Cuando creía que ya me estaba quedando profundamente dormida, Alec se levantó de la pequeña esquina de la cama, y se dirigía a la puerta de salida, para cerrarla a sus espaldas. Abrí los ojos de golpe, y el sueño fue haciéndose a un lado para ahora despertar la curiosidad del por qué estaba él en mi recamara, a qué venía. Me levanté y me salí de la habitación en completo silencio, alcancé a verlo de reojo que entraba a una habitación –supuse que era la suya-, Heidi se aproximo para tocar su puerta y él salió asintiendo con la cabeza. Una vez que se habían ido, me aproxime para entrar a su habitación. No entendía realmente qué sentido tenía hacerlo, pero en fin. Al poco de tocar la manija ya me había arrepentido, pero seguiría. Me adentre un poco dudosa… Había una pequeña luz del buro que iluminaba un poco la habitación. Que ordenado era, tenía todo perfectamente puesto. La cama intocable, -por obvias razones- el tocador con diferentes lociones sin usar de diferentes años. En la pared estaba colgada su capa. Me acerqué al gran tocador, y del otro lado de las lociones, se encontraba un libro, más que libro parecía ¿un diario? Ya se notaba con varios años, las hojas se veían arrugadas. Lo tomé, pero ¿Qué hacía? ¡No era mío! No puedo andar husmeando en cosas ajenas. Era extraño que estuviera aquí, ¿Por qué había decidido entrar? ¿Qué quería lograr con esto? Un gran silencio abarcaba todo el lugar, se sentía siniestro a pesar de todo. Volví la vista, y algo sumamente brilloso llamó mi atención. Era un collar en forma de clave de sol. Lo tomé cuidadosamente, prácticamente sin tocarlo mucho, como si fuese de cristal. Plata pura. Estaba hecho de plata, al igual que la cadena y en medio, poseía una hermosa mitad de perla, a su lado acompañado con un pequeño rubí.
- Es hermoso –le comenté a Alec que se había aparecido a mis espaldas.
- ¿Qué haces aquí, Renesmee? –me preguntó fríamente.
- ¿Es tuya? –seguía hablándole sobre el collar- Es muy hermoso.
Él me lo arrebató y levanté mi rostro para verlo por el reflejo del espejo. Me veía muy duro. Tenía el ceño fruncido, y demostraba claramente su desacuerdo.
- ¿Qué haces aquí? –me tomó por los hombros y me volvió hacia él.
- Sabías que no estaba dormida –le repuse, y no era una pregunta.
- Sí.
- ¿Entonces por qué no dijiste nada? –se quedó callado y bajo su mirada-. Ahora me toca a mí entrar a la tuya, como tú lo hiciste con la mía.
- Es diferente –repuso bruscamente.
Nos quedamos varios segundos en completo silencio.
- ¿Es tuyo? –le pregunté rompiendo el silencio, volviendo nuevamente a hablar sobre el collar. No me contesto y seguía mirando el piso. Parecía que así se iba a quedar, cuando por fin decidió mirarme de nuevo, seguía sin contestarme-. ¿Por qué eres tan duro?
- Tú también lo eres –me repuso, y fruncí el ceño.
- Yo no soy así.
- Claro, Renesmee. Supongo que es tu costumbre llevarle la contraria a todo –bufó amargamente.
- No es verdad –contesté ahora molesta.
- ¿A no? ¿Dime por qué te encontré sola en el bosque esa noche? Te encontrabas muy mal, tú ya planeabas separarte –me dijo, y sentí como me desarmaba. Eso era un tema que no quería tocar, me dolia, no era algo que quisiera decir.
La vista se me empezó a nublar, y sabía que no iba a poder hablar sin antes arreglarme la voz.
- Eso es… -hice una pausa para poder controlar mi voz- diferente –termine con un hilo de voz.
- Sí, claro –puso los ojos en blanco.
Al recordar esa noche, no pude evitar sentirme mal de nuevo. No podía seguir en este lugar, no al menos que me quisiera ver llorar. Me di media vuelta para dirigirme a la puerta y salir de aquí.
- ¿A dónde vas? –preguntó, ahora con la voz más calmada.
- No sé –mi voz sonó temblorosa por las lágrimas que querían salir-, supongo que a ver mis últimas horas pasar antes de morir el día de mañana –contesté en el mismo bufido que él había utilizado. Cuando iba a llegar a la puerta…
- No es mío -contestó a la pregunta que le había formulado del collar-. Creo que era de mi… -se quedó unos momentos en silencio, y me volví para mirarlo- madre.
Me quedé unos momentos observándolo. Me había contestado a mi pregunta, eso era extraño. No creía que realmente lo fuese a hacer, es decir, solo había formulado la pregunta por no saber que decir cuando me encontró en su habitación. Se aproximo, y en un parpadeo ya lo tenía a pocos centímetros de distancia. Estiró un brazo y me limpio una lágrima –la cual no me había percatado que había salido- de mi mejilla.
|
blando-. Ya no recordaba cómo eran – se concentro en la lágrima que tenía en su dedo.
- Supongo que aquí nadie puede hacerlo… -contesté en un susurró.
- Hace mucho que no veía una –parecía que hablaba con sí mismo-. Viví creando tantas en mis
ojos que ahora es como si nunca hubiera derramado una.
Me quedé mirándolo extrañada. ¿A qué se refería con todo esto?
- ¿Recuerdas tu vida humana? –despegó la mirada de la gota que poseía en su dedo para dirigirse
a mi rostro.
- No toda… -coincidió-. Sólo la necesaria como para saber que no volvería a vivirla de nuevo
–me quedé mirándolo atentamente con algo de desconcierto, pero no me atreví a preguntar-. No
quise hacerte llorar, eso es algo que no puedo perdonarme, yo sé lo que es, y ahora agradezco no
poderlo hacer más.
- Alec… -susurré, pero él no me dejo continuar.
- Jane y yo fuimos adoptados hasta donde sé –empezó-. Era una familia alemana de mucho dinero,
sin embargo de pocos sentimientos. Nos cuidaron hasta cumplir los 16 años –hizo nuevamente otra
pausa, como si le costara trabajo decirme esto.
- ¿Los dejaron a esa edad…o algo así? –pregunté por lo bajo.