Después de comer un sándwich que me había preparado mi madre, me fui a descansar un rato. Entré en la habitación de Alice y ella justo estaba colgando el teléfono. - Hola – me dijo tímidamente. - Hola Alice – contesté yo – Como estas? - Bien, acabo de estar hablando con Edward para explicarle lo que había pasado. Cada vez que oí su nombre era como si me clavaran alfileres bajo las uñas, dolía. Dolía de un modo desmesurado. Algo que ni yo misma lograba entender. - Bien ahora tendrá el camino libre con Tania – conteste ácidamente. - Bella! Edward no ama a Tania! - Pues cualquiera lo diría. Mi prima Alice bufaba exasperada, creo que me iba a dejar tranquila un rato. Me tumbé en la cama y cerré mis ojos para intentar conciliar el sueño y ver si podía ofrecerle algo de paz y tranquilidad a mi corazón. Empecé a soñar… Todo estaba lleno de colores muy vivos, había mucha luz, el sol. Estaba junto al río de la casa de los Cullen con Jasper. Desde allí podíamos ver el jardín trasero de la casa, no había nadie, salvo por una pareja que se veía enamorada que estaba en el jardín acariciándose, no conseguí ver quiénes eran, pero el chico que era el que veía de espaldas era alto, con el cabello color bronce. Con un cuerpo musculoso y bien proporcionado. Jasper y yo emprendimos el camino de regreso a la mansión Cullen. Conforme nos íbamos acercando mi curiosidad por saber quiénes eran los del jardín iba aumentando. Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, como a unos cincuenta metros de ellos, sentí como mis mejillas ardían de vergüenza, se estaban besando y al acercarnos nosotros habíamos interrumpido algo. Conseguí ver la cara de la chiva, era Tania. Cuando el chico se dio la vuelta me quede parada en el sitio, era Edward. - Bella despierta! Bella! - Alice me llamaba desde el otro lado de la cama. Conseguí despertarme sobresaltada y notando mis mejillas húmedas. Había estado llorando mientras dormía. - Bella estas bien? No parabas de llorar y llamar a… - Ni lo menciones! Maldito Edward Cullen que no me deja ni en mis sueños! Alice me miraba con el ceño fruncido, sin duda lo de ser tan cabezota a ella no tendría que venirle de nuevo, la verdad era una de las personas de la familia con la que más cosas tenía en común, más incluso que con mi propio hermano. Tocaron a la puerta. - Adelante – dijimos Alice y yo a la vez. La puerta se abrió y mi padre asomó la cabeza. - Chicas en una hora nos vamos. Se me hizo un nodo en la garganta y no podía ni contestar, no me salía la voz, sólo conseguí asentir y mi padre se marchó. Alice dio un salto de la cama como un relámpago, y empezó a buscar ropa en su armario. Empezó a lanzarme ropa mientras iba gritando: - Bella, elije alguno para ponerte. - Alice tengo mi propia ropa no necesito ninguno de tus vestidos – y mucho menos tan caros y cortos, eso no se lo dije, no hacía falta. - Isabella Mary Swan, debes ir presentable. No me gustaba nada cuando usaba ese tono y menos con mi nombre completo. - Y mis jeans y mis converse no son presentables? – la mirada que me devolvió Alice indicaba que la respuesta no me iba a gustar – Alice necesito una ducha. Conseguí escabullirme de la montaña de ropa hasta el baño, no sin antes prometerle solemnemente a Alice que me pondría ropa decente. Para Alice una promesa era sagrada, y había que cumplirlas, de lo contrario era capaz de hacérmelo pagar el resto de la eternidad, y nunca mejor dicho… Salí de la ducha y Alice ya estaba lista. Se había puesto un vestido verde, del mismo tono que sus ojos. Con escote en forma de uve y con unas mangas anchas hasta el codo, que le daban un aire algo oriental. Su pelo estaba peinado como era habitual, con las puntas disparadas en distintas direcciones. Sobre la cama había dejado un vestido de color marrón chocolate, muy sencillo pero muy elegante. Era de raso igual que el suyo, pero era con tirantes anchos y sin escote, largo hasta los pies pero sin ninguna abertura en los lados, cosa que agradecí. Con el vestido ya se había dado por vencida y me dejó arreglarme yo misma mi pelo, me lo sequé de un modo sencillo, dejando que las ondas naturales que se me formaban en toda la melena hicieran acto de presencia. El maquillaje era otra cosa. En ese punto no había discusión posible, y Alice me maquilló de un modo sencillo. Bajamos a la entrada, y nuestros padres ya nos estaban esperando. Mamá y tía Katheryn también vendrían, aunque no iban a participar en la conversación, puesto que mi padre y mi tío Stefan eran los que hablarían con Carlisle, Jasper y…Edward. Salimos hacia la casa de los Cullen por la carretera nacional hasta llegar al desvió del sendero que conducía a la casa. En ese punto los Cullen ya habrían escuchado los neumáticos girar para tomar el sendero. Llegamos a la entrada de la casa y aparcamos frente a la entrada. Carlisle y Esme ya nos esperaban en la puerta de la casa. Charlie lo había llamado dos horas antes pero no le había explicado exactamente que veníamos a hacer, pero sí que era un tema delicado respecto al compromiso de su hija y sobrina con sus hijos. Después de la llamada de Charlie imaginaba que Edward y Jasper habían hablado con sus padres. Entramos en la casa y Carlisle nos condujo hasta la sala. Allí estaba él…con Jasper. Ambos se levantaron cuando entramos en la sala mi familia y yo, y se acercaron a saludar. Noté como el resto de la familia nos observaba a mí y a Edward cuando éste se acercó a saludarme. Cuando nuestras miradas se encontraron y el rozó mi mejilla, una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo, y ambos nos quedamos allí clavados mirándonos el uno al otro. El carraspeo de Carlisle nos sacó a ambos de la burbuja en la que nos habíamos aislado del resto de los presentes. - Bien Charlie, Stefan, creo que tenemos algo importante que solucionar. Charlie y Stefan asintieron, y todos nos dirigimos a la gran mesa del comedor a tomar asiento. Charlie empezó a hablar. - Carlisle, imagino que ya Jasper y Edward te habrán puesto al corriente del motivo de nuestra visita y de cuáles son los sentimiento de nuestros hijos – Carlisle asintió – Imagino que coincidirás con Stefan y conmigo en que lo último que queremos es condenar a nuestros hijos a un matrimonio sin amor, pese a que durante siglos es lo que se ha venido haciendo entre las familias de nuestra especie. Como sabrás siempre existe la posibilidad de cometer errores, y este es un caso claro de ello - Mi padre me miró directamente, era mi turno. - Jasper, eres una persona encantadora, y muy caballeroso, pero creo que tú sientes lo mismo por mí que yo por ti, y ninguno de los dos desea este matrimonio. - Bella - empezó Jasper – no hace falta que te diga que te quiero, pero no como esperaban nuestros padres, ya que de ese modo solo puedo querer a una persona – la mirada de Jasper se debió de la mía a la de mi prima Alice, que sonreía a Jasper encantada. El compromiso estaba roto. Mi padre miró a Alice que se acercó a Edward y le besó en la mejilla. Él le devolvió una sonrisa y besó su coronilla. - Edward, yo te quiero. - Y yo a ti Alice, pero no de ese modo no? – contesto Edward divertido. Alice le sonrió y se giró a su padre. El compromiso estaba roto. Jasper se acercó hasta mi tio Stefan con una caja de terciopelo negro en la mano y empezó a hablar: - Señor Swan, con su permiso querría pedirle al mano de su hija Alice. Alice estaba parada al lado de Edward, con los ojos abiertos por la sorpresa, mirando a Jasper encantada. Mi tio asintió, y Jasper se acerco hasta Alice, clavó su rodilla en el suelo y abrió la cajita. - Alice Mary Swan, me harias el honor de ser mi esposa? - SIIIIIIIIIIIIIIIII!!!!!!!!!!!! - Alice casi no lo dejó ni terminar la frase. Se avalanzo sobre él y ambos cayeron rodando por el suelo de la sala. Todos estallamos en risas y aplausos. Edward tenía su mirada clavada en mí, todos celebraban el nuevo compromiso, y algunos nos miraban de reojo a mí y a Edward, esperando que pasara algo entre nosotros, pero yo solo tenía en la cabeza la imagen de Edward con Tania. Me acerqué a felicitar a Alice y Jasper y me disculpé con la excusa de ir al baño, ya Carlisle nos estaba invitando a quedarnos a cenar, y mis padres y mis tíos habían aceptado, así que aún no se había acabado mi suplicio.
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