Unas horas más tarde, Bella suspiró al abrir la puerta de su dúplex y poner el pie en el suelo encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa de alas abatibles, que decoraba el rincón adyacente a la escalera, y cerró la puerta tras ella, echando el pestillo. Las llaves fueron a parar al lado de la correspondencia.
Mientras se quitaba a tirones los zapatos negros de tacón, el silencio le golpeó los oídos y se le formó un nudo en la garganta. Todas las noches la misma rutina tranquila: entrar a un hogar vacío, clasificar el correo, leer un libro, llamar a Ross, comprobar el contestador e irse a la cama.
Ross tenía razón, la vida de Bella era una aburrida y escueta investigación sobre la monotonía. A los veintinueve años,Bella estaba muy cansada de su vida. ¡Demonios!, incluso Jamie -el incansable buscador de tesoros nasales- comenzaba a parecer atractivo. Bueno, quizás Jamie no. Y menos su nariz, pero seguro que había alguien ahí afuera, en algún lugar, que no era un cretino. ¿O no?.
Mientras subía las escaleras, decidió que vivir de forma independiente no era tan espantoso. Al menos, tenía mucho tiempo para dedicar a sus entretenimientos favoritos. O también podría buscar nuevos pasatiempos, pensaba mientras caminaba por el pasillo que llevaba a su dormitorio. Algún día, encontraría un entretenimiento divertido.
Cruzó la habitación y dejó caer los zapatos junto a la cama. No tardó nada en cambiarse de ropa.
Acababa de recogerse el pelo en una coleta cuando sonó el timbre. Bajó de nuevo las escaleras para dejar pasar a Ross. Tan pronto como abrió la puerta, su amiga le soltó enojada:
—No irás a ponerte eso esta noche, ¿verdad?—
Bella echó un vistazo a los vaqueros llenos de agujeros y después se fijó en su enorme camiseta de manga corta.
—¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto?— Y entonces lo vio; en la enorme cesta de mimbre que Ross utilizaba para llevar las compras. —¡Uf! No. Ese libro otra vez, no.— Con una expresión ligeramente irritada, Ross le contestó:
—¿Sabes cuál es tu problema, Bella?—
Bella miró al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda. Desafortunadamente, no la escucharon.
—¿Cuál? ¿Que no me trastorna la luz de la luna y que no arrojo mi gordo y pecoso cuerpo sobre cualquier hombre que conozco?—
—Que no tienes ni idea de lo encantadora que eres en realidad.—
Mientras Bella se quedaba allí plantada, muda de asombro ante el poco frecuente comentario, Ross llevó el libro a la salita de estar y lo colocó sobre la mesita de café. Sacó el vino de la cesta y se dirigió a la cocina. Bella no se molestó en seguirla. Había encargado una pizza antes de salir del trabajo, y sabía que Ross estaría buscando unas copas.
Empujada por un resorte invisible, Bella se acercó a la mesita donde estaba el libro. Espontáneamente, extendió la mano y tocó la suave cubierta de cuero. Podría jurar que había sentido una caricia en la mejilla. Qué ridiculez. *No crees en esta basura.* Bella pasó la mano por el cuero y notó que no había título, ni ninguna otra inscripción. Abrió la tapa. Era el libro más extraño que había visto en su vida. Las páginas parecían haber formado parte, originariamente, de un rollo de pergamino, que más tarde había sido transformado en un libro. El amarillento papel se arrugó bajos sus dedos al pasar la primera página; en ella había un elaborado símbolo hecho a mano, formado por la intersección de tres triángulos y la atrayente imagen de tres mujeres unidas por varias espadas.
Bella frunció el ceño esforzándose por recordar si aquello podía ser una especie de antiguo símbolo griego. Aún más intrigada que antes, pasó unas cuantas páginas y descubrió que estaba completamente en blanco, excepto aquellas tres hojas... *Qué extraño...*. Debía de haber sido algún tipo de cuaderno de bocetos de un pintor, o de un escultor, decidió. Eso sería lo único que explicase que las páginas estuviesen en blanco. Algo tuvo que suceder antes de que el artista tuviera oportunidad de añadir algo más al libro. Pero eso no acababa de explicar por qué las páginas parecían mucho más antiguas que la encuadernación...
Retrocedió hasta llegar al dibujo del hombre, y observó con atención la inscripción que había sobre él, pero no pudo sacar nada en claro. Al contrario que Ross, ella evitó las clases de lenguas antiguas en la facultad como si fueran veneno; y si no hubiese sido por su amiga, jamás habría superado aquella parte fundamental en su currículum.
—Definitivamente, creo que es griego— dijo sin aliento cuando volvió a mirar al hombre.
Era sorprendente. Absolutamente perfecto e incitante. Increíblemente fascinante. Cautivada por completo, se preguntó cuánto tiempo se tardaría en hacer un dibujo tan perfecto. Alguien debía haber pasado años dedicado a la tarea; porque aquel tipo parecía estar preparado para saltar del libro y meterse en su casa
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