meses… el tiempo que llevo viviendo en Forks, más tres semanas –respondí-. No sabía… nadie me explicó nada de esto…

-Quien sea que te haya mordido, fue muy irresponsable al dejarte sola –dijo Edward con tono desaprobador, que se volvió comprensivo a medida que seguía hablando-. Nadie te explicó en lo que te habías convertido, ni las precauciones que debías tomar, ni los cambios que esto te causaría, ¿verdad?

-Nadie –admití en un susurro, obligándome a no apretar el auricular del teléfono tan fuerte, por miedo a romperlo-. Yo… había salido de noche a sacar la basura a la calle. Mi madre y Phil, su nuevo marido, no estaban en casa; él es jugador en un equipo menor de béisbol y habían viajado por una semana por un torneo que se disputaba en otro estado… en Florida, me acuerdo.

Reí levemente, un poco histérica.

-¿No es una locura que recuerde este tipo de cosas con tanto detalle? Saqué la basura, hasta dejé la puerta de casa entreabierta porque iba a volver enseguida. Dejé las bolsas, y cuando me giré para regresar a casa… -no pude evitar un estremecimiento-. No sé qué pasó. Algo, o alguien, me mordió en el cuello, por detrás. Ni siquiera lo vi.

-¿Qué pasó después? –me preguntó Edward en voz baja.

-Me desplomé –murmuré, mi memoria inundándose de todo tipo de terribles detalles de mi metamorfosis-. Todo empezó a arder, desde la herida, hacia el resto de mi cuerpo… conseguí arrastrarme hasta dentro de casa y cerrar la puerta de una patada. Mordí un almohadón que encontré en el piso, eso amortiguó mis gritos lo suficiente como para que los vecinos no llamaran a la policía. Un dolor horrendo, espantoso, me torturó durante lo que me pareció una eternidad, aunque luego pude comprobar que sólo fueron tres días… pero en ese momento, completamente sola y tragándome los gritos contra el tejido de algodón, me pareció mucho más.

Me pareció escuchar la respiración entrecortada de Edward al otro lado de la línea, pero no estuve muy segura, y honestamente tampoco me importó demasiado. Estaba contando mi historiador primera vez, y sabía que él me creería. Era como sacarme un veneno de adentro, o un peso de encima.

-Lo siguiente que recuerdo con claridad es cuando… desperté, o lo que sea que haya hecho. Era de noche –musité. Recordaba el momento con perfecta nitidez-. Aún estaba en el suelo, con el almohadón en la boca… lo escupí, y de inmediato me di cuenta de la terrible sed que tenía. Pero no era sed de agua, de gaseosa, ni de nada de eso. Era… otra cosa lo que quería. Me levanté, y por instinto miré la hora. ¿Tienes idea del susto que me llevé cuando me di cuenta que podía oír la corriente eléctrica en por los cables, que podía ver las motas de polvo que arrastraba el aire, y que podía oler el cuero de los zapatos de mi madre que estaban bajo el sofá?

Pude reírme de mí misma cuando se lo conté a Edward, pero en ese momento había sido aterrador.

-Y entonces… -mi voz descendió tanto que solo otro vampiro podría haberme oído-, entonces en la calle se produjo un tiroteo. No era la primera vez que pasaba, yo vivía en uno de los barrios más pobres de la gran ciudad, y a veces había persecuciones de la policía, carreras ilegales de autos, o allanamientos en busca de drogas que acababan a los tiros. No quiero decir que fuera cosa de todos los días, pero ya había pasado dos o tres veces antes –aclaré, intentando que Edward comprendiera exactamente lo que había pasado-. Lo que Reneé y yo hacíamos en esos casos era simple: nos tirábamos al piso, nos manteníamos lejos de las ventanas y esperábamos que pasara. Ya lo tenía tan interiorizado que esa vez reaccioné igual… hasta que olí la sangre –admití con un hilo de voz-. Eso me hizo enloquecer. Salté por la ventana abierta, sin que me importara nada, ni las balas, ni la posibilidad de ser herida, nada.

Mi voz había empezado a temblar, al igual que ya desde hacía rato temblaba todo mi cuerpo. Me esforcé en seguir hablando, tenía la certeza que una vez que hubiese dicho todo, me sentiría mejor.

-Corrí hacia donde estaba el hombre herido. Creo que dos o tres balas impactaron en mi espalda y mi brazo, pero no me lastimaron. Fue una molestia, no una herida lo que me causaron. Entonces llegué…

Tuve que tomar aire profundamente e intentar calmarme antes de seguir hablando. Tenía los ojos cerrados, pero ante mis párpados desfilaban, monstruosos, los recuerdos.

-Tenía dos agujeros en el pecho, y digo agujeros, porque eso era lo que parecían. Creo que habría podido meter un dedo de haber querido. Pero peor era el cuello… el disparo lo había atravesado. El hombre ése sangraba y sangraba, estaba ahogándose, o quizás asfixiándose, no sé. No me importó. Sólo me importó apretar mis labios contra la herida más grande, la del cuello, y succionar sin detenerme por nada en el mundo. Hasta cerré los ojos –admití, mi voz quebrándose-. Sólo lo solté cuando ya no hubo más sangre que sacar de él. Entonces lamí las heridas del pecho, sin querer dejar ni una gota…

De pronto, unas manos suaves y tibias en mis hombros me hicieron reaccionar. Abrí los ojos de golpe, al mismo tiempo que soltaba el teléfono, que quedó colgando del cable, balanceándose grotescamente.

Edward estaba frente a mí, y en su cara había comprensión y compasión. No me juzgaba ni me consideraba un monstruo, sin importar que yo acabara de confesarle que había rematado a un hombre herido.

Sin dudarlo, me arrojé a sus brazos, apretando mi rostro contra su pecho, sollozando sin lágrimas. Al igual que después del accidente de Tyler, Edward me abrazó gentilmente, murmurando con suavidad, frotando círculos en mis hombros.

Me tomó un rato largo calmarme. Cuando pude dejar de llorar, aún no quise soltarlo, y él no dio muestras de querer desprenderse de mí. Por me rehice lo suficiente como para seguir hablando, pero no consideré necesario desasirme. Era más fácil hablar con la cara enterrada en su camisa, oliendo maravillosamente a limpio y a Edward, tan suave, tan perfecto, tan adictivo.

-Recién después de haber bebido hasta la última gota me di cuenta de lo que había hecho –susurré, y Edward se sobresaltó un poco, como si no hubiese esperado que yo siguiera hablando, pero no me soltó y siguió trazando círculos a la altura de mis omóplatos-. Me horroricé. Creí haberme vuelto loca, o salvaje… hasta pensé que había contraído rabia.

Me reí ligeramente, y él se rió también, sin verdadera alegría.

-Fue una noche muy larga. Me contemplé al espejo durante horas. Pensé mucho, reflexioné. A la mañana siguiente, salí al balcón, a pleno sol… no es que quisiera matarme, pero me sentía tan inhumana que pensé que era preferible convertirme en un montoncito de cenizas, y de paso probar mi teoría sobre si realmente me había convertido en un… vampiro.

Suspiré suavemente, inhalando el maravilloso olor de mi confidente.

-Me encandilé a mí misma –admití con un poco de vergüenza-. Sólo tenía puesto un short, y una blusa sin mangas. El brillo fue enceguecedor. Probado que el sol no me destruía, tuve que replantearme si verdaderamente era un vampiro o no. Tras mucho ensayo y error, tenía tantos puntos a favor de que no, como de que sí. Había bebido la sangre de ese hombre, y mi sed parecía limitarse únicamente a la sangre. Eso me hacía un vampiro. Pero no me afectaban el sol, las estacas, las cruces ni el ajo. Eso eran puntos en contra para mi teoría.

Edward seguía acariciando mi espalda de un modo tan relajante que de haber sido un gato podría haber comenzado a ronronear. Tuve que concentrarme en seguir con mi relato.

-No dormía en un ataúd, es más, no dormía en absoluto. Pensé al inicio que quizás se debía solo a que no tenía un ataúd a mano, pero pronto me di cuenta de que tampoco tenía sueño, hiciera lo que hiciese. Mis nuevos sentidos me distraían constantemente, y mi nueva súper fuerza fue todo un problema los primeros días… rompí montones de cosas sin querer, abollé el picaporte de la puerta de la cocina sólo por sujetarlo con demasiada fuerza, casi me asfixié a mí misma el día que me eché desodorante en aerosol. ¡No tenía idea que tuviese un olor tan fuerte!

Los dos reímos, más animados.

-Las cosas más bochornosas las fui descubriendo poco a poco. Me tomó casi dos días descubrir que no necesitaba ir al baño, o que no traspiraba. Descubrí por casualidad que no necesitaba respirar; eso fue muy útil. Me tomó una semana darme cuenta que no necesitaba parpadear, y casi dos meses el que ya no tendría que preocuparme por… el ciclo, la regla, el período… eso.

Edward no hizo comentarios, lo cual era de agradecer. Seguí hablando con rapidez, lo peor de mi historia había pasado, y estaba acercándome al presente.

-Para cuando regresaron mi madre y Phil, yo ya llevaba tres días siendo… esto, y sabía bastante bien qué podía hacer y qué no. Estaba claro que ir a la escuela en un lugar tan soleado como es Phoenix no era una opción. Tampoco lo era contarle la verdad a Reneé, ni a nadie. Lo había pensado mucho. La opción más simple era desaparecer, quizás después de desordenar un poco la casa, tirar un par de cosas y llevarme el dinero, como si hubiese tenido lugar un robo y secuestro o algo así. Pero si hacía eso estaría preocupando muchísimo, e inútilmente, a Charlie y Reneé, y también a Phil. Yo sabía que no podía seguir al lado de ellos, que era peligrosa, pero… tampoco quise convertirme en un caso no resuelto de las crónicas policiales. No era ese tipo de vida el que quería para mí.

El abrazo de Edward se hizo más fuerte, como si intentara protegerme de mis recuerdos.

-Ya había dejado caer la posibilidad de mudarme a Forks para darle a Reneé más libertad de viajar con Phil, y los dos se habían negado. Mi madre puede ser un poco despistada, pero no es idiota, y sabía perfectamente que yo odiaba Forks. Ella no quería que yo hiciera ese tipo de sacrificio. Sin embargo, después de lo que me había pasado, Forks no sólo era una salida brillante, sino que me parecía la única solución. Tenía a mi padre aquí, de modo que tenía mi techo asegurado; pondría el casamiento de Reneé como excusa. Todo encajaba, era un plan perfecto.

-Suena impecable en la teoría –admitió Edward-. ¿Qué tal te fue en la práctica?

-Mejor de lo que creí –admití, todavía un poco sorprendida por lo relativamente bien que había salido todo-. Le dije Reneé sobre el tiroteo que había tenido lugar, que yo había estado afuera y que había visto morir a ese hombre, que una bala me había rozado el brazo, sin lastimarme, pero que estaba muy asustada, que Phoenix me parecía aterrador, y que me quería ir a Forks en ese mismo instante –suspiré, triste al recordar esa discusión-. Fue muy duro. Renené intentó de mil maneras convencerme, Phil también aportó lo suyo, pero no hubo forma de que me persuadieran. Mi negativa a ir a la escuela les pareció muy rara, y mi nueva manía de quedarme encerrada en mi cuarto con las persianas cerradas y sin dejar entrar un rayo de sol, ni te cuento.

-Tienes un autocontrol superior a cualquiera que haya conocido, excepto tal vez Carlisle, si conseguiste mantener toda esa discusión con tu madre sin atacarla –me dijo Edward, muy admirado.

-No creas que fue fácil –me reí sin ganas-. Esos días perfeccioné mi técnica de no respirar, y practiqué tomar aire que no oliera a… comida, y a usarlo muy racionadamente. No fue nada fácil, pero recordándome siempre que era mi madre, que no era comida, y que me arrepentiría hasta el fin de los tiempos si la atacaba, logré contenerme.

-Admirable –murmuró él.

-Por fin, dos semanas después de mi declaración sobre que me iba a vivir a Forks con o sin su aprobación, y que me iría [a dedo/haciendo autostop] de ser necesario… no te rías, a Reneé no le causó ninguna gracia –lo amonesté, mientras Edward no dejaba de sacudirse levemente en una risa silenciosa-. Por fin, todo estuvo listo. Había conseguido los lentes con cristales de color, y corté los dedos de unos guantes viejos que me quedaban pequeños. Me vestí con pantalones largos, camisa manga larga y hasta un ridículo sombrero, intentando que no me diera el sol en ningún momento de camino al aeropuerto. Era la prueba de fuego, el último momento en que podía ser descubierta… o al menos eso me pareció.

-¿Y después?

-Me despedí de mi madre, no respiré en todo el viaje, me esforcé en no comerme a Charlie en cuanto lo tuve cerca, y comencé las clases en una nueva escuela repleta de deliciosos humanos… y donde también había un quinteto de otros que eran como yo, pero cuatro me resultaban aterradores, y sólo una no parecía dispuesta a cortarme en trocitos a la menor ocasión –resumí.

-¿Te parecimos aterradores? –Edward sonó asombrado al preguntarlo.

-Ya lo creo. Jasper me observaba como si creyera que yo era una mujer-bomba dispuesta a inmolarse en cualquier momento llevándose consigo a media escuela. Emmett parecía aburrido y mayormente me ignoraba, lo cual era casi un alivio –enumeré-. Rosalie, no sé qué hice para caerle tan mal, pero era bastante obvio que me detestaba…

-Atraías la atención de más chicos que ella –me confió Edward-. Rose está acostumbrada a ser siempre la más hermosa, y no tolera la competencia.

-Pero yo nunca tuve ningún interés en competir con ella –respondí, asombrada-. Lo único que siempre quise fue que me dejaran en paz…

-Ya, pero… no es tan simple. ¿Y por qué te parecía aterrador yo?

-Porque no dejabas de mirarme con curiosidad, como si yo tuviese la respuesta a todas las preguntas del universo escrita en la cara y te esforzaras en leerla –le dije en voz baja, agradecida de no tener que estar mirándolo a la cara mientras lo admitía-. Me ponía de los pelos que me miraras así.

-Es que eres fascinante. En serio –insistió Edward ante mi risita de incredulidad-. Creo que ya te mencioné que puedo oír las mentes de los que están a mi alrededor, pero no funciona contigo. Eras la persona más interesante de toda la escuela, la única que no me gritaba todo lo que pasaba por su cabeza. Además, parecías haber desarrollado una conciencia, un autocontrol suficiente como para mezclarte entre los humanos sin cometer masacres. Por si fuera poco, eres hermosa, y me evitabas como si yo tuviese la peste. Una combinación irresistible.

-¿En serio puedes oír los pensamientos? –le pregunté, todavía recelosa-. ¿Como… telepatía?

-Algo así. Sólo puedo oír lo que pasa por la mente de la persona en ese momento; ocasionalmente vislumbro imágenes, cuando la persona piensa en ellas. Eso es más común en los niños, ellos piensan mucho en imágenes, formas y colores, y poco en palabras. A medida que crecen, piensan más usando palabras –explicó-. Me pasó algo raro con tu padre, algo que no noté hasta hace poco. En su caso no puedo oír las palabras exactas que piensa, sino sólo sacar el tono, el tenor. Sus pensamientos están parcialmente velados, tengo que concentrarme para saber qué es lo que pasa por su cabeza.

-¿La cabeza de Charlie no está bien? –pregunté, preocupada.

-¿Me preguntas si Charlie está bien, cuando acabo de confesarte que yo escucho pensamientos ajenos en mi cabeza? –Edward parecía entre incrédulo e irónico-. No te preocupes, la cabeza de tu padre, hasta donde pude ver está bien, sólo que tiene… como una especie de protección. Cuando noté eso, empecé a comprender un poco mejor lo que ocurría con tu mente. Mi teoría es que tienes una especie de escudo mental, que te protege… por ejemplo, de mis intromisiones.

-¿Mi supuesto escudo tiene algo que ver… con lo que soy?

-Supongo que sí. Quiero decir, yo no podía oír los pensamientos ajenos antes de ser transformado –explicó Edward-. Carlisle tiene una teoría, según la cual cada uno trae de su vida humana algo, que se convierte, amplificado, en su… don, o poder, o como quieras llamarlo. Entonces, cabría suponer que en mi vida humana yo era muy hábil adivinando los pensamientos de los demás, con lo cual al transformarme… adquirí esta capacidad.

-Entonces, suponiendo que me hubieses conocido cuando yo todavía era… humana –mi voz tembló levísimamente al usar el tiempo pasado para referirme a mi humanidad-, ¿podrías haberme leído la mente?

-Oído tu mente –corrigió Edward-. La mente no es un libro, que abres y lees donde se te antoja. Es muy compleja y profunda; yo sólo alcanzo a vislumbrar la superficie. Volviendo a tu pregunta, no sé –admitió, reflexivo-. Considerando que la mente de Charlie está parcialmente velada, es posible que la tuya ya estuviese protegida por tu escudo mental mientras aún eras humana… o quizás no. Tal vez también estaba protegida en parte, como la de tu padre, y me hubiese resultado más complejo, aunque no imposible, oír lo que pensabas. No sé, no estoy seguro… nunca había encontrado a nadie que me bloqueara por completo.

Permanecimos en un agradable silencio durante unos minutos, hasta que con pesar me decidía a separarme de él. Me liberé lentamente de su abrazo, y levanté la vista para mirarlo a los ojos, insegura de lo que iba a encontrar.

Edward parecía calmado, reflexivo, pero cuando notó que yo lo estaba observando, un poco de incomodidad se instaló en sus facciones.

-Bella, perdón por meterme en tu casa sin permiso y sin golpear la puerta –se disculpó, avergonzado-. Cuando me convencí que hablar por teléfono en una casa donde toda la familia estaba escuchando lo que yo decía y pensando sus comentarios (Emmett es el peor, pero los demás también opinaban) era imposible, tomé mi teléfono móvil/celular y me fui al bosque a hablar. No tenía intenciones de venir a molestarte, pero noté tu voz tan alterada, que pensé… que quizás estarías mejor si yo estaba acá personalmente. Perdón, por favor, fui descortés, yo…

-Está bien –susurré, sin quitar la vista de sus enigmáticos ojos dorados-. Creo que necesitaba ese abrazo.

Otra vez nos quedamos mirándonos con un poco de incomodidad, muy quietos. Yo, por puro acto reflejo, no respiraba, aunque no había razones para no poder inhalar en su presencia. Su pecho, en cambio se movía lentamente. Por fin me decidí a inhalar otra vez, al mismo tiempo que lo hacía él. Lentamente, fuimos acompasando nuestras respiraciones, hasta que llegó el momento que respirábamos sincronizadamente.

-Creo que… debería irme –musitó él después de mil años o un minuto, no estoy segura.

-Charlie no está en casa… se fue a pescar con sus compañeros de trabajo de la comisaría –dije, no sé bien por qué.

-Lo sé, hubiese oído su mente en algún momento de otro modo –respondió Edward con una leve sonrisa-. ¿Quieres que me quede un rato?

-Sí –le respondí de inmediato, antes de recordar se cortés-. Si quieres y puedes.

-No es como si tuviese que irme a dormir –bromeó él-. Y no te lo hubiese ofrecido si no me estuviese muriendo de ganas. Bueno, muriendo, metafóricamente –rectificó.

Sólo pude reír yo también.

.

Pasamos esa noche sentados en el sofá. Hablamos mucho, sobre todo de los recuerdos de nuestras vidas humanas. Él admitió que no podía recordar gran cosa, el paso del tiempo volvía borrosos los recuerdos humanos hasta para la mente de un vampiro.

Yo le conté sobre Reneé, mi infancia, sobre cómo mis padres se habían fugado juntos cuando apenas salían de la adolescencia creyendo que esa acción tan increíblemente romántica aseguraría una vida de felicidad conyugal que duró exactamente quince meses y una hija. Le describí mi postre favorito, le conté sobre los libros que había leído, mis vacaciones en Forks con Charlie, las excentricidades de mi madre, su matrimonio con Phil, la afición de Charlie a la pesca.

Él me contó sobre los distintos lugares donde él y su familia había vivido, todas las veces que había cursado la escuela secundaria, diferentes anécdotas de esas ocasiones… después me contó dónde había estado durante algunos de los hechos históricos más relevantes, lo cual fue la clase de historia más interesante que tuve en mi vida. Por ejemplo, Edward había estado en clase de Francés cuando le dispararon a Kennedy. Contado por él, la reacción de la gente común se convirtió en algo tan real y palpable que casi pude sentir que yo lo había vivido también.

Me explicó lo impresionante que había sido la primera película sonora, allá por el primer cuarto del siglo XX. La gente estaba tan impresionada como asustada por ese nuevo invento, que los más conservadores veían como algo diabólico. ¡Si sólo pudiesen ver la televisión actual!

El descubrimiento de la penicilina, la Guerra Civil española, el famoso discurso de Martin Luther King "Yo tengo un sueño", la Revolución Cubana, la guerra de Vietnam, el primer transplante de corazón, ¡la llegada del hombre a la luna! ¡Edward había visto la transmisión televisiva de Neil Armstrong pisando suelo selenita por primera vez!

La noche se nos pasó volando.

.

Al día siguiente, Edward y yo llegamos a la escuela juntos. Creo que ni siquiera Rosalie vestida con su minifalda más escasa llamaría tanto la atención como lo hicimos nosotros dos, pese a que nos limitamos realizar acciones perfectamente comunes: descendimos de mi Chevy uno por cada puerta, vestidos y peinados como siempre, caminamos hasta la entrada de la escuela uno junto al otro, ¡ni siquiera íbamos tomados de la mano! Edward me acompañó hasta mi primera clase, donde nos despedimos en la puerta con sendas sonrisas, pero no un beso apasionado ni nada por el estilo.

Fue entrar al aula, sentarme, y hacer lo imposible por ignorar el feroz murmullo y chismorreo que yo con mis supuestos oídos humanos supuestamente no podía oír. Ese infierno de conjeturas y versiones cada vez más fantásticas y escandalosas duró toda la mañana, y ni las amenazas del profesor pudieron amainarlo.

Edward y yo nos reencontramos en la cafetería para almorzar. Yo estaba agotada de fingir que no oía, pero él tenía el rostro entre las manos y ni siquiera se había molestado en comprar la comida que, como siempre, no comería. Como estaba sentado en una mesa aparte de su familia, me senté con él pertrechada de mi habitual gaseosa y le puse una mano en el hombro para llamar su atención.

-¡Ah, hola, Bella! –me dio una pequeña sonrisa cansada-. ¿Cómo lo llevas? –me preguntó en voz baja.

Yo me encogí de hombros y lo miré fijamente, intentando preguntarle con ese gesto cómo lo vivía él, que parecía mucho más agotado que yo. Edward suspiró, masajeándose las sienes.

- Todos esos pensamientos simultáneos, veloces y retorcidos, me están dejando exhausto. Me tenso cada vez que escucho mi nombre o el tuyo, me sobresalto al menor comentario, todo el tiempo estoy pendiente de que nos descubran… como lo que somos. Nunca deseé poder bloquearlos tanto como ahora.

Le pasé una mano por el cabello, en una caricia totalmente fraternal que ayudó a que él se relajara un poco. Pero al instante siguiente, gimió casi con dolor y se tapó los ojos. Los murmullos habían aumentado en la cafetería, todo el mundo nos miraba, y todos los pensamientos que lo bombardeaban debían estar produciéndole una migraña.

Sin pensarlo mucho, lo tomé del brazo y casi lo arrastré conmigo hacia fuera. Él no intentó resistirse demasiado, parecía cansado y distraído. Ya en el patio, tras asegurarme que el viento no trajese olor a humano, pude hablarle por fin:

-Tendrás que irte a tu casa –le propuse, sin soltar su antebrazo-. Dile a la enfermera que te duele mucho la cabeza. Uno de tus hermanos tendrá que llevarte, porque "enfermo" como estás no podrás conducir, pero eso será mejor que quedarte otro medio día escuchando todo lo que dice y piensa todo el mundo.

-Sí, me temo que es eso o enloquecer… -suspiró Edward, antes de gruñir con fastidio-. Por todos los Cielos, ¿cómo puede importarles tanto un simple romance estudiantil?

-No olvides que nos conocimos gracias a Lauren, de quien aún estás secretamente enamorado, pero ella es quien te rechaza por lo que le pediste ayuda para conquistarme a mí, algo que lograste gracias a los infalibles consejos de la maravillosa Lauren Mallory, aunque ella no quiso que se sepa porque toda su recompensa es que en el mundo haya más amor. Alguien tendrá que explicarme entonces cómo es que la misma Lauren se lo contó a todo el mundo, si se suponía que no debía saberse. A todo esto, yo estoy secretamente comprometida con Mike Newton, que es el amor de mi vida y con quien voy a casarme en secreto, pero también estoy esperando un hijo tuyo para sacarte dinero, como le confesé a mi íntima amiga Jessica Stanley –señalé, sonriendo con sarcasmo mientras hacía una combinación de tres de las principales historias que circulaban en ese momento-. Eso no es un simple romance estudiantil.

-Esos humanos ven demasiadas telenovelas –murmuró Edward, que parecía un poco asustado.

-¿En serio alguien se está creyendo todo eso? –le pregunté, un poco preocupada-. No es por mí, yo tengo la conciencia limpia, pero si alguna de esas versiones llegara a oíos de Charlie, tendré que dar muchas explicaciones…

-Nadie se está creyendo todo a rajatabla –me tranquilizó Edward-. La mayoría cree que hay algo más de lo que parece, pero se limitan a creer que llevamos un tiempo saliendo en secreto, o que somos pareja desde el fin de semana, o algo así. Los decepciona no habernos visto besándonos.

Me llevé una mano a los labios, automáticamente. Yo nunca había besado a nadie, y no estaba segura de querer empezar besando a Edward en ese lugar y momento.

-Y nuestra salida juntos de la cafetería fue interpretada como una confirmación de todas las sospechas sobre el apasionado romance que mantenemos –completó Edward con esa sonrisa torcida tan suya.

Frunció el ceño de pronto, molesto, pero no daba la impresión que fuese conmigo, porque miraba bastante lejos… hacia las ventanas de la escuela.

-Mike está astutamente escondido tras unas cortinas, espiándonos –me informó Edward en un susurro divertido, pero también enojado-. Cree que usé algún tipo de chantaje para obligarte a salir conmigo.

Normalmente Mike me caía bien. Sí, era un poco cargoso y un poco jactancioso, pero también un chico atento y amable cuando no estaba en plan seductor. Sin embargo, en ese momento toda simpatía había desaparecido como por arte de magia.

-¿En qué piensas? –me preguntó Edward, escrutando mi rostro.

-¿Te parece que si lanzo a Mike Newton desde la mitad del aula hacia la pared del fondo corro serios riesgos de romperle el cuello, producirle la fractura de un par de vértebras, o algo parecido? –cavilé en voz alta.

-Probablemente, le producirías un estallido de cráneo –aventuró Edward, complacido por mi vena sádica.

-¿Eso es mortal?

-Me temo que sí.

-Lástima –suspiré con fingida decepción.

Edward rió con ganas.

-De todos modos, es más prudente no ir a Biología hoy –comentó Edward como al pasar-. El profesor va a hacer la prueba del Rh para determinar el grupo sanguíneo de cada alumno. Iba a hacerlos el jueves pasado, pero no tenía suficientes micro lancetas para todos, y eso no es algo que se deba compartir –sonrió ampliamente-. De vez en cuando, faltar a clase es saludable, ¿no?

-Oh, no. Por favor, dime que ese test no incluye agujas ni pinchazos –me estremecí.

-Como si una simple aguja pudiese dañarte –rió él, desdeñoso-. Me preocupan más nuestros compañeros de clase. Estar pinchándose los dedos hasta sacarse sangre, con dos vampiros en el aula, es poco recomendable.

-Hum, sí… rayano en el suicidio para esos humanos, si comparten el aula conmigo –admití-. ¿Entonces qué vamos a hacer?

-Ir a mi automóvil a escuchar música y reírnos de los pensamientos de todos cuando se den cuenta que ninguno de nosotros dos fue a clase –propuso Edward con una enorme sonrisa de anticipación burlona, mirando al edificio escolar-. Aunque tengamos que casarnos después de esto.

-Casi prefiero ir a clase y explicarle al profesor por qué es la aguja la que se rompe y no mi piel –exclamé, espantada.

-¿Tanto le temes a los chismes? –preguntó Edward, sorprendido y un poco burlón.

-No, pero al matrimonio sí –le respondí, frunciendo el ceño ante su rostro extrañado-. No tengo intenciones de casarme antes de los treinta… bah, qué más da, ahora que sé que no envejezco, trescientos años me siguen pareciendo pocos para casarme. No es como si tuviese alguien en vista, tampoco –reconocí. Tyler, Mike y Eric no contaban, obviamente.

No comprendí muy bien por qué mis palabras lo conmocionaron tanto. Un abanico de emociones que parecía incluir todas las que yo conocía, y algunas que no también, pasaron por el rostro de Edward en los tres segundos siguientes. Sin mi vista vampírica posiblemente no hubiese notado nada, tan veloces e imperceptibles eran los cambios de su expresión, pero estaban ahí, sin duda.

-Vamos al auto –me dijo finalmente, mirándome de una forma muy rara.

¿Había dicho yo algo malo?

.

Permanecimos en el flamante volvo durante la hora de Biología, escuchando música clásica, en especial el Claro de Luna. Edward me informaba de vez en cuando de lo que creía tal o cual de nuestros compañeros que estábamos haciendo. Nos reímos mucho con varias de las ideas, aunque las suposiciones de Jessica me hubiesen hecho sonrojar de haber podido. Esa chica sí que tenía una mente pervertida…

Emergimos de nuestro tranquilo mundo de risas y susurros a volumen y velocidad vampírica para enfrentarnos a la triste monotonía escolar. Yo tenía Gimnasia, y Edward, Español.

Me deslicé hasta los vestuarios fingiendo una tranquilidad que estaba lejos de sentir. Reuní valor y entré al vestuario femenino a cambiarme para la clase, tratando de ocultar la estúpida sonrisa de alegría que después del rato compartido con Edward ya no abandonaba mi cara.

-¡Bella! –el chillido de Jessica estuvo cerca de romperme los tímpanos-. ¿Dónde estabas? –preguntó con avidez. Parecía casi decepcionada de verme con la ropa correctamente en su sitio, ni un cabello fuera de lugar y tan pálida como siempre.

-De vez en cuando, faltar a clase es saludable, ¿no? –le respondí, repitiendo lo que Edward me había dicho.

Me senté en el banco y empecé a desabrocharme la bota derecha, fingiendo que no me daba cuenta que todas y cada una de las miradas del vestuario estaban clavadas en mí.

-Edward Cullen tampoco fue a clase de Biología hoy –me informó Jessica en tono conspiratorio.

Me encogí de hombros y dejé la bota en piso. Necesitaba guardar mi provisión de aire para cosas más importantes que un comentario al que de todos modos no tenía nada que añadir. Empecé a desabrocharme la bota izquierda.

-Al profesor le llamó la atención que los dos faltaran hoy a su clase –subrayó mi informativa compañera.

Yo sabía por Edward que al profesor le había parecido raro, pero que no había visto nada tan extraordinario en nuestra ausencia como para que valiese la pena andar preguntando.

-Me disculparé después –murmuré, quitándome el suéter que llevaba.

-¿Y dónde estabas? –presionó Jessica otra vez, la ansiedad pintada en la cara. Cerca de allí, Lauren no se perdía palabra, y también estaban pendientes de mí Ashley, Debbie, Melissa, Pamela, Diana, Karen, Paula, Mandy, Julia, Steffy, Kate y Elianna. Es decir, toda la clase me prestaba más atención que nunca.

-Afuera –fue todo lo que le respondí, vistiéndome con el suéter del uniforme.

Yo no podía oír mentes, pero no me costaba nada adivinar por la expresión de la cara de Jessica que esperaba de mí que le confesara que Edward y yo habíamos estado dando rienda suelta a nuestros bajos instintos en horizontal, vertical y diagonal, por lo menos. Y que le contara con todo lujo de detalles cómo, cuándo y dónde.

-¿Afuera con quién? –casi chilló Jessica, dando saltitos en el sitio en que estaba.

Me apresuré a sacarme el jean a la velocidad humana más rápida que pude.

-Con mi mochila –le repliqué, casi saltando dentro del pantalón del uniforme.

-¿Con qué otro humano masculino? –chilló Jessica, un poco histérica. Estaba arañándose la cara de los nervios.

-Ninguno –le respondí con total honestidad, calzándome el pie derecho dentro de la zapatilla deportiva correspondiente. Siendo exactos, Edward no era humano, ¿no? Aunque sí era muy masculino, sin duda…

-¡¿Cómo que ninguno?! –aulló Jessica, al borde de un ataque de nervios.

-Ninguno –repetí, terminando de atarme los cordones de la zapatilla izquierda a velocidad vampírica, harta de ese interrogatorio. Estaba quedándome sin paciencia y me quedaría sin aire dentro de poco.

Me levanté del banco y eché una fiera mirada en torno de mí, casi retando a alguien a hacer más preguntas. Todas mis compañeras estuvieron de inmediato ocupadísimas cambiándose; sólo Jessica me dirigía aún una mirada implorante.

-Prefiero no saber lo que estaba haciendo esa cualquiera –musitó Lauren entre dientes, sin saber que yo la escuché perfectamente.

Troté hacia el salón de clases rápidamente, rumiando mi venganza. Llegué puntual, y fui la primera del alumnado femenino en presentarse. Las demás había estado tan ocupadas escuchando la conversación-interrogatorio que no estaban listas.

-¿Dónde están tus compañeras? –me preguntó el profesor, sorprendido.

-Cambiándose –respondí con un encogimiento de hombros.

El profesor se encogió de hombros también y comenzó la clase. Todas mis compañeras recibieron un llamado de atención por llegar tarde; Jessica faltó a clase.

.

Cuando por fin acabó Gimnasia, Mike prácticamente se abalanzó sobre mí.

-¡Bella! ¿Vendrás este fin de semana? –me preguntó, ansioso.

No comprendí de inmediato a dónde se suponía que iría, esencialmente porque la forma en la que Mike lo formuló hizo que sonara como que él y yo nos reuniríamos en algún lugar, y eso jamás había estado en mis planes.

-A la excursión a la playa, quiero decir –aclaró él, notando mi incomprensión-. La Push, ¿recuerdas? Hará buen tiempo este sábado, no quiero seguir postergándolo. Habías prometido ir… -el tono medio implorante en que dijo lo último me dio casi lástima.

Sólo entonces recordé la excursión a la playa que Mike llevaba un mes planeando, pero todos los últimos fines de semana había llovido. Y cuando por casualidad no había llovido, había diluviado. Una salida a cualquier lugar al aire libre había sido imposible.

-Sí, claro que voy a ir –le dije con mi mejor sonrisa amistosa, que hizo galopar a su corazón.

-Salimos de la tienda de mi padre a las diez de la mañana –informó Mike, exultante de alegría- ¿Sabes dónde queda? Podría pasar a buscarte…

-Sí, sé dónde es –lo corté rápidamente. Sonreí para mitigar el rechazo, y debió funcionar, porque el corazón de Mike imitaba un redoble de batería y sus mejillas estaban deliciosamente sonrojadas…

Miré atentamente su entrecejo, contando mentalmente los pelos de las cejas de Mike para distraerme. Mi garganta ardía de sed, aún sin respirar. Si me distraía un minuto y me dejaba llevar por mis instintos, Mike era hombre muerto.

-Hasta mañana… que tengas un buen día –se despidió Mike, estúpidamente sonriente.

Yo sólo le sonreí en respuesta, intentando no hacer nada que él pudiese interpretar como señales de que yo sentía algo por él. Había aceptado ir a esa excursión a la playa sólo porque era más simple que negarme, aunque no tenía demasiadas ganas.

.

Volví a cambiarme en un vestuario en el que todas mis compañeras me echaban miradas rencorosas. Aparentemente creían que yo tenía la culpa de que ellas hubiesen llegado tarde y recibido un llamado de atención, paso previo a una sanción disciplinaria. Tontas, a ver si aprendían a no meterse en vidas ajenas.

Edward me esperaba fuera del vestuario, amablemente sonriente. Alice estaba junto a él, radiante.

-¡Bella! –me saludó con entusiasmo-. Fue brillante como manejaste el interrogatorio, ¡brillante!

-¿Cómo…? –pregunté, confundida.

-Lo vi –respondió Alice.

-Después te explico -prometió Edward en un susurro vampírico, el tipo de comunicación que se nos daba tan bien: demasiado bajo y veloz para los oídos humanos.

-Sólo quería avisarte que este sábado habrá sol –me informó Alice con simpatía, y en otro susurro vampírico, añadió:- Ve pensando en una buena excusa, pero te recomiendo no avisarles antes de que no piensas ir, o no te dejarán tranquila. Que parezca una decisión de último minuto será lo mejor.

Asentí con la cabeza, agradecida pero también confundida por el inesperado aviso y consejo. Alice sonrió ampliamente otra vez y se alejó con su andar grácil.

Encaré a Edward con mil preguntas en la punta de la lengua, pero su radiante sonrisa hizo que de pronto me parecieran muy poco importantes.

Ese larguísimo domingo, mi confesión sobre cómo fui transformada, el abrazo de Edward, la charla de toda la noche sobre el sofá, los murmullos de todos los estudiantes el lunes, la escapada de la clase de Biología, el interrogatorio antes de Gimnasia, el insulto de Lauren, las miradas rencorosas de mis compañeras…

Todo desapareció, lo bueno y lo malo, como por encanto, cuando fijé mi vista en esos ojos dorados que me miraban con adoración.

.

El martes los murmullos ya se habían calmado bastante, y el miércoles las cosas parecían estar en una tensa calma. El jueves casi no hubo rumores, y el viernes la paz fue aún mayor.

El único que todavía me fastidiaba puntualmente dos veces al día era Mike Newton. Desde que me arrancó la promesa de ir a la excursión a la playa, me había recordado el martes, miércoles y jueves que la excursión era el siguiente sábado, que salíamos a la diez de la mañana y que por favor no faltara. Daba la impresión que lo usaba como una excusa para hablar conmigo, ya que no teníamos otros temas en común. Al principio le respondí con amabilidad, pero ya el jueves mi paciencia había alcanzado niveles bastante bajos y fui bastante brusca.

El viernes, cuando volvió a acercárseme, le dirigí la mirada más furiosa y hastiada que fui capaz de componer. Resultó, ya que Mike se detuvo en seco, pálido como nunca antes lo había visto, y se alejó tartamudeando algo sobre un libro que había olvidado.

Además, el viernes yo estaba de mal humor por otra razón. Edward se había ido con Emmett a adelantar el fin de semana, por lo que me dijo, y yo lo extrañaba mucho. El día parecía más gris sin su sonrisa. Mike, Eric y Tyler celebraron que volviese a sentarme con ellos, y también Ángela pareció feliz, lo que me dio un poco de culpa. Había descuidado mi amistad con ella en los últimos días.

Jessica y Lauren no estaban nada conformes con que yo volviese a ser el centro de atención de los chicos, por lo que intentaron al menos sonsacarme qué tipo de relación manteníamos Edward y yo exactamente, si me había presentado a sus padres, si cuando salíamos a comer era él quien pagaba o si pagábamos la mitad cada uno, cómo besaba, si me había hecho regalos, si yo le había contado a mi madre… Las castigué con el más absoluto silencio. Aún tramaba mi venganza por el comentario que Lauren había formulado el lunes en el vestuario. Y de hecho, se me acababa de ocurrir una idea brillante.

.

Lauren jamás supo que tuve nada que ver. ¿Cómo iba a hacer yo algo así? Nadie me había visto cerca de su automóvil en ningún momento, ventajas de la velocidad sobrehumana. Pero lo cierto es que cuando Lauren salió de clases ese viernes, las cuatro ruedas de su automóvil estaban completamente desinfladas.

-Tendrás que pedirle a algún chico que te lleve hasta tu casa –le recomendé a la desolada y atónita Lauren, que miraba las ruedas como si eso hiciera que volviesen a inflarse solas-. No te preocupes, nadie te creerá una cualquiera por eso –completé, devolviendo golpe por golpe

Pero mi golpe aparentemente estuvo demasiado bien calculado. Lauren prefirió caminar los cinco kilómetros hasta su casa antes de pedirle a nadie que la llevara.

aqui un nuevo capii chicas.Siento la tardanza pero es q los examenes roban todo mi tiempo :S.Os a gustado¿?  no olviedis de dejar vuestros votos :)

nos leemos xD

Capítulo 4: Donde el corazón te lleve Capítulo 6: Danza con los lobos

 
14640709 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10860 usuarios