Un Hombre Cinco Estrellas

Autor: angiie0103
Género: Romance
Fecha Creación: 29/01/2012
Fecha Actualización: 11/02/2012
Finalizado: SI
Votos: 6
Comentarios: 13
Visitas: 32275
Capítulos: 15

Edward Cullen un policia de New York, queda deslumbrado por la niña rica Bella Swan, hija de un hombre relacionado con la mafia. Ella se ve involucrada en su caso y el se ve involucrado con ella. una excitante historia, no se la pierdan.


 

Yo no soy la autora solo me dedico a la adaptación de las novelas que me gustan, si les cambio algunas cosas, pero ni la historia ni los personajes me Pertenecen, algunos de los personajes de esta historia son propiedad de Stephenie Meyer. Que disfruten…

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 5: Esa es mi cinta!

Bella recorrió el largo pasillo de la comisaría vestida con el que, después de cuatro intentos insatisfactorios, había considerado el vestido adecuado para la cita. Fuera hacía demasiado calor para ponerse la armadura completa que seguramente necesitaría para refrenarse al ver a Edward, de modo que al fin se había decidido por un recatado traje rosa , sobre el que llevaba la gabardina.

A su alrededor resonaba la barahúnda de la comisaría, que incluía teléfonos que sonaban sin parar, gritos y altercados entre policías y mujeres de cierta especie. Bella habría podido localizar a Edward en seguida, de no ser porque una docena de agentes le salieron al paso para asegurarse de que sabía adónde iba. Cuando al fin un sargento de pelo blanco se ofreció a llevarla ante Edward, Bella tenía ya la impresión de que en la comisaría número diez no se recibían a menudo visitantes ajenos al crimen.

Todos aquellos funcionarios eran ciertamente muy amables.

Bella asentía distraídamente mientras el sonriente sargento le decía algo. Estaba tan nerviosa que no prestaba atención al monólogo de aquel hombre acerca de la comisaría.

¿Qué más querría preguntarle Edward? Esperaba que no siguiera haciéndole preguntas sobre sí misma. Ya había sido suficientemente humillante descubrir que su novio era un delincuente. No hacía falta que, además, un policía le preguntara si ella consumía drogas. ¿Qué pensaría de ella?

Claro que, Edward Cullen no la habría besado si creyera que era una especie de delincuente. ¿No? Bella procuró controlar sus nervios y armarse de valor mientras el sargento llamaba a la puerta que luego la entreabrió.

-Cullen, aquí hay una señorita que te está buscando - asintió y luego se volvió hacia Bella-. Está ahí dentro. Encantado de conocerla, señorita Swan.

Bella le devolvió el cumplido y deseó que fuera una persona neutral y agradable, como el sargento, quien la interrogara, en vez de un detective guapísimo. Inclinó ligeramente la cabeza para darle las gracias al sargento y entró en la habitación.

Lo primero que pensó fue que estaban completamente solos. Cosa con la que, desde luego, no había contado. Luego pensó, al ver a su interrogador, que este parecía mirarla como un depredador, con aquellos ojos penetrantes y sagaces. Se estremeció y, para distraerse, miró a su alrededor.

El juego de sofás desvencijados dominaba el pequeño cuarto. Entre ellos la mesa baja, cubierta de periódicos, y sobre esta un cuadernillo de formularios en blanco. Las estanterías repletas de carpetas cubrían todas las paredes, salvo una, en la que había una ventana cuya persiana Edward estaba subiendo para dejar pasar la intensa luz de la mañana.

La luz alivió en parte el aire de intimidad que tenía aquel encuentro, pero también pareció incrementar el pudor de Bella, y agudizar la percepción que tenía de Edward, ahora que lo veía con absoluta claridad.

Llevaba una camiseta gris, con una estrella azul y plateada impresa sobre el pecho. Bajo el dibujo había un logotipo. Parecía ser, por su diseño, la camiseta de algún equipo deportivo, aunque las estrellas resultaban ser recurrentes en la ropa de Edward.

Aunque Alice dijera lo contrario, a ella no le hacían los ojos chiribitas al mirar a aquel hombre. Se sentía, tal vez, un poco sofocada debajo del corsé, pero desde luego no le hacían los ojos chiribitas.

Oh, Dios. ¿De veras se lo creía?

-Buenos días -dijo Edward con una voz áspera que hizo que Bella se preguntara cómo sería oír esas palabras al otro lado de una almohada, en lugar de al otro lado de una destartalada habitación de comisaría.

-Hola.

Bella se obligó a mirarlo a los ojos, a pesar de que la mirada de él parecía atravesarla. Contestaría a sus preguntas y luego se iría. El día anterior, había tenido aventuras suficientes para dos años, por lo menos. No le convenía que aquel semental de la estrella la hiciera descarriarse de su camino. Al fin y al cabo, cuando no estaba ocupada saliendo con criminales o haciendo escandalosos vídeos domésticos, tenía que dirigir un negocio que empezaba a despegar.

-¿Me das la gabardina?

La pregunta de Edward parecía completamente inocente, pero la sensual textura de su voz turbó ligeramente a Bella.

-No, gracias.

Hacía mucho calor en aquella habitación, pero, por motivos de seguridad, Bella prefirió no quitarse la gabardina. Si empezaba a quitarse prendas delante de aquel hombre, no sabría cuándo parar.

Como si adivinara sus pensamientos, Edward la recorrió con la mirada. El bajo de su sencillo vestido de crepé, que le llegaba a los tobillos, sobresalía por debajo de la gabardina abierta. Bella empezó a inquietarse al sentir su mirada.

-Siéntate -dijo él, señalando el sofá.

Edward revolvió un montón de cosas que había en cima de la mesa y luego apartó la televisión y el vídeo. Ambos se sentaron y se miraron, azorados, durante un instante. Bella se había prometido a sí misma que no pensaría en el beso mientras estuviera en su presencia, pero, de pronto, se sorprendió mirando fijamente sus labios. Su boca había sido todo un descubrimiento erótico para ella. Algo que no había experimentado hasta entonces.

Edward se aclaró la voz y tamborileó con los dedos sobre el cuadernillo.

-Solo quiero hacerte un par de preguntas, Bella, así que seré muy breve.

Intentando concentrarse, ella se sentó muy derecha, deseando que aquello acabara cuanto antes. A fin de cuentas, tenía que retomar su vida.

-Cuando quieras.

Él clavó sus ojos verdes en ella.

-¿Tenías una relación íntima con Garrett?

Ella se levantó bruscamente del sofá, nerviosa y escandalizada.

-¿Qué clase de pregunta es esa?

Edward siguió sentado.

-Una pregunta profesional, Bella. Tengo mis razones para hacértela. Te las explicaré dentro de un momento. Pero, por ahora, ¿podrías contestar a mi pregunta, por favor? -dijo con voz fría y desapasionada-. Es importante que seas sincera conmigo al respecto.

Bella se quedó atónita. ¿Se estaba cuestionando su integridad?

-No, no tenía una relación íntima con Garrett -admitió, poniéndose colorada. Y no porque le diera vergüenza que Edward lo supiera; lo que le daba vergüenza es que estuvieran hablando de aquel tema. Luego, pensándolo un poco, añadió- Pero estaba en ello.

Edward pareció quedarse boquiabierto un instante, pero enseguida encontró una respuesta.

-¿Que estabas en ello? Bella se limitó a asentir. No pensaba explicarle ni una palabra más al respecto. Edward sacudió la cabeza, observándola con detenimiento-. Pues no creo que una mujer como tú tenga que poner mucho empeño, Bella.

Aquel cumplido velado halagó a Bella. ¿Por qué aquel hombre la hacía sentirse tan sexy con un simple comentario? Bella se había contoneado en liguero por una pasarela el día anterior, antes de ir a casa de Garrett, y aquella experiencia no le había resultado ni la mitad de excitante que aquella sencilla conversación con Edward.

Sacó algo de debajo del cuaderno y lo acercó al otro lado de la mesa, hasta donde ella estaba sentada.

-Dime, Bella, ¿usaste esto para convencerlo de que cruzara la línea?

Bella fijó un momento los ojos en el objeto que él sostenía en la mano antes de darse cuenta de lo que era.

Era una cinta de vídeo con una etiqueta que ponía Privado.

Se habría sentido profundamente avergonzada, de no haber experimentado un súbito y justificado arrebato de indignación. El traidor de los ojos verdes había tenido su arma secreta desde el principio.

-¡Cómo te atreves! -Bella le quitó la cinta de la mano-. Me dijiste que no habías encontrado nada mío en casa de Garrett.

-¿Yo dije eso? Bueno, estoy seguro de que no pensé que esto fuera tuyo, dado que me dijiste que habías perdido una agenda, no una cinta de vídeo.

Bella se sintió mortificada por haberle contado aquella mentira, porque en realidad no había querido mentirle a un detective de la policía. Pero, aun así, aquello era culpa de Edward.

-No podía decirte la verdad.

-No me importa que me mientan, Bella -dijo él, lanzándole una fugaz mirada severa antes de que sus ojos verdes volvieran a llenarse de un fuego abrasador-.Y no puedo decir que me haya sentido exactamente decepcionado con lo que he descubierto gracias a tu mentira.

A Bella empezó a latirle el corazón con más fuerza, al comprender, asustada, que seguramente Edward había visto el vídeo. Rezando por que no lo hubiera visto del todo, alzó la cinta y miró el grosor de los dos rollos de película. En el de la derecha había tres cuartas partes de la cinta, lo cual indicaba que alguien la había visto entera.

Bella sintió que el vapor empezaba a salirle por las orejas, pero también notó que una extraña calentura empezaba a apoderarse del resto de su cuerpo. Edward Cullen la había visto prácticamente desnuda.

Bella parpadeó rápidamente, intentando no imaginarse a Edward viendo la cinta. No quería saber qué opinaba de ella. ¿Verdad? Entonces, ¿por qué, si pensaba en él viéndola semidesnuda, sentía que le ardía la sangre en las venas?

Aquello no estaba bien.

Intentando olvidarse de todo el asunto, Bella guardó la cinta en el bolsillo de su gabardina.

-Solo hacía falta que vieras cinco segundos para darte cuenta de que era mía.

Edward le lanzó una sonrisa descarada.

-Cariño, solo tardé cinco segundos en quedarme pegado a la silla.

El corazón de Bella empezó a latir a toda velocidad. Esa mañana, mientras iba en el taxi hacia la comisaría, había intentando hacerse un lavado de cerebro, repitiéndose una y otra vez: «No voy a acercarme a Edward Cullen». Pero allí estaba, sintiéndose seducida otra vez por aquellos preciosos ojos. Intentó romper su hechizo tomando la ofensiva.

-No hacía falta que te movieras. Lo único que tenías que hacer era apretar el mando a distancia. Y no me digas que no lo tenías a mano, porque sé por experiencia que los hombres no son capaces de ver la televisión sin tener en la mano el mando a distancia.

Él se inclinó sobre la mesa y bajó la voz, hasta convertirla en un susurro seductor.

-Una vez la encendí, ya no pude apagarla.

Bella se sentó sobre sus propias manos para no abanicarse con ellas. Aquel hombre era demasiado. Demasiado ardiente, demasiado atrevido. Y ella se sentía envuelta en aquel susurro profundo, ansiosa por oír qué le había parecido la cinta.

Si Edward quería coquetear, ¿quién era ella para negarse? Tal vez fuera hora de que saliera a la luz la verdadera Bella.

.

.

Edward observó que una extraña mezcla de emociones cruzaba los ojos de Bella, y trató de adivinar cómo iba a reaccionar. Ignoraba cuánto podía presionarla, y no quería que se asustara y huyera de él.

Pero ¿cómo iba a resistirse a flirtear con ella, aun que fuera solo un poco? Aquel striptease seguía zumbando en su memoria, imponiéndose a su percepción del presente, provocándolo y excitándolo. El recuerdo de sus blancos muslos enfundados en medias de seda rosa amenazaba con hacerle olvidar que estaba en la comisaría y con dar al traste con el maldito interrogatorio.

El interrogatorio.

Edward se puso muy tieso en el asiento y deseó que aquello acabara cuanto antes. O, al menos, que Bella respondiera cuanto antes a sus preguntas de modo que él pudiera explorar un terreno mucho más interesante con la señorita Swan.

Lo único que de verdad le importaba acerca de la investigación en ese momento era lo que Bella llevaba debajo de la ropa. Pero Edward Cullen se enorgullecía de que nada podía apartarlo del desempeño de su deber.

Sí, ya.

Se aclaró la garganta y respiró hondo.

-No has contestado a mi pregunta.

Bella metió una mano bajo su pelo y se lo echó sobre un hombro.

-¿Es que me has hecho una pregunta? Pensaba que intentabas atormentarme recordándome que has visto mi... mi show.

Atormentarla no era precisamente lo que le haría si tenía la oportunidad de estar a solas con ella. Pero, si no conseguía devolver el interrogatorio al terreno profesional, estaría metido en un lío.

-Me refería a mi pregunta anterior. ¿Le llevaste esa cinta a Garrett con la esperanza de... -buscó el modo adecuado de expresarlo- de establecer una relación más íntima?

Ella se sentó aún más tiesa. Sus ojos se achicaron.

-¿Esa pregunta tiene algo que ver con el caso?

-Si no tenías una relación íntima con Garrett, me resultará más difícil creer que estés implicada en sus actividades delictivas.

No le habría revelado aquella información de no estar seguro de poder confiar en su intuición. Al recordar que había encontrado la cinta en el sillón donde se había sentado Bella, había comprendido que esta le había llevado a Garrett la cinta ese mismo día. Y, teniendo en cuenta que en ningún momento se había quitado la gabardina, Edward estaba convencido de que debajo de ella no llevaba casi nada.

Bella frunció el ceño.

-Grabé el vídeo ayer por la mañana y se lo llevé a Garrett con la esperanza de despertar su...

Hizo una pausa tan larga, que Edward no pudo contenerse.

-¿Su deseo? -preguntó.

Ella le lanzó una mirada de reproche.

-Su interés como hombre. Pero está claro que no debería haberme molestado, dado que Garrett ya había fijado su interés en otra parte.

De pronto, Edward se sintió contento. Al detener a Garrett el día anterior, no solo había puesto fuera de circulación a un delincuente, sino que además había salvado a Bella de la humillación de desperdiciar sus considerables encantos con un hombre indigno.

-Bella, no tengo ninguna duda de que Garrett habría sentido un gran interés por tu vídeo, pero, entre tú y yo, me alegro de que no llegara a verlo.

Quizá no fuera un comentario muy profesional. Pero, de todos modos, aquello no era exactamente un interrogatorio formal.

Edward vio con alivio que la rigidez de Bella parecía disiparse un poco. Ella le lanzó una sonrisa cómplice que lo hizo sentirse como un héroe.

-Yo también me alegro. Me alegro muchísimo de que ese tramposo no llegara a verme -haciendo un gesto ya familiar, se ciñó un poco más la gabardina al cuerpo-. ¿Hemos terminado de hablar de él?

Edward tampoco tenía ganas de seguir hablando de su ex novio, ni de la investigación. Sobre todo, teniendo en cuenta que Bella todavía era sospechosa de formar parte dé una organización criminal. Le parecía más improbable, ahora que sabía que su relación con Garrett no era tan íntima como había creído. Pero también le había demostrado que no temía mentirle a un policía si con ello salvaba el pellejo.

Edward asintió con la cabeza.

-Espero que testificarás en el juicio, si te lo pido.

-Yo no sé nada sobre los negocios turbios de Garrett -protestó ella.

-No, pero puedes decirle al juez que intentó sonsacarte información acerca de las telas que iba a necesitar tu padre. Introducía las drogas en los rollos de tela, ¿sabes?

¿Pretendería Bella librarse de declarar como testigo? Quizá a su padre no le hiciera ninguna gracia que su hija testificara en contra de uno de sus compinches.

Bella asintió.

-Testificaré encantada.

El respeto que Edward sentía por ella creció un poco más, y, una vez ventiladas las cuestiones relativas al caso, lamentaba que hubiese terminado la conversación cargada de alusiones que habían mantenido poco antes.

No quería volver a enredarse en seducciones con una mujer del mundo al que pertenecía Bella, pero el recuerdo del striptease todavía lo obsesionaba. Nunca olvidaría su forma lenta y seductora de bajarse la cremallera y el instante en que el negro satén cayó a sus pies.

Quizá por eso las palabras se le escaparon antes de que pudiera remediarlo.

-Entonces, supongo que aquí ya hemos acabado. ¿Puedo acompañarte?

Bella se levantó del gastado sofá y asintió, aunque con cierto recelo.

-De acuerdo.

La acompañó fuera del edificio, obviando a sus compañeros, que se hacían los encontradizos para que los presentara. No estaba dispuesto a compartir con nadie sus últimos minutos con Bella.

Le abrió la puerta de la comisaría y salió tras ella al suave sol primaveral. Delante del edificio había una hilera de coches patrulla, listos para salir al primer aviso, y Edward se encontró de pronto guiando a Bella hacia uno de ellos.

Por razones que no comprendía del todo, aún no estaba preparado para despedirse de ella. Y el hecho de que en su cabeza rebobinara una y otra vez el vídeo del striptease no era precisamente una ayuda. No caería tan bajo como para desnudarla con la mirada, pero ¿acaso podía evitar que una imagen a todo color de sus muslos y sus pechos desnudos hubiera que dado tatuada en la parte interior de sus párpados?

Como si le hubiera leído el pensamiento, Bella le dio una palmadita a la cinta que llevaba en el bolsillo.

-Gracias por devolverme esto.

Edward aún tenía que inventarse una excusa para justificar la desaparición de aquella prueba, pero la sonrisa de Bella compensaba cualquier cosa. De pronto, se sintió embargado por la necesidad de besarla, de saborear otra vez aquellos labios que podían hacerle olvidar su propio nombre.

-De nada. Te aseguro que tenía que verlo, por si contenía alguna prueba.

El viento agitó un mechón del pelo de Bella, que onduló como una bandera sobre su mejilla.

-No te preocupes. Creo que me habría sentido peor si la cinta la hubiera encontrado Garrett y no tú. Me habría sentido avergonzada porque se hubiera enterado de lo cerca que he estado de... en fin, ya sabes... de estar con él.

Edward sintió una repentina necesidad de protegerla, junto con una súbita oleada de calor.

-¿Significa eso que me perdonas por haber visto la cinta?

La claridad del luminoso día dejó ver un delicado rubor en las mejillas de Bella. Sus ojos castaños refulgieron maliciosamente.

-¿Me prometes guardar un secreto?

Edward se sintió como un pez con la boca abierta, listo para morder el anzuelo.

-Cariño, guardaré encantado cuantos secretos quieras revelarme.

No pudo evitar que su mirada vagase por el cuerpo de Bella. ¿De veras había afirmado que nunca osaría desnudarla con la mirada?

Ella se echó a reír.

-Es usted un peligro público, detective Cullen.

Edward quiso acabar con el nerviosismo de Bella dándole un beso que la dejara sin sentido. Pero se conformó con seguir coqueteando con ella mientras se preguntaba por qué iba tras una mujer completamente inadecuada para él.

-¿Y me lo dice precisamente usted, señorita Swan? -se acercó un poco más a ella y Bella retrocedió hasta tocar con la puerta de un coche patrulla aparcado-. Yo diría que el peligro público eres tú, si no me equivoco respecto a lo que llevabas ayer bajo esa gabardina.

Ella le lanzó una mirada traviesa.

-No sé a qué te refieres.

-Al principio pensé que eran imaginaciones mías, cuando vi por casualidad tu muslo enfundado en esa media rosa -no se atrevió a dar otro paso hacia adelante, pero pasó un dedo sobre el muslo de Bella, indicándole el lugar al que se refería-. Pero luego, cuando vi el vídeo, me di cuenta de qué era lo que me estabas ocultando.

Bella sintió, a través del vestido de crepé, cómo se le erizaba la piel allí donde Edward la había tocado. Se llenó de un calor palpitante entre las piernas y creyó perder el equilibrio. Se apoyó con más fuerza contra el coche patrulla, pensando si sería sensato desafiar a aquel hombre, pero incapaz de contenerse.

-¿Qué crees que estaba ocultando?

Él se inclinó un poco sobre ella. Bella recordó lo que se sentía al ser apretada contra aquel cuerpo recio, inolvidable. No había nada que deseara más que volver a experimentar aquella sensación.

Pero Edward no la tocó. Se limitó a susurrarle su respuesta al oído.

-Creo que estabas ocultando tu verdadero yo.

Bella sintió que el corazón le martilleaba en el pecho. Había pensado que Edward aprovecharía su provocación para besarla. No esperaba que la desnudara a un nivel más íntimo, más profundo.

-Yo... -titubeó, pensando que había llegado el momento de huir. A pesar de que le habría encantado que la besara otra vez, estaba empezando a sentirse completamente fuera de lugar con aquel hombre.

-Sal conmigo, Bella -dijo él. Ella sacudió la cabeza a ambos lados automáticamente-. ¿Por qué no? -Edward le alzó la barbilla para que tuviera que mirarlo a los ojos-. Da la casualidad de que sé que ahora estás libre los sábados. ¿Por qué no pasamos el día juntos mañana?

Bella recitó mentalmente una larga lista de excusas. Pero la principal era que temía que la atracción que ambos sentían fuera de las que provocaban un incendio incontrolable con poco más que unos besos.

-Mañana por la noche tengo que asistir a una cena -logró decir finalmente.

Edward sonrió.

-Estupendo. Eso significa que puedes pasar la tarde conmigo. Apuesto a que una chica elegante como tú rara vez tiene el placer de aventurarse en el centro un sábado cualquiera.

¿Una cita a la luz del día? Bella no creía que aquello pudiera evitar que pensaran en el sexo. En ese momento era pleno día, los taxis pasaban a toda velocidad, las aceras estaban atestadas de transeúntes, y ella no parecía poder pensar en otra cosa.

-No sé...

-Apuesto a que a una mujer con tu ojo para el diseño le encantara pasar un día en Canal Street. Miraremos todos los puestos del mercadillo y luego te invitaré a un helado para compensarte por haber visto el vídeo. Estarás de vuelta en casa a tiempo para tu cena.

Ella debía reconocer que el plan parecía divertido. Sin embargo, no podía cometer el error de subestimar a Edward. Por muchos helados que llevara en las mano, generaba suficiente calor como para hacerla derretirse.

-Gracias, pero no creo que sea buena idea que volvamos a vernos.

Edward volvió a inclinarse sobre ella y la miró fija mente.

-La mujer que he visto en ese vídeo no teme arriesgarse.

Al ver su mirada verde, Bella comprendió que había estudiado cada movimiento de aquella grabación, que había percibido todo lo que ella había querido transmitir acerca de sí misma, y tal vez incluso algo más.

Cruzó los brazos sobre el pecho, intentando poner distancia entre ellos.

-Esa mujer cometió un grave error.

-Esa mujer no tenía miedo de perseguir lo que deseaba -dijo él.

-No te ofendas, Edward, pero no sé si te deseo.

Él sonrió con sorna, y Bella comprendió enseguida que su experiencia en la policía seguramente lo había convertido en un detector de mentiras ambulante.

-¿Qué me dices del beso de ayer? Estoy pensando que me dijiste algo más mientras nos besábamos. Como, por ejemplo, que en ese momento no pensabas más que en el instante.

-Bueno, yo...

-¿Por qué no nos vemos en Battery Park a mediodía? Será terreno neutral y podrás irte cuando quieras.

A decir verdad, Bella no tenía ninguna cena al día siguiente. En realidad, no tenía nada que ha cer, salvo tal vez obsesionarse con el siguiente desfile de su nueva colección. La oferta de Edward Cullen parecía mucho más divertida que pasarse la tarde dando vueltas por su piso, angustiada, hasta que le saliera una úlcera en el estómago. Además, ¿acaso no deseaba un pizca de aventura en su vida?

-De acuerdo.

Inesperadamente, Edward agarró los cabos sueltos del cinturón de su gabardina y tiró de ella hacia él. La besó una sola vez, con una lenta pero firme pasada de su lengua, y luego la soltó.

-Excelente.

Bella no supo si se refería al beso o al hecho de que hubiera aceptado su invitación, pero de todos modos una sonrisa apareció en sus labios. Se apartó del coche patrulla, dio unos pasos atrás sin darle la espalda, y después se dispuso a marcharse calle adelante.

-Entonces, ¿mañana a mediodía? Él asintió.

-Y Bella... -ella se detuvo-. No olvides llevar a tu verdadero yo.

.

.

Edward se quedó mirándola mientras se alejaba. Daba igual que se hubiera enfadado con él un poco. Al final, había aceptado verlo otra vez.

Cuando la perdió de vista, volvió a la comisaría, aguantándose las ganas de silbar. Deseaba gritar de alegría, pero no ofrecería semejante espectáculo a los chicos de la comisaría del distrito diez.

Dio esquinazo a los curiosos que lo habían visto salir con Bella y regresó al cuarto de vídeo para recoger la copia que había hecho de la cinta de Bella. Pronto la destruiría. Pero de momento la guardaría bajo llave en su mesa hasta que Garrett fuera sentenciado. Aunque estaba seguro de haber hecho lo correcto devolviéndole a Bella la cinta original, su instinto le decía que debía guardar una copia, en previsión de que contuviera alguna clave en la que todavía no hubiese reparado.

Se dio unos golpecitos con la cinta en el muslo, mientras recorría el pasillo hacia su mesa. Tenía intención de revisar las otras pruebas del caso Garrett, cuando se topó con Jasper, que estaba cómodamente sentado en su silla, con las botas encima de su mesa.

Edward le bajó los pies de un manotazo, mientras con la otra mano guardaba la cinta de Bella en un cajón.

-No me digas que has ido a Queens y que ya has vuelto.

-¿Cuántas horas creías que iba a tardar? -Jasper no levantó la mirada; siguió hojeando un montón de hojas impresas por ordenador-. Puede que hayas perdido la noción del tiempo mientras intentabas abrirte paso hasta la cama de la princesa de la mafia.

El buen humor de Edward se disipó un tanto.

-¿Te pasa algo, Hall?

Jasper juntó todos sus papeles y se levantó.

-No. Solo que me ha sorprendido verte ahí fuera pelando la pava con la novia de Garrett. ¿Seguro que sabes dónde te estás metiendo, Cullen?

Por supuesto que no. Le había pedido una cita a Bella dejándose llevar por el instinto, no por la lógica.

-Puede que no. Pero voy a pasármelo en grande mientras lo averiguo.

Jasper sacudió la cabeza.

-¿Tu abuelo nunca te dijo eso de «mira antes de saltar»?

Solo un día sí y otro también. Pero él no tenía por qué ceñirse a aquel refrán.

-Mi abuelo era más del tipo «no dejes que la hierba crezca bajo tus pies» -inquieto, Edward recogió una pelotita de goma azul contra el estrés que alguien le había regalado y se la pasó de una mano a otra.

Jasper le dio una palmada en el hombro y se dirigió a su mesa. Girando la cabeza, le dijo:

-Quizá deberías preocuparte más por la hierba que crecerá sobre tu cabeza cuando estés un metro bajo tierra, amigo. He oído que a los peces gordos de la mafia no les hace mucha gracia que sus hijas salgan con polis.

-Qué idea tan optimista. Gracias, Hall.

Edward le lanzó la pelotita, que rebotó contra su enorme espalda y cayó al suelo.

Maldición. Se le habían quitado las ganas de silbar.

 


jajajaja, que les pareció¿? me encanta este Edward, arriba el cuerpo de policia! jejejejeje. el pervertido se queda con una copia de la cinta, se lo pueden creer¿?ejejejejeje... si claro para investigar... en fin mañana año nuevo, cap. nuevo. "la cita" jejeje, realmente es otro título pero es muy obvio así que.. 

Capítulo 4: El video. Capítulo 6: La cita.

 
14637144 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10856 usuarios