—Veo que sigues robando.
Edward se terminó la galleta antes de levantar la mirada desde el sitio donde solía sentarse,detrás de la tienda de ultramarinos.Allí estaba otra vez Isabella Swan.Con un vestido azul,abotonado por delante hasta la barbilla,que debía de estar ahogándola.
—También me he dado a la bebida—dijo él con una sonrisa.
Le gustaba lo grandes y redondos que se le ponían los ojos cada vez que la escandalizaba.
—Y por lo que veo,sigues mintiendo.
—No miento.La semana pasada encontré una botella medio vacía detrás de la cantina y me la terminé.
—¿Y a qué sabía?—preguntó ella,claramente intrigada.
A pis,pero no se lo dijo,porque entonces le habría preguntado cómo conocía el sabor del pis y habría tenido que revelarle ese lamentable aspecto de su vida.De modo que optó por:
—He probado cosas mejores.
—Se supone que debes quitarte el sombrero y ponerte de pie en presencia de una dama.
—Te preocupan demasiado los modales.
—Como a todo el mundo.
—A mí no.
—¿Y eso por qué?
—No les veo utilidad.
—La utilidad es que no te pongan el trasero como un tomate.
—¿Quién va a hacer eso?
—Tus padres.
—Están muertos.
De todas las cosas que le había dicho,aquel comentario pareció impresionarla más que ningún otro.
—¿Eres huérfano?
El se encogió de hombros.
—¿Dónde vives?
Volvió a encogerse de hombros.
—¿Por eso robas?
—Haces muchas preguntas—replicó mirándola fijamente.—¿Qué sabes de ese alguacil?
—Que a mamá no le gusta.Ni sus amigos tampoco.
—Habla raro.
—Es de Inglaterra.El y sus amigos se trasladaron aquí después de la guerra,para ayudar con las plantaciones de algodón,para reemplazar a los hombres que habían muerto.
De Inglaterra.No conocía a nadie de Inglaterra.De eso estaba seguro.Sin embargo,la forma de hablar de aquel hombre le traía vagos recuerdos.No podía quitárselo de la cabeza,pero tampoco podía quitarse de la cabeza a Bella.Se dormía pensando en ella,en ella y en aquel único botón que le faltaba por desabrochar.
—¿Por qué te interesa tanto?—inquirió la chica.
—No me interesa.Es sólo curiosidad.Me recuerda algo,pero no sé muy bien qué.
—Siento que mi madre te llevara con él.
Edward se retiró el sombrero con el pulgar.
—Me dejó marchar en cuanto os fuisteis.No pasé la noche en la cárcel.
—Me alegro—sonrió Bella.
Cielo santo.El corazón le latía con fuerza contra las costillas.Cuando sonreía,estaba preciosa.
—¿Aún tienes catorce?
Ella se rió y de algún modo,consiguió robarle el aliento al mismo tiempo.
—Pues claro,tonto.¿Por qué lo preguntas?
—Porque hoy es mi cumpleaños y quería regalarme algo.
Ella sonrió y se le iluminó la mirada.
—¿Qué te vas a comprar?
—Un corpiño desabrochado.
Ella frunció el cejo,los ojos y la boca.
—Creía que no tenías dinero.
—Ya te dije que tenía un poco.
—Pensaba que lo guardabas para una emergencia.
El corazón le latía con fuerza.
—Esto es una emergencia.
—Mi madre se enfadó mucho...
—Porque yo no sabía que había que pagar.—Se levantó del suelo con dificultad,se quitó el sombrero y sacó el cuarto de dólar que llevaba en el bolsillo.—El alguacil me dijo que podía hacerlo si pagaba.
—¿Por qué estás tan empeñado en desabrocharme el corpiño?
—Porque nunca he visto un pecho y he oído decir que es increíble.
Ella se mostró recelosa,así que él desplegó los dedos para mostrarle lo que estaba dispuesto a ofrecerle esta vez.
—¿A quién se lo has oído?
—A los chavales del tren de los huérfanos.
—¿Has ido en el tren de los huérfanos?
Edward asintió con la cabeza.
—Desde Nueva York.No hasta aquí,claro.Aquí vine andando.No me gustaba la familia que me había acogido.
—¿Y por qué?
—Porque no.¿Quieres esto o no?—preguntó impaciente.No le apetecía pensar en todo lo que había ocurrido tras la muerte de sus padres.Quería tener un buen recuerdo de su decimosexto cumpleaños,algo que pudiera recordar si llegaba a los cien.
Bella torció el gesto,algo que Edward pensó que la haría parecer fea,pero no.Sólo le hizo querer provocarla más,tenerla a su lado más tiempo.
—¿Lo único que quieres es desabrocharme el corpiño?
El asintió con la cabeza,con la boca de pronto tan seca que creyó que no podría hablar si tenía que hacerlo.
—No puedes tocar nada—dijo ella.
—No lo haré—logró contestar,a pesar del nudo que la emoción le había hecho en la garganta.—Sólo voy a mirar.
—Supongo que no pasa nada porque mires.
—Nada en absoluto.
Le tendió la mano y él depositó la moneda en ella,deseando que la suya no pareciera tan sucia de repente.Tras apartarse el sombrero,se limpió de nuevo las manos en los pantalones y se maldijo por empezar a temblar otra vez.No quería pensar en lo mucho que podrían temblar si llegara a tocar algo más que botones.Y no era que pensara tocar algo más que lo que ella le había dado permiso para tocar.Aunque fuera un ladrón,un mentiroso,un blasfemo y más recientemente,un borracho,no era un sinvergüenza.Bueno,a lo mejor un poco.Tal vez desabrocharle el corpiño lo situara justo al límite,pero no iba a traspasarlo.Un hombre debía tener principios.
Sosteniéndole la mirada,ella elevó la barbilla.Edward tragó saliva y deseó que el corpiño no tuviera tantísimos botones.El primero pareció costarle una eternidad pasarlo por el diminuto ojal.Al soltarlo,reveló un fragmento mínimo del cuello de Bella.El chico dejó de respirar,luego pasó al siguiente botón.
—¡Bella Swan!
Ni siquiera pudo pensar en salir corriendo,su oreja fue una vez más presa de un doloroso pellizco que lo hizo bailar de puntillas para sofocar la agonía.¿Cómo podía una mujer provocar semejante tormento con un simple pellizco?
Antes de que le diera tiempo a protestar,ella ya estaba arrastrándolo por el callejón.
—¡Alguacil!
Como no podía girar la cabeza,Edward miró de reojo y vio al hombre a la puerta de la oficina de telégrafos.La madre de Bella lo obligó a cruzar la polvorienta calle.
—Señora...
—Lo estaba haciendo otra vez.Le estaba desabrochando el corpiño a mi Bella.
El alguacil miró a Edward furioso.
—Te dije que...
—He cumplido los dieciséis hoy—se apresuró a explicar él—y usted me dijo que podía echar un vistazo si ella estaba dispuesta a aceptar el dinero.Le he dado veinticinco centavos.
—¿Usted le dijo que podía desabrocharle el corpiño a mi hija si le pagaba?
—No exactamente.Ha malinterpretado mis instrucciones—intentó explicarse el alguacil.
—¡Inútil hijo de perra!—gritó mientras empujaba a Edward hacia el alguacil.—Lo quiero encerrado y a usted con él.Voy ahora mismo al ayuntamiento.
Edward la vio alejarse con paso resuelto,llena de una justa indignación.Bella lo miraba por encima del hombro,con una expresión de angustia que le encogió el corazón.Hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por él.
—¿Cómo te llamas,chaval?—preguntó el alguacil.
—Ed.—Prefería Edward,pero había aprendido que lo trataban mejor cuando usaba una versión de su nombre que lo hacía parecer más joven e inocente.A Ed lo protegían;a Edward lo metían en la cárcel.
—¿Dónde demonios están tus padres?
—Muertos.
El alguacil suspiró con fuerza.
—Ven conmigo.
Maldición.Su truco nunca le había fallado.Alzó la barbilla,desafiante.Últimamente había salido de muchos aprietos tirándose el farol.
—No me da miedo la cárcel.
—No te llevo a la cárcel.
Mientras avanzaba por el entarimado,los pasos del alguacil resonaban en las planchas de madera.Edward sabía reconocer el sonido de la furia cuando lo oía.Esta vez se había metido en un buen lío.Pensó en correr,pero estaba harto de huir.Además,si escapaba,quizá nunca volviera a ver a aquella chica de ojos chocolates.
El alguacil abrió de un empujón la puerta de la cantina.
—¿Va a mentirles y a decirles que soy lo bastante mayor para beber?—preguntó Edward,esperanzado.
El hombre lo miró con dureza.No era tan dandi como Edward había pensado.Normalmente se le daba bien calar a la gente,pero aquel tipo lo confundía.
El chico se encogió de hombros con insolencia.
—Supongo que no.
—¿Qué traes ahí?—dijo un hombre que se acercaba a ellos despacio, apoyándose en un bastón. Tom lo identificó como el dueño de la cantina. Hablaba igual de raro que el alguacil.
—A un huérfano con mucho tiempo libre.¿Qué hago con él?
El otro echó un vistazo al chico,que apretó la mandíbula.Odiaba que lo miraran así,que lo examinaran,que lo juzgaran.
—¿Sabes algo de ganado,chaval?
—Lo sé todo—respondió él con descaro.Sabía lo que les ocurría a los tipos inseguros.Recibían una buena paliza.
—¡Qué vas a saber tú,mentiroso!—replicó el dueño de la cantina.—Pero lo sabrás antes de que acabe el mes.
—¿Qué vas a hacer con él?—quiso saber el alguacil.
—Ponerlo a trabajar en el Tejas Lady Cattle Venture.
Al anochecer,Edward ya tenía el estómago lleno,un catre blando en el que dormir y por primera vez en mucho tiempo,la esperanza de una vida mejor.
|