Corazón de diamante(+18)

Autor: kelianight
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 18/08/2010
Fecha Actualización: 21/11/2010
Finalizado: SI
Votos: 9
Comentarios: 42
Visitas: 40137
Capítulos: 26

 

Bella se convierte en vampiro por amor y una profecía olvidada se vera cumplida… ¿Podrá Edward, convivir con la culpa que siente al ver que Bella perdió su alma por el? Solo el tiempo lo dirá o no…

Los personajes les pertenecen a Stephenie Meyer y el fic es de Crisabella Cullen, que me dio permiso para publicarlo aqui.

 Su beta es Darla gilmoe

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Capítulo 22:

Los personajes les pertenecen a la gran Stephenie Meyer

 

 

 

Todo tiene su principio y su final. Cada cosa viva termina irremediablemente muriendo, es ley de vida. Al leer un libro normalmente siempre empieza por: era así una vez… y termina con: … vivieron felices para siempre.

Para siempre

. Eso no se aplicaba a mí. Nunca lo haría. Siempre lo supe aunque no quería admitirlo. Todos estos meses atrás tuve la impresión que algo malo estaba por ocurrir. Como un mal presentimiento, un mal augurio que no se me quitaba nunca.

Y estaba en lo cierto…

Nacida con un destino escrito en las estrellas, convertida en vampiro por amor. Y una profecía olvidada que se cumplió. Un único objetivo y todo terminaría…

El resto de mi existencia después de esto ya no tenía importancia. Al haber herido a la única persona que amaba. El amor de mi existencia. Mi único amor. ¿Podría ser peor? No. Ni siquiera el hecho de estar a punto de afrontar a lo Vulturis podría ser peor que lo que hice.

Al menos había cumplido lo que prometí. Salir de compras con Alice, Esme y Rosalie fue divertido, me obligué a pasarlo bien. Aunque a Jasper nunca lo engañé, claro. Y se dio cuenta en cuando regresamos al hotel. Pero no comentó nada.

Carlisle, Emmett y Jasper, habían organizado todo para el encuentro con los más poderosos de nuestra especie. No íbamos a la guerra. Aunque el ansia de sangre era fuerte, nunca fue cuestión de eso. El tema fue hablado entre todos, y las sabias palabras de Carlisle fueron lo que me decidió a ir en son de paz. Tenía toda la razón del mundo.

Cinco días con ellos, mi familia vampírica. Me había esforzado a vivirlos plenamente, disfrutarlos aunque mi corazón estaba lejos de mí. ¿Y después qué pasaría? ¿Podría seguir junto a ellos? ¿Sin él? El solo pensarlo me ponía ansiosa y ínfimamente triste.

— Bella.

Alice había acudido a mi, seguramente alertada por los sentimientos que desprendí de repente y Jasper había canalizado. Por mucho que intenté esconderlos, acaban saliendo.

— Alice. ¿Qué vez sobre el futuro? — le pregunté de nuevo.

— Lo mismo que hace diez minutos, una hora o ayer. Cambia constantemente, pero el resultado final sigue siempre el mismo. No veo nada.

— Define nada, por favor.

Sentía miedo que les sucediera algo. Que los Vulturis los aniquilara por mi culpa. Eso no lo iba a permitir nunca, antes los quemaría a todos. ¿Pero no era una locura ir a su encuentro? Carlisle había dicho que no. Que así les demostrábamos respecto. Qué sabrán ellos de eso…

— Bella, sabes que mis visiones son subjetivas. Y hay demasiada gente implicada para poder ver claramente.

— Lo que dice Alice es cierto.

Carlisle se aproximó a mí y posó una mano en mi hombro. A regañadientes me di la vuelta y dejé de mirar hacia el cielo a través del ventanal. Llevaba horas ahí observando entre los pliegues de la cortina y esperando a que se pusiera el sol.

— Ese vestido te favorece, Bella, estas muy guapa — comentó Rosalie.

— Pues ese no es el que hubiera elegido yo, el otro era mucho más memorable — contradijo Alice.

Bajé la vista a ver el vestido en cuestión. Simple y elegante a la vez. Nada del otro mundo. Con un escote redondo y discreto, de media manga. La seda azul noche flotaba libremente desde debajo de los pechos, hasta los tobillos. Nada de joyas. Esme me había recogido el cabello. Y Rosalie me había maquillado con naturalidad.

— Y yo digo que el otro era más del estilo de una reina — sentenció Alice elevando la voz.

— ¡Alice!

Esme la había reprendido y ella puso carita de pena. No pude evitar sonreírle.

— El otro era demasiado aparatoso, Alice, pero si era verdad que era muy bonito. Pero me habría dolido que si por lo que fuera el fuego viniera a mi… bueno, este al menos no me duele tanto si queda hecho polvo — intenté explicar.

Me ofreció una sonrisa radiante.

— ¡Lo sabía! Estaba segura que te gustaba más.

Asentí a su entusiasmo. Su expresión cambio rápidamente y giró el rostro hacia el ventanal.

— ¡Byron está por llegar! — exclamó de repente Alice. La mirada perdida y seria.

— ¿Edward está con él? — preguntó Carlisle.

Retuve el aliento con ansiedad.

— No. Viene solo, abran la ventana… ¡ya!

Carlisle se aproximó con rapidez y me alejé para dejarle paso.

Sentí una tremenda decepción. Me hacía tanta falta verle de nuevo… Jasper se acercó a mi sigilosamente y empezó a mandarme ondas tranquilizadoras. Le di una pequeña mirada agradecida y observé lo tenso que estaba. No era fácil para él encajar unas emociones tan inconstantes.

Ladeé la cabeza al oler el aroma de Byron llenar la habitación. No tenía puesto el anillo, por lo cual sus alas tampoco estaban. Vino directo hacia mí, se detuvo y me miró detenidamente.

— ¿Sigues siendo tú?— cuestionó.

Enarqué una ceja confundida.

— ¿Quieres que te chamusqué el trasero para demostrarte que si? — repliqué.

Sonrió levemente.

— No. Escúchame, Bella. No debes dejar bajo ningún concepto que Hadara vuelva a entrar en tu cuerpo.

— ¿Y eso por qué?

— Porque sus sentimientos y su ansia de venganza podría ocasionar algo catastrófico — aseguró.

Lo miré sin parpadear. Carlisle y Esme vinieron y se posicionaron a ambos lados de mí.

— ¿Catastrófico? Byron, explícate — le instó Carlisle.

— Los sentimientos de Hadara son muy inestables, tan vengativos que no se detendrá a mirar sin lo que hace está bien o mal. Es imperativo que no la dejes apoderarse de ti, aunque te suplique — me dijo Byron sin perderme de vista.

— Pero Hadara no es mala, solo quiere recuperar su corazón — intervino Rosalie.

— No es mala ni buena tampoco, hay muchas cosas que no sabéis de ella aún. De lo que es capaz…

— ¿Y qué es? Tus sentimientos han cambiado, estás lleno de miedo — aseguró Jasper.

Lo miré, rara vez Jasper desvelaba lo que percibía de otros vampiros.

— Ya no hay tiempo. Los Vulturis saben que estamos aquí, nos esperan. Han enviado un pequeño grupo a invitarnos a ir a su morada — indicó Alice.

Dejé salir el aire que hasta ahora había estado aguantado.

— Todo va ir bien, cariño — intentó tranquilizarme Esme.

— Recuerda el plan, Bella.

Asentí a la atención de Carlisle. Salimos del hotel por grupos para no atraer la curiosidad de nadie. Rosalie, Emmett y yo íbamos por detrás de Carlisle, Esme y Byron. Nos seguían Alice y Jasper.

Apenas salimos afuera que sentí la presencia de Hadara. Intenté ignorarla como pude. ¿Por qué Byron tenía tanto miedo a que ella tomara posesión de mi cuerpo? Escondía algo, estaba segura.

El hotel quedaba a pocos kilómetros de Volterra. Conforme íbamos acercándonos la tensión crecía en mi interior. Observé a los Cullen con discreción, fingían ser turista a la perfección. Como si hubieran estando haciendo eso todas sus existencias.

Edward. Lo extrañaba tanto que dolía. Quería tenerlo a mi lado, lo necesitaba. Él debería estar aquí acompañándome en este momento tan esperado. Suspiré y seguí avanzando. Las primeras casas de Volterra se distinguían ya. Intenté sacar todo mi miedo y todo mi dolor fuera de mi mente, me concentré en el plan.

— No se ve mucha gente, ¿no?— inquirió Emmett.

— No, ni se huelen tampoco — coincidió Rosalie.

— Es tarde, igual es la hora de cenar para ellos ya — intervine poco segura.

Rosalie negó con la cabeza, su mirada iba a cada ventana y rincón de las calles con desconfianza. Emmett pasó un brazo por mis hombros como si fuera la cosa más natural del mundo. Los demás no tardaron en reunirse con nosotros, Alice seguramente los habría visto venir.

Vampiros. Vestidos con capaz grises oscuras. Nos detuvimos cuando nos vimos rodeados. Eran más de una veintena. Las miradas carmesíes eran espeluznantes. Algo dentro de mí se agitaba de incomodidad al pensar que se alimentaban de humanos.

— Buenas noches, caballeros — saludó Carlisle.

Se escuchó un débil bufido, y entre ellos salió la diminuta figura de Jane. Un vampiro de su misma edad iba con ella y me miraba con fijeza. Jane, ella, me taladraba con la mirada. Se le notaba bastante molesta. Carlisle se adelantó un paso en su dirección. Se detuvo al oír un gruñido de advertencia.

— Carlisle, mi amo solicita veros, a todos — dijo ella.

¿Solicita, eh? ¡Ja!

— Aceptamos su solicitud — respondió amablemente.

Y como si hubieran ensayado antes, la veintena de vampiros nos flanquearon en perfectas filas. Dejaban cualquier intento de fuga imposible. Rosalie tomó mi mano y me la apretó con afecto. Le agradecí con la mirada. Jasper me mirada de reojo. Podía notar a Byron caminar atrás de mí.

El fuego se agitó inquieto en mis pies. Fue subiendo bajo mi piel, por mis piernas y se enroscó en mi cintura. Apenas mi cuerpo había subido unos grados, nada de qué preocuparse. De lo único que estaba segura en este momento, era de poder controlarme perfectamente. Un consuelo.

El grupo avanzó sigilosamente y en absoluto silencio por las calles de Volterra. No se veía ni un alma viva, pero si se escuchaba el latir de corazones en las casas. Me pregunté a qué se debía esto. Era verano. Debería haber más vida afuera que dentro, ¿no? Pero pensándolo mejor, ahí estaban mejor y a salvo.

Proseguimos hasta llegar a una plaza. Una torre con un reloj dominaba el lugar. La cruzamos sin detenernos. El crepúsculo estaba disminuyendo, la luz perdía se intensidad y me di cuenta que era por culpa de las nubes. Byron nos protegía.

Le di una leve mirada por encima del hombro. Asintió mirándome. Parecía darme ánimos.

— Sigan adelante — urgió una voz.

Jane. Había ralentizado el paso y me apresuré a retomar el ritmo.

Isabella, hija — me tensé al oír en mi mente la voz de Hadara.

Hadara — la saludé mentalmente.

Noté como se aproximó a mí, y sin ni siquiera pedir permiso intentó meterse en mi cuerpo. Llamé a toda la fuerza de autocontrol que tenía, activé mi escudo para hacer de barrera e impedirle el paso.

No tienes mi permiso para entrar, Hadara — repliqué en mi mente.

Tras vacilar medio minuto, se apresuró a responder fundiéndose en excusas.

Disculpa mi falta de consideración, hija… ¿Puedo entrar?

No. No puedes. Debes confiar en mí y dejarme hacer las cosas a mi manera — respondí con seguridad.

Se produjo una extraña quietud. Como el día que fui atrapada en la piscina congelada. No se escuchaba ni un pájaro, ni siquiera una mosca volar. Y de repente un grito desgarrador, furioso, resonó en mi mente. Fue tan potente que jadeé y temblé de pies a cabeza. Me tapé los oídos con las manos y cerré los ojos a la espera que se calmara. Pero no fue así, su alma intentó entrar a la fuerza y fui impulsada hacia atrás sin poder evitarlo. Choqué contra algo que me detuvo.

— ¡Deja de gritar así! — supliqué.

— ¡Bella! ¡No la dejes entrar! — dijo Byron alarmado.

No tenía idea si los vampiros podían sufrir jaquecas, pero esto se parecía bastante. El fuego respondió a mi malestar envolviéndome completamente. Mi cuerpo se calentó y empecé a alejarme de los brazos que me sujetaban con firmezas. Oía susurros lejanos que me hablaban pero era incapaz de entender lo que decían.

— ¡Aléjense de mí! — advertí.

Los brazos que me sujetaban me soltaron y abrí los ojos un poco. Busqué la fuente que había vislumbrada levemente antes. Me dirigí a ella. Agua. Necesitaba agua. Pero algo me impedía llegar. Una fuerza sobrenatural me detuvo, era mucho más fuerte que yo. ¿Cómo luchar contra algo que no vez y no puedes tocar? Buena pregunta. Mi escudo seguía fuerte y resistía ataque tras ataque sin flaquear. Eran mentales. Y Hadara lo sabía. Empezó a dirigir sus ataques a mi cuerpo, como si de un puño de acero invisible se trataba lo recibí en pleno vientre, y el impacto me elevó por los aires a varios metros.

Escuché los gritos de mi familia vampírica. Los jadeos de la guardia Vulturis y como no, la risa sádica de Jane. No iba a dejar de luchar contra Hadara, no entendía porque hacia esto. ¿Cómo se había vuelto así de repente? No quería ser la culpable de una catástrofe mundial por ella. Eso jamás lo permitiría.

— ¡Mátame! Si sabes cómo o esa es tu intención hazlo de una vez— grité —y así jamás recuperaras tu corazón — la reté.

Eso la enfureció más, no alcancé a tocar el suelo cuando recibí otro golpe que me elevó tan arriba que pensé que iba a enviar a la luna. Todo mi cuerpo estaba como congelado, sin poder moverme así que me dejé llevar cuando sentí que algo me atrapaba al vuelo. Me agarró fuertemente y me apresó contra su cuerpo. Pensé en un primer momento que se trataba de Byron… pero una esencia embriagadora me arrebató los sentidos. Elevé la vista para ver al rostro de mi amado vampiro. Edward. Glorioso y hermoso ángel mío, me sostenía que firmeza y sobrevolaba con agilidad.

Nunca había visto nada más bello, incluso mientras luchaba contra algo invisible, jadeando y gritando, pude apreciarlo. Y los últimos días desaparecieron. Incluso sus palabras en desierto perdieron significado. Tampoco importaba si no me quería ya. No importaba cuánto tiempo pudiera llegar a existir; jamás podría querer a otro.

— Ay, Edward… viniste— balbuceé felizmente.

Bajó la mirada, una breve sonrisa triste pasó por su rostro.

— Bella, ¿podrás perdonarme? — preguntó con la voz ansiosa.

— No hay nada que perdonar, más fui yo quien…

Me cortó.

— Calla. Aunque no sé bien como lo sé, no lo hiciste con ese propósito.

Con un giro repentino de alas se deslizó por el aire hasta posarse en lo alto de la torre del reloj. No me había soltado en ningún momento, me aferraba contra su cuerpo. Me di cuenta de la espesa niebla que nos rodeaba. Temblé al sentir la energía de Hadara revolotear furiosa, se estaba preparando para otro ataque.

— ¡Edward, suéltame! — le pedí, pero curiosamente mi cuerpo seguía sin poder moverlo.

— No. Confía en mí, no se acercará a nosotros, y no dejaré que se adueñe de tu cuerpo.

Lo miré buscando encontrar de dónde sacaba tanta certitud.

— ¿Cómo lo sabes?

— ¿Bella, me amas? — preguntó cambiando radicalmente de tema.

Fruncí el ceño. Evaluó mi expresión durante un segundo.

— ¿Qué clases de pregunta idiota es esta? — repliqué rápidamente.

Tomó mi rostro entre sus manos, sentí débilmente que mi cuerpo hormiguillaba. Volvía a ser dueña de mí misma poco a poco y no sabía a qué se debía.

— Contesta a mi pregunta, por favor — suplicó.

—Lo que siento por ti no cambiará nunca. Claro que te amo y ¡no hay nada que pueda impedir eso, nunca! Ni los ángeles, ni los demonios, ni Hadara. Te quiero para siempre.

Sonrió. Su mirada se iluminó.

—Es todo lo que necesitaba escuchar. Porque de lo único que estoy seguro ahora mismo es de cuanto te quiero yo también, pase lo que pase. Para siempre.

En ese momento, su boca estuvo sobre la mía. Le devolví el beso con avidez y amor. Me apreté más contra él si es que era posible, pasé mis brazos por su cuello, enredé mis dedos en su cabello. Y el cielo rugió, el aire nos envolvió llevándonos fragancias frescas, oceánicas.

Por unos segundos me abandoné a él sin reservas y sin miedos, aunque sabía que Edward no tenía sus recuerdos, seguía amándome y eso era lo único que importaba. Tras un momento separó sus labios de los míos y me sonrió, luego su mirada se alzó como mirando al cielo.

— Hadara, escúchame. Deja de atacar a Bella, confía en ella, en nosotros, no te fallaremos — prometió con su voz aterciopelada.

Sentí la energía de Hadara revolotear atemorizadamente.

— Sé que tienes miedo y deseas lo que te robaron. Paciencia —le pidió con una voz suave y seductora.

Lo mire boquiabierta. ¿Le estaba leyendo la mente a Hadara? No oía nada.

— No te preocupes, todo irá bien. Gracias — respondió Edward en un murmullo.

En apenas una fracción de segundos, se escuchó un débil silbido y Hadara se alejó. Toda la tensión de mi cuerpo se aflojo de repente. Deje escapar un suspiro. Bajo la mirada hacia mí.

— Bien, ya podemos bajar.

— ¿Seguro que no volverá a intentarlo? — cuestioné insegura.

La mera perspectiva de volver a sufrir un ataque de locura de ella no me tranquilizaba mucho. No respondió, se quitó el anillo y sus alas desaparecieron. Lo guardó en su bolsillo. La bruma fue disminuyendo poco a poco, y la visibilidad del entorno regresó. Lo primero que vimos fue la plaza y sus ocupantes. ¿Cuánto tiempo había pasado entre ataque y ataque? Lo bastante, para reunir ahí la guardia completa que nos miraban con cautela y sus amos. Sí. Los mismos Vulturis en persona nos observaban con inquietud.

Bajamos de la torre, Edward no soltó mi mano en ningún momento. Avanzamos hasta ellos, los Cullen y Byron nos flanquearon reuniéndose así con nosotros. Se produjo un momento de silencio absoluto. Parecían estar meditando lo ocurrido. Carlisle se aproximó a ellos con una mano extendida. Un guardia se interpuso para detenerlo.

— Aro, Cayo, Marco — los saludó con serenidad.

Sus miradas de color rubí me miraban con fijeza. Seguramente les habían alertado al ver el alboroto que causó Hadara.

— ¡Al fin dignas venir a nosotros! — exclamó Aro.

Lo miré sin reservas, viéndole casi con asco por lo que hizo a Hadara. Edward me dio un leve apretón de mano para alentarme a responder. Elegí sabiamente las palabras.

— No vengo por elección propia, señor.

— Como habrás comprobado hace unos minutos, ella no es más que una pieza de puzle — explicó Carlisle.

Aro levantó una ceja dubitativo. Luego echó una mirada alrededor.

— Tú eres aquella que la profetiza anunció. Demuéstramelo — ordenó volviendo a mirarme.

Byron emitió un pequeño gemido tan bajo que solo yo pude escucharlo, Edward se tensó a mi lado. Lo había oído en su mente.

— En un sitio tal vez… más adecuado — propuso Carlisle.

Seguíamos estando en lugar público y aunque no se veía a ningún humano, no era un lugar para eso. Aro asintió, vi un reflejo de avidez en sus ojos.

— Por supuesto.

Empezaron a avanzar en perfecta sincronía. Jane estaba muy cerca de su amo y lo miraba con recelo. Otra vampira lo sostenía por la capa que lo envolvía discretamente, adiviné que era Renata. Eleonor nos había contado que poseía un don similar al mío, un escudo. Pero a menor escala. Ella tenía que mantener el tacto para poder extenderlo, yo no.

Entramos en una vivienda en silencio. Miré a Edward de soslayo. Mi perfecto novio había regresado a mí. No pude evitar sentirme feliz aunque el momento era crítico. Me devolvió la mirada y me regaló una sonrisa torcida pero tensa. En sus ojos observé que algo había cambiado y no supe qué era.

Tras avanzar por más pasillos y tramos de escaleras, llegamos a una habitación subterránea. Une gruesa puerta en forma ovalada estaba abierta y todos la atravesamos sin excepción. Los Vulturis se adelantaron y fueron a pasar por otra puerta. La guardia al entrar detrás de ellos se dividió en dos grupos y fueron a postearse en cada lado de la ante cámara. Me fijé en que en las paredes habían candelabros del siglo pasado, estos daban al lugar una tenue luz. Enseguida desembocamos en una estancia enorme, tenebrosa, aunque más iluminada y totalmente redonda, como la torreta de un gran castillo, que es lo que debía de ser con toda probabilidad. A dos niveles del suelo, las rendijas de un ventanal proyectaban en el piso de piedra haces de luminosidad diurna que dibujabanrectángulos de líneas finas. No había luz artificial. El único mobiliario de la habitación consistía en varios tronos de madera; estaban colocados de forma dispar, adaptándose a la curvatura de los muros de piedra.

La habitación no se encontraba vacía. Había un puñado de personas que murmuraban observándonos de soslayo.

Avancé con la cabeza alta, ignorándoles. Ya faltaba poco para que esto terminara. Edward no soltó mi mano, se acercó más a mí y nuestros brazos se tocaron. Carlisle volvió a adelantarse un poco, nos detuvimos frente a ellos. Aro, su mirada me daba la impresión que deseaba leerme. Buscaba a ver si realmente era la verdadera inmortal.

— Carlisle, mi querido amigo. Conozcamos la historia — le dijo Aro levantando la mano.

Sin esperar Carlisle caminó hasta él y tomó su mano con respeto. No era un gesto de saludos, estaba viendo a través de sus recuerdos mi historia. De repente me sentí desnuda. Marco y Cayo miraban con interés a su hermano. Los tres tenían la piel apergaminada, me recordaba a Eliam. Sin embargo Byron no era como ellos, su piel seguía siendo hermosa y blanquecina. Me pregunté a qué se debía eso.

— ¡Asombroso! — exclamó Aro de repente, continúo: — ¡increíble! Toparos por accidente con ella, sin saber quién era. ¡Es fascinante!

Edward se tensó a mi lado y resopló en silencio. Alice le dio una mirada de curiosidad a su hermano.

— No teníamos idea de quien era — alentó Carlisle.

— Ya veo… pero quiero ver más.

Aro soltó la mano de Carlisle y dirigió la mirada a los demás. Como una orden silenciosa, Esme se adelantó y le ofreció su mano con gentileza. Quería ver mi historia desde varias perspectivas. Meneaba la cabeza viendo mis hazañas con codicia y la mirada reluciente. Alice y Edward no fueron a él, se mantuvieron quietos a mi lado mientras Rosalie mostraba sus recuerdos.

De repente Aro se echó a reír. Sus hermanos lo miraron con cara seria.

— Veo que ha sido toda una aventura la tuya, querida Isabella — indicó Aro mirándome ahora.

— Oh, sí. Toda una aventura — respondí irónicamente intentando mantener la voz tranquila.

El fuego se volvió a agitarse en mis pies, inquieto, presintiendo que Hadara estaba cerca. Mi cuerpo se calentó otra vez pero me mantuve firme y no dejé que pasara de eso.

— Como lo has visto, Aro, no alberga ningún deseo de ser lo que es en realidad. No le interesa — explicó Carlisle.

Cayo me señaló con un dedo.

— Que lo demuestre.

Su voz sonó seca y todos guardaron silencio en la instancia. Miré a Edward, llegó la hora tan esperada. Esperaba que ya hubiera leído la mente de su familia y no se preocupara por lo que iba a hacer. Despacito quite mi mano de la suya. Sin esperar estire el escudo hasta arroparle.

Todo va a salir bien, con Alice, por favor.

El vaciló un segundo al mirarme. Luego recobro la compostura. Me miró fijamente a los ojos y yo a él.

Ve con tu familia, no te separes de ellos, por favor, ve — insistí con la mente al ver que no se movía.

Edward me miró con expresión torturada. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué no iba? Comprendí que tenía que alejarme yo, que él no iba a hacerlo. Lo hice, me aparté. Caminé hasta quedarme como a dos metros de los hermanos. Pude notar el nerviosismo en el ambiente. La espera de lo inevitable, había llegado.

Tomé aire y anclé la mirada en Aro. No era de amabilidad, si no de amenazante promesa.

— Fuego — llamé en voz alta y clara —, ven a mí.

Conforme el fuego fue subiendo por mi cuerpo escuché jadeos y exclamaciones de sorpresa e incredulidad. Mi cuerpo empezó a centellar rojizo. La intensifiqué a petición mía, y unas llamaradas me recubrieron por completo. El vestido se esfumó al instante desvelando otro que resistía el abrazador calor, regalo de Alice. Extendí las manos a ambos lados de mi cuerpo con las palmas hacia arriba. Los hermanos aguantaron ahí sin moverse ni un centímetro. Sabía que podían notar el calor que emanaba mi cuerpo, sus ojos eran de cautela extrema, como a la espera de un menor indicio de peligro hacia sus personas.

Noté la briza que me mandaba Rosalie débilmente, la frescura del océano de Byron y el olor a tierra fresca de Benjamín. Este último escondido bajo la misma. Un lugar perfecto, algo que ellos no esperaban en absoluto.

— ¿Ahora lo creen?— pregunté a los hermanos.

Las esferas de fuego empezaron a formarse en mis manos conforme la furia aumentaba. Exorbitaron los ojos.

— Si, lo creemos — respondió Cayo.

Percibí como este último desvió la mirada rápidamente hacia un lado. Todo ocurrió muy deprisa. Escuché un grito de Alice.

— ¡No!

Un ruido a mis espaldas me hizo girar la mirada, Edward estaba boca abajo en el suelo. Alice apareció a su lado en un borrón, Esme chilló despavorida. Byron se aproximó a mí sin vacilación.

— Jane — susurró muy bajito.

La busqué con la mirada, la encontré cerca de dos vampiros enormes a mi derecha y su mirada estaba fija en Edward. Una sonrisa malvada surcaba su rostro angelical. Byron elevó los brazos sobre su cabeza y detuvo el agua que empezó a salir del techo. Aspersores muy disimulados fueron activados. Byron retuvo el agua e hizo que cayera por los lados como si tuviéramos un escudo sobre nosotros.

No me esperé y con rapidez empujé una esfera en dirección a Jane. La bola voló velozmente hacia ella, en el momento que iba a alcanzarla alguien se interpuso y recibió el impacto de lleno. Se desintegró en segundos. Jane, que había perdido la concentración, se encontró con mi mirada. Chilló sobresaltándose y se alejó. Fue a refugiarse al lado de su querido amo. La seguí con la mirada.

— Jasper, ahora — dijo Carlisle.

Concentre todas mis emociones hacia Jasper a la señal, su misión era enviárselas de vuelta a los hermanos. La furia creció enrabiándome. Dejé escapar un rugido que fue acompañado por el de Edward, el suyo fue mucho más aterrador.

Los Vulturis se tensaron recibiendo las hondas unas tras otras sin parpadear siquiera. Admiré su aguante.

— ¡Ahora, ya basta de juegos! — reclamé con acritud.

Benjamín hizo temblar la tierra bajo nuestros pies. Esta vez se vieron desconcertados los tres, que miraron el suelo interrogantes. Una raja del tamaño de mi brazo apareció entre ellos y nosotros. Los Cullen se posicionaron atrás de mi posición, Byron a mi izquierda que seguía manteniendo el agua y Edward a mi derecha sin llegar a tocarme.

— Aro, Marco, Cayo. Denle a Isabella lo que ha venido a buscar. Créanme si les digo que nos hará ningún daño — pidió Carlisle.

— ¿Y qué es? — preguntó Aro con malicia.

Bufé, lo sabía muy bien.

— Quiero el corazón de Hadara — dije —, el corazón que le han arrancado a su creadora sin miramientos con afán únicamente egoístas.

El gentío que se había refugiado al otro extremo de la sala emitió varios sonidos de consternación.

— Su reina, y la madre de nuestra especie — continué — ¡Cobardes! ¡Asesinos! — grité.

Aferré la mano de Byron para impedir que les saltara al cuello.

— ¿Por qué mataron a Ilisondra? — inquirí.

El escudo que Byron mantenía se aflojó y una llovizna empezó a empaparnos. Noté como Byron intentó zafarse de mi mano, pero Emmett lo atrapó manteniéndolo en un sólido apretón. Gemía desolado por su amada. Un duro golpe.

Los Vulturis, que no habían perdido de vista a Byron, se mantenían demasiados… tranquilos.

— Aro, yo que tu respondería a la pregunta que te hizo… tu reina — le aconsejó Edward.

Atisbé a escuchar una nota de petulancia en su voz. Aro hizo una mueca de disgusto. Miró a Edward calculadoramente.

— Nadie en toda mi existencia me ha dado ni una sola orden. No consiento ni lo consentiré nunca — replicó simplemente.

Entrecerré los ojos.

— Bien. Si tú lo deseas así…

Cayó y Marco sufocaron siseos bajos. Les advertí con la mirada que se mantuvieran cautelosos. Un grito horripilante resonó en la instancia. Todos lo oyeron. Buscaron la mirada de donde provenía y no encontraron nada.

— Déjenme a solas con ellos — pedí.

Escuché el sollozo de Esme, Carlisle gimió despacito. Era un final inevitable. Sabía que Carlisle lo comprendería aunque no lo aprobara. Alice se limitó a darme una melancólica mirada de despedida. Esperé pacientemente a que salieran todos, incluso los invitados de los Vulturis. No les quería ningún mal. La guardia se mantuvo, al igual que Renata, Jane y el que supuse era su hermano. Félix y Dimitri se mantenía a distancia corta de sus amos, vigilando cada movimiento mío.

Descubrí a Edward un paso hacia atrás. Vi su mirada inquebrantable fija en mí. No se iba a ningún lado sin mí.

Unas tremendas ganas de arrojarme a su cuello y besarlo hasta perder el aliento me invadieron, me contuve con esfuerzo. Le di lo único que podía ofrecerle, el recuerdo más maravilloso que nos unía. La única noche que compartimos juntos en la isla de Hadara. Mi mente se abrió dándole a él toda mi alma… que le pertenecía. A través mis recuerdos vivió lo nuestro en escasos segundos.

Lo vi abrir los ojos desmesuradamente, su cuerpo se envaró. Un escalofrió lo recorrió y la comisura de sus labios se elevaron hacia arriba. Mi sonrisa predilecta apareció en su magnífico rostro.

Te amo — susurré en mi mente.

Volví la mirada hacia a Aro. No se le veía feliz.

— ¿A qué le temes? — pregunté.

Elevó una ceja un poco.

— A nada. No voy a darte algo que no es tuyo, niña insolente — replicó.

Edward profirió un bufido bajo. Aro ni se inmutó. La cólera me invadió.

— No voy a quitarte tu reinado Aro, no me interesa, ¿Crees acaso que estoy aquí por gusto? — cuestioné con ironía.

— Debiste acudir a mi cuando fuiste creada.

Dejé escapar una leve carcajada.

— ¿Para así poder manejarme a tu antojo? No gracias — repliqué.

Disminuí la intensidad de las llamaradas que me cubrían. El agua seguía cayendo sobre nosotros, pero eso no impedía que siguiera ardiendo de odio por él. Di un paso hacia él, la guardia se movió como un borrón posicionándose entre él y yo.

— Su vida no corre peligro, lo prometo — dije a la intención de ellos.

Me miraron sin flaquear.

— Toda una cobardía esconderte tras otros — se mofó Edward en voz alta.

— Y que lo digas — puntualizó la voz de Rosalie.

Me giré a tiempo de ver acercarse a la escultural vampiresa, acompañada de Byron y Benjamín. Se nos unieron con unas sonrisas de apoyo.

— Ya va siendo hora que prueben su propia medicina — escupió Byron entre dientes.

— Aire, ven a mí — invitó Rosalie con sensualidad.

Varios vampiros de la guardia pestañearon encantados al verla. Una fuerte oleada de aire entró en la instancia desde el abertura del techo, rompiendo a su paso el vitral. El gigantesco brazo de aire atrapó los cristales antes de que cayeran sobre nosotros y con un movimiento de su voluntad, se estamparon contra una pared.

— Agua, ven a mí — musitó Byron en un siseo.

El agua respondió a la llamada de su señor chispojeando, las gotas de agua se paralizaron el aire y se fundieron con él. El brazo serpenteó alrededor de los Vulturis sin llegar a tocarlos.

— Tierra — llamó Benjamín.

La raja se sacudió y se ensanchó a su petición. Las paredes vibraron como si fueran a romperse. Los guardas que hasta ahora no se habían movido, empezaron a hacerlo. Su inquietud quebró la calma de sus votos. Observé a varios mirar hacia la salida con atención como anhelando irse de aquí.

— Nada los obliga a permanecer aquí — les indicó Edward, tuvieron toda su atención y mi novio continuó hablándoles, leyendo la duda en sus mentes — han sido manipulados desde siempre, aunque no lo saben. No están aquí por voluntad propia. Chelsea los manejó por orden y conveniencia de sus… amos.

Desconcertados de oír la verdad, les faltó poco más de un leve asentimiento de mi parte para que se marcharan tranquilos.

— Vayan en paz, esto no va con ustedes — alenté.

De los más de cincuenta vampiros solo cuatro permanecieron allí. Félix, Dimitri, Chelsea y Renata. Jane y su hermano que no formaban parte de la guardia. Los rostros de los Vulturis se veían disgustados mirando cómo los habían abandonados sus súbitos.

— Aro — lo llamé, su mirada revoloteo hacia mí —, te lo pido por última vez. Dame el corazón de Hadara.

Avancé hasta él y me detuve a solo un metro. Algo me llamó la atención en sus manos. Estaba agarrado con fuerza a los apoyaderos. Sus dedos crispados marcando la madera bajo su esfuerzo.

Él siguió mi mirada con temor, y lo comprendí todo al mismo tiempo que Edward lo leía en su mente.

— ¡El corazón está dentro del trono! — exclamó Edward.

Marco y Cayo emitieron una súplica hacia su hermano, este negó débilmente. Alguien dio una exclamación ahogada, no supe quién.

— Byron ve, Alice te espera en la puerta, ¡corre! — ordenó Edward de repente.

No sabía lo que había pasado, no me volví a mirar. Escuché los pasos de Byron alejándose velozmente. Dimitri y Félix partieron tras él, Rosalie les siguió. Escuche voces, algo chocar contra una pared, y un bramido de dolor.

— ¿¡Dónde está! — alcance a oir decir a Emmett, luego su voz se perdió.

Me pregunte que es lo que pasaba ahí fuera.

— ¡Levántate de ahí! — ordené a Aro.

La paciencia estaba llegando a su fin. El fuego rugió en mi cuerpo y salió en poderosas llamaradas alcanzando la túnica de Aron. Jane chilló e intento apagar las llamas con sus manos.

— Alec, aun estas a tiempo, coge a tu hermana y váyanse — dijo Edward al hermano de Jane.

Bajo su apariencia tranquila, atisbé la duda, el me miro como esperando algo. Una señal.

— Adelante — murmuré.

Era extraño como la situación se había dado la vuelta. Se aproximó a mí, y bajo la mirara atónita de Jane me hizo una reverencia. Tomó a su hermana del brazo y se la llevó a rastras ignorando sus protestas.

— Que ironía — evalué en voz alta — todos los han abandonado.

— Aro, hermano, dáselo — ireplicó Marco mirándole.

— ¿Nos prometes que si te lo damos, dejarás que sigamos reinando? — cuestionó Cayo a mi intención.

— Lo prometo.

Aro, que había emitido un siseo de frustración no se levantó ni se movió de su lugar. Sus hermanos se alzaron resignados y fueron a él, cada uno de ellos se inclinaron en cada oído susurrándole. Decidí darle una última oportunidad.

Me alejé de ellos para darles cierta intimidad. Sentí a Edward a mi lado y le miré.

— Lo estás haciendo muy bien — dijo aproximándose a mí.

Mi estómago se apretó de emoción al mirarlo a los ojos. ¡Dios, cuanto le amaba! Como lo habíamos hecho muy pocas veces tomo mi mano y ni siquiera recordé que aún seguía en llamas. Entrelazó nuestras manos y sentí su energía amorosa entrar en mí, arrasando todos mis sentidos. Sus ojos centellaron con una chispa de brillantez blanca… Apreté los labios para impedir dejar salir el gemido de placer de verle de vuelta, o casi al completo al menos. Solo faltaba que recuperara sus recuerdos desde su perspectiva. Solo eso…

— Por cierto, yo también te amo.

Le sonreí. Un carraspeo llamó nuestra atención. Los dos volvimos nuestras miradas hacia los hermanos. Sostenían a Aro como si el anciano fuera a romperse o caerse. Lo miré como si lo viera por primera vez… su rostro reflejaba un absoluto abatimiento. Lo alejaron de su trono, Cayo le quitó del cuello una cadena gruesa que ocultaba bajo su túnica, una llave colgaba de ella. Se la entregó a Marco, el cual la introdujo en un orificio oculto. Oí como la llave rodaba dentro de la cerradura. Luego empujó el panel y el trono emitió un ruido sordo. Después de eso se abrió.

Un resplandor deslumbrador salió de ahí, enviaba rayos de luz brillante y algo salió disparado elevándose en el aire. Giraba sobre el mismo, centellando. Luego se detuvo y siguió flotando como detenido en el tiempo. Miré la forma diamantina, unas gotas de un líquido rojizo surtían de él… parecía que el corazón lloraba lágrimas de sangre. Miré sin pestañear completamente atraída. Tenía la respiración contenida.

— Edward… ¿lo estás viendo?

No obtuve respuesta, solo escuchaba como respiraba entrecortadamente. Luego dio un paso, luego otro. Desvié la mirada hacia mi novio al percibir como temblaba de pies a cabeza con la manos extendidas hacia el corazón de Hadara.

Alcé una mano, pero él me detuvo elevando la suya. Siguió avanzando. Miré boquiabierta, sin comprender lo que pasaba. Fue a posicionarse ante el corazón que estaba elevado a unos dos metros de altura. Abrió sus brazos y el corazón vibró, rompiendo el espacio entre ellos dos. Lo recibió con un abrazo envolvente.

— Ya no llores, mi reina, pronto estarán juntos — susurró Edward.

Un halo de luz blanca y brillante empezó a emanar de Edward. Las ondas se esparcieron a su alrededor iluminando todo a su paso. Carlisle, Esme, Alice, Jasper, Emmett y Rosalie volvieron corriendo mirando a Edward con ojos redondos. No dijeron nada en absoluto fascinados por la escena.

— Bella — me llamó Byron que había llegado después de ellos.

Lo miré de reojo y vi que una mujer lo acompañaba. La vampiresa me miro con atención, luego me sonrió.

— Es Ilisondra.

— ¿Qué?

La miré mejor sin comprender como era eso posible.

— Pero si Alice dijo que la vio…

— Morir. Así fue o creo que era así al menos— concordó Alice.

— La tenían encerada en una especie de cárcel en llamas — me explicó.

— Y fuiste a apagar el fuego para poder sacarla de ahí — adiviné.

Asintió con una sonrisa amorosa hacia su amada. Ella bajó la cabeza con timidez. Solo le faltaban sus recuerdos y volverían a ser felices. Volví a mirar a Edward que apretaba el corazón de Hadara contra su pecho. Su piel estaba recubierta de la misma luz diamantina de la cueva, estaba espectacularmente hermoso. La luz se concentraba en gran poder en el centro de su muerto corazón y parecía querer entrar en el corazón de Hadara.

— ¿Qué intenta hacer? — le pregunté a Byron.

— Reconfortarle.

— Ah.

Como si de un tesoro precioso se trataba, lo vi llorar sin lágrimas por él. Dolor. Compasión. Sentía todo eso, o mejor dicho, lo sentíamos todos gracias a Jasper que era por lo visto incapaz de poder contener tanto.

— Vamos, sé que puedes — dijo Byron mirando a Edward. Luego me miro a mi —. Bella, ve con él, te necesita.

No sabía cómo podía ayudarlo pero fui sin esperar. Cuando más me acercaba a él, más notaba su desespero y su tristeza. Alzo la mirada hacia mí.

— ¡Oh! Bella… ha sufrido tanto por ella — dijo con la voz quebrada.

— Es hora de reunirlos, ¿no crees?

Levanté una mano y acuné su mejilla. El contacto con su piel me abrumó. Di el último paso para acunarlo entre mis brazos junto con el corazón. Y ahí fue cuando lo sentí. Evan. Bajé la mirada al corazón que sostenía contra su pecho.

— Está… está…

No podía ni siquiera decirlo en voz alta de tanto que me había sobrecogido al comprenderlo. Edward lo dijo por mí.

— Si, el alma de Evan está atrapada dentro del corazón de Hadara.

— Pobrecito — lloré.

Coloqué una mano sobre el corazón con afán de consolarlo, Edward puso su mano sobre la mía. Algo ocurrió dentro de mí, dentro de Edward, unidos por la energía lo sentimos al mismo tiempo. El corazón dejó de sangrar bajo nuestras manos y empezó a brillar con calidez. Edward y yo sonreímos de ver como se estaba sanando, solo faltaba colocarlo a donde pertenecía y Evan sería liberado.

— Parece que sea de cristal — dije, admirando las superficies diminutas y brillantes.

— Diría mejor que parece de diamante — observó Edward.

Di un paso atrás sin quitar mi mano de él, Edward lo elevó un poco para que todos lo vieran.

— ¡Qué maravilla! — chilló Alice.

— Muy hermoso, si — objetó Esme.

— Asombroso.

Esa última era la voz de Carlisle. Yo que no podía quitar la mirada del corazón, supe a qué me recordaba, algo que Edward me había enseñado meses antes, me explicó que perteneció a su madre verdadera. Dije simplemente lo obvio.

— Es un "corazón de diamante".

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