Corazón de diamante(+18)

Autor: kelianight
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 18/08/2010
Fecha Actualización: 21/11/2010
Finalizado: SI
Votos: 9
Comentarios: 42
Visitas: 40132
Capítulos: 26

 

Bella se convierte en vampiro por amor y una profecía olvidada se vera cumplida… ¿Podrá Edward, convivir con la culpa que siente al ver que Bella perdió su alma por el? Solo el tiempo lo dirá o no…

Los personajes les pertenecen a Stephenie Meyer y el fic es de Crisabella Cullen, que me dio permiso para publicarlo aqui.

 Su beta es Darla gilmoe

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Capítulo 4:

 

Los días pasan muy rápidos cuando eres un vampiro, y las noches son eternas cuando no necesitas dormir y uno se la pasa mirando al hombre al que ama. Era tan perfecto, tan deslumbrante que seguro si mi corazón hubiera seguido vivo este estaría constantemente latiendo desbocado.

Conocí a Kate, Irina y Tanya Denali. Las dos primeras me cayeron simpáticas de inmediato, pero Tanya no. Me ponía los nervios de punta cuando miraba a Edward de esa manera tan… posesiva. No tardé en descubrir que albergaba otro tipo de sentimientos hacia a él. Edward me habló de una cierta época en que ella demostró cierto interés hacia él, pero la rechazó con caballerosidad. No estuvo nunca interesado en ella, me confesó, pero no pude reprimir los celos que sentí.

Menos mal que Jasper no se separaba de mi lado, cuando notaba que me entraban ganas de cometer un asesinato, el me embrutecía con ondas relajantes. Casi parecía que me hubiera tomado unos relajantes para dormir, era el mismo efecto.

Y estaba Alice, me consideraba como su hermana y era adorable.

Salía de caza todos los días, la sed era algo que no controlaba totalmente. Carlisle me dijo que era normal, era muy joven. A veces iba con Edward y otras con Emmett y Jasper. Rosalie nunca nos acompañaba, decía que prefería ir sola a ir conmigo. Cuando era humana percibí que ella sentía odio por mi pero no sabía por qué. Ahora literalmente me ignoraba y cambiaba de habitación cuando yo entraba donde estaba ella. Edward me dijo que no le prestara atención.

Me gustaba Alaska, era un lugar muy solitario y con un bosque inmenso. Luego estaban las montañas, altas y fieras. En la cima de ellas se veía los picos nevados. Me asombraba de las cosas que podía hacer, correr como el viento, saltar tan alto como un edificio de tres pisos al menos.

Aprecié mucho la amabilidad de Esme, me acogió como una hija más al igual que Carlisle. Eran tan cariñosos conmigo que a veces me abrumaba, sentía nostalgia. Algo normal. Los recuerdos de mi vida humana estaban ahí, latentes y dolorosos. Nunca iba a olvidarme de mis padres y amigos. Y los más importantes los recuerdos de Edward y como me daba vuelta la cabeza cuando estaba cerca de mi. La primera vez que lo vi en la cafetería, las clases de biología junto a él, cuando me salvó de ser aplastada por la furgoneta de Tyler. Todas esas experiencias humanas las tenía bien guardada en mi memoria.

— Bella.

Bajé la cabeza al escuchar que me llamaban. Era Alice y me miraba distraída. Estaba inmersa en mis pensamientos largo rato observando el crepúsculo, ahí sentada en una gruesa rama de árbol como a dos metros del suelo. Esperaba la hora de irnos a cazar pacientemente.

— Hola, Alice.

Había presenciado como Alice había tenido una visión escalofriante al cuarto día de mi transformación. Vio la muerte de una vampira, mejor dicho lo vivió como si se tratara de su propia muerte. Sus gritos y lamentos fueron horribles, todos sentimos a través de Jasper su sufrimiento. El pobre quiso ayudarla a tranquilizarse con su don pero fue inútil, ocurrió todo lo contrario.

Observé impotente como Edward se cayó de rodillas al suelo con la mirada perdida en Alice, al leer su mente también vivió lo mismo. Grité cuando leí el sufrimiento en su rostro, fue agónico.

Entré en pánico del miedo que sentí y empecé a llenarme de ese fuego extraño otra vez. Todo mi cuerpo parecía irradiar calor y mi piel se puso rojo fuego. Salí en volandas de la casa, corrí hasta el estanque y me metí en el antes de que mi ropa se quemara. Calenté el agua tanto que salía humo de ella, fue extraño.

— ¿Bella?— me llamó Alice de repente.

De un salto ágil y rápido estuve a su lado en medio segundo. Le di una sonrisa, ella me respondió a medias. Mi sonrisa se esfumó al ver sus ojos preocupados y lejanos.

— ¿Qué ocurre? — pregunté.

Ella suspiró pesadamente.

— Bella, tengo que irme por un tiempo, tengo que intentar averiguar lo que pasó — dijo las palabras con tristeza.

— ¿Tiene que ver con la visión que tuviste?

— Si. Ya lo hablé con Jasper, se quedará contigo.

Vi como desvío la mirada incómoda. Me inquieté. Había algo más.

— ¿Pero?

— Yo necesito que Edward me acompañe— murmuró despacito.

Parpadeé varias veces. ¿Edward se iba a ir con Alice por no sé cuántos días? mi estómago se oprimió y no pude impedir la negación que me invadía. Sentí dolor y ansiedad de estar lejos de él. Pero no duró mucho ya que me llegó de golpe las tranquilizadoras ondas de Jasper. Mi temor quedó reducido a la nada en segundos. Tomé aire por costumbre, no por necesidad, y exhalé despacito.

— Gracias, Jasper — dije a su buena intención. Noté que estaba cerca.

— De nada, Bella.

Miré a Alice. Seguía ahí pero no parecía asustada de que si me entrara un ataque de histeria y quemara todo al mí alrededor.

— Edward te espera en el otro lado de la casa— me indicó Alice.

Eché una rápida mirada hacia la casa, pero no quería hablar con él bajo los efectos de Jasper y su don. Antes de que pudiera decir nada, Alice comprendió o vio lo que quería.

— Ve, le diré que te busque en 30 minutos. Te extrañaré, Bella.

Me abracé a ella.

— Gracias, Alice. También te echaré de menos.

Luego me giré y salí corriendo a velocidad vampírica hacia el bosque.

— No, Jasper, no necesita que la acompañes. Va a estar bien. — le escuché decirle a su marido.

Cuando sentí que el don Jasper se iba esfumando me prohibí pensar en todo lo que me había dicho Alice, no hasta llegar a las montañas. En vez de correr parecía que iba volando, los árboles y matorrales se convirtieron en borrón.

Luego aceleré el paso aun más cuando visualicé las primeras rocas. Me impulsé sin esfuerzo hasta llegar a una superficie plana, tomé más impulso y salté por encima del pequeño precipicio hasta llegar a la enderezada cuesta. Subí sin detenerme, sin descanso y sin tomar aire.

Cuando brinqué y bajo mis pies escuché la nieve crujir, supe que estaba llegando. Levanté el rostro hacia la imponente roca de más de cincuenta metros de alto. No tenía idea si podía salta tan alto, no por miedo a caerme ni nada, pero si por si caía y tenía que volver a subir otra vez. Me urgía ir al centro mismo de la montaña, podía oler en el aire la fresca nieve y el frío congelante del ambiente. Ahí había un espacio llano entre los picos, como una pequeña pradera. Estaba casi segura.

¿Qué podía hacer?

Como salida de la nada los sentimientos me golpearon.

— ¡No! aun no… — pedí con los dientes apretados.

Fue inútil. El miedo era algo poderoso y no pude sino que dejarme llevar por lo que sentía.

Sentí cómo el aire cambiaba, que hasta ahora fue nada más que un débil soplido. Se movía mí alrededor, revolviendo mi pelo y llenando mis oídos con el sonido del viento suspirando a través de las rocas. Miré a mí alrededor asustada.

No había deseado nada. Solo quería ir al otro lado de la enorme roca. Tan solo eso. Gruñí de frustración.

El viento que había soplado suavemente contra mí fue sustituido por una sensación de calor. No era excesivamente incómodo, sino que era más como ese sofoco que se siente cuando entras en una ducha caliente, aunque era lo suficientemente cálido para hacer que un ligero sudor cubriera mi cuerpo.

¿Sudor?

No podía ser cierto… los vampiros no sudan. Es irreal, grité en mi mente con la respiración entre cortada.

La intensidad del calor subió de repente, y se enredó en mis piernas y subió hasta mi cintura como el cazador apresa su comida. ¡Sangre!

Mi garganta se apretó de sed y la boca se me llenó de veneno… el fuego subió en flecha y se instaló en mis manos. Volví a centellar con esa luz roja y me sentí… poderosa y fuerte. Cerré los puño y sentí el fuego agitarse frenéticamente, como esperando algo. Una orden.

Le di una mirada desafiante a la roca. Y grité con tono amenazador.

― TÚ… te vas a quitar de mi camino ¡Ahora!

Apenas pronuncié las palabras que se sintió como el aire cambiaba de repente. Levanté la vista al cielo que se había oscurecido de golpe. Unas nubes violáceas y temibles se adueñaron de todo.

Los relámpagos no se hicieron esperar, desgarrando el cielo y provocando la furia que sentía aun más.

Aunque parezca increíble, sentí que algo dentro de mí se elevaba, no sabía que era, parecía como si tuviera alas de pájaro aleteando por todas partes dentro de mi pecho. Se impulsaba hacia fuera. Resoplé y seguí con la mirada fija en la maldita roca.

Luego rugí, dejando así escapar el aterrador gruñido de furia y esa cosa, esa fuerza que sentí elevarse antes se arrojó contra la poderosa roca. El impacto invisible fue tan brutal que partió en dos grandes trozos la roca. El ruido fue ensordecedor pero no me asustó.

Observé como unas pequeñas piedras que se desprendían y venían a mi muy despacito, Caían en mi dirección.

Lo observé todo como a cámara lenta.

Levanté una mano en alto con la palma extendí en dirección a ellas. No estaba dispuesta a dejar que me tocaran, y exclamé.

― ¡No!

Y ahí con una repentina fiereza se formó en mi mano extendida una bola de fuego, creció hasta forma una pelota de voleibol. Brillaba con luz propia y era muy hermosa. Toda la luz que emanaba mi cuerpo pasó a la extraña bola… fue impresionante. Aparté de mi mano roja el resto de mi cuerpo volvió a su habitual color.

No sabía cómo, pero me dejé guiar por mi instinto y empujé la bola suavemente. Esta partió a una velocidad vertiginosa, fue tal que era necesario tener ojos de vampiro para ver la rapidez con la cual se desplazaba.

Impactó contra las pequeñas piedras y estas explotaron como fuegos artificiales, desintegrándose al instante. No presté atención a la belleza de todo eso. Mi vista estaba anclada en el hueco que había entre las rocas partidas.

Brinqué y apoyé un pie un lado de la misma, me impulsé hacia delante sin saber donde iba a aterrizar. Pero el mismo viento que sentí antes bailó a mi alrededor y se apretó contra mi, no me hacía daño…parecía sostenerme.

¡Oh, Dios mío! Si, era eso, y descendí hasta tocar suelo sin problema alguno. Como trasportada por la suave brisa y abrazada a fuertes brazos. La sensación era indescriptible. Estaba maravillada, eufórica y asombrada.

Luego de dejarme ahí, el viento a mí alrededor se evaporó y todo quedó en silencio absoluto. Estaba en calma.

― ¿A quien debo… este don tan maravilloso? ― pregunté en voz alta a mi misma.

De repente el sonido de olas llenaba mis oídos y el olor salado del mar inundaba mi nariz. Cuanto amaba el mar. Con entusiasmo, me giré mirando al norte y supe que iba a llover.

Y empezó a llover suavemente, las gotas se formaron en mi rostro y se deslizaron sobre mis párpados, cerré los ojos instintivamente como si fuera a llorar.

Eso es lo que quería sentir, lágrimas de… tristeza por la próxima partida de Edward. Sollocé despacito primero y luego más fuerte. Me dejé caer al suelo y envolví mis rodillas con mis brazos. Ahí me di cuenta de mi desnudez. Pero no me importo en absoluto, había quemado mis ropas sin querer, otra vez.

No sentía el frío de la nieve, literalmente.

De pronto, la calidez de unos brazos invisibles me arroparon en mi lamento, como consolándome. No entendía que era pero se sentía bien. Me sentía protegida. Como en una burbuja. Me desconecté de todo y me dejé llevar otra vez. Escuché un extraño canto melodioso y… miré a mi alrededor…me levanté de golpe.

¿Dónde estaban los picos nevados? todo había desparecido y había plantas por todas partes. Incluso árboles, limoneros y naranjos, con todas las ramas pesadas y llenas de un dulce olor a frutas. Mi mirada no podía alejarse del espectacular jardín tan impresionante que se extendía alrededor de mi.

Conteniendo el aliento, me trasladé a la orilla del mar que se extendía ante mis ojos atónitos y mire el brillante azul del mar. El agua estaba más allá de lo hermoso. Era el color de los sueños y la risa y el cielo de un verano perfecto.

― Estoy soñando… ― balbuceé incapaz de creer lo que veían mis ojos.

Recorrí todo el lugar con la mirada maravillada.

La isla en sí era de montañas escarpadas, cubiertas de una apariencia inusual, los pinos me recordaban a un champiñones gigantes. En la parte superior de la más alta de las montañas de la isla, y mientras yo miraba hacia allí, a la distancia pude ver un especie de extraño templo. Tenía seis pilares redondos que sostenía el techo de forma triangular. No había puertas e invitaban a entrar en el. Me pareció que era de la época romana o tal vez griega. No lo supe bien.

Todo estaba bañado con el azul del mar, que daba al lugar un sentido mágico. Aspiré la brisa, olía a sal y naranjas. El día era soleado, el cielo estaba completamente libre de nubes, pero en mi extraño sueño, la luz del sol no me daba miedo de ser descubierta. Sabía con certitud que no había humanos aquí.

En ese momento la isla era de color aguamarina, pero me podía imaginar cómo se vería cuando el atardecer se acercara y el sol ya no gobernara el cielo. El azul se profundizaría, se oscurecería, y cambiaria a zafiro. Sonreí.

― Um… ― Oília tan bien.

Incliné la cabeza hacia atrás y abrí los brazos, abrazando a la belleza de ese lugar que había creado a partir de la imaginación de un sueño.

― Te estaba esperando ― susurró alguien con una deliciosa voz aterciopelada.

Estaba detrás de mí. Su voz se arrastró a través de la piel, como una suave caricia, por encima de los hombros, y se envolvió alrededor de mi cuerpo. Poco a poco, dejé caer mis brazos a los costados. No me di la vuelta. Como en transe respondí.

― Sabes que no debería estar aquí.

Las palabras fluyeron sin poder detenerlas. Era como si otra persona dentro de mí hablara en mi lugar.

― Me halaga que hayas venido ― contestó.

― Sabes que estos encuentros será nuestra… perdición ― afirmé con una inmensa tristeza.

Seguía fluyendo las palabras sin poder detenerlas. No luché y me dejé guiar por lo que anhelaba mi corazón, sin saber por que. Me giré hacia él.

Edward

Fue lo único que salió de mi boca cuando lo vi.

Porque lo único que podía hacer era mirarlo. ¡Era tan hermoso! y tan diferente… ¡tan humano!

Me quedé boquiabierta.

Su piel no era del color de siempre. Estaba ligeramente bronceado. Paseé la mirada por todo su cuerpo musculoso y tallado como un dios griego… estaba poco vestido. Creo que la mejor descripción sería desnudo o casi. Llevaba pantalones que parecían de algodón, blancos, y eso era todo. Cubría sus piernas con una suavidad que me daban ganas de tocarlo. Pero no lo hice. Subí la mirada cuando sentí el rubor invadir mi cara.

Esto era absurdo. No era yo. No era posible. No estaba aquí.

Gritaba mi mente.

Me deleite con sus ojos de color esmeraldas, estaban resplandecientes y muy hermosos. Tan alegres y diferentes. Sus ojos se encontraron con mi mirada con una calidez y una ternura que me cortó la respiración. Él parecía de unos veinte años, pero cuando sonrío, pareció aún más joven.

No pude sino que sonreírle también, hipnotizada por su belleza y locamente enamorada de él. Lo amaba tanto que hasta dolía estar lejos de él. Con dos pasos, cerrando el espacio entre nosotros, me acerqué. Mis brazos envolvieron su cuerpo ardiente y cálido. Le escuché respirar más rápido. También oí algo sorprendente.

Su corazón latir desbocado. Era asombroso. El sonido más bonito del mundo.

Me estremecí de placer. Podía sentir el terrible frío que emanaba de mi cuerpo y como él con su calidez me llenó de calor humano. Todo vibró dentro de mí. Cuando sus manos se posaron con delicadeza en mis costados, gemí de deseo.

Debería haberlo rechazado, pero no lo hice. Estaba conciente de que podía hacerle daño con mi fuerza sin querer. Estaba dispuesta a dar un paso hacia atrás cuando el me detuvo pasando una mano por mi espalda y atrayéndome a el. Leí la destreza en sus ojos humanos.

― No te alejes de mi otra vez, mi diosa. Por favor ― me rogó él.

― No soy una diosa. Podría herirte.

― No me importa morir amándote y besando la miel de tus labios, mi amor.

Se inclinó y, en un movimiento elegante, fuerte y seductor, susurró a mi oído, permitiendo que sus labios rozaran mi piel lo suficiente como para enviar escalofríos a través de mi cuerpo. Me conmovió tanto, que empecé a llorar… no sabía si eran lágrimas reales, pero lo sentí así, al menos.

― Ámame, mi diosa ― murmuró.

Sus labios ya no estaban en mi oído. En cambio su mirada había capturado la mía. Estaba sonriendo con los ojos. Era joven y perfecto. Y yo quería decir que tan fuertemente que tenía miedo de hablar. Mi cuerpo se congeló. Su mano se deslizó lentamente por mi cuello hasta mi mejilla, dejando un camino de calor en mi fría piel.

Cuando comprendí lo que en verdad me pedía me aterroricé. Me incline hacia él, pero solo conseguí emitir un susurro.

― No puedo. Podría matarte.

― No lo harás ― alegó Edward.

― Esto es un sueño. . . sólo un sueño. Esto no es real ― dije en voz alta.

― ¿Por qué dices eso? ¿Acaso no sientes mi amor? Ya no me amas…― dijo con profundo desconsuelo.

― Nadie podría amarte más que yo ― afirmé con seguridad.

La inmensa felicidad que vi en sus ojos me impactó. Y sin previo aviso me besó. Con dulzura e infinito amor. Pasé una mano por su cuello y acaricié su yugular pulsante.

Entonces lo sentí. Su pulso bajo mis dedos.

Latía rápido y con fuerza. Podía oírlo, también. Fue tal la impresión que apreté los labios de repente. Edward se echó para atrás, me observó y cuando se inclinó sobre mí para besarme de nuevo pude ver la vena que corría a lo largo de su cuello. Se movía, latiendo con fuerza a medida que la sangre era bombeada a través de su cuerpo. Sangre... La sangre de Edward sería caliente y rica... dulce… más dulce que…

― ¡No! ― grité de repente.

Me separé de él y di varios pasos hacia atrás espantada de mis pensamientos. Comprendí que era yo lo que hablaba y no esa extraña voz que antes no me dejaba ni replicar.

¡Oh, Dios mío… no!

Mi instinto vampírico estaba muy despierto, tanto que la boca se me llenó de veneno. Listo para atacarle y morderle… me congelé.

Lo miré, suplicante.

― ¡Me tengo que ir! ― exclamé y me di media aun sin saber a donde iba cuando le escuché suplicarme con tormentosa voz.

Hadara... no me dejes otra vez, quédate conmigo.

Al escuchar ese nombre algo dentro de mi se rompió. No supe que estaba pasando, todo se volvió borroso y la idílica isla despareció. El viento me llegó de repente y me abrazó tan fuerte que jadeé de la sopresa y luega nada. Ningun ruido se escuchaba.

Parpadeé varias veces. Estaba muy oscuro. Sentí algo frío bajo mis pies y bajé la vista. Era nieve. Había vuelto en medio de los pico nevados. Estaba confundida. Mi vision se aclaró en segundos.

― ¿Bella?

Me giré despacio hacia la voz, aun impactada de lo que acababa de vivir. Edward estaba ahi y me miraba con ojos pasmados. Sus hermosos ojos dorados estaban muy inquietos pero me alegré de ver que era mi Edward, mi vampiro favorito. Mi amor.

Se acercó a mi con paso vacilante y se paró ante mi. Se quitó la camisa sin dejar de mirame a los ojos. Me ayudó a ponermela, había olvidado mi desnudez. Creí sentir la cara arder de vergüenza.

Luego levantó una mano a mi rostro y con un dedo tembloroso recorrio mi mandibula poco a poco hasta llegar de bajo de mi ojo izquierdo. Luego retiró su dedo y descubrí que estabo mojado de un liquido rojizo. Miré aturdida.

― Bella estas... ¿Ruborizada? y... llorando.

Fue automática la respuesta.

― Los vampiros no lloran, Edward. Eso es imposible.

Él estaba en shock y tomó mi mano para llevar mis dedos a mi cara. Tenía las mejillas empapadas de ese mismo líquido extraño. Le miré a los ojos, él asintió en respuesta a mi pregunta muda.

― Lloras lágrimas de sangre, Bella.

 

 

 

 

Espero vuestros cometarios y vuestros votos chicas :)

un beso enorme para todas vosotras

Capítulo 3: Capítulo 5:

 
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