... Y como pasa en las mejores hitorias, lo mejor llega de ultimas.
El carruaje se detuvo frente al hotel de Paris. La duquesa se preparaba para decender cuando, a través de as puertas giratorias, salio un hombre acompañado de una hermosa mujer cuyo sombrero de plumas se agitaba con la brisa.
Isabella fue la primera en reconocer al Barón y después la duquesa lo vio al llegar a la acera y mirar hacia arriba.
Lanzo un pequeño grito de desenfrenado jubilo.
-Sioba!
Parecía como si le costara trabajo pronunciar el nombre. Se le ilumino el rostro y avanzo impulsiva hacia el, con las manos extendidas.
El barón se detuvo, mirando a ambas. Llevaba puesto el uniforme y se cubría la cabeza calva con el casco puntiagudo. Se llevo una mano hacia el monóculo, colocándoselo en el ojo.
-Sioba! -grito la duquesa de nuevo.
Deliberadamente, el les dio la espalda, ofreciendo el brazo a la mujer que estaba a su lado.
-Permítame ayudare a decender los escalones mi querida condesa -dijo.
Y con toda intención, paso con lentitud junto a la duquesa sin siquiera mirarle y escolto a la mujer del emplumado sombrero, atravesando la calle que conducía al casino.
La duquesa le dirigió una intensa mirada, el rostro pálido y descompuesto. Por un instante Isabella pensó que iba a desmayarse y extendió una mano para sujetarla. A continuación, su tía camino dando traspiés como si hubiera recibido un golpe en plena cara, subió los escalones y entro en el hotel de Paris.
No pronuncio una sola palabra hasta que llegaron a la suite y se dejo caer en el sofá.
-Me ignoro -murmuraba-. Lo viste, Isabella, me ignoro!
-Canalla! Bestia! Como pudo atreverse a hacer una cosa así! -dijo Isabella llena de furia.
-Me miro como si me aborreciera -sollozo la duquesa y las lagrimas le corrían por la cara, manchándole los ojos a causa del rimel, haciéndola verse enrojecida, arrugada, como una mujer que ya no puede atraer a ningún hombre.
-Fue algo muy bajo! -dijo Isabella llorando.
-Por que me odia! Por que? Yo lo amo. Hice todo cuanto me pidió. Jamás le negué nada.
-Tía Rene, el te utilizo, creo que ahora puedes verlo con claridad. No merecía tu amor. Tan solo le fuiste útil.
La duquesa se quito el sombrero con gran lentitud y lo coloco junto a ella en el sofá.
-En ocasiones pensé que exigía mucho . . . demasiado de mi -musito-. Aquello hambres que traía a la casa . . . pero todo perdía importancia junto . . . al amor que nos teníamos.
La vos de la duquesa se quebró inconscientemente, era tan doloroso que Isabella solo acertó a arrodillarse a su lado y estrecharla entre sus brazos.
-No, tía Rene! Por favor, no te atormentes. El no vale la pena. Olvídalo. Nos iremos lejos, nos iremos a Inglaterra.
-Donde no conozcamos a nadie -repuso la duquesa-. Deje todo por Sioba, a todos mis amigos.
El los odiaba y abusaba de ellos; decía que lo ponían celoso, pero ahora veo que solo deseaba apartarme de toda persona respetable y decente.
Oh Isabella! Como pudo abandonarme ahora? -se asfixiaba con las lagrimas hasta quedar exhausta y con la respiración entre cortada.
-Ven a acostarte -la insto Isabella. La ayudo a entrar en la habitación para evitar la luz del sol vespertino.
-Trata de dormir, tía Rene -le suplico.
-No puedo, no puedo. Solo puedo pensar en Sioba y la forma como me miro. Crees que lo hizo en serio? No piensas que puedo haber alguna razón para que no me hablara en ese momento, y que regresara mas tarde a explicarme todo?
-Tía Rene sabes que eso suena muy inverosímil.
-Como pudo? Como pudo hacerlo? -gimió la duquesa con lagrimas brotando de nuevo.
Isabella se acordó de que en neceser de su tía había un pequeño frasco con pastillas para dormir. Las encontró y se dirigió al baño para llenar un vaso con agua.
Cuando regreso, la duquesa decía:
-Acabo de recordar que el Barón me debe dinero, no es una gran suma, pero vendió uno de mis cuadros en Alemania. Me comento que uno de los generales tenia particular interés en adquirir un Renoir como el que el duque me compro hace unos anos. Le dije que podía llevárselo por diez mil francos, aunque no era su verdadero valor.
-Diez mil francos! -exclamo Isabella.
-Nos podrían ser útiles ahora -tartamudeo la duquesa, a través de las lagrimas.
-Por supuesto que si. Bebe esto, tía Rene, y te sentirás mejor. Ya hablaremos y decidiremos que hacer al respecto.
Le dio las pastillas y salio de la habitación cerrando la puerta tras de si. No tenia la menor intención de permitir que la duquesa recibiera mas humillaciones del Barón, pero estaba decidida a que el pagara al menos la suma que debía. Le hecho un vistazo al reloj. Cuando almorzaron se hizo tarde y ahora eran casi las tres y media. Levanto el teléfono y hablo con el conserje.
-Se hospeda en el hotel el Barón Knesebech?
-No, mademoiselle -fue la respuesta-. Her Barón vino a comer pero no tuvimos el placer de hospedarlo. Esta en el Splendide.
-Gracias.
Se sentó en la cama y empezó a hacer planes. El Barón había ido al casino. No era probable que volviera al hotel hasta las cuatro y media. La conversación con su tía en el tren le aclaro lo que querían decir los franceses con la expresión de las "cinco a las siete". El Barón a las cinco sin duda estaría visitando a la atractiva condesa, o recibiendo su visita.
Espero hasta las cuatro y veinte. Luego se arreglo, recogió los guantes y bajo la escalera. Saliendo del hotel, cruzo los jardines frente al casino. Sabia donde estaba el Splendide, pues vio el nombre e la puerta del hotel cuando ella y su tía caminaron bajo las palmeras , antes de salir a comer.
Al llegar a la entra , camino con paso decidido apretando los guantes que se había quitado al sentir que le sudaban las manos. Con un velo de lunares tapando su cara se acerco al conserje. Había encontrado el precario disfraz en el bolso de su tía, y le pareció perfecto para la ocasión, por el hecho de visitar a un hombre tan despreciable y poco escrupuloso como el Barón la apenaba a pesar de que nadie la conocía.
Con actitud resuelta pregunto:
-Deseo ver al Barón Sioba Knesebech- esperaba que el empleado levantara el teléfono y le preguntara su nombre pero, para su sorpresa solo le dijo:
-El Barón la espera, madame. Habitación trescientos setenta y cinco en el tercer piso, si tiene la bondad.
El portero le abrió la puerta del ascensor para que subiera.
El conserje la había confundido pensó sin duda con la condesa. De cualquier forma le habito decir mentiras. El botones la guío por el corredor. La llave estaba en la puerta de la habitación. El botones toco a la puerta y después la ascensor.
-Merci- dijo ella.
Se encontró en un entresuelo donde convergían tres puertas. La opuesta a ella estaba entre abierta y observo que conducía a la sala de estar y como no había nadie para anunciarla, entro.
La habitación estaba bacía. La puerta que daba a la habitación estaba abierta y escucho el sonido del agua al caer mientra alguien se lavaba. Debía ser el Barón acicalándose, para recibir a la esperada dama. Se Daria una sorpresa al verla a ella.
Miro a su alrededor. Era la sala de estar de cualquier hotel de lujo. La chaqueta del Barón, adornada de medallas, estaba colgada en el respaldo de una silla, la silla formaba parte de un escritorio que se encontraba junto a la ventana abierta.
Isabella miro distraídamente el mueble, preguntándose que le diría el Barón cuando este saliera del baño y la encontrara ahí parada. Algo atrajo su atención: un telegrama. Tal vez fuera el de su tía, al lado había un pequeño libro abierto, sin percatarse de lo que hacia, se aproximo para mirarlo de cerca. Al ver el libro supo de que se trataba; era igual al que ella busco en una ocasión!
Pero aquel debió estar en Ingles, mientras que este estaba en alemán.
Lo tomo. El agua se escuchaba aun correr desde la habitación. Volviéndose salio con lentitud de la sala. Abrió la puerta de entrada y cerro después con rapidez. Atravesó el corredor, consiente de su venganza contra el Barón, una venganza tan drástica y aplastante que ni ella misma podía medir su magnitud.
Descendió la escalera esperando que el ascensorista no la viera y se preguntara por que había salido con tanta prisa de las habitaciones.
En la planta baja, el vestíbulo estaba lleno de personas. Se ascensor paso entre ellas, rogando que no notaran su presencia y en cuestión de segundos, llego a la puerta principal y luego a la entrada.
Hasta que estuvo en la calle y tomo el camino hacia el hotel de Paris se dio cuenta de lo que había hecho. Si quisiera, podría chantajear al Barón por cualquier suma, bajo la amenaza de mandar el libro a los británicos, y aun si optara por lo segundo sabia a que el miembro del Ministerio de relaciones Exteriores le gustaría mandárselo.
Llego al hotel de Paris. Estaba tan emocionada que el ascensor le pareció muy lento. Al salir corrió hacia el pasillo.
Tenia en su bolsa las llaves de la habitación de su tía y de la sala.
Abrió y entro. Todo estaba en silencio y el aire se sentía pesado, por lo que atravesó el cuarto para abrir la ventana.
-Tía Rene -grito emocionada-. Tengo algo que contarte!
Su tía dormía recostada contra los cojines. Parecía injusto despertarla, pero tenia que mostrarle el libro gris.
-Tía Rene! -llamo de nuevo y después se quedo callada.
La habitación se veía tan distinta de como la dejo. La botella de pastillas no estaba donde la dejo cuando tomo una para dársela a su tía. Estaba ahora sobre el edredón, vacía y el tapón en el suelo. le dio un vuelco el corazón. Cuando ascensor la botella le pensó que no tendría que comprar durante mucho tiempo!
La recogió con manos temblorosas. No tubo que tocar a su tía; comprendió que ya no respiraba.
Había tomado el camino fácil. Estaba muerta.
Isabella permaneció de pie mirándola.
Pobre tía Rene -dijo en voz alta y sin embargo, comprendía que en realidad no le causaba lastima.
Podría ser malo y hasta perverso, quitarse la vida, pero habiendo perdido su belleza, y el amor, a su tía no le quedaba nada, solo soportar la miseria.
Hubiera odiado sentirse pobre y no provocar la admiración de los hombres donde quiera que fuera.
Hizo las cosas de acuerdo a su concepción de los valores y a su concepción de los valores y a su modo de ser, Isabella, a pesar de la pena que sentía no podía llorar.
Con gran lentitud atravesó la habitación y bajo la persiana de nuevo. Sabia que en breve tendría que llamar al gerente y pedirle que subiera a la sala para explicarle lo ocurrido. Pero, aunque fuera un instante, deseaba que su tía estuviera en paz, que no tuviera otra compañía que el olvido total, el escape de la miseria y la paz de la muerte.
Desde las sombras unos ojos la observaban atentamente, esperando el momento indicado.
-Debo rezar- pensó para si. Se quito el sombrero y el velo y se arrodillo junto a la cama de su tía.
Ninguna oración de las que aprendió de niña le parecía adecuada por lo que con sus propias palabras le rogó a Dios que comprendiera el dolor de su tía.
Cuando se levanto se sintió un poco confortada.
Pero ahora se percataba de su soledad, su tía se había ido y no podía hacer nada al respecto, excepto volver a Inglaterra y buscar un empleo que le evitara morirse de hambre.
Permaneció mirando a la duquesa; las arrugas habían desaparecido de su rostro y se veía joven y hermosa.
Brotaron al fin las lagrimas de sus ojos, pero no debía claudicar; aun tenia mucho que hacer y planear. Vio sobre el edredón el pequeño libro gris que robo al Barón y lo recogió. Nada que le perteneciera a el debía estar junto a su tía. El la mato, casi como si le hubiera disparado con una pistola, y solo esperaba que, cuando supiera la muerte de su tía, se diera cuenta de lo que había hecho.
Casi furiosa, porque odiaba pensar siquiera en el Barón, abrió la puerta y entro en la sala de estar. La habitación estaba llena de luz y por un momento le fue difícil ver, Debido a la obscuridad en la habitación de su tía. A continuación , percibió la presencia de un hombre que la miraba a a través la ventana abierta hacia el mar.
De pronto pensó que estaba muy sola en la vida. Ya nadie tenia que se ocupara de ella, ni nadie a quien acudir, ni dinero. Ningún tipo de protección o consuelo. La sangre se le congelo en los huesos al pensar lo enojado que debía estar el Barón; algo en la forma de la cabeza y el ancho de los hombros le produjo un estremecimiento y le produjo una pequeña llama, como si hubiera atravesado un rayo.
-Isabella! -dijo apartándose de la ventana y corriendo presuroso hacia ella.
-Lord Cu... Cullen! -balbuceo Isabella, casi en un susurro.
El tren se atraso -dijo el, como queriendo excusarse. Me dijeron que estabas fuera. Te estuve esperando.
-Viniste a verme?
Trataba de pensar entre la niebla de imágenes de los sucesos ocurridos los últimos días, pareciera que lo conociera de otra vida. Buscaba su rostro con la mirada. Creyó que era su imaginación , o el reflejo del sol, por que el la miraba con una expresión que acelero su corazón.
Lord Cullen le tomo la mano derecha entre la suya y beso sus fríos dedos.
-Querida -dijo-. Vine a pedirte que me concedas el honor de ser mi esposa.
-Oh, no, no! -se escucho a ella misma gritar.
Después, soltando su mano, camino a ciegas apartándose, y se recostó en el sofá.
-Yo entiendo que aun estés enojada, y si es necesario de rodillas te pido, que por favor me perdones y no me niegues, aunque sea el honor de cortejarte nuevamente y esta vez como es debido. -como ella no respondió, el siguió después un tenso silencio.
-Yo mismo debería matarme por se tan estupido, por lastimarte como lo hice y sobre todo por humillarte.
-No, no se trate de eso. Yo no me daba cuenta de las cosas. Fui tan tonta y tan ingenua.
-Lo comprendí después -susurro Lord Cullen- me refiero, no que seas todas esas cosas feas, si no que no te dabas cuenta, entiendo que creciste sin saber... Lo que quiero decir es que estaba ciego, fui un estupido. Devi parecerte un canalla intolerable.
Perdóname Isabella. Si aceptas ir con migo te ofrezco mi protección y la de mi familia sin ningún compromiso; solo déjame frecuentarte y enamorarte y prometo regalarte flores todos los días de mi vida hasta que aceptes ser mi esposa... solo por favor... me harías el hombre mas feliz del mundo si un día aceptas ser mi esposa.
-No, basta! -suplico ella-. Por favor basta. Tengo algo que decirte primero. Debes escucharme.
-Desde luego, querida -repuso el-. Escuchare cualquier cosa que quieras decirme.
Isabella dejo caer el pequeño libro sobre los suaves cojines del sofá.
De momento, ya no tenia importancia. Mucho mas tarde se entero del golpe que había asestado a la diplomacia y al orgullo Alemán.
-Deseo decirte -dijo con voz temblorosa-, que al abandonar Paris, me di cuenta de lo tonta, de lo infantil que había sido. Es que fui educada de una forma sencilla. No comprendía como una mujer como mi tía podía ser duquesa y no pertenecer a la sociedad, si no a la vida alegre. Fue hasta que ella me explico lo que había sido su vida, cuando comprendí con claridad lo que tu el señor Witlock .. esperaban de mi.
Lord Cullen pretendió hablar pero ella levanto una mano para impedírselo.
-Por supuesto, eso era lo que ustedes pensaban -insistió-, pero yo era la que no comprendía. Por eso me sorprendió todo lo que me dijiste y, cuando me besaste -su voz bacilo un momento antes de continuar con firmeza-, supe que te . . . amaba y pensé que eso significaba que nos . . . casaríamos y que estaríamos unidos por siempre.
-Eso es lo que debió ser -declaro la voz de Lord Cullen con profunda emoción.
-Pero no entendí, hasta el día en el restaurante, y cuando te pregunte si hablabas de matrimonio y me hiciste ver que no, sentí que el mundo se me venia encima. Me sentí humillada y a la vez llena de ira.
-Querida perdóname -murmuro el.
-No, permíteme terminar, por favor. He seguido pensando en ello. Comprendo lo que mi tía hizo de su vida, y lo que de alguna manera hizo también con la mía por ser su sobrina. Y . . . pensé que, si alguna vez te veía de nuevo . . . y todavía me deseabas. . . -sus mejillas acaloradas- . . . iría a ti y viviría con tigo . . . por que te amo. . . y por que creo que es mejor tener un poco de felicidad en la vida . . . que nada en absoluto.
Hubo una pausa. A continuación, Lord Cullen se hinco en una rodilla y lanzando una sorda exclamación, tomo el dobladillo del vestido de
Isabella y se lo llevo a los labios.
-Esto es lo que pienso de ti -la voz de el era ronca-, mi pequeño y tonto, pero maravilloso amor. No valgo lo suficiente para besar siquiera la orilla de tu vestido. No, Isabella! Crees de verdad que solo te quiero en esa forma? Lo pensé así! Pero fui un estupido y un vanidoso, por que no comprendí que se me ofrecía lo mas maravilloso que puede ansiar un hombre en la vida: La sinceridad y el amor verdadero de un ser inocente, que confía con ingenuidad en el mundo.
Se puso de pie. Estaba muy cerca de ella e Isabella se quedo paralizada.
-Te amo -musito el-. Te amo y solo te deseo como mi esposa. He conocido a muchas mujeres, pero jamás, y te juro que es verdad, Isabella, jamás le pedí a ninguna de ellas que se casara con migo. No te quiero bajo ninguna otra circunstancia, solo como mi esposa, como la madre de mis hijos, como la mujer que amo con todo el corazón y que idolatro por ser pura y perfecta.
Isabella temblaba, pero era de felicidad, de una felicidad tan grande que le costaba trabajo soportarla.
-Oh Eduard -dijo trémula-. Te amo tanto.
El la tomo entre los brazos.
-Dilo otra vez -dijo.
-Te amo Eduard!
Sus labios se encontraron y nada mas importo.
Salvo aquel loco amor, apasionado y avasallador que los consumía a ambos en una llama impetuosa.
-Te amo -repetía Lord Cullen sin cesar-, te amo, Isabella.
El tiempo dejo de existir y parecía haber transcurrido un siglo cuando Isabella se desprendió de los brazos de el.
-Hay algo mas que debo decirte -dijo ella.
-Permíteme seguir admirándote. No creo que haya habido antes alguien tan hermoso en este mundo.
Trato de besarla de nuevo, pero ella coloco una mano sobre sus labios.
-Por favor, Eduard, debes escucharme. Tía Rene a muerto. Ingirió todo un frasco de pastillas para dormir. Comprendo que en cierta forma, su mundo se acabo.
Lord Cullen asintió.
-Es cierto. Era una de las cosas que quería hablarte.
Se aprobó la orden de su arresto. Bajo ninguna circunstancia podía volver a Francia.
-Pero todo su dinero estaba ahí -explico ella.
-Temía que así fuera. Pero, aun si hubiera huido a Inglaterra, las cosas hubieran sido difíciles, Jasper me dijo que te aconsejo ir a Montecarlo, y creo que fue lo mejor que pudo hacer.
-Fue muy bondadoso. sin el, nunca hubiéramos llagado a ningún sitio.
-Si lo hubiera sabido, yo habría venido con ustedes -dijo Lord Cullen-. Pero me demoro una cosa, Isabella: presentar mi renuncia.
-Renunciaste!
-Si -respondió el sonriendo-. Voy a vivir en Inglaterra con mi esposa. Necesito atender mis propiedades y habrá infinidad de cosas que me mantendrán ocupado. Además, deseo estar con tigo.
-Estas realmente seguro? -pregunto Isabella con voz trémula-. Soy yo la persona adecuada para ser tu esposa? Que dirá y que pensara la gente?
-Pensaran que me case con la mujer mas adorable del planeta. Y si es algo deferente, no tendrán nada de que hablar. No es que me preocupe, pero quizás a ti si en el futuro. Por eso te llevo de regreso a Inglaterra cuanto antes, Isabella. El hecho de que tu tía haya muerto facilitara todo, como suele suceder. No habrá ningún escándalo, pues si hay algo que las autoridades de Montecarlo detestan es un suicidio. Anunciaran que la duquesa murió de un ataque cardiaco; podremos dejar todo en sus manos.
-Quieres decir que podremos partir de inmediato?
-De inmediato. No permitiré que pases mas molestias. Te cuidare, como debí hacerlo desde el principio. Te llevare de regreso a Inglaterra ha casa de mi madre; es una persona muy comprensiva.
Vive en un mundo de inocencia, donde jamás se asomo nadie como la duquesa o el resto de la vida galante de Paris.
Isabella lanzó un suspiro.
-Suena maravilloso -comento.
-Pero, estas segura que deseas casarte con migo? -pregunto el con voz suave.
-Lo único que se es que deseo estar con tigo, ahora y para siempre -repuso ella con sencillez.
-Oh, querida! Esa es la respuesta correcta -le dijo con un beso. Te amo!
Fin.
Esto se acabo, perdon por tomarme tanto tiempo. Esta historia se la dedico especialmente y mis mas fiel lectora: Gloria Culen.
Gracias por leerme y por tue consejos. Gracias Totales. Besos.
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