Aro seguía usando un tono calmado cuando se dirigía a mí, como si fuera una visita cordial.
- ¡Vaya! ¿meterte en mentes ajenas? –levantó una ceja- Sin duda me sorprendes con frecuencia. Eso es…espléndido –y me miró con compasión-. Es una pena de verdad… O al menos que… -dejó la frase incompleta, y después de unos segundos de silencio, se volvió hacia Jane-. Por sobre todo, hiciste un buen trabajo Jane. Te adelantaste de tiempo, creí que se tardarían más de un día, así que por el momento no se puede hacer nada con una sola. Llévasela a Heidi y que le asigne una habitación hasta que sea el momento…adecuado.
- Si, señor –hizo reverencia-. Sígueme –me ordenó.
- ¿Jane? –llamó de nuevo Aro.
- ¿Sí?
- Después, necesito que regreses. No se te olvide que tenemos que hablar –ella asintió con la cabeza, y después Aro se volvió hacia mi-. Relájate, Nessie –al parecer, ya sabía por mis recuerdos que me llamaban así. Quería hacerme sentir en “casa”-, ¿te puedo llamar así? Bueno, en fin, mañana por la mañana te enteraras del por qué estás aquí.
- No creo que sea necesario una habitación –objeté con voz firme, pero por dentro temblaba y quería no haber dicho nada.
- Por favor, acéptalo. Es lo menos que puedo hacer, antes de… -se quedó callado, y Jane me hizo señas de seguirla.
Sabía lo que quería decir, “…antes de matarte”. Caminamos un pequeño pasillo, y me ordenó que me sentara. Ella desapareció unos momentos, y en su lugar vino una vampiresa de cabello rubio y chinos perfectamente hechos. Con un vestido extremadamente ajustado, dejando deslumbrar su increíble figura como la de una deportista de siglos. Y por supuesto, un rojo intenso en sus labios, al igual que sus ojos.
- Vaya…no hay duda de que eres hija la legítima hija de Cullen y Bella –esas palabras las decía como si fueran un insulto, y me hizo enojar.
- Si, lo soy. ¿Y tú otra recepcionista más que tuvo suerte de no ser el postre? –sabía que estaba jugando con fuego desconocido. No sabía si ella tenía alguna función especial, pero estaba segura, y por extraño que suene, bajo el estricto cuidado físico de Aro. Nadie podía tocarme, ni su pequeña favorita.
- No –me dedicó una sonrisa forzada y la regresé-. Soy Heidi. Me dijeron que tendría que llevarte a una habitación –se quedó contemplándome por unos momentos, sabía que con ella sería difícil la cosa. Ya de por sí no me agradaba-. Supongo que…en cuanto al carácter, salió igual ó más fuerte que el de tu padre. Tienes poco temperamento –solo con algunos-. Pero, ¿te digo una cosa? Aprende a usarlo con las personas debidas.
Después de eso, nos quedamos en completo silencio. Subimos de nuevo, a otro elevador, y vi que presiono el botón del piso 7 ¿Cuántos serían en total? Cuando llegamos, caminó sin dirigirme la mirada, pero sería obvio que la seguiría. Había demasiadas puertas, pero ni un alma…ni un vampiro, ni una vida presente. Todo estaba en completo silencio. Pero, permanecía con una limpieza impecable como si diario alguien habitara el gran piso de escaleras. Me guio hacia una habitación, y supuse que era la mía.
- No sé que pretenda Aro con esto –parecía que hablara consigo misma-. No por nada trae a sus “visitas” a un cuarto.
- Podría ser que…normalmente, nadie duerme –contesté con voz normal. Yo creía que saldría temblorosa.
- Tienes razón –disimulo una sonrisa que alcance a ver.
- Pero, no soy la única que esperan –dije tratando de conseguir algo de información, en vano.
- Lo sé. Faltan, pero eso no es respuesta para este trato.
Se quedo sumida en el hilo de sus pensamientos, y se fue. Aquí había algo sumamente extraño. Todos los presentes no comprendían, unos sabrían más que otros…pero, al fin de cuentas, nadie entendía las decisiones de Aro. Cuando le pregunté a Alec por qué era mi llamado, no era porque estuviera prohibido decírmelo, era porque ni siquiera él –o su hermana- lo sabían.
Vi la recamara que me habían dado, era bastante grande. Si que parecía que aquí los habitantes durmieran. Pero…nada me importaba en estos momentos. Solo pude recargar mi espalda en la cama, y abrazar mis rodillas –pegadas a mi pecho-. Lágrimas sin control empezaron a salir de mis ojos.
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matarían…eso estaba seguro. Todos estarían a salvo, y eso era lo único que me ayudaba a
continuar. Hubiera preferido sufrir en silencio, pero era tan grande el miedo y mi debilidad ante lo
desconocido, que algunos gritos salían de mi boca, pero apreté la cobija que colgaba de la cama, y
en la esquinita se ahogaban mis gritos. Poco a poco, se fueron convirtiendo en pequeño gemidos.