Alec se encontraba en el césped, sentado en la misma posición en la que lo había dejado. Me asustaba su impresionante capacidad de permanecer quieto. Pero ahora había temas más importantes que discutir. Él se sobresaltó al notar que mi rostro estaba ansioso y destilaba temor por todos lados.
– ¿Cynthia? ¡¡Qué te ocurre!!
–Alec ellos vienen por nosotras. Vienen por ti.
Su rostro se quedó inerte. Como si se le hubiera atorado algo en la garganta. Él sabía que esto ocurriría, y yo también aunque no lo había querido ver.
–Tenemos que hacer algo Alec. Necesitamos tu ayuda. Debemos detenerlos.
– ¿Qué planeas que haga? ¿Qué los mate? ¿Qué asesine a mi hermana y a todos aquellos con quienes viví tres milenios y quienes me salvaron de morir quemado? ¡¿Eso quieres?!
Retrocedí asustada ante su tono de voz. Algo en su rostro había cambiado, la ternura que me había demostrado hacía sólo unas horas, se había esfumado por completo. Ahora parecía un demonio. Me había soltado y estaba frenético. No sabía que hacer.
–Alec… yo…
– ¡¡NO!! ¡¡No lo haré!! ¿Correcto? Quizá tú tuviste las agallas de cambiar a tu familia por mí, pero yo no lo haré por ti. Esto es demasiado.
Sentí como se me iba el alma entre las manos. ¿Cómo había sido tan idiota? Él no me amaba. Edward y Rose tenían razón.
–Escucha… –me tomó de las muñecas –ven conmigo, me encargaré de que Aro te de un lugar en la Guardia, estaremos juntos.
– ¡Suéltame! –me moví bruscamente – ¡¿Cómo pude ser tan estúpida?! Pensar que me querías, que tontería… pero no más Alec… ¡¡LARGO!!
–Pues te juro que… –me tomó de las muñecas de nuevo.
– ¡NO ME TOQUES!
Lo arrojé con toda la fuerza que tenía. Cayó al piso desorientado. Corrió hacia mí y no pude creer lo que hizo. Me tomó del cuello con fuerza impresionante y me estrelló contra el piso. Sólo fui capaz de escuchar el crujido de la tierra al abrir una grieta, al par que sentí el dolor en la cara. Me había roto el rostro. Sentí como mi piel de granito se agrietaba y no pude gritar. Sólo mirar su cara de demonio. Eso era. Pero me había empeñado en disfrazar a la sombra de luz. Ese era mi fin. Oí su gruñido animal en rostro.
–Alec… –susurré.
Creí que eso era todo. Oí unos pasos en la distancia, corrían de hecho.
– ¡¡Déjala ir!! –oí a Carlisle.
Sentí como los brazos de Alec se levantaban en el aire y alguien lo neutralizaba. De a poco fui consiente también de que mi rostro se reconstruía. La grieta pasó a ser parte permanente de mi alma. Me levanté como un rayo y observé como Alec cegaba a todos. La niebla negra se extendía como una enfermedad en contra de mi familia. Todos tenían la mirada perdida y caminaba a tientas. Era cuestión de segundos y la niebla me alcanzaría. Más que miedo sentí una intensa agonía por su pérdida. Corrí con furia hacia Alec y lo tiré al piso. La niebla desapareció. Le gruñí y el se levantó, me arrojó por el aire de nuevo y corrió en dirección contraria. Me hería tanto su toque con malas intenciones, si hubiera querido, nos hubiera matado a todos. ¿Por qué no lo había hecho? Así el dolor habría terminado. Me quedé ahí. Como una idiota lastimada. Mi rostro se congeló en una mirada de dolor.
Lo vi perderse en la distancia, llevándose mi alma con él. Todo lo que le había dado. Todo. Miré a los Cullen, aún parecían desorientados. Corrí en su ayuda.
– ¡Chicos, chicos! ¿Están bien? –Ayudé a Carlisle a levantarse –Yo… lo lamento tanto.
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