Tres meses más. Los he sobrellevado de buena manera. No como yo hubiera querido, al lado de Alice, y mi familia, pero al menos no estaba sola, ni sedienta. Aunque eso era lo de menos.
Desearía poder hablar con ellos. Contarles de él. Alec.
Desde que hicimos el trato sangre-consejos él era, en un contexto muy extraño, mi único amigo en ese tenebroso lugar. La única luz en la oscuridad que me embargaba. Una luz que me guiaba. Había aprendido a verlo como lo más parecido a un amigo en ese lugar. Lo conocía, sabía luego de largos días y noches de plática que él no era malo, simplemente estaba confundido, no entendía que el obedecer a sus amos fuera un error.
Yo había hecho lo posible por ayudarle, lo que me permitía haberlo conocido a fondo. Recordé el día en que logré que me contara su historia, luego de que yo le contara la mía (claro, no le dije nada sobre Charles), la contó hablando de sus Amos como sus más supremos dioses. También me enteré de su inusual don, me fascinó.
* * *
– “Yo nací en un pueblo llamado Cambeo Santo Estevo al centro de Galicia, a mediados del siglo V junto con mi hermana Jane. Crecimos en la época de la Edad Media, etapa del oscurantismo donde imperaba la producción feudal y el imperio Católico de la inquisición dominaba toda Europa. Sin embargo, a la temprana edad de 6 años mi vida entró a una etapa que me cambió… para siempre.
“Todo comenzó con mi hermana, Jane –rechiné los dientes ante la mención de su nombre –nuestra madre quien era una fanática religiosa, le tenía un miedo atroz, debido a su extraña personalidad. Jane fue aislada de todos los miembros de la familia y encerrada en el sótano, ya que nuestra madre la creía poseída. Yo… estaba muy apegado a ella y no soportaba lo que le hacían –el dolor cruzó su rostro, lo que me partió el corazón –inmediatamente intuí el peligro que corría y sin que nadie se enterara, bajaba al sótano para acompañar a mi hermana y llevarle un poco de comida.
“Ella tenía mucho miedo de que alguien nos descubriera y en más de una ocasión, me suplicó que ya no bajara, pero me negué. Desgraciadamente, mi madre nos descubrió al encontrarme dormido junto a la puerta y trató de llevarme a la fuerza. Entre los gritos desquiciados de mi madre y el llanto desesperado de Jane, me liberé arañándola en la mano y corrí nuevamente junto a mi hermana. Finalmente, fui encerrado junto con ella.
Pasados los meses ambos fuimos presa de martirios irracionales: exorcismos, encierros sin comida, confesiones absurdas y miles de remedios caseros en contra de nuestra salud y voluntad. Al no surtir ningún efecto de todo lo anterior, fuimos acusados de brujería y condenados a morir en la hoguera, a pesar de tener solamente 8 años de edad.
Durante el juicio, yo fui el primero que tuvo contacto con Aro, quién minuciosamente nos observaba desde lejos. Al principio creí que era un sacerdote más… pero al momento justo en el que el verdugo prendió la hoguera, los Vulturi comenzaron su masacre por todo el pueblo, acto seguido Aro me cargó y Cayo se llevó a Jane.
“Horas después, desperté y vi que me encontraba en una casa de extremo lujo y opulencia. Reconocía a los tres extraños sentados en vistosas sillas, y ellos, lejos de portarse hostiles e inquisitivos nos cuestionaron sobre nuestras habilidades. Ambos nos dimos cuenta de que teníamos algo fuera de lo común, pero inmediatamente –o al menos yo –vimos a Aro como nuestro padre y maestro, un ser que nos amaba por salvarnos de la hoguera –hizo una mueca ante la aparente duda de ese hecho, que hasta hace algunos meses creía irrefutable.
“Los años siguientes fueron pasando tranquilos, nunca cuestionamos los constantes viajes de los Amos, hasta que poco a poco fuimos instruidos en el mundo vampírico, y cumplidos los 18 años ambos fuimos convertidos por Aro. Pasamos mucho tiempo recluidos en el castillo de Volterra antes de poder viajar y contenernos de atacar a la gente en público, yo siempre probé sangre humana –se encogió de hombros cuando lo miré enojada, aunque lo comprendía –recibí clases de música, cultura general e idiomas y fui entrenado para la guerra, para convertirme en uno de los principales miembros de la Guardia de los Vulturi, los causantes de mi vida eterna.
–Bueno creo que ya tenemos algo más en común –dije cuando se quedó callado en señal de derrota o quizá vergüenza –nuestras madre no fueron muy comprensivas.
Me alivié cuando por fin logré hacerlo reír de nuevo.
* * *
Me descubrí riendo como tonta cuando lo oí entrar. Me había escuchado reír claro.
– ¡Oye! Debes esperar a pensar en los chistes hasta que yo llegue.
Se acercó a mi lado. El cambio que había surgido desde la primera vez que me visitó era increíble. Ahora me descubría tocando su mano, dándole codazos, o incluso abrazándolo. También su vocabulario era mucho más… normal. De repente su risa me recordó intensamente a Edward, por lo que mi rostro se endureció y pasó de una reluciente sonrisa a una mueca de dolor, la cual notó, por supuesto.
– ¿Estás bien? –dijo sentándose.
–Yo… estoy bien –intenté sonreír pero sólo conseguí una mueca parecida a la de los mimos cuando están en la caja invisible –es sólo… recordé algo.
Miré mis dedos entrelazarse, sabía que si hablaba de eso, sólo lo haría entristecer ante su impotencia de dejarme ir.
–Dime… ¿Qué ocurre?
De nuevo no pude evitar hablarle de lo que sentía, aunque sabía que sería peor.
–Bueno me recordaste a… un buen amigo, que hace mucho no veo y extraño mucho. A Edward. Te he hablado de él. –sonreí.
Dio el resultado esperado, frunció el ceño y –adrede o no –gruñó.
–Sabes que no puedo hacer nada al respecto… pero no sabes como me gustaría.
–Lo sé… lo siento, no debí decirte nada –me recosté en su hombro –a veces no puedo evitar… expresar demasiado.
Él se me quedó mirando como si fuera la primera vez. Tuve que preguntarle que le ocurría, a lo que respondió:
–Tú… planeas matarme –se apretó el puente de la nariz con los dedos índice y pulgar –está bien… lo haré.
– ¿Qué harás? –pregunté confundida.
–Los ayudaré a escapar, a ti, a Evelyn y a Ian.
¿Qué? ¿Qué iba a…? ¿Por qué? ¿Qué había hecho para merecer tal cosa? ¿Hablarle? ¿Darle consejos? Mi cabeza era un lío.
¿Ese era el nombre del extraño en la otra habitación?
– ¿Así se llama el tipo? –pregunté interesada.
Él soltó una carcajada de ángel, que derritió todas mis dudas al instante, aunque sabía que estaba actuando así porque estaba bastante nervioso.
– ¿Acabo de decirte que te ayudaré a escapar de una prisión en la que llevas siete meses encerrada y te preocupa el nombre del otro prisionero? –preguntó riendo.
Estuve segura de que si hubiera sido posible, el rubor me hubiera invadido.
–No sabía su nombre… –reí a mi vez – ¿Enserio llevamos siete meses aquí?
Puso los ojos en blanco y me apretó una mano.
– ¿Cómo lo vamos a hacer? –pregunté preocupada, sabiendo que jamás lo lograríamos si Aro llegaba.
–No tengo idea –sentí su sonrisa contra mi pelo.
Y de repente una idea horrible cruzó mi cabeza. Si yo me iba… jamás lo vería de nuevo, jamás. Yo seguiría mi vida y el la suya, obedeciendo a sus Amos. Nunca lo oiría reír de nuevo, ni oiría sus expresiones sarcásticas. Nada. Cero. Nunca más. Conforme esta telaraña de pensamientos se fue formando en mi cabeza, comencé a entrar en pánico. Me descubrí prefiriendo quedarme en una prisión por otros siete meses, lejos de los Cullen, lejos de mis hermanas… pero cerca de él. La idea me produjo un dolor indescriptible. ¿Una elección? No podría elegir entre él y mi familia. Simplemente no podía hacerlo. Mi subconsciente comenzó a tomar nota de los acontecimientos en un pizarrón verde y con un gis blanco. Y cuando obtuvo el resultado me lo mostró mirándome con desdén detrás de sus gafas de maestra. Preocupación + dolor de separación + se reía de mis chistes + “no tan malvado” igual a… ¿Lo amaba? No sólo como un amigo. Algo más, mucho más fuerte de lo que había imaginado. Lo suficiente como para que me doliera su lejanía. Demonios.
Una idea cruzó mi mente, y aunque fuera una locura, decidí intentarlo.
–Pero… si me voy, no te veré más… –comencé arrastrando las palabras.
Bajó la vista con evidente dolor. A él también le dolía.
–Lo sé. No hay opción, no puedo seguir reteniéndote en este lugar.
– ¿Y si…? – me acobardé y no continué.
– Y si… ¿qué? –me apremió.
–La familia de Carlisle… es muy buena. No creo que les moleste un miembro más… Ellos son muy comprensivos…
Él frunció el ceño, comprendiendo al fin.
– ¿Me estás invitando a formar parte de su clan?
–No –contesté sin vacilar –a formar parte de mi familia.
Él me miró intensamente por un minuto, se acomodó frente a mí y atrapó mi mirada con la suya. Tocó mi mejilla y yo me estremecí internamente. Sus dedos viajaron por mi rostro hacia mi barbilla y luego trazó mi labio inferior con su dedo pulgar, yo suspiré.
– ¿Qué me estás haciendo? –Preguntó –por primera vez en miles de años me siento…
–Distinto –concluí yo –yo también, pero tengo miedo.
–Deberías tenerlo, no soy bueno.
–Claro que lo eres, jamás lo dudes. Sólo estás confundido, no sabes que es lo correcto. Antes yo también lo dudaba. Por eso quiero que vengas conmigo, así podrás… saber que hay otras opciones.
Sus dedos siguieron trazando mi labio inferior, lo que me provocaba una intensa sensación de nerviosismo. Pensé en Charles y en lo que me había hecho. Habían pasado cien años… podía darme otra oportunidad.
–Gracias –musitó –jamás podría alejarme de ti…
Y entonces sucedió. Todo cobró sentido en una fracción de segundo. Sus labios se entreabrieron dudando, a centímetros de los míos. Yo acorté esa distancia en un segundo y nos sumergimos en los sentimientos que tanto tiempo habíamos reprimido. Nuestros labios se movieron juntos, insistentes de parte de los dos. Enterré mis manos en su cabello y el me apretó contra él, sus dientes se cernieron sobre mi labio inferior y luego se apartó. Me miró horrorizado. Se giró y se levantó en un movimiento fluido y brusco. Estaba a mitad de la habitación cuando me levanté y a igual velocidad lo detuve del brazo.
–Espera… no te vayas…
– ¡No puedo! ¡No debo…!
– ¡¿No debes qué?!
–No… no puedo…
–Si… si puedes… ¡Ya deja de pensarte como un demonio! ¡¡No lo eres!!
Lo tomé del rostro y lo besé de nuevo, y de nuevo, pero esta vez sus labios quedaron quietos, como estatua. Lo fulminé con la mirada y le exigí de nuevo que se dejara de contener. No lo hizo.
Derrotada, me separé y lo miré. Quise girarme, sentarme de nuevo, pero me detuvo, me jaló bruscamente y me abrazó contra su pecho y susurró:
–Lo lamento…
Las lágrimas picaron en mis ojos y comencé a llorar contra su pecho. No me asusté esta vez.
–Por primera vez soy… puedo sentir algo distinto.
Él tomó la lágrima de ponzoña en mi mejilla y la observó. Luego secó las demás y susurró:
–Eres tan hermosa… y tan diferente…
Y me besó de nuevo rápidamente, para después salir de la habitación como un rayo. Una sombra, como siempre me había parecido, dejándome clavada al piso como una idiota.
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