Nunca me había detenido en pensar que las cosas terminarían así. Parecía que el destino me hubiera gastado algún tipo de broma…
Única en saber una verdad borrada de las mentes de todos, como si fuera un recordatorio o un aviso. Tuve bastante tiempo para poder analizar los hechos desde todas las perspectivas. Intuí que no debía contar jamás la historia de una joven humana destina a desvelar la verdad de los vampiros y su procedencia.
En mi búsqueda de los Cullen, había conocido a unos cuantos vampiros, uno de lo cual terminó siendo la pareja de Kate. Garrett. Un nómada, un solitario pero simpático vampiro. Estuve cerca de veinte años con el clan Denali. Era mi punto de partida y siempre terminaba volviendo allí. No sabía porque les habían borrado la memoria a ellos sobre el conocer a los Cullen. Quizá fue un castigo. Jamás lo sabría.
La búsqueda me había llevado a conocer países diferentes. Incansablemente seguí, una vez pensé que había dado con ellos en Londres. Era una ciudad en donde llovía muy a menudo. Un lugar perfecto para instalarse, pero cuando llegué a la dirección solo encontré una pareja de ancianos humanos que irónicamente llevaban el mismo apellido. La decepción fue grande.
Los Denali fueron un gran apoyo para mí. Me enseñaron como ganar dinero de una manera honesta y así poder no depender de nadie. Intenté años más tarde volver a Forks, pero no pude traspasar los límites del bosque. El olor a lobo impregnaba el ambiente, era como un aviso de no avanzar o atiéndete a las consecuencias.
A veces me frustraba, era como buscar una aguja en un pajar, el mundo era muy grande. Y si se ocultaban bajo identidades falsas no había manera de encontrarles. Algunas veces me deprimía, era algo normal.
Mi anhelo de encontrarles era muy fuerte. Extrañaba terriblemente a Edward. Era doloroso. Sentía un vacio en mi pecho, me faltaba una pieza de mi ser. Mi corazón. Edward se lo había llevado con él.
Por eso decidí hacer una pequeña pausa en mi búsqueda. Poco tiempo, pero eso dependía desde qué punto se miraba. Me había matriculado en la universidad de Alaska.
Suspiré dolorosamente. Miré mi reloj, había llegado la hora de irme. Enfundé unos pantalones vaqueros y un jersey de color canela de cuello vuelto. Me cepillé el pelo y lo dejé flotar libremente por mi espalda. Calcé unas zapatillas con cordones y estaba lista para irme.
Bajé y vi a Carmen esperarme en la entrada. Sostenía un abrigo en la mano. Cuando me aproximé a ella me lo dio.
— Esto es para ti, debes fingir tener frio. Actuar como una humana — me dijo Carmen cariñosamente.
Al ponérmelo, descubrí que era un parka con capucha. El color chocolate se ajustaba perfectamente a mis gustos. La miré agradecida.
— Gracias, Carmen. Me gusta mucho.
Eleazar se acercó sonriéndome.
— Sé que saliste de caza esta noche y te alimentaste a conciencia. Si vez que es demasiado difícil llevarlo no dudes en irte inmediatamente — me aconsejó.
— Por supuesto. No se preocupen, me he mentalizado. No son comida, son gentes que tienen familias, hermanos, vidas.
— Bien hecho, Bella. Pero aun así, yo no podría — intervino Tanya reuniéndose con nosotros.
— Quiero terminar mis estudios. Y creo que es un buen momento.
Me acompañaron hasta el coche que me había comprado. Un volvo plateado, como no. Era lo más cerca que podía estar de mi amado Edward, y eso de alguna manera me consolaba.
— Llámanos si tienes algún problema, Bella.
Asentí y me despedí de ellos. Conduje respetando las normas de tráfico, una costumbre. Me dirigí hasta la pequeña casa que había arrendado en las afueras. Estaba perdida en el bosque. Perfecta para mí. No me tomaría más que cuarenta minutos llegar a la universidad. Lo había estado repasando todo, cada detalle, cada ruta y la gran extensión de bosque.
Era un lugar ideal. Volví a salir de caza, aunque no tenía sed. Y esperé pacientemente a que las horas transcurrieran. A veces echaba de menos el poder dormir, era una buena manera de escaparse de la realidad. Y el tiempo pasaba más deprisa…
Finalmente llegó el amanecer y con él mi primer día de clase. El cielo estaba encapotado y se había puesto a nevar. Los diminutos copos de nieve caían perezosamente hasta el suelo.
Aparqué el coche lo más cerca posible de la entrada, por si acaso tenía que salir precipitadamente del lugar y así encerrarme lejos de los atrayentes olores. Ya había unos cuantos coches aparcados, me dirigí a la oficina principal de mi facultad. Recorrí el sendero de cemento, al pisar la nieve fresca esta crujía. Respiré hondo antes de abrir la puerta. Me incorporaba en el segundo semestre, sería la nueva aunque dudaba mucho que esta vez fuera el centro de atención. Los humanos como si presintieran el depredador se alejaban. Mejor así.
Una mujer regordeta de cabello gris levanto la nariz al percibirme. Pude sentir como se le aceleraba el pulso en su cuerpo, su miedo era tajante.
— ¿Te puedo ayudar en algo, jovencita?
— Soy Bella Dwyer — le informé —. Hoy es mi primer día aquí.
Sonrió con vacilación y rebuscó mi ficha. Me entregó mi horario y un mapa del lugar. La oí suspirar de alivio cuando me vio alejarme. Decidí utilizar el apellido de soltera de mi madre por el momento.
Eché una rápida ojeada al horario. Se me quedó grabado al instante. Me mantuve alejada de la gente que empezaba a llegar y llenar los pasillo. Tomé una pequeña bocana de aire para probarme, en cuanto lo hice mi garganta se resecó un poco. La ponzoña llenó mi boca. Hice una mueca y tragué con fuerza.
Me obligué a pensar que no eran comida aunque su sangre me llamaba. Tenían vidas, familiares. Funcionó. Pero me mantuve en sobre guardia.
Mi primera clase, historia. Me senté en la última fila. Nadie ocupó el lugar vacio a mi lado. Sonreí irónicamente.
Chico listo
, pensé al ver como un estudiante cambió de idea y se volvió para ir a sentarse en otra fila. La mañana pasó sin incidentes, cuando el profesor nos despidió, anunciando la hora de la comida, la gente empezó a recoger sus cosas y murmurar alegremente.
Mirase donde mirase, había ojos curiosos por doquier. Me observaban furtivamente, intrigados seguramente por mi aspecto, pero demasiado miedosos para acercarse.
¿Cómo me verían? Me pregunté. ¿Tendrían la misma impresión que tuve al ver a los Cullen la primera vez?
Recordaba el sentimiento que tuve de ellos, eran de una belleza inhumana y devastadora…
Entré a la cafetería más cercana, compré una botella de agua, y una manzana. Sería perfecto para aparentar que comía. Gracias a la velocidad vampírica podría esconderlos en mi mochila. Salí fuera del edificio a refrescar mi garganta y deshacerme de los olores humanos por un rato. Respiré el aire glacial y llené mis pulmones. La sed disminuyó bastante.
Miré el parking, casi todas las plazas estaban ocupadas. El Volvo seguía ahí, uno entre otros. Paseé mi vista entre los coches. Había de todo tipo y me detuve en seco al ver otro coche exactamente igual al mío. Un Volvo plateado estaba aparcado en el extremo opuesto.
Ellos no estaban aquí. No era el de Edward. No había captado en el aire ningún aroma conocido. Que coincidencia más cruel. Sería mucha casualidad encontrarlo aquí…
En ese momento la puerta del edificio a mis espaldas se abrió y una súbita corriente de aire caliente salió hacia fuera haciéndome llegar diversos aromas, pero uno en concreto me congeló en mi lugar, aspiré profundamente temerosa. Todo mi cuerpo tembló, ahí estaba como el más maravillo y embriagador de los perfumes.
El aroma de Edward.
Me giré lentamente, olfateando el aire ávidamente. La puerta se volvió a abrir y mi vista buscó en el largo pasillo mi vampiro favorito. Entre los estudiantes capté un atisbo de cabellera broncínea y entré caminando a paso humano. Refrenándome en ir deprisa aunque me moría de ganas.
Dios, era verdad, estaba aquí. Pero de repente me inmovilicé aterrada. ¿Qué le diría? Hola, soy Bella, tu compañera pero no me recuerdas… absurdo. Grotesco, me tomaría por una loca, ¡seguro!
— Bella Swan.
El sonido de mi nombre pronunciado de sus labios, hizo reaccionar extrañamente a mi cuerpo. Si tuviera latido, estaría alocadamente acelerado, probablemente. Y mi cabeza se elevó en su busca frenéticamente.
¿Me recordaba? Sabía mi verdadero nombre, pero, ¿Qué indicaba eso? Me reconfortó que al menos si me conocía. Ahora tenía que averiguar de qué.
Los pasillos estaban llenos de estudiantes que entraban y salían. En un arrebato de idiotez bajé la vista al suelo incapaz de mirarle a los ojos. El nerviosismo se apoderó de mí, cuando realice que le tenía a pocos metros.
¡Dios! Mantén la esperanza, me grité.
Lentamente alcé la mirada, mantuve mi expresión firmemente controlada mientras nuestras miradas se encontrasen. Y finalmente lo vi, a mi Edward. Era exactamente igual a como lo recordaba o incluso más hermoso. Se produjo un instante de perplejidad en su rostro. Lo vi vacilar mientras me observaba… pareció concentrarse en algo muy raro.
"No, no puedes leerme la mente" pensé, me dio ganas de sonreír, pero no lo hice.
Estaba enmudecida, su efluvio embelesaba mis foses nasales amorosamente. Mis locas hormonas revolotearon alegremente como volviendo a la vida.
El silencio se hizo más profundo... Y todo cambió. Edward contemplaba mis ojos de forma implacable ahora. Su rostro se endureció.
Puse mala cara, dejando que salieran a mi rostro todo el dolor y la confusión que sentía. Me sentí desdichada.
Recorrió el pasillo entre los jóvenes, en pocos segundos lo tuve frente a mí. Ahora se veía confuso, sus ojos estaban llenos de sufrimiento ante mi expresión.
— Creíamos que estabas muerta… — murmuró, y pareció contenerse en levantar una mano para tocarme.
Vi que su brazo temblaba ligeramente. Y ese "creíamos" me reveló que si me conocía….
Procuré que mi voz sonara indiferente al responder.
— Ya ves que no.
Suspiró.
— ¿Te parece bien si vamos a un lugar con mas privacidad? Quisiera que me aclares algunos puntos, si no te importa.
— Me parece bien — respondí.
Pareció aliviado de mi respuesta y me alentó a salir al exterior. Quedó claro que ninguno de los dos regresaría a clase por hoy. Saqué las llaves de mi bolsillo y abrí mi coche con el mando a distancia.
— Sígueme… Bonito coche — dijo yendo al suyo.
Me encogí de hombros y asentí, agradecida de su comentario.
Lo miré alejarse y me subí al mío. Entonces me permití gemir bajito. Lo seguí por la carretera, estaba nerviosa. El reencuentro no había pasado como lo esperaba, pero no fue malo tampoco. Al menos me conocía, y eso era bueno, creo. Tenía miles de preguntas, pero no tenía manera de saber las respuestas. ¿Qué pasó? ¿En qué momento exacto de mi vida humana desaparecí? Nunca pensé en averiguar en qué fecha morí… teóricamente hablando.
Podía ver a Edward en su coche, su mirada anclada en mi rostro a través del espejo retrovisor. ¿Qué pasaría por su mente? Misterio. Nos alejábamos adentrándonos en el bosque por los caminos de tierra. Hasta que llegamos a un punto que no podíamos seguir por ahí, detuvimos los coches.
Salí y cerré la puerta. Diminutos copos de nieves seguían cayendo del cielo. Edward recorrió el espacio que nos separaba hasta quedarse frente a mí.
— ¿Qué te ocurrió? ¿Lo recuerdas? — cuestionó.
Decidí ser precavida respondiendo con evasivas.
— Ya no importa mucho la verdad.
Su frente se pobló de arrugas.
— Debes decirme lo que piensas… me resulta imposible leerte — confesó con un deje de incredulidad en la voz.
— Tengo un don, tengo un escudo mental — aclaré.
Su rostro sufrió un cambio, pareció de repente comprender algo.
— Por eso no podía leerte la mente cuando eras humana… eso lo explica.
— ¿Explicar qué? — pregunté.
Suspiró y se giró de lado, se apoyó en el coche, miró a lo lejos.
— Cuando llegaste a la cafetería, me di cuenta minutos después que no podía leerte la mente. Fue muy raro. Luego en biología yo… — lo vi dudar en confesarme lo que yo ya sabía, que en ese momento su monstruo interior rugió al oler mi sangre tan exquisita. Esperé a que continuara —. Aquel día en cuanto terminó la clase me marché, abandoné Forks.
— Mi sangre era exactamente tu marca de heroína, por eso te fuiste — aventuré a decir.
Su rostro se giró de golpe, luego se posicionó frente a mí, muy cerca. Apoyó las manos sobre el techo del Volvo, una a cada lado de mi cabeza, y se inclinó, obligándome a mirarlo a los ojos. Se inclinó más aún, con el rostro a escasos centímetros del mío, sin espacio para escaparme. No tenía intención de irme a ninguna parte.
—Ahora, dime —respiró y fue entonces cuando su aroma me llegó de lleno —, ¿Cómo lo sabes?
Yo me debatía entre responderle o besarle.
— Lo sé, porque… tuve mucho tiempo para reflexionar sobre eso. Supuse que si huiste de mí ese día, es porque mi sangre te llamaba como ningún otro lo hizo jamás. Recuerdo tus ojos, eran negros como la noche, y me mirabas sediento.
— Es cierto. Lo siento, ese día casi te mato, pero si no hubiera huido… tú seguirías humana, me habría asegurado de protegerte
. Lo juro.
Lo miré con cautela. ¿Qué? ¿Ahora se echaba la culpa también de esto? ¡Ja! Vaya, no sé por qué no me extrañaba en absoluto.
— No podías evitarlo. Es cosa del destino. ¿Qué me pasó, lo sabes? Yo no lo recuerdo — mentí.
Tenía que descubrir en qué punto exactamente las memorias fueron borradas.
— Unos días después, Alice te vio desaparecer de repente. El aviso de que habías sufrido un accidente de coche volviendo a casa estaba en todos los periódicos. Tu coche cayó al mar y tu cuerpo no fue encontrado. Te buscamos por todos lados… pero no había rastro alguno. Fue un año muy duro para todos — susurró más bajo como si le costara decir las últimas palabras.
Había bajado la mirada y fijaba un punto de hombro ahora. Continuó contándome.
— Cuando la gente empezó a tener sospechas de nosotros, por la edad, decidimos mudarnos y fue cuando reapareciste en una visión que tuvo Alice. Te vio dirigirte hacia la casa de tu padre… vi que eras como nosotros. Y otra vez desapareciste de las visiones de Alice, intentamos llegar a ti antes de que te dieran caza, pero los lobos nos impidieron pasar. Teníamos que respetar el tratado, fue duro. Pensando que habías sido destruida, partimos hacia nuestro nuevo destino… Horas más tarde, Alice tuvo una inesperada visión. A través de su mente te vi con vida, si a esto se le puede llamar así. Pero sus visiones son subjetivas... ¿Cómo sobreviviste a ellos, Bella?
Que cerca habíamos estado.
— Apareció un lobo enorme negro, y temí por la seguridad de mi padre, así que le reté a atraparme para alejarlo de ahí — le expliqué.
Me miró sorprendido; era obvio que le sobrecogió la noticia. Le conté lo que pasó con los lobos y como Jacob Black se había interpuesto entre ellos y yo. Y finalmente la decisión de dejarme ir con mi promesa de no volver jamás.
— ¿Te enfrentaste a la manada de lobos, tu sola?
— No fue para tanto — dije, restándole importancia.
— ¡Oh, Dios! — gimió entre dientes para luego abrazarme con fuerza.
Respondí a su abrazo sin esperar, le rodeé el pecho con mis brazos. Estábamos entrelazados estrechamente, apegados el uno al otro. Y se sentía divinamente bien.
— ¿Quién te hizo esto, Bella, quien? — exigió saber, su aliento me cosquilleo la garganta.
Me estremecí. ¡Tú! Le respondí en mis pensamientos. Sabía lo que pensaba, lo que su mente retorcida especulaba. No iba a permitírselo, sentirse culpable.
— Veo que no estás muy feliz de que siga viva, pues vale. Da igual.
Me deshice de su abrazo y me alejé varios pasos atrevidamente. Me atrapó de nuevo entre sus brazos, estaba atraído a mí como un imán. Le vi mirarme con un brillo muy peculiar en los ojos.
— ¿Qué? — espeté.
—Estoy aliviado después de todo, pero no esperaba sentir más que eso. Me alegra —se encogió de hombros al tiempo que sonreía imperceptiblemente—. Me hace feliz que sigas viva.
—Me complace saberlo.
Y le devolví la sonrisa. Sus ojos de color dorados se iluminaron al contemplarme para luego bajar hasta mis labios…
—
Edward…
Su nombre salió de mis labios anhelándole, se sentía bien. Exquisito.
En aquel momento tomó mi cara entre sus manos, con delicadeza y me besó, moviendo sus suaves labios contra los míos. No pude evitar gemir de felicidad y mis labios se entreabrieron. Me aferré a él como si mi vida dependiera de este momento tan anhelado. El beso se volvió más exigente, más apasionado. Sus manos me ciñeron a él, me acariciaba a través del parka.
— Siento que esto es lo correcto, no sé cómo — dijo entre beso y beso.
— Lo es — aseguré con la voz trémula.
Besó la línea de mi mandíbula haciendo que me estremeciera entre sus brazos.
— Siento, en lo profundo de mi muerto corazón, que te he estado esperando toda mi vida.
— Te he estado buscando desesperadamente — confesé.
Necesitaba que lo supiera.
— Soñaba despierta contigo.
— Yo también. Desde que te vi en la mente de Alice, quise venir a buscarte, pero aborrecía el hecho que fueras convertida en un de nosotros en contra de tu voluntad. Cuando vi que un aquelarre te habían acogido, decidí no hacerlo. Sabía que ibas a estar bien.
— ¿Bien? Bien, no. Me faltaba lo más importante. Tu.
Me miró a los ojos y me sonrió. Tomó mi mano entre la suya y le seguí a través del bosque. Velozmente llegamos a mi casa, entramos. Su mirada no dejó la mía en ningún momento. Volvió a abrazarme. Su mano se deslizó por mi hombro bajo el parka. Me la quité dejándolo caer al suelo, volvió a besarme. Y le respondí con la misma intensidad.
Pareció incrédulo al mírame, como si no asimilara algo. Decidí averiguar qué iba mal.
— ¿En qué piensas?
Rozó con la yema de sus dedos un lado de mi cara.
— Es como si te conociera de antes, no sé explicarlo. Como de otra vida. No tiene lógica ¿verdad?
Sonreí.
— Tiene mucha lógica, al contrario. Siento exactamente lo mismo.
— Bella, yo… siento no haber estado ahí.
— Cállate, Edward —le ordené; no quería seguir escuchando sus lamentos sobre el pasado, él no tenía idea—. Déjame enseñarte el lado bueno de todo lo que me pasó.
Esto me sonaba muy familiar de hecho, pero no me cansaría nunca de demostrádselo. Diciendo esto, lo agarré por la cabeza y lo acerqué para darle un beso apasionado y profundo.
Él me lo devolvió con ferocidad, sintiendo mi estado de ánimo al instante. El oírlo emitir pequeños gruñidos de placer, provocó que enloqueciera. Escuché romperse mi jersey, y no protesté para nada, al contrario. Edward me apretó contra sus caderas y pude sentir como me deseaba y eso me hizo sentir muy feliz. Capturó mis labios de nuevo y me besó febrilmente. Y su camisa no tardó en seguir el mismo camino que mi jersey, hecha jirones en algún del suelo.
Me levantó, sin abandonar mis labios y llevo en volandas hasta el dormitorio. Se sentó en la cama poniéndome a horcajadas sobre él. Me sentí arder con sus caricias. Con la sensación de su cuerpo pegado al mío, era algo maravilloso.
Mis manos se pasearon por su torso rozando su piel desnuda. Esta vez cuando inclinó el rostro lo bese yo. Gimió, me apretó contra él. Muy pronto, los dos estábamos completamente desnudos, piel contra piel. Con las miradas entrelazadas… recorrió mi cuerpo con sus manos lentamente, como memorizándolo o reconociéndolo. Hice lo mismo.
Todo desapareció alrededor nuestro, solo importaba el momento presente. Con si me fuera a romper, me trató con extrema delicadeza. Mis caderas se alzaron acompasándose al movimiento que hizo Edward con las suyas. Gruñó entusiasmado en respuesta contra mis labios, y eso me supo a gloria. Su cuerpo vibró al unisonó del mío cuando entró en mi interior…
Como antaño, fue con el toque de su piel, de sus labios, de sus manos que hacía posible este deleite. Su toque entraba, penetraba directamente a través de mi lisa y dura piel hasta mis huesos. Directamente al centro de mi cuerpo.
Toda sensación se multiplicaba por cien, incrementaba el deseo, la pasión y el anhelo que teníamos de amarnos. Él por primera vez (en teoría, claro), y yo sintiéndome feliz que me amara de nuevo con el mismo fervor.
Respondí a su intensidad sin contenerme, estaba tan ansiosa o más que él. Edward acarició mi rostro y mi cabello bajando por mis hombros y las sensaciones exquisitas hormiguearon en la piel. Hice lo mismo con él, sin vergüenza, porque éramos uno. Nos pertenecíamos. Siempre fue así.
Y entonces ocurrió…. Lo mordí en el lugar que le había marcado aquella única vez y conectamos. Sus labios se posaron en el hueco entre mi garganta y mi hombro, sus dientes traspasaron mi dura piel respondiendo al envite y estallé de placer. Gemimos con ferocidad, enloquecidos por lo que sentíamos.
El vinculo que nos unía nos subyugo a ambos tomándonos desprevenidos. Todo se estremeció a la vez con el poderoso éxtasis de placer. Y así permanecimos mucho tiempo. Amándonos simplemente.
Edward me miraba con fijeza, intentando asimilar lo que acaba de ocurrir. Y yo le miraba a él, amorosamente.
— Esto ha sido… — no pudo encontrar las palabras exactas.
— ¿Increíble? ¿Fabuloso? ¿Maravilloso? ¿Asombroso y definitivamente inesperado? — expresé por él.
— ¡Sí! Todo eso.
Me ofreció una sonrisa torcida, mi favorita.
— Gracias, por buscarme — murmuró besando mi frente.
En realidad creo que me había tropezado casualmente con él. Una verdadera suerte, pero sentí la necesidad de añadir:
— Nunca me hubiera cansado, hasta el mismísimo cielo si hiciera falta — volví a prometerle.
Edward respiró contra mi piel agitado de repente, levanté la vista a verle.
— ¿Qué?
— Lo que acabas de decirme, esa frase, me ha perseguido cerca de veinte años, Bella. La oía en mi cabeza como una voz fantasmal, y no podía ubicar en donde lo había escuchado. Ahora lo sé. Tú ya me lo has dicho antes. ¿Verdad?
Sonreí sin atreverme a responderle. Vio mi vacilación y se inclinó a rozar mis labios con un beso suave.
— No sé qué ha pasado, pero todo va a ir bien ahora que estamos juntos.
Asentí.
— ¿Cómo terminaste estudiando aquí, en Alaska? — pregunté con curiosidad.
Pensó un momento antes de responderme.
— Fue Alice quien me aconsejó venir aquí. Yo estaba deprimido, constantemente de mal humor y eso entristecía a mi familia. Me dijo que me matriculara aquí, que el alejarme por un tiempo me vendría bien. Y que quizás encontrara lo que añoraba con tanta desesperación sin alcanzar a saber el qué. Bloqueó el recuerdo una visión que tuvo y me pidió que confiara en ella.
¡Alice! Por supuesto.
— Y no me arrepiento en absoluto — confesó, sonriendo con picardía.
— Me alegro que le hicieras caso— concordé y súbitamente añadí —: Edward, te amo.
Sus ojos se derritieron como la mantequilla caliente. Y me perdí en su mirada.
— Yo también, te amo, mi Bella.
Me hinché de amor. Aun me costaba creer que lo tenía ahí. Podría haber pasado más que veinte años antes de encontrarlo, cien años o mil. Y agradecí en mi mente a quien obró este milagro. Pero la verdadera magia para mi es que volvía a amarme.
Mi milagro personal, mí amado vampiro Edward.
Quería decirle muchas cosas, pero no podía por miedo a que el cielo tomara represarías. Lo mucho que lo había extrañado, las ganas que tenía de volver a ver a su familia. Pero me lo callé, intuí que pronto los vería a todos.
Una nueva oportunidad nos habían concedido. Un nuevo comienzo…
Seguíamos mirándonos, como si leyera mis emociones en mi rostro me estrecho más fuerte. Como esperanzándome.
Todo iba a ir bien ahora que estábamos juntos.
Teníamos la eternidad por delante para construir nuevos recuerdos, juntos como uno solo, y eso era más que suficiente.
FIN
Gracias a todas vosotras por leer este maravilloso fic y por tener pciencia en subirlo :)
Es el fic que mas me a gustado de todos los que he leido.
Gracias a Crisabella por darme su permiso para subirlo aqui y compartirlo con todas vosotras.
Nos leemos y un gran abrazo para todas vosotras
P.D si alguna esperaba que el fic tuviera un final distinto es libre de dejar un comentario cons sus ideas y compartirlo con todas nosotras :)
|