Un silencio descomunal invadía el lugar. Parecía que todo estaba en suspenso, detenido, atorado en el tiempo y el espacio. El mismo océano se mantenía en silenció. La intensa luminosidad seguía ahí, podía percibirla tras mis párpados cerrados.
Podía sentir la presencia de ese ser supremo. Lo único que me preguntaba era, ¿Por qué no nos había destruido ya? ¿A qué esperaba? Tenía todo el cuerpo en tensión, listo para saltar a la primera oportunidad. Edward. Él no tenía culpa de todo esto. Quería protegerlo. Cambiaría mi vida por la de él sin dudar.
El aire chasqueó de repente, sentí un extraño movimiento. Pero no sabía exactamente qué fue. Un ligero aroma llegó a mi olfato… como a flores de azar.
Algo más cambió. La luminosidad fue disminuyendo hasta desaparecer por completo. ¿Sería seguro abrir los ojos? ¿Me aventuraría a mirar? Las palabras de Byron me vinieron a la mente. Ceguedad. ¿Por mirar a un Arcángel? Me parecía muy descabellado.
— ¡No!
El grito me sobresaltó. Intenté ubicar la voz.
— ¡No me la quites! Por favor…. ¡No! — suplicó Evan a lo lejos.
¿Evan? No podía esperar más, abrí los ojos. Mi novio estaba cerca de mí, con los ojos cerrados. Toqué su mano levemente y él me la agarró. Se acercó a mí con rapidez. Descubrí que no tenía sus alas, ni el anillo en su dedo. Qué extraño.
— Bella. ¿Estás bien?
— Si. ¿Y tú?
Asintió. Palmeó mi rostro con dedos trémulos. Parecía querer asegurarse que estaba bien. Besé sus dedos.
— Estoy bien, mi amor. Abre los ojos, no hay peligro.
Lo hizo, me miró y suspiró al verme. Un carraspeo a mis espaldas me hizo girar la cabeza. Rosalie y Byron acababan de hacer lo mismo. Byron tampoco llevaba sus alas ni el anillo.
— ¿Cómo llegamos aquí? — cuestionó Rosalie confusa.
Se levantó del suelo y se sacudió la arena. La imité.
— Uriel nos trajo. Sus poderes son mucho más extensos, carece de ciertos privilegios al ser quien es — explicó Byron.
— ¿Y cómo es que seguimos existiendo?
Me miró y se encogió de hombros. Su mirada era de cautela.
— Piensa que no por mucho tiempo — indicó Edward.
Me di cuenta de que ahí faltaba a alguien.
— ¿Y Benjamín?
Todos miramos buscándolo, olfateé el aire en busca de su esencia y nada. Nadie dijo nada, creo que la respuesta era clara para todos. Me abracé el cuerpo con pena. Edward me rodeó con sus brazos y besó mi frente.
— ¡Bella!
Ladeé la cabeza en dirección a la colina. El gritó provenía de allí. Evan me necesitaba. Edward me soltó y nos pusimos a correr en dirección al templo. Su grito me había helado por dentro. ¿Qué estaría pasando? Cuando llegamos, la escena que descubrimos me congeló.
Evan con los brazos extendidos hacia el cielo como intentando atrapar algo… algo no. Elevé la mirada para ver más para arriba a Hadara flotando en el aire. Muy arriba, tanto que ni de un salto podríamos alcanzarla. Nada la sostenía. Seguía muerta, su vestido se meneaba alrededor de ella como una nube vaporosa. Su cabello caía a la deriva. Un movimiento atrás de ella me hizo fijar la vista allí. Había algo raro. Como si el dibujo de las nubes grises no fuera real. Por mucho que intenté descubrir qué sonaba raro en todo eso, no lo supe descubrir. Y no había ningún arcángel a la vista tampoco.
Me aproximé a Evan y posé una mano en su hombro.
— Bella… ¡ayúdame! Se la quiere llevar — me suplicó batiendo el aire con sus manos.
Evan, su rostro era una máscara de dolor.
— Edward, ayúdame a llegar a Hadara.
Me giré y vi a Byron levantar un pie y colocarlo en las manos cruzadas que Edward tendía ante él. Mi novio tomó impulso y lo elevó en los aires en dirección a Hadara. Byron extendió los brazos para agarrarla. Estaba casi por tocarla cuando se estampó contra algo inexistente. El choque fue brutal y se deslizó hacia el suelo medio atontado, Edward lo atrapó antes de chocar contra el suelo.
Me aproximé y tropecé con lo mismo. Tanteé la extraña fuerza magnética que impedía que avanzara por más que quisiera.
— ¡No te la lleves! ¡Por favor! —gritó Evan desesperado al ver que Hadara tomaba más altitud.
¿Qué podía hacer? ¿Cómo ayudarlo? Bajé la vista a mis manos con impotencia. Convoqué el fuego, y mis manos resplandecieron. Elevé los brazos a mis costados.
— ¡Fuego! ¡Rodea a Hadara, protégela! — ordené.
Dos esferas salieron volando y se ensancharon al llegar a ella. Dos anillos de fuego la rodearon sin tocarla. El aire siseo frenéticamente. Y bajo mis ojos, los anillos de fuego se desintegraron como por arte de magia. Vi como el dibujo de las nubes se estremeció levemente atrás de Hadara. Reculé varios pasos sin perder ese punto de vista.
— Rosalie — la llamé en voz baja.
Acudió sin esperar.
— ¿Dónde? — preguntó, comprendiendo que necesitaba su ayuda.
Le indiqué con la mirada y ella asintió.
— Aire ven a mí, despeja el cielo — demandó.
El aire vibró entorno a ella y una ráfaga de viento nos azotó. Apenas duró dos segundos cuando fue dirigido al cielo encapotado. Las gruesas nubes fueron empujadas con maestría. De repente estallaron rayos, truenos resonaron con una potencia espantosa.
Todo se ralentizó, las nubes se detuvieron poco a poco. Vi como Rosalie luchaba por intentar seguir empujando y no lo conseguía.
— Rosalie, para — dije.
Jadeó y bajó los brazos. Le gruñó al cielo encolerizada. Edward agarró su codo y se inclinó susurrándole al oído. Se calmó al instante. Pero yo no, mi rabia iba creciendo, fue hasta tal punto que estallé.
— ¡Eh, tú! ¡Dale la cara, cobarde! — grité, apretando los puños — ¡Baja aquí y enfréntate a mí! ¡URIEL! Te estoy hablando a ti, rata asquerosa. ¡DEJA A HADARA!
— ¡Bella, calla! — exigió Byron aferrando mis brazos con fuerza.
Lo empujé para que me soltara. Sus ojos estaban dilatados de miedo.
— ¡URIEL! Baja aquí… ¡Rata! ¡Da la cara! — lo reté, furiosa.
Una mano apareció delante de mí y tapó mis labios.
— ¡Bella, cállate! — ordenó Edward en mi oído.
Rodeó mi cintura con su brazo libre y me ciño a su cuerpo. Gesticulé para que me soltara sin éxito.
— Estate quieta, por favor.
Ladeé la cabeza para mirarlo a los ojos. ¿Qué? Le indiqué con la mirada. Negó débilmente. Vocalizó sin sonido un CALLA. Luego miró al cielo en donde Hadara seguía ascendiendo. Me quedé quieta observando lo mismo que todos. Un fulgor rojizo apareció alrededor de Hadara. Entrecerré los ojos, sin aliento. La brillantez fue aumentando hasta convertirse en llamas. ¡LLAMAS! Hadara estaba prendida, se estaba quemando. Grité.
Otro grito suplantó al mío, más fuerte, más horripilante. Eliam llegaba corriendo, con su único brazo sin mano agitando el aire con frenesí. Su cara era una máscara de horror. Brincó y se elevó hacia su reina, miré aturdida el salto que dio sin ninguna ayuda. Atravesó el muro de energía sin problemas y se aferró a Hadara chillando.
— ¡Mi señora! ¡Mi señora! Mi reinaaa…
— ¡No! ¡Cobarde! — le recriminé temblando de ira.
El fuego lo envolvió como si se hubiera rociado de gasolina.
En un solo movimiento Edward me giró y bloqueó mi vista. Me sacudí de puro nervio. Me acunó con firmeza contra su pecho. Los gritos desesperados de Evan desgarraban el aire.
— No puedes impedirlo — dijo Edward.
Gemí contra su mano. La deslizó y acarició mi rostro. Un temblor bajos nuestros pies empezó a notarse. Fue intensificándose. Rosalie y Byron se aproximaron a nosotros. Evan yacía en el suelo boqueando, con el rostro desecho. Me compadecí de él. Era tan injusto.
A poco más de tres metros de nosotros una brecha se abrió en el suelo. Se ensanchó velozmente. La tierra volvió a temblar, rugir y apareció el sepulcro empujado por una columna de tierra. El suelo se cerró bajo él y quedó depositado ahí. Vi un extraño resplandor en el cielo. Todo era de un rojo oscuro de repente. Pero lo que más me chocó fue la inmensa forma ovalada ardiendo. Hadara.
Fue bajando, la vi acercarse a nosotros o más bien a su tumba flotando. Fue depositada con suavidad. El ardiente fuego que emanaba de ella se disipó. Con la mirada exorbitada miré como su cuerpo estaba de un blanco inmaculado ahora. De pies a cabeza. Cabello fijo eternamente como la estatua en la cual fue convertida para siempre.
Nadie emitió ningún sonido. Evan se echó sobre ella con fervor. Intentó abrazar al duro cuerpo, llorando, gimiendo de dolor.
Ninguno percibió la presencia en nuestras espaldas hasta que una voz poderosa habló.
— Siempre dije que la venganza no era algo bueno.
Volteamos todos al mismo tiempo, alarmados. Un hombre de cabellos dorados y ojos azules angelicales se erguía ahí tan tranquilamente. Discretamente olfateé el aire en busca de su aroma. Lo que olí me dejó pasmada. Flores de azar.
Byron avanzó hasta el vacilando.
— Mi existencia por la de ellos — rogó Byron.
El rubio le echó una mirada severa.
— No hay nada que pueda impedir que esta abominación llegue a su fin — indicó fríamente.
Observé al rubio. Era muy bello. Pero no era para tanto. Intuí que se trataba de Uriel. Adoptó una forma terrenal común. Tenía los brazos echados hacia atrás de su espalda despreocupadamente. Lucía como muy tranquilo.
—La decisión fue tomada siglos atrás. Y nadie puede ir en contra de eso. ¡Nadie! Ni siquiera tu, Uriel — le recordó Byron al arcángel.
— Una decisión equivocada.
— Una decisión que no te pertenece — le contradijo — ¡Padre es justo en lo que hace siempre! — espetó Byron.
Uriel frunció el ceño. Sus ojos centellaron de un azul eléctrico. Byron se contorsionó se repente y dio con su cuerpo en suelo, aplastado como una cucaracha.
— ¡Ni siquiera oses nombrarle! ¡Sucio hipócrita traidor! — vociferó cruelmente.
— ¡Basta! ¡Basta! — grité.
Edward me dio un apretón para indicarme que me callara. Pero no podía hacerlo.
— ¡Basta animal!
Uriel me miró. Escuché a Byron jadear.
— Tú, me llamas a mi ¿animal?
— ¡Sí! Lo hice. Eres un monstruo.
Ante mi mirada atónita se rió a carcajada. Como si de un insignificante mosquito se tratara, Edward fue arrojado hacia atrás con fuerza. Sus manos me soltaron sin querer.
Avancé hasta Uriel decidida. Nunca se imaginaría lo que estaba a punto de hacer, mi mano voló y se estampó en su mejilla con todas mis fuerzas. El impacto sonó ruidoso.
— Bella, ¡eres mi héroe! — me felicito Byron riendo con dificultad.
Uriel me miraba fijamente. Estaba desconcertado por mi gesto.
— ¿Sabes qué? ¡Estoy harta de todo esto! — indiqué, furiosa.
Su movimiento fue tan veloz que no lo advertí hasta sentir su mano rodear mi cuello y apretar. No me inmuté.
— Tu osadía al tocarme la pagarás muy cara, insolente demoniza.
— ¿Y cuál va a ser tu castigo? — cuestioné.
Noté la leve confusión en el rostro del arcángel.
Bufé.
— ¿Ah, no lo vez? — dije irónicamente — Condenaste a Hadara por amar a un mortal. La castigaste por buscar un medio de estar con él. Si lo miras bien, aquí el único culpable de todo eres tú, Uriel.
Su mano entorno a mi cuello se apretó más, no vacile, seguí mirándole fijamente a los ojos. El azul eléctrico vibro como si una marea se estaba desatando ahí dentro.
— Sabes que dice la verdad, Uriel — intervino Byron cerca de mí.
— Por favor, déjales estar juntos, se lo merecen, han sufrido mucho — rogué.
Levantó su brazo izquierdo dejándome ver lo que sostenía. Retuve el aliento al descubrir el corazón de Hadara. Lo había sacado del océano.
— Uriel. Dame el corazón de mi amada, ¡te lo ruego! — suplicó Evan viendo con horror como el arcángel agarraba el corazón.
— NO. Evan, esto ha llegado muy lejos. Debe terminar ahora… — proclamó Uriel.
El brazo que sostenía el corazón empezó a brillar con una luz violeta. Todo ese fulgor fue a concentrarse en el centro del corazón. Miré boquiabierta como minúsculas fisuras aparecían en él. Iba fragmentándose cada vez más. Grité de horror al comprender lo que hacía. Extendí las manos para intentar cogerlo y Uriel me echó para atrás sin soltar mi cuello.
El corazón emitió un sonido de cristales rotos. Estaba quebrándose, palpitaba desde dentro. ¡Estaba vivo! Y como si de nada se tratara, Uriel apretó el puño y el corazón explotó en miles de partículas diamantinas, como si fuera polvo de diamante, a la deriva por el aire se fue esparciendo hasta desaparecer por completo.
— Monstruo — lloré sin aliento.
Uriel ni siquiera me miró, me tiró al suelo. Edward vino a me atrajo a sus brazos.
— ¿La has condenado a vagar entre dos mundos? ¿Cómo has podido hacer eso? — chilló Byron enloquecido.
— Eh ahí el único modo de asegurarme que no volverá a ultrajar este mundo — respondió Uriel.
— No mereces llevar esas alas.
Un rayo que apareció de la nada golpeó a Byron de lleno. Se derrumbó al suelo como una marioneta sin vida. Todo mi cuerpo se tensó. Edward siseó, asqueado. Luego dejó escapar una pequeña carcajada. Levanté la vista a su rostro. Su expresión era de júbilo. Pestañeé sin comprender nada. ¿Qué estaba pasando? Byron emitió un susurro muy bajo. Miré sus labios que se meneaban sin secar. Al concentrarme para escuchar lo que decía, comprendí lo que hacía. Rezaba. Me uní a él por el pensamiento. Nunca había sentido la necesidad de rezar antes, ni siquiera sabía si lo hacía bien, pero lo hice. Pedí clemencia por Evan y Hadara con toda mi alma.
Una fragancia nueva se mezcló en el aire, me recordó a las bolas de algodón azucaradas. De la nada apareció un hombre.
— Y él dijo, "no se destruirá a la nueva raza" ¿Debo recordarte lo que padre deseó, Uriel? — dijo con voz melodiosa.
— No tienes nada que hacer aquí, Shamuel.
— Yo creo que sí, padre me manda como mensajero.
El intercambio de miradas entre los dos arcángeles fue de comunicación recelosa. Shamuel traía un aspecto humano también. Con ciertos aires a Brad Pitt. Parecía que la conversación mental que tenían no agradó a Uriel, ya que rechinó los dientes varias veces.
— La decisión está tomada — soltó Shamuel.
— Bien, que así sea. Dejo entonces que te encargues tú de encubrir todo esto — respondió Uriel acatando la orden superior.
No parecía muy feliz. Y en un parpadeo Uriel se evaporó. Me pregunté qué había pasado. Sentí que Edward estaba tenso, apoyé una mano en su mejilla para atraer su atención.
— Edward — le llamé.
— ¿No hay otra solución? — le preguntó mi novio a Shamuel.
Este lo miró y negó con la cabeza.
— Una hora es lo que queda, aprovéchenla bien. Porque después, todo volverá a ser como antes.
Los observé a ambos intentando comprender lo que ocurría. Shamuel fue hasta Byron y lo acunó entre sus brazos con cuidado. Edward se encogió y bajó la vista.
— ¿Qué pasa? Dímelo — le pedí asustada.
Enterró su rostro en mi cuello. Lo rodeé de mis brazos. Presentí que algo horrible iba a suceder. No me atrevía a preguntar el qué.
— Quiero ir con Emmett — sollozó Rosalie de repente.
— Yo te ayudaré a llegar a él más rápidamente, no temas — le dijo Shamuel.
Con el rostro apoyado en el torso de Edward, de soslayo vi como Rosalie desaparecía.
— Gracias — le dijo Edward al arcángel.
— ¿No hay otro sitio en donde desean estar?
Shamuel se había acercado a nosotros, Byron había abierto los ojos y miraba a su mentor con infinita tristeza.
— Ili… Ilisondra. Por favor — murmuró Byron con esfuerzo.
— Ve con ella, hermano. Que la sabiduría de nuestro padre te acompañe.
— Y con tu espíritu… — agradeció Byron.
También se volatizó ante mis ojos. Shamuel echó una mirada a su alrededor con lentitud. Suspiró pesadamente como si no quisiera hacer algo que se le habían ordenado. Se puso a rezar en una lengua desconocida para mí. Juntó las manos e inclinó la cabeza en símbolo sagrado.
El cielo se aclaró, las nubes se menearon de una forma rara. Parecían ir marcha atrás. Qué curioso. Jamás había visto algo así.
— Evan, tú te quedas conmigo. No todo está perdido aun, se le a otorgado a Hadara el derecho de nacer, padre lo desea así — le confió Shamuel.
Evan se le aproximó y se arrodilló a su lado. Emocionado. Shamuel tomó una de sus manos entre las suyas.
— Gracias, Dios es generoso — agradeció con la voz trémula.
De repente unas bolas blancas relucientes empezaron a caer del cielo. Iban cayendo por miles y miles, como estrellas fugaces. Toda la isla entera pareció cobrar vida propia. Los árboles muertos, florecieron. La hierba creció en donde antes no había absolutamente nada. El templo se recompuso pieza a pieza. Los pájaros se pusieron a canturrear alegremente y sobrevolar la isla. Todo estaba hermoso y una fragancia fresca se olía.
Quizás no era el fin, pensé con esperanza. Alcé la mirada hacia a Edward. Su rostro estaba completamente cerrado a cualquier emoción.
— El prado — susurró él, mirándome.
— Deseo concedido — respondió Shamuel.
Un destello de luz potente me cegó unos segundos y tuve que cerrar los párpados incómoda. Me apretujé contra Edward. La misma sensación de antes me llegó, como de movimiento irreal repentino y breve. La fragancia en el aire cambió. Noté como Edward me acariciaba el cabello delicadamente.
— ¿Me vas a contar lo que no sé? — cuestioné insegura.
— Abre los ojos, mi amor.
Lo hice y lo que descubrí me dejó estupefacta. Estábamos en una pradera, un pequeño círculo perfecto lleno de flores silvestres: violetas, amarillas y de tenue blanco. Podía oír el burbujeo musical de un arroyo que fluía en algún lugar cercano. El sol estaba directamente en lo alto, colmando el redondel de una blanquecina calima luminosa. Pasmada, caminé sobre la mullida hierba en medio de las flores, balanceándose al cálido aire dorado. No me era desconocido…
Me di media vuelta para compartir con él todo aquello, Edward me observaba con una pequeña sonrisa. Se movió como un borrón y apareció ante mí.
—Isabella —pronunció mi nombre completo con cuidado al tiempo que me acariciaba la nariz; un estremecimiento recorrió mi cuerpo ante ese roce fortuito.
Lentamente, sin apartar sus ojos de los míos, se inclinó hacia mí. Luego, de forma suave, apoyó su mejilla contra la base de mi garganta. Oí el sonido de su acompasada respiración mientras contemplaba cómo el sol y la brisa jugaban con su pelo de color bronce.
Me estremecí cuando sus manos se deslizaron cuello abajo con deliberada lentitud. Lo oí tomar aliento, pero las manos no se detuvieron y suavemente siguieron su descenso hasta llegar a mis hombros, y entonces se detuvieron.
Dejó resbalar el rostro por un lado de mi cuello, con la nariz rozando mi clavícula. A continuación, reclinó la cara y apretó la cabeza tiernamente contra mi pecho... percibí como sus hombros se sacudían levemente. Lloraba. Lo estreché entre mis brazos con fuerza, lo acuné como un niño pequeño, largo rato hasta que se tranquilizó. Era más grave de lo que pensaba.
Una hora. Lo dijo Shamuel. ¿Y luego qué? No íbamos a ser destruidos, de eso estaba segura. Pero no podía parar de darle vueltas a las palabras del arcángel una y otra vez. "Todo volverá a ser como antes"
¿Antes de qué? ¿Qué fuera transformada? ¡Imposible! Di un respingo, mi respiración se aceleró. Edward lo notó, levantó el rostro hacia mí. Clavé los ojos en él hasta que nuestras miradas se encontraron.
—Suéltalo y ya está, Edward.
—Es bastante... malo.
—No te preocupes. Dímelo —insistí.
Sus facciones eran desoladas y tenía los ojos turbados.
— Bella, van a borrar todo lo que ha ocurrido— murmuró.
— ¿Borrar? De las mentes humanas — cuestioné con esperanza.
Suspiró.
— Y de todos los vampiros, también.
Permanecimos inmóviles durante un minuto. Edward me contemplaba, y yo a él. Una decena de sentimientos recorrieron su rostro, reconocí la ira, el dolor, y cuando se serenó, su expresión era de calma absoluta. No sé que vio en mis ojos, pero esbozó una sonrisa pequeña, aunque la alegría no le llegó a los ojos.
— Nos olvidaremos de todo — dije, no era una pregunta, era un hecho.
Recordé los últimos meses con dolor. ¡No quería olvidarme de nada! Todos esos momentos compartidos, los besos, las caricias. La familia. Alice. Esme. Carlisle. Jasper, Emmett y Rosalie. ¡No!
— ¡Es un final pésimo! — exclamé, furiosa.
—No es el final, sino un nuevo comienzo —me contradijo casi sin aliento —. Puede que tengamos la oportunidad de reencontrarnos. Bella, recuerda tu promesa — me rogó arrastrándome a su pecho.
— No quiero olvidarte — cuchicheé.
— Ni yo tampoco. Tú eres mi vida.
Me deje guiar cuando se recostó sobre el pasto. Me tomó entre sus brazos. Lo que nos quedó de tiempo la pasamos amándonos con un fervor apasionado, desesperado. Sabiendo los dos que no sabríamos como iba a desenvolverse el futuro, si nos reencontraríamos, si nos reconoceríamos. Si nos volveríamos a enamorar el uno del otro. Eran preguntas aterradoras. Su miedo era el mío, y no hizo falta decirlo en voz alta.
Dios tenía una curiosa forma de resolver las cosas, pero supuse que no podía ser justo para todos. Y menos para mí.
El crepúsculo apareció tímidamente. Era inminente. No había apartado los ojos de los Edward en ningún momento, ni él de los míos, parecía que los dos queríamos gravarnos a fuego el rostro del otro.
Un destello de luz anaranjado hizo brillar su piel de un exquisito color. Los dos enmudecidos, nos besamos una última vez antes de lo inevitable. Y todo se volvió oscuro, silencioso e irreal.
Un nuevo comienzo nació con el amanecer del resto de mi existencia vacía, sin mi amado Edward…
|