EL ARISTOCRATA

Autor: kristy_87
Género: Romance
Fecha Creación: 07/02/2011
Fecha Actualización: 31/05/2011
Finalizado: SI
Votos: 9
Comentarios: 41
Visitas: 54758
Capítulos: 23

 

En busca del amor Él tenía oscuras sospechas acerca de Bella y de sus padres. Era celoso, irritable y exigente; enigmático, encantador y todo un aristócrata. ¿Por qué, entonces, Isabella Swan, se había enamorado locamente de su primo conde Edward de Massen?

 

Este fic no es mío es de GUISSY HALE CULLEN.

 

 

TERMINADO

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Capítulo 21: Las Cartas



Estimada señorita Swan: Adjunto encontrará usted un sobre dirigido a su nombre y que contiene una carta de su padre. Esta carta fue dejada a mi cuidado para que le fuese entregada sólo si usted establecía contacto con la familia de su madre en Bretaña. A través de Jacob Black, ha llegado a mi conocimiento que actualmente reside usted en el castillo Massen, en compañía de su señora abuela, de modo que he decidido que Jacob le entregue esta carta en la fecha más próxima posible. Si usted me hubiese informado sobre sus planes, yo hubiera cumplido antes con la voluntad de su padre. Yo, naturalmente, ignoro el contenido de esta carta, pero estoy persuadido de que el mensaje de su padre la reconfortará.

M. Barkley

Bella dejó de leer, puso la carta del abogado a un lado y cogió el mensaje que su padre le había dejado en custodia. Miró el sobre que había quedado de cara a la cama y, dándole la vuelta, sus ojos se nublaron al reconocer la caligrafía familiar. Abrió muy rápidamente el sobre. La carta estaba escrita con la letra clara y per sonal de su padre:

Mi querida Bella:

Cuando leas está carta, tu madre y yo no estaremos ya contigo y ruego para que tu pena no sea muy profunda, porque el amor que sentimos por ti permanece vivo e intenso como la vida misma.

En el momento en que escribo estas líneas tienes diez años y ya eres la viva imagen de tu madre, eres tan adorable que estoy pensando incluso en los chicos que tendré que apartar de tu lado dentro de pocos años. Esta mañana estuve observándote mientras estabas apaciblemente sentada, una ocupación inusual en ti, ya que estoy acostumbrado a verte cuando patinas o deslizándote a velocidad vertiginosa por las barandas de las escaleras, sin pensar en los riesgos.

Estabas sentada en el jardín con mi cuaderno de bocetos y mis lápices, dibujando muy concentrada las azaleas. Te vi en ese instante y comprendí, con orgullo y a la vez con desesperación, que estabas creciendo y que, no serías siempre mi pequeña niña, a salvo en la seguridad que tu madre y yo te habíamos dado.

Supe entonces que era necesario que escribiera algunos hechos que tal vez algún día tuvieras necesidad de entender. Le daré instrucciones al viejo Barkley (una sonrisa apareció en los labios de Bella al advertir que al abogado se le conocía por ese nombre desde hacía ya muchos años)para que conserve está carta para ti hasta el día en que tu abuela, o algún miembro de la familia de tu madre, se ponga en contacto contigo.

Si ello no ocurriese, no habrá necesidad alguna de revelarte el secreto que tu madre y yo hemos mantenido durante más de una década. Yo me encontraba pintando en las aceras de París, disfrutando del esplendor de la primavera, enamorado de la ciudad y sin más amante que mi arte. En aquella época, yo era muy joven y, me temo, muy impulsivo. Fue entonces cuando conocí a un hombre, Jean-Paul le Goff, que se sintió vivamente impresionado, según sus palabras, por mi joven y bisoño talento.

Me encargó que pintase el retrato de su novia para regalárselo el día de su boda e hizo todos los arreglos para que yo me trasladase a Bretaña y me alojase en el castillo de Massen. Mi vida comenzó en el momento en que entré en el enorme vestíbulo y vi por vez primera a tu madre. No era mi intención seguir los dictados de mi corazón desde el instante en que la vi, un delicado ángel con el pelo del color del sol.

Traté con todas mis fuerzas de anteponer mi arte a mis sentimientos. Yo estaba allí para pintar su retrato, ella pertenecía al castillo y al hombre que me había contratado. Era un ángel, una aristócrata que pertenecía a una familia cuyo linaje se remontaba a la noche de los tiempos. Todas estas cosas me las repetí cientos de veces.

Charlie Swan, un artista itinerante, no tenía derecho a poseerla en sus sueños; debía dejar en paz la realidad. Hubo momentos, mientras efectuaba los bocetos preliminares, en que creía que me moriría de amor por ella. Me decía a mí mismo que debía marcharme, pero no encontré el coraje para hacerlo.

Ahora agradezco a Dios no haberlo encontrado. Una noche, mientras daba un paseo por el jardín, me encontré con ella. Pensé en alejarme para no molestarla, pero ella me escuchó y, cuando se volvió, descubrí en sus ojos aquello en lo que no me había atrevido a soñar.

Ella me amaba. Podría haber gritado de felicidad pero existían innumerables obstáculos. Ella estaba comprometida para casarse con otro hombre y, además, el honor de ambas familias amparaba ese vínculo. Nosotros no teníamos derecho a nuestro amor. Pero ¿acaso alguien necesita tener derecho para amar, Bella? Algunos nos han condenado.

Ruego que tú no lo hagas. Después de muchas palabras y muchas más lágrimas, decidimos desafiar aquello que algunos podrían llamar el derecho y el honor, y nos casamos. Renee me imploró que mantuviera la boda en secreto hasta que encontrase la mejor manera de decírselo a Jean-Paul y a su madre. Yo deseaba que el mundo lo supiera, pero accedí a sus ruegos.

Ella había renunciado a tanto por mí, que yo no podía negarle absolutamente nada. Durante este tiempo de espera, se produjo un problema aún más serio. La condesa, tu abuela, tenía entre sus posesiones una Madonna pintada por Rafael, que exhibía con orgullo en el salón principal del castillo. Se trataba de una pintura, según me explicó la condesa, que había estado en su familia durante generaciones. Después de Renee, ella amaba esta pintura más que a cualquier otra cosa en el mundo.

Para ella, parecía simbolizar la continuidad de su familia, un faro brillante que aún proyectaba su luz después del infierno de la guerra. Yo había examinado detenidamente esa pintura y sospechaba que se trataba de una falsificación. Pero no dije nada, pensando al principio que tal vez la condesa había hecho pintar una copia. Los alemanes le habían arrebatado tantas cosas -hogar, esposo, etc.- que también se hubieran llevado posiblemente el Rafael original. Cuando anunció que había decidido donar la pintura al Louvre con objeto de compartir su grandeza, el miedo estuvo a punto de dejarme paralizado.

Yo me había encariñado con aquella mujer, por su orgullo y determinación, su gracia y su dignidad. No deseaba que la hirieran y comprendí que ella estaba convencida de que la pintura era auténtica. Yo sabía que a Renee la atormentaría el escándalo si rechazaban la pintura por ser un fraude y la condesa no se repondría jamás de lo semejante de aquel golpe. No podía permitir que tal cosa ocurriese.

Me ofrecí a limpiar la pintura a fin de poder estudiarla a fondo y me sentí como un traidor. Llevé la Madonna a mi estudio en la torre y, después, de un detenido estudio, no tuve ninguna duda de que se trataba de una excelente copia. No obstante, yo no hubiera sabido qué hacer de no haber sido por la carta que encontré oculta detrás del bastidor. La carta era una confesión del primer esposo de la condesa, un grito desesperado por la felonía que había cometido.

Confesaba haber perdido casi todas sus posesiones y también las de su esposa. Estaba ahogado por las deudas y, tras decidir que los alemanes derrotarían a los aliados, dio todos los pasos necesarios para venderles a ellos la pintura. Encargó que pintasen una copia y reemplazó el original sin el conocimiento de su esposa, convencido de que el dinero que recibiría por la venta de la Madonna le haría inmune a los avatares de la guerra, y de que el trato con los alemanes mantendría su propiedad a salvo.

Cuando ya era demasiado tarde, comprendió lo insensato de su acción y, ocultando la confesión en el bastidor del cuadro falso, salió al encuentro de los hombres con quienes había pactado para devolverles el dinero. La carta terminaba en el párrafo en el que hablaba de esta decisión y rogaba que perdonasen su proceder en caso de no tener éxito en su empresa. Cuando terminé de leer la carta, Renee entró en el estudio. Yo no había tenido la precaución de cerrar la puerta con la llave.

Fue imposible ocultar mi reacción, y la carta que aún conservaba en la mano, y por tanto me vi obligado a compartir esa carga con la única persona a la que yo hubiera ahorrado cualquier disgusto. En aquellos momentos, y en esa torre aislada, descubrí que la mujer que yo amaba poseía más fuerza que muchos hombres.

Ella decidió que su madre jamás debía enterarse de la existencia de esa carta. Dijo que era imperativo que la condesa fuese protegida de la humillación y que nunca debía enterarse de que esa pintura que ella amaba tanto no era más que una falsificación. Elaboramos un plan para ocultar la pintura y hacer creer a todo el mundo que había sido robada. Tal vez cometimos un error.

Aún hoy no sé si actua mos correctamente. Pero para tu madre no había otra salida. Y, en consecuencia, llevamos a cabo nuestro plan. Los proyectos de Renee de informar a su madre sobre nuestra boda fueron hechos realidad muy pronto. Renee descubrió, para nuestra enorme felicidad, que llevaba un hijo en las entrañas, tú, el fruto de nuestro amor y que crecería hasta convertirse en el tesoro más preciado de nuestras vidas.

Cuando ella le contó a su madre que nos habíamos casado en secreto y que estaba embarazada, la condesa se puso furiosa. Tenía derecho a sentir se así, Bella, y la animosidad que sentía por mí quedó plenamente justificada ante sus ojos. Le había arrebatado a su hija sin su autorización y, al hacerlo, había manchado el honor de su familia. Presa de ira, repudió a Renee, y nos ordenó que abandonásemos el castillo y no volviéramos a poner nuestros pies en él.

Yo pensé que, transcurrido cierto tiempo, ella revocaría su decisión, ya que amaba a Renee más que a su vida. Pero ese mismo día descubrió que el Rafael había desaparecido. Sumando dos más dos, me acusó de haberle robado, no sólo a su hija sino también su tesoro familiar.

¿Cómo podía negarlo? Un delito no era peor que el otro y el mensaje en los ojos de tu madre me imploraba que mantuviera silencio. De modo que me llevé a tu madre del castillo, alejándola de su país, de su familia y de su herencia, y la traje conmigo a los Estados Unidos.

Decidimos no hablar de su madre, porque ello sólo nos producía un gran dolor, y construimos nuestra vida teniéndote a ti para que fortalecieras aún más nuestro vínculo. Y ahora ya tienes la historia y con ella, perdóname, la responsabilidad. Tal vez en el momento en que leas esta carta sea posible contar toda la verdad. Si no fuese así, deja que permanezca oculta, del mismo modo que lo fue la falsa Madonna de Rafael, apartada del mundo y oculta en algo infinitamente más precioso.

Haz lo que te dicte el corazón. Tu padre que te ama.

Las lágrimas de Bella habían caído sobre el papel desde la primera línea y ahora, cuando acabó de leer la carta, se secó el rostro y lanzó un profundo suspiro. Abandonó la cama y caminó hacia la ventana. Miró largamente el jardín donde sus padres se habían confesado por primera vez su amor.

-¿Qué debo hacer? -se preguntó en voz alta, con la carta aún aferrada en la mano.

"Si hubiese leído esta carta hace un mes, hubiera ido directamente a hablar con la condesa, pero ahora no sé qué hacer", se repitió en si lencio. Para dejar limpio el nombre de su padre tendría que revelar un secreto que había permanecido oculto durante veinticinco años. ¿Se lograría algo con revelar el contenido de la carta, o sólo haría baldíos los sacrificios de sus padres?

Su padre le decía en la carta que debía hacer aquello que le dictase el corazón, pero éste estaba tan lleno de amor y de angustia después de haber leído el mensaje de su padre, que ella era incapaz de escuchar lo que pudiera decirle, y en su mente se habían formado grandes nubes de confusión.

Bella sintió el súbito impulso de acudir a Edward, pero lo desechó rápida mente. El hecho de confiar en él la volvería aún más vulnerable, y la separación que pronto se produciría entre ellos sería más angustiosa. Debía pensar, decidió, suspirando varias ve ces. Debía apartar la niebla de su mente y pen sar clara y cuidadosamente, y cuando hallase una respuesta tenía que asegurarse de que fuese la correcta. Caminando de un lado a otro de su cuarto, se detuvo de pronto y comenzó a cambiarse de ropa a toda prisa.

Recordó la sensación de libertad que había experimentado mientras caminaba por el bosque y era precisamente esta sensación, decidió mientras se ponía los tejanos y una camisa, la que ella necesitaba para tranquilizar su corazón y aclarar sus ideas.

Capítulo 20: Capítulo 22: La verdad

 
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