La quietud despertó a Bella. Abrió los ojos y miró a su alrededor, el sol entraba por la ventana iluminando la habitación y tardó unos minutos antes de recordar dónde se encontraba. Se sentó en la cama y escuchó.
El silencio, la rica y profunda calidad del silencio, alterada ocasionalmente por el canto de un pájaro. Un silencio que no existía en las bulliciosas ciudades que había conocido en su vida, y decidió que le gustaba. El pequeño y ornamentado reloj que había encima del escritorio de caoba oscura le dijo que apenas eran las seis, de modo que apoyó su cabeza en las elegantes almohadas y disfrutó morosamente de su pereza.
A pesar de que en su mente se habían agolpado las acusaciones y los hechos que su abuela le había revelado, la fatiga producida por el largo viaje se había impuesto a su indignación y se había dormido profundamente a los pocos minutos de acostarse, sintiendo una inmensa paz en aquella cama que una vez perteneciera a su madre. Ahora alzó los ojos al techo y recordó cada detalle de la tarde anterior.
La condesa era una mujer amargada. Todo el revestimiento de ensayada compostura no alcanzaba a disfrazar la amargura o, debió admitir Bella, el dolor. Incluso a través de su propio arrebato de ira, ella advirtió ese dolor. Aunque la anciana duquesa había repudiado a su hija, observaba su retrato y tal vez, ésta fue la conclusión a la que llegó Bella, esa contradicción significaba que el corazón no era tan duro como el orgullo. La actitud de Edward, sin embargo, la hacia hervir de rabia. Tenía la impresión de que un arrogante conde se erguía frente a ella como el fuese un juez parcial, dispuesto a condenarla en un juicio previo.
"Muy bien -decidió ella-, yo también tengo mi orgullo y no me echaré a temblar como una cobarde mientras el nombre de mi padre es arrastrado por el fango y mi cabeza colocada en el tajo. Yo también puedo practicar el juego de la helada cortesía. No huiré como un cachorro herido sino que, por el contrario, me quedaré aquí."
Echando un vistazo a la radiante luz del sol, Bella suspiró profundamente. "Hoy es un nuevo día, mamá", dijo en voz alta y, deslizándose fuera de la cama, caminó hasta la ventana.
El jardín se extendía debajo de ella como un regalo precioso. "Creo que daré un paseo por tu jardín, mamá, y luego dibujaré tu castillo.", volvió a suspirar y cogió la bata.
"Después, tal vez, la condesa y yo podamos llegar a un entendimiento." Se lavó y se vistió de prisa, eligiendo para la ocasión un vestido ligero en tonos pastel que dejaba al desnudo los brazos y los hombros. El castillo seguía sumido en un profundo silencio cuando Bella llegó a la planta baja y salió al calor de la mañana estival. Era extraño, pensó, girando sobre sí misma.
Era muy extraño no ver otros edificios o coches, ni siquiera otro ser humano. El aire era fresco y suavemente perfumado, y Bella lo aspiró profundamente antes de rodear el castillo en dirección al jardín. El jardín era aún más maravilloso visto desde cerca que desde la ventana. Las lujuriosas flores estallaban en una increíble profusión de colores, los aromas se mezclaban hasta formar una fragancia exótica, fuerte y a la vez dulce. Había una diversidad de senderos que cruzaban los bien cuidados parterres y las pulidas losas reflejaban la radiante luz del sol.
Bella eligió un sendero al azar y echó a andar con indolente regocijo, disfrutando de la soledad y la artista que había dentro de ella se recreaba en el aluvión de formas y colores.
-Bonjour, mademoiselle. Una voz profunda quebró la silenciosa atmósfera del jardín y Bella se volvió, sorprendida por esta intrusión en su solitaria contemplación.
Edward se acercó a ella lentamente, alto y delgado, y sus movimientos le recordaron los de un bailarín ruso que había conocido en el transcurso de una fiesta en Washington. Elegante, seguro y extremadamente viril.
-Bonjour, señor conde. Bella decidió no malgastar una sonrisa, poro le saludó con estudiada cordialidad. Edward estaba vestido informalmente con una camisa de color blanca y tejanos marrones, y si antes ella había sentido la brisa de un bucanero, ahora se encontraba atrapada en una tormenta. Edward llegó hasta ella y la observó con su habitual expresión pensativa.
-Se levanta usted muy temprano. Espero que haya dormido bien.
-Muy bien, gracias -contestó ella, irritada por tener que combatir no sólo la aversión sino también la atracción que comenzaba a inspirarle. -Los jardines son hermosos y muy atractivos.
-Tengo debilidad por todo aquello que sea hermoso y atractivo. Sus ojos eran penetrantes, el color verde oscuro apagando la tonalidad ambarina, y Bella se sintió incapaz de respirar. Un momento después bajó la mirada ante el poder que ejercíanlos ojos del conde.
-Oh, qué hay -exclamó ella. Habían estado hablando en francés pero, al descubrir al perro que descansaba a los pies de Edward, Bella volvió a hablar en inglés-. ¿Cuál es su nombre? Se agachó para acariciar la piel gruesa y suave.
-"Korrigan" -dijo él mirando la cabeza de Bella mientras la luz del sol formaba un halo de oscuros rizos.
-"Korrigan" -repitió ella, encantada con el perro y olvidando la aversión que le provocaba su amo-. ¿De qué raza es?
-Spaniel bretón.
"Korrigan" comenzó a corresponder a las caricias de Bella, lamiéndole las suaves mejillas. Antes de que Edward ordenara al perro que dejase de hacerlo, Bella se echó a reír y hundió el rostro junto al mullido cuello del animal.
-Debí haberlo sabido. Una vez tuve un perro, estaba perdido y me siguió hasta casa. -Alzó la vista y sonrió cuando "Korrigan" continuó de mostrando su afecto con su húmeda lengua-. En realidad, fui yo quien lo alentó a seguirme. Le puse Leonardo de nombre, pero mi padre le llamaba Horrible y ese fue el nombre que final mente le quedó. El baño y el cepillo jamás con siguieron mejorar su aspecto de vagabundo.
Cuando Bella decidió ponerse de pie, Edward extendió la mano para ayudarla a incorporarse y su contacto fue firme y perturbador. Luchando contra el urgente deseo de apartarse de él, se soltó de su mano con un gesto casual y continuó su paseo. Tanto el amo como el perro se unieron a ella.
-Veo que su genio se ha suavizado. Me sorprende que pueda existir un carácter tan peligroso dentro de un caparazón tan frágil.
-Me temo que se equivoca. -Bella giró la cabeza para mirarle de forma fugaz-. No en cuanto al carácter, sino a la fragilidad. En realidad, soy bastante fuerte y no me arredro con facilidad.
-Tal vez aún no se haya encontrado con la horma de su zapato -replicó él y Bella concentró toda su atención en un arbusto preñado de rosas-. ¿Ha decidido quedarse un tiempo entre nosotros?
-Así es -admitió ella y se volvió para mirarle a la cara-, aunque tengo la impresión de que a usted le hubiese gustado que no lo hiciera. Edward se encogió de hombros en un ademán por demás elocuente.
-Pues no, mademoiselle. Sea bienvenida al castillo por todo el tiempo que desee permanecer en él.
-Su entusiasmo me abruma -murmuró Bella.
-Pardon?
-Nada. -Dejando escapar un suspiro alzó la cabeza y le miró atrevidamente-. Dígame, monsier, ¿no le caigo bien porque piensa que mi padre era un ladrón o se trata de una cuestión personal? La expresión indiferente del rostro de Edward no se alteró cuando sostuvo impávido la mirada de Bella.
-Lamento haberle dado esa impresión, mademoiselle, mis modales deben ser los culpables. Trataré de ser más cortés en el futuro.
En ocasiones se muestra tan infernalmente cortés que me parece casi desagradable -exclamó Bella, perdiendo el control y golpeando el suelo con el pie.
-¿Tal vez juzga que la rudeza es más de su agrado? El conde alzó una ceja mientras contemplaba el estallido de Bella con absoluta indiferencia.
-¡Oh! -Ella se volvió con vehemencia, dándole la espalda y extendiendo la mano para coger una rosa-. ¡Me enfurece! ¡Maldita sea! -exclamó al pincharse el pulgar con una espina-. ¡Mire lo que me ha hecho hacer! -se llevó e dedo herido a la boca sin mirarle.
-Lo siento -contestó Edward con un brillo burlón en los ojos-. Ha sido una torpeza de mi parte.
-Es usted arrogante y pomposo, y se cree superior al resto de la humanidad -le acusó Bella agitando sus cabellos.
-Y usted tiene mal genio, es consentida y obstinada -replicó él, entornando los ojos y cruzando los brazos ante su pecho.
Durante un momento los dos se miraron fijamente. El barniz de cortesía se desprendió ligeramente del conde y Bella pudo ver al hombre cruel y excitante que se ocultaba debajo de la capa de fría indiferencia.
-Bueno, parece que ambos tenemos una excelente opinión del otro después de tan poco tiempo de habernos conocido -observó ella al tiempo que ordenaba sus rizos rebeldes-. Cuando lleguemos a conocernos mejor, seguro que nos enamoramos profundamente.-dijo con ironia
-Una conclusión muy interesante, mademoiselle. Con una leve reverencia, Edward dio media vuelta y enfiló el camino de regreso al castillo. Bella sintió en ese momento una inesperada pero tangible pérdida.
-¡Edward! -le llamó obedeciendo a un impulso, deseando inexplicablemente aclarar las cosas entre los dos. Él se volvió con una expresión inquisitiva en el rostro y Bella se adelantó hacia él-. ¿Es que no podemos ser simplemente amigos? El la miró brevemente pero con tanta intensidad que Bella sintió que le estaba desnudando el alma.
-No, Isabella, me temo que nosotros jamás seremos simplemente amigos. Ella observó la alta y delgada figura que se alejaba hacia el castillo, con el perro a su lado.
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