Antes de entrar a la cabaña me quité la cazadora y la airé un poco para desprenderme del olor de Alice, pero cómo no, mis torpes manos la dejaron caer en un charco de barro. “¡Estupendo!” exclamé en mi subconsciente, aunque por otro lado seguramente ya me habría deshecho del olor a vampiro sin dejar rastro.
Me acuclillé para cogerla, pero con todas las bolsas que cargaba me fue bastante difícil. Después de varios intentos nulos, en los que logré embadurnarme de barro todo el cuerpo, oí unas voces procedentes de la cabaña y rápidamente tuve que esconderme en la puerta trasera. Si alguno de los lobos, me veía con estas pintas y sujetando un montón de bolsas de ropa, ni la mejor excusa podría salvarme.
Me asomé con cautela y vi a Seth, Paul, Embry, Jared, Jacob y Sam saliendo malhumorados. Sam le dijo algo a Jacob que no logré escuchar y acto seguido, todos corrieron hacia el bosque. Di gracias al cielo porque no hubieran visto mi cazadora en el charco, pero pasé definitivamente de ella, dispuesta a entrar en casa.
Abrí la puerta trasera con mucho cuidado de no hacer ruido y subí las escaleras hasta mi habitación. “Lo más difícil ya ha pasado” me decía mientras guardaba todas las bolsas en mi armario. Cerré la puerta del cuarto de baño para ducharme y deshacerme de este olor a ciénaga, y dejé que el agua caliente relajara mis músculos.
Cuando terminé, me vestí con un pantalón de chándal, una camiseta y una sudadera de cremallera, la cual, dejé abierta. Bajé de nuevo al salón y los únicos que allí se encontraban viendo el televisor eran Emily, Leah y Seth.
-¿Tú no estabas en la biblioteca?-me preguntó Seth.
-Sí, pero ya he llegado ¿qué hay de cena?-intenté cambiar de tema.
-No te hemos oído llegar.-inquirió Leah.
-Es que he entrado por detrás.
-¿Y por qué?-siguió Seth.
-¡Porque sí!-dije harta.-Porque lo digo… y punto ¿Alguien me va a decir que hay para cenar?
Los tres me miraron extrañados por mi reacción. “¿Es que acaso una no pude enfadarse en esta casa? ¡Ya está bien!” Me estaban agobiando con tantas preguntas.
-Croquetas de bacalao.-susurró Emily para después ir a prepararlas.
Me senté en el asiento vacante de Emily en el sofá, en medio de Leah y Seth, quienes no volvieron a dirigirme la palabra hasta la cena.
No tenía mucha hambre cuando Emily la sirvió, así que picoteé sin prisa. Con mi mente en blanco y el sonido de los cubiertos chocar contra el plato, escuché una varonil voz que decía cosas ininteligibles. Me giré hacia el televisor para intentar saber qué decían, pero no provenían de allí. No dejaba de escuchar palabras envueltas en murmullos inentendibles. Desquiciada por conocer su significado, pensé en alto.
-¿Cómo?
-¿El qué?-preguntó cómicamente Seth.
-Esa voz… ¿No la habéis oído?
-¿Voz? No sé de qué puñetas hablas, Bella.-dijo Seth.
-¡Quil! ¡No digas palabrotas!-le regañó Emily.
-¡Lo que faltaba! ¡Ahora esta oye voces!-exclamó Leah.
Yo también me habría tomado por loca de no ser porque realmente las estaba escuchando en mi cabeza.
-No te preocupes, Bella. Estarás… cansada, no tardes mucho en acostarte.-me consoló Emily.
Después de cenar me puse a leer un rato, para ver si conseguía distraerme un poco, “Orgullo y Prejuicio” mientras los demás seguían viendo la tele. Pero Emily me distrajo de mi lectura un momento.
-Espero que estén bien...-la oí suspirar por lo bajo.
-¿Por qué dices eso?-la interrumpí.-¿A dónde han ido?
-Iban a firmar un tratado con Los Cullen, los nuevos vampiros de la ciudad, pero están tardando demasiado.
-O quizá no tan nuevos…-pensé en voz alta.
-¿Qué?
-Nada.-me apresuré a decir.
-Bella-me miró comprensiva,-sé que es difícil cuando algún familiar falta, y créeme, lo SÉ.-dijo cogiéndome de la mano.-Mi madre murió cuando nací. Nunca llegué a conocerla, es cierto, pero al menos tenía a mi padre.-Nunca me había contado esa historia ¿por qué lo hacía ahora?-Bueno, lo que quiero decirte es que el mundo no es todo alegría y color... Es un lugar terrible, y por muy dura que seas es capaz de arrodillarte a golpes y tenerte asustada permanentemente si no se lo impides. Ni tú, ni yo, ni nadie golpea más fuerte que la vida. Pero no importa lo fuerte que golpees, sino lo fuerte que pueden golpearte. Y lo aguantas mientras avanzas; hay que soportar sin dejar de avanzar. ¡ASÍ ES COMO SE GANA! Si tú sabes lo que vales, puedes conseguir lo que te propongas. Pero tendrás que aguantar los golpes.
Las palabras de Emily tenían su lógica y su moral, pero sabía que lo único que pretendía era hacerme sentir mejor, así que después de la charla seguí con mi libro.
Cuando vi que todos ya se habían dormido, dejé el libro sobre la mesa y cautelosamente me levanté del sofá para ir a por un vaso de agua. Mientras me lo bebía, volví a escuchar la misma voz de cuando la cena. Agudicé mi oído y cerré los ojos en un vago intento de lograr entender una sola palabra, y al final lo conseguí. “Te odio Bella Swan…. No te imaginas hasta que punto.” ¿Quién podría decirme esas cosas tan “bonitas”? ¿Y por qué únicamente yo podías escucharlas en mi mente? Sacudí la cabeza exhausta. Tal vez Emily tenía razón, pude que esté cansada y necesite dormir bien esta noche… Pero no podía. Los lobos aún no habían regresado y eso era señal de que algo no iba bien. Cuando regresé al salón, me dirigí a la ventana para ver si había algún rastro de ellos. Pero lo único que alcancé a ver, fue una enorme luna llena brillando en cielo, iluminando el oscuro manto de la noche y los aglomerados árboles del bosque que casi podían tacar el cielo con sus copas. Observé que mi cazadora embadurnada de barro aún se encontraba en el charco. A regaña dientes, salí a cogerla. Me cerré la sudadera y me abracé el cuerpo para intentar conservar el calor, pero una bofetada de frío echó a perder mis planes. Mientras intentaba cogerla de nuevo, sin partirme la crisma, claro, volví a escuchar la misma frase de hace un momento, pero en un tono escalofriantemente cercano a mi posición. Me tensé, no sé si por el frío o porque no quería descubrir que realmente había alguien a mis espaldas. Pero como no tenía el poder de desaparecer cuando las cosas se ponían feas, tuve que hacerle frente.
Me giré más rápido de lo que me hubiera gustado y reconocí unos ojos dorados que me miraban con repulsión. Parpadeé unas cuantas veces hasta que me lo creí. Era él, no había duda, pero… ¿qué estaba haciendo ahí parado? ¿Y mirándome de aquella manera tan peculiar suya? ¿Habría hecho daño a los lobos y ahora pensaba hacerme lo mismo a mí?
Enfundada de coraje, hablé.
-¿Qué haces?
-Odiarte.-respondió sin ningún reparo.
Indignada por su falta de respeto, me crucé de brazos y el devolví la mirada de asco que antes me había concedido. Él no abrió la boca, solo cambió su expresión para sonreír por algo no entendía.
Realmente se estaba burlando de mí de una manera demasiado vergonzosa: sus delineados labios no paraban de esbozar divertidas sonrisas contra mi rostro, y yo no hacía más que suspirar exasperada esperando una respuesta: estaba demasiado ruborizada para mirarle a los ojos así que me dediqué a verme los pies. Cuando noté que sus risitas se habían desvanecido y que mi sonrojo había remitido, me atreví a mirarle, descubriendo un pálido y seductor rostro. ¿Era cosa mía o cada vez que nuestros ojos coicidían era como si encontrara las respuestas que andaba buscando? Después de aquella absurda pregunta interna, noté que en un instante se me acercó y que casi nuestras respiraciones se tocaban. Hechizada por el brillo de sus ojos caramelo y su cercanía, él no desaprovechó el momento para acariciarme la mejilla con suavidad, tanta, que me produjo cosquillas. Era una sensación increíble: su tacto helado me quemaba la piel y no sé por qué, pero en ese mismo momento sentí como si el corazón se me fuera asalir por la boca. No creo que cualquier ser humano fuera capaz de soportar el remolino de emociones que me embargaba en ese momento. El asesino de mis padres, y puede que también el mío, el enemigo de mis amigos… Había sucumbido a sus encantos de eso no había duda, si ahora mismo decidiera robarme mi primer beso, no sería capaz de impedírselo.
-No sabes el tiempo que llevo queriendo hacer esto.-me susurró romántico.
¿Qué quería decir con “hacer esto”? ¿Acariciarme? “No seas tonta…”me soltó mi subconsciente “¿cómo se va a referir a eso?" Delatadoras, mis mejillas se encendieron otra vez y tuve que separarme abruptamente de él.
En un momento, le sentí tenso.
-Tus amigos ya vienen… será mejor que me vaya.
Supe de inmediato que con lo de “tus amigos” se refería a los lobos. Como despedida, tuvo la amabilidad de agacharse y darme la cazadora, pero en eso, nuestras manos se rozaron y volví sentir su abrasador contacto. Abatido, me regaló una última mirada y se evaporó en el bosque sin dejar rastro.
-¿Bella?-pronunció Embry, sacándome de mi burbuja.
-Hola.-saludé.
-¿Qué haces levantada a estas horas?-me regañó Sam.-¿Y aquí, a la intemperie?
-Había tenido una pesadilla y quería tomar el aire-mentí, absorbiéndomela nariz. Realmente esta noche hacía bastante frío.
-¿Tomar el aire? Anda, entra en casa antes de que cojas un resfriado.
-¡Esperad!-dijo Jacob.-¿Lo oléis?
El resto de los lobos hizo un atisbo de olfatear al igual que lo haría un perro. Al verles, no pude evitar hacer lo mismo con mi sudadera. ¡Oh, no! Si el aroma de mi asesino personal había llegado a penetrarme en la ropa, los lobos irían tras él ahora mismo. ¿Pero y ahora por qué me preocupaba por su seguridad?
-Yo también lo huelo.-afirmó Paul.
-Y yo.-dijo Sam.
Acto seguido, se giraron hacia mí todos, siguiendo el olor.
-Bella… dime que no-balbuceó decepcionado Jacob.
-No.-respondí lo quiso escuchar.
Frustrado, cerró los ojos en un acto de controlar su enfado, pero no pudo.
-¿¡Por qué me haces esto!? ¿¡Eh!? ¡Y pensar que yo siempre confié en ti! ¡Que te he protegido! ¡De no ser por mí ahora ya no vivirías!
Ninguno de los allí presentes daba crédito a lo que acababa de escuchar. Estaba a punto de devolvérsela, pero él continuó hablando.
-Y me lo pagas con esta moneda-relajó la voz,-quedando con tu querido asesino a nuestras espaldas…. Eres una maldita suicida y traidora, Bella Swan.
-¿Chicos? ¿Qué está pasando?-preguntó Leah desde la puerta. No me extraña, los gritos de Jacob se habrían oído hasta en la China.
-Nada-dije con asco antes de entrar furiosa a la cabaña. Subí a mi cuarto, dejé la cazadora manchada de barro sobre la bañera y comencé a hacer la maleta. Me quería ir, no sé a dónde, pero lejos de todo y de todos. Ya había sido lo bastante paciente con los comentarios poco agradables que me lanzaba Jacob. Y el estar las 24 horas del día vigilada por los lobos, me agobiaba. Yo siempre he sido una persona muy independiente que odiaba ser el centro de atención, pero desde hacía años mi personalidad había cambiado muchísimo. Ya no era la pequeña Bella frágil y miedosa de los ochos años; había crecido y madurado, cosa que Jacob no parecía haber notado ¿Y Sam? ¿Acaso le parecía correcta su actitud hacia mí? ¡Por favor!
Después de meter en la maleta la última prenda que me había comprado Alice, se me ocurrió: pasaría la noche en su casa. No podría decirme que no porque en realidad se trataba de mi casa.
Decidida a marcharme, me puse el abrigo y agarré la maleta por el asa. Al bajar las escaleras, me topé con la mirada de ocho lobos enfurecidos.
-¿Qué estás haciendo?-dijo Sam.
-Me voy…. ¡Ya no puedo más! ¡Bien sabes que no es la primera vez que Jacob me grita de ese modo!
-Yo no te he gritado.-saltó.
-¡No, claro que no!-dije irónica.
-¡Parad!-nos detuvo.-Bella no tienes ni idea de lo que estás haciendo.
-¿Sabes? Creo que por una vez sí.-confesé.-Tú siempre me has infravalorado Sam, ¡y te voy a demostrar que Isabella Swan tiene lo que hay que tener para salir ahí fuera, con un maldito asesino pisándome los talones, y que voy a ser capaz de salvarme la vida yo sola!
-¡No tienes a dónde ir!-me advirtió.
-¡Me da igual! ¡Cualquier lugar es mejor que esta casa!-abrí la puerta.-¡Ah! Y que no se te ocurra mandarme a uno de tus lobitos para seguirme el rastro ¿está claro?
-¡Estás como una maldita cabra!-me decía Jacob. Pero yo no le di tiempo para que siguiera con sus “halagos” y les cerré la puerta en las narices.
Cabreada, anduve por las calles como alma que lleva el diablo con mi maleta a rastras. No sé cuánto tiempo estuve caminado, solo sé que estuve tardando más en llegar para que se me bajaran los humos. He de reconocer que aunque podía ser muy buena, tenía mi temperamento. Extasiada, me senté en un banco frente a la casa de Alice e hice unas cuantas respiraciones por la nariz mientras pensaba qué le iba a contar. Tal vez no me dejaría quedarme porque al fin y al cabo no tenía ningún derecho; la casa la abandoné hace 8 años y desde entonces no la volví a pisar. O simplemente me dejaría en la calle porque apenas nos conocíamos. ¡Bah! Me la jugué y toqué el timbre.
Me abrió el fortachón, el tal… Emmet.
-Hola.-dijo con una sonrisa divertida que no venía a cuento.
-Hola… ¿está Alice?
-¡Claro! Pasa, pasa.-me ofreció amablemente.
La casa era todo un lujo a como la recordaba.
-¡Ah!-señaló la maleta.-Déjame eso.
Se la di con recelo y la cargó sobre su hombro como si nada mientras subía las escaleras ¿acaso ya sabía a lo que había venido?
-Por cierto, Alice está en el salón.
Fui hasta él, quedándome perpleja por la decoración. Las paredes seguían con su color ocre y la chimenea ardía tenuemente, pero los muebles de alrededor le daban un toque de distinción.
-¿Bella?-me habló mi amiga.-¡Oh, sabía que vendrías!-me abrazó.
-¿En… serio?
-¡Sí! Te he visto en una de mis…
-¿De tus qué?
-No importa, ven, siéntate. Te prepararé una taza de chocolate caliente.
Cuando me quedé a solas en el salón, me dediqué, cómo no, a inspeccionarlo. Probé el sofá de cuero que parecía ser muy cómodo y no me equivoqué; pasé un dedo por la estantería a maderada que había junto a la chimenea para comprobar que estaba limpia, y así fue, ni una mota de polvo. Definitivamente esta familia cuidaba muy bien de mi antiguo hogar.
De la nada, fijé mi vista en los objetos que decoraban la estantería: desde libros de todos los géneros, hasta elegantes adornos como un caballo de cristal en miniatura. Observé que también había una fotografía familiar y no pude evitar echarla un vistazo. Supuse que se la hicieron hace poco, ya que estaban igual de jóvenes que en la actualidad, pero sabía de sobra que tal vez esta foto fuera desde hace décadas.
En ella aparecían en París, con la torre Eiffel detrás de sus cabezas. Recuerdo haber estado allí un año antes de la muerte de mis padres. Charlie me llevó con él a pasar un fin de semana después de la bronca que tuvo con Renée. Di gracias a Dios porque al año siguiente volvieron a reconciliarse. Suspiré con dificultad, y seguí examinando la foto.
Carliesle y Esmee se situaban al fondo, haciendo una pareja encantadora y feliz. Rosalie y Emmet a su izquierda, posando como dos modelos para la portada de una revista. Por más que analizaba a Rosalie, no la encontraba ningún defecto. Jasper y Alice a la derecha de Carliesle y Esmee, se abrazaban amorosa y dulcemente. Pero lo que más me desconcertó de la fotografía, fue que había un miembro más.
A la izquierda de Alice y Jasper estaba Él, solo y taciturno. Como si no quisiera estar allí con todos ellos, pero… ¿de qué conocía Alice y su familia a este individuo?
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