Un vacío dentro de mí me incitaba a llamarle. ¿Por qué? ¿Qué era ese vampiro para mí? No más que un asesino que me mantenía aprisionada en contra de mi voluntad y hacía daño a mis hermanas. Ambas. A Alice por mi lejanía y a Eve por mi cercanía. Demonios. Yo no era más que una abominación. Y ahora quería hablar con Alec ¿Por qué?
Sólo yo estaría lo suficientemente loca como para desear hablar con ese tipo. Sí. Debía ser que extrañaba a alguien con quien hablar. Extrañaba a mi familia. A los Cullen. ¿Me extrañarían ellos a mí también? ¿No?
Ya no pensé en eso, no me traería nada bueno.
Y de repente, como obedeciendo a mi mandato mental, luego de unas tres horas, la sombra apareció. Abrió la puerta y me dedicó una sonrisa cálida. Yo no hice nada más que embobarme con lo que pasaba. Parecía bastante interesado en hablar conmigo.
–Hola Cynthia.
Me llamó por mi nombre completo, sin vacilar. Se acomodó a mi lado en cuclillas como la última vez y en esta ocasión yo no me detuve a analizar ese hecho. Me alejé unos centímetros de él y pregunté con tono autoritario:
–Me estás asustando ¿Por qué me estás hablando? ¿Acaso quieres convencerme de unirme a ustedes? ¿Van a jugar al policía bueno y al policía malo?
Él soltó una carcajada limpia y sonora, pareciera el sonido de las copas de los árboles al moverse con el viento. Me quedé embobada, admirando su felicidad.
–Espero ser yo el bueno –dijo divertido.
–Naturalmente –contesté yo.
–No, no vengo a jugar, en absoluto –se acercó lentamente.
– ¿No? Entonces ¿Qué quieres Alec?
Se quedó absorto a mitad de la habitación, mirándome. Después de dos minutos sin que él se moviera, me aburrí así que crucé las piernas en el piso y me senté, como niña pequeña.
– ¿Y bien?
–Hazme espacio –en un movimiento rápido y fluido se sentó a mi lado. Yo me aparté medio metro al instante.
Él no dijo nada, como si no lo hubiera notado.
– ¿Qué es lo que quieres? –repetí de manera cortante.
–Quizá te parezca extraño, pero vengo a pedirte ayuda.
– ¿Qué? ¿No se supone que yo debería pedirte ayuda a ti?
–Pues… esa es la razón por la que me encuentro aquí –se retorció en el suelo, incómodo en su lugar –tú necesitas mi ayuda… y yo tu ayuda… así que pensé en un… intercambio amistoso.
Fruncí el ceño. ¿Qué? ¿Qué se supone que necesitaría él de mí? ¿Estaba demente?
–Y… ¿Qué se supone que necesitarías tú de mí…? ¿Qué podrías necesitar…?
–Yo… primero necesito saber si me vas a ayudar… ¿Aceptas?
–Eso depende de lo que quieras.
–Tranquila… no es nada malo, es sólo un consejo… necesito a alguien con quien hablar… si me ayudas, me encargaré de que mientras estén aquí, la sangre no sea un problema.
– ¿Se supone que debería entender eso?
–Sólo hablar… eso es todo.
Sopesé el asunto por unos minutos, sin prisa. ¿Qué podría necesitar él de mí? ¿Hablar? No lo creo. Pero algo debía querer, sólo que no sabía lo difícil que era engañarme a mí. Aunque no lo quisiera aceptar, confiaba en él. ¿Por qué? Ni yo misma lo sabía. Quizá porque había dicho que no parecía culpable de nada o quizá por la sangre. Podría ganar mucho más si lo intentaba.
–Mm… Quizá si me ofrecieras un poco más… Libertad… –intenté sin muchas esperanzas.
– ¿Estás negociando conmigo? –Preguntó con unas risitas –No, sólo la sangre puedo ofrecerte… pero si es muy poco significante para ti… puedo irme…
Se dispuso a salir pero yo lo detuve del brazo, al suave toque que hubo entre nosotros me sentí… extraña pero no fue una mala sensación.
–Espera –bajé la cabeza –trato hecho –concluí.
Él sonrió con entusiasmo.
Y el torrente de palabras salió a borbotones de su boca, parecía que las había tenido atoradas ahí desde hacía mucho, mucho tiempo.
–Debo confesarte que estoy muy… confundido. No se que hacer, a veces miro a Aro, Cayo y Marco. Los veo como mis líderes, mis Amos y sin ninguna consideración los obedezco sin chistar. Pero después analizo lo que hago y no puedo evitar darme cuenta de que… está mal. No se lo que está bien y lo que está mal ahora. Parezco estar seguro cuando llevo a cabo órdenes pero luego… me arrepiento.
–Mm… –lo pensé por un minuto –creo que te comprendo. Tienes decisiones que tomar aún, sin necesidad de apoyo. Pero tú… tú no eres malo, incluso yo puedo notarlo.
Él alzó la vista y me miró intensamente.
– ¿Qué? ¿Qué te hace pensar eso?
–Tú nos ayudaste –agaché la cabeza – después de todo, no puedes ser tan malvado.
Le dediqué un atisbo de sonrisa. Y después una deslumbrante carcajada, lo que lo dejó perplejo.
– ¿Qué es tan divertido? –dijo sonriendo.
–Deberías verte ahora mismo. Pero en fin… deberías pensar un poco en tus decisiones, y luego actuarlas.
–Lo tomaré en cuenta… –dijo sereno –gracias.
|