Subió las persianas, atreviéndose a mirar afuera. El mar se veía tan azul que le arranco una exclamación de deleite. Jamás había visto nada tan bello, por lo que se permitió disfrutar del paisaje un poco mas tranquila. Lo peor ya había pasado.
Se quedo mirando por la ventanilla las hermosas villas de jardines llenos de flores, los huertos de naranjos y limones, la gente que chapoteaba en el mar y los pequeños botes de velas que se deslizaban veloces por el agua.
-Nunca pensé que Niza fuera tan preciosa. -le dijo a su tía.
La duquesa no respondió. Daba los últimos toques a su maquillaje.
-Parezco una bruja -dijo casi para si misma-, pero al menos nadie se fijara en mi en Montecarlo. Debes tener cuidado Isabella, de no decirle a nadie por que dejamos Paris.
-No haría tal cosa. No estoy orgullosa de eso.
-No, desde luego que no, pero no debemos dejar que a gente piense que hay algo raro en mi llegada a Montecarlo a fin de temporada. Les diré que estuve enferma ...No, la gente sabrá que estoy bien . . . Diré que tu estas enferma: esa será nuestra versión.
Isabella se pregunto si eso importaba, pero su tía se preocupaba por esas cosas y quizás fuera mejor que ella se comportara como si nada hubiera sucedido. Tarde o temprano, reflexiono Isabella con un escalofrío, si se celebra un juicio, la gente se enteraría de la verdad. Luego pensó que, tal vez, el departamento de seguridad del estado preferiría callar. Nadie volvería a hablar de Vladimir Fisher, pero la duquesa jamás podría regresar a Francia.
-Tía Rene -pregunto de repente-. Estas segura, como dijiste anoche, de que no tienes dinero fuera de Francia, alguna inversión o propiedad en Inglaterra?
-Cielos! Todo lo que tenia era de mi esposo y desde luego como era Francés, invertimos en Francia.
-Entonces de que vamos a vivir?
Por un momento la duquesa pareció afligirse, pero luego dijo:
-El Barón lo arreglara solo debemos confiar en el, Isabella. Después de todo, si lo analizamos bien, el gobierno Alemán me debe mucho dinero. No me dieron mucho durante esos años; solo la estola de chinchilla, la marta cibelina y un anillo de diamantes. Están en deuda conmigo.
Isabella se quedo callada. La asalto un triste presentimiento: una vez que la duquesa dejara de ser útil el gobierno alemán, ya no se preocuparían por ella. No se lo diría; las cosas eran ya bastante difíciles para empeorarlas aun mas.
Atravesaron la frontera y hubo una inspección rutinaria. El tren se detuvo, los oficiales franceses caminaron por el corredor, les revisaron los pasaportes y pasaron al siguiente compartimiento.
Isabella sintió un enorme alivio. En unos segundos todo abría pasado y el tren llego resoplando a la estación del pequeño municipio. Estaban a salvo!
Transcurrieron unos minutos y luego un enorme y cómodo automóvil las llevo al hotel de Paris. el gerente esperaba en el vestíbulo y no disimulo su alegría al ver a la duquesa.
-Que sorpresa madame! -le dijo-. Pero algo anda mal. No recibimos su carta para hacer reservaciones.
-No recibió un telegrama . Monsieur Bloc?
-No, no recibimos nada.
-De verdad? Despediré a mi secretaria en cuanto regrese a Paris! Le pedí que le telegrafiara en cuanto salimos. Fue una decisión rápida. ya que mi sobrina se ha sentido mal. Creo que pescó uno de esos gérmenes raros de los que tanto oímos hablar. De cualquier forma le dije: "Isabela, iremos a Montecarlo! El mar, el aire y el sol te pondrán bien en muy poco tiempo!"
-Le aseguro, miladi, que así será! -Admitió Monsieur Bloc-. Por suerte y por que es fin de temporada. la suite favorita de miladi se encuentra disponible.
-Tía Rene, no queremos una suite -murmuro Isabella, pensando n lo costoso que seria.
La duquesa no la escucho.
-Magnifico! -sonrío-. Sabe cuanto me gusta esa vista en particular y poder desayunar en la terraza.
-Déjeme ayudarla a subir miladi! -ofreció Monsieur Bloc-, y si todo no resulta de su entera satisfacción, hágamelo saber.
La duquesa era todo gentileza y pronto estuvieron instaladas en una enorme suite con vista al mar. La habitación, una sala de estar y otra habitación mas pequeña para Isabella, eran muy lujosas.
La duquesa le dio una propina a los maleteros y llamo a un camarero.
-Estoy exhausta, Isabella -dijo hundiéndose en una de las sillas de satín-. Creo que lo que necesitamos es una botella de champaña.
-Tía Rene, por favor escucha! Nos quedan algunos francos de los que nos dio Monsieur Alec, nada mas. Estas habitaciones deben ser carísimas. No podemos pagarlas.
-No te preocupes pequeña, pensaba escribirle hoy mismo al barón, pero si lo prefieres le enviare un telegrama. Tráeme una forma del escritorio y dame la pequeña libreta negra que esta en mi neceser. Tengo ahí la dirección personal del Barón y la clave que usamos cuando nos escribimos.
-Es segura? -Pregunto Isabela.
-Desde luego -replico la duquesa impaciente-. El barón piensa en todo. Su esposa esta celosa; el sospecha que podría abrir sus cartas y por supuesto, leer los telegramas. Es por eso que tenemos nuestros propios métodos para comunicarnos.
Rió al decir aquello.
-Ella nunca a sospechado, pobre tonta.
La duquesa escribió el telegrama y como Isabella estaba tan ansiosa de que se enviara enseguida, se lo entrego al conserje, en vez de dárselo al mensajero.
El conserje prometió enviarlo de inmediato.
Cuando Isabella regreso a la suite, la duquesa estaba desvistiéndose.
-Creo que tendrás que ayudarme, querida. Me siento perdida sin Jessica. Necesito un baño. Después bajaremos a comer algo.
-No crees que debería irte a la cama? -pregunto Isabella.
-Si, querida, pero primero comeremos y por la tarde iremos al casino. Tal ves te escandalizará, pero muero de ganas de ir. Una vacaciones inesperadas son siempre emocionantes y o hay nada que me anime mas que jugar un poco.
-Pero ti Rene, no puedes pagar eso!
-Tonterías! Cuanto dinero dijiste que nos quedaba?
Isabella saco el dinero de su bolso y lo contó dos veces.
-Menos de lo que yo pensé -repuso-. Los boletos de tren costaron caros y tuve que pagar por el coñac en el tren. Me apena decirte tía Rene, que solo nos quedan ochenta y dos francos.
-Tonterías -replico la duquesa tajante-. Debe quedar mas!
-No hay nada mas.
La duquesa se quedo un momento pensativa y después, poniéndose de pie, se dirigió a su pequeño joyero.
-Toma este brazalete, llévalo a la joyería que esta enfrente del hotel y pregunta por Monsieur Jacques, dile que vas de mi parte, que llegue a Montecarlo en una forma inesperada y no tuve tiempo de arreglar cartas de crédito. Dile que se debió a una enfermedad. No te hará preguntas, es muy discreto. Agrega que quiero dinero prestado por el brazalete: cinco mil francos el te los dará.
Isabella quería rehusarse, decirle que aquello le resultaba muy embarazoso. Pero tenia que cuidar de tía Rene y de todas maneras, ya casi no les quedaba dinero. Con cinco mil francos tendrían para mucho tiempo.
Coloco el brazalete en un lugar seguro y saco la ropa de su tía de las maletas. Con la prisa, Jessica olvido muchas cosas, pero decidió no mencionarlas para que a su tía no se le ocurriera reponerlas.
Le levo mucho tiempo vestir a la duquesa después del baño. Tubo que buscar el vestido adecuado, el sombrero que hiciera juego, y los guantes, bolso y zapatos. Cuando Isabella dijo que ella también quería cambiarse la duquesa se impacientó.
-Tendremos que conseguir una doncella -dijo-. Le pediré a alguien que me consiga una. No entiendo por que te molestaste en deshacer las maletas. La camarera hubiera podido hacerlo.
-Lo se, pero pensé que le extrañaría el desorden con que se guardo todo. Has estado aquí antes y a ella le parecería raro que Jessica hiciera las maletas sin usar capas de papel de seda entre la ropa.
-Que chica tan sensata eres! Me alegra tanto que estés con migo, Isabella. Todo esto seria muy difícil de soportar sin ti.
-Lo dices enserio? -pregunto Isabella contenta de que su tía la quisiera.
-Por supuesto que si -repuso la duquesa con afecto-. Este ha sido un golpe terrible para mi, Isabella, pero creo que comprendes que debo seguir adelante. Es necesario que nadie sepa lo que sucedió. Al Barón no le gustaría; siempre dice que es necesario guardar las apariencias.
-Entonces, estará muy orgulloso de ti, pero anoche creí que ibas a desplomarte.
-Hace falta mas que eso para desplomarme -replico la duquesa.
Se sirvió el resto de la botella de champaña y se la tomo.
-Date prisa, Isabella! Mientras te cambias bajare a averiguar quien se aloja aquí. Aunque es fin de temporada, tal ves encuentre a algunos amigos. Después almorzaremos en el comedor que inauguraron el ano pasado en honor al rey Marcus. Veras lo grandioso que es. Date prisa, criatura, date prisa!
Isabella se paso todo el día apresurada, después del almuerzo, la duquesa insistió en dar un paseo antes de descansar, y luego Isabella le ayudo a desvestirse para acostarse.
Visitó al joyero y no fue tan terrible como pensó. Monsieur Jacques se deshizo de sonrisas y amabilidades apenas oyó el nombre de la duquesa.
-Cinco mil francos? -pregunto-. Seré sincero con usted, madeimoselle: a nadie le prestaría una cantidad semejante, ni siquiera por ser un brazalete tan valioso, pero con la duquesa es distinto. Es una cliente muy distinguida y confío en que en unos cuantos días arreglara sus asuntos.
-Vinimos de mucha prisa -explico Isabella-, y los bancos estaban cerrados.
-Lo comprendo -dijo el joyero.
Puso los billetes nuevos en un sobre y se los entrego a Isabella haciendo una reverencia. Ella se alegro de que todo hubiera salido bien y regreso de prisa al hotel.
La duquesa dormía y por primera vez Isabella pudo ir a su habitación. Estaba muy cansada. Se acostó y apenas acababa de cerrar los ojos cuando sintió un golpe en la puerta y una doncella le informo que la duquesa deseaba verla.
tía Rene esteba sentada en la cama.
-Te dieron el dinero? -Pregunto ansiosa. Isabella le entrego el sobre.
-Cinco mil francos. Bueno al menos eso es algo.
-Todo depende de lo que paguemos por estas habitaciones -dijo Isabella indecisa.
-No te preocupes, Isabella. El dinero se ha convertido en una obsesión para ti. Todo se arreglara cuando el Barón reciba mi cable. Si no puede venir de inmediato, comprenderá mi problema y enviara dinero.
Isabella deseaba que su tía no fuera tan confiada.
-Supongo que te das cuenta de la hora que es -dijo la duquesa-. Son las siete; debes vestirte. Isabella. Ponte tu mejor vestido esta noche. La primera impresión es siempre muy importante, la gente del casino es muy lista. Yo me pondré el vestido de lentejuelas negro; lo vi entre mis cosas. Espero que Jessica no haya olvidado empacarme el penacho de plumas que llevo siempre en mi cabello.
El penacho de plumas no estaba, pero en cambio había una ave del paraíso que se le igualaba e Isabella tubo que admitir que su tía se veía bellísima cuando termino de vestirse, reluciente en las lentejuelas negras y con el enorme collar de diamantes que rodeaba su cuello.
-Fui una tonta en permitir que Monsieur Jacques se quedara con mi brazalete -murmuro la duquesa-. Creo que me hubiera dado el dinero sin necesidad de quedarse con el. Pero, no importa, tengo uno mas pequeño que pedo usar encima de los guantes.
Isabella se puso rápidamente un exquisito vestido de chiffon verde pálido, bordado con pequeños dibujos de brillantes flores de primavera. No llevaba joyas, solo un ramo de capullos de rosa bajo el pecho, su pequeños se asombro de lo joven y hermosa que se veía .
El enorme espejo de marco de caoba reflejo por primera vez su propia desdicha. Hasta ahora solo se había preocupado por su pequeños y se había sentido muy cansada ese día, después de haber estado sentada toda la noche anterior. Pero ahora, al verse en el resplandeciente traje de Brandon, recordó que no importaba como luciría, ya que lord Cullen no estaría allí para verla. Tampoco oiría su voz ni sentiría la presión de las manos en las de ella.
El dolor que se había agazapado Todo el tiempo en su corazón como una herida abierta, aun estaba allí. Temerosa de sus propios sentimientos , había tratado de no pensar en el, de librarse de la desdicha y la agonía que la torturaban. Hubiera querido odiarlo, pero sabia que aun lo amaba.
Ahora, debido a todo lo que había dicho su tía la noche anterior, se dio cuenta del abismo que los separaba. Por primera vez comprendió lo que la mujer de la fiesta había querido decir al referirse a su pequeños como "La reina del Paris Alegre". Vio la estrecha división que había entre la gente de sociedad y las mujeres de mundo galante. El único laso que los unía eran los hombres, quienes podrían poner un pie en los dos mundos pero en lo que se refiere a las mujeres, las "damas" vivían detrás de una alta barda de respetabilidad que los intrusos no podían traspasar.
La nueva madures adquirida en el largo viaje del tren le permitió a Isabella ver lo tonta y torpe que había sido, al no comprender antes lo que la gente trato de decirle. Era obvio que nunca, ni por un instante, Lord Cullen la considero diferente a su pequeños, ni a las "mujeres" que frecuentaban la Casa Forks, pues la mujeres "decentes" no cruzaban jamás el umbral.
Pensó en como llegaron a deteriorasen las cosas desde que el Barón permitió la entrada a tanta gentuza. Al principio tía Rene debió conocer a mucha gente respetable. Quizás, como decía la duquesa, las mujeres estuvieran dispuestas a vengarse de ella, pero no la habían desterrado por completo.
Luego, cuando comenzaron la s fiestas, aquellas fiestas que no solo divertían al Barón, sino que le resultaban de utilidad para sus nefastos planes de espionaje, todo se echo a perder. El nombre de Rene De Forks, aunque se tratara de un duquesa, quedo catalogado con las mujeres de la vida alegre y solo los hombres podían visitar su casa.
Lord Cullen tenia muchas escusas para pensar como lo hacia y, sin embargo, Isabella no podía olvidar la sorpresa y el horror que sintió cuando Tanya le reclamo acerca de ella. Era obvio que comprendía sus intenciones.
Haciendo un heroico esfuerzo, alejo a Lord Cullen de la mente. Mas tarde, tendría tiempo de llorar por lo que había perdido. Su vida había quedado vacía pues, por breves momentos amo a un hombre y pensó que el también la amaba.
Como estaban las cosas ahora debería concentrarse en tía Rene, en rezar por que el Barón respondiera a su llamado y que, por algún milagro, el futuro de tía Rene quedara asegurado.
Todos los ojos se clavaron en ella cuando entraron en la sala privada del casino, y no podría dudarse de la sinceridad de gran numero de hombres, jóvenes y viejos que, parados junto a la mesa, saludaban a tía Rene.
-Por dios, esto animara el ambiente! -exclamo un hombre de mediana edad, y tía Rene lo premio con un golpecito en la mejilla antes de presentarle a Isabella.
Antes que Isabella pudiera percatarse de lo que pasaba, tía Rene había dirigido los paso hacia una mesa donde jugaban 'chemin-de-fer'. Se sentó e Isabella vio horrorizada que sacaba los frágiles billetes que monsieur Jacques le presto.
-Tía Rene! murmuró angustiada.
La duquesa la hizo a un lado.
-No me molestes, pequeña -dijo con suavidad. No me gustan que me interrumpan cuando estoy jugando. Ve a buscar a un joven agradable para que te invite un trago. Eso me recuerda: necesitó champaña.
Un camarero se acerco y coloco una mesita junto a ella, poniendo encima una botella de champaña, metida en un cubo con hielo.
Isabella se alejo, sin atreverse a seguir mirando. Se dirigió a una de las otras mesas, tratando de observar a la gente que jugaba a la ruleta. Uno de los hombres en la mesa, le hizo una reverencia antes le elegir el numero de apuesta.
Prefirió regresar al lado de su tía. Se emociono al ver que la duquesa estaba ganando; el montón de fichas enfrente a ella, aumentaba, pero al correr de la tarde estas disminuyeron rápidamente. En algún momento el mesero repuso la botella de champaña y a su lado deposito un pequeño cofre.
-De parte del señor de la otra mesa, madame -dijo el muchacho con una reverencia.
Isabella no se atrevió a mirar el contenido, pero si agradeció con una pequeña sonrisa al individuo de la mesa de la ruleta. Su tía dio un golpe en la mesa y consternada vio que sacaba los últimos billetes que Monsieur Alec le había entregado en París. Quería decir algo, pero comprendió que era inútil.
Tía Rene reía alegre y despreocupada con los hombres que tenia al lado.
Isabella cruzo los dedos y rezo. Si ella gastaba todo el dinero que llevaban, no les quedaría nada; tía Rene debía comprenderlo.
Un temblor recorrió a cuantos jugaban en la mesa. Era algo casi físico; Isabella también lo sintió.
-Banca -era la voz de la duquesa.
Isabella no entendía el juego, pero podía ver que era una lucha entre el griego de edad madura y su tía. Todos estaban tensos y al mismo tiempo muy callados.
El silencio se debía al hecho de que, mientras el griego tenia frente a si un enorme montón de dinero, su tía no tenia nada. Todos esperaban. Isabella vio a su tía abrir el bolso y sabia, antes que ella introdujera la mano enguantada, que allí no había nada. Con un gesto magnifico inesperado, la duquesa se puso de pie, se desabrocho el enorme collar de diamantes del cuello y lo tiro sobre la mesa.
-Veinte mil francos! -dijo.
Todos quedaron boquiabiertos.
El griego le hizo una reverencia.
-Como desee, madame!
Deslizo las cartas del zapato. Dos para la duquesa y dos para l. La duquesa acerco las suyas a su rostro para que nadie las viera. El griego miro, preguntándole si quería una carta. Ella movió la cabeza asintiendo y el griego destapó sus cartas.
-Cinco a la banca! gritó el coupier.
El griego saco una carta.
-Nueve a la banca! -grito de nuevo el coupier sin rastros de emoción en la voz.
La duquesa se levanto tambaleándose y tiro sus cartas. Había perdido.
Se volvió y se alejo ciegamente de la mesa. Isabella la siguió. No había nada que pudiera decir o hacer. Tía Rene había perdido. Las dos estaban perdidas!
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