Le tomo poco tiempo encontrar el sitio de alquiler.
Estaba vacío, pero después de algunos minutos apareció un antiguo carruaje con un caballo mas antiguo aun. Lo abordo dando instrucciones al cochero para que la llevara a la Casa Forks.
Cuando estuvo a solas, se cubrió los ojos con las manos tratando de contener las lagrimas. La impresión de lo sucedido le producía un agudo dolor en el pecho, como si alguien le hubiera clavado un puñal y no fue Tanya quien lo hizo, sino Edward Cullen. Como pudo ser tan tonta de no comprender que el pretendía otra cosa? Jamás imagino, ni por un solo instante, que cuando el hablo de alejarla de esa casa y protegerla, no tuviera la menor intención de casarse con ella.
Tal ves su ingenuidad se debiera a la forma como la educaron sus padres, como a una dama, pues en el mundo en el que se envolvió, si un caballero cortejaba a una joven se daba por descontado que le propondría matrimonio.
Pensó en Tanya y comprendió que estaba en desventaja para competir con una mujer tan atractiva. Tanya tenia razón. Era absurdo pensar que ella fuera capaz de retener la atención de Lord Cullen por mucho tiempo.
Humillada, se percataba ahora de lo que el pretendía y por supuesto, la casa que menciono era la que aun acopaba su antigua amante.
Cerro los ojos, pareciéndole que se hundía en un profundo y degradante abismo. A continuación, recordó el comentario de Tanya acerca de su tía. Seria cierto? Serian todos corruptos y perversos en esta ciudad? Sintió un incontrolable impulso de regresar a Inglaterra, pretender que este viaje jamás había ocurrido y buscar entre su gente un lugar donde vivir con decencia y respeto.
Pero no tenia dinero; no tenia nada. La ropa que llevaba puesta había sido adquirida por su tía. La palabra "tía" resultaba ya un eufemismo para nombrar a una persona que pertenecía a la vida alegre.
En dos ocasiones, durante el camino de regreso a la Casa Forks Isabella estuvo a punto de desmayarse. Llena de pavor, creía oír aun las palabras de Tanya resonando en sus oídos. Recordó intranquila las conversaciones que sostuvo con los hombres que conoció desde su llegada y vio con claridad el verdadero significado de muchas cosas que juzgo inocentes.
Comprendió la insistencia de Jasper, comprendió las intenciones del Barón. Supo por que los hombres la miraban con malicia en la Casa Forks y por que aquellos que se acercaba a hablarle en el parque la miraban como si quisieran desnudarla.
-Debo marcharme! Tengo que hacerlo! -murmuraba y se preguntaba desesperada a donde podría ir y que podría hacer.
El lento carruaje se detuvo frente a la casa Forks y un lacayo se acerco a abrirle la puerta para que descendiera.
-Páguele al cochero, por favor -le dijo y subió los escalones.
Se sentía mas fuerte ya; dispuesta a enfrentarse a su tía y a exigirle una explicación. Sabia que lo que dijo Tanya era cierto, pero deseaba que ella se lo confirmara, para asegurarse de que no cometía un equivocación. Ya una ves la engaño su propia inexperiencia e ignorancia de las cosas de la vida y no quera seguir cometiendo errores.
El mayordomo llego de prisa al vestíbulo.
-Donde esta milady? -le pregunto Isabella, extrañada ella misma de la aspereza de su voz.
-Milady no ha bajado aun -repuso el mayordomo-, su carruaje se ordeno para la una cuarenta y cinco -añadió mirando el reloj-, pero solo es la una cuarenta, mademoiselle.
-Subiré a verla -dijo Isabella casi para si.
Apenas poso la mano en el barandal de la escalera, escucho una vos familiar desde la puerta.
-Deseo hablar con la señorita Vulturi.
El lacayo abrió la puerta de par en par y ella pudo ver a Jasper.
-Isabella, debo hablar con usted de inmediato. Se trata de algo de suma importancia -dijo Jasper.
-Lo lamento . . . -comenzó a decir Isabella sintiendo un súbito desagrado por él, pues comprendió que el también quería abusar de su inocencia para rebajarla al mismo nivel de Tanya y sus iguales.
-No sea tonta -insistió él casi con rudeza-. Le dije que era importante.
La tomo del brazo y para su sorpresa, casi la forzó a seguirlo a la pequeño recibidor donde Lord Cullen la llevara la noche de su llegada. El cerro la puerta y se recostó contra ella, alarmado.
-Que sucede? -le pregunto Isabella. Estaba impaciente, le irritaba cualquier cosa que retrasara el momento de hablar con su tía.
-Escuche, Isabella. Vine, aunque no debí hacerlo, para prevenirla -dijo el-. Van a arrestar a su tía.
Isabella lo miro como si pensara que el no estaba en sus cabales.
-Que quiere decir? -pregunto.
-Vladimir Fisher ha estado detenido en la Policía de Seguridad desde la media noche de ayer. Me dijeron que confeso haber vendido secretos militares Franceses a los Alemanes y que acepto pagos del Barón Sioba Knesebech.
-Del Barón? Estoy cierta de que mi tía . . .
-Su tía esta profundamente involucrada -dijo Jasper-. No hay razón para que dude de mis informantes, quienes saben lo que ocurrió con exactitud.
-El Barón . . . el Barón debe salvarla! -sollozo Isabella.
-El Barón ya huyo de Paris.
-Entonces tía Rene tendrá que enfrentar esto sola . . .
Jasper la interrumpió.
-No comprende, Isabella? Solo les queda una cosa por hacer: huir, huir de inmediato. No estoy preocupado por su tía, si no por usted. No quiero que la mezclen en esto solo porque ha vivido en esta casa. Pero la policía jamás creerá que no forma parte de este maldito complot.
Isabella palideció. Si Lord Cullen relataba la forma como ella entro en su habitación, nadie creería jamás en su inocencia.
-Que podemos hacer? A donde podemos ir?
-Eso no importa. Comprende que todo el dinero de su tía será congelado hasta después del juicio? Será llevada a prisión y no apostaría ni dos peniques a la posibilidad de que fuera exonerada. Los franceses son enemigos encarnizados de los Alemanes.
Isabella contuvo el aliento.
-Entonces me la llevare ahora -dijo-. Lo mejor será ir a Inglaterra.
-Pensé que diría eso! Pero no! Resultaría peligroso. Ellos esperan que escape a Inglaterra porque son Inglesas. Partan hacia Montecarlo, que es un estado independiente. Podrán embarcarse de aquí mismo.
Saco el reloj de bolsillo de su chaleco.
-Aun no son las dos. Hay un tren que sale de la estación de Lyon a las dos cuarenta y cinco. Podrán tomarlo.
"Pero es imposible!", iba a decir Isabella, pero cambio de parecer.
-Lo haremos . . . de ese modo -dijo en su lugar.
-Es usted una buena chica. Sabia que no me fallaría. Pero ahora debo irme, lo comprende? Creo que he expuesto toda mi carrera al venir a advertirla.
-Le estoy muy agradecida.
-Apúrese -imploro él-. La policía de Seguridad puede llegar en cualquier momento. Cuando los franceses actúan lo hacen con rapidez.
Jasper abrió la puerta cediéndole el paso. Isabella se detuvo y lo miro.
-Gracias -dijo una ves mas-. Ha sido usted muy bondadoso.
Levanto el rostro y le dio un beso en la mejilla.
-Es usted quien me preocupa -musito.
Isabella asintió y atravesó el vestíbulo corriendo para subir luego la escalera. Cuando llego al segundo piso estaba jadeando, no solo por la prisa con que subió, sino por el miedo que la invadía.
Se precipito a la habitación de su tía sin tocar la puerta.
La duquesa estaba sentada frente al espejo mientras Jessica y las dos doncellas daban los últimos toques a su arreglo.
-Ah, hay estas pequeña! -exclamo-. me encontraba a punto de enviar a alguien a tu habitación para saber si querías acompañarme a dar un paseo.
-Deseo hablar con tigo a solas, tía Rene -dijo ella sin aliento, mirando a las doncellas, quienes se dispusieron a salir.
-A solas? -repitió la duquesa arqueando las cejas-. Te ves encantadora, Isabella. Ese vestido es un obra de arte. Solo monsieur Brandon pudo haber sido capas de crear algo tan juvenil y exquisito.
Isabella no la escuchaba. Cerraba la puerta detrás de Jessica quien, al pasar junto a ella, la miro ofendida por haberla sacado de la habitación. Luego paso la llave.
-Escucha, tía Rene, debemos irnos de inmediato.
-Que quieres decir?
-Vladimir Fisher fue arrestado anoche y confeso todo.
No tubo que añadir nada mas. Comprendió, por la expresión del rostro de su tía, que estaba conciente de las consecuencias que acarreaba la confesión de Vladimir Fisher.
-Tenemos que tomar el tren de las dos cuarenta y cinco -añadió.
-Rumbo a Montearlo?
-El señor Whitlock considera que los puertos estarán vigilados, y tal ves las estaciones de ferrocarril, esperando que vayamos a Inglaterra.
-El Barón . . . debo decírselo! -exclamo la duquesa con un liguero sollozo.
-Ya lo sabe -repuso Isabella con amargura-. Se fue de Paris y no se preocupo de advertirle.
La duquesa se cubrió el rostro con un gesto desesperado.
-No hay tiempo de pensar en nada debemos empacar -añadió Isabella-. Llamare a las doncellas; les diré que partimos hacia Inglaterra. Me entiendes? Vamos a Inglaterra por que recibiste malas noticias. Le diremos a Jessica que empaque todo lo que queda y que después le avisaremos donde llevarlo. Comprendes, tía Rene?
Se aproximo a ella y la sacudió por un brazo. Le daba la impresión de que su tía estaba como ausente.
-Si, comprendo -dijo ella con voz apagada.
Isabella abrió la puerta y salio al corredor.
-Milady recibió malas noticias -le comunico a Jessica-. Debemos partir de inmediato para tomar un tren rumbo a Inglaterra. Haga las maletas lo mas pronto que pueda.
Al decir esto, se alejo a toda prisa hacia su habitación.
Tiro de la campanilla para llamar a Bree y le ordeno que guardara sus vestidos nuevos. A continuación, corrió otra ves escaleras abajo en busca de monsieur Alec, con su pasaporte en la mano.
-La duquesa se ve precisada a partir rumbo a Inglaterra -dijo, preguntándose cuantas veces tendría aun que decir esa mentira-. Milady desea su pasaporte y todo el dinero que se disponga para realizar el viaje.
Monsieur Alec abrió el cajón del escritorio.-Milady perdió una suma importante en la mesa de juego la otra noche -respondió-. Mañana por la mañana pensaba ir al banco. Me temo que de momento no tengo mucho dinero en casa.
-Déme lo que tenga -repuso ella.
El obedeció, entregándole un grueso fajo de billetes.
Salio y subió de nuevo la escalera. Tía Rene permaneció sentada donde la dejo, pero Jessica empacaba. Isabella miro el reloj de sonsayo.
-Debemos partir dentro de cinco minutos -dijo.
-Mis joyas -repuso la Duquesa-. No podemos irnos sin ellas.
-No, por supuesto.
Isabella sabia que la caja fuerte se encontraba en la antecámara contigua al cuarto de la duquesa. Bajo el pesado joyero de piel que estaba en la repisa, arriba, pero tubo que regresar a pedirle a su tía la llave de la caja. Todo tomaba tiempo y cada nervio de su cuerpo gritaba: "de prisa, de prisa, de prisa!" Dio vuelta a la llave y abrió la puerta de la caja. Aparecieron ante su vista los estuches de piel azul y rosa que habían sido mandados a hacer especialmente, acomodados en pequeños compartimientos.
Isabella lo saco uno por uno, ordenándolos en el estuche de viaje. No parecían muchos.
-Son todos? -pregunto a través de la puerta abierta.
Fue Jessica quien le respondió.
-Lleve ayer a Cartier las esmeraldas y el juego de zafiros de la duquesa. Los enviaran mañana, después de limpiarlos.
Isabella cerro la caja de un golpe.
-Debemos partir le dijo a su tía.
Tambaleando un poco, la duquesa se puso de pie. Isabella comprendió que su tía había perdido toda fuerza de voluntad y que por lo tanto, obedecería cualquier orden que se le diera.
-Milady no puede viajar así -le dijo Jessica.
La doncella corrió presurosa al guardarropas y regreso con un abrigo de viaje confeccionado en delgada gabardina.
-Tal ves milady prefiera llevar en el brazo las mantas siberinas, en caso de que haga frío en el barco -sugirió.
-Si, por supuesto, es una buena idea -asintió Isabella.
Vio otro abrigo parecido al que llevaba su tía.
-Llevare este otro para mi -dijo-. Me quedara un poco grande, pero no tiene importancia.
Pensó que cualquier cosa era adecuada para ocultar el elegante vestido que llevaba, tan inadecuado para viajar.
Bajaron el equipaje. Eran las dos y cuarto. Jessica continuaba murmurando acerca de algunas cosas que olvidaron.
-Zapatos para el vestido azul; no estoy segura de haberlos incluido.
-No se preocupe -repuso Isabella-. Podrá enviarlos mas tarde.
Ella misma no tenia idea de lo que Bree incluyo en su equipaje; era el mismo baúl desgastado con el que llego a París. Los baúles fueron colocados sobre el techo del automóvil y ella ayudo a su tía Rene a subir, sentándose luego a su lado.
-A la Gare du Nord -dijo en vos alta, y partieron mientras los sirvientes las observaban agrupados en un escalón de la entrada.
Isabella se había propuesto cambiar del automóvil a un auto de alquiler en un lugar adecuado, pero comprendió ahora que ya no era posible.
El bajar los baúles y la despedida les quito mucho tiempo.
Ya eran las dos con veinticuatro minutos. Si no se apresuraban, perderían el tren.
Tomo el tubo acústico.
-Le ordene a la estación equivocada -le dijo al chofer-. Diríjase a la Gare de Lyon.
-Muy bien señorita -ella se dio cuenta de que el conductor era ingles. Su tía tiene dos chóferes: uno Frances y otro llamado Eleazar, que trabajaba con ella desde hacia mucho tiempo, y a quien trajo con sigo cuando compro su primer Rolls Royce. Era Eleazar quien conducía ahora.
Fue la providencia, pensó Isabella. Podría confiar en Eleazar; era un ingles.
Se cambio del asiento trasero a uno pequeño enfrente y abrió el vidrio que las separaba del chofer.
-Escuche, Eleazar -musito- . Conduzca de prisa; es esencial que milady pueda alcanzar el tren de las dos cuarenta y cinco. Va rumbo a Montecarlo, no a Inglaterra. Tenemos un problema muy grande y necesito de su ayuda.
-Por supuesto, señorita. -era la vos lenta y parsimoniosa de un buen sirviente ingles.
-Si, Eleazar. Un problema muy serio. Habrá preguntas. Quizá cuando usted regrese, la policía francesa estará en la Casa Forks. Usted ha trabajado con milady durante mucho tiempo. La ayudara ahora?
-Hare cualquier cosa que este a mi alcance. Ha sido una buena ama para mi.
-Entonces escuche, Eleazar. Debe jurar, sin importarle lo que le pregunten, que llevó a milady a la Gare du Nord. Deben pensar que partió rumbo a Inglaterra, me comprende? Deben creerlo a toda costa hasta que lleguemos a Montecarlo.
-Entiendo, señorita -hubo una pausa y después el dijo un poco apenado-: Tiene esto algo que ver con el Barón Alemán, señorita?
Isabella comprendió que los sirvientes estaban al tanto de todo.
-Si, Eleazar, así es.
-Nunca me gusto el Barón -contesto el chofer casi sin aliento.
-Entonces, manténgase en su versión. Toda la servidumbre de la casa cree que milady se fue a Inglaterra.
-A mi no me sacaran nada, señorita. Descuide -dijo Eleazar impasible.
Isabella estaba a punto de volverse a serrar el vidrio, cuando él señalo.
-Tengo una idea, señorita. Después de dejarlas, iré a la Gare du Nord a pasearme un poco y esperare a que alguno de esos latosos policías se fije en el automóvil. Ya sabe como son: tiene ojos por toda la cabeza.
-Si, es buena idea -repuso ella. En cierta forma se sentía consolada al recibir ayuda de un compatriota.
Regreso al asiento junto a su tía.
-Casi llegamos, tía Rene. Deja todo en mis manos! Una ves que tenga los boletos, dirígete a toda prisa al tren. No debemos ser vistas si podemos evitarlo.
Faltaban veinticinco minutos para las tres cuando llegaron a la estación. Isabella compro los boletos. Por fortuna el tren no estaba lleno y había literas disponibles. A continuación, corriendo casi tras el maletero que empujaba el equipaje se apresuraron hacia la larga plataforma. Subieron pocos minutos antes de que el tren partiera.
-No olvide esto, señorita -fue la respetuosa vos de Eleazar al entregarle el maletín de mano de su tía.
Isabella lo recibió observando que estaba adornado con una gran corona ducal.
-Gracias, Eleazar. Nos ha sido de gran ayuda. Se que milady le estará muy agradecida.
-La mejor de las suertes, señorita! -repuso el con calor y en aquel momento el tren comenzó a moverse. Isabella agitó la mano y después se dirigió a la litera de su tía cerrando la puerta.
La duquesa estaba recostada a medias en el asiento con la cabeza entre las manos.
-Lo lamento, tía Rene -le dijo Isabella- Puedo traerte algo?
-Coñac -tartamudeo la duquesa-. Deseo un poco de coñac.
Isabella toco el timbre y al poco tiempo apareció el camarero trayendo con sigo una botella de Courvoisier y dos copas.
-Querrán cenar, madame? -pregunto-. El primer servicio es a las seis.
-Comemos algo aquí -se apresuro a decir Isabella-. Lo llamare mas tarde.
-Muy bien, mademoiselle. Preparare las camas después de que lleguemos a Aigon.
Salio del compartimento e Isabella sirvió el coñac, entregándole una copa a su tía.
-Al menos ya salimos -le dijo-. Pero no estaremos a salvo hasta que crucemos la frontera mañana por la mañana. Me pregunto a que hora será eso.
-Al rededor de las siete -repuso su tía-. Lo he hecho a menudo.
-Mas de dieciséis horas! Podemos evadir a la policía durante todo ese tiempo? Les resultaría enviar un cable y nos harían bajar del tren en cualquier estación de la línea.
Se pregunto si no hubiera sido mejor ir a Bélgica u Holanda, pero eso también implicaría partir de la Gare du Nord. Estaba segura de que Jasper tubo razón al pensar que los de Seguridad esperarían que ellas se dirigieran al norte.
Tía Rene alargo la copa y pidió mas coñac. Bebió la segunda con la misma rapidez de la primera y ahora que el color volvía a sus mejillas se le veía menos agotada.
-Permíteme quitarte el sombrero -le dijo Isabella-, y también el abrigo. Nadie te vera y estarás mas cómoda.
-Estas totalmente segura que el Barón salio de Paris? Devi tratar de localizarlo para tener la certeza de que el sabia lo ocurrido.
-El señor Whitlock dijo que se había marchado -repuso ella con frialdad.
-Siempre temí que esto ocurriera -murmuro la duquesa como si hablara para si-. Nunca confíe en ese Vladimir Fisher.
-Y quien podría hacerlo? -pregunto Isabella con ironía-. Era un hombre horrible.
-Pero Sioba decía que era astuto, muy astuto.
Isabella contuvo el aliento.
-Tía Rene, como pudiste espiar contra Francia? Como te atreviste a hacer algo así, tu que eres inglesa?
Su tía la miro como si comprendiera por primera vez con quien hablaba.
-No confieso nada -repuso casi molesta-. El Barón conocía bien sus asuntos. Vladimir Fisher mintió . . . mintió, entiendes? Si declara algo en contra de Sioba o mía, será una falsedad.
-Te das cuenta que todo tu dinero será congelado? El señor Whitlock me lo dijo, y también que ocuparan tu casa, al menos hasta que pase el juicio. Posees algo fuera de Francia?
La duquesa puso la copa sobre la mesa y miro a Isabella con fijeza.
-Nada -musito-. Todo lo que tenia perteneció a mi esposo. Esta invertido en valores franceses. Jamás me preocupe de cambiarlo.
-Entonces, de que viviremos? -pregunto Isabella.
Por un instante la duquesa pareció preocupada, pero después se encogió de hombros.
-Sioba se encargara de ello -repuso-. Es tan inteligente que de alguna forma me procurara algún dinero; estoy segura.
-Se fue a Alemania -agrego Isabella-. Y no tenemos mucho dinero.
Mientras hablaba, abrió la bolsa y saco lo que restaba de la suma que monsieur Alec le entrego. Lo contó con cuidado.
-Quinientos cuarenta y nueve francos -observo-. Para mi es una fortuna, pero no durara mucho.
-Eso es todo lo que Alec te dio, Isabella? Es ridículo! Tiene miles, miles de francos en la casa, por si llego a necesitarlos.
-Mañana pensaba ir al banco; mañana iba celebrarse una fiesta por la noche, no es así?
-Si es verdad. . . firme un cheque hoy.
La duquesa pareció atemorizada, pero muy pronto volvió a animarse.
-No te preocupes, no necesitaremos dinero en efectivo. Nos alojaremos en el hotel de Paris donde todos me conocen. Cuando Sioba me envíe alguna suma o hará arreglos para sacar mi propio dinero de Francia, entonces pagaremos, no antes.
-Como sabrá el Barón donde te encuentras? -pregunto Isabella.
-Le escribiré, lo are en cuanto lleguemos a Montecarlo. Por supuesto podría telegrafiarle. Tenemos una clave para comunicarnos sin que su esposa se de cuenta. Es una mujer celosa y aburrida.
Isabella quizás agregar que eso no le causaba sorpresa, pero le pareció injusto. En su lugar, saco algunas cosas que su tía necesitaría durante la noche y a continuación hizo lo mismo en su compartimiento.
Al regresar al lado de su tía, vio que esta se había bebido la mitad de la botella de coñac.
-No hay por que preocuparse, pequeña -le dijo arrastrando un poco las palabras-. Lo he estado pensando. Sioba cuidara de nosotras. Querido Sioba, que maravilloso es!
Toco el timbre y ordeno la cena.
Cuando terminaron su frugal cena y le prepararon la cama, isabella la convenció para que se desvistiera.
-Estarás mas cómoda -le dijo-, quizás podrás dormir un poco.
Bajo la persiana y apago la luz principal, pero cuando intentaba salir la duquesa la detuvo.
-Quédate con migo -le pidió-. No tolero estar sola.
Isabella obedeció, sentándose a su lado, y a continuación, la duquesa empezó a hablar. . .
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