Seducción (+18)

Autor: Robsten2304
Género: + 18
Fecha Creación: 08/09/2014
Fecha Actualización: 09/09/2014
Finalizado: NO
Votos: 0
Comentarios: 0
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Capítulos: 3

 

Tres: Sé que él no me conviene.

Dos: Mi instinto me grita que salga corriendo.

Uno: Pero si sigue mirándome así

¿Qué haré cuando llegue a cero?

Indomable, controlador, autoritario, implacable, dulce, provocador􀀀

Es peligroso.

Es enigmático.

Es absolutamente adictivo.

Es mi hombre.

Es una historia basada en el libro seduccion de Jodi Ellen Maps, los personajes son de Stephanie Meyer y la historia del libro... Espero que les guste

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Capítulo 3: Capitulo 3

Después de dos reuniones de seguimiento con clientes y de parar en la nueva casa del señor Muller en Holland Park para dejarle unas cuantas muestras, estoy de vuelta en la oficina escuchando cómo Eleazar despotrica de Carmen. Es lo habitual los lunes por la mañana después de que haya soportado todo el fin de semana con su mujer y lejos de la oficina. La verdad es que no sé cómo el pobre hombre la aguanta.

Erick entra con una sonrisa de oreja a oreja y de inmediato sé que ha ligado durante el fin de semana.

—Cielo, ¡cuánto te he echado de menos! —Me da un beso sin llegar a tocarme y se vuelve hacia Eleazar, que se protege con las manos en un gesto que dice: «¡Ni se te ocurra!» Erick pone los ojos en blanco, sin ofenderse ni un ápice, y baila hasta llegar a su mesa.

—Buenos días, Erick —lo saludo con alegría.

—Esta mañana ha sido de lo más estresante. El señor y la señora Baines han cambiado de opinión por enésima vez. He debido cancelar todos los pedidos y reorganizar a una docena de obreros. — Mueve la mano, frustrado—. Me han puesto una maldita multa por no colocar la tarjeta de aparcamiento de residentes y, además, me he enganchado el jersey nuevo en uno de esos horrendos pasamanos que hay a la salida del Starbucks. —Se pone a tirar de la lana desgarrada del dobladillo de su jersey rosa fucsia con cuello en V—. ¡Míralo, jolines! Menos mal que eché un polvo anoche, porque si no estaría en el pozo de la desesperación. —Me sonríe.

Lo sabía.

Eleazar se va negando con la cabeza. Todos sus intentos por disminuir el amaneramiento de Erick hasta niveles más tolerables han fracasado. Ahora ya se ha rendido.

—¿Una buena noche? —pregunto.

—Maravillosa. He conocido a un hombre divino. Va a llevarme al Museo de Historia Natural el fin de semana que viene. Es científico. Somos almas gemelas, estoy seguro.

—¿Qué ha pasado con el entrenador personal? —vuelvo a preguntar. Era su alma gemela de la semana pasada.

—Olvídalo, un desastre. Apareció el viernes en mi apartamento con un DVD de Dirty Dancing y comida india para dos. ¿Te lo puedes creer?

—Me dejas de piedra —me burlo.

—Lo peor. No hace falta que te diga que no voy a volver a verlo. ¿Y qué hay de ti, cielo? ¿Qué tal ese guapísimo ex novio tuyo? —Me guiña el ojo. Erick no oculta que Mike lo atrae, cosa que a mí me hace gracia pero que incomoda a Mike.

—Está bien. Sigue siendo mi ex y sigue siendo hetero.

—Qué lástima. Avísame cuando entre en razón. —Erick se marcha tranquilamente, retocándose el tupé rubio y perfecto.

—Alice, te mando por correo electrónico la factura por una consulta de diseño para el señor Cullen. ¿Podrías asegurarte de que se envía hoy mismo?

—Así lo haré, Bella. ¿Pago a siete días?

—Sí, gracias. —Regreso a mi mesa y continúo casando colores. Alargo el brazo para coger el móvil cuando empieza a bailar por mi mesa. Miro la pantalla y casi me caigo de la silla al ver en ella el nombre de «Edward». Lo miro durante unos segundos, hasta que mi cerebro se repone del susto y el corazón se me acelera en el pecho. Pero ¿qué demonios…?

Yo no guardé su número, Eleazar no me lo dio y, tras pasarle el proyecto el viernes, ya no lo necesitaba. Decía en serio lo de que no iba a volver. Y, en cualquier caso, no lo habría grabado con su nombre de pila. Sostengo el teléfono en la mano, echo un vistazo a la oficina para ver si el ruido ha llamado la atención de alguno de mis compañeros. No lo ha hecho. Lo dejo sonar. ¿Qué querrá?

Voy al despacho de Eleazar a preguntarle si ha informado al señor Cullen del cambio de planes, pero entonces vuelve a sonar y me frena en seco. Respiro hondo y contesto.

Si Eleazar no ha hablado aún con él, lo haré yo. Y si no le gusta, mala suerte. A duras penas he logrado convencerme a mí misma de que le he pasado el contrato a Eleazar porque él es más apto que yo para el proyecto. Sé muy bien que ésa no es toda la verdad.

—Hola —respondo. Pataleo ligeramente en el suelo porque el saludo suena un tanto receloso.

Quería sonar segura y llena de confianza en mí misma.

—¿Isabella? —Su voz ronca tiene el mismo impacto que el viernes en mis débiles sentidos, pero al menos por teléfono no puede ver cómo tiemblo.

—¿Quién es? —Muy bien. Mucho mejor. Profesional y tranquila.

Se ríe y me hace bajar la guardia.

—Sé que sabes la respuesta a esa pregunta porque mi nombre aparece en tu teléfono. —Tierra trágame—. ¿Estás intentando hacerte la interesante?

¡Será arrogante! ¿Cómo lo sabe? Pero entonces caigo en la cuenta.

—Metió su teléfono en mi lista de contactos. —Ya lo entiendo. ¿Cuándo lo hizo? Repaso mentalmente nuestra reunión y decido que fue durante mi visita al baño, porque dejé el portafolio y el móvil en la mesa. ¡No puedo creer que curioseara en mi móvil!

—Necesito poder localizarte.

Oh, no. Está claro que Eleazar no se lo ha dicho. De todos modos, uno no va por ahí tocando móviles ajenos. Se lo tiene muy creído. ¿Y lo de grabarse como «Edward»? Es un pelín demasiado familiar.

—Eleazar debería haber contactado con usted —lo informo con frialdad—. Me temo que no puedo ayudarlo, pero él estará encantado de hacerlo.

—Eleazar ya ha hablado conmigo —responde. Suspiro de alivio, pero en seguida frunzo el ceño. Entonces ¿por qué me llama?—. Estoy seguro de que Eleazar estará encantado de ayudarme, pero yo no tanto.

Me quedo boquiabierta. ¿Quién se cree que es? ¿Me ha llamado para decirme que no le gusta?

Este hombre se pasa de arrogante. Cierro la boca.

—Siento mucho oírlo. —No parece que lo sienta; parece que estoy enfadada.

—¿De verdad?

Y vuelve a pillarme por sorpresa. No, no lo siento, pero eso no voy a decírselo.

—Sí —miento. Quiero añadir que nunca podría trabajar con un cerdo guapo y arrogante como él, pero me contengo. No sería muy profesional.

Lo oigo suspirar.

—No creo que lo sientas, Isabella. —Mi nombre suena a terciopelo en sus labios, y me provoca un estremecimiento familiar. ¿Cómo sabe que no lo siento?—. Creo que me estás evitando —añade.

Como esto siga así, voy a dislocarme la mandíbula. Provoca sentimientos nada deseables en mí, y el hecho de saber que tiene una relación con alguien no ayuda nada.

—¿Por qué iba a hacer yo algo así? —digo con atrevimiento. Eso debería obligarlo a callar.

—Pues porque te sientes atraída hacia mí.

—¿Perdone? —le espeto. Su soberbia no tiene límites. ¿Es que no tiene vergüenza? El hecho de que haya dado en el clavo no es relevante. Habría que estar ciega, sorda y tonta para no sentirse atraída por aquel hombre. Es la perfección personificada, y está claro que lo sabe.

Suspira.

—He dicho que…

—Ya, le he oído —lo interrumpo—. Es que no puedo creerme que lo haya dicho.—Me desplomo sobre mi silla.

Nunca he visto nada parecido. Me deja pasmada. ¿El tipo tiene a una persona especial en su vida y está flirteando por teléfono conmigo? ¡Menudo donjuán! Tengo que volver a centrar la conversación en lo profesional y colgar cuanto antes.

—Le pido disculpas por no estar disponible para su proyecto —suelto de un tirón, y cuelgo. Me quedo mirando el teléfono.

Ha sido una falta de educación y nada profesional, pero es tan lanzado que me ha dejado estupefacta. Cada minuto que transcurre tengo más claro que pasarle el contrato a Eleazar ha sido lo más sensato. Me llega un mensaje de texto.

No lo has negado. Que sepas que el sentimiento es mutuo. Bs, E

«¡Me cago en la hostia!» Me llevo la mano a la boca y aprieto con fuerza para evitar que las palabrotas mentales salgan de mis labios. No, no lo he negado. ¿Y él se siente atraído por mí? ¿Soy un pelín joven para él o él es demasiado mayor para mí? ¿Besos? Cabrón engreído. No contesto; no tengo ni idea de cómo responder. En vez de eso, meto el móvil en el bolso y me voy a comer con

Rose.

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—¡Madre mía! —exclama Rose al mirar mi móvil. Su pelo rubio, recogido en una cola de caballo, ondea de un lado a otro cuando menea la cabeza—. ¿Le has contestado? —Me mira expectante.

—Dios, no —me río. ¿Qué me aconsejaría que le dijese? Me tiene pasmada.

—¿Y tiene novia?

—Sí —asiento al tiempo que enarco las cejas.

Deja el teléfono encima de la mesa.

—Qué pena.

¿Sí? La verdad es que simplifica bastante las cosas. Eso supera sin duda las reacciones que provoca en mí. Rose es mucho más atrevida que yo. Le habría contestado algo sorprendente y sugerente, y es probable que lo hubiese dejado boquiabierto. Esta chica podría competir con cualquier devoradora de hombres. Como es muy lanzada, los espanta a casi todos en la primera cita; sólo los más fuertes sobreviven. El pelo rubio y largo de Rose tiene tanta personalidad como ella. Es una mujer segura de sí misma, independiente y decidida.

—La verdad es que no —musito, y cojo mi vaso de vino de la hora de comer para darle un sorbo

—. Además, sólo hace cuatro semanas que Mike y yo hemos roto. No quiero hombres en mi vida, de ninguna clase. —Me gusta sonar decidida—. Estoy disfrutando de estar soltera y sin ataduras por primera vez en mi vida —añado. Así es como me siento. Estuve cuatro años con Mike y, antes de eso, mantuve una relación de tres años con Adam.

—¿Has visto al capullo? —Rose pone cara de asco cuando menciono el nombre de mi ex.

No soporta a Mike, y se alegró de que rompiera con él. Que Rose lo pillara in fraganti con una compañera de trabajo en un taxi sólo confirmó lo que yo ya sabía. No sé por qué hice la vista gorda durante tanto tiempo. Cuando hablé con él, con calma, se deshizo en disculpas y casi se desmaya cuando le dije que no me importaba. Era verdad, y yo también estaba sorprendida. La relación se había terminado y él opinaba lo mismo. Todo fue muy amistoso, para disgusto de Rose. Ella quería vajillas rotas e intervenciones policiales.

—No —respondo.

—Nos lo estamos pasando bien, ¿verdad? —Me sonríe, y entonces llega la camarera con nuestra comida.

—Voy al servicio. —Me levanto y dejo a Rose comiendo patatas fritas con mayonesa.

Después de entrar en el baño, me miro al espejo, me retoco el brillo de labios y me atuso el pelo.

Hoy se está portando bien, así que lo llevo suelto sobre los hombros. Me aliso los pantalones capri negros y me quito un par de pelos de la blusa de color crema. El teléfono suena cuando voy de camino al bar. Lo saco de bolso y pongo los ojos en blanco al ver que es él otra vez. Probablemente se esté preguntando dónde está mi respuesta a su nada apropiado mensaje de texto. No voy a entrar en ese juego.

—Rechazar —le digo al teléfono. Aprieto con decisión el botón rojo y vuelvo a guardarlo en el bolso mientras avanzo por el pasillo—. Uy, lo siento mucho —farfullo al darme de bruces contra un tórax.

Es un torso firme, y el embriagador perfume a agua fresca que me inunda me resulta muy familiar.

Mis piernas se niegan a moverse y no sé qué voy a ver si levanto la vista. Sus brazos ya están alrededor de mi cintura, sujetándome, y mis ojos quedan a la altura de la parte superior de su pecho.

Veo cómo le late el corazón a través de la camisa.

—¿Rechazar? —dice en voz baja—. Eso me ha dolido.

Me aparto de su abrazo e intento recobrar la compostura. Está impresionante, con un traje gris marengo y una camisa blanca y planchada. Mi incapacidad para apartar la vista de su pecho por miedo a quedar hipnotizada por sus potentes ojos verdes hace que me entre la risa.

—¿Qué te hace tanta gracia? —me pregunta. Sospecho que frunce el ceño ante mis carcajadas, aunque, como me niego a mirarlo, no puedo confirmarlo.

—Lo siento. No miraba por dónde iba. —Lo esquivo, pero me coge del codo y detiene mi huida.

—Antes de irte, dime una cosa, Isabella. —Su voz despierta mis sentidos y mis ojos viajan por su cuerpo esbelto hasta que nuestras miradas se encuentran. Está serio, pero sigue siendo impresionante

—. ¿Cuánto crees que vas a gritar cuando te folle?

«¿QUÉ?»

—¿Perdone? —consigo espetarle pese a que mi lengua parece de trapo.

Medio sonríe ante mi sorpresa. Me levanta la barbilla con el índice y la empuja hacia arriba para hacerme callar.

—Piénsalo. —Me suelta el codo.

Le lanzo una mirada furibunda antes de volver a nuestra mesa con el paso más firme que mis temblorosas piernas me permiten. ¿Lo he oído bien? Me siento en la silla y me bebo todo el vino intentando humedecer mi boca seca.

Cuando miro a Rose, está boquiabierta. Sobre su lengua veo los trozos a medio masticar de patatas fritas y de pan. No es nada bonito.

—¿Quién coño es ése? —balbucea con la boca llena.

—¿Quién? —Miro alrededor haciéndome la loca.

—Ése. —Rose señala con el tenedor—. ¡Mira!

—Lo he visto, pero no lo conozco —respondo molesta.

«¡Déjalo ya!»

—Viene hacia aquí. ¿Seguro que no lo conoces? Joder, está buenísimo. —Me mira. Me encojo de hombros.

Vete, por favor. Vete. ¡Vete! Cojo un solitario trozo de lechuga de mi sándwich de beicon, lechuga y tomate y empiezo a mordisquear los bordes. Me pongo tensa y sé que se está acercando porque Rose levanta la vista para adaptarla a su altura. ¡Ojalá cerrase la dichosa boca de una vez!

—Señoritas. —Su voz grave y profunda me hace cosquillas en la piel. No me ayuda a relajarme, precisamente.

—Hola —escupe Rose, y mastica a toda velocidad para librar a su boca de la obstrucción que le impide hablar.

—¿Isabella? —me saluda. Muevo mi hoja de lechuga en dirección a él para indicarle que sé que está ahí sin tener que mirarlo. Se ríe un poco.

Con el rabillo del ojo, veo que se agacha hasta ponerse en cuclillas a mi lado, pero aun así me niego a mirarlo. Apoya un brazo en la mesa y oigo a Rose toser y escupir los restos de comida.

—Así está mejor —dice. Puedo sentir su aliento en la mejilla.

De mala gana, levanto la vista y bajo las pestañas veo que Rose me está mirando boquiabierta, con los ojos como platos y en plan: «¡Sigue aquí! ¡Habla con él, idiota!» No se me ocurre nada que decir. Este hombre me ha dejado inútil otra vez.

Lo oigo suspirar.

—Soy Edward Cullen, encantado de conocerte. —Tiende la mano hacia el otro lado de la mesa.

Rose la coge encantada.

—¿Edward? —farfulla—. ¡Ah, Edward! —Me mira de forma acusadora—. Yo soy Rose. Bella me ha dicho que tienes un hotel pijo.

Le lanzo una mirada furibunda.

—¿Me ha mencionado? —pregunta con suavidad. No tengo que mirarlo para saber que ha puesto cara de engreído satisfecho ante la noticia—. Me gustaría saber qué más te habrá dicho.

—Nada. Poco más —dice Rose intentando arreglarlo, pero ya es demasiado tarde para retractarse de la última frase. Le lanzo mi peor mirada asesina.

—Poco más —contraataca él.

—Sí, poco más —sostiene Rose.

Harta del pequeño intercambio estéril con el que los dos parecen estar disfrutando, me hago cargo de la situación y lo miro.

—Ha sido agradable volver a verlo. Adiós.

Nuestras miradas se cruzan de inmediato y sus ojos verdes, con los párpados pesados, oscuros y exigentes, acaban conmigo. Siento su respiración vacilante y aparto la mirada de la suya, pero sólo para llevarla a su boca. Tiene los labios húmedos, entreabiertos, y, lentamente, saca un poco la lengua y se la pasa muy despacio por el labio inferior. No puedo dejar de mirarlo. Sin que nadie se lo ordene, mi lengua responde con una feliz expedición por mi labio inferior. Traiciona mis intentos por aparentar frialdad, como si aquello no me afectara… Pero más bien ocurre todo lo contrario.

Esto es una locura. Esto… lo que sea que es… es una locura. Tiene demasiada confianza en sí mismo y es un arrogante, pero probablemente tenga motivos para serlo. Deseo desesperadamente que este hombre deje de afectarme.

—¿Agradable? —Se inclina hacia adelante, me coge el muslo y la lava líquida me inunda las ingles.

Muevo las piernas y junto los muslos para controlar la pulsación que amenaza con convertirse en una palpitación tremenda—. Se me ocurren muchas palabras, Bella. «Agradable» no es una de ellas. Te dejo para que medites sobre mi pregunta.

¡Por el amor de Dios! Trago saliva cuando se inclina hacia mí a media altura y me posa los labios húmedos en la mejilla prolongando el beso toda una eternidad. Aprieto los dientes intentando no volverme hacia él.

—Hasta pronto —susurra. Es una promesa. Suelta mi muslo tenso y se levanta—. Encantado de conocerte, Rose.

—Mmm, lo mismo digo —responde pensativa.

Se marcha hacia la parte de atrás del bar. Ay, Dios, camina con decisión y es de lo más sexy.

Cierro los ojos para recuperar mis habilidades mentales, que ahora mismo están hechas pedazos por el suelo del bar. No tiene remedio. Me vuelvo hacia Rose y me encuentro con unos acusadores ojos azules abiertos como platos y que me miran como si me hubieran salido colmillos.

Las cejas le llegan a la línea de nacimiento del pelo.

—Joder, eso ha sido intenso —escupe hacia mi lado de la mesa.

—¿Tú crees? —Empiezo a juguetear con mi sándwich por el plato.

—Corta el rollo del bla-bla-bla ahora mismo o te meto el tenedor por el culo, tan adentro que vas a masticar metal. ¿Sobre qué pregunta tienes que meditar? —Su tono es fiero.

—No lo sé. —Me la quito de encima—. Es atractivo, arrogante y tiene novia. —Le doy datos vagos.

Rose suelta un silbido largo y amplificado.

—Nunca había sentido nada parecido. Había oído hablar de ello, pero nunca lo había presenciado.

—¿A qué te refieres? —le espeto.

Se inclina sobre la mesa, muy seria.

—¡Bella, la tensión sexual entre ese hombre y tú era tan fuerte que hasta yo me he puesto cachonda! —ríe—. Te desea con ganas. No podría haberlo dejado más claro ni aunque te hubiera abierto de piernas sobre la mesa de billar. —Señala con el dedo, y voy yo y miro.

—Eso son imaginaciones tuyas —resoplo. Sé que no se inventa nada, pero ¿qué puedo decirle?

—He visto el mensaje de texto y ahora al hombre en carne y hueso. Está muy bueno… para ser mayor. —Se encoge de hombros.

—No me interesa.

—¡Ja! No te lo crees ni tú.

Le lanzo una mirada furibunda a mi mejor amiga.

—Me lo creeré.

—Ya me dirás qué tal te va. —Me la devuelve, más bien entusiasmada.

Vuelvo a la oficina y me paso el resto del día sin hacer absolutamente nada. Jugueteo con el boli, voy al baño quince veces y finjo escuchar a Erick hablar sin cesar del Orgullo Gay y todo lo demás.

Mi teléfono suena cuatro veces —y las cuatro resulta ser Edward Cullen— y rechazo todas y cada una de las llamadas. Me asombra la persistencia de ese hombre, y la confianza que tiene en sí mismo.

¿Cuánto gritaría?

¡Estoy perpleja!

Soy feliz, estoy disfrutando de mi libertad y no tengo intención de modificar mis planes de seguir soltera y sin compromiso. No voy a liarme con un extraño, por muy guapo que sea. Y lo cierto es que está para chuparse los dedos. Además, es demasiado mayor para mí y, todavía más importante, está claro que ya está pillado, lo que hace aún más evidente el hecho de que es todo un donjuán. No es la clase de hombre por la que me conviene sentir atracción, caramba, y menos después de Mike y sus infidelidades. Necesito un hombre que sea fiel, protector y que cuide de mí. Y a ser posible que tenga mi edad. ¿Cuántos años tendrá?

El teléfono me informa de que tengo un mensaje de texto y doy un salto que me saca de mis cavilaciones. Sé de quién es antes de verlo.

 

No es agradable que te rechacen. ¿Por qué no me coges el teléfono? Bs, E

 

Me río sola, lo que llama la atención de Ángela, que está rebuscando en el archivador que hay cerca de mi mesa. Sus cejas perfectamente depiladas se arquean. No creo que ese tío esté acostumbrado al rechazo.

—Es Rose —digo a modo de explicación, y ella vuelve a rebuscar en el archivador.

Debería ser obvio por qué no le cojo el dichoso teléfono. No quiero hablar con él. Me pone de los nervios, me provoca demasiadas reacciones y, para ser sincera, no confío en mi cuerpo cuando lo tengo cerca. Parece que responde a su presencia sin que ni mi cerebro ni yo le digamos nada, y eso puede ser muy peligroso.

Mi móvil vuelve a sonar y rechazo la llamada rápidamente. ¡Dame un minuto para que responda!

¿Acaso voy a responder? No voy a librarme nunca de él. Necesito mostrarme implacable.

 

Si tiene que hablar de las especificaciones, debería llamar a Eleazar, no a mí.

 

Toma. Sin firma y, desde luego, sin beso. No se lo he deletreado, pero debería captar el mensaje.

Dejo el móvil en la mesa, decidida a hacer algo productivo, pero vuelve a sonar. Lo levanto de inmediato y, con la mano libre, cojo el café.

 

Mis especificaciones son hacerte gritar. No creo que Eleazar pueda ayudarme con eso. Me muero de ganas. ¿Crees que tendré que amordazarte? Bs, E

 

Me atraganto y escupo el café sobre la mesa. ¡Será descarado! ¿Hasta dónde llega la desfachatez y la desvergüenza de un hombre? ¿Me ha tomado por una chica fácil o algo así?

Pongo el móvil en silencio y lo aprieto asqueada contra la mesa. No tengo intención de contestarle. Si lo hago, lo estaré animando. Existe una línea muy fina entre la confianza en uno mismo y la arrogancia, y Edward Cullen la supera con creces. Siento lástima por la pobre morritos carnosos.

¿Sabe que su hombre se dedica a perseguir a mujeres jóvenes?

La pantalla del móvil se ilumina de nuevo. Lo cojo y lo apago antes de que nadie se dé cuenta.

Abro un cajón, lo meto dentro y cierro de golpe. Captará el mensaje.

Intento sacar adelante algo de trabajo, pero estoy demasiado distraída. En mis correos electrónicos aparecen palabras extrañas —que no tienen cabida en la correspondencia profesional— mientras tecleo en el ordenador, ausente. Suena el teléfono de la oficina.

Levanto la vista y veo que Sally no está en su mesa, así que lo cojo yo.

—Buenas tardes. Rococo Union.

—¡No cuelgues! —dice a toda velocidad.

Me yergo en la silla. Incluso su tono de urgencia me pone la piel de gallina. No va a ceder. Está muy curtido.

—Bella, lo siento. Lo siento mucho.

—¿De verdad? —No puedo ocultar la sorpresa de mi voz. Edward Cullen no parece la clase de hombre que se disculpa porque sí.

—Sí, de verdad. Te he hecho sentir incómoda. Me he pasado de la raya. —Parece sincero—. Te he molestado. Por favor, acepta mis disculpas.

Yo no diría que su atrevimiento y sus comentarios me hayan molestado. Me han dejado a cuadros, más bien. Supongo que hay quien incluso admiraría la confianza en sí mismo que tiene.

—De acuerdo —digo vacilante—. ¿Así que ya no quiere hacerme gritar ni amordazarme?

—Pareces decepcionada, Bella.

—Para nada —le suelto.

Hay un breve silencio antes de que él vuelva a hablar.

—¿Podemos empezar de cero? Nos centraremos en lo profesional, por supuesto.

Ah, no. Quizá lo sienta de verdad, pero eso no elimina el efecto que tiene sobre mí. Y tampoco se me quita de la cabeza que todo podría ser un plan para camelarme y así poder perseguirme a gusto.

—Señor Cullen, de verdad que no soy la persona adecuada para este trabajo. —Me doy la vuelta en la silla para ver si Eleazar está en su despacho. Así es—. Señor Cullen, ¿le paso con Eleazar? —

Rezo mentalmente para que pille la indirecta.

—Llámame Edward. Me haces sentir mayor cuando me llamas «señor Cullen» —gruñe. Cierro el pico cuando mis labios se abren y casi se me escapa la pregunta. Todavía siento curiosidad, pero no voy a volver a preguntárselo—. Bella, si te hace sentir mejor, puedes tratar con John. ¿Cuál es el siguiente paso?

¿Sí? ¿Me haría sentir mejor? Todo lo que Cullen tiene de atrevido, lo tiene el grandullón de intimidatorio. No estoy segura de que me sintiese más cómoda con su oferta de tratar con John en vez de con él, pero el hecho de que esté dispuesto a hacerlo me dice que de verdad quiere que yo me encargue del diseño. Me imagino que es un cumplido. La Mansión quedaría genial en mi portafolio.

—Necesito medir las habitaciones y hacer algunos bocetos. —Escupo las palabras impulsivamente.

—Perfecto. —Parece aliviado—. Haré que John te acompañe por las habitaciones. Puede aguantarte la cinta métrica. ¿Qué tal mañana?

¿Mañana? Sí que está impaciente. Resulta que no puedo. Tengo varias citas a lo largo del día.

Y el miércoles tampoco puede ser.

—No puedo ni mañana ni el miércoles. Lo siento.

—Vaya —dice en voz baja—. ¿Trabajas por las noches?

¿Trabajo por las noches? Bueno, no me gusta en especial, pero muchos de mis clientes están en sus despachos de nueve a cinco y no pueden quedar en horas de oficina. Prefiero trabajar hasta última hora los fines de semana. Nunca dejo que me convenzan para visitas en fin de semana.

—Podría ir mañana por la tarde —digo pasando la página de mi agenda para ver lo que tengo al día siguiente. Mi última cita es a las cinco, con la señora Kent—. ¿A eso de las siete? —pregunto mientras anoto su nombre a lápiz.

—Perfecto. Me gustaría decir que me hace mucha ilusión, pero no puede ser porque no te veré. —No lo veo, pero sé que, seguramente, está sonriendo. Su tono de voz lo delata. No puede evitarlo —. Avisaré a John de que llegarás a las siete.

—Alrededor de las siete —añado. No sé cuánto tardaré en salir de la ciudad a esa hora.

—Alrededor de las siete —confirma—. Gracias, Bella.

—De nada, señor Cullen. Adiós. —Cuelgo y empiezo a darme golpecitos con la uña en uno de los dientes de arriba.

—¿Bella? —Eleazar me llama desde su despacho.

—¿Sí? —Giro la silla para verlo.

—La Mansión. Te quieren a ti, flor. —Se encoge de hombros y vuelve a la pantalla de su ordenador.

No, Cullen me quiere a mí.

Capítulo 2: Capitulo 2

 


 


 
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