El jardin de senderos que se bifurcan (CruzdelSur)

Autor: kelianight
Género: General
Fecha Creación: 09/04/2010
Fecha Actualización: 30/09/2010
Finalizado: SI
Votos: 2
Comentarios: 10
Visitas: 61009
Capítulos: 19

Bella se muda a Forks con la excusa de darle espacio a su madre… pero la verdad es que fue convertida en vampiro en Phoenix, y está escapando hacia un lugar sin sol. ¿Qué mejor que Forks, donde nunca brilla el sol y nadie sabe lo que ella es…? Excepto esa extraña familia de ojos castaños, claro.

Los personajes de este fic pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es escrita sin fines de lucro por la autora CruzdelSur que me dio su permiso para publica su fic aqui.

Espero que os guste y que dejeis vuestros comentarios y votos  :)

 

 

 

 

 

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Capítulo 3: San Valentin

Tres semanas después del incidente en casi me desayuno a uno de mis compañeros de curso, pasó algo inesperado. Bueno, más inesperado que de costumbre, para mí.

El día comenzó como cualquier día típico en Forks, es decir: con una lluvia ligera que se convirtió en un chaparrón intenso para luego cambiar a una niebla espesa. Todo estaba tan empapado y tan verde como siempre, y todo el mundeo llevaba los mismos impermeables y botas que de costumbre.

Fue al llegar al estacionamiento y encontrar a mis autoproclamados lacayos Mike y Eric, a quienes desde hacía poco Tyler también hacía compañía, que descubrí que algo marchaba mal. Normalmente sólo uno de ellos, el primero en llegar, me esperaba en el estacionamiento, mientras los otros dos le echaban miradas envenenadas desde lejos. Parecían haberse dado cuenta que sólo les hablaba al aire libre, por lo que aprovechaban esos momentos de mi locuacidad al máximo. Aunque nuestras charlas eran completamente intrascendentes, ellos parecían más que conformes con eso.

-¡Buenos días, Bella! –corearon desordenadamente ni bien abrí la puerta de la Chevy.

-Hola, chicos –respondí con un suspiro. Tomé la mochila y salté fuera, cerrando la puerta tras mí.

-"La rosa es roja,

la violeta, azul;

la miel es muy dulce

y así eres tú"

El recitado de Mike me tomó tan de sorpresa que no reaccioné a tiempo. Ya lo tenía frente a mí, tendiéndome una cajita roja con forma de corazón con un gran moño dorado.

-¡Feliz San Valentín! –añadió él, al ver que yo no reaccionaba.

Recién entonces caí en la cuenta. Era catorce de febrero. San Valentín. Nunca antes esa fecha me importó. No había recibido chocolates antes, cuando aún podía comerlos, y el que Mike me estuviese mirando ansioso, con una gran sonrisa en sus mejillas tan apetitosamente sonrojadas, y con su corazón latiendo más rápido de la normal, podía oírlo… bombeando esa sangre cálida y deliciosa…

Detuve el hilo de mis pensamientos ahí. Tenía que concentrarme en agradecerle el regalo, no en ver a mi admirador como mi próxima cena.

-Gracias, Mike, es muy tierno de tu parte –contesté, tomando la cajita. Podía ver los bombones, de chocolate con leche y relleno de trufas, a través del plástico rojo.

-La verdad, preferiría ser "galante" o "caballeroso" antes que "tierno" –masculló Mike.

Le di una media sonrisa que hizo a su corazón desbocarse y caminé velozmente al edificio escolar. Odiaba que una simple sonrisa deslumbrara de ese modo a la gente, más aún si yo estaba sedienta.

Me pareció que Eric y Tyler también querían decirme algo, lo cual sólo hizo que me apresurara más. Que me tuviesen la puerta, se sentaran conmigo en la cafetería o se esforzaran en hacer pareja conmigo en el bádminton ya era bastante, pero que me regalaran chocolates y pretendiesen salir conmigo, definitivamente era demasiado.

Si solo supieran que, si yo saliera al cine y a cenar con cualquiera de ellos, lo más probable sería que mi acompañante se convirtiera en mi cena…

.

La primera clase pasó sin pena ni gloria. Mis deberes estaban perfectos, como de costumbre. Pude responder irreprochablemente a la única pregunta que la profesora me hizo, gracias a lo cual me quedaba bastante aire en los pulmones cuando salí al pasillo en dirección a la segunda clase.

Por si acaso, seguí con mi rutina de ir a respirar al patio, y fue allí donde me encontré a Lee, un muchacho con el que compartía varias clases. Solíamos saludarnos con cabeceos, pero esa era toda la interacción que habíamos tenido.

A decir verdad, no recordaría su nombre de no ser por mi nueva memoria perfecta. Lee era un chico completamente promedio que no destacaba en nada, ni bueno ni malo. No era horrible, pero tampoco atractivo. Sus notas eran aceptables, no sobresalientes ni desastrosas. Su ropa, su cabello, su rostro, sus modales, su comportamiento, su actitud, todo en él contribuía a hacerlo anodino y común.

-Hola, Bella –me saludó amablemente, desde algo más de metro de distancia.

-Hola, Lee –le respondí con una pequeña sonrisa.

Lee me agradaba. Era amable con todos y no comenzaba a babear cuando yo estaba cerca. Eso era mucho más de lo que podía decir de al menos la mitad de alumnado masculino.

-Hoy es San Valentín –comentó él como al pasar, y yo me tensé inmediatamente. Mi sonrisa se borró, y todo el aprecio que sentía por Lee, también.

-Tranquila, no voy a pedirte una cita ni a declararte mi amor eterno ni rogarte que te cases conmigo –dijo él con voz tranquila y reposada, una sonrisita bailoteando en los labios-. Sólo… déjame decirte que eres la chica más hermosa que conocí. Físicamente quizás te supere Rosalie Hale, la Reina del Hielo –admitió él-, pero tu actitud es mil veces más amable y simpática que la de ella. Quien busque una muñeca de porcelana a quien idolatrar, seguro que la elegirá a ella. Pero a quien quiera una persona, no una estatua fría y perfecta, sin duda te amará con todo su corazón.

Un pequeño silencio siguió a su declaración. Yo me hubiese sonrojado furiosamente de haber podido.

-Lee… yo… no sé que decir –tartamudeé al cabo de un momento.

-No hace falta que digas nada –respondió él, con una semi sonrisa, sin mirarme directamente-. Sólo quería decirte eso, que eres doblemente hermosa, física y espiritualmente. Que te admiro, de un modo honesto y sin segundas intenciones, porque las chicas sobrenaturalmente hermosas no se fijan en los chicos comunes y aburridos.

Mirándome de frente y con una enorme sonrisa, Lee añadió:

-Que recordaras mi nombre me es suficiente. Feliz San Valentín, Bella.

Asentí con un nudo en la garganta. Sus palabras me habían emocionado.

Sonriendo ambos, nos dirigimos a nuestras respectivas clases, sin volver a cambiar palabra. Supe que yo jamás le contaría esto a nadie, y que probablemente él tampoco. No por vergüenza, sino porque el momento había sido muy especial e intimo, y que cualquier otra persona no lo comprendería si intentaba explicárselo.

Sería algo así como un secreto, una escena perdida, entre Lee y yo.

.

La mañana trascurrió sin sobresaltos. Jessica miraba constantemente a Mike, como si esperara que él se pusiera de pie en medio de la clase de Español y la declarara su amor eterno, o por lo menos le diese algún dulce. Pobre.

En general, la fecha se llevaba con mucha calma. No había ninguna decoración alusiva y los profesores también parecían no haberse enterado de nada. Mejor así, desde luego.

Unos pocos chicos le habían hecho algún tipo de regalo a sus novias, y una chica de segundo año, muy osada, le había regalado un calzoncillo blanco con un estampado de corazones rojos a un chico de su mismo año, o al menos eso de decían las chismosas oficiales.

Durante el almuerzo, Jessica me fulminaba con la mirada. Parecía al borde del llanto al notar que Mike sólo me prestaba atención a mí. Fue entonces cuando se me ocurrió una idea genial.

-Jess, ¿me acompañas al baño? –le pedí.

Ella dudó. De brazos cruzados, ceño fruncido, echada atrás en la silla y labios apretados, parecía no tener intención de moverse. Gesticulé un silencioso "es importante", lo cual pareció servir, ya que se levantó y me siguió.

Por el rabillo del ojo vi a Rosalie levantarse también, pero Alice le puso una mano en el hombro con fuerza suficiente como para forzarla a volver a sentarse, al tiempo que negaba con la cabeza y sonreía… como si ella, Alice, supiera exactamente lo que yo iba a hacer.

Ya dentro del cuarto de baño de mujeres, respiré profundamente dentro del pliegue del codo de mi abrigo, en un intento de llenar mis pulmones con aire que no oliera a Jessica. Tendría que hablar un rato con ella, y no quería correr riesgos. Busqué en mi mochila el regalo de Mike, y tras verificar que no tenía una tarjeta con mi nombre, se lo entregué al tiempo que le decía:

-De parte de Mike. Le da vergüenza dártelo personalmente, pero quiere que sepas que le gustas mucho, y que tal vez quieras salir con él un día –y, adoptando un tono conspiratorio, añadí-. Creo que tendrás que tomar la iniciativa. Ese chico tiene mucho miedo al rechazo.

Mis palabras habían dejado muda a Jessica, lo cual era todo un logro tratándose de una cotorra como ella. Sus ojos estaban enormemente abiertos y un poco desenfocados.

-¿De Mike? –murmuró, arrancándome la caja de chocolates y apretándola contra su pecho-. ¿Para mí? ¿En serio? Oh… era por eso que te miraba tanto…

Asentí velozmente. Era una explicación estupenda, y lo mejor de todo era que se le había ocurrido a ella.

-Por un momento creí que… -Jessica sacudió la cabeza, recuperándose de la impresión-. No importa. ¡Recibí un regalo de San Valentín!

Estaba feliz otra vez, sonriente. Qué fácil era hacerla feliz… si Mike sólo le hubiese destinado esa cajita desde un principio a ella, todo hubiese sido mucho más fácil.

-Mike es un tonto, ¡yo no lo rechazaría! Pero un tonto adorable… -Jessica salió de su ensoñación a tiempo para observarme agudamente-. ¿Cuántos regalos recibiste?

-Ninguno –mentí velozmente-. Creí que ése –añadí, señalando la caja que Jessica apretaba entre sus dedos- era para mí, hasta que Mike me explicó.

Intenté sonar un poco rencorosa, algo que fue difícil, ya que estaba muy aliviada y nada enojada, pero Jessica no pareció notar mi mentira. Al contrario, un brillo de triunfo bañó toda su cara antes que tuviese oportunidad de componer una expresión compungida.

-Oh, lo siento –dijo en un tono más falso que un billete de tres dólares-. Estoy segura que algún otro chico sí va a regalarte algo.

Hice un gesto ambiguo, como que lo dudaba. Salimos del baño y volvimos a la cafetería, donde Jessica casi se le tiró al cuello a Mike, asegurándole que le encantaba su regalo y que sí quería salir con él.

La cara de incredulidad de Mike era tal que lamenté no tener una cámara de fotos para inmortalizarla. Me tragué mi risa lo mejor posible, porque Ángela me miraba como si sospechara que yo estaba detrás de la sonrisa brillante de Jessica y la mirada atónita de Mike.

Por alguna razón, los Cullen y los Hale reían mirando muy disimuladamente en nuestra dirección. Pero no daba la impresión de que se rieran de mí, sino que reían conmigo. Hasta Jasper me contemplaba sin su habitual expresión asesina.

.

Iba hacia la clase que tenía después del almuerzo, Formación Ética y Ciudadana, felicitándome internamente por mi inteligente maniobra. Mi sonrisa duró hasta que divisé a Eric, que iba en dirección contraria a la correcta… y directo hacia mí.

-¡Bella! –exclamó cayendo de rodillas frente a mí, en el pasillo repleto de gente-. ¿Qué es lo que pasa en el Cielo… -y tras una pausa dramática en la que algunos miraron por la ventana sin ver nada fuera de la normal lluvia, Eric completó con voz pretendidamente seductora- …que los ángeles andan por la tierra?

Para mi enorme bochorno, algunos de los que estaban presentes en el pasillo comenzaron a aplaudir. Yo sólo estaba dividida entre mis deseos de huir a velocidad vampírica, y de estrangular lenta y dolorosamente a Eric. Él, ajeno a mis pensamientos, sacó una cajita rectangular dorada de su mochila, y me la tendió con una enorme sonrisa, todavía arrodillado a mis pies.

La tomé con mucho cuidado de no convertirla en astillas, furiosa, y leí velozmente la inscripción. Un plan se formó en mi mente, mientras recordaba algo oído de casualidad hacía ya varios años.

-Gracias, Eric, es muy gentil de tu parte –modulé con cuidado, sabiendo que todo el pasillo estaba pendiente de mis palabras, y agradeciendo haber ido a respirar afuera después del almuerzo-. Pero no puedo aceptarlo. Soy alérgica al maní.

Eric me miró sin comprender, al tiempo que yo le tendía la caja de regreso.

-Bella, son corazones de mazapán –explicó-. No contienen maní.

-Sí que tienen maní. Es más, están hechos a base de maní –rebatí.

-El mazapán se hace con almendras, no con maní –refutó él, todavía de rodillas.

-Eso es el mazapán auténtico –acepté-. Pero la enorme mayoría del mazapán que se comercializa está hecho con maní y grandes cantidades de esencia de almendra para encubrir el olor y sabor del maní, que es más barato –acabé de exponer, quedándome sin aire.

Algunos en el pasillo comenzaron a murmurar en voz baja.

-¡Cuánto sabe esa chica!

-¿Será cierto lo del mazapán?

-Tal vez ya le pasó una vez…

-Sólo lo está rechazando…

-Ella debe saber, si es alérgica.

-Está buscando una manera elegante de sacárselo de encima…

Sólo Eric y yo permanecíamos completamente inmóviles (yo, más inmóvil que él, ya que no respiraba) mientras los murmullos a nuestro alrededor crecían.

-Bella tiene razón –dijo de pronto una voz melodiosa.

Como si tratara de una coreografía bien ensayada, todo el mundo se giró a mirar a Edward Cullen, que estaba en la puerta de una de las aulas, junto a su hermana Alice.

-Es cierto que las empresas fabricantes usan maní en lugar de almendras para abaratar costos en el mazapán. La caja –añadió Edward, señalando la caja que yo todavía le tendía a Eric, que seguía de rodillas- debería tener la advertencia que el alimento puede contener vestigios de maní, que es la forma legal, aunque no del todo honesta, de admitir la verdad.

Inspeccioné la caja y encontré, en letra diminuta, la advertencia que Edward mencionaba. Dada mi falta de aire, le devolví la caja a Eric, señalando el lugar en que estaba la inscripción.

-Es cierto –admitió Eric, cabizbajo-. Eso es lo que dice aquí.

Los murmullos aumentaron en intensidad otra vez. Sin prestarles atención, tomé una mano de Eric y lo puse de pie de un tirón, sin intenciones de humillarlo más. Le sonreí levemente una vez más y me escabullí a clase, fingiendo no ver la expresión herida de Eric, la sonrisa triunfante de Tyler, la mirada de conmiseración de Ángela… ni la semi sonrisa admirada de Edward.

.

En la pausa antes de la última clase del día, me abordó Tyler. De algún modo lo estaba esperando desde que Mike y Eric se habían tomado en serio lo de San Valentín, pero eso no lo hizo menos peor. Más bien lo contrario, porque mi poca paciencia ya estaba al límite.

-¡Mi amor! –exclamó, desde bastante lejos. Yo fingí no haberlo oído, ignorándolo lo mejor posible. Después de todo, yo no me consideraba "su amor". Ángela, que caminaba a mi lado, apretó los labios para contener la sonrisa y apuró el paso para mantenerse junto a mí.

-¡Mi vida! –gritó Tyler de nuevo, abriéndose paso a codazos hacia mí. Aceleré, intentando llegar al aula antes que me alcanzara.

-¡Mi cielo! –chilló él antes de caer cuan largo era al piso en medio del pasillo. -¡Bella, querida, esta rosa…!-exclamó desde el suelo. Sólo entonces me giré a mirarlo- …es para ti –acabó con voz más apagada.

Tyler estaba en medio del pasillo, tirado boca abajo y medio aplastado bajo su mochila. En la mano derecha sostenía un pimpollo de rosa roja, marchita y un poco maltratada… cuyo tallo además acababa de quebrarse. El conjunto no podía ser más patético.

Algunos, como Lauren y Jessica, soltaron risitas despectivas. Tyler estaba claramente abochornado, y yo no sabía muy bien cómo reaccionar. No quería alentar a Tyler ni darle falsas esperanzas, pero me parecía injusto ignorarlo, humillándolo más delante de toda esa gente.

La llegada del profesor resolvió las cosas. Me agaché junto a Tyler, tomé la rosa de su mano, le murmuré un suave "gracias, eres muy dulce" mientras pasaba una mano por su cabello. Tengo que admitir que fue una caricia similar a la que se le hace a un cachorro o a un bebé, pero Tyler pareció animarse. Con una última y suave sonrisa, entré al aula con la rosa en la mano justo antes que el profesor cerrara la puerta.

.

Las clases de ese interminable catorce de febrero por fin habían terminado. El que había empezado pareciendo un día aburrido y promedio acabó convirtiéndose en toda una prueba para mi autocontrol de no matar a nadie en un ataque de furia, encontrar excusas convincentes a velocidad relámpago, y sacar paciencia y tacto de donde no tenía.

Por otro lado, esperaba sinceramente que Mike captara mi maniobra para atraer su atención hacia Jessica y empezara a prestarle más atención a ella. Era obvio que Jessica estaba completamente embobada con Mike, aunque él no se diese cuenta… yo tendría que entrometerme un poco.

El día también tuvo su lado positivo, como la declaración de Lee sobre mi "doble belleza, física y espiritual". No podía evitarlo, me sentía muy halagada, a vez que un poco avergonzada. Lee seguía pareciéndome físicamente un chico del montón, pero comenzaría a prestarle más atención a lo que decía. Había hablado muy bien… podría llegar a ser un gran periodista o escritor el día de mañana.

Ya estaba tan segura de no recibir más atenciones por el Día de los Enamorados que había bajado completamente la guardia, olvidando que todavía estaba en el estacionamiento de la escuela y por lo tanto al alcance de todos los adolescentes del pueblo.

Fue por eso que me sobresalté tanto al ver desde la distancia a alguien apoyado en la parte trasera de la Chevy, con los brazos tras la espalda y un pie indolentemente posicionado contra el guardabarros. Sin ninguna duda, estaba esperándome.

Aún en la distancia pude percibir el cabello cobrizo, pero miré de nuevo, sólo para estar segura. Entorné los ojos y bajé un poco mis incómodos lentes verdes. Sí, tenía cabello cobrizo, ojos castaño claro, y una sonrisa torcida.

Sin ninguna duda, era Edward Cullen quien estaba allí.

Inspiré profundo, aprovechando que no había nadie cerca, para darme ánimos. Apreté los labios y me encaminé a zancadas, pero a paso normal, hacia mi Chevy.

Él no se movió, su sonrisa sólo se volvió un poco más sincera y menos irónica.

Mucho antes de lo que me hubiese gustado, estábamos a menos de un metro de distancia. Yo tenía que pasar junto a él para llegar hasta la puerta del conductor, algo que el muy maldito debía haber calculado exactamente cuando se instaló allí.

Mientras daba el último paso, el que me pondría a unos centímetros de distancia de él, calculé mentalmente las posibilidades que tenía de atropellarlo si daba marcha atrás antes que él se apartara. No parecía muy probable, pero sería interesante de intentar…

Cuando estuve junto a él, más cerca de lo que nunca había estado, ni siquiera en clases, él se movió lentamente, apartándose de la Chevy y mirándome a mí. Me congelé. Por puro instinto ya no había respirado desde que empecé a caminar hacia él; ahora, viéndolo moverse lento y grácil hacia mí, me quedé inmóvil, pero lista para saltar al menor movimiento sospechoso.

Edward se apartó lentamente, de modo que quedamos mirándonos por unos interminables segundos. Él era un poco más alto que yo, pero no mucho. Podíamos mirarnos a los ojos sin problemas.

En su rostro apareció otra vez la mueca de contrariedad que lucía siempre que me observaba más de diez segundos seguidos. Yo entorné un poco los ojos, a la defensiva.

Pero tan rápido como llegó la expresión de curiosidad insatisfecha, así de rápido se fue. Sonrió otra vez, de forma serena y amable, y con movimientos lentos hasta para un humano, retiró la mano derecha de atrás de la espalda y la puso entre nosotros.

-Feliz San Valentín –musitó en voz demasiado baja para que los oídos humanos lo oyeran.

En la mano tenía una hermosa rosa amarilla, a medio abrir; tenía todavía toda la frescura de la rosa en botón, del pimpollo, pero ya con la promesa de la hermosa flor adulta que sería una vez que se abriera por completo.

-Una rosa amarilla significa amistad –explicó él, en el mismo tono bajo.

-¿Es… para mí? –musité, contemplando la rosa con admiración. Era perfecta.

-Si quieres –respondió él.

Comprendí en ese momento todo lo que traía implícito el que me ofreciera esa rosa amarilla. Me estaba ofreciendo su amistad, no su amor (hasta yo sabía que son las rosas rojas las que significan pasión), lo cual era una alivio. La propuesta era cordial y estaba cuidadosamente formulada, ese "si quieres" que Edward había formulado hacía un momento implicaba que yo era, al menos en teoría, libre de rechazar la rosa, y la propuesta que traía implícita, si así lo deseaba.

Por un lado, yo ansiaba esa rosa como a nada en el mundo. Era tan hermosa, tan perfecta. Yo nunca había sido una gran fanática de las flores. Reconocía las más comunes y conocidas, como las rosas, margaritas, claveles y tulipanes, por ejemplo, pero no tenía ni idea de qué aspecto tenía una caléndula, ni si a las azucenas había que plantarlas al sol o a la sombra, o si los crisantemos requieren poco o mucho agua. No entendía demasiado de plantas ni flores, pero esa rosa, esa sola rosa amarilla… ansiaba tanto tenerla…

Pero por otro lado, aceptarla me parecía darle a Edward ciertos derechos. Si aceptarla implicaba la obligación de convertirme en su "amiga", sin saber exactamente los alcances del término, con todo el dolor del alma prefería no quedármela.

El debió notar mi debate interior y mi angustia, porque la comprensión brilló en sus ojos al tiempo que una sonrisa se formaba en sus labios. Pero no era una sonrisa cruel, como la de alguien que le enseña una golosina a un niño y luego se la quita, sino una sonrisa de cálida comprensión.

Tendió la rosa más hacia mí, hasta que prácticamente estuvo bajo mi nariz.

-Es tuya –dijo en voz bajísima-. Sin compromiso.

Me quedé completamente inmóvil. Eso no era lo que había esperado. Lenta, muy lentamente, tomé la rosa, sin que nuestros dedos se rozaran.

-Feliz San Valentín –me dijo una vez más, con una sonrisa que me hubiese hecho hiperventilar si todavía necesitara respirar para vivir.

Le respondí asintiendo apenas, sintiéndome completamente embobada y un poco estúpida. Hubiese querido que se me ocurriera algo inteligente y divertido que decirle, pero todavía estaba demasiado atontada por la rosa, sus palabras amables y su blanca sonrisa.

Sin dejar de sonreír, se giró y con paso tranquilo caminó hacia el Volvo plateado, donde el resto de su familia ya parecía estar esperándolo. El auto arrancó y salió del estacionamiento muy poco después.

Y yo… yo me quedé ahí, sintiéndome como una adolescente hormonal por primera vez en mi vida.

.

Al llegar a casa, busqué enseguida un florero. No tuve suerte: Charlie era un hombre soltero poco dado a los detalles estéticos. El único lugar de la casa en el que había flores era en los azulejos del cuarto de baño.

Pero muy atrás en la alacena encontré un par de vasos altos y angostos que no tenía idea cómo habían ido a parar a la alacena de Charlie, pero no importaba: las rosas se veían bien dentro de ellos. Pensé en colocar las dos rosas juntas, pero el contraste era tan evidente que no tuve más remedio que ponerlas separadas.

El agua fría había reanimado bastante a la pobre rosa maltratada de Tyler, que por sí sola lucía un poco marchita, pero básicamente bien. Pero la rosa de Edward opacaba completamente a la rosa roja, y la opacaría aún si la rosa de Tyler no tuviese el tallo quebrado, estuviese un poco marchita y con varios arañazos en los pétalos exteriores.

La rosa amarilla brillaba por si misma, como un faro en el puerto. Igual que quien me la había obsequiado, no podía pasar desapercibida.

Mientras cocinaba algo de pescado con papas para Charlie, no podía dejar de mirar la rosa, que había dejado sobre la mesa, y sonreír bobamente. Era ridículo e infantil, pero me sentía tan ligera y feliz como pudiese volar cada vez que la veía.

-¡Hola! –Charlie había llegado, y estaba dejando el arma y las botas en el vestíbulo-. ¡Bella! ¿Estás en casa?

-¡Estoy en la cocina, papá! –le respondí, recordándome hablarle casi a los gritos. Él no tenía mi sentido del oído, que lo escuchaba desde que el móvil patrulla doblaba la esquina, bastante antes de que llegara a casa.

Esa era otra cualidad extraña: reconocía el ruido característico de los motores de los automóviles. Aún sin verlos, podía reconocer por el sonido al móvil patrulla, al Chevy (bueno, confieso que eso no es muy difícil, su estruendo es único) y a los de todos los vecinos. No hubiese sido capaz de identificarlos en medio de un embotellamiento de tránsito, supongo, pero por separado no los confundía fácilmente.

Charlie entró a la cocina olfateando con interés.

-¿Pescado al horno? –preguntó, sus ojos brillando de alegría.

-Sí, alguien trajo pescado como para un ejército el fin de semana pasado, y eso que aquí solo somos dos –bromeé, al tiempo que empujaba la fuente con papas en la parte inferior del horno para que se dorasen de arriba también.

-Sí, bueno, había muy buen pique –se medio defendió él, pero sonreía. Sabía que yo sólo le estaba tomando el pelo.

-¿Y esa rosa? –preguntó Charlie de pronto, sorprendido.

Yo aún tenía la cabeza medio dentro de horno, controlando el pescado, y consideré por un momento apagar la llama y dejar mi cabeza ahí, pero al recordar que de todos modos no podía asfixiarme no tuve más remedio que juntar valor y enfrentarme a la mirada insólitamente escrutadora de Charlie.

-Hoy es San Valentín –le dije por toda respuesta, saliendo por fin del horno y buscando un plato en la alacena.

Con mi vista periférica vi como los ojos de Charlie se abrían de comprensión. Le puse el plato en las manos y me dirigí a buscar un vaso sin mirarlo a la cara.

-¿No se supone que tiene que ser roja? –preguntó Charlie por fin, mientras yo ponía el vaso sobre el plato que aún tenía en las manos.

Por toda respuesta, le señalé a la maltratada rosa roja que estaba un poco por detrás y un poco a la izquierda de la amarilla. Los ojos de Charlie se abrieron más al contemplarla.

-¿Qué le pasó a esa pobre flor? –quiso saber, un poco asustado.

-Fue un poco confuso, pero creo que en parte se debe a que Tyler la llevó en la mochila todo el día y me la dio recién antes de la última clase de la tarde, y en parte a que tropezó y se cayó en medio del pasillo cuando intentaba alcanzarme para dármela –dije de un tirón, intentando ocultar mi nerviosismo, mientras buscaba los cubiertos y los colocaba junto al vaso sobre el plato-. De todos modos, fue un bonito gesto.

Charlie todavía no se había movido. Estaba procesando todo lo que acababa de oír. Yo empecé a buscar una servilleta en el cajón donde se guardaban manteles y servilletas.

-¿Y la rosa amarilla?

Rayos. Charlie nunca hacía preguntas, ¿tenía que empezar justo el día que yo menos interés tenía en contestarlas?

-Una rosa amarilla significa amistad –contesté, colocando la servilleta sobre los cubiertos.

Charlie tenía en ese momento en sus manos todo lo necesario para poner la mesa, pero no parecía que fuera a moverse pronto. Tenía los ojos muy abiertos, como si acabara de recibir demasiada información.

-¿Y quién te la regaló? –insistió Charlie, al tiempo que yo tomaba el plato y con él el vaso, los cubiertos y la servilleta que estaban sobre el plato que sostenía entre sus manos, y empezaba a poner la mesa yo.

-Edward. Edward Cullen –dije tras unos segundos en que me esforcé en calmarme y que no me temblara la voz. ¿Por qué me ponía tan nerviosa admitir algo que me había hecho tan feliz?

-¿Edward Cullen te regaló una rosa amarilla ofreciéndote su amistad? –resumió Charlie, sorprendido.

Asentí sin girarme a mirarlo, distribuyendo vaso, plato, cubiertos y servilleta con rapidez. Después de todo, sólo tenía que poner la mesa para Charlie.

Cuando por acabé y ya no tuve excusa para no mirarlo, me giré lentamente, esperando ver… bueno, no sé qué esperaba ver en él, pero ciertamente no la amplia sonrisa que adornaba sus facciones.

-Me cae bien ese chico –dictaminó, tomando asiento-. ¿Cuál de todos es Edwin? ¿No es ese grandote musculoso, no? –de pronto sonaba preocupado.

-Edward, papá. Es el más joven, de pelo cobrizo. Comparte la clase de biología conmigo –añadí, no sé bien por qué.

Le serví el pescado y las papas, que Charlie comenzó a comer con buen apetito. Tenía modales como para no hablar con la boca llena, de modo que permanecimos en silencio durante varios minutos.

Aproveché el tiempo para dejar a mi mente volar, recordando el día. El archiconocido poema de Mike, las dulces palabras de Lee, mi artimaña respecto a Mike y Jessica, el papelón de Eric, la humillación de Tyler… la sonrisa de Edward cuando me dio la flor… el suave tono de su voz cuando dijo "sin compromiso"… su sonrisa cuando se alejó tras desearme un feliz San Valentín…

-Te gusta –dijo Charlie de pronto, trayéndome de regreso al presente. Una sonrisa adornaba su cara.

¡Por todos los Cielos! ¿En serio Charlie no podía elegir otro día para volverse todo lo perspicaz que no había sido en años?

-Es una rosa bellísima –respondí, acariciando levemente los pétalos.

-No me refería sólo a la rosa.

Miré a Charlie intentando ocultar mi pánico, pero él ya tenía otra vez toda su atención puesta en el pescado y las papas.

-Me voy a hacer los deberes –dije entonces, temerosa de ser atrapada in fraganti de nuevo-. Hasta luego, papá -Él sólo asintió con la boca llena.

.

Esa noche, a solas en la seguridad de mi cuarto, reflexioné largo y tendido sobre la rosa y la propuesta que traía consigo. La verdad… sí, me gustaba… y no solo la rosa.

Pero seguía teniendo miedo, mucho miedo. Jasper era simplemente atemorizador, no parecía que fuera a dudar en atacarme. A Emmett yo parecía aburrirlo, no daba la impresión que fuese a saltar a defenderme. A Rosalie yo parecía repugnarle, aunque no acertaba a imaginarme por qué. Edward era encantador, pero esa expresión de constante decepción que ponía cada vez que miraba no daba buena espina. Alice parecía apreciarme, ¿pero qué podía hacer una chica bajita y delgada como ella contra alguien alto y fuerte como Jasper? De acuerdo, eran pareja, pero…

Intentaría ir de a poco, decidí después de mucho dar vueltas y de tener que levantarme a tender mi cama otra vez (el enredo de sábanas y mantas era tal que ya no se podía ni siquiera fingir dormir ahí). Empezaría saludándolos desde una prudente distancia, y si alguna vez encontraba a Edward o Alice, que parecían ser los más amigables, a solas en algún lugar, tal vez hablaría un poco con ellos. De acuerdo, no era muy probable verlos solos, en especial Alice casi siempre estaba con Jasper, pero… si se daba el caso…

Me vestí por la mañana con una sonrisa en los labios. Una promesa de no-agresión por parte de Edward era, definitivamente, el primer paso.

N/A: muchas gracias a todas las personas que dejaron reviews, ¡15 en el primer capítulo y 17 en el segundo es muchísimo! Me alegra cada mensaje que recibo, pero soy ambiciosa, y quiero más. No necesariamente cantidad, pero sí calidad. Un mensaje de tipo "hola, me gusta tu historia, actualiza pronto, un beso" es halagador, pero no me ayuda a la hora de mejorar mi escritura. Invito, a quien se anime, a criticar.

¿Qué puedo mejorar? ¿Cuáles son los puntos flojos de la historia? ¿Qué cosas les parecen que sobran o faltan? ¿Están bien logrados los personajes? ¿Son creíbles las reacciones? ¿Qué es lo que más les gusta? ¿Qué es lo que no? ¿Qué cambiarían, y por qué?

No pretendo obligar a nadie, todos los mensajes son recibidos, y los de usuarios registrados, respondidos. Quien quiera dejar un mensaje donde simplemente diga "hola, me gusta tu historia, actualiza pronto, un beso" es igual de bienvenido que el crítico consumado. Sólo, por favor, comprendan que como pichón de escritora los mensajes con críticas constructivas me son un aporte mucho mayor a mi escritura y menor a mi ego, que después de tantos reviews está bastante alto.

buenoo aqui estoy de nuevo, espero que os guste este capii :), y si es asi ya sabeis dejad vuestro voto :D

nos leemos

Capítulo 2: Residencia en la Tierra Capítulo 4: Donde el corazón te lleve

 
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