CAPITULO 3
Bella entró en la cafetería y localizó inmediatamente a la persona que andaba buscando. Se acercó con decisión y se sentó en su mesa.
—¿Qué haces por los bajos fondos? —preguntó Emmet, sorprendido de que su hermanita hubiera ido hasta el Pierre’s Coffee. Bella era la clase de mujer que a pesar de ser tremendamente solidaria con casi todas las causas habidas y por haber, se volvía intransigente cuando se trataba de mal gusto, y para ella las paredes plagadas de retratos de escritores muertos y de un París en blanco y negro, era una horterada, con todas las letras.
—Evidentemente, buscarte.
—¿Y para qué soy bueno, hermanita?
—Necesito que me enseñes a cocinar.
—¿Perdón?
—Me has oído perfectamente, Emmet. No te hagas el interesante. —Bella no estaba lo que se dice orgullosa de pedirle ayuda, de todas las personas que conocía, su hermano era el que más se había burlado de ella a causa de su incapacidad para cocinar algo comestible. No obstante, también era el mejor cocinero que conocía y su mejor amigo.
—Pero Bella, creía que te habías apuntado a un curso de cocina con ese fin.
—Lo he hecho. —Respondió con tranquilidad.
—Lo siento, ahora sí que me he perdido.
—¿No puedes simplemente ayudarme, sin hacer preguntas incómodas? —
preguntó a pesar de conocer la respuesta por anticipado.
—Sabes que no. ¡Desembucha! Esto se vuelve interesante.
—Eres insufrible. Te lo contaré, pero antes necesito una cerveza.
—Wow, definitivamente esto se pone cada vez más interesante —aceptó cerrando el portátil en el que había estado trabajando antes de la interrupción.
Ante una señal de Emmet, la dueña de la cafetería se acercó para tomar nota a la recién llegada. Dos minutos después rellenaba la taza de café de su cliente más fiel, y le servía una cerveza a su hermana.
—¡Sorpréndeme! —pidió en cuanto volvieron a estar a solas.
—En mi clase de cocina hay un hombre.
—Siempre suele haber uno cuando vienes a pedirme ayuda, ¿qué más?
Bella le frunció el ceño antes de seguir hablando.
—Es un cocinero estupendo y se ha ofrecido a ayudarme… Darme clases particulares.
—Eso es genial, entonces ¿para qué me necesitas a mí teniéndolo a él?
—Ya lo sabes. —Contestó mirándole a los ojos.
—Entiendo. Esperas que te dé clases de cocina para que cuando él lo haga, descubra lo estupendamente que guisas, ¿voy bien?
—Vas perfecto. —Los ojos le brillaron expectantes ante la respuesta de Emmet.
—Olvídalo, Bella. Me gustan mucho mi cocina y mis sartenes, por no hablar de que si intentase enseñarte acabarías enfadándote conmigo cuando no te salieran las recetas y marchándote echa una fiera.
—Yo no soy así. —Se quejó.
Su hermano ignoró el comentario, sabedor de que esa era una batalla perdida.
—¿Sabes qué es lo que yo haría si fuera tú? Le invitaría a cenar, descongelaría cualquier cosa, eso se te da genial, e intentaría conseguir una próxima cita en la que cocinara él. Está claro que ese hombre te gusta.
—No es que me guste…
—Lo que tú digas. Pero la respuesta sigue siendo no. Imposible, te quiero demasiado, hermanita—Concedió Emmet magnánimo.
El viernes siguiente Bella estaba más que molesta, estaba furiosa consigo misma por haberse pasado la semana esperando una llamada de Edward que no había llegado.
Después de ofrecerse a ayudarla mientras se tomaban unas cervezas y coqueteaban abiertamente, se habían intercambiado teléfonos, lo que le había hecho suponer que la llamaría.
Entró en clase con la vista fija al frente, consciente de que en esos instantes Edward estaba hablando con Jessica y Lauren. Bueno, se dijo: he bajado la guardia y he metido la pata, pero al menos ahora sé que mi primera impresión era la acertada. Es un maldito inglés arrogante.
Siguió sin mirar en su dirección hasta que llegó a su sitio. Con parsimonia se quito el abrigo y se puso el delantal, no obstante, Edward seguía hablando con las cazadoras, mote con el que Bella las había bautizado al darse cuenta de que buscaban desesperadamente hacerse con los favores de uno de los cuatro chicos del curso. Si bien al comienzo había pensado que no tenían ninguna preferencia, ahora ya no estaba tan segura de ello.
Edward había tenido una semana horrible, y la única razón por la que había asistido esa tarde a clase de cocina en lugar de quedarse en su casa y llamar a su hermana Rosalie para comprobar que estaba mejor, ni siquiera se había dignado a mirarle.
Si bien era cierto que estaba hablando con Jessica cuando era evidente que a ella no le caía especialmente bien, también lo era que le había abordado nada más entrar y que no había forma educada de librarse de ella.
En esos instantes el profesor entró y se dispuso a repartir la receta que iban a preparar esa tarde.
—Hoy vamos a hacer algo especial, hasta el momento siempre hemos hecho primeros y segundos platos, hoy en cambio, haremos un postre. —Explicó mientras se colocaba el sobrero de chef y la chaqueta blanca.
Se escucharon algunas risas de aprobación.
—Y como va a ser nuestro primer postre y la receta es complicada, lo haremos por parejas. En cuanto os llegue la lista podréis comenzar, ya que en esta ocasión yo solo supervisaré vuestro trabajo y contestaré dudas.
Bella se hizo con la receta antes de que pudiera hacerlo él. En ese momento el profesor estaba diciendo que los ingredientes estaban medidos para facilitarles el trabajo.
—Hola, Bella. —La saludó con entusiasmo.
—Hola.
—Lamento no haberte llamado. He tenido problemas familiares.
—¿De veras? —preguntó con incredulidad.
—Sí.
—Pues lo siento mucho, ahora será mejor que comencemos con el pastel.
—Por supuesto.
Pastel de nueces relleno de chocolate
Ingredientes para el bizcocho:
3 huevos
75g azúcar
65g harina
50 nueces molidas
Cucharadita de levadura en polvo y de vainilla
Ingredientes para el relleno:
5 yemas
200g azúcar
1dl agua
1 cucharada de cacao
100 g chocolate fondant
200 g de nata para montar
Edward se había quitado el jersey para cocinar, de manera que solo llevaba una fina camisa que le marcaba cada uno de los infinitos músculos que se le tensaban en los brazos y los hombros mientras montaba las claras a punto de nieve. Lo que conseguía que Bella se olvidara de la razón por la que estaba enfadada con él. Aunque enfadada no era la palabra, su relación, si podía catalogarse como tal, había pasado por diversas fases, no obstante, el enfado no era una de ellas.
Primero habían sido sus propios prejuicios o tal vez incluso sus celos ante su savoir faire o lo incómodo que le resultaba sentirse atraída por él. De algún modo, lo que le había sucedido a Emmet con Victoria, que le había abandonado horas después de que este le propusiera matrimonio, la había predispuesto a protegerse de sus propias emociones. Después Edward había desaparecido de su vida durante dos semanas y Bella se había encontrado con que pensaba en su ausencia mucho más de lo que habría deseado.
Su regreso trajo consigo el breve encuentro en la cafetería que tanto había disfrutado, y sin advertirlo había bajado las defensas ante su sonrisa sincera y sus brillantes ojos verdes.
Las palabras de Edward la sacaron de golpe de su ensoñación.
—Ve echando el azúcar mientras yo montó las claras —pidió concentrado en lo que hacía.
Bella se acercó a él y al bol en el que batía, y fue echando con cuidado el azúcar que indicaba la receta.
—Quisiera compensarte por no haberte ayudado cuando te dije que lo haría, pero realmente mi familia ha sufrido un contratiempo.
—No te preocupes, no pasa nada. —Aceptó al ver el rostro crispado de él—. ¿Estás bien?
—En realidad, no. La única razón por la que he venido esta tarde ha sido para disculparme contigo.
El estómago de Bella dio un triple salto mortal al escuchar la sincera confesión.
—En ese caso la que tendría que compensarte soy yo a ti. —Dijo más relajada.
De manera inconsciente había creído su excusa y volvía a confiar en él.
—Acepto, sea lo que sea lo que me propongas, acepto. —Una sonrisa pícara iluminó su rostro.
—¿Qué tal una copa después del pastel de chocolate?
—Una propuesta deliciosa. Como te dije, soy incapaz de rechazarla.
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