Deseo Sombrío (+18)

Autor: Sombra_De_Amor
Género: Misterio
Fecha Creación: 24/06/2013
Fecha Actualización: 26/06/2013
Finalizado: NO
Votos: 3
Comentarios: 8
Visitas: 5292
Capítulos: 7

En las profundas sombras de las montañas Tenebrosas se escondían monstruos. En aquel lugar se ocultaban las bestias del mal, que se alimentaban de los débiles; criaturas no humanas.

Edward Cullen lo supo a los diez años. Su padre era uno de ellos.

Ahora Edward lo estaba persiguiendo. Se estaba adentrando en el denso bosque, tenía que salvar a su madre, y el feroz viento le abofeteaba la cara y le cortaba las manos.

Su madre era un ángel de Luz, una vez oyó a su padre llamarla así. Pero eso fue antes de que el lado oscuro se apoderase de él y lo poseyese por completo.

Ojos amarillos y penetrantes acechaban a Edward a cada paso que daba en el bosque. Se quedó sin aliento al tropezar con un tronco astillado y cayó entre zarzas y troncos cubiertos de hielo. Las agujas de pino se le clavaron en las palmas de las manos y las yemas de los dedos se le llenaron de espinas. Se puso de rodillas y se hurgó en los bolsillos para intentar vaciarlos de hojas y hierbajos; sabía que su padre podía estar vigilándolo y que probablemente estaría preparado para saltar sobre él en cualquier momento.

 

Una historia intrigante que te envolverá, está es la adaptación del libro "Deseo Sombrío" de Rita Herron; y los personajes de S.M.

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Capítulo 3: Cap.-2

La silueta del cuerpo de la mujer aún se balanceaba en el árbol Diabólico del jardín delantero de Isabella Swan.

Ella se estremecía y se peleaba con la urgencia de hacerse con un hacha para cortar una rama y bajar aquello de allí. Ya lo había intentado antes, pero el árbol estaba petrificado y encantado con algún tipo de energía sobrenatural. Cada vez que le cortaba un vástago, volvía a nacer y sin embargo, la hierba no crecía a sus pies. Además, en invierno, cuanto la nieve tocaba sus ramas, se derretía inmediatamente. Entre sus ramas se escuchaban gritos lejanos que tal vez no fuesen otra cosa que los alaridos mortales de todos los que, desde hace siglos, habían perdido en él su vida.

Los gritos de la madre de Isabella, los sollozos previos a su muerte, se distinguían entre los de otras personas en aquel mismo lugar.

Hizo un esfuerzo por mantenerse alejada de la ventana, tenía los brazos cruzados y se abrazaba por la cintura. Intentaba no perder la compostura.

Hacía mucho tiempo que la noche le había robado al cielo de Tennessee los últimos destellos de luz solar y había teñido con un halo fatídico las dentadas cimas de las montañas Tenebrosas. El viento silbaba a través de los pinos y esparcía astillas secas y quebradizas. El incesante y abrasador aire caliente secaba los ríos y arroyos, dejando a su paso peces muertos que flotaban en la superficie de camas de piedras de pozos turbios y abrevaderos.

La hierba y los árboles estaban sedientos, se habían teñido de marrón, estaban endebles y sufrían. Los animales vagaban y aullaban; buscaban algo para alimentarse dentro de los extensos límites de bosques incomunicados.

Había algunas zonas en las que Isabella, alertada por infames leyendas, jamás había estado. El bosque de las Tinieblas era una de ellas. Las historias afirmaban que en el bosque de las Tinieblas reinaban los sonidos de criaturas inhumanas, engendros mitad animales y mitad humanos, mandriles con cabeza de persona, metamorfos y otros seres desconocidos.

Los pocos que se aventuraron a acercarse vieron depredadores sin rostro, ojos flotando en la oscuridad, criaturas de otro mundo. En ese bosque no existía ni la luz ni el color. Cualquiera que se adentrase en él sufriría una espeluznante y dolorosa muerte provocada por plantas venenosas o criaturas mutantes que comían humanos.

Los susurros de los fantasmas que resonaban en la tierra eran cantos y lloros por sus difuntos. Allí al lado se encontraba el cementerio de los indios americanos, en el que retumban los llantos de los guerreros perdidos y los golpes de los tambores de guerra en un aire impregnado de muerte. Y en aquel enclave era donde el suelo temblaba desde hacía décadas por las estampidas y las remotas batallas que allí tuvieron lugar.

Isabella se estremeció y se apresuró a cerrar con pestillo la puerta metálica de su cabaña, que se encontraba en un saliente de un lateral de la montaña. Tal precaución era 

probablemente inútil. Ni la modesta mosquitera ni la fina puerta de madera podrían protegerla si los demonios decidiesen atacarla.

El año del eclipse, el año de la muerte, acechaba.

La noche y la luna llena habían despertado al demonio de los infiernos, a las serpientes de las colinas y a la muerte de las tumbas. La abuela Swan, o la Loca Maggie, como algunos la habían llamado, que en paz descanse, le había enseñado a interpretar las señales: el calor insoportable, como si el propio Hades hubiese encendido bajo la tierra una hoguera lo bastante grande como para hacer honor a su reino; la luna

color sangre que pendía del cielo y anunciaba que los depredadores acechaban; el aullido de Satán, que anunciaba que la hora de la venganza había llegado.

Sí, su pueblo natal, que un día fue seguro, estaba ahora constantemente amenazado por el mal, y nadie podía evitarlo, no hasta que los demonios lograsen alimentar sus almas hambrientas con otras inocentes.

Además, los lloros y ruegos de las mujeres que habían fallecido esa semana reverberaban en su cabeza. Ella ya le había contado al sheriff local sus sospechas: todas esas muertes estaban relacionadas.

Las habían asesinado.

El sheriff había querido saber por qué pensaba ella que las muertes estaban conectadas y Isabella había sido sincera: las víctimas se lo habían dicho. Si no ellas mismas, por lo menos sus espíritus se lo habían contado cuando la visitaron.

Menos mal que el sheriff Newton conocía a su familia y no se había reído de ella, al contrario, había escuchado lo que tenía que decirle. Su abuela y su madre también poseían el don de comunicarse con los muertos. La abuela Swan solía leer las necrológicas todos los días por las mañanas y mientras se tomaba el té mantenía largas conversaciones con los difuntos como si fuesen amigos de toda la vida. Todo el pueblo pensaba que estaba mal de la cabeza, pero los hechos le habían dado la razón en muchas ocasiones y había conseguido que mucha gente acabase creyendo en ella.

Y los que no, le tenían pánico.

La madre de Isabella también era médium y émpata, solo que a ella, el constante aluvión de almas necesitadas le había hecho perder la cordura. Tanto la asediaron que finalmente decidió unirse a ellas en el otro mundo… en lugar de vivir y criar a su hija.

La amargura por su pérdida se apoderó de Isabella como un virus. Se había quedado sola, había sido rechazada y criticada, incluso le habían puesto motes horribles y varias familias la habían repudiado porque pensaban que estaba endemoniada.

Una vez su madre la visitó después de morir y le ordenó que reprimiese sus poderes. Y eso fue lo que hizo la mayor parte de su vida: trató de ser normal.

Pero si algo no era Isabella era normal.

Así que volvió al único sitio en el que había algunas personas que la aceptarían. Volvió a Quebranto.

Al instalarse en la casa de su abuela fue como si abriese la puerta de par en par a los espíritus, que por otro lado, parecía que se habían pasado todos estos años esperando el regreso de su amiga. Así que, claro, ahora no podía negarse a atenderlos.

Capítulo 2: Cap.-1 Capítulo 4: Cap.-3

 


 


 
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