It was you, Isabella.

Autor: Love_Carlisle
Género: Drama
Fecha Creación: 16/12/2011
Fecha Actualización: 23/02/2012
Finalizado: NO
Votos: 10
Comentarios: 36
Visitas: 12329
Capítulos: 11

Querido diario,

Hoy me he sentido muy extraña. Cuando me levanté por la mañana, todo estaba bien e incluso estaba feliz… mi madre se ha casado y es feliz. Estoy contenta por ella, pero a la vez me embarga una sensación de amargura cada vez que Phill le dice que se tiene que marchar. Ella se ve forzada a quedarse conmigo y no sé qué hacer. Últimamente he estado pensando que sería buena idea ir con mi padre, hace mucho tiempo que no le veo. A fin de cuentas, siempre he estado con Reneé y sé que probablemente le moleste la decisión que estoy pensando en tomar. Pero le quiero demasiado como para obligarla a estar conmigo, cuando sé que desea estar con él… también sé que me ama, es mi madre… pero el amor de una hija no se puede comparar con el que da un hombre, supongo. Y estos mareos tan repentinos. He preferido no decirle nada acerca de ellos… seguro se pasa.” -Bella.

 

"— ¿Y qué fue lo que te sucedió el otro día?

No podía dejar nuestra conversación así, a medias, sin lograr saber completamente lo que pasaba con ella. Miró al frente, con aparente tristeza y volvió a escribir.

—Falta de vitaminas —respondió.

Rechacé conformarme con eso.

—No creo que por simple falta de vitaminas te hagan tantos exámenes —dejé caer, reprendiéndome luego por ser tan imprudente. Quizá sí era cierto que ella no sabía nada, y sus padres debían tener un motivo lo suficientemente fuerte como para negarle el saberlo.

Clavó sus ojos chocolate en mí, crispada." -Edward.

 

"— ¿Una guerra? —exclamó Alice, levantándose de golpe. Intentó ver más allá de las palabras, pero no lo logró. Su poder no tenía tal alcance. Deseó que sí.

—He dudado si debía o no ponerme en contacto con los Vulturi, pedir una audiencia, ya sabéis… —dudó en su decir lo siguiente, temía que la tomasen por cobarde, pero tenía sus razones para no querer proceder, y eran respetables. —Vosotros sabéis nuestra postura para con los Vulturi. En principio no tenemos buena relación, y si tentamos a la suerte, puede que se decidan a terminar con nosotros al igual que lo hicieron con nuestra madre.

—Pero vosotros sois inocentes, no pueden hacer nada —Rosalie parecía frustrada. Tanya le simpatizaba, odiaba que tuviera que ser juzgada por un pasado que ella no había condicionado.

—Seré yo quien hable con Aro —dijo Carlisle, según lo previsto. Él tenía una buena relación con ellos, de modo que el único que podría intervenir a favor de Tanya era él." -Edward.

 

It was you, Isabella. Una lucha entre el amor, los principios y la lealtad. Una historia triste y conmovedora, que relata la lucha de una familia, por preservar su integridad, y dos jóvenes, que luchan por su amor... y por la vida eterna.

 

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Capítulo 4: Capítulo IV. El incidente.

 

Capítulo IV. El incidente.

 

“Querido diario,

 

Hoy he tenido la sensación de que él, Edward Cullen, intentaba acercarse a mí. Quisiera poder ser yo quien vaya hacia él para pedirle disculpas por ignorarle durante tanto tiempo, pero no encuentro las palabras adecuadas.

Tampoco puedo hacerlo si él me mira a veces como si me odiara, aunque sería justo si él lo hiciera, pues sólo intentaba ser amable conmigo. Lo que más me dolió fue que confirmase mis propias sospechas y en esto ha acabado. Ahora, apenas habiendo empezado una nueva vida lejos de mi madre, ya he entablado una nueva enemistad.

 

Ya sabes que nunca me he caracterizado por ser una persona demasiado sociable, pero Edward parecía una persona amable con la que poder hablar en ciertas ocasiones. Me siento tan ridícula a veces, cuando sé que él me observa y esconde tras su mano la evidente burla en resultado a mi soberana torpeza. Es un gesto cuanto menos amable, que me hace ilusionar cada día con que, definitivamente, no me odia tanto… aunque, supongo que tendré que vivir con esa duda, pues no parece que ninguno de los dos vaya a ceder.

 

¿Debería hacer de tripas corazón y romper esto que me aleja de su compañía? El caso es que, extrañamente, cuando me siento observada por él, una sensación distinta me invade. No sé si correr a esconderme o acercarme a hablar con él.

 

Mañana tal vez sea un buen día.”

 

Conduje mis pasos, como de costumbre después de clases, al aparcamiento para coger el coche en dirección a casa. Emmett y Rosalie parecían, a mi lado,  como de costumbre, enfrascados en una conversación de miradas que se escapaba al alcance de mi poder. A lo lejos se veía a Jasper y Alice venir agarrados de la mano, sonrientes, felices de poder estar juntos.

 

En ocasiones era insoportable tener que vivir en una casa en donde todos estaban emparejados. Ellos habían encontrado su otra mitad, aquello que le daba sentido a sus largas a inmortales vidas, mientras yo tenía que enfrentarme a la soledad de mis días. Sus vidas se limitaban a amar y ser amados, mientras que la mía, últimamente se resumía a seguir los movimientos de una chiquilla que bien podía ser mi nieta, en la cabeza de todos mis compañeros del instituto. ¿Tan miserable era mi existencia que, ni tan siquiera podía yo gozar del amor como ellos lo hacían?

La nevada de la noche anterior había hecho que fuera difícil para todos los torpes estudiantes con edad de conducir y coche, salir del aparcamiento sin temer atropellar a alguien, pero en absoluto estaba interesado en observar las peripecias por las que tenían que pasar. Respondí a los pensamientos de Mike Newton, volviéndome para ver a Isabella Swan caminar torpemente hacia su destartalada camioneta roja. Esperaba que de un momento a otro cayera al suelo, y la sangre corriera a sus mejillas a delatarla, pero por el contrario me sorprendió al llegar intacta a la puerta del piloto sana y salva.

 

Sonrió, triunfante, aunque también parecía tanto o más sorprendida de lo que yo mismo estaba, por su hazaña. Me quedé allí, petrificado, observándola mientras buscaba las llaves dentro de su cartera y ella se dio cuenta. Volvió su atención rápidamente a mí y sonrió de manera amable. Me desesperé al no saber qué sentir en ese momento. Por un lado, me alegré al saber que, tras varios días en los que me había ignorado, por fin había tomado la iniciativa de devolverme la confianza suficiente como para poder concluir que no me repudiaba por haber sido descortés con ella, pero mi garganta quemó del deseo y la bestia resurgió entre sus cenizas para recordarme que ella era mi presa, y yo debía mantenerme alejado tanto como me fuera posible, para no darle pie a perpetrar su cometido.

 

Me metí en el coche, sintiéndome profundamente apenado y asqueado a la vez. ¿Por qué tenía que ser quien era? Siendo otra mi condición, me hubiera acercado a ella para disculparme mil y una veces; pero estaba allí, dentro de ese maldito coche deseando más que nada en el mundo no anhelar tanto su sangre. Tenía ganas de llorar, y hubiera llorado en ese mismo momento de la frustración de no saber qué hacer. Maldecí mi condición y me odié una vez más, una más de tantas. No me haría daño, no más que la ardiente avidez.

 

Entonces fue cuando escuché la voz de alarma de Alice. Ella veía claramente que algo iba a pasar. Veía cómo la camioneta roja iba sola y sin control al quedarse la chica paralizada.

 

Bella había entrado para poner en marcha su vehículo, sin saber que lo mismo que le había sucedido el primer día en que deseé acabar con su vida, terminaría el trabajo por mí.

 

La vi, sonriendo para mí, con amabilidad… también recordé sus gestos, la manera en la que enredaba los dedos en su pelo, su fragancia, el latido de su corazón y todas y cada una de sus expresiones. ¿Y si todo eso jamás volvía?

 

Me forcé a mí mismo a quedarme allí; los humanos siempre tenían accidentes, ese iba a ser uno de los tantos que la caracterizaban como alguien especialmente torpe, pero no fui lo suficientemente valiente como para resistirme a verla sin vida.

 

Salí de mi coche y corrí lo más rápido que pude. Supe que nadie se había fijado en mí, y mucho menos en lo rápido que me interné en el bosque que se extendía después de la carretera frente al instituto. Observaban atónitos, entre gritos y sin poder encontrar explicación, cómo el coche de Bella se dirigía a la maleza. Le vi, ya casi tan lejos como medio kilómetro de la carretera y me sorprendió que no se hubiera chocado contra ningún árbol. Di las gracias porque, por una vez, no le había sucedido nada malo aún, pero pronto pasaría, así que detuve el coche que corría a una velocidad considerable. No me di cuenta de la fuerza que tuvo el impacto, pero en aquel momento lo que menos me importaba era eso.

 

Mi atención se centraba en el porqué de que Isabella no hubiera detenido la marcha de su coche, en su estado de salud. Fui rápidamente hacia la puerta del piloto y la vi allí, tumbada e inconsciente contra el volante de su coche.

 

Esperaba que todo fuera más fácil, que los intentos del destino de dejarla sin vida cesaran, pero la sangre que emanaba por su la pequeña herida de su frente prometía ser tan deliciosa…

 

Nadie me vería, quizá podría llevármela y todos pensarían que la puerta de su vieja camioneta había fallado, liberando su cuerpo inconsciente, perdido por aquel bosque tan extenso. La cogí en brazos, con la garganta a fuego vivo y me la llevé conmigo, todo lo lejos que fuera prudente, y la recosté en el suelo, observando su rostro. Estaba sumida en la inconsciencia, parecía tan indefensa, tan cálida… la sangre había parado de brotar por la herida, pero dentro de ella había más… toda para mí. Me resistí a beberla en ese instante, por lo placentero del escozor en mi garganta sabiéndola cercana. Pronto sería mía y no había prisa, podía disfrutar de su aroma, de lo que provocaba en mí.

 

Esa insignificante y débil humana me hacía sentir más vivo de lo que había estado desde el día de mi muerte. Su sólo aroma hacía que sintiera como un escalofrío en mi pétreo cuerpo; su aliento cálido sobre mi rostro cuando me acerqué para oler su sangre me provocó mil y una sensaciones, jamás experimentadas. Abrí los ojos, con mi garganta ardiente, para observarla de cerca.

 

Sus labios, sonrosados, su pálida y lisa piel… su respiración entrecortada, sus mejillas tan vivas y llenas de calidez. Acerqué mis dedos a ella, acariciando su fina, suave y cálida piel, observando de cerca cómo bajo ella, ardía con el calor de su cuerpo la sangre que se prometía tan mía en ese momento. Escuchaba el latido de su corazón entre mis brazos, purificando su sangre para mí; el silencio profundo de sus enmarañados pensamientos, acompañando el tono melodioso de su respiración. Bella era tan humana, tan débil, y su cuerpo era tan frágil que temí romperlo en pedazos, así como también temí que toda la sangre que había en él se derramara en mí. Quería mantenerla así, observando cada detalle que formaba parte de su ser, recorriendo la circulación de su sangre en las venas de sus muñecas, saboreando la cercanía a mi objetivo, y el placer que me provocaba oler la sangre de su herida.

 

Abrí los ojos, maravillado por todas las nuevas y fascinantes sensaciones que me embargaban, cuando la chispa ardió. Fue como cuando acercas el fuego a una lumbre; o como cuando enciendes un petardo y la mecha arde hasta llegar a su destino.

Sentí que las chispas quemaban algo más allá de mi garganta. La sensación bajaba acompañada de la expectación que despertaba en mí, hasta por fin estallar.

 

Había fuego en mi corazón. Pude, por primera vez en mi largo letargo sentir algo más que no sólo sed. El miedo se apoderó de mí, y ese sentimiento que no podía relacionar con nada sentido antes también; temblé con una nueva ráfaga de viento que acompañó su olor con la fragancia de la muchacha. Su calidez me envolvió, capturó cada uno de esos sentidos que habían estado muertos hasta entonces, y cuando sólo cuando dejé de intentar ahogar el fuego que ardía en mi pecho, escapar de la prisión en la que el monstruo y yo habíamos quedado recluidos, tomé consciencia de cuál era ese nuevo y sorprendente deseo.

 

¿Por qué no la mataba? Ella estaba allí, inconsciente. Probablemente, ni siquiera fuera a saber en qué momento murió, le evitaría un sufrimiento mayor, pero ¿era compasión el nombre que debía darle a ese nuevo sentimiento? No, eso estaba relacionado a todos los motivos que di para no matar a alguien antes. En ese caso, beber su sangre era lo que debía hacer si no había nada más, si no lograba averiguar lo que sucedía en mí, lo que ardía en mi difunto corazón.

 

Volví a tocar su rostro, acariciando el palpitar de su vena aorta bajo las yemas de mis dedos. Aspiré su aroma, sintiendo cómo el fuego del deseo ardía tanto que parecía consumirme. La calidez de su cuerpo me envolvió en su hiriente perfume, le dio calor a un cuerpo que había estado a la intemperie por un siglo.  

 

Escuché sus latidos, pero también sentí la voz de mi padre. La chispa volvió a arder.

 

Entonces lo comprendí; entendí el sentido que tenía todo aquello para mí y por fin tomé consciencia de las consecuencias de mis posibles actos.

 

Carlisle solía decir que la vida de toda criatura en este mundo era valiosa. Que nosotros no teníamos derecho a arrebatarles algo que no nos pertenecía, si no era vitalmente necesario. La sangre humana no era algo vitalmente necesario para nosotros, por lo cual, no teníamos por qué quitarles su vida. Claro que sí debíamos alimentarnos, porque era la única forma de subsistir con humanos sin quitarles la vida. Esta era nuestra condición y debíamos sobrellevarla de la mejor manera posible. Alimentarse de sangre animal era la mejor de las opciones sin duda, y yo nunca lo había puesto en duda hasta el momento en que Isabella se cruzó en mi camino.

 

Tras haber barajado tantas veces la posibilidad de acabar con la sed que me consumía cuando ella estaba presente, me hallaba ahí, dándole un nuevo sentido a la vida de esa humana. Valorando su respiración como algo necesario para el orden de mi mundo.

 

Ahora, no se resumía a una nueva forma de subsistir, si no a un sentimiento desconocido todavía que me hacía temer por su muerte. Me dio miedo; jamás había temido nada como verla muerta entre mis brazos. Me horrorizó el sólo hecho de verla palidecer, de ver su vida desvanecerse entre mis labios por el sólo hecho de llevar a cabo un acto que bien podía evitar.

 

Su corazón latía con tanta fuerza en ese cuerpo tan frágil. Ella no era culpable de mi desdicha. Pero también llegué a acariciar la idea de que simple y llanamente, quisiera mantenerla con vida por volver a sentir el palpitar de sus venas bajo mis caricias, por sentir a su cálido cuerpo brindarle cobijo al mío. Me pareció increíble e imposible que alguien como ella, tan maravillosa y humana, pudiera desear acompañar en sus tortuosos días a alguien como yo. Mucho menos si ese alguien quería acabar con su vida.

 

Me dolió llegar a esa conclusión. Saber que para mantenerla con vida debía procurar estar lejos de ella. Su lejanía. La eché de menos en mis visiones lejanas de ella, y por todos y cada uno de esos años que había pasado sin sentir… aunque no supiera todavía a lo que me estaba enfrentando.

Lo único de lo que era consciente era de que ella debía vivir, y yo debía hacer lo que estuviera a mi mano para que esto continuase siendo así.

 

Volví a tomarla en brazos, para dejar su cuerpo inconsciente en el coche. Me quedé con ella, ignorando al monstruo que intentaba escapar de su nueva celda. Pedía a gritos su sangre, pedía sitio en mí, y yo por momentos quería dárselo, era demasiado doloroso sentirla tan cerca, pero el miedo era mucho más fuerte que todo lo demás.

 

Ya no podía volver a desear matarla, sin pensar en las consecuencias que eso traería para mi cordura. Y si para verla con vida, tendría que alejarme de ella, como lo había hecho hasta ese momento, me limitaría a observar cómo vivía y brindaba su calor a otras personas. Volví a acariciar su rostro, para sentir por última vez —y prometiéndome que lo sería— su calidez, y un quejido se escapó de entre sus labios. A lo lejos escuché que múltiples personas se acercaban. Decidí marcharme, antes de que nadie me viese y empezara a preguntarse el porqué de mi presencia en aquel lugar. 

 

Observé cómo llegaban los humanos enseguida, escondido en lo alto de un árbol. Me desesperaba en demasía su tardanza, pero la calma volvía a mí al escuchar el corazón de la muchacha latir desesperadamente al ella sentirse avergonzada. Parecía desorientada también, entre todo el bullicio y la prisa con que todas las imágenes se sucedían ante ella. Podía sentir arder sus mejillas y la boca se me hizo agua, sentí la necesidad de acariciarla nuevamente, para así sofocar el frío que me envolvía en ese momento. En otra situación, en otro tiempo, no habría sentido tan humanas sensaciones, pero el recuerdo de su calidez seguía llamándome en la distancia que nos separaba.

 

La ambulancia se la llevó y me di toda la prisa que pude para llegar al hospital con mi padre para avisarle lo que había sucedido. Pretendía que fuera él quien se hiciese cargo de examinarla; era el médico más eficiente que conocía, y el único que podría decirme, por consecuencia, todo lo que sabía acerca del historial médico de la chica. Todavía no olvidaba aquella primera razón por la cual perdoné su vida, pero parecía ya tan lejano aquel día, a pesar de que la garganta ardía con la memoria de su exquisita y enloquecedora fragancia…. Alguien interrumpió mi camino, asiéndome por el brazo con la suficiente fuerza como para detenerme.

 

—Edward ¿se puede saber qué demonios sucede contigo? —la súbita presencia de mi hermana, Alice, me sobresaltó. A su lado acompañándola se encontraba Jasper. Supuse que Rosalie estaba lo suficientemente enfadada conmigo, como para que Emmett se quedase con ella por tal de calmarla.

 

No supe qué responder a su pregunta, pero sí manifesté mi inquebrantable decisión. Iría a ver cómo se encontraba y averiguaría todo lo que pudiera sobre ella, a pesar de todo lo que pudiera eso afectar a mi familia.

Le mostré a Alice que no había cometido el acto atroz por el cual ella me reprendía, pero se escapó de mi control el ocultar las demás imágenes. Me sentí avergonzado al haber salido al aire tan íntimos recuerdos.

 

—Comprendo… —musitó ella, frunciendo el seño. Parecía sumida en una nueva visión. —Oh, Edward…

 

Las imágenes. Me desagradó lo que leí en ella. Las posibilidades se habrían paso súbitamente ante mí y quise esconderme en algún sitio lejano en el Jasper no pudiera interpretar mis emociones.

 

—Tú… no la matarás Edward… Hay algo que te ata a ella, pero no sé, no puedo ver claramente… Hay un abanico de posibilidades tan inmenso. —Alice me miró, contenta al descubrir que había decidido aparcar mi problema con su sangre. —Esme estará muy contenta de saber que ya no nos iremos de aquí. Por fin vuelve la paz hermano. —Se lanzó a mis brazos, sorprendiéndome. La estreché contra mí, contrariado y aliviado a la vez. Todo aquello significaba que sería lo suficientemente fuerte. A pesar de todo.

—En ese caso, deberíamos irnos —dijo Jasper, interrumpiendo nuestro abrazo. Alice le tomó de la mano y acarició su nariz con la de mi hermano.

—Vete Edward —concluyó al separarse de su gesto cariñoso—, estaremos al pendiente. Confío en ti.

 

Una vez hube llegado al hospital, corrí lo más humanamente que pude en su búsqueda. Sabía, por los pensamientos de algunas enfermeras que había llegado una chica que había sufrido un accidente, que se encontraba bien y que ya había sido atendida. Por mucho que me había apresurado en llegar, el hospital siempre iba a estar muy lejos del instituto, de modo que el tiempo había pasado considerablemente.

 

Rastreé los mente de mi padre entre toda esa maraña de pensamientos, y esperé en la sala de espera del sitio que estaba justo delante de donde ella se encontraba siendo atendida. Debí suponer que él pondría especial atención si se trataba de ella. Atisbé, a lo lejos, el interés que despertaba en él por conocer a la muchacha que me había estado torturando con su aroma. Me puse en pie, considerando entrar en la habitación a pesar de la imprudencia que estaría cometiendo, pero esperé en la entrada, al borde del colapso. El padre de Isabella llegó interrumpiendo mi desasosiego, y escuché cómo rogaba que no le hubiera sucedido nada malo a su hija. Lloraba, internamente, pero se había puesto una máscara que ocultaba todo lo que sufría. Volví a recordar mis viejas intenciones con su hija y me sentí peor que al principio. El sufrimiento de ese hombre era una de las pruebas de por qué no debía quitarle la vida a Bella. Me escondí, y escuché la conversación que tenía mi padre con él, justo después de que comprobase que el estado de salud de su hija, en ese momento, era correcto.

 

—Dr. Cullen, gracias por haber cuidado tan bien a mi hija —empezó el hombre. Había sincero agradecimiento en sus palabras.

—Jefe Swan —Carlisle dudó, nunca antes le había visto rebuscar tanto en su repertorio de palabras y tonos. Supe que era peor de lo que yo imaginaba. —Espero que sepa cuál es la situación de su hija —logró decir—, de lo contrario, me temo que tengo muy malas noticias para usted…

 

El padre de la chica no pudo más. Se derrumbó en los brazos de mi padre, llorando sin consuelo, y yo veía la escena con un nudo en el pecho que me ahogaba.

 

—Lo sé—arrastró las palabras en su mente, para poder decirlas. Pesaban. —Sé todo lo que está sucediendo desde hace más o menos un año y medio… Ella… es tan joven y tiene tanto que vivir, que yo me siento tan mal…

—Jefe Swan, siento mucho tener que hacerle tantas preguntas en este momento, pero me temo que es mi obligación como médico encargado de su hija —Carlisle intentaba ser todo lo amable que podía, realmente se sentía apenado por la situación, pero ¿qué era lo que le sucedía a Bella? —. El caso es que, ¿Bella sabe lo que le está sucediendo? Si le hago esta pregunta, es porque, al llegar, ella no nos pudo dar más información acerca de lo que pasó. Ella nos explicó que últimamente está muy cansada, de modo que me tomé la libertad de contactar con algunos colegas en Port Ángeles, buscando en el historial médico de su hija para saber a lo que nos enfrentamos.

—Degeneración espino-cerebral —admitió finalmente el jefe Swan. Jamás en mi vida había oído hablar de nada igual, incluso en mis años de estudiante de medicina jamás tratamos este tipo de enfermedad. ¿De qué se trataba y cuál sería su alcance? Quise saber más; presté atención.

—Exactamente —continuó Carlisle; tomó una bocanada de aire. Era la primera vez que se sentía levemente afectado por una situación ajena a su familia. ¿Tan grave era? —. En cuanto supe lo que era, di por sentado que Isabella no lo sabía. Me gustaría saber los motivos que le llevaron a tomar la decisión de no decírselo, pero me voy a limitar a darle algunas advertencias. Su hija, a partir de este día, debe estar en observación por un médico local especializado en este campo. Sé que será duro, pero creo que ella debería saber lo que le sucede, sobretodo porque todo el proceso de esta enfermedad es lo suficientemente complejo y extraño como para que ella se dé cuenta que algo no anda bien; obviamente, eso es algo muy aparte. Usted es quien decide y nosotros no podemos obligarle, pero el paciente tiene todo el derecho de saber. Además, me gustaría sugerirle que su hija no conduzca más su vehículo, de otro modo, podría volver a suceder lo de hoy con facilidad. Si queremos que las ataxias no afecten a su salud de forma importante, lo primero es la prudencia.

—Tiene razón Dr, he sido un imprudente —admitió. — Al principio pensé que viniendo aquí y haciendo una nueva vida, las cosas irían mejor. Ya sabe, cambiar de ambiente y esas cosas…

—Charlie, lamento decirle que lo único que ralentiza el proceso de la enfermedad es la rehabilitación. —Carlisle procuraba ser cuidadoso en todo momento. Siempre había sido una persona admirable, pese a su condición inmortal. —En este momento nos encontramos en el primer nivel, de modo que no es necesaria la terapia. Espero sinceramente que este tiempo le sirva para encontrar las palabras adecuadas. Su hija lo único que necesita es verdad. Ahora tengo que marcharme, puede pasar a verla.

—dudó en su volver a insistir, pero decidió que era justo y necesario. —Es justo y necesario, créame. Todo será mucho más fácil si ella asimila cuál es su destino con tiempo. Eso es lo único que puede curar las heridas que le provoque este duro golpe.

 

Escuché a Carlisle venir hacia mi situación, y me apresuré a alcanzarle cuando pasó frente a mí. Agarré su brazo, deteniéndole.

 

—Sabía que estabas aquí —dijo. Carlisle tenía la habilidad de reconocer cada uno de nuestros olores pese a la distancia a la que estuviéramos. Sonreí, sin ganas.

—No podía quedarme sin saber qué era lo que sucedía, ahora que tengo la oportunidad —manifesté mis pensamientos abiertamente, pero sólo parte de ellos.

—Edward —tomó mi brazo y me llevó a un rincón por el que no parecía haber tránsito de gente—. Fue extraño encontrar en el cabello de la chica restos de tierra y hojas… sobretodo, teniendo en cuenta que ni siquiera había abierto la puerta de su coche para salir.

 

Carlisle había descubierto mi mentira. Le había ocultado el haber estado con ella justo antes de que llegaran los paramédicos, pero él tenía la perspicacia suficiente, como para saber interpretar todas las pistas que se le daban.

 

—Cuando vi los pensamientos de Alice, lo que previó —las palabras se me atragantaban en la garganta—, lo siento mucho Carlisle, pero no podía permitir que muriera.

 

Mi padre me devolvió una mirada llena de orgullo y compasión.

—Edward… supuse que habías sido tú quien la salvó cuando escuché que algunos paramédicos comentaban lo lejos que estaba el coche del posible árbol con el que pudiera haberse estrellado. —Miró la hora en su reloj y continuó. —De no haber estado ahí, seguramente el daño sería peor… aunque seguramente una muerte tan súbita fuera mejor.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Realmente mi padre estaba diciendo eso? ¿Era Carlisle quien pronunciaba esas palabras? La muerte, súbita o no, significaba el fin de una vida inocente. Para él todos los seres vivos tenían derecho a vivir, pero era sincero en sus palabras.

— ¿A qué te refieres con eso?

—No creo que haga falta que te diga cuál es la enfermedad que tiene Isabella.

Asentí.

—Pero nunca he escuchado hablar de ella.

—En ese caso, creo que te lo voy a resumir rápidamente. El tiempo se me hecha encima… —se llevó las manos a la frente, estresado. —Las degeneración espino-cerebral es una enfermedad degenerativa hijo. Las neuronas del cerebelo mueren, ocasionando así la pérdida de facultades varias. Se va manifestado a través de ataxias, que por lo visto ya son evidentes en Isabella.

— ¿Cuál es el nivel de las ataxias? —quise saber. Quizá, aún hubiera alguna forma de detenerlo, si no estaba tan avanzado.

—No lo sabemos hijo —respondió, estaba siendo sincero y parecía frustrado—; es difícil para mí determinar en qué nivel se encuentra, pero te puedo asegurar que no está tan avanzada, pues aún domina la marcha y es capaz de hacer las cosas por sí misma.

—Entonces, eso es una buena señal.

 

Carlisle esperó, respirando agitado, con la mente en blanco.

 

—Es incurable Edward —logró decir, acariciando mi hombro para reconfortarme. 

 

Capítulo 3: Capitulo III. Ese algo que se apodera de mí, algo nuevo, algo mágico. ¿Qué será? Capítulo 5:

 
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