Mientras el tren corría entre las tinieblas, rumbo a la seguridad, sentada en la litera con una copa de coñac en la mano, hablaba sin cesar. Parecía olvidar que Isabella era su sobrina y por supuesto, mas joven que ella. Le hablaba como a alguien de su edad, como a una mujer capas de comprender su extraña y a veces fascinante existencia. Y mientra corrían las horas, Isabela dejo de ser una niña y se convirtió en una mujer adulta.
No le impresiono lo que escucho, pero empezó a darse cuenta, por primera vez, de muchas cosas que la habían desconcertado y confundido. Se percato con humildad de cuan tonta había sido y al mismo tiempo, de lo extraña y a veces maravillosa que podía ser la vida, a pesar de todas sus complejidades.
Era como si tía Rene regresara al pasado, pensando mentalmente los logros y errores de su propia vida, para su satisfacción personal.
Isabella pensó que, aunque ella no hubiera estado allí, tía Rene había hablado con sigo misma siguiendo una compulsión interior que la hacia tratar de ver las cosas en su justa perspectiva. En aquel velos tren, la duquesa dejaba atrás una vida plena y variada, y satisfactoria a veces, a cambio del desconocido y problemático futuro.
Contó como llego a Paris y de su primer marido, que la había fascinado y con el cual intento escapar de una vida monótona y aburrida, solo para descubrir que era un hombre falso, muy inferior a ella, y deprimente.
-Pero eso no importo -añadió-. Desde el momento en que llegue a Paris, descubrí la belleza que poseía y lo que podría conseguir con ella. Los hombres se enamoraban de mi a primera vista; me seguían por la calle, conseguían invitaciones para salir con migo a todo trance; querían vitorearme, adorarme y casi de la noche a la mañana, me convertí en el ídolo de toda la ciudad.
Se detuvo un momento para llenar sus copa. Al pasar la noche su lenguaje se volvió mas difícil, pero su cerebro parecía conservar la claridad, pues recordaba los acontecimientos tal como había sucedido. Hablaba como si estuviera leyendo un libro o viendo frente a ella, un escenario.
-Llevaba dos años en Paris cuando conocí al duque -siguió diciendo-. El, como todos los hombres que conocí, cayo a mis pies, asegurándome que yo era lo mas hermoso que había visto en su vida. Pero con el duque era distinto: era un conocedor de la belleza femenina. La belleza lo era todo para él; su mayor interés, su vida, todo cuanto amaba.
La duquesa hizo una pausa riéndose entre dientes. -Mis amigos estaban convencidos desde el principio de que yo era su amante, pero estaban equivocados. Todo lo que el duque deseaba de mi era mirarme.
Levanto la vista hacia Isabella.
-Supongo que nadie puede creer eso, pero es la verdad. Le brinde al duque la mayor emoción que conoció en su vida, cuando me vio, como dicen los ingleses, "como vine al mundo", posando en alguna gloriosa seda oriental, o parada como estatua en un plinto que construyo especialmente al final de nuestro enorme salón.
-No te importo posar así para el? -pregunto Isabella.
La duquesa sonrío.
-Creo que, si he de ser sincera, yo también estaba enamorada de mi propia belleza. La admiración es algo embriagante y además, en lo que se refería al duque, ello le proporcionaba mucho placer, pues fue todo lo que hubo entre nosotros.
-Entonces nunca fue realmente tu . . . esposo -replico Isabella tratando de comprender.
-Me dio su nombre, su dinero y su adoración. Era todo lo que le interesaba. Supongo que en aquellos años fui lo que podría llamarse una mujer fría. Quería que me admiraran los hombres, pero no quería que me tocaran. Trataron, por supuesto; todos trataron. Pero aunque nadie lo creyera, yo le era fiel a mi esposo.
Tomo un trago de coñac antes de proseguir.
-Desde luego que las mujeres me odiaban. No solo me perseguían los hombre solteros, sino sus esposos, hijos o amantes. Solo esperaban vengarse de mi y lo lograron con el tiempo.
-Que sucedió?
-El duque murió, y entonces me di cuenta de lo sola que estaba, no porque fuera viuda, sino porque me estaba haciendo vieja.. Oh, Isabella! No hay nada mas terrible que construir la vida de uno alrededor de una belleza y descubrir de pronto que esta se acaba y no puedes hacer nada para impedirlo.
-Pero todavía eres muy bella! -dijo Isabella con calor, tratando de consolarla.
La duquesa negó con su cabeza.
-Nunca fui muy inteligente -repuso-, pero tampoco soy tonta. He observado como mi cuerpo engrosa y se deforma; como mi rostro envejece y se llena de arrugas y he tenido que beber por que me odiaba, aunque con ello solo empeoraba las cosas.
-Oh, tía Rene, lo siento!
-Las mujeres se vengaron -continuo la duquesa como si no la hubiera escuchado-. Me aislaron de los demás. Nunca me preocupe por ellas cuando estaba en la cresta de la ola y no iba a arrastrarme ahora solo por que ya no atraía a los hombres como en el pasado. Fue entonces cuando comencé a dar fiestas. Primero, por que me gustaba el juego y me divertía invitar a los viejos amigos a jugar unas partidas en mi casa, dos o tres veces por semana. A ellos les gustaba el juego y poco a poco, se les agregaban algunos jóvenes. Todos se desenvolvían en un mundo tranquilo y discreto, hasta que conocí al Barón.
La voz de la duquesa era grave y a Isabella le pareció que, de pronto, una luz le iluminaba en los ojos y su rostro excesivamente maquillado, se transformaba.
-Lo conocí en Maxim's viernes por la noche y supe, desde el momento en que lo vi, desde el instante en que me hablo, que era él hombre que había buscado toda mi vida.
-Te enamoraste de él? -Pregunto Isabella incrédula.
-Me enamore -repitió la duquesa, con la voz curiosamente suave-. Sioba era la clase de hombre con quien siempre soñé. El no me veneraba, ni quería sentarse a mirarme. Era todo un hombre, dominante poderoso, que tomaba lo que quería y me hacia sentir que nada importaba, excepto que yo era una mujer y el un hombre.
-Pero tía... -comenzó a decir Isabella, pero comprendió que su tía no la escuchaba por que su voz estaba llena de éxtasis.
-Era feliz, no puedes imaginarte cuan feliz. Supe entonces que nunca antes había conocido el amor. Siempre desprecie a mis admiradores, a los que solo se fijaban en mi belleza; los consideraba unas pobres criaturas y aquí había un hombre, rudo, brutal a veces, pero un hombre.
La duquesa cerro los ojos como si reviviera aquellas horas de felicidad.
-Era tu amante -suspiro Isabella-, pero estaba casado.
-Si, estaba casado -repuso la Duquesa con brusquedad-, pero que importaba? El me necesitaba y yo a el. Algún día, Isabella, comprenderás lo que eso significa; no solo recibir amor, sino poder darlo; eso es lo que cuenta, lo que siempre a importado a cualquier mujer.
-Pero si eras tan feliz, A que tantas fiestas, tanto ruido y toda esa gente en la casa?
-Sioba quería dar fiestas. Pensaba que Paris era una ciudad alegre en la que siempre debía haber bullicio, juego, mucho champaña y hermosas mujeres. Ese era su sueño y por eso lo complací. Resultaba muy fácil. Siempre hay gente dispuesta a asistir a fiestas quien quiera que sea el anfitrión; siempre hay hombres deseosos de jugar y siempre hay jóvenes bulliciosos.
-De modo que por eso los invitabas? Yo no lo comprendía, no me parecía propio de ti.
-Me gustaba el juego; siempre me gusto -replico la duquesa-. Me emociona. No podía despegarme de las mesas, por lo que empecé a jugar. A Sioba también le gustaba.
-Tal vez le resultaba útil -dijo Isabela con una nota de amargura en su voz-, para atraer a gente como Vladimir Fisher a su casa.
Se arrepintió de haberlo dicho, apenas pronuncio esas palabras.
El rostro de la duquesa cambio; se vio cansado de repente.
-Había otros antes de Vladimir Fisher -repuso-. Sabia que el Barón me utilizaba, pero no me importo. Comprendes, Isabela? No me importo. Yo misma utilice mi belleza toda mi vida para traer lo que quería. Ansiaba hacerlo feliz y darle todo lo que el deseaba. Yo no soy Francesa, soy Inglesa, y me daba a mi misma esa y muchas otras excusas mas.
-Si los Alemanes pelean con los francos, también lo aran con nosotros -repuso Isabella-. Tenemos pactos tratados.
-Los Alemanes no van a pelear con nadie -dijo la duquesa convencida-. El Barón me lo dijo; solo quieren la paz. El Kaiser quiere tener mas espacio para que viva su gente y quieren una flota mas grande, que iguale a la nuestra. Por que Inglaterra, que es solo una pequeña isla, debe tener mas barcos que Alemania, que tiene el doble de su tamaño?
Isabella suspiro. Era claro que su tía repetía como disco lo que el Barón le enseño; en ese momento se acordó de lo que su tía le dijo hace un momento: "y me daba a mi misma esa y muchas otras excusas mas".
-Realmente te puede incriminar Vladimir Fisher, tía Rene? Eso es lo que importa. El señor Witlock pensó que si podía. Pero, después de todo, podrías decir que no conocías las actividades del Barón. No pueden comprobarte que vendes secretos a los Alemanes, como sin duda hizo Vladimir Fisher.
-No, no pueden comprobármelo. Nunca acepte dinero, dinero de verdad, por todo lo que hice.
-Que quieres decir con "dinero de verdad"?
La duquesa titubeo.
-La estola de chinchilla! Te la dio el Barón?
-No, jo fue el Barón. El no tenia dinero para comprarme algo así.
-Entonces fue el gobierno Alemán. Oh, tía Rene! Como pudiste aceptarla.
-Sioba quería que me quedara con ella. Me dijo que parecería extraño y quizá lo perjudicara a él, que rechazara ese regalo.
-Pero tía, debiste ver que eso te hacia formar parte del complot, de su intriga o lo que fuera, para espiar a Francia. Debiste darte cuenta de que al descubrirse, te acusarían de espía y aunque dijeras lo contrario, jamás te creerían.
-Nunca pensé que lo descubrirían y Sioba dijo que todo lo que hacíamos no tenia importancia. De hecho, me dijo que como los franceses eran tan rencorosos y antipáticos con los Alemanes, se abstenían de comunicarles la información diplomática rutinaria que proporcionaban a los demás países.
-Y tu le creíste? Vladimir Fisher debió decirle cosas muy importantes al Barón.
-Me temo que si. Nunca me cayo bien ese hombre; era horrible.
La duquesa se estremeció al recordarlo.
- Horrible, horrible. Pero por el bien de Sioba yo hubiera hecho lo imposible.
-Quieres decir que Vladimir Fisher creyó esta enamorado de ti?
La duquesa hizo un movimiento brusco y la copa de coñac cayo al suelo, hecha pedazos.
-No hablemos de eso -dijo-. Lo odiaba, lo detestaba con solo verlo. Pero Sioba me pidió como un favor que fuera amable con él. Como podía rehusar?
Su voz era casi histérica.
-No discutiremos eso -dijo Isabella tranquilizándola. Se sintió mareada a inclinarse a recoger los pedazos de vidrio. Luego le trajo a su tía un vaso del pequeño baño que conectaba las dos literas.
Era de madrugada y la Duquesa aun seguía hablando. Le contó a Isabela del gran duque Ruso que se enamoro tanto de ella, que le ofreció un magnifico castillo y joyas esplendorosas que las que podría tener cualquier reina europea, con tal de aceptar ser su amante. Agrego que logro interesarla y comprendió lo alegre y divertida que seria la vida con él.
Pero su respetabilidad Británica de clase media la hizo forzar al Duque a casarse, pues prefería un anillo en el dedo, que los diamantes al rededor de su cuello.
-También tuviste los diamantes -le recordó Isabella.
-Fue poco conparado con lo que hubiera podido tener. Oh querida! Me disgusta recordar que tuvimos que dejar todos mis zafiros y esmeraldas.
-Creo que eso no importa tanto como ser libres -dijo Isabella. Era urgente que su tía saliera de Francia y por las revelaciones que acababa de escuchar, si no la condenaban a muerte por espía, la meterían a la cárcel por años, quizás por el resto de su vida.
La duquesa parecía ignorar el peligro en que se hallaba. Volvía a hablar, con aquel acento suave y acariciador que empleaba cada ves que mencionaba el nombre del Barón.
-Le escribiré a Sioba en cuanto lleguemos a Montecarlo. El vendrá a mi y tal vez tengamos unas pequeñas vacaciones juntos, mientras decidimos que hacer en el futuro.
-Crees que pueda escaparse.
-Sioba puede hacer cualquier cosa -dijo la duquesa en tono de confidencia-. Pero le molestara tener que salir de Francia. Le divertía estar en Paris y desde luego, si Vladimir Fisher se derrumba y lo confiesa todo será un deshonor para él. En realidad no sabemos lo que el horrible Fisher ha dicho. Quizá no incriminó a nadie, excepto a mi.
-El Barón escapo de Paris -le recordó Isabella.
-Si por supuesto. Supongo que, de todos modos, lo juzgaran culpable.
-Así lo creo -respondió Isabella, resistiendo el impulso de agregar unas cuantas palabras por su cuenta acerca del comportamiento del Barón.
Casi amanecía cuando la duquesa se quedo al fin dormida. La botella de coñac estaba vacía y su tía se veía avejentada y con expresión de cansancio cuando Isabella apago la luz para irse a la cama.
Isabella no pudo pegar los ojos; se la paso rezando para que pudiera cruzar la frontera y pensando en lo que ocurriría si arrestaban a su tía y las devolvían a Paris.
"No la abandonare, pase lo que pase, no podría hacerlo", se dijo sabiendo que su madre hubiera querido que fuera leal y por que hubiera sido ir en contra de todos sus principios el abandonar a alguien cuando mas lo necesitaba.
Pensó en que seria de ella, y recordó el primer día. Cuando fueron con Monsieur Brandon, ella misma usaba esa misma estola, la misma que el conde McCarty algún día le menciono. Esto la hizo estremecer. Todo Paris sabría que ella misma había disfrutado del pago de los Alemanes. Se golpeo mentalmente por ser tan ingenua, todos pensaría que ella misma era una de las que ayudaba al Barón a conseguir información y si Lord Cullen estaba enojado con ella por el desplante que le hizo al rechazar su ofrecimiento?
De seguro la denunciaria por entrar a su despacho aquel día.
Se recriminó, por no tener el valor de decirle que no a la cara; solo lo engaño y abandono en aquel bonito restaurante. Le vino a la mente su cara de enojo cuando la encontró espiando, casi la misma que cuando su antigua amante se acerco a la mesa; se pregunto que habría hecho cuando se vio plantado?.
El Ruido del golpe en la puerta la saco de su ensoñación.
El tren seguía avanzando al salir el sol, supuso que debían estar cerca del mar, por lo que se levanto y se vistió. Miro cautelosa al compartimiento contiguo, pero la Duquesa seguía dormida.
Lo mas arriesgado del viaje seria al llegar a Niza. El Tren debía parar allí antes de proseguir hacia Montecarlo.
El camarero le ofreció café y le pregunto si deseaba ir al comedor para desayunar. Isabella negó con la cabeza. No podía pasar bocado y de seguro su tía tampoco, después de todo el coñac que tomo la noche anterior.
-A que hora llegamos a Niza? -le pregunto al camarero.
-En media hora, mademoiselle.
Isabella despertó a su tía. La Duquesa gruño.
-Se me parte la cabeza -dijo y luego abriendo los ojos, exclamo-: Por que estamos aquí? A donde vamos?
-Vamos a Montecarlo. No recuerdas?
La Duquesa serró de nuevo los ojos.
-Si me recuerdo -musito-. Solo pido que Sioba este bien.
Isabella encontró las píldoras que tomaba su tía y que, por suerte, Jessica recordó incluir. Con la ayuda de dos de estas y otro vaso de coñac, consiguió poner de pie a la duquesa.
El esfuerzo valió la pena ya que al mirarse al espejo, la duquesa se percato de lo pálida que se veía y se dispuso a maquillarse, poniéndose rimel en las pestañas y pintándose los labios.
El tren llego a la hora exacta al a estación de Niza. Isabella contuvo el aliento. Podía oír las charlas usuales, el ruido acostumbrado en la plataforma, los pasos en el corredor, las voces de los pasajeros llamando a los maleteros. Pero nadie las molesto.
Pasaron unos cuantos minutos y comenzó a sentirse menos aprensiva. Si a tía Rene la hubieran querido bajar del tren, la policía la habrían estado esperando. Sin embargo, cuando al fin el tren comenzó a moverse de nuevo, echando bocanadas de vapor al salir de la estación, se dio cuenta de la enorme tensión a la que había estado sometida.
Subió las persianas, atreviéndose a mirar afuera. El mar se veía tan azul que le arranco una exclamación de deleite. Jamás había visto nada tan bello, por lo que se permitió disfrutar del paisaje un poco mas tranquila. Lo peor ya había pasado.
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